EL TERROR DE LONDRES

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NA oscura sombra revoloteaba sobre las calles de Londres, saltando de tejado en tejado, dando vueltas y brincando en el aire. No llevaba zapatos y sus huellas eran suaves, sus pisadas no se oían más que un susurro arrastrado por la brisa nocturna. Iba cantando, mientras se deslizaba, y soltando risitas tontas. Vestía de negro, con un sombrero abollado que se mantenía sobre su deforme cabeza, no importaba cuántas acrobacias hiciera. Su traje estaba rasgado, viejo y mohoso, y sus largos dedos finalizaban en unas largas y duras uñas.

Se apoyó sobre una sola pierna al borde de un tejado y se quedó ahí, moviendo su larguirucho cuerpo para mantener mejor el equilibrio. Miró hacia abajo, hacia Charing Cross, a la gente que pasaba por allí. Moviendo sus pequeños ojos, hizo una rápida selección.

—Jack.

Se volvió rápidamente y vio a una joven caminando hacia él. Llevaba un abrigo largo, abrochado, y la brisa alborotaba su cabello rubio, revolviéndolo por su cara. ¡Y qué cara tan bonita!

Jack no había visto una cara tan bonita desde hacía muchos años. Sus labios se separaron, mostrando sus pequeños dientes amarillentos y ofreciendo su mejor sonrisa.

—Tanith —dijo él en voz alta, con un acento que era una mezcla entre el este de Londres y… algo más, algo irreconocible—. Estás deslumbrante.

—Y tú estás asqueroso.

—Qué amable, de verdad. ¿Qué te trae por mi zona?

Tanith Low negó con la cabeza.

—Ya no es tu zona, Jack. Las cosas han cambiado. No deberías haber vuelto.

—¿Y adonde iba a ir? ¿A la residencia de ancianos? ¿Al hogar del jubilado? Soy una criatura de la noche, cariño. Soy Jack Piesdemuelle, ¿no? Mi sitio está aquí.

—Tu sitio está en la cárcel.

Jack se rió.

—¿Yo, preso? ¿De qué se me acusa?

—¿Quieres decir aparte de asesinato?

Giró la cabeza para mirarla de reojo.

—Entonces, ¿todavía es ilegal?

—Así es.

Tanith se desabrochó el abrigo, descubriendo la espada que llevaba amarrada a la pierna.

—Quedas detenido.

El se rió, dio una voltereta en el aire y volvió a caer sobre el pie derecho.

—Esto sí que es nuevo. Tú siempre andabas tocando las narices, impartiendo justicia, pero nunca arrestaste a nadie. Ahora eres una vigilante, ¿no es eso? ¿Eres policía?

—Basta ya. Entrégate, Jack.

—¡Por el mismísimo demonio, es eso! Estoy sorprendido.

Jack agachó la cabeza y la miró con aquellos pequeños ojos.

—¿Cómo era aquello que decías siempre antes de que todo se volviera tan hostil? ¿«Vamos a dar una vuelta»?

—Si te crees tan duro…

El sonrió.

—¿Lo crees?

Tanith desenfundó su espada y un rayo de luna se reflejó en la hoja. Agarrándola con firmeza, volvió la mirada hacia él sin ninguna expresión en su rostro.

—Dejaré que seas tú quien decida.

Jack Piesdemuelle saltó sobre ella. Tanith se volvió, agachándose para evitar ser golpeada por aquellas garras, moviéndose mientras él caía al suelo de nuevo; apenas esquivó otro golpe, se dio la vuelta para encararlo mientras él se le aproximaba.

El sorteó la espada por un lado y lanzó su pie derecho contra la chica, le clavó las uñas y, de un salto, cayó de rodillas en su hombro. Tanith lo agarró de la muñeca para intentar zafarse. Incapaz de aguantar tanto peso, tropezó, pero Jack saltó antes de que ella rodara por el suelo del tejado, cayendo con elegancia, y se abalanzó sobre Tanith de nuevo.

Se fueron tambaleando. Jack oía cómo la espada silbaba en el aire, y sintió el pie en su vientre cuando Tanith le dio una patada. Pegó un brinco y se puso en pie, pero el puño de la chica estaba justo ahí, golpeándole la cara. Jack retrocedió, viendo las estrellas bailar en sus ojos. Ella le dio una patada en la rodilla y él se retorció de dolor; después lo agarró de la muñeca y pegó un repentino tirón.

