Después del nacimiento de Christopher, Garland comenzó a pasar gran parte del tiempo en la casa. Malcolm declaraba que estaba satisfecho al no tener a su padre enredando en la oficina.
—No comprende los intríngulis de las altas finanzas y tengo que pasar demasiado tiempo aclarándole las cosas. Molesta a todo el mundo con sus preguntas. Es mejor que se comporte como un hombre retirado. Me gustaría que se jubilara oficialmente.
Garland nunca hizo nada con intención de molestarme; sin embargo, para mí resultaba incómodo tenerlo tanto tiempo a mi alrededor porque me veía obligada a ser testigo de su amor por Alicia.
Se hallaba siempre cerca de ella, contemplándola cuando amamantaba al bebé, y después los llevaba a pasear, caminando o en coche. De tanto en tanto me pedían que los acompañase; pero yo siempre rehusé. Las pocas veces que atrapé mi reflejo y el de Alicia en un mismo espejo, me dio la impresión de que yo parecía más la madre de Alicia que la esposa de su hijastro. Encontraba ridículo pensar en ella como suegra. Sabía que me resultaría demasiado molesto salir con ellos, a menos que Malcolm también viniera. Y entonces algo mucho más inquietante comenzó a suceder.
Antes de que hubiesen transcurrido dos meses desde el nacimiento de Christopher, Garland y Alicia comenzaron a subir a sus habitaciones en medio de la tarde. Al principio no comprendí su ansiedad por ir. Regresaban de un paseo, algo turbados, siempre muy agarrados el uno al otro, siempre besándose y abrazándose. E, incluso, llegaban a pasar junto a mí como si yo no estuviera presente.
Rodeándole él los hombros con el brazo, y abrazada ella a la cintura de Garland, subían casi corriendo la escalera y desaparecían en su suite durante la mayor parte de la tarde. Las doncellas y Lucas se sonreían con malicia al verlos dirigirse a sus habitaciones con tanta premura. En numerosas ocasiones les oí hablar de Garland y su joven esposa. En una de ellas estaba a punto de entrar en la cocina, cuando me detuve frente a la puerta medio abierta porque oí a Mrs. Steiner hablando con Mrs. Wilson.
—Es extraordinario —dijo ella—, cómo pueden estar siempre con lo mismo. ¡Nunca puedo entrar en esa habitación para limpiarla!
—Al principio también fue así con su primera mujer —recordó Mrs. Wilson.
—Qué diferencia tan grande entre Mr. Foxworth padre y su joven esposa, y Malcolm Foxworth y Olivia —comentó Mrs. Steiner—. No los he visto nunca mostrándose afecto de una manera abierta.
—¿Afecto el uno por el otro? —se extrañó Mrs. Wilson.
—Olivia es tan fría. Esos ojos grises que tiene son como dos rajas de granito. Estoy muy satisfecha de que los chicos tengan los ojos de él.
—Es verdad. Cuando Alicia se halla en una habitación, la llena con su luz y su felicidad, aunque Olivia esté en el mismo cuarto. El resplandor de Alicia es demasiado fuerte para el rostro nublado de Olivia —observó Mrs. Wilson—. Me gustaría que Alicia fuera la verdadera ama de Foxworth Hall, como sería justo. Pero es demasiado buena para ejercer su autoridad.
—Sería tan diferente como la noche y el día, ¿no es verdad? La una tiene en su rostro una sonrisa constante, y la otra sólo un mal gesto, aunque trabaje duro. Ayer le dijo a Mary que quitara el polvo del vestíbulo después de haberlo hecho yo.
—Cuando una mujer no es feliz en el amor lo pagan quienes están cerca —sentenció Mrs. Wilson.
—Por eso me gustaría que Alicia fuera el ama auténtica de Foxworth Hall.
Me alejé de la puerta, con el corazón palpitante y encendida de rabia. Temía lo que podía hacer si me quedaba escuchando más rato. ¿Estaba tramando Alicia ganarse a los sirvientes? Ella nunca les censuraba nada.
