L cine Hibernian se mantenía como un hombre viejo, encorvado y gris, encajado entre otros edificios más altos, más anchos y más sanos. Su fachada era un decadente vestigio de un tiempo olvidado, y la mayoría de las vocales de su nombre habían desaparecido. Cincuenta años atrás, este cine había sido un lugar de moda, y miles de dublineses lo llenaban cada fin de semana. El propio Skulduggery había ido por primera vez al Hibernian para ver Alta Sociedad, y desde entonces se había convertido en un gran admirador de Grace Kelly.
Aparcó el Bentley en el callejón de atrás y Valquiria lo siguió adentro. Los suelos enmoquetados absorbían el sonido de sus pasos. Pasaron por delante de carteles de viejas películas, protagonizadas por actores ya fallecidos.
El edificio estaba en silencio, como de costumbre, y vacío. No había habido ningún espectador en este cine desde hacía décadas. Bajaron las escaleras entre las filas de asientos. La pantalla se encontraba tras una gruesa cortina roja enmohecida por los años. Cuando se acercaron, la cortina se abrió y la pantalla se iluminó, proyectando una vieja película en blanco y negro. La escena mostraba una pared de ladrillo y una puerta abierta. El sonido era el de una ciudad de noche. Valquiria siguió a Skulduggery hasta el pequeño escenario, y se acercaron a la puerta. Sus sombras se mezclaban con la imagen. Después, atravesaron la pantalla.
Subieron por las escaleras que había al otro lado. Gradualmente, la luz artificial acabó con la penumbra. Llegaron al último piso, donde todos los vestigios del viejo cine habían sido reemplazados por relucientes pasillos y flamantes laboratorios. El propietario del Hiberian había pasado mucho tiempo renovando el edificio, convirtiéndolo en el estudio de magia con que siempre había soñado. Por la delicada naturaleza del trabajo de las diversas secciones —el Laboratorio Médico, la novísima Morgue, el Departamento de Magia Teorética (I+D)—, no había ventanas y la temperatura estaba regulada extrictamente. Aunque disponía del edificio completo, solo compartido con sus dos ayudantes, el propietario solía trabajar en el laboratorio más pequeño y oscuro, y allí fue donde lo encontraron.
Kenspeckle Grouse se volvió cuando Skulduggery dijo su nombre.
—Otra vez tú —dijo con una voz que no rebosaba precisamente calidez y hospitalidad—. ¿Qué quieres?
Kenspeckle era un viejo hombrecillo con una mata de pelo blanco y muy poca paciencia.
—Tenemos algo para ti —dijo Skulduggery, enseñándole la jeringuilla que se le había caído a Dusk del bolsillo—. Nos preguntábamos si tendrías tiempo para analizar esto.
—Como si no estuviera ya lo suficientemente ocupado —dijo Kenspeckle en tono agrio—. Valquiria, no te he visto desde hace semanas. ¿Consigues no meterte en líos?
—No del todo —admitió Valquiria.
—Tampoco esperaba que lo hicieras —dijo con un respiro exasperado. Al contrario de su comportamiento áspero y sus malos modales habituales, el viejo científico parecía reservar un tono suave para Valquiria—. Entonces, ¿a qué te ha arrastrado Skulduggery esta vez?
—No la he arrastrado a hacer nada —dijo Skulduggery a la defensiva.
Valquiria sonrió.
—Peleas, intentos de secuestro, más peleas… Los asuntos habituales, ya sabes cómo es esto.
El teléfono de Skulduggery sonó, y él se alejó para responder.
Ahora que Skulduggery no podía oírlos, Kenspeckle bajó el tono de voz.
—¿Cómo va tu hombro desde lo del mes pasado?
—Mucho mejor —contestó ella—. Solo me ha quedado un morarán.
Kenspeckle asintió con la cabeza.
—Utilicé una nueva mezcla. Los ingredientes son un poco más difíciles de encontrar, pero para mis pacientes favoritos me gusta asegurarme de que el proceso de curación es lo menos doloroso posible.
—¿Yo estoy en esa lista? —preguntó Valquiria, con una sonrisa cada vez más grande.
Kenspeckle resopló.
—Tú eres la lista.
Valquiria se rió.
—Pero tu pareja ciertamente no está —continuó Kenspeckle, volviendo su atención hacia Skulduggery, mientras este terminaba su llamada—. Déjame ver esa jeringuilla.
