ALQUIRIA se levantó temprano. Cogió una piedrecilla de su mesilla de noche y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas. La piedra era plana y suave al tacto. Se concentró en ella como Skulduggery le había dicho que hiciera, hasta que pudo sentir el aire en su piel. Lentamente, la china comenzó a despegarse de la palma de su mano y a flotar en el aire.
Una parte de ella todavía se emocionaba al ver aquello, pero mantuvo esa parte de sí misma bajo control. No podía permitirse perder la calma para usar la magia.
Y de repente, esa voz subiendo por las escaleras como el chirrido de la broca de un dentista. La china volvió a caer sobre su mano. Intentando hacer el menor ruido posible, Valquiria se puso de pie y caminó hasta el cuarto de baño, dando por terminada su práctica del día. Se dio una ducha y se puso el uniforme del colegio antes de bajar a la cocina.
Su madre estaba ahí, y sentada a su lado estaba la chillona de Beryl, tía de Valquiria.
—Buenos días —dijo Valquiria mientras se dirigía a buscar una taza.
—Hola, amorcito —dijo su madre.
—Buenos días, Stephanie —dijo Beryl.
—Beryl… —contestó Valquiria.
—¿Cómo te va en el colegio?
Valquiria se echó unos pocos cereales en el bol y les añadió leche. No le apetecía sentarse.
— Bien.
—¿Estás estudiando mucho? Mis niñas siempre estudian mucho. Les viene de mi lado de la familia, hay que reconocerlo. Es la conducta ética que les he inculcado.
Valquiria murmuró algo y se metió una cucharada de cereales en la boca, poniendo en duda la validez de todo lo que Beryl acababa de decir. A su tía no le gustaba, y a Valquiria no le gustaba su tía. No le gustaba a su tía porque Valquiria había heredado toda la fortuna de su tío Gordon, y a Valquiria no le gustaban su tía ni el marido de esta, Fergus, porque eran gente indeseable.
En ese momento, apareció su padre, vestido con unos pantalones, una camiseta y una corbata alrededor de su cuello desnudo. Saludó a Valquiria y luego se dio cuenta de la presencia de su cuñada.
—Hola, Beryl —dijo, sin mucho afán por esconder su consternación.
—Buenos días, Desmond.
—Beryl, ¿qué estás haciendo aquí? No son ni las ocho de la mañana. Sabes que no me gusta verte hasta que al menos me haya tomado mi primera taza de café.
Beryl se rió con esa risa suya tan chillona.
—¡Ay, Desmond, eres un demonio! Solo he venido para hablar con Melissa, eso es todo. Tenemos mucho que organizar para mañana por la noche.
—¡Oh, Dios santo, la reunión familiar!
—¡Será maravilloso!
—Pero estarás tú ahí… —dijo Desmond, desalentado, y a Valquiria se le atragantaron los cereales.
La madre miró al padre.
—Te has olvidado la camisa.
—Ah, sí, por eso he bajado así. No tengo ninguna camisa limpia.
—Mira detrás de la puerta.
Desmond se volvió, vio la reluciente camisa blanca colgando de la percha de los abrigos y se frotó las manos. La tomó y se la puso, colocándose la corbata mientras se iba abrochando. No le gustaba ponerse corbatas. Era dueño de una empresa de construcción, así que siempre había pensado que iba a vestir con botas de trabajo y vaqueros. Pero a partir de ahora tenía que arreglarse y, dentro de lo que podía, parecer refinado.
—Bueno, Steph —dijo—, ¿dispuesta para un día maravilloso en el colegio?
—Oh, sí —contestó ella con escaso entusiasmo.
—¿Qué crees que aprenderás hoy?
—No puedo ni imaginarlo. A lo mejor, a restar.
El sacudió las manos desmesuradamente.
—La resta está sobrevalorada. Es como la suma, están pasadas. Nunca vas a necesitarlas.
—¡Desmond! —dijo Beryl, consternada—. No deberías tener esa actitud. Stephanie está en una edad en la que es fácilmente influenciable, y necesita que se le diga que todo lo que aprenda en el colegio le va a servir de mucho en la vida. Hacer bromas está bien, pero hay cosas que deben ser tratadas con seriedad. ¿Cómo puedes pretender que Stephanie sea una persona responsable cuando todo lo que tú haces es darle mal ejemplo?
—No lo sé —respondió él—. Suerte, supongo.
