IX. Días de luto

Transcurrían los meses, cada uno de ellos parecido al anterior, lleno de las tensiones que yo creía eran resultado de la actitud de Malcolm hacia Alicia. La beligerancia de él era visible en los comentarios, a menudo mordaces, y en su modo de ignorarla. Se mostraba más irritable respecto a muchas cosas, en especial el amor de Mal hacia la música. Una tarde llegó temprano a casa y encontró a nuestro primogénito frente al piano, con Alicia a su lado, enseñándole las escalas. Yo estaba tejiendo un suéter para Joel y complaciéndome al ver la intuición de Mal para escoger las notas adecuadas. No había duda alguna de que tenía un talento que, bien desarrollado, podía convertirlo en auténtico músico.

Malcolm oyó el piano y vino al salón, con la rabia encendida en los ojos. Yo alcé la mirada de mi trabajo justo cuando él cruzaba furiosamente la puerta. Cerró el piano con tanta violencia que casi le pilló las manos al pobre Mal. Pensé que hacía aquello para que el chico terminase definitivamente sus lecciones de piano. Alicia dio un grito sofocado y abrazó a Mal mientras ambos alzaban la mirada hacia la airada y dominante figura de Malcolm.

—¿Qué es lo que dije en cuanto a ceder a estos caprichos musicales?

—Pero, Malcolm, el chico tiene talento. Es un prodigio. Mira lo que puede hacer a su edad. Deja que te lo mostremos —suplicó Alicia.

—No me importa lo que pueda hacer con un piano. ¿Le hará eso un hombre competente en los negocios? ¿Le permitirá ocupar mi puesto? Estás convirtiéndole en un ser blando y afeminado. Échalo de esa banqueta —ordenó, pero Alicia no soltaba al chico—. Mal, levántate —le mandó Malcolm.

Mal se separó de Alicia y se levantó, con los labios temblorosos. Temía llorar, sabiendo que eso todavía enfurecería más a su padre. Por lo general, sollozaba en silencio, respirando profundamente y sacudiendo los hombros. Joel, que estaba sentado en el suelo jugando con Christopher, alzó la mirada con el mismo terror en los ojos. Los dos muchachos compartían ese miedo hacia su progenitor. Cada vez que Malcolm gritaba a uno, el otro respondía también. Christopher se limitó a interesarse por aquella actividad y por los ruidos repentinos. Alicia se volvió hacia mí, esperando que yo acudiera en su ayuda.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté.

—Ese muchacho ha de aprender a no desobedecerme jamás. Le ordené que ocupase su tiempo libre con las lecciones escolares, y no tocando el piano.

—Mal no te desobedece —dije—, si su madre y su abuela le permiten que haga eso.

—¡Está desobedeciéndome a mí! —Repitió Malcolm—. Sabe lo que yo le ordené.

Alargó la mano y agarró a Mal por la nuca, casi alzando del suelo al aterrorizado niño, y lo arrastró fuera del salón, hacia la librería, para darle una paliza. Al momento, Joel comenzó a llorar. Christopher parecía confuso.

—¡Malcolm, no lo hagas! —le gritó Alicia.

—Preocúpate de tu propio vástago —le respondió él escupiendo las palabras—. Y deja que yo cuide de mis hijos.

Alicia se cubrió la cara con las manos y después alzó su mirada hacia mí. Joel se había acercado corriendo a mi butaca abrazándose a mi pierna.

—¿Cómo puedes permitirle que haga una cosa semejante? —preguntó Alicia.

—No le puedo prohibir que exprese su opinión sobre sus propios hijos y especialmente en su propia casa.

—Pero tú eres la madre. Deberías tener algo que decir, ¿no lo crees?

—¿Estás intentando provocar una discusión entre mi marido y yo? —le dije.

Sabía que no era así; pero quería que ella pensara que yo lo creía.

—Por supuesto que no, Olivia. ¡Oh, Dios mío! —exclamó—. Me siento responsable. He estado animándole y tú lo has permitido —añadió como si acabara de darse cuenta—. No debiste hacerlo si sabías que iba a terminar así. ¿No temes por el pequeño Mal?

—Estará muy bien —le respondí—. Si desea algo con empeño, ni su padre podrá detenerle. En ese aspecto se parece más a mí. Intenta ignorar a Malcolm. Aléjate de él —añadí dando a mis palabras otro significado—. La casa es bastante grande.

—Sin embargo, lo siento tanto por el niño…

Estaba llorando. Se levantó y salió de la habitación. No la llamé para consolarla; me satisfacía que hubiera grandes divergencias entre Malcolm y ella. Mientras existieran esas diferencias, yo estaba libre de temores en cuanto a que ella respondiera a los avances amorosos de mi marido.

