El hermano Teone fue uno de los últimos en salir del Templo. Fuera, unos maestros departían en voz baja sobre la plancha dada durante la tenida. Otros bajaban a reunirse con sus hermanos en la sala de los ágapes. Las primeras risas subían del bar mientras el humo de los cigarrillos se colaba en la escalera en densas volutas. Uno de los oficiales de la logia, el Gran Experto, doblaba cuidadosamente las bandas de los oficios y las guardaba en una maleta negra mientras el maestro de ceremonias cogía el correo oficial de la obediencia del panel de anuncios.
Venecia era una ciudad tolerante con los masones, pero no siempre había sido así. Por ello los hermanos habían adquirido la costumbre de no dejar nada en el Templo que pudiera tentar a un visitante imprevisto. Solo quedaba, en una pared del exterior, la copia enmarcada de la carta de fundación de la logia en 1780. El original se conservaba en los Archivos Nacionales.
Teone era un hombre reflexivo. Nunca decidía nada sin haber verificado antes la información recibida. Una prudencia que lo había mantenido con vida. Después de haber acogido a los dos franceses por expreso ruego del hermano obeso, había escuchado sin prejuicios el relato de su extraña odisea. Esa noche sabría si era verdad y tomaría una decisión.
El Venerable se acercó a Teone y lo tomó por el brazo.
—Ven, voy a presentarte a quien querías conocer.
Teone siguió a su hermano sin hablar. La antevíspera, después de dejar a Marcas y a Anaïs, había llamado a su Venerable. La conversación fue breve. El Venerable había comprendido perfectamente. Iniciado en los altos grados, no podía negarle nada a un hermano de su rango. Sobre todo cuando se llamaba Teone.
—He mandado abrir el salón inglés. Apenas se usa, pero estaréis más tranquilos.
¡El salón inglés! Entre los miembros de la logia, aquel lugar era casi mítico. En el siglo XIX, Venecia era el destino de un peregrinaje estético para los ingleses cultivados. Siguiendo a su compatriota John Ruskin que, a través de sus libros, había hecho redescubrir los encantos ocultos de la Serenísima a toda Europa, cientos de británicos se instalaron en la ciudad; alquilaban o compraban palacios que restauraban por todo lo alto.
Muchos eran masones y empezaron a frecuentar la logia San Juan de la Fidelidad, que practicaba el rito escocés, el más extendido en el Imperio británico. La convivencia con los hermanos italianos era excelente, pero los anglosajones tenían también necesidad de reunirse entre ellos. Obtuvieron autorización para habilitar un salón privado en el primer piso, donde podían recrear la atmósfera de los clubes ingleses. Este lugar de reunión, que había acogido a generaciones de súbditos de Su Majestad, cerró sus puertas tras el ascenso al poder de Mussolini. Desde finales de la Segunda Guerra Mundial el salón no se utilizaba, pero los sucesivos venerables lo cuidaban con devoción, como testigo de un pasado fraternal que se había ido para siempre.
Teone entró en el salón. En un sillón de piel estaba sentado un hombre vestido con un traje oscuro. Quincuagenario, pelo blanco corto. El Venerable hizo las presentaciones.
—Teone, permíteme presentarte al hermano Michele.
—Encantado, hermano. ¿De qué logia eres?
Un destello luminoso cruzó por los ojos de Michele, y el Venerable se echó a reír.
—El hermano Michele pertenece… ¡a la orden de los dominicos! Como me pediste un especialista en sectas…
Teone comprendió al punto por qué habían reabierto el salón inglés. Un religioso no podía entrar en una logia. Iba a excusarse de su equivocación cuando el hermano Michele tomó la palabra para explicar su presencia.
—Desde su fundación en el siglo XIII, mi orden ha sido un baluarte de la lucha contra la herejía. Hoy nos las vemos con las sectas.
La voz del dominico era clara, fría, y produjo escalofríos a Teone. El recuerdo de la Santa Inquisición seguía presente en la memoria de muchos venecianos y sobre todo de los masones. Pero necesitaba información sobre las sectas, por tanto…
—A decir verdad, busco información sobre…
—Su Venerable me ha dicho que le interesan los grupos sectarios que practican ritos sexuales, ¿no es eso?
Giacomo dudó antes de responder.
—La verdad es que…
El dominico sacó un puro de una purera de cuero.
—¿Fuma usted?
—Sí.
—Pues sírvase, haga el favor. Cuando salgo me permito este pecado venial. Además, son Romeo y Julieta, una pareja mítica. Ya ve que no nos salimos del tema.
Teone apreció la ironía del religioso, tomó un cigarro y se lo llevó a los labios. El dominico empezó su explicación.
