ALIERON del Santuario y cruzaron la ciudad, hasta llegar a una calle delimitada por deslucidos edificios de apartamentos. Skulduggery aparcó el Bentley, se enrolló la bufanda alrededor de la mandíbula, bajó el ala de su sombrero y salieron del coche.
—No has mencionado que esta noche he sido lanzada desde una torre —dijo Valquiria mientras cruzaban la calle.
—¿Necesita mención alguna? —dijo Skulduggery.
—Scapegrace me tiró desde una torre. Si eso no es para mencionarlo, entonces, ¿qué lo es?
—Sabía que te las podías arreglar.
—Era una torre.
Valquiria encaminó sus pasos hacia uno de los edificios de apartamentos.
—Te han lanzado desde sitios más altos —dijo Skulduggery.
—Sí, pero tú estabas siempre ahí para cogerme.
—Por tanto, has aprendido una importante lección: habrá veces en que yo no estaré ahí para salvarte.
—¿Ves? Eso me suena a una lección que podría haber estudiado.
—No habría tenido sentido. De esta manera nunca la olvidarás.
Skulduggery se deshizo de su disfraz mientras subían por las escaleras. Cuando llegaron a la segunda planta, Valquiria se detuvo y se volvió hacia él.
—¿Eso era una prueba? —preguntó—. Quiero decir, sé que todavía soy nueva en esto, que todavía soy una novata. ¿Has hecho eso para probarme y ver si era capaz de arreglármelas sola?
—Más o menos —dijo Skulduggery—. Bueno, en realidad, no, para nada. Llevaba los cordones de los zapatos desatados. Por eso llegué tarde. Por eso te dejé sola.
—¿Han podido matarme porque tú te estabas atando los zapatos?
—Un cordón sin atar puede ser peligroso —dijo él—. Habría podido tropezar.
Ella se quedó mirándolo a los ojos. No podía creer lo que estaba oyendo.
—Es broma —dijo por fin Skulduggery.
Ella se relajó.
—¿De verdad?
—Pues claro. Nunca habría tropezado. Soy demasiado elegante.
El la adelantó y ella lo miró con el ceño fruncido, caminando detrás de él hacia la tercera planta. Se acercaron hasta la puerta del medio, donde un hombre delgado con una pajarita les abrió y los dejó pasar.
La biblioteca era un vasto laberinto con enormes estanterías, un sitio en el que Valquiria se las había arreglado para perderse en no menos de once ocasiones. Skulduggery no podía parar de reír cuando ella se encontraba con un pasillo sin salida o, peor aún, cuando volvía adonde había empezado, así que Valquiria se dejó guiar.
China Sorrows pasó por delante de ellos, con un vestido oscuro y su pelo negro recogido. Se detuvo y sonrió al verlos. China era la mujer más exquisitamente bella que Valquiria había visto en su vida, y tenía la virtud de hacer que la gente se enamorara de ella a primera vista.
—Skulduggery —dijo ella—, Valquiria, encantada de veros otra vez. ¿Qué trae a mis queridos investigadores del Santuario hasta mi puerta? Asuntos del Santuario, supongo.
—Supones correctamente —dijo Skulduggery—. Y estoy seguro de que ya sabes por qué estamos aquí.
Su expresión se tornó seria.
—Déjame pensar… ¿Tal vez cierto barón recién liberado? ¿Queréis saber si ha llegado a mis oídos algún rumor particularmente jugoso?
—¿Sabes algo? —pregunto Valquiria.
China dudó por un momento, miró a su alrededor y les sonrió de nuevo.
—Hablemos en privado —dijo, conduciéndolos fuera de la biblioteca y a través del salón hasta su lujoso apartamento. Skulduggery cerró la puerta y China tomó asiento.
—Dime, Valquiria —dijo—, ¿qué sabes del barón Vengeus?
Valquiria se sentó en el sillón, mientras Skulduggery permanecía en pie.
—No mucho —dijo—. Que es peligroso, eso es lo que sé.
—¡Oh, sí! —afirmó China, mientras sus ojos azules brillaban con la luz de la lámpara—. Muy peligroso. Es un seguidor fanático de los Sin Rostro, y no hay nada más peligroso que un fanático. Junto con Nefarian Serpine y Lord Vile, Vengeus era uno de los generales más reconocidos de Mevolent. Le asignaban las operaciones más secretas. ¿Alguna vez has oído hablar del grotesco, cariño?
Valquiria negó con la cabeza.
—Antes de que lo capturaran, al barón Vengeus le habían encargado que resucitara a los Sin Rostro a partir de los restos encontrados en una tumba perdida.
Valquiria frunció el ceño.
—¿Es eso posible? ¿Devolver la vida a uno de ellos después de todo este tiempo?
Fue Skulduggery quien contestó.
—Resucitar a los Sin Rostro enteros estaba más allá de sus posibilidades, así que Vengeus combinó los restos encontrados con partes y órganos de otras criaturas, creando un híbrido al que llamó grotesco. Pero incluso así, faltaba un ingrediente.
China continuó con su explicación.