Las cosas cambiaron entonces de nuevo.

Cuando llegó el tercer cumpleaños de Christopher, Garland y Alicia organizaron una fiesta e invitaron a unos cuantos matrimonios que tenían niños de las edades de Christopher, Mal y Joel. El vestíbulo de Foxworth Hall parecía un patio de escuela. Había chicos por todas partes. Alicia dispuso juegos y colgó cadenetas de colores y globos. Mrs. Wilson hizo un gran pastel de aniversario adornado con brillantes animalitos de todas clases.

Malcolm se fue a trabajar por la mañana pero Garland se quedó en casa para colaborar en la fiesta, algo que Malcolm consideró ridículo para su padre.

—Es un hombre absurdo en cuanto se refiere a Christopher —me dijo Malcolm aquella mañana después del desayuno, mientras Garland y Alicia se habían alejado de la mesa para preparar la fiesta—. Se comporta como un hombre en su chochez. Cualquiera creería que es su primer hijo.

—Quizá se siente orgulloso no sólo de haber podido tener un hijo, sino de que sea además un chiquillo tan guapo y tan brillante —comenté.

Malcolm frunció el ceño y sus ojos se estrecharon. Por primera vez comprendí que estaba celoso de la atención que Garland dedicaba a Christopher. Le pregunté:

—¿No te dedicó tu padre la misma atención?

—No. Fue todo lo contrario. Tenía que suplicarle que me llevase en sus viajes de negocios. Después de marcharse mi madre, él estaba tan débil que hasta me culpó de que ella nos hubiese dejado. Nunca le he perdonado eso. Mi madre me quería más que a nada en el mundo, y fueron las incapacidades de mi padre lo que la obligaron a dejarme. No lo comprendes, cada vez que me mira a los ojos ve a Corinne. Sabe que nunca pudo conseguir que ella le amase como me amaba a mí. Oh, cuánto debió odiarle… De otro modo, nunca me habría abandonado. Jamás le perdonaré que me hiciera perderla.

Por primera vez en muchos años sentí auténtica comprensión por mi marido, y alargué la mano para coger la suya, temblorosa.

—Pero pasó más tiempo contigo cuando eras mayor, ¿no es cierto? —pregunté, esperando calmar su agitación.

—Eso no ocurrió hasta que yo tuve edad suficiente para poder aliviarle en algunas de sus responsabilidades de negocios. Me envió de una escuela privada a otra hasta que ingresé en la Universidad; hacía cualquier cosa para mantenerme fuera de su vista. Cuando estaba lejos de casa, nunca me escribió ni respondió ninguna de mis cartas. Durante unas vacaciones de Navidad, volví del pensionado y me encontré con un hogar lleno de sirvientes; pero mi padre se había marchado a uno de sus safaris. En ningún momento se le ocurrió llevarme con él. Yo no tenía amigos, de modo que me pasé aquellas vacaciones vagando por Foxworth Hall, escuchando el eco de mis propios pasos.

—Malcolm —le dije viendo que estaba en vena para hablar de su pasado, algo que rara vez hacía—, siempre he querido preguntártelo. Después de marcharse tu madre, ¿te escribió alguna vez? ¿Supiste de ella?

—Ni una palabra, ni una postal, nada. Cuando yo era joven pensé que mi padre me escondía sus cartas, y permanecía largas horas en mi habitación escribiéndole largas misivas, que nunca se echaron al correo. Le rogaba que volviera a mi lado. ¡Solamente tenía cinco años! ¡La necesitaba! No era capaz de comprender qué podía retenerla de que regresara junto a su amante hijo. Si en este momento pudiera hablar con ella, eso sería todo lo que querría saber.

—¿Y de qué te serviría? —pregunté.

—Tú no lo puedes entender —me respondió y prefirió dejarme en vez de continuar la conversación.

* * *

El día de la fiesta del cumpleaños de Christopher me sorprendió verle regresar a casa a tiempo para los festejos. No hubiera sido impropio de él ignorar una fecha especial para el chico aunque con ello hiriese a su padre. Lo que me sorprendió fue su manera de mirar a Alicia al encontrarla en el vestíbulo dedicada a entretener a los niños invitados.

Alicia llevaba uno de esos vestidos sin forma con los que las mujeres parecían más bien muchachos, aunque no había nada que le aplastara los pechos, los cuales se marcaban contra el ligero tejido. Se había peinado con el cabello recogido en lo alto y llevaba dos hilos de perlas enormes. En una fiesta, con gente a su alrededor, Alicia se mostraba de nuevo alegre y radiante. Tenía el mismo aspecto del día que llegó a Foxworth Hall. Incluso Garland se veía recuperado; la expresión de cansancio, de agotamiento, que tuvo en los últimos tiempos, había desaparecido como si fuera una máscara.