Estaba haciéndome parecer un ogro. ¿Y esa obscena pasión de ambos era admirada por los criados? ¿Dónde se hallaba la decencia? ¿Dónde había quedado la autoestima? ¿Cómo podían de todos modos ser tan ardientes y amorosos? ¿Era real o tan sólo una comedia?
Un día, intrigada por su pasión y su energía, los seguí por la escalera. Me fui a mi habitación y coloqué el oído en la pared junto a mi tocador. Lo que escuché me ruborizó.
Sus besos eran una cosa; pero el ruido de los gemidos de Garland en su éxtasis apasionado y los grititos de Alicia eran abrumadores. Les sentí en su cama y supe exactamente cuándo ella experimentó el clímax, o debería decir más bien los clímax, ya que ella gritaba con intensidad cada vez, en tanto que Garland le decía cosas como:
—Oh, amor, amor mío. Es bueno, ¿verdad? Todavía me falta mucho para ser un viejo.
Algunas veces, después de hacer el amor, se quedaban muy silenciosos y yo pensaba que se habrían dormido, pero pronto escuchaba los ruegos de ella pidiendo más, y su pasión se encendía de nuevo. Entonces yo me tendía en mi cama e intentaba imaginar lo que sentiría si Malcolm me hiciera el amor de la misma manera que su padre se lo hacía a su joven esposa. Jamás había sentido yo la necesidad de gritar como ella, y Malcolm nunca me había dicho las cosas que Garland le decía cuando ella estaba entre sus brazos.
Pronto esperé con anhelo esos momentos en que hacían el amor, fuese de día o de noche. Escucharlos, imaginarlos juntos en la cama, me excitaba mucho más de lo que leí en mis novelas.
Un día, sorprendí su conversación en el comedor y comprendí que iban a dar un paseo con el propósito de hacer el amor junto al lago. Solamente pensar en una cosa así aceleraba los latidos del corazón. Tenía el rostro tan encendido que tuve que ir a refrescarme las mejillas con agua fría. Mirando por una ventana los vi dirigiéndose al sendero que conducía al lago. Garland conducía al pequeño Christopher en su cochecito. Contemplé cómo desaparecían por una vuelta del camino y les seguí.
Me sentía culpable por ello, pero no pude regresar. Una cosa era escuchar a través de la pared; pero ver mientras hacían el amor representaba una tentación demasiado grande. Me llevaban mucha ventaja para darse cuenta de que yo iba tras ellos. Cerca del muelle donde guardábamos una canoa, existía un claro. Cuando estuve lo bastante cerca para espiarles habían extendido su manta y se habían tumbado encima. El bebé dormía.
Alicia había recuperado en seguida su antigua figura después del nacimiento. Era imposible mirarla y saber que ya era madre. Parecía más joven y más vibrante que nunca. Tenía los pechos altos y su cintura estrecha. Poseía la línea perfecta del reloj de arena.
El cabello le caía esparcido por los hombros. Estaba sentada, con su fina blusa y su vaporosa falda, y abrazaba las rodillas como si mirase al lago. Garland se hallaba sentado junto a ella, inclinado hacia atrás apoyado en las manos. Así permanecieron un buen rato, y yo comenzaba a considerarme muy tonta y muy culpable por estar espiándoles. No cesaba de mirar detrás de mí para asegurarme de que no tenía cerca a Olsen ni a ningún otro criado que pudiera descubrir lo que hacía.
De pronto Garland se volvió y besó a Alicia en la nuca. Ella echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos como si aquel simple beso fuese la llave que abría la puerta al éxtasis. Yo apretaba los dedos contra mi garganta y contemplaba fascinada cómo Garland acercaba los labios al corpiño de Alicia, desatando la cinta que lo sujetaba.
La fue despojando de sus ropas con tanta gracia y suavidad, que era como si se derritieran. Cuando ambos quedaron desnudos y se abrazaron, las dulces palabras que se decían, demasiado bajas para poder entenderlas, sonaban como un dulce canto religioso, con sus cadencias regulares y continuas. Observé cómo pasaban de la gran pasión a las caricias suaves, trasformando sus frases en risas.