—En realidad, faltaban dos ingredientes. Primero, necesitaba el poder de Nigromante para revivirlo, y luego, una vez que ya estaba vivo, necesitaba algo para mantenerlo así.
—Cuando Lord Vile murió, Vengeus pensó que podría aprovechar su poder. Vile era un nigromante, un practicante de la magia negra, mediante la cual podía dotar de parte de su poder a un objeto, un arma o, en este caso, a su armadura.
—Así que si Vengeus se pusiera esa armadura —dijo Valquiria—, tendría todo el poder de Vile…
—Pero no pudo encontrar la armadura —dijo Skulduggery—. Lord Vile murió solo, y su armadura se perdió.
—¿Y qué hay del otro ingrediente que falta? ¿Averiguó de qué se trataba?
China respondió.
—Parece que sí, que lo averiguó.
—¿Y qué es?
—Solo él lo sabe.
—Ah.
—Afortunadamente para nosotros, y para el mundo entero, Skulduggery estaba ahí para frustrar sus planes antes de que Vengeus pudiera encontrar la armadura y recuperar este misterioso ingrediente que faltaba. Siguió al barón hasta el escondite de un conocido enemigo y lo detuvo, en la que se convirtió en una de las batallas más comentadas de toda la guerra. Skulduggery fue gravemente herido en esa pelea, si no recuerdo mal.
Valquiria miró a Skulduggery y él cruzó los brazos.
—Esta es una lección de historia —dijo él—. ¿Por qué le estamos dando vueltas a esto?
—Porque —continuó China con una sonrisa— he oído que este ingrediente que faltaba, sea lo que fuere, ha sido finalmente recuperado, o por lo menos localizado, por los socios del barón.
Skulduggery inclinó la cabeza.
—¿Quiénes son esos socios?
—Me temo que todavía no lo sé.
—Así que si Vengeus tiene ahora el ingrediente que le faltaba —dijo Valquiria con dificultad—, ¿puede revivir al… ehm… al bicho ese?
—El grotesco —la corrigió China.
—No —dijo Skulduggery—, es imposible. Necesitaría la armadura de Vile, y no la tiene.
—Pero si la tuviera y reviviera a esa cosa, ¿qué pasaría? ¿Podríamos detenerla?
Skulduggery dudó un segundo.
—La amenaza que supondría el grotesco es algo más que eso. Teóricamente, sería capaz de convocar a los Sin Rostro de nuevo en este mundo, abriendo una puerta entre realidades.
—¿Una puerta? —dijo Valquiria, un poco confundida.
—Sí, pero tendría que disponer de toda su fuerza para hacerlo, y eso no va a suceder.
—¿Por qué no?
—Un corazón tiene que estar preparado para eso, pero el único capaz de hacerlo era el corazón de un Cu Gealach.
—¿Cómo?
—Cu Gealach Dubh —dijo China—. Si lo entiendes, puedes considerarte irlandesa. Todavía enseñan gaélico en los colegios, ¿no?
—Sí, significa… la parte negra y tenebrosa de algo, ¿verdad?
—Más o menos. La parte tenebrosa de la luna negra. Criaturas terribles. Supuestamente, hoy día están extinguidas, pero fueron muy crueles y despiadadas en el pasado.
—Crueles y despiadadas, sí —dijo Skulduggery—. Pero solo una noche cada cierto tiempo, coincidiendo con el eclipse lunar. Así que no importa cuánto poder le dé Vengeus a esa cosa, el grotesco o como se llame. No será lo suficientemente fuerte como para abrir una puerta entre realidades hasta que la Tierra, la Luna y el Sol se alineen, lo que no ocurrirá hasta dentro de…
—Dos noches —dijo China.
Skulduggery se encogió de hombros.
—Sí, bueno, no es mucho-musitó.
Iban por la autopista de vuelta hacia Haggard.
—Así que —dijo Valquiria— una batalla legendaria, ¿eh?
Skulduggery volvió su cabeza hacia ella.
—¿Perdón?
—La batalla entre tú y Vengeus, la legendaria. ¿Qué pasó?
—Tuvimos una pelea.
—Pero por algo sería una de las batallas más comentadas de aquella guerra…
—No lo sé —dijo él—. Puede que la gente no tenga otra cosa de la que hablar.
—China dijo que fuiste gravemente herido. ¿Por eso no te gusta Vengeus? ¿Porque te hirió?
—No me gusta porque es malvado.
—¿O sea que no tiene nada que ver con que te hiriera?
—Es porque es malvado —repitió Skulduggery, con tono de enfado.
Continuaron por la autopista cinco minutos más, y luego tomaron una desviación. La carretera se hacía cada vez más estrecha y con más curvas, atravesando oscuras colinas y casas abandonadas. Entonces vieron las luces anaranjadas de las farolas un poco más adelante y continuaron hasta Haggard.
Una vez en el muelle, detuvieron el Bentley.
—Mañana será un gran día —dijo Valquiria.
Skulduggery se encogió de hombros.
—Puede que sí o puede que no. Si conseguimos mantener a Vengeus fuera del país, no tenemos nada de lo que preocuparnos.
—¿Y si no podemos?