Las risas de Alicia resonaban en la gran estancia. Los niños se hallaban encantados con su cariño y simpatía. La seguían, queriendo llamar su atención. Nuestros dos hijos iban delante, entonando su nombre.

Malcolm se quedó como una estatua, contemplándola. Yo esperaba ver aquella expresión desdeñosa característica, aquella mirada de odio en sus ojos; pero, en vez de eso, observé que su rostro se suavizaba y se relajaban sus labios. Parecía uno de los niños, enamorado de ella.

Algo salvaje y terrible germinó en mi corazón. Malcolm estaba mirándola con esa clase de anhelo que solamente un hombre enamorado puede experimentar por una mujer. Lo que yo creía había muerto, se hallaba todavía latente. Había permanecido en hibernación, dormido como un oso gigantesco, esperando la primavera. La belleza de Alicia era esa primavera. Le tentaba, despertaba en él fuertes sentimientos y le incitaba a perseguirla de nuevo.

Lo percibí en la manera que tuvo de dirigirse a ella cuando se pusieron a hablar. Lo vi en los ojos de Malcolm, que no se separaban de su persona mientras deambulaba por el vestíbulo, dirigiendo la fiesta. Se le veía feliz, sentado en una butaca, bebiendo té y observando a Alicia toda la tarde.

Mucho después de terminar la fiesta y marcharse los invitados, Malcolm seguía en el vestíbulo observando a Alicia que supervisaba la limpieza. Garland, cansado por la actividad, se retiró a su habitación para descansar. Yo cuidé de bañar a los niños y prepararlos para que se acostaran.

Alicia anunció que se retiraba a la habitación del cisne para relajarse con un buen libro.

—¿No crees que ha sido una fiesta maravillosa? —me preguntó.

—Los niños se han divertido —admití—. Sin embargo, me pregunto si un niño de tres años puede apreciar una fiesta así.

—Oh, Olivia, algunas veces hablas como Malcolm —suspiró.

Lamenté que él no estuviera lo bastante cerca para oír aquello.

La observé mientras subía la escalinata y después fui a recoger mi labor de punto para llevarla a mi habitación. No me apresuré a subir. Los sirvientes querían consultarme sobre la cristalería y Mrs. Wilson deseaba comentar los menús para la semana siguiente.

Lo que sucedió entonces me fue contado después por Alicia; pero, en aquel momento, ella estaba tan histérica, que fue difícil entender nada.

Estaba yo a medio camino subiendo por la escalera, cuando oí su grito. Fue seguido por un estrépito fuerte contra la pared de la habitación del cisne. Corrí los peldaños que faltaban para llegar arriba y continué corriendo por el pasillo hasta la puerta de su dormitorio. Llegué a tiempo de ver a Garland desplomándose en el suelo y apretándose el pecho con la mano. Estaba en camisón; al parecer se había despertado y había venido corriendo, descalzo, hasta la habitación del cisne.

Alicia se hallaba tendida en la cama, con el camisón rasgado desde el hombro derecho hasta la cintura, los pechos al descubierto. Malcolm se encontraba de pie, al lado del cuerpo desplomado de su padre, con los puños muy apretados, su cara roja como un pimiento y los ojos desorbitados. En su mejilla derecha había un largo arañazo.

—¿Qué ha sucedido? —chillé.

—¡Rápido! Llama al médico —ordenó Malcolm, recuperando un poco el control al verme.

Miré a Alicia, que lloraba histéricamente e intentaba cubrirse con el trozo rasgado de su camisón. Garland no se movía, de modo que corrí hasta el teléfono más cercano, el de la sala de trofeos, y llamé al doctor Braxten.

Cuando el médico llegó, Malcolm ya había arrastrado el cuerpo de Garland a su dormitorio y le había colocado en la cama. Alicia, con una bata sobre el camisón roto, se encontraba al lado de Garland, sollozando y sosteniendo su mano fláccida.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el doctor Braxten, apresurándose hacia la cama.

Malcolm, antes de responder, me miró a mí y después a Alicia.

—Ha tenido una especie de ataque y ha gritado. Cuando hemos llegado ya estaba así —explicó.

El médico colocó el estetoscopio sobre el pecho de Garland y auscultó su corazón.

Después comprobó los ojos y el pulso.

—Debe haber sido un ataque al corazón —dijo dulcemente—. Lo siento. No puedo hacer nada.