Cuando ya había visto bastante y me volvía para regresar a la casa me hallé tan sin aliento y débil, que tuve miedo de dar un solo paso. Oía el llanto del bebé mientras ellos reían, y tuve que hacer varias aspiraciones profundas para recuperar el dominio de mí misma. Al fin fui capaz de caminar hasta llegar a Foxworth Hall.
Subí directamente a mi habitación y quedé allí tendida durante más de una hora, contemplando el techo, recordando con gran viveza la escena de amor que acababa de contemplar. ¡Cuánto se me había estafado! ¡Cuánto se me había quitado de lo que pertenecía a toda mujer y que yo no tendría nunca! Me sentí como si la suerte estuviera arrastrándome, empujándome por un agujero, hacia un destino que nunca hubiera querido aceptar.
Quizás algún día pintarían mi retrato con óleos oscuros y lo colgarían en las paredes de Foxworth Hall. Con mis ojos grises y mis labios pálidos y apretados con tanta fuerza, que parecían cosidos, contemplaría a mis descendientes. Mis tataranietos alzarían su mirada hacia mí y pensarían que había sido una mujer muy infeliz, una mujer perseguida por los otros rostros austeros de Foxworth Hall, una mujer afligida por su propia existencia. Y acertarían.
Mientras estaba todavía en mi habitación, oí que Garland y Alicia regresaban del lago. Reían, y sus voces eran alegres y fuertes. Ambos parecían tan jóvenes, que me sentí como si yo fuera la madrastra y Malcolm el padre de Garland.
Aquella noche, después de la cena, Garland y Malcolm tuvieron una larga reunión en la sala de los trofeos. Alicia y yo nos quedamos en el salón, atendiendo a los tres niños. Mal estaba enseñando a Joel y a Christopher sus juguetes, explicándoles su funcionamiento como si los pequeños pudieran entenderle. Entre ellos debía haber un fuerte sentimiento filial porque los menores estaban quietos, atentos y fascinados.
Alicia y yo hacíamos ganchillo. Ella era más hábil en ese menester de lo que creí al principio. Por lo visto había aprendido muchísimo de su madre antes de casarse con Garland. Sonreía a los niños y me sonreía a mí.
—Va a ser maravilloso para todos ellos crecer juntos —vaticinó—. Se casarán con mujeres hermosas y brillantes y criarán a sus hijos en Foxworth Hall.
—Quizá sus esposas no quieran venir aquí —objeté.
No podía soportar sus fantasías infantiles. Aunque la vida fuese para ella un jardín de rosas, eso no significaba que hubiera de ser lo mismo para todo el mundo.
—Claro que vendrán. No quiero decir que no vayan a existir algunas diferencias. Todo el mundo tiene sus peculiaridades; pero serán Foxworth y sus hijos continuarán las tradiciones.
—No somos de la realeza —comenté—. Ni tú ni yo somos reinas.
Se quedó mirándome un momento y después sonrió como si tuviera que complacerme. Me era difícil creer la audacia que una mente tan simple originaba. Estaba a punto de decirle lo que pensaba de su sonrisa cuando Garland y Malcolm emergieron de su téte-a-téte, y se reunieron con nosotras.
Por la expresión que había en el rostro de Malcolm pude adivinar que sus discusiones habían sido intensas, y también presentía que deseaba decirme algo; de modo que reuní a Mal y a Joel, diciendo que tenía que llevarlos arriba, y salí de la habitación. Malcolm me siguió hasta el cuarto de los niños, cosa que casi nunca ocurría. Me estuvo observando mientras yo acostaba a los pequeños.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Hemos estado discutiendo su testamento. Está redactando uno nuevo, naturalmente.
—Es lógico. Tú ya esperabas que lo hiciera.
—Yo tendré la casa y el negocio cuando él muera. Sin embargo, Alicia y Christopher podrán vivir aquí todo el tiempo que les plazca. Alicia recibirá tres millones de dólares de nuestras diversas inversiones, y Christopher dos millones, que yo administraré como crea más conveniente. Christopher dependerá de mí más de lo que yo creía.
—Todo eso debería satisfacerte —dije.
—Mi padre reconoce mis habilidades financieras, algo que tú también deberías considerar.