Beryl resopló de exasperación y parecía que fuera a intentar dar una charla. Valquiria y su padre huyeron aprovechando la oportunidad, antes de que Beryl pudiera pronunciar ni una palabra más.
—¡Me voy al colegio! —dijo Valquiria rápidamente, metiéndose la última cucharada de cereales en la boca.
—¡Y yo me voy a trabajar! —añadió su padre, solo un segundo después.
Valquiria metió su taza en el lavaplatos y se dirigió hacia la puerta.
—¡Pero, Desmond, no has tomado nada de desayunar! —dijo la madre de Valquiria con el ceño fruncido.
—¡Tomaré algo por el camino! —dijo el padre, siguiendo a Valquiria hacia la calle.
Llegaron al recibidor y Valquiria se volvió hacia las escaleras, mientras su padre cogía las llaves de la mesilla. Se miraron el uno al otro y se despidieron con gestos. Luego, los dos sonrieron, él caminó hasta la puerta y ella subió a su habitación.
Se preguntaba cómo reaccionaría su padre si se enterara de que las leyendas familiares eran ciertas, de que eran descendientes de los Antiguos, y su abuelo y su hermano estaban en lo cierto. Pero no se lo dijo. Si él supiera la verdad, intentaría impedir que saliera a diario, intentaría protegerla de gente como Serpine y Vengeus, y de todo aquel que quisiera hacerle daño. O peor aún, a lo mejor querría involucrarse. No creía que pudiera soportar tener a su padre poniéndose en peligro. Quería que su familia fuera normal. Lo normal era bueno. Lo normal era seguro.
Cerró la puerta, se quitó la sudadera del colegio y la dejó sobre la cama. Tocó su espejo y un instante después apareció su reflejo.
Una vez se había olvidado de la regla del logo, y el reflejo había ido a clase con el escudo del colegio en el lado contrario y el lema escrito al revés. Valquiria no había vuelto a cometer ese error. Esperó hasta que el reflejo se puso la sudadera, y luego le dio la mochila.
—Pásalo bien —le dijo, y el reflejo asintió y se apresuró hacia la calle.
No era la primera vez, y Valquiria se rió para sí misma. Apenas había ido al colegio desde que Skulduggery había convertido en mágico aquel espejo, pero estaba completamente al corriente de todas las asignaturas, todos los cotilleos, todos los deberes y ejercicios diarios, todo el día a día del universo de los trece años.
Y eso sin haber puesto un pie en clase.
Por supuesto, a veces había deseado estar ahí para experimentar las cosas de primera mano, en vez de revivirlas a través de los ojos de su reflejo. No era lo mismo tener los recuerdos de, por ejemplo, un chiste que se hubiera contado, en vez de haberlo oído en persona. Simplemente era parte del precio que tenía que pagar, pensaba ella.
Sigilosamente, Valquiria se terminó de quitar el uniforme del colegio, lo escondió bajo la cama y se puso la ropa negra que había sido confeccionada especialmente para ella. Había crecido un poco desde que Abominable Bespoke la había diseñado, pero todavía le servía, afortunadamente. Esa ropa le había salvado la vida más de una vez, y no podía pedir a Abominable que le hiciera otra nueva. En una pelea con el Hendedor Blanco, él había utilizado el poder de la Tierra como una defensa desesperada, lo que lo había convertido en piedra. Ella no había tenido oportunidad de conocerle mucho, pero lo echaba de menos, y sabía que Skulduggery también.
Se puso el abrigo y abrió la ventana. Respiraba profunda y lentamente. Asegurándose de que nadie la veía, salió al alféizar y se quedó ahí un momento, aclarando su mente. Luego saltó, desplazando el aire de debajo de ella para ayudarse a descender. Aún no le salía muy bien, su aterrizaje era un poco brusco, pero iba mejorando.
Se apresuró en bajar la carretera hasta el muelle. Cuando era más pequeña, solía quedar ahí con sus amigos. Corrían hasta el muelle, saltaban lo más lejos que podían desde las rocas y caían en el agua cristalina. Sí, era peligroso, y sí, el pobre J. J. Pearl se destrozó la rodilla en aquellas rocas; pero el peligro le daba emoción al juego. En la actualidad, J. J. caminaba con una ligera cojera y hacía mucho tiempo que se había apartado de sus amigos de la infancia. También había dejado de nadar. Ultimamente ya no hacía la mayoría de las cosas que todos solían hacer.