Alicia gimió y se arrojó encima del cuerpo de Garland.

—¡No! ¡No! ¡No! —chilló—. No puede ser. Acabamos de celebrar el aniversario de nuestro hijo. ¡Por favor, no! ¡Por favor, Garland, despierta! ¡Demuéstrales que no has muerto! ¡Garland! ¡Garland!

Sus sollozos eran tan intensos, que estremecían la cama.

Malcolm dio media vuelta y se marchó. No me miró al salir.

—Me pondré en contacto con la funeraria —dijo con suavidad el doctor Braxten—. Es mejor que vengan lo antes posible.

—Muy bien —aprobé.

—Vino a verme hace algunas semanas —explicó el doctor Braxten—, y le dije que el estado de su corazón no me gustaba; pero él me hizo prometer no contarlo a nadie, especialmente a Alicia. Era ese tipo de hombre.

—Sí —dije, comprendiendo los motivos de Garland. Nunca quiso admitir su edad. Hacía todo lo posible para que la vida de Alicia fuese color de rosa.

—¿Cómo está Alicia? Podría darle algo que la ayudase a dormir. —Preguntó el médico.

Yo me acerqué a ella, sin atreverme a tocarla. Finalmente, rocé su hombro con la punta de mis dedos.

—Alicia, el doctor quiere saber si deseas que te suministre algo que te ayude a dormir.

Ella negó con la cabeza y después se levantó lentamente separándose del cuerpo de Garland. Tenía la mirada ausente y la dirigió confusa a su alrededor, recorriendo la habitación, como si estuviera soñando. El doctor se acercó a ella.

—Será mejor para usted que vuelva a su propia cama —le aconsejó el médico—. Dormir es la única cura para un dolor tan grande.

Ella asintió y le permitió que la ayudara a ponerse en pie. Mientras la acompañaba a la puerta, se volvió para mirar el cadáver de Garland y comenzó otra vez a llorar histéricamente. Yo les seguí y cerré la puerta detrás de mí.

No veía a Malcolm por ninguna parte. Se había retirado a alguna dependencia de la casa, pero de momento no estaba interesada en localizarlo. Fui con el médico y con Alicia a la habitación del cisne. Ella permitió que el doctor Braxten la acostase como si fuera una niña.

—Debería usted quedarse un rato con ella, aconsejó.

—Claro que me quedaré —respondí.

Yo también me sentía muy aturdida por los acontecimientos; pero no era mujer que perdiera el control y la dignidad. Me complacía que el médico percibiera mi eficiencia para cuidarme de todo en medio de una crisis. Alicia, en el fondo, parecía más una chiquilla.

—Voy a avisar al servicio fúnebre —murmuró—. Llámeme si me necesita.

—Gracias, doctor Braxten.

—Lo siento —me dijo—. Era un buen… Lo siento —añadió.

Y se marchó. Miré a Alicia en la cama. Había vuelto la cara contra la almohada y sollozaba suavemente. Me acerqué a la puerta y la cerré con llave. No quería que nadie nos estorbara durante un rato. Entonces volví junto a la cama cisne y me senté al lado de la que ya era la viuda de Garland.

—Alicia —dije—, he de saber lo que ha ocurrido aquí antes de que se produjera esa escena terrible. ¿Qué estaba haciendo Malcolm en tu dormitorio? —Sus sollozos se intensificaron—. Alicia, has de contármelo. Ahora no tienes a nadie más, a nadie —pensando que era un buen argumento para mencionar en esos instantes.

Di en el clavo, porque sus sollozos disminuyeron y comenzó a volverse hacia mí. Se apretó la cara con las manos como deteniendo las lágrimas y después se cubrió el rostro con la sábana.

—Ha sido horrible, horrible —comenzó a decir.

—¿Qué cosa ha sido horrible?

—Estaba aquí leyendo, en la cama, tan satisfecha por la fiesta y por lo feliz que todo el mundo había sido. Garland… —estalló otra vez en llanto—. Garland estaba tan orgulloso, era tan feliz…

—¿Qué ha sucedido aquí? —pregunté insistente.

—No había cerrado la puerta con llave. Algunas veces…, algunas veces Garland viene a mi lado a media noche —dijo—. Cuando oí que la abrían, pensé que sería él; pero era Malcolm —dijo mirando rápidamente a la puerta, y su rostro se retorció como si toda la escena reviviera ante sus ojos.

—¿Qué quería?