Lo miré fijamente.
—Las cosas no me van tan mal con mis propias inversiones —argumenté.
—Estás ganando una fracción de lo que debieras.
—Sin embargo, soy yo misma quien lo gana.
—Una estúpida terquedad. ¿Es acaso un rasgo de los Winfield?
—Más bien hubiera creído que es un rasgo de los Foxworth. Me repites continuamente lo cabezota que es tu padre, ¿y quién encontrarías más terco en sus ideas que tú mismo?
La cara de Malcolm enrojeció pero no dio media vuelta para salir de la habitación como yo esperaba que hiciera.
—Quería que supieras estos detalles —continuó—, porque deseo que me digas si presientes o sabes si mi padre tiene alguna intención de cambiarlos. Parece que Alicia te lo cuenta todo. Estoy seguro de que te hablará de esto. Me parece que no se sentirá muy satisfecha con estas disposiciones de mi padre y utilizará sus encantos para conseguir que él le dé más.
—¿Pretendes que sea tu espía, que espíe a tu padre y a su esposa?
—¿Y no lo estás haciendo? —me preguntó bruscamente.
Palidecí. Él sonrió, con una sonrisa fría y maliciosa que dejó una gran capa de hielo sobre mi corazón. No esperó que le respondiera.
—Es por tu propio interés y el de los chicos por lo que has de hacer lo que te pido —dijo y salió de la habitación sin dirigir siquiera una mirada a los niños. Nunca, desde que nacieron, Malcolm había dado las buenas noches a sus hijos con un beso.
Los miré. Ambos dormían ya. Me alegré de que fuesen todavía demasiado pequeños para comprender las palabras de su padre. Pero ¿qué les esperaba para cuando se hiciesen mayores y tuvieran que enfrentarse con lo que él les impusiese y exigiera de ellos?
Me quedé allí sentada deseando que pudieran seguir siendo bebés toda su vida.
* * *
Alicia quería trasladarse a la estancia del cisne y Garland decidió hacerlo. A ella siempre la había fascinado aquella habitación y su mobiliario y con frecuencia hacía preguntas al respecto. Malcolm se ponía muy nervioso cuando sacaba en la conversación ese tema; pero nunca creí que Alicia quisiera instalarse en el dormitorio que había pertenecido a la primera mujer de Garland. Una segunda esposa no debería querer revivir los recuerdos de la primera, pero ella, o era incapaz de comprenderlo, o no le importaba.
En cualquier caso, una noche, durante la cena, Garland anunció que Alicia iba a trasladar sus cosas a la habitación del cisne.
—Y la pequeña cuna cisne es perfecta para Christopher —opinó ella.
Malcolm dejó de comer.
—Esa habitación era de mi madre —dijo, como si nadie lo supiera.
—Y todavía lo es —respondió Garland—. De tu nueva madre —añadió mientras besaba a su mujer.
—Es difícil que pueda considerar como madre a una persona que es mucho más joven que yo —replicó Malcolm con aspereza; pero ni a Garland ni a Alicia pareció importarles.
—No quiero cambiar absolutamente nada —dijo ella—. Todo está muy bien conservado, limpio y pulido… Parece nuevo.
—¡Nadie ha dormido en esa habitación desde que mi madre me abandonó! —exclamó Malcolm.
—No debería conservarse como un museo. —Opinó Alicia, y se echó a reír.
Sé que no tenía intención de ser cruel, pero su observación se clavó como un cuchillo en el corazón de Malcolm. Hizo una mueca de dolor.
—Un museo. Eso me gusta. Un museo —repitió Garland, y unió su risa a la de su mujer.
Más tarde Malcolm despotricó y desvarió criticando el modo repugnante en que su padre cedía a todos los caprichos y deseos de su nueva esposa.
—Le está consintiendo todo como se lo consintió a mi madre —me dijo.
—¿Y cómo puedes saberlo? —respondí—. Tú eras muy pequeño.
—Era un niño precoz; veía, sabía. No había un vestido que ella deseara que no consiguiera. Tenía joyas suficientes para poder abrir una tienda. Mi padre creía que comprándole cosas sin parar podría tenerla contenta. Yo comprendía mucho más que cualquier otro chico de mi edad.