Skulduggery se la pasó.
—¿De dónde la has sacado?
—Se cayó del bolsillo de un vampiro.
Kenspeckle puso la jeringuilla al trasluz, y examinó el líquido del interior.
—Unas criaturas fascinantes, los vampiros. Dos capas de epidermis completamente diferenciadas. La capa superior se regenera cuando sale el sol. Humanos por el día, con inusitadas capacidades de velocidad y fuerza, y esencialmente mortales. Pero por la noche…
Valquiria asintió.
—¡Ya sé cómo son por la noche!
—¿Eh? Ah, es cierto. Tú tienes ese conocimiento de primera mano, ¿no? ¿Cómo lo conseguiste, me pregunto? ¡Ah, sí! —miró a Skulduggery—. Alguien sin el más mínimo sentido de la responsabilidad te colocó ante un vampiro y casi consigue que te mate.
Skulduggery inclinó la cabeza.
—¿Hablas de mí? —preguntó inocentemente.
Kenspeckle frunció el ceño y volvió al examen de la jeringuilla.
—He visto esto anteriormente —dijo—, pero solo en una ocasión. Es un extraño mejunje de cicuta y acónito, usado por los vampiros para contener su bestial naturaleza durante la noche.
—Tiene sentido —murmuró Skulduggery—. Dusk no tendría ninguna utilidad para Vengeus si pierde el control cada vez que anochece.
Kenspeckle se aflojó la corbata y se desabrochó el último botón de su camisa.
—Tuve un encontronazo con un vampiro en mi juventud, y escapé con vida milagrosamente. Por eso llevo esto siempre conmigo, allá donde voy.
Les enseñó un pequeño frasco de cristal que le colgaba del cuello.
—¿Eso es agua bendita? —preguntó Valquiria, dubitativa.
—¿Agua bendita? No, no, no, Valquiria. Es agua de mar.
—Comprendo —dijo ella, despacio.
—El agua bendita no funciona —explicó Kenspeckle—, y las estacas en el corazón no los matan. La decapitación es efectiva, aunque, claro, la decapitación es efectiva contra la mayoría de los organismos. La leyenda que sí tiene una base, al fin y al cabo, es el agua corriente.
Valquiria frunció el ceño.
—Vale, y esa parece ser la única leyenda de la que no he oído hablar en mi vida.
Skulduggery se lo explicó.
—Hay un viejo mito que dice que los vampiros no pueden atravesar el agua corriente; por tanto, no pueden cruzar un puente que atraviese un río, por ejemplo. Ahora bien, mientras cruzar puentes en realidad no les afecta lo más mínimo, la verdad del mito proviene del agua salada.
—Los vampiros tienen una alergia extrema a algo tan simple como esto —dijo Kenspeckle—. Si la tragan, se les hincha la garganta, bloqueando la entrada de aire. Por eso es por lo que siempre llevo un poco encima.
—Pero ¿no tendrían que tragárselo? —preguntó Valquiria.
—Bueno, sí…
—¿Y cómo conseguirías que un vampiro se tragase el agua antes de que te matara?
Kenspeckle pestañeó y se quedó callado.
—¡No te preocupes! —dijo Valquiria rápidamente—. Estoy segura de que encontrarías la manera. Por ejemplo, podrías lanzarle el agua a la boca cuando, bueno, cuando fuera a morderte.
Kenspeckle se encogió de hombros y Valquiria se sintió increíblemente culpable por haber hecho un enorme agujero en su plan.
—Dejadme —dijo él, un poco triste.
—Lo siento… —dijo Valquiria.
—No tienes por qué disculparte. Soy un genio de la medicina, un genio de la ciencia, pero obviamente no soy un genio táctico.
Y pensar que durante los últimos ciento ochenta años no he tenido miedo de los vampiros porque tenía un bote de agua salada atado al cuello… ¡Menudo idiota!
Kenspeckle se desinfló, y Skulduggery le dio unos golpecitos a Valquiria en el hombro.
—Felicidades —dijo—. Acabas de restablecer una paranoia de trescientos años. Nuestro trabajo aquí ha terminado.