El Bentley la estaba esperando, aparcado al lado de un oxidado y viejo Fiat. Destacaba entre los demás coches a una milla de distancia, destacaba a una milla en cualquier lugar.
—Buenos días —dijo Skulduggery cuando ella entró en el coche—. ¿Has descansado bien?
—He dormido dos horas —dijo ella.
—Bueno, nadie dijo que ser un gran detective con una vida llena de acción fuera fácil.
—Tú dijiste que era fácil.
—Yo dije que era fácil para mí —la corrigió él—. El coche que he visto aparcado en la puerta de tu casa, ¿era el de tu querida tía?
—Así es —dijo ella, y le contó su pequeña charla con Beryl.
—¿Reunión familiar? —dijo Skulduggery cuando ella hubo terminado—. ¿Vas a ir?
—¿Y dejarte a ti solo para detener a los malos? Ni en broma. Mandaré a mi reflejo.
—Las reuniones familiares deben de ser divertidas.
—Exacto. Divertidas. Sobre todo con esa parte de la familia. No podría ni imaginar echar unas risas con la parte materna de la familia. La de papá es… peculiar, ¿sabes?
—Lo sé. Gordon solía hablar de ellos a menudo. No olvides, de todas formas, que tú también eres rara.
Ella se le quedó mirando.
— Yo no soy de esa clase de raros. Yo soy una buena rara. Una rara guay.
—¡Oh, sí —dijo él, en tono de broma—, claro que lo eres!
—¡Cállate, bobo! Pero, de todas formas, todos los primos de papá estarán allí, con sus respectivas familias, gente que apenas conozco, y por supuesto Beryl y Fergus y las Gemelas Tóxicas, y va a ser poco menos que horrible, así que no hay fuerza divina que me haga ir a esa reunión.
—Bueno, eso es suficiente para mí.
Encendió el motor del coche y se acomodó en el asiento, mientras se dirigía hacia la carretera y aceleraba.
—Entonces, ¿has averiguado algo más sobre Vengeus?
—Uno de los nuestros, que está en los muelles, todavía no ha informado de nada —dijo él. Vestía con su habitual disfraz: su gran sombrero, sus gafas de sol, la peluca rizada y una bufanda >enrollada alrededor de la mitad inferior de la cara—. Puede que no signifique nada, pero…
—¿Pero Vengeus podría estar ya aquí?
—Bueno, sí.
—Eso es malo.
—No es bueno.
Bajaban por Main Street, y al pasar junto a una parada de autobús, algo llamó la atención de Valquiria. Cinco adolescentes aburridos esperaban vestidos con el uniforme del colegio.
—Mi reflejo no está ahí —dijo frunciendo el ceño.
—Puede que se haya retrasado.
Ella negó con la cabeza.
—Salió antes que yo.
El Bentley redujo la velocidad.
—¿Qué quieres que hagamos?
—Seguramente no sea nada. Podría haber atajado por el Green… pero ya debería haber llegado hasta aquí. Pero no, seguramente no será nada.
Skulduggery paró a un lado de la calle y miró a la chica.
—Utilizas a ese reflejo mucho más de lo aconsejable —dijo—. Tendrías que prever ese tipa de comportamientos fuera de lo normal.
—Lo sé…
—Pero quieres ir en su busca, ¿no?
—Solo quiero comprobar que todo está en orden. Me bajaré y atravesaré el Green.
—Yo daré una vuelta y volveré hacia el muelle. Quedamos allí.
Valquiria asintió, se aseguró de que nadie la veía, bajó del coche y se metió entre los edificios.
Trepó la valla y saltó a la hierba que había al otro lado. El Green era un parque pequeño, un oasis de árboles y flores con una fuente, situado detrás de Main Street. Allí Valquiria había ido muchas veces a jugar al fútbol cuando era más pequeña.
Puede que estuviera sacando las cosas de quicio. Probablemente su reflejo se había encontrado con algún conocido de Valquiria. A lo mejor, sería la misma Valquiria la que fuera a estropear las cosas, dirigiéndose hacia una situación que su reflejo estaría resolviendo con su eficiencia habitual. De repente, oyó su propio grito.
Valquiria se salió del camino principal y se metió entre el pequeño grupo de árboles. Más allá de los árboles, cerca de la fuente, vio dos figuras peleando. Era su reflejo, tratando de zafarse de las manos de un hombre vestido de negro.