—Lo creo —admití—. Tu padre siempre está diciéndome lo difícil que le resultaba a tu madre manejarte. Eres demasiado listo, según él. Ella no podía imponerte disciplina porque tú encontrabas siempre el medio de escabullirte de sus castigos o prohibiciones. Sabías que tu madre no tenía paciencia ni tolerancia para largas discusiones. Garland cree que ella huyó por ti.
—¿Eso dice mi padre? —Apretó los dientes—. Era él quien no podía manejar a mi madre. ¿Supones que ella se habría marchado con otro hombre si él hubiese sido el marido firme y fuerte que hubiera debido ser? Pero si tenía incluso sus propios fondos personales —añadió—, de modo que podía hacer las maletas y marcharse cuando quisiera y a donde quisiera.
Se detuvo de pronto y salió de la habitación como si hubiera hablado demasiado.
¿Podría ser por ese motivo por el que Malcolm quería ejercer un control completo de mi dinero tanto como del suyo? ¿Sentía él los mismos temores respecto a mí? ¿Tenía miedo acaso de que yo pudiera abandonarle, marcharme y hacer lo que quisiera, cuando quisiera…? ¿Algo que pudiera avergonzarle y, sobre todo, algo que le recordase lo que era su madre y lo que había hecho a su padre?
No me importaba lo que pudiera pensar acerca de mi suegro, ni tampoco lo que opinara respecto a los deseos de Alicia. Al día siguiente, las cosas de su madrastra fueron trasladadas a la habitación del cisne. Las puertas estaban abiertas. Cada vez que Malcolm y yo pasábamos juntos por delante, él apresuraba el paso como si la luz irradiada desde la habitación hacia el pasillo le quemase. No miraba hacia adentro. Actuaba como si esa habitación ya no existiera. Por lo menos, eso es lo que yo pensé hasta que un día hizo una observación que me dejó pensativa.
—Es repugnante lo que ahora sucede en esa alcoba —dijo, y comprendí que o bien había pasado frente A la estancia mientras ellos hacían el amor o bien pegado la oreja en la pared de la sala de trofeos para escucharles. ¿Podía haber hecho algo así? ¿Lo había hecho? La curiosidad me condujo un día a la sala de trofeos mientras él estaba en su oficina y ellos en la habitación del cisne.
A principios de nuestro matrimonio, Malcolm había dejado bien sentado que la sala de trofeos era su santuario privado, una pieza masculina en todos los sentidos de la palabra. Siempre que pasaba a la sala y asomaba la cabeza olía humo de cigarro. Pensé que el olor se había impregnado en las paredes. En cierto aspecto, me recordaba el estudio de mi padre, pero había muchas diferencias. Mi padre tenía una cabeza de venado con grandes astas. Se la había regalado un cliente satisfecho. La sala de trofeos de Garland y Malcolm era solamente eso, una habitación llena de feos animales.
Había una cabeza de tigre y otra de elefante, con la trompa alzada. El padre de Garland los había abatido en un safari. Garland tenía en su haber un oso pardo, un antílope y un puma, a los cuales cazó durante viajes de caza en el Oeste americano. Malcolm acababa de comenzar su propia colección. Dos años antes consiguió un oso gris. Ahora hablaba de ir a un safari en África tan pronto como los negocios le permitieran ausentarse durante un tiempo. Garland le decía a menudo que podía permitirse esas vacaciones, que él vigilaría los negocios mientras estuviese fuera; pero Malcolm no quería ni oír hablar de ello.
En la pared del fondo se hallaba una chimenea de piedra de seis metros de largo por lo menos. Había ventanas a ambos lados con cortinas de terciopelo azul. La repisa de la chimenea aparecía llena de cosas procedentes de diversas expediciones de caza. Arrimado a una pared había un sofá de cuero marrón oscuro y una butaca a juego. Frente al diván, dos mecedoras y un sillón de cuero negro con una mesita al lado. Se veían ceniceros, esparcidos por todas partes.
