BILLY-RAY SANGUINE

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U puntería no estaba en su mejor momento cuando lanzó la primera bola de fuego, y no le dio a Dusk. La segunda bola de fuego, sin embargo, iba bien dirigida, y habría golpeado al barón Vengeus si no se hubiese apartado en el último momento. Era rápido. Quizá incluso más que Skulduggery.

—Caín —dijo él con un gruñido.

—¡Corre! —gritó China, y Valquiria obedeció la orden.

Ya corría por el pasillo cuando echó un vistazo hacia atrás, justo a tiempo de ver a China agitando la mano. La puerta se cerró de un portazo, encerrando a los dos hombres en el apartamento.

Llegó hasta las escaleras, y bajaba por ellas cuando algo la agarró del tobillo y casi le hace caer. Siguió bajando, miró hacia atrás y vio una mano que desaparecía entre los escalones.

Llegó al segundo piso y siguió bajando. Una pared frente a ella se derrumbó de pronto, y el hombre de las gafas de sol apareció y se abalanzó sobre Valquiria, que se agarró a la barandilla de la escalera y saltó, aprovechando el impulso para darle una fuerte patada. Su bota chocó contra el pecho del hombre, y este chocó contra la pared y rebotó.

En el primer piso, casi se cae por sí misma, al correr con el hombre pegado a ella. Saltó los últimos escalones y corrió hacia la calle.

Pasaban coches y había gente caminando. Demasiada gente que podría verse involucrada en una batalla para la que no estaba preparada. Se apresuró hacia el callejón de detrás del edificio. Era estrecho y no le daba la luz del sol. El otro extremo daba a una calle aún más solitaria.

El hombre de las gafas de sol corría tras ella. La distancia entre ellos se había reducido a la longitud de un brazo. Valquiria apenas consiguió evitar ser capturada.

Valquiria redujo la velocidad. Las piernas del hombre tropezaron con las suyas y él cayó al suelo y quedó allí tendido, perdiendo sus gafas de sol en el proceso. Cuando volvió la cabeza hacia ella, Valquiria vio que solo había dos pequeños agujeros negros donde deberían estar sus ojos. La chica se dio la vuelta, empezó a correr por donde había venido y, mirando por encima del hombro, vio cómo aquel hombre se hundía en el suelo, como si estuviera montado en un ascensor invisible. A pocos pasos de la calle, el suelo estalló ante ella y el hombre surgió de él. Ella cayó hacia atrás, intentando protegerse los ojos de la gravilla y el polvo.

—No veo a qué viene tanto jaleo —dijo el hombre. Era norteamericano, y hablaba con un marcado acento del sur—. Tú eres solo una niña pequeña.

Ella movió los dedos, pero él le golpeó la mano antes de que pudiera generar una llama, y luego la agarró. Valquiria sintió algo frío y afilado en la garganta.

—No intentes hacer eso otra vez —dijo el hombre.

Sostenía una navaja con la empuñadura de madera y, cuando su visión se aclaró, ella vio las iniciales B-R. S. grabadas en la madera. Levantó la mirada. Más adelante, aparcada a un lado de la solitaria calle, había una moto. La moto negra de Tanith.

Una mujer mayor, de cara alargada y dentadura postiza, entró en el callejón. Los miró fijamente, se dio la vuelta y se alejó con rapidez.

El hombre sacudió la cabeza.

—¿Ves? Ese es el problema de la gente corriente. Ven algo raro, algo que les da miedo, se dan la vuelta y se alejan. Sabes lo que eso significa, ¿no? Significa que nadie va a venir a ayudarte, que estás completamente sola.

En ese momento, alguien tosió justo detrás de ellos. El hombre se dio la vuelta y Tanith Low le dio una patada en la cara que le hizo tambalearse. Valquiria logró soltarse, volviéndose para mirarlo mientras se alejaba de espaldas a la pared. Podría ser guapo, de no ser por esos desagradables agujeros negros que tenía en la cara.

El hombre sonrió.

—¿Con quién tengo el gusto?

—Usted primero —dijo Tanith.

El hombre soltó una risita.

—Muy bien. Billy-Ray Sanguine, maestro en todas las formas desagradables de muerte y proveedor de crueles e inusuales castigos, a su servicio.

