UN ASESINO ANDA SUELTO

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N Bentley Continental Clase R de 1954 se deslizaba en la silenciosa noche de Dublin como un tiburón negro, potente y resplandeciente. Era un coche fabuloso. Valquiria había crecido admirándolo casi tanto como Skulduggery.

Giraron en la calle O’Connell y pasaron por delante del Spire y del Monumento Pearse. Scapegrace, sentado en el asiento de atrás, se quejaba de que las esposas le apretaban demasiado. Eran las cuatro de la mañana. Valquiria bostezó.

A esas horas, hace un año, ella estaría en su cama, acurrucada y soñando… bueno, lo que fuera que soñase entonces. Ahora, las cosas eran muy distintas, y tenía suerte si podía dormir unas pocas horas. Si no estaba persiguiendo a algún loco como Scapegrace, estaba practicando magia; y si no, se estaba entrenando, luchando junto a Skulduggery o Tanith. Ahora su vida era mucho más excitante, mucho más divertida… y mucho más peligrosa. Aunque uno de los mayores inconvenientes de su vida actual era que rara vez tenía dulces sueños. En cuanto se quedaba dormida, la invadían las pesadillas, que esperaban pacientemente y siempre estaban dispuestas a volver.

Pero ese era el precio que había que pagar por una vida de aventura y riesgo, pensaba ella.

Los dueños del Museo de Cera lo habían cerrado tras los sucesos del año anterior y habían abierto una nueva sede en otra parte de la ciudad. Ahora el edificio se erguía silencioso, humilde y gris, con sus puertas cerradas, bloqueadas y precintadas. Pero Valquiria y Skulduggery nunca utilizaban las puertas principales.

Aparcaron en una zona cercana y metieron a Scapegrace por la puerta de atrás. Los pasillos estaban levemente iluminados mientras los tres caminaban entre figuras históricas e iconos cinematográficos llenos de polvo. Valquiria buscó el interruptor con la mano y la puerta se abrió junto a ella. Entró y comenzó a bajar los escalones, mientras bombardeaban su mente las imágenes del verano anterior, cuando entró en el vestíbulo del Santuario, lleno de cadáveres…

Hoy, al menos, no había cuerpos a la vista. Dos hendedores hacían guardia en la pared del fondo, vestidos de gris, con sus guadañas amarradas a la espalda y sus cascos con visera erguidos. Los hendedores eran las fuerzas de seguridad del Santuario y actuaban como un ejército silencioso y letal. A Valquiria todavía le producían escalofríos.

La puerta de doble hoja se abrió a su izquierda y Thurid Guild, el nuevo Gran Mago, hizo su aparición. Aparentaba unos sesenta y pico años, con un fino pelo gris, la cara alargada y una fría mirada.

—Así que lo encontraste —dijo Guild—. ¿Antes o después de que consiguiera matar a alguien?

—Antes —dijo Skulduggery. Guild gruñó e hizo señas a los hendedores, que dieron un paso al frente. Scapegrace trató de apartarse, pero ellos lo agarraron con firmeza de los brazos y él no opuso resistencia. Incluso dejó de quejarse por su nariz rota cuando se lo llevaron.

Valquiria se volvió hacia Guild. No era un hombre agradable en absoluto; además, ella lo incomodaba especialmente, como si todavía no estuviese seguro de que podía tomarla en serio. Hablaba directamente con Skulduggery y solo miraba a Valquiria cuando ella preguntaba algo.

—Hay un asunto que requiere tu atención —dijo—. Por aquí.

Skulduggery caminaba al lado del Gran Mago; Valquiria lo hacía dos pasos más atrás. Guild había tomado el mando como jefe del Consejo de Mayores, pero todavía tenía que elegir a dos hechiceros que mandarían junto a él. Parecía un largo y difícil proceso, pero Valquiria sospechaba quién sería el primer elegido. Guild era, ante todo, un hombre que respetaba el poder, y había pocos en este mundo tan poderosos como el señor Bliss.