Una vez dentro, cerré las puertas con suavidad y me acerqué a la pared de la izquierda, al otro lado de la cual Garland y Alicia yacían en la cama cisne. Pero cuando apliqué el oído, como había hecho con frecuencia en mi propia habitación, casi no pude percibir sus voces. Esta pared era demasiado gruesa. Frustrada al no poder confirmar mis sospechas, me marchaba ya cuando vi un retrato de Garland, mucho más joven, vestido con traje de safari, un pie alzado sobre los restos de un tigre. El cuadro estaba torcido. Lo moví, con la intención de enderezarlo, y descubrí un agujero en la pared.
No era muy grande, pero resultaba evidente que había sido horadado minuciosamente con algún instrumento afilado. Miré por el orificio y vi a Garland y a Alicia desnudos en la cama cisne. Di un respingo y retrocedí, observando a mi alrededor la sala de trofeos, aterrorizada ante el peligro de ser descubierta.
¿Desde cuándo existía allí aquel taladro? ¿Lo hizo Malcolm tan pronto como Alicia se instaló en la habitación del cisne? ¿O llevaba tiempo en aquel lugar hecho quizá por un chico de cinco años?
Dejé el retrato tal como lo había encontrado y salí sigilosa de la sala de trofeos, con la aguda sensación de ser un ladrón que había robado algún gran secreto. Nunca revelaría a Malcolm lo que acababa de descubrir. Estaba segura de que él negaría saber nada de aquello; y lo peor sería mi propia vergüenza al permitir que él se enterase de que yo había descubierto que estaba más interesado en el modo de hacer el amor de Garland y Alicia que en el nuestro.
¿Tanto le había seducido la esposa de su padre? ¿Le excitaba espiarles en la misma medida que me excitaba a mí? Mis preguntas encontraron respuesta un día caluroso de verano.
Alicia y yo habíamos acabado de dar la comida a los niños. Era una de las escasas ocasiones en que Garland iba a la oficina. Christopher ya tenía año y medio. Joel contaba dos y medio y Mal había cumplido cinco. Malcolm decidió que contratásemos un tutor que impartiera a Mal y a Joel la primera enseñanza en El aula del ático, que había sido la de Malcolm y sus antepasados, sería ahora el aula de la nueva generación. A este fin contrató a un caballero maduro, Mr. Chillingworth, un maestro dominical retirado. Mal le odiaba, y yo pensaba que era demasiado frío y severo para una criatura pequeña; pero Malcolm consideró que era la persona perfecta.
—Disciplina, eso es lo que necesitan en sus años tempranos. Es cuando formarán los hábitos de estudio para el resto de sus vidas. Simon Chillingworth es perfecto para esa tarea. Él fue mi maestro dominical —terminó.
A pesar de ello, cada vez que Mr. Chillingworth venía para dar clase a Mal, éste se resistía, agarrándose muchas veces a mi falda y suplicándome que no lo hiciera ir arriba. Pero Malcolm se mostró implacable. Lo único que yo podía hacer para calmar el miedo de Mal era permitir que Joel subiera con él, aunque era demasiado pequeño para recibir lecciones. Malcolm aprobaba que Joel estuviera presente en la clase porque creía que aprendería algo por el hecho de estar presente.
Mr. Chillingworth llegaba después del almuerzo para sus tres horas y media de tutoría, y Mal y Joel subían al ático con él. En aquel día especial de verano, me dio pena que tuvieran que subir a la calurosa aula y ofrecí el salón del norte, el más fresco, a Mr. Chillingworth. Pero no quiso saber nada de ello.
—Hay brisa suficiente que entra por las ventanas de la buhardilla —declaró—, y quiero utilizar las pizarras y los pupitres. Además, los niños han de aprender a soportar las molestias. Les hace ser mejores cristianos.
Vestí a los pequeños con las ropas más ligeras que pude y moví la cabeza en un gesto compasivo. Alicia casi lloraba por ellos. Juró que aquella noche hablaría con Malcolm; pero yo se lo prohibí.
—No necesito que hables en mi nombre —le dije—. Y no estoy del todo en desacuerdo con mi marido —añadí.