—Quería… —Se detuvo como si contármelo fuese la cosa más indecente que podía hacer—. Me quería a mí —dijo con ira creciente—. Se acercó a mi cama. Yo le advertí que no debía estar aquí. Se echó a reír y me respondió que no me preocupase, que Garland se hallaba durmiendo. Me dijo cosas terribles: que Garland era ya demasiado viejo para satisfacerme, que ahora yo le necesitaba a él, a Malcolm, más que nunca, y que todo estaba bien, puesto que él es el hijo de Garland.

—¿Y qué hiciste?

—Le contesté que saliera de aquí, o llamaría a Garland; pero él no se marchaba del dormitorio. Me senté, preparándome para chillar si se acercaba más. Él debió de darse cuenta porque corrió hasta la cama y me tapó la boca con la mano, apretándome contra la almohada y…, me manoseó brutalmente. Intenté apartarlo de mí, y me rompió el camisón. Durante la lucha, derribé esa pequeña lámpara de la mesita y conseguí dar un grito. Garland lo oyó y llegó a la puerta a tiempo de ver a Malcolm intentando cubrirme con su cuerpo.

—Eso es lo que había supuesto yo.

—Garland se acercó corriendo a la cama y apartó a Malcolm. Comenzaron a pelear. Garland le maldijo y Malcolm comenzó a decir las cosas más terribles sobre la primera esposa de Garland, esta habitación, su virilidad… Cayeron al suelo y siguieron luchando; pero sin darse puñetazos. Finalmente, Malcolm se libró de la presa de Garland y se fue andando a gatas hacia la puerta; pero su padre estaba tan furioso que no le permitió escapar. Lo agarró otra vez y estuvieron luchando hasta que Garland dio un grito. Se escurrió por los brazos de Malcolm y se desplomó en el suelo donde… donde… ¡Oh, Dios mío! ¿Es verdad? ¿Garland ha muerto?

—Es cierto —respondí.

—Garland. Garland, mi Garland.

Cayó hacia atrás, sobre la almohada y comenzó a sollozar de nuevo. Sabía que lloraría hasta agotarse y se quedaría dormida. No podía hacer nada más por ella. La dejé allí y salí en busca de Malcolm.

Le encontré en la sala de trofeos y pensé que habría estado vigilándonos todo el rato a través del agujero de la pared.

Se hallaba sentado en una butaca de cuero, la mirada fija en la puerta, el rostro tenso y pálido y los ojos desorbitados y enloquecidos, como si estuviera contemplando su propia muerte. Sus manos se asían con tal fuerza a los brazos de la butaca, que pude ver las venas hinchadas debajo de los nudillos. Parecía estar aferrándose a la vida.

—¿Qué has hecho? —le pregunté.

—Déjame tranquilo.

—¿Sabes lo que sucederá cuando la gente se entere de esto?

—Nadie sabrá nada. No ha sido por culpa mía. De todos modos, era un hombre enfermo. El médico lo confirmará. Y ahora, vete y déjame en paz —me ordenó, hablando a través de los dientes apretados.

—Eres una persona odiosa, Malcolm. Después de esto nunca serás un hombre feliz.

—Ha sido culpa de ella —respondió—. No mía.

—¿Culpa de ella? Casi me eché a reír.

—Vete —repitió.

Sacudí tristemente la cabeza.

—Me das lástima.

En aquel momento, sentía de verdad lástima de él. Aunque su cara lo disimulara, yo sabía que los remordimientos le perseguirían hasta el fin de su vida. Más adelante le cambiaría en diferente modo, pero ahora su culpabilidad actuaría como un cuchillo, clavándose en su corazón. Era obvio que intentaba paliar su propia angustia culpando de todo a Alicia. En su mente retorcida, ella era la responsable porque se le había resistido y había llamado a Garland en su ayuda. En su mente retorcida la mujer siempre era la responsable, nunca el hombre.

Algún tiempo después, me dijo que Alicia le tentaba, le atormentaba. Por eso recibió lo que se merecía. Culpaba de ello al tipo de mujer que ella era. La odiaba y la amaba de la misma manera que odiaba y amaba a su madre.

Lo dejé en aquella habitación oscura, sentado en las sombras.

* * *

El funeral revistió importancia a pesar de que Malcolm había confiado en que fuera modesto. Acudieron gentes de todas partes, algunas de ellas recorrieron largas distancias. Conocidos de negocios, antiguos amigos, parientes, y muchas personas que sentían curiosidad por la muerte de uno de los hombres más ricos de la región.

Malcolm quería que el cuerpo de su padre fuese incinerado, y a continuación se celebrase una ceremonia corta y sencilla; pero Garland, previendo la indiferencia de su hijo, había dejado instrucciones concretas al pastor, por escrito; y cuando el reverendo Masterson sacó el documento, Malcolm no pudo hacer nada para contradecirle. Se celebraría el ceremonioso funeral y se gastaría el dinero que fuera preciso.

