Capítulo 16

Marcas irrumpió en su pequeño despacho y cerró la puerta. Sus dos ayudantes, sentados junto a la pared, fumaban indiferentes a la espesa nube blanca que flotaba a media altura.

—¡Qué asco! Vuelvo al cabo de un año y aquí sigue sin poderse respirar.

El tono quería ser irónico. Marcas era un fumador empedernido.

Unas carcajadas densas como el humo atronaron la oficina.

—Me alegro de verlo de nuevo entre nosotros. ¿Se ha cansado de los intelectuales?

—Sí, ya tenía ganas de volver a hablar con palabras de dos sílabas como mucho. Así mis neuronas descansan.

Se sentó en una silla medio coja y se quedó mirando a sus ayudantes.

—Bueno, ¿qué cuenta la familia de la víctima?

El moreno, el más joven, consultó una libretita roja.

—No saben nada. Son unos jubilados conservados en alcohol de ciruela y atontados por las telenovelas. La hija rompió con ellos hace cinco años. No parecen muy afectados por su muerte. No vendrán. Hemos hecho tres horas de carretera, ida y vuelta, a Oise para nada. ¿Y usted?

Marcas cogió un cigarrillo del paquete del ayudante y lo encendió.

—La esposa del ministro me ha montado un buen número; quiere ver a toda costa a su marido cuando vuelva de… las Maldivas. Al parecer iban a divorciarse. Lo único que me ha dicho es que se pelearon violentamente a causa de la chica. Según ella, la tal Gabrielle lo arrastró a una especie de grupo de psicoterapia un tanto extraño. No ha sabido decirme el nombre.

Marcas prefirió no comentar su inspección de la caja fuerte del ministro. La esposa le dio la clave sin dudarlo, aunque tampoco lo dejó solo. Tuvo que conformarse; en esa fase de la investigación preliminar era imposible un registro. No encontró ningún documento extraño.

El ayudante de más edad salió de su silencio.

—¿Y el despacho del Palais Royal en el que la parejita se dio el lote?

—He hablado con su ayudante, un tipo frío como el hielo. Jura y perjura que su jefe no mató a la joven. Pero me ha confirmado que ambos asistían a una especie de cursos, aunque no sabía ni el nombre ni el lugar. Nunca la trató mal, la quería mucho.

En cuanto a los documentos relacionados con la logia Regius, no había ninguno en la caja fuerte. ¡Afortunadamente! Al menos eso le daba la satisfacción moral de librarse de esa parte nauseabunda del caso.

—¿Qué hacemos? Nuestro jefazo no ve con buenos ojos que nos hayan destinado temporalmente a ayudarlo a usted. Teníamos cosas serias entre manos.

—Entiendo. Comprobad en los archivos si la chica tenía antecedentes, sean cuales sean. Yo voy a visitar al ministro en su clínica privada. No creo que este caso dé para mucho.

Marcas se levantó, seguido de los dos agentes. El de la libreta roja añadió:

—Olvidaba un dato. El padre nos ha dicho, tras beber un último vaso y antes de cerrarnos la puerta en las narices, que su hija había vendido su alma al diablo hacía mucho.