—¡Eli! —gritó Valquiria.
El hombre de negro se dio la vuelta. Era pálido y extrañamente guapo, y parecía tranquilo—. Ahí estás —dijo—. Casi me engañáis. Casi. Pero esta no siente miedo. Y yo puedo oler el miedo.
Tiró el reflejo al suelo y este quedó de rodillas.
—Vete al colegio —le dijo Valquiria.
El reflejo asintió, recogió su mochila del suelo y cruzó el parque, sin ni siquiera mirar a su atacante.
Valquiria sí se le quedó mirando.
—¿Quién eres? ¿Y cómo has averiguado dónde vivo?
—Te seguí —dijo él—. Te perdí la pista cuando viniste a la ciudad, así que decidí esperar hasta que te viera otra vez. Incluso he hecho nuevos amigos.
Entonces, Valquiria los vio, una pareja joven, caminando hacia ella. Los conocía. No sabía sus nombres, pero los había visto varias veces dando paseos, cogidos de la mano, riendo. Ahora no iban riendo. Estaban pálidos, tan pálidos como el hombre de negro. Parecían enfermos y tenían la ropa manchada de sangre. La miraban con los ojos oscuros, sin brillo, como sin vida. Miró al hombre de negro y reconoció la elegancia con que se movía.
—Eres un vampiro —murmuró ella.
—Y tú eres Valquiria Caín, y vas a venir con nosotros.
No podía luchar contra ellos. Ni de lejos estaba preparada.
Así que empezó a correr.
La joven pareja corrió tras ella, cada vez más rápido, sobre la hierba. Ella conseguía mantener las distancias. Sin necesidad de mirar hacia atrás, podía oír lo cerca que estaban. Pero a él no podía oírlo.
El hombre de negro corría junto a ella, moviéndose sin ningún esfuerzo. Valquiria intentó apartarse, pero él la agarró, apretando los dedos alrededor de su brazo, y se detuvo de golpe. Ella sintió la dolorosa y súbita parada.
Intentó darle un puñetazo, pero él se movió lentamente y su puño golpeó el aire. Trató de pegarle una patada, pero él se apartó con expresión de aburrimiento en su cara. Agarró a Valquiria del brazo y se lo retorció hasta obligarla a arrodillarse.
—El barón te quiere viva —dijo—. Pero no recuerdo que especificara que no te quiere herida. Así que no vuelvas a intentar golpearme otra vez.
—¿Y qué hay de mí? —dijo Skulduggery mientras corría hacia ellos—. ¿Puedo pegarte yo?
El hombre de negro soltó a Valquiria y se dio la vuelta, demasiado tarde para impedir que el puño de Skulduggery se estampara en su mandíbula. Se tambaleó y Skulduggery extendió la mano abierta. El aire empujó al vampiro y lo lanzó hacia atrás con gran fuerza. Pero, en lugar de caer sobre la hierba, con una agilidad sobrehumana, se retorció en el aire y cayó de pie.
—Detective… —murmuró.
—Dusk… —contestó Skulduggery—. ¡Cuánto tiempo! ¿Sigues siendo tan malo como siempre?
El hombre llamado Dusk sonrió.
—Solo cuando estoy de humor —hizo un gesto a la joven pareja—. Permíteme presentarte a mis amigos. Me gusta llamarlos Subordinado Uno y Subordinado Dos. Podéis decidir vosotros quién es cada cual.
La joven pareja atacó. Skulduggery esquivó sus torpes golpes y los repelió. Dusk se volvió borroso y en un abrir y cerrar de ojos apareció junto a Valquiria y la agarró con fuerza.
Skulduggery arremetió contra Dusk y comenzaron a pelear, y Skulduggery perdió su sombrero y su bufanda. Valquiria tropezó. Subordinado Uno, el hombre, gruñó y se dirigió hacia ella. Su aspecto era peor visto de cerca. Sus ojos eran apagados y rojizos, y ella pudo ver la mordedura que tenía en el cuello, bajo la camisa. No tenía nada que ver con los delicados pinchacitos de alfiler que había visto en las películas: su cuello había sido salvajemente desgarrado. Se podía oler la sangre seca en su piel. Olía a cobre.