La única cosa afortunada, desde el punto de vista de Malcolm, fue el estado en que se hallaba Alicia, antes, durante y después del funeral. Permanecía bajo la influencia de fuertes calmantes y se movía como una sonámbula en una pesadilla; con el rostro ceniciento, los ojos ausentes, sin oír ni ver a nadie, sin decir nada. Su madre, que se encontraba muy enferma, no pudo realizar el viaje. Como yo le había dicho la noche que Garland murió, Alicia no tenía a nadie más que a mí.

Me cercioré de que se vistiera de manera adecuada, de que tomara algún alimento y de que Christopher fuese atendido. La guié por el cementerio y permanecí a su lado, a veces sosteniéndola literalmente para que se mantuviera en pie. Pude observar cómo nos observaba la gente, cómo percibieron mi preocupación por ella y cómo se impresionaron por mi manera de cuidarla.

Mrs. Whipple, una mujer de mediana edad que había sido la secretaria personal de mi suegro durante muchos años, me dijo:

—Garland le estaría muy agradecido por la ayuda que está prestando a Alicia. La quería tanto, tanto…

—Hago lo que es justo —le respondí—. No hace falta que nadie me lo agradezca.

—Por supuesto —replicó.

Los asistentes acudieron a consolar a Alicia; pero ella los miró como si fueran transparentes o invisibles. La muerte de Garland los había convertido en extraños. En cierto modo, todos aquéllos que ella había conocido por medio de su marido, o a causa de su matrimonio, murieron, dejaron de existir. Alicia ya había comenzado su transición a otro mundo, un mundo sin Garland, sin sus risas y sin su amor, un mundo lleno de ecos y recuerdos. Quizá yo me agarraba a ella con tanta fuerza porque comprendía, mucho mejor que ella misma, el mundo en el que estaba a punto de entrar. Casi era como si yo le diese la bienvenida a ese mundo, comprendiendo que iba a unirse a mí y, a partir de ese momento, ambas sufriríamos de una misma soledad.

Durante el mes siguiente, Alicia fue prácticamente una inválida. Bajo una gran tensión todavía y tomando medicamentos, era necesario recordarle a menudo cosas simples que debía hacer, como bajar a desayunar o a cenar. Escogió por sí misma vestidos más oscuros y más simples. Seguía estando muy pálida. Su corazón roto le había oscurecido la mirada y los ojos parecían tan vacíos como los de algunos de los animales disecados que se exhibían en la sala de los trofeos. La única cosa que ponía un poco de luz en su rostro era Christopher. De no haber sido por el niño, Alicia probablemente no hubiera salido de su habitación.

Durante los días del luto, Malcolm se comportó como si Alicia no estuviera ya en la casa. Cada vez que la veía, miraba a través de ella, más allá de ella. Jamás le hablaba y ella tampoco le dirigió la palabra a él. Malcolm no me hizo ninguna pregunta sobre ella. Yo sabía que ése era su modo de huir de su propia culpa. Quizá Malcolm esperaba que Alicia languideciese y muriera y que la responsabilidad de él por lo que había ocurrido nunca fuese revelada.

Naturalmente ella favoreció esa actitud, caminando por la casa como un fantasma, vestida de negro, de gris oscuro o de azul marino, sin maquillaje, con el cabello recogido atrás severamente y siempre evitando la mirada de Malcolm.

Nuestras cenas, cuando Alicia venía, eran como fiestas de funeral. Ella comía despacio, de forma mecánica. Malcolm, inmóvil en su asiento, miraba frente a él formulándome a veces alguna pregunta o haciendo un comentario. Jamás había una conversación larga; tan sólo preguntas y respuestas escuetas. Aunque Alicia comiera, los dedos le temblaban al pinchar la comida con el tenedor. Cortaba la carne con lentitud y esfuerzo, como si el cuchillo no cortase. No se daba cuenta ni de cuándo había terminado. Malcolm se levantaba de repente y se alejaba de la mesa, y ella alzaba la mirada, sorprendida. Era como si en aquel momento comprendiera que estaba allí, sentada.

Miraba patéticamente el lugar de Garland. La ausencia del plato y los cubiertos la apenaba cada vez que se sentaba a la mesa para cenar. Yo estaba segura de que ése era el motivo por el que se resistía a venir.