—¿Eres un asesino a sueldo?

—No un simple asesino a sueldo, cariño. Soy un asesino a sueldo de lujo. También alquilo mi fuerza, y también hago pequeños trabajos como mercenario. Soy muy, muy caro, y muy, muy bueno. ¿Y tú eres…?

—Soy tu final —dijo Tanith.

Sanguine se rió.

—Oh, entiendo. A veces me he preguntado cómo sería mi final. Pero nunca imaginé que fuera tan bonito.

Tanith buscó en su abrigo y sacó su espada, todavía envainada.

—¿Va a rendirse y a venir conmigo sin oponer resistencia, señor Sanguine, o tendré que hacerle daño?

A Sanguine le cambió la cara.

—¡Oh, vamos! Mire el tamaño de esa arma, ¡y mire el tamaño de la mía! ¡Yo solo tengo este pequeño puñal! ¡Esto no es justo!

—¿Y es justo poner una cuchilla contra la garganta de una niña desarmada?

El dudó, dando pasos hacia atrás mientras ella se acercaba.

—A mí me parecía justo —dijo el hombre— en ese momento. Visto desde esta coyuntura, pensándolo mejor, quizá fue un poco exagerado. Ahora puedo darme cuenta.

Ella se quitó el abrigó y lo dejó caer al suelo. Los músculos de sus brazos se movían bajo la piel. Desenvainó la espada mientras caminaba hacia él.

—Vaya —dijo él—. Esto se pone interesante.

Tanith arremetió, pero Sanguine se apartó y la espada le pasó a escasos centímetros de la cabeza. Tanith hizo un giro de muñeca y la hoja de la espada se volvió hacia él de nuevo, pero saltó hacia atrás fuera de su alcance y soltó una carcajada.

—¡Esto es divertido! Dos adultos presentándose a la antigua. ¡El romance flota en el aire!

—No eres mi tipo.

—Tú no sabes cuál es tu tipo, cariño.

—Sé que tú no, señor Sanguine; tengo unas esposas en las que está grabado tu nombre.

—Las esposas no me pueden retener, bonita. Soy inmune a todos los hechizos de los que hayas oído hablar, y unos pocos más que ni conocerás. Eso es lo que me hace especial.

—Eso y tus tendencias psicópatas.

—Oh, esas no me hacen especial. Solo me hacen divertido.

Esta vez fue Sanguine el que tomó la iniciativa, dando un salto y esgrimiendo el puñal por el aire.

Tanith levantó el codo, golpeándole en el antebrazo y haciéndole retroceder; luego le pegó una patada en la rodilla y le cortó con la espada. Sanguine tuvo que apartarse. Rodó torpemente por el suelo y luego volvió a levantarse, con la mano en la rodilla.

—Eso ha dolido —dijo con una sonrisa.

—Puedo hacerte esto mucho más fácil.

—¿Vas a darme esa espada?

—No, pero si me dices qué está planeando el barón Vengeus, te dejaré marchar sin hacerte más daño.

El frunció el ceño.

—Pero ya he llegado hasta aquí.

—Solo te lo voy a proponer una vez, señor Sanguine.

—Es muy considerado por tu parte. Desafortunadamente, soy un profesional, me pagan por hacer un trabajo y pretendo hacerlo. Tengo una reputación que proteger, al fin y al cabo. Así que, ¿y si, mejor, lo que hacemos es lo siguiente?: tú te quedas quietecita y me dejas matarte, y luego me llevo a la chica y resolvemos nuestros asuntos. ¿A que eso suena mejor?

—No me das miedo.

—Oh, vaya. Bueno, de vuelta al principio, supongo.

Sanguine sonrió otra vez, y se quedó con los pies juntos. Valquiria vio cómo el suelo que había debajo de él empezaba a resquebrajarse y a romperse, y cuando estaba lo suficientemente abierta, él se hundió y desapareció de la vista.

Tanith mantenía la espada preparada. El suelo se había cerrado tras él, dejando únicamente cientos de pequeñas grietas que indicaban lo que había pasado. Valquiria se quedó expectante.

Pasaban los segundos. Tanith frunció el ceño, preguntándose probablemente si su oponente se había esfumado sin más. Miró a Valquiria, e iba a hablar con ella cuando la pared que tenía detrás se abrió y Billy-Ray Sanguine se abalanzó sobre ella.