Jack la apartó cuando su visión empezaba a ser más nítida.

—¡Déjame en paz! —gritó él—. ¡Yo soy único! ¡Ni siquiera hay un nombre que me describa! ¡Debería estar en la lista de las especies en peligro de extinción! ¡Deberías protegerme!

—¿Sabes cómo se protege a las especies amenazadas, Jack? ¡Se las encierra en una reserva, donde nadie pueda hacerles daño!

Su cara cambió.

—«Reserva» es una extraña manera de llamar a una celda, ¿no? Además, tú no me vas a arrastrar hasta ninguna maldita celda.

De pronto, los dos empezaron a oír el llanto de un bebé. La expresión de Jack se suavizó y volvió a sonreír.

—¡Ni se te ocurra! —le advirtió Tanith.

Mostró una sonrisa maléfica.

—¡Te echo una carrera! —dijo él.

Jack corrió hasta el borde del edificio, pegó un salto hasta el tejado más próximo y continuó. Miró hacia atrás por encima de su hombro y vio a Tanith Low intentando alcanzarlo. Era buena esa chica, pero Jack había nacido para esto. Era el príncipe de Londres y podía ir adonde nadie más llegaría: lo conocía como la palma de su mano.

Se oyó de nuevo el llanto del bebé, lo que le hizo cambiar de dirección y, dejando atrás las zonas más concurridas, rastrear otras calles y callejones. Sus fuertes piernas lo propulsaban a través de la oscuridad por encima de los tejados de ladrillo. Corría de lado, a lo largo del edificio. Vio a Tanith corriendo por un tejado paralelo, saltando de azotea en azotea, tratando de alcanzarlo antes de que llegara hasta su objetivo.

Un último llanto del bebé sirvió a Jack para localizarlo tras una ventana abierta, a bastante altura. Dio una serie de pequeños saltos para coger velocidad. Vio a Tanith por el rabillo del ojo, acelerando para atraparlo. «Demasiado lenta», pensó para sus adentros. Saltando de un lado a otro de la calle, se abalanzó hacia la ventana y se dirigió a la cuna.

Pero en la cuna solo había mantas, y la habitación estaba oscura y no tenía muebles. No parecía una habitación para un bebé… y la ventana estaba abierta… y no hacía todavía el calor suficiente para dejarla así… El llanto del bebé, mucho más fuerte, provenía de un pequeño aparato colocado al lado de la ventana.

¡Era una trampa! Tanith lo había engañado.

Se dirigió rápidamente hacia la ventana, pero ella había llegado hasta el edificio y estaba subiendo.

—Ahí fuera —dijo ella—, al aire libre, no tenía ninguna esperanza de atraparte. Pero aquí, en un lugar cerrado, eres mío, adefesio.

Jack entró en pánico, corrió a la puerta de la habitación, pero sabía que no se movería; tenía un brillo que se podía ver incluso en la oscuridad, y sabía que aguantaría cualquier cosa que le lanzara. No sabía qué hacer. La única manera de salir era a través de la ventana, la ventana que ahora Tanith Low vigilaba. Ella dejó la espada en el suelo y se quitó el abrigo. Llevaba un vestido sin mangas que dejaba ver sus fuertes brazos. Giró el cuello, levantando los hombros, y se dirigió hacia él.

—Y ahora —dijo ella—, para terminar, ven a dar una vuelta, si te crees tan duro.

Jack rugió y se lanzó hacia ella, que lo recibió con una patada.

El lanzó su puño y ella se agachó para evitarlo, asestándole otro golpe en la mandíbula. El intentó saltar por encima de ella, pero el techo era demasiado bajo y chocó contra él, cayendo al suelo mientras sentía que se quedaba sin respiración. Después de eso, todo lo que pudo ver fueron montones de puños, codos y rodillas, y una pared que volaba hacia su cara.

Jack se quedó tirado en el suelo, paralizado. Empezó a respirar con fuerza y a gritar de dolor. Se quedó mirando al techo. Podía ver las grietas, incluso en la oscuridad. Tanith se plantó delante de él, mirándolo desde arriba.

—¿Estás listo para tu cálida y agradable celda?

Jack se quejaba, sabiendo que no podía escapar.