Caminaron hasta una habitación con una larga mesa, y apareció Bliss, calvo, alto, fornido, con los ojos azul pálido.

—Me han llegado noticias preocupantes —dijo Bliss, tan directo como de costumbre—. Parece que el barón Vengeus ha sido liberado de las instalaciones de confinamiento en Rusia.

Skulduggery permaneció en silencio por un momento. Después, habló despacio.

—¿Cómo consiguió escapar?

—Violentamente, según las noticias que tenemos —dijo Guild—. Nueve hendedores fueron asesinados, junto con, aproximadamente, un tercio de los prisioneros. Su celda, como todas las demás, estaba firmemente cerrada. Nadie debería haber podido usar magia en ninguna de las celdas.

Valquiria levantó una ceja, y Skulduggery contestó a su silenciosa pregunta.

—El barón Vengeus era uno de los Tres Generales de Mevolent. Peligrosamente fanático, extremadamente inteligente, y muy, muy poderoso. Lo vi mirar a un compañero mío, y mi compañero, con solo esa mirada… reventó.

—¿Reventó? —dijo Valquiria.

Skulduggery asintió con la cabeza.

—Sus restos quedaron esparcidos por todo el lugar —se volvió hacia Guild—. ¿Sabemos quién lo liberó?

El Gran Mago negó con la cabeza.

—Según los rusos, una de las paredes de su celda estaba agrietada. Todavía entera, pero agrietada, como si algo la hubiera golpeado. Esa es la única prueba que tenemos por el momento.

—El lugar donde se encuentra la prisión es un secreto celosamente guardado —dijo Bliss—. Está bien escondida y bien protegida. Quienquiera que esté detrás de esto, recibe información desde dentro.

Guild cambió la cara.

—Eso es problema de los rusos, no nuestro. Lo único de lo que nos tenemos que ocupar nosotros es de detener a Vengeus.

—Entonces, ¿piensas que vendrá hacia aquí? —preguntó Valquiria.

Guild la miró, y ella observó cómo apretaba los puños. Probablemente, él ni siquiera se había dado cuenta de que lo estaba haciendo, pero Valquiria lo interpretó como que aún no terminaba de caerle bien.

—Vengeus volverá a casa, sí. Tiene una historia aquí —dijo, y miró a Skulduggery—. Tenemos a nuestra gente en aeropuertos y muelles de todo el país tratando de impedirle la entrada. Pero tú sabes mejor que nadie lo difícil que el barón es de… contener.

—Desde luego —murmuró Skulduggery.

—Creo que debemos asumir —continuó Guild— que el barón Vengeus llegará dentro de poco, si es que no está ya aquí. Tú lo arrestaste hace ochenta años. Confío en ti para que lo hagas otra vez.

—Haré todo lo que pueda.

—Hazlo mejor que eso, detective.

Skulduggery observó a Guild un momento antes de contestarle.

—Por supuesto, Gran Mago.

Guild los despidió con un parco movimiento de cabeza, y mientras caminaban de vuelta a través de los pasillos, Valquiria intervino.

—No le caigo bien a Guild.

—Es cierto.

—Tú tampoco le gustas.

—Eso es más difícil de entender.

—Bueno, ¿y qué pasa con Vengeus? ¿Malas noticias?

—Las peores. No creo que haya olvidado cuando le lancé un montón de dinamita. No lo mató, obviamente, pero arruinó su vida definitivamente.

—Estará lleno de cicatrices…

—La magia acaba con la mayoría de las cicatrices físicas, pero me gusta pensar que yo le dejé cicatrices emocionales.

—¿Y qué nota tendría en la Escala de Malvados Villanos, si Serpine tuviera un diez y Scapegrace un uno?

—El barón, desgraciadamente, subiría hasta el once. —¿De verdad? ¿Tanto?

—Por supuesto.

—Entonces, tenemos problemas.

—Sí, los tenemos —dijo Skulduggery misteriosamente.