—Entonces tendremos mucho de lo que preocuparnos, y voy a necesitarte descansada y alerta.
—¡Señor, sí, señor! —dijo ella levantando una ceja. Abrió la puerta del coche y salió. Poco después, las luces traseras del Bentley desaparecían en la oscuridad.
Valquiria se quedó un momento junto al muelle, mirando las aguas golpear las rocas y jugar con los pequeños barcos allí atracados. Le gustaba mirar el mar, le hacía sentirse segura.
Antes, cuando Valquiria Caín aún era Stephanie Edgley, no sabía casi nada sobre la vida fuera de Haggard. Era un pueblo pequeño, en la costa este de Irlanda, donde las cosas siempre eran muy tranquilas y muy, muy aburridas.
Todo cambió cuando Nefarian Serpine mató a su tío. Gordon era un novelista de best-sellers, un escritor de terror y fantasía, pero también era un hombre que conocía el Gran Secreto. Sabía de la subcultura de hechiceros y magos, conocía las pequeñas y silenciosas guerras que habían mantenido. Conocía a los Sin Rostro —los terribles dioses oscuros, exiliados de este mundo-y a los que querían que volviesen.
Después, conoció a Skulduggery y supo que a través de sus antepasados estaba relacionada con los primeros hechiceros de la Tierra, los Antiguos. También tuvo que enfrentarse al cambio de nombre. Todo el mundo, según le había contado Skulduggery, tiene tres nombres: el nombre con el que naces, el nombre que te ponen y el nombre que eliges. El nombre con el que naces, tu verdadero nombre, se esconde enterrado en lo más profundo del subconsciente; el nombre que te ponen, normalmente tus padres, es el único nombre que la mayoría de la gente conocerá en su vida; pero puede ser usado en su contra, así que los hechiceros deben adoptar un tercer nombre para protegerse.
Y así, Stephanie Edgley se convirtió en Valquiria Caín, y empezó a conocer la magia elemental.
Valquiria se escabulló por detrás de su casa, se detuvo bajo su ventana y se concentró. Semanas atrás, habría necesitado una escalera para subir hasta la ventana de su habitación, pero en cada clase con Skulduggery adquiría más control sobre sus poderes.
Se tomó su tiempo, hasta que la calma invadió su cuerpo. Movió los dedos y sintió el aire rozando su piel y las líneas de energía que la recorrían. Sintió cómo se conectaban, y cómo cada una afectaría a la otra cuando aplicara la presión justa…
Extendió las manos y el aire empezó a moverse sigilosamente. Levantó las manos hasta alcanzar el alféizar. Todavía fallaba algunas veces, pero iba mejorando. Abrió la ventana y, con un gran esfuerzo, se introdujo por ella. Una vez en el interior de la habitación, cerró cuidadosamente la ventana y encendió la luz.
Ignoró a la chica que estaba sentada en la cama, una figura idéntica a ella. Se acercó a la puerta y escuchó. Sus padres estaban dormidos, así que se quitó el abrigo mientras su imagen se levantaba.
—Tu brazo —dijo la imagen—. Está amoratado.
—Tuve un pequeño conflicto con un chico malo —contestó Valquiria en voz baja—. ¿Cómo te ha ido a ti?
—En el colegio, bien. Hice todos los deberes, excepto la última pregunta de matemáticas. No sabía cómo hacerla. Tu madre hizo lasaña para cenar.
Valquiria se quitó las botas.
—¿No ha pasado nada raro?
—No. Ha sido un día muy normal.
—Bien.
—¿Estás preparada para reanudar tu vida?
—Sí, lo estoy.
Asintió con la cabeza, se acercó al espejo y se preparó; después se dio la vuelta y esperó. Valquiria tocó el cristal y todos los recuerdos del día fluyeron hasta su mente mientras su reflejo iba cambiando: aparecía en él con la ropa que había llevado ese día, y poco después no era nada más que una imagen reflejada en un espejo.
Analizó los nuevos recuerdos, colocándolos junto al resto de su memoria. Había acudido a una charla sobre futuras carreras en el colegio. La profesora intentó que todos dijeran a qué querían dedicarse cuando dejaran la escuela, o al menos qué querían estudiar en el instituto. Nadie tenía ni idea, claro.
Valquiria meditó sobre esto. Después de todo, ella no necesitaba estudiar una carrera. Estaba preparándose para heredar el patrimonio de Gordon y todos sus derechos de autor cuando cumpliera dieciocho años, así que nunca iba a tener problemas de dinero. Además, ¿qué clase de carrera le iba a interesar, aparte de la magia?
Si hubiera estado presente en esa clase, sabía qué habría contestado. Detective. Seguramente habría generado unas cuantas risas y comentarios entre el resto de alumnos, pero no le habría importado en absoluto.
Ella sabía que la principal diferencia entre ella y sus compañeros no era la magia o la aventura. Era el hecho de que sabía lo que quería hacer con su vida, y ya lo estaba haciendo.
Valquiria se desvistió, se puso su sudadera del equipo de fútbol de Dublín y se metió en la cama. Veinte segundos después, ya estaba dormida.