Era mentira; pero la idea de que Alicia lograse que Malcolm hiciera algo que yo había deseado me enfurecía.
—Muy bien —repuso—, pero esos pobrecillos…
Llevó a Christopher arriba para que durmiera la siesta y volvió poco después, quejándose todavía del bochorno que nos agobiaba dentro de casa. Yo me retiré al fresco salón para leer un poco, pero ella estaba demasiado inquieta y abrumada por el calor para relajarse.
—Olivia —me dijo—, ¿nunca has deseado bañarte en el lago?
—¿Bañarme en el lago? No, ni siquiera tengo traje de baño —respondí, y volví a mi libro.
—Podríamos ir para un chapuzón rápido sin trajes —dijo.
—¿Sin trajes de baño? Sería difícil —respondí—; y además no tengo ganas de hacerlo.
—¡Qué lástima! Bueno —decidió—, me parece que yo sí voy a hacerlo.
—No quiero ni oír hablar de ello —objeté—. Es algo que una dama no debe hacer —añadí.
—Pamplinas —respondió—. Garland y yo lo hemos hecho con frecuencia.
Sé que palidecí, pues les había espiado en una de aquellas veces. Ella no pareció darse cuenta de mi aspecto culpable. Salió para coger unas toallas y se encaminó al lago.
Tan pronto como oí que se cerraba la puerta de entrada miré por la ventana y la vi apresurándose en su camino hacia el agua. Sin embargo, antes de que desapareciera de la vista, Malcolm se acercó con su auto. Me sorprendió que regresara a casa tan temprano, pero imaginé que tal vez quería comprobar el progreso de la educación de Mal. Vi que contemplaba a Alicia alejándose.
Entonces, ante mi gran sorpresa, en vez de venir directamente a casa, la siguió en aquella dirección. La ardiente brisa estival agitaba las cortinas de encaje; los insectos que intentaban huir de los rayos directos del sol golpeaban las persianas con sus cuerpos frágiles. Por un momento, no fui capaz de moverme.
Entonces, abandoné corriendo el salón y salí por la puerta principal. Iba aprisa pero caminaba con sigilo, como era mi costumbre cuando quería espiar a Alicia y Garland. ¿Cuáles eran las intenciones de Malcolm? ¿Por qué la había seguido? Antes de llegar al lago oí la voz de ella y me agaché detrás de una gran mata para vigilar.
Alicia ya estaba desnuda y en el agua. Malcolm se encontraba de pie en la orilla, y se había quitado la chaqueta y la camisa.
—No te acerques más —le advirtió ella, cruzando los brazos sobre el pecho y manteniéndose hundida en el agua—. Vuelve a casa, Malcolm.
Él se echó a reír.
—A lo mejor me llevo tus ropas —dijo haciendo un movimiento en dirección a las prendas de Alicia.
—¡No te atrevas a tocar nada! ¡Vete!
—Vamos, Alicia, seguramente no te divierte estar ahí dentro tan sola.
—He venido nada más que a darme un chapuzón para refrescarme. Garland llegará a casa en cualquier momento.
—No, está ocupado en negocios en Charlottesville. Tardará bastante en regresar a casa.
—Vete —repitió ella, pero Malcolm no se movió.
—A mí también me gustaría refrescarme, Y es más divertido hacerlo en compañía.
—Entonces vete a buscar a tu esposa, tráela y deja de perseguirme.
—Escucha, no es posible que estés completamente satisfecha con ese viejo.
—Garland no es un viejo —protestó ella—. En muchos aspectos es veinte años más joven que tú. Él sabe cómo reír y divertirse. Tú no tienes idea de nada que no sea ganar dinero. No sabes ni siquiera tratar adecuadamente a tu mujer.
Malcolm se quedó mirándola; pero no continuó desnudándose. Las palabras de Alicia le habían ofendido.
—Sólo eres una niña —le dijo despacio, con ira creciente—. Te casaste con mi padre porque es rico y esperas que muera pronto, dejándote una fortuna…, pero las cosas no serán así. Te lo prometo.
—Vete de aquí —insistía ella.
—No creo que sea eso lo que de verdad deseas —respondió Malcolm, dulcificando su voz. Dejó caer los pantalones y ella se adentró más en el agua.