Sintiéndose terriblemente mal, Valquiria siguió a Skulduggery de vuelta por donde habían venido. Pasaron junto a los dos ayudantes vestidos con batas blancas, Stentor y Civet, que permanecían en una habitación vacía. Valquiria había estado allí más veces, y escenas como esta ya no le resultaban extrañas. Los ayudantes la saludaron con la mano y luego continuaron su trabajo.
Valquiria bajó la primera las escaleras, caminó hasta la parte trasera de la pantalla del cine y la atravesó. Saltó del escenario, se dio la vuelta y esperó a Skulduggery. Vio cómo atravesaba la pantalla por la imagen de la puerta, y un momento después la película parpadeó, la pantalla se quedó en blanco y la penumbra volvió a apoderarse de la sala. Él bajó del escenario y las cortinas se cerraron tras él.
—¿Quién te ha llamado por teléfono? —preguntó Valquiria» intentando olvidar lo que le había hecho a Kenspeckle.
—El Gran Mago —dijo Skulduggery—, controlándonos otra vez. Su impaciencia por recuperar al barón lo está volviendo un poco… irritable.
—Él siempre está irritable.
—Obviamente, está decidido a llevar su irritabilidad más allá que de costumbre.
—Ojalá Meritorius viviera todavía. Era un buen Gran Mago.
Guild es… es más como un político, como si tuviera que complacer a la gente.
Salieron del cine y caminaron bajo la luz del amanecer. Skulduggery no dijo nada hasta que llegaron al Bentley.
—Estamos citados con Tanith en la Biblioteca, así que te voy a dejar allí y te recogeré más tarde, ¿te parece bien?
—¿Adonde vas tú?
—A ningún sitio en especial. Simplemente… tengo cosas que hacer.
—¿Por qué has hecho una pausa?
—¿Cómo que una pausa?
—Has hecho una pausa. «Simplemente… tengo cosas que hacer». ¿Por qué has hecho esa pausa?
—No hay ninguna razón especial, yo solo…
—Estás metido en algo.
—No.
—Entonces, ¿por qué has hecho esa pausa?
—Entra en el coche.
Valquiria se metió en el coche; Skulduggery, también. —El cinturón —dijo él.
—¿Por qué has hecho esa pausa?
Skulduggery puso cara de estar cansándose de la conversación.
—¡Vale, porque estoy metido en algo!
—¿Y por qué no puedo ir contigo?
—Porque es algo secreto.
—¿Prometes contármelo luego?
—Lo prometo.
—Entonces, vale —se abrochó el cinturón de seguridad—. Vámonos.
Valquiria entró en el edificio de apartamentos y, al subir por las escaleras, se cruzó con un hombre que no tenía sombra. Llegó al tercer piso justo cuando China Sorrows pasaba de la biblioteca a su apartamento.
—¡Valquiria! —dijo China—. Me alegro de verte tan pronto.
Llevaba una falda verde chillón y una chaqueta de un verde más profundo que mil esmeraldas juntas. Su collar era exquisito.
—Es precioso —dijo Valquiria mirándolo.
—¿A que sí? Este collar les costó la vida a dos hombres magníficos. Muchas veces, me lo pongo como tributo a su sacrificio. Otras veces, sin embargo, lo llevo porque me pega con la falda. ¿Quieres entrar?
—Claro —dijo Valquiria, y siguió a China hasta el interior, cerrando la puerta tras ella. Nunca lo admitiría, pero a Valquiria le encantaba el apartamento de China. La alfombra era suntuosa y sofisticada, la decoración era elegante y sobria, y se asomaba al cielo de Dublín de una forma que la ciudad parecía más bonita y más romántica de lo que nunca había sido.
—¿Algún avance más? —preguntó China, cogiendo un montón de cartas y echándoles un vistazo.
—Nada en especial. Antes me atacaron, por ejemplo.
—¿Sí?
—Un vampiro y sus subordinados.
—No puedo soportar ese tipo de cosas —dijo China—. Una vez que muerden, la persona infectada tiene que aguantar dos noches de esclavitud irracional, y si lo soporta, se convierte en un completo vampiro. Menuda circunstancia tan horrible. ¿Conseguiste enterarte de su nombre?
—Dusk.
—Ah, sí, conozco a Dusk. Tiene la costumbre de guardar rencor. Yo tenía un socio que tuvo un encontronazo con él. Le llevó años, pero finalmente Dusk se las arregló para acabar con él, y la muerte que le dio no fue muy rápida que digamos. Hubo mucha sangre, y gritos, y…
Controló su boca y sonrió.