—En la base de todas las corrientes sectarias cuya práctica gira en torno a la sexualidad está la creencia en una pareja primordial cuyo ayuntamiento permite engendrar un ser nuevo y andrógino.
—¿Y de dónde viene esa creencia?
—En el mundo cristiano, es una interpretación errónea del Génesis. Según algunas sectas, la separación de los sexos en el paraíso es el verdadero origen del pecado original.
El humo de los puros empezaba a formar una nube en el techo. Teone echó una bocanada y pasó a formular la pregunta que lo intrigaba.
—¿Y se supone que mediante el sexo se reintegra uno a ese estadio primero?
—Hay dos métodos, ambos basados en el sexo, en efecto. Dos opciones: o la orgía o la abstinencia eyaculatoria.
—La orgía, lo entiendo, pero la abstinencia eyaculatoria…
—La conservación del semen. Es la vía más aconsejable.
El hermano Teone no pudo evitar ironizar.
—¿Incluso en la tradición cristiana?
El dominico sonrió.
—¿Ha leído ya Las preguntas de María?
—No.
—Es un texto gnóstico que se remonta a los albores del cristianismo. En él vemos cómo Jesús evoca a María Magdalena antes de tener una erección fulminante.
—¿Una erección?
—Una erección y una eyaculación.
—¿Bromea?
—No. Si supiera usted los disparates que halla uno en esos textos heréticos… A Dios gracias la Santa Iglesia ha hecho una juiciosa criba a fin de eliminarlos, pues son producto de mentes perturbadas.
Teone dejó su cigarro en el cenicero. Decididamente, aquel dominico no carecía de recursos.
—Jesús y María Magdalena se casaron y tuvieron muchos hijos, a los que llamaron los hijos del Grial. Eso me recuerda un best seller que se vende como rosquillas. ¿Hay otras tradiciones religiosas que hayan desarrollado concepciones similares sobre el sexo?
—Sí, el tantrismo en la India y el taoismo en China. En ambos casos, la práctica es la misma. Durante el acto sexual, el hombre debe evitar a toda costa eyacular. Con el tiempo, esta retención debe despertar lo que los tántricos llaman «la fuerza de la serpiente», la Kundalini.
—¿Una energía espiritual?
—Sí, una energía que provoca la metamorfosis del ser humano y le permite acceder al orden divino, alcanzar la iluminación absoluta.
El exespía se quedó mirando al religioso.
—Sinceramente, ¿usted se lo cree?
—¡Lo que me preocupa es que lo crean las sectas!
Teone dudaba. Cierto, había acogido a los dos franceses, pero aún no las tenía todas consigo, y aunque se los había recomendado el padre obeso, lo que era una garantía, aún quería comprobar otra cosa.
—El nombre de Aleister Crowley, ¿le dice algo?
El dominico aplastó su puro.
—¡Ese es el peor! Lo que él buscaba no era la energía, sino el poder. El poder sobre los seres. Él practicaba la magia sexual para obtener ese poder. Lo que buscaba era el encantamiento.
—¿Y cómo lo hacía?
—Por copulación o por masturbación. En ambos casos, recogía el resultado de la operación y se servía de él como conjuro en sus rituales.
Luego los franceses no habían mentido; había una tradición histórica desde por lo menos la Antigüedad que convertía ciertas prácticas sexuales en una puerta abierta al paraíso o al infierno. Ahora Teone sabía lo que tenía que hacer.
—¿Alguna otra pregunta?
La voz del dominico lo sacó de sus reflexiones.
—No, le doy las gracias. Por lo demás…
Teone se levantó. Era hora de irse.
—No sé cómo agradecerle que haya venido… aquí.
El dominico hizo un gesto con la mano.
—El placer ha sido mío. Nunca había estado en una sede masónica.
El hermano Teone se quedó paralizado. Por un instante se imaginó al religioso volviendo allí, solo que con gran aparato de cruces… y de autos de fe, tan caro a la Inquisición. Ahora tenía prisa por irse.
Diez minutos después de que Teone se marchara, el Venerable acompañó a su invitado a la puerta y le dijo:
—Su amigo parece muy interesado por las sectas.
—Estará preparando un trabajo, una plancha, como nosotros decimos, sobre el tema.
—Sin duda. Pero por lo visto está bien informado. Son pocos los que conocen el nombre de Aleister Crowley.
El Venerable no contestó, ocupado como estaba con la llave y la cerradura.
—Sin embargo, me ha sorprendido que no me preguntara por otra persona.
—¿Por cuál?
El Venerable abrió la puerta.
—Por Casanova.