Tanith, por su parte, parecía imposible de sorprender y simplemente se apartó, mientras su espada rajaba el antebrazo de Sanguine. Cubierto de suciedad, se retorcía del dolor y el puñal se le cayó al suelo. Se echó hacia atrás, intentando contener el chorro de sangre que manaba de su brazo. Valquiria miró al suelo, delante de sus pies.

—Ni lo intentes —le advirtió Sanguine mirándola con aquellos agujeros negros, pero ella no le prestó ninguna atención. Se agachó y recogió el puñal, lo que enfureció a Sanguine aún más.

—¿Qué pasa contigo, niña? —gritó Sanguine pataleando—. ¡Llegas a nuestras vidas y te lo llevas todo! ¡A lo largo de los años te has ido llevado pequeños trozos de mí, de mi alma! ¿Y ahora? ¡Ahora tienes mi maldito puñal! ¿Cómo se supone que voy a matar a la gente? ¿Cómo voy incluso a afeitarme?

Detrás de Sanguine, el barón Vengeus hizo su aparición, deteniéndose en la entrada del callejón. Valquiria se quedó helada.

—¡Termina el trabajo! —gritó Vengeus, enfadado.

—¡Sí, señor! —contestó Sanguine, y bajó la voz—. ¿Ves? Me estás buscando problemas con el jefe. Será mejor que me entregues a la niña en este momento.

Una puerta en un lado del callejón se abrió, una puerta de cuya existencia Valquiria no se había dado cuenta.

—Lo siento —dijo China saliendo al callejón—, pero eso no va a ocurrir—. Tenía un corte reciente en la frente, pero por lo demás no estaba herida.

Un todoterreno negro aparcó al lado de Vengeus, y Dusk se bajó.

Valquiria vio algo arriba, una figura en el tejado. Por un momento pensó que se trataba de otro de los chicos malos de Vengeus, y luego la figura dio unos pasos y se lanzó al vacío, y el señor Bliss aterrizó a su lado. Se enderezó.

Valquiria vio que el barón fruncía el ceño.

—¡Sanguine —gritó—, son demasiados! ¡Nos vamos!

—Completamente de acuerdo con usted, barón.

Pero Vengeus no lo esperó. Se subió al todoterreno y Dusk se puso al volante. Arrancaron y se fueron.

Repentinamente solo, Sanguine dejó de mirarlos con ira. Echó un vistazo a sus adversarios y tragó saliva. Todavía se agarraba su brazo herido, con la sangre chorreándole por los dedos.

—¿Cuál es el plan del barón Vengeus? —le preguntó Bliss, con una voz amenazadora y grave.

—No lo sé —dijo Sanguine—. No, espera; estoy mintiendo. Sí que lo sé, pero no os lo voy a decir.

Valquiria vio que juntaba los pies, y que el suelo bajo él empezaba a resquebrajarse.

—¡Detenedlo! —gritó.

Tanith se abalanzó, pero ya era demasiado tarde, y Sanguine se hundió en la tierra de nuevo.

—¡Maldita sea! —exclamó Tanith frunciendo el ceño—. Menudo «asesino a sueldo de lujo». No es más que un maldito cobardica.

—¡Lo he oído!

Todos se prepararon para luchar, mirando al trozo de suelo roto, y a Sanguine, que asomaba la cabeza a través del cemento.

—No soy ningún cobarde —dijo Sanguine acaloradamente, mirándolos—. Simplemente he sido momentáneamente aventajado. A un hombre le cuesta admitir cuándo ha sido superado.

—Entonces, debes de ser muy varonil —dijo Valquiria, que atrajo una mirada de odio del norteamericano.

—A nadie le gusta el sarcasmo, señorita Caín. Simplemente he retrasado mi marcha para prometerte algo. Me has quitado mi puñal, cariño. Eso, para mí, es una ofensa imperdonable. Así que, cuando llegue la hora, cuando hayas conseguido lo que te propones, te prometo que te mataré, y sin cobrar.

Y con eso, Billy-Ray Sanguine desapareció de nuevo bajo la tierra. Luego asomó la cabeza.

—O, al menos, a mitad de precio.

Y volvió a hundirse.