—Te pido disculpas. Confieso que estoy de bastante mal humor. Es por culpa de este asunto del grotesco. Todo para lo que he trabajado tanto, mi biblioteca, mis colecciones, mis influencias, todo podría desaparecer de un plumazo en un abrir y cerrar de ojos.
—Junto al resto del mundo —le recordó Valquiria.
—Sí. Eso también sería desafortunado —China dejó las cartas—. ¿Lo has visto ya? ¿Al barón?
—No, todavía no.
China se sentó en su lujoso y exquisito sofá.
—Es un hombre extraño. Le gusta pensar de sí mismo que es un hombre sencillo y honrado. ¡Ya ves, nada más lejos de la realidad! Mantiene la misma actitud elitista que Nefarian Serpine, pero mientras que este era independiente y se las apañaba solo, el barón llevaba sus obligaciones con altruismo y una fe firme y ciega. Lo que Serpine empezaba, Vengeus tenía que terminarlo. Para él, el retorno de los Sin Rostro es la única cosa que ha tenido importancia de verdad.
—Parece que lo conoces bien.
—Sí, lo conozco muy bien. ¿No te lo ha dicho Skulduggery? Yo, además, veneraba a los Sin Rostro.
Valquiria se quedó blanca.
—¿Qué?
China sonrió.
—Obviamente, no te ha dicho nada. Bliss y yo crecimos en una familia que adoraba a los dioses oscuros. Mi hermano renegó de las enseñanzas de nuestra familia a una edad temprana, pero yo tardé un poco más de… tiempo. Cuando los veneraba, además, me uní a un pequeño grupo de individuos como yo, uno de los cuales era el barón. ¿Recuerdas cuando te dije que no había nada más peligroso que un fanático? Pues nosotros éramos peligrosos incluso para el concepto de fanático.
—Yo… no sabía nada de eso.
China se encogió.
—Era joven, estúpida y arrogante. Ahora he cambiado. Ya no soy estúpida.
China se rió. Valquiria forzó una sonrisa.
—Y ahora —continuó China—, te estarás preguntando, una vez más, si te puedes creer lo que yo te diga. Cuando Skulduggery te habló de mí por primera vez, ¿qué te dijo?
—EL.. me dijo que no me creyera las cosas que dices.
—Porque no me lo merezco, Valquiria. Yo pondría en peligro a los que me rodean si con ello pudiera sacar algún tipo de beneficio. No soy una buena persona, cariño. No soy… ¿cómo te diría?, no soy uno de los buenos.
—Entonces, ¿por qué Skulduggery todavía confía en ti?
—Porque él también ha cambiado mucho, y no es hipócrita. El no me juzgará por mis acciones pasadas, a no ser que me convirtiera otra vez en la persona que fui. La guerra con Mevolent cambió a todo el que participó en ella. Todos vimos cosas en nosotros mismos que preferiríamos no admitir.
—¿Qué vio Skulduggery?
—Rabia. Su familia fue asesinada delante de sus ojos y, cuando volvió de la muerte, se trajo su rabia con él. Para muchos, esa furia puede arder solo durante un tiempo. Skulduggery, siendo Skulduggery, es la excepción natural. Su rabia permaneció.
—¿Y qué pasó?
—Desapareció. Si quieres que te diga mi opinión, creo que vio de lo que era capaz y se dio cuenta de que tenía dos opciones: dejar que la rabia lo consumiera o luchar contra ella. Así que se fue. Se marchó durante cinco años. Cuando volvió, el enfado todavía estaba ahí, pero había algo más. Madurez, supongo. Un nuevo objetivo. Era capaz de bromear de nuevo, lo que fue un gran avance. El es uno de los pocos hombres capaces de hacerme reír. Poco después, supimos que Lord Vile había caído, y luego el mismo Skulduggery derrotó al barón, y los planes de Mevolent comenzaron a desenmarañarse.
—¿Y adonde fue durante cinco años?
—No lo sé. Todos pensábamos que estaría muerto. Muerto otra vez, ya sabes. Pero volvió justo cuando lo necesitábamos. Eso es algo para lo que siempre puedes contar con él, el rescate a tiempo. Es muy bueno para eso.
Alguien llamó a la puerta. Las dos se pusieron en pie, y desde el pasillo oyeron una voz apagada, y luego, un ruido sordo.