Y cuando miró a Malcolm, vi su mirada confusa. Supuse que estaba intentando situar los acontecimientos en alguna perspectiva, organizarlos de modo que pudiera enfrentarse a ellos. Malcolm parecía tan Sereno y tranquilo como siempre. Ella no pudo apreciar ningún cambio en él. Quizá todo había sido un sueño, y Garland iba a bajar a cenar en cualquier momento. Una vez me pareció que ella estaba esperándole. Hubo que decirle que comenzara a cenar.

Malcolm no permitió que esta presencia fantasmal en las cenas le turbara. Tenía buen apetito. Nada le debilitaba. Si estaba atormentado por cualquier pesadilla, nunca lo supe. Parecía satisfecho con la situación presente, en especial con la situación que existía entre Alicia y él.

Pero la actitud de ella empezaba a crisparme los nervios y estaba asustando a los niños.

Un día, me decidí por fin a que tuviéramos una conversación seria. Consideraba que ya era suficiente. Confiaba que, una vez se hubiera recuperado de la muerte de Garland, pensaría en abandonar Foxworth Hall. Me pareció lógico desear empezar de nuevo en algún otro lugar, una vez se hubiera aclarado la situación financiera. Alicia podía encontrar otro marido. ¿Qué hombre no desearía una mujer hermosa y rica, con un niño tan bello?

—Ninguno de nosotros se siente feliz después de lo sucedido —le dije—; pero aún tienes responsabilidades. Todavía eres Mrs. Garland Christopher Foxworth y, como esposa de Garland, deberías sobreponerte a tu aflicción y comenzar a cuidar de tu hijo como es debido.

Alicia estaba a punto de llorar; pero no se lo permití, aunque me daba mucha pena verla allí sentada en la cama, con un aspecto tan frágil como un polluelo de petirrojo. La desesperación le había robado todo el color de la cara.

—¿Qué clase de ejemplo estás dando a Christopher? ¿Y a Mal y a Joel? —continué—. Todos ven lo que eres y lo que estás haciendo. Tu actitud está convirtiendo esta casa en un depósito de cadáveres.

—Oh, Olivia, no puedo acabar de convencerme de que Garland se ha ido.

Se apretó las manos y comenzó a retorcerlas como si estuviera escurriendo unas invisibles ropas mojadas.

—Ha muerto y no debería ser una sorpresa tan grande. Hace algún tiempo tuve contigo una discusión acerca de tu matrimonio, y ya te comenté que él moriría mucho antes que tú. No parecía importarte.

—Me importaba. Pero no podía creer que sucediera.

—Intenté advertirte que vivías en un mundo de sueños. Ahora estás viviendo en la realidad, tal como yo he tenido que vivir desde el primer día que entré en esta casa.

Alzó la mirada bruscamente. Eso sí lo comprendió.

—Eres mucho más fuerte que yo, Olivia. No tienes miedo de nada; tú no tienes miedo de estar sola.

—La vida te hace fuerte. Si no permites que te endurezca, te matará. ¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres abandonar a tu hijo?

—¡No!

—Entonces sacúdete esta autocompasión y sé una madre para tu niño.

Asintió con lentitud.

—Sé que tienes razón. Estoy en deuda contigo por muchas cosas… Desde el primer día que llegué aquí supe que eras una mujer inteligente y sensata. Malcolm nunca te intimida, haga lo que haga.

—Vístete, baja a cenar y acaba con esta complacencia tuya en el dolor —le ordené.

Quizás hubiera debido dejar que se quedara para siempre con su luto. Quizás hubiera debido animarla a eso. Mi breve charla fue demasiado efectiva. Cuando bajó a cenar aquella noche inició una recuperación bastante rápida. El dolor, por mucha melancolía que infunda, se suaviza poco a poco. Y aquella noche Alicia apareció en la mesa como si acabase de despertar de un largo sueño. Se había pintado las mejillas y los labios, vestía un brillante traje azul y llevaba uno de los collares de diamantes que Garland le regaló. Ya me había olvidado de lo hermosa y encantadora que podía ser. En el momento en que Alicia entró en el comedor, me di cuenta de que había resucitado algo más que la hermosura de Alicia. Los ojos de Malcolm se desorbitaron; su cara fúnebre se desvaneció. No sólo volvió a mirarla de un modo intenso, sino que, antes de que terminase la cena, le habló directamente. Adoptó sus maneras altivas mientras le explicaba algunos de los detalles de la situación financiera de Garland y cómo pensaba invertir el dinero de ella.

—Pasará algún tiempo todavía antes de que las cosas se hayan aclarado por completo —dijo Malcolm—; pero pronto podré tener una buena sesión contigo y explicarte tu situación económica.

—Gracias —le respondió Alicia.

—¿Por qué se necesita tanto tiempo? —pregunté yo—. Cuando mi padre murió, las cosas fueron más rápidas.