Por un momento, entró en pánico. Las manos del hombre le apretaban el cuello, haciéndola retroceder, y era muy fuerte. Su novia, Subordinada Dos, estaba justo detrás de él, ansiosa de hacer algún daño.
Valquiria intentó calmarse, recordando las situaciones que había superado con Skulduggery y Tanith, pidiendo a su cuerpo que se relajara cuando todos sus miembros querían gritar.
Consiguió soltarse. Se tapó la garganta con la mano izquierda y la cara con la derecha. Clavó el pie izquierdo en el suelo y se giró sobre sus caderas hacia él. Subordinado Uno chocó contra ella y cayó al suelo.
Subordinada Dos gruñó y se abalanzó sobre Valquiria. Ella desvió el golpe, intentó un truco que no funcionó y luego estampó su pie contra la rodilla de Subordinada Dos.
Vio a Skulduggery y Dusk. Ahora que ya no podía ser atacado por sorpresa, el cuerpo atlético y la elegancia sobrenaturales de Dusk lo mantenían alejado de los trucos de Skulduggery. Conseguía esquivar todos los puñetazos y patadas, y cada vez que Skulduggery intentaba algo, Dusk se escabullía incluso antes de que Skulduggery terminara su ataque.
Pateó a Skulduggery y se echó hacia atrás y, al hacerlo, algo cayó de su bolsillo. Lo miró y se lanzó a recogerlo, pero Skulduggery se hizo con ello antes que él.
Era una jeringuilla con un líquido incoloro.
Dusk se encogió de hombros.
—Puedes quedártela —dijo—. Tengo muchas más.
Los Subordinados se juntaron.
Valquiria movió los dedos, pero no pudo hacer saltar una chispa. Lo intentó de nuevo, y empezó a sentir el calor de la fricción. Se concentró. Giró su mano, dejó que la energía fluyera desde el centro de su cuerpo hasta su brazo, hasta la palma de su mano, y esta vez sí lo hizo: la chispa saltó y enseguida se convirtió en una llama.
—¡Quietos ahí! —advirtió.
Los Subordinados no contestaron. Ella no sabía si eran siquiera capaces de contestar.
La llama cada vez crecía con más fuerza, se convirtió en una bola de fuego en su mano, y entonces la lanzó contra ellos.
En ese momento, Skulduggery empezó a gritar algo y a correr hacia ella agitando los brazos. Un soplo de viento golpeó la bola de fuego y extinguió las llamas.
Mientras los Subordinados se preparaban para otro ataque, Skulduggery llegó junto a Valquiria.
—Han sido infectados —dijo—, pero no están del todo perdidos. Todavía no. No queremos matarlos.
Skulduggery continuó:
—No es culpa suya que los eligiera, después de todo.
Skulduggery miró a Valquiria.
—Tienen que pasar dos noches para que un infectado se convierta en vampiro. Hasta entonces, solo son víctimas inocentes.
—Pero dentro de dos noches —añadió Dusk—, todo habrá acabado.
Skulduggery sacó su revólver y apuntó directamente a Dusk. Los Subordinados se detuvieron y gruñeron. La sonrisa no abandonaba la cara de Dusk.
—Esta es tu oportunidad para escapar —dijo Skulduggery.
—¿Por qué íbamos a hacerlo? No podéis matar a mis amigos. Estáis perdiendo en este pequeño altercado.
Skulduggery quitó el seguro del revólver.
—He dicho que no queremos matarlos. No que no podamos.
—Si disparas esa arma —dijo Dusk—, la ciudad entera correrá hacia aquí para ver qué ocurre, y habrás echado a perder tu disfraz.
—Esa es la única razón por la que no acabo con tu miserable existencia aquí y ahora.
Dusk consideró sus opciones, y se encogió de hombros.
—Subordinados —dijo—, nos vamos.
Los infectados se quejaron y gruñeron con desagrado, pero hicieron lo que se les ordenaba y se unieron a Dusk mientras se alejaba.
Skulduggery no bajó el arma.
—Dile a Vengeus que esperaba más de él. Ir por mi compañera para dar conmigo sería más propio de Serpine. Dile que si quiere atraparme, que sea un hombre y venga directamente por mí.
—El barón es un hombre respetable.
—El barón es un cobarde.
Dusk sonrió, pero no contestó.
Valquiria permaneció al lado de Skulduggery, y ambos vieron cómo Dusk y sus Subordinados se alejaban entre los árboles.