China miró a Valquiria.
—¡Vete a la habitación! —dijo rápidamente—. No discutas. Vete al dormitorio y cierra la puerta.
Valquiria hizo lo que le decían, pero dejó la puerta entreabierta, lo justo para mirar a través de la rendija.
Vio cómo China descolgaba el teléfono, y entonces la puerta del apartamento se abrió de golpe y el esbelto hombre de la corbata entró volando. Se detuvo y no se movió.
Parecía tener alrededor de cincuenta años, con pelo gris y una barba cuidada. Su ropa era oscura y vagamente militar, y sus botas estaban pulidas y relucientes. Tenía un machete en el cinturón.
—Hola, China —dijo—. Me alegro de verte.
—Barón Vengeus —dijo China lentamente, colgando el teléfono—. Desearía poder decir lo mismo. ¿A qué has venido?
—¿Quieres decir que no lo sabes?
—Si deseas cambiar algún libro prestado, la biblioteca está al otro lado del pasillo. Allí encontrarás lo que buscas.
—Estoy aquí por ti, China. Dentro de pocas horas tendré en mi poder la armadura de Lord Vile, y el ingrediente que falta estará prácticamente a mi alcance. Es hora de que te quites esa máscara que llevas, es hora de acabar con esta farsa. Tienes que ocupar tu lugar.
—Mi lugar está justo aquí.
—Los dos sabemos que eso no es cierto. Tú podrías volver a los Sin Rostro igual que yo. He visto tu devoción.
—Mi devoción, como tú dices, ha ido menguando.
Vengeus negó con la cabeza.
—Has jurado tu alianza con los dioses oscuros. No puedes simplemente cambiar de parecer.
—Me temo que sí puedo, y lo he hecho.
A través de la rendija de la puerta, Valquiria podía ver el creciente gesto de enfado en la cara del barón.
—Tú eres su sierva —dijo, con una voz apagada y amenazadora—. Si no mantienes el juramento que hiciste, entonces lo haré yo por ti. Estarás ahí cuando vuelvan los Sin Rostro, y si no, puede que seas la primera traidora a la que maten.
Vengeus intentó agarrarla, pero China colocó su mano izquierda abierta sobre el vientre y la movió con rapidez hacia su derecha, y todas las piezas del mobiliario de la habitación volaron hacia él.
Valquiria se quedó con los ojos como platos y la boca abierta mientras las mesas, las sillas y las estanterías chocaban contra Vengeus a una terrible velocidad. Cayeron al suelo estrepitosamente, y el barón con ellas, con la sangre corriendo por su cara. China volvió a poner la mano sobre su vientre un par de veces más e hizo un gesto con su mano derecha, mandando todo, los muebles y a Vengeus, rodando por el suelo hasta chocar contra la pared. Otro golpecito de vientre y otro pequeño movimiento, y los muebles se apartaron, dejando espacio libre alrededor de Vengeus.
—No intentes amenazarme en mi propia casa —dijo China, y volvió a tirar los muebles encima de él.
Pero Vengeus se movió rápido, y embistió, con los ojos amarillos de odio. La mesa que volaba directamente hacia él explotó de repente en un millón de astillas, y él se zambulló entre ellas, apartándose del resto de los muebles, que impactaron en la pared de detrás.
Dirigió su mano hacia el pecho de China y esta se inclinó hacia atrás. Cayó al suelo y quedó sobre una rodilla.
Valquiria se agarró más fuerte a la puerta. China miró a Vengeus y sus ojos se cerraron.
—Mientras pronuncio estas palabras, el círculo se cierra y te conduce hacia tu fatídico destino.
Vengeus fue hacia ella, pero se topó con algo, una pared invisible. Intentó caminar hacia atrás, pero solo pudo dar unos pocos pasos hasta encontrar otra barrera. Miró hacia abajo, a la elaborada alfombra, y vio el círculo escondido en el diseño.
—Chica lista…
—¿No habías pensado que instalaría algunos sistemas de seguridad? —dijo China.
—Muy, muy lista —sus ojos se llenaron de odio.
—Eso no va a funcionar, mi estimado barón. Los símbolos son mi fuerte. Tus poderes no pueden romper este escudo. No puedes hacerme daño. Pero yo sí puedo hacerte daño a ti.
