Capítulo 62

En el café, Anaïs y Marcas observaban al bibliotecario con estupefacción.

—El manuscrito Casanova ¿falso? André del Segrado cabeceó sonriendo. —Sin duda, falso.

Anaïs fue la primera en argumentar.

—¡Pero con esos precios, los expertos lo comprueban todo! La letra, la tinta, el papel…

—Claro, y estoy seguro de que todos los resultados son positivos. Precisamente porque con esos precios, los falsificadores no se arriesgan.

—¡Pero no se puede falsificar la letra de esa época!

—Desengáñense, esa es precisamente la más fácil de imitar. En el siglo XVIII todos los hombres de letras aprendieron a escribir haciendo caligrafía. Comparen la letra de Voltaire y la de Rousseau, son casi iguales; lo que las distingue es el tamaño y la inclinación, aparte de algunos rasgos característicos. Una vez que se han asimilado esos parámetros, nada más sencillo que hacer una falsificación, con una buena pluma de oca. Marcas seguía escéptico.

—¿Y la tinta? Basta con analizar una muestra…

—Precisamente; se conocen al detalle los tipos de tinta de la época y su composición química. Y los laboratorios especializados publican sus patrones de análisis en internet. Basta con saber mezclar. Y no me hablen del carbono 14, no sirve para esa época. Demasiado próxima.

—¿Y el papel? —preguntó Anaïs.

—Visiten la página livresrares.com, una librería suiza que vende libros antiguos. Vayan a la sección «manuscrito», y verán libros de contabilidad del siglo XVIII. Muchas veces los comerciantes que asentaban sus cuentas no llenaban todo el volumen. Hay algunos con diez, veinte, cincuenta páginas en blanco, a veces más. ¡Solo hay que usarlas!

Antoine ya no comprendía nada.

—Pero ¿qué interés tendría nadie en falsificarlo?

Del Segrado hizo un gesto fatalista.

—El afán de lucro. Los manuscritos de Casanova en venta son rarísimos. Cuando murió, nuestro veneciano dejó gran número de inéditos. Pero enseguida fueron recogidos por la familia Waldstein, que lo hospedaba. Luego pasaron directamente a los archivos de Estado de Praga. Es imposible que ni siquiera una cuartilla se haya extraviado.

—¿Y el manuscrito de las memorias?

—Es propiedad del editor alemán Brockhaus desde 1820, que ha conseguido preservarlo hasta hoy. Y ciertamente no ha sido para separar una parte. Resultado: ningún manuscrito en circulación. ¡De ahí el interés económico en inventar uno!

—Resumiendo —replicó Antoine—, no hay ninguna posibilidad de que exista un inédito de Casanova, por tanto…

—Se trata de una falsificación, lo juro y lo perjuro, como suele decirse.

—Pero entonces, ¿el contenido?

Ahora el sorprendido fue De Segrado.

—¿Cómo el contenido?

—Sí, para interesar a los compradores, es necesario que el texto tenga cierto interés. Y si no estoy equivocado, ese manuscrito contiene nuevas revelaciones sobre Casanova.

—En particular sobre sus actividades masónicas —añadió Anaïs.

El especialista se echó a reír.

—¡Casanova francmasón! ¡Pero si todo el mundo lo sabe! Pregunte si no a nuestro amigo Teone. Nada nuevo hay bajo el sol.

—Entonces, ¿por qué elaborar una falsificación sobre el tema de la masonería?

De pronto, Del Segrado cambió de tono.

—¿Por qué? ¡Piensen! Usted es un falsificador. Hoy se conoce la vida de Casanova con todo detalle, ¿qué novedades puede aportar?

—No sé, ¿otra amante? —aventuró Anaïs.

—¡Imposible! Casanova era un nostálgico, cuando hacía una conquista no podía evitar recordarla, hablar de ella, y tratar de verla de nuevo. En cuanto llegaba a una ciudad donde amó, se ponía enseguida a buscar a sus amadas. Cada amante es citada al menos diez veces en sus memorias. Es imposible que dedicara un capítulo a una mujer y no escribiera de nuevo sobre ella.

—Entonces, ¿qué?

—¡Por eso precisamente habla de la masonería! Porque es la parte de sus actividades que menos se conoce, pese a las decenas de libros que se han escrito sobre ello. Piensen que solo existe un documento que prueba la pertenencia de Casanova a la masonería, una simple firma al pie de un acta.

—Pero ¡acaba usted de decir que todo el mundo sabe que Casanova era francmasón!

—¡Porque él mismo lo pregonó! ¡Porque en aquella época era de buen tono ser masón! ¡Porque él escribía y hablaba para la posteridad! Pero ¿qué hizo exactamente en la masonería? ¡Misterio!

Esta vez Antoine se impacientó.

—¿Afirma usted que un falsificador escogió deliberadamente este aspecto de la vida de Casanova para tener más campo libre?

Del Segrado miró el reloj de madera que colgaba encima de la barra del bar. La tarde avanzaba.

—Sí, por eso y por otra razón.

—¿Cuál? —preguntó Anaïs.

—Ampliar su círculo de clientes potenciales.

—¿A quiénes?

El especialista fue a pagar la cuenta. Marcas hizo amago de impedirlo.

—¡No, no! Son ustedes amigos de Teone, son mis invitados. Aquí en Venecia hay una leyenda. Se dice que Casanova había fundado su propia logia y había creado un ritual propio.

—Un ritual propio… —repitió Antoine en voz alta sin darse cuenta.

—Sí, un ritual de prácticas extrañas. Cuando arrestaron a Casanova aquí en Venecia, encontraron en su casa numerosos libros. ¡Libros de magia, cábalas!

—¿Seguro? ¿Está comprobado? —preguntó Anaïs.

—Sí, tenemos el informe de los inquisidores que se incautaron de los libros y redactaron un inventario. ¡Toda una biblioteca secreta!

—¿Y qué?

—Ahora imaginen que aparece milagrosamente un manuscrito, una falsificación perfecta, en la que alguien hubiera recreado y descrito ese rito, ¡imaginen! ¿Quiénes lo comprarían?

De pronto la mente de Marcas tuvo una iluminación, aunque muy breve, y no pudo aprehenderla por entero.

—¿No dicen nada? ¡Pues se lo diré yo! ¡Todos los místicos, los esotéricos, los fanáticos de lo espiritual, toda esa gente se arrojaría sobre él!

—Pero ¿por qué?

—Para fundar una nueva religión, una religión propia.