—No estaban tan complicadas. Mi padre insistió en incluir algunas cláusulas difíciles que los abogados han de elaborar. Nuestro dinero está invertido en diferentes campos. Tu padre era un comerciante, no un inversionista. Su fortuna ya debería haberse duplicado en este momento —dijo con toda intención.

—Está bien, Olivia —intervino Alicia—. Estoy segura de que no se tardará mucho.

Malcolm se mostró muy complacido con aquel comentario. Era casi como si ella hubiera acudido en su defensa. Si quiere ser la tonta, pensé, que lo sea.

Su recuperación continuó. Cuidó de Christopher y, como antes, dedicó la mayor parte del tiempo a todos los niños. Salió para comprar ropa nueva para ella y para su hijo, y cada día estaba más fuerte, más espléndida e incluso más bonita.

Vi cómo observaba Malcolm la recuperación de Alicia. Aunque no se decían más que lo necesario, me sorprendió comprobar lo cortés que ella se mostraba con él. Yo pensé que le culpaba de todo lo ocurrido, y que seguramente le despreciaba. ¿Cómo podía siquiera mirarle? ¿Es que no había odio ni ira en ella? ¿Era Alicia tan inocente y tan pura que la venganza no podía encontrar un rincón en su pecho? Su tolerancia, su blandura, el retorno de su felicidad, me enfurecían. Yo había esperado incluso que ella planeara algo contra Malcolm; que acudiera tal vez a mí para llevar a cabo un plan que le obligase a darle más dinero, ya que eso sería lo que más podía herirle, un aumento de la liquidación.

Pero Alicia se mostraba confiada y paciente. ¿No comprendía acaso lo peligroso que era ser amable con un hombre como Malcolm? Cuando ya no pude soportarlo por más tiempo, me enfrenté con ella y quedé atónita ante lo que opinaba.

—Malcolm también debe estar sufriendo —argumentó—. Era su padre. Y tendrá que vivir con eso.

—Fíjate en lo bien que está viviendo con eso —respondí—. ¿Le ha frenado un poco siquiera? Se ocupa de los negocios con el mismo vigor que antes. Incluso se siente más satisfecho porque Garland no está a su lado inquiriendo acerca de lo que hace.

—A lo mejor lo finge.

—¡Fingirlo! ¿Sabes quizá que Malcolm no quería gastar ni la mitad de lo que se gastó en el funeral de Garland? ¿Sabes que todavía se está quejando de ese despilfarro?

Alicia me sonrió como una monja que rehúsa admitir la violencia y la crueldad en el mundo que Dios creó. Todo tenía una razón, un propósito, que se explicaría en el más allá. Era incapaz de enfrentarse a la realidad y de admitir la existencia del mal en el corazón de los hombres.

—Comprendo sus motivos. Le resultaba un trance demasiado duro y quería que fuese un funeral sencillo para que le resultara más fácil soportarlo.

—Eres tonta —declaré—. A Malcolm solamente le importaba su coste, y no el significado. ¿Por qué no insistes en que apresure las cuentas de tu herencia?, ¡quién sabe lo que estará haciendo para estafarte!

—Yo no sabría ni por dónde empezar, Olivia. Nunca he tenido cerebro para los negocios. Estoy segura de que Malcolm cumplirá los deseos de Garland —terminó.

—¿Quieres languidecer aquí para siempre jamás, esperando? Eres joven, todavía muy hermosa. ¿No imaginas una nueva vida para ti y para tu hijo?

—No sé —dijo mirando a su alrededor—. No me imagino abandonando Foxworth Hall. El espíritu de Garland todavía permanece en esta casa. ¿No debe su hijo crecer aquí?

Me senté, frustrada ante tanta simplicidad, ante una confianza y una fe tan inocentes.

—¿Has pensado en volver a casarte? —sugerí—. ¿Crees que si tuvieras un nuevo marido él querría venir a vivir aquí? ¿Supones que Malcolm lo toleraría?

—Oh, no quiero pensar en un nuevo marido —sonrió como si esa idea fuera absurda.

—Estás cometiendo un error —le advertí—. Deberías estar haciendo planes para tu futuro y el de tu hijo. Nadie va a hacerlos por ti, y menos Malcolm. Olvida el pasado.

—Hay tiempo para eso. No creo que nadie tuviera tanta prisa.

—Yo la tendría.

—No, tú no la tendrías.

—Te aseguro que sí —afirmé acalorándome de ira—. Yo lo haría. Y algún día desearás haberme escuchado.

Algún día que iba a venir mucho antes de lo que suponía yo.