Vengeus miró la alfombra de nuevo y vio otros muchos dibujos escondidos, símbolos entremezclados alrededor del círculo, símbolos que ahora latían con energía azul. La nariz le empezó a sangrar.
—China —dijo él, esforzándose por mantener su tono de voz—, tú no quieres hacer esto.
—¿Con quién estás aliado? —le preguntó ella—. ¿Quién ordenó que te soltaran? ¿Quién está detrás de todo esto?
El soltó una carcajada entrecortada por el dolor.
—Has escogido el lado… equivocado, mujer. Ojalá pudiera… ojalá pudiera dejarte con vida para que pudieras lamentarte…
Vengeus cayó al suelo.
—Ojalá tuviera tiempo… para hacerte suplicar… para hacer que me rogaras. Yo te habría… yo te habría hecho gritar…
—Bien —dijo China acercándose al teléfono—. Supongo que tendré que llamar a los profesionales.
—¡China! —gritó Vengeus.
Ella se dio la vuelta.
—¿Sí, mi querido barón?
—Tú no… no pensarías que iba a ser tan fácil, ¿verdad?
Dusk apareció por la puerta, seguido por un hombre. El extraño tenía el pelo rubio y llevaba un traje marrón, una camisa blanca y unas gafas de sol oscuras. Sus botas camperas eran viejas y estaban ajadas, y él sonreía.
La alfombra bajo sus pies se deshilachó y se rompió, y él tropezó y cayó al suelo. China se apresuró hacia el teléfono, pero Dusk se abalanzó sobre ella y la empujó hacia atrás.
Valquiria se quedó mirando cómo la mano del extraño se elevaba a través del suelo, agarraba a Vengeus por los pies y tiraba de él hacia abajo. El suelo se cerró después de él, los símbolos latieron por última vez y volvieron a la normalidad.
Un momento después, Vengeus y el extraño atravesaron la pared junto a China.
—Tu hospitalidad solía ser mucho mejor —dijo Vengeus. Sus ojos se iluminaron y China tropezó. Dusk la recogió.
—No dejes que toque nada —le dijo Vengeus—. Tiene símbolos por todas partes. Algunos son invisibles. Algunos incluso están grabados sobre su cuerpo. No dejes que toque nada.
Dusk agarró con fuerza las muñecas de China y le puso los brazos a la espalda.
Vengeus sacó un pañuelo del bolsillo para limpiar los restos de sangre.
—Esperaba más de ti, China. Cuando nos abandonaste, pensé que volverías. Nadie podría hacer las cosas que tú has hecho y luego marcharse. No pensaba que eso fuera posible.
Ella alzó la vista y lo miró fijamente, luchando contra el dolor que le recorría los brazos y la espalda.
—Encontré otros intereses. Tú también puedes hacerlo. Coleccionar sellos, por ejemplo.
Dusk le retorció los brazos y ella gritó de dolor. El hombre de las gafas de sol se rió.
Vengeus guardó el pañuelo.
—Todavía puedo ser compasivo, aunque mis dioses no lo sean. Esa chica, China. Valquiria Caín. Dime dónde está y te dejaré vivir.
—Skulduggery no se preocupa lo más mínimo por ella —dijo China apretando los dientes—. Ella es un entretenimiento para él, nada más. No podrás llegar hasta él a través de la chica.
—Mi compasión se está agotando por momentos. Dime dónde puedo encontrarla o te torturaré hasta que me supliques.
—Vale —dijo China—, vale, te lo diré —volvió la mirada hacia la habitación—. Está ahí dentro.
Valquiria se quedó helada, pero Vengeus simplemente movió la cabeza con tristeza.
—China, no me gusta esta parte de ti, estas bromas.
—He pasado mucho tiempo con Skulduggery. Recuerdas sus bromas, ¿verdad, barón? ¿Qué más recuerdas? ¿Recuerdas cuando te arrestó?
—Recuerdo cuando casi lo maté.
—«Casi» no fue suficiente —dijo China, y se le escapó una carcajada—. Ahora, él viene por ti. Espero estar presente cuando te coja.
Dusk le retorció los brazos y China volvió a chillar de dolor.
—Dime dónde está la chica —dijo Vengeus—, o te romperé los brazos.
—Aquí estoy —dijo Valquiria abriendo la puerta de una patada, mientras el fuego ardía en sus manos.