—¡Vete!
—Ya te lo he dicho; yo también tengo calor.
Se deslizaron los calzoncillos. Una vez desnudo, comenzó a entrar en el agua en dirección a Alicia.
—No pensarás gritar —dijo Malcolm—. ¿Acaso te interesa que vengan los criados? Garland quizá no lo comprendería.
—Eres un diablo —dijo ella: nadó hacia la derecha y él la siguió.
—Eres tan hermosa, Alicia —exclamó Malcolm—. Tan hermosa… Hubieras debido ser mi mujer, no la de él.
Alicia no esperó que Malcolm llegara a su lado. Pateó y nadó hacia la orilla. Él la persiguió; pero cuando la joven llegó al borde del lago se volvió hacia mi marido.
—¡Déjame tranquila! —Chilló, y su ímpetu le hizo detenerse en el agua—. A partir de este momento, Malcolm, déjame tranquila o me obligarás a contar a Garland cómo estás siempre intentando seducirme.
¿Qué estaba diciendo Alicia? ¿No era ésta la primera vez que Malcolm hacía algo así?
—Hasta ahora te he protegido y no le he contado nada para que la familia disfrute de paz, ¡pero se acabó! Te odio y te desprecio, Malcolm Foxworth. No eres ni la mitad de hombre que tu padre. ¡Ni la mitad! —vociferó.
Salió del lago, recogió sus ropas y su toalla en la que se envolvió rápidamente, y se encaminó hacia unos matorrales, por fortuna lejos de donde yo estaba.
Observé a Malcolm. Se quedó mirándola un momento y después comenzó a salir.
—Mi madre no lo creía así —murmuró, con voz solamente audible para mí—. Huyó con algún hombre que no valía ni un centavo.
Y se dirigió hacia sus ropas en vez de perseguir a Alicia. Ella estaba ya casi vestida y se encaminaba a la casa. Yo me agaché un poco más detrás del matorral. Estaba desolada, no tenía a nadie y era traicionada una y otra vez. Poco a poco, con gran lentitud, me desplomé en el suelo y comencé a llorar en silencio. ¿Dónde estaban la seguridad, la verdad, la honradez? Malcolm me había utilizado para sus propósitos y me había perseguido por mi dinero, el cual todavía confiaba poder controlar. Entre nosotros no había ni el más ligero cariño.
Después de vestirse emprendió cautelosamente el camino de regreso a casa, cuidando de no estropear su costoso traje entre las zarzas. Hablaba consigo mismo cuando pasó por mi lado.
—Pagará por este día de insultos, y lo pagará con creces —murmuraba—: Esa pequeña consentida, esa mujerzuela no es posible que ame a un tipo viejo como mi padre. Está haciendo su juego. A partir de ahora yo jugaré el mío con más sutileza.
A partir de aquel momento, cuando Garland no estaba presente, Malcolm trataba a Alicia con asco, desdén y una rudeza que bordeaba la crueldad. Algunas veces me sentí impulsada a defenderla, a enfrentar a Malcolm con la escena que había visto en el lago; pero nunca lo hice.
A pesar de que hubiera rechazado a Malcolm, yo estaba enfurecida con ella por ser tan hermosa y tentadora. Dejé que el fuego ardiera entre ellos, el fuego de la ira y la pasión de Malcolm, un fuego que la quemaba y chamuscaba.
Garland debía estar ciego de amor o era demasiado escéptico para creer cualquier cosa que su mujer le contara sobre Malcolm, pues nunca me enteré de que se enfrentara con su hijo. De todos modos, a medida que pasaba el tiempo, me pareció que algo le sucedía. Garland y Alicia todavía eran apasionados y cariñosos el uno con el otro, pero él parecía envejecer rápidamente. Observé que hacía siestas más largas, solo. Su apetito voraz disminuyó. En su segundo invierno en Foxworth Hall tuvo un resfriado prolongado y fuerte que casi terminó en pulmonía.
Durante todo ese tiempo, Alicia no cesaba de acercárseme buscando guía. Yo sabía que intentaba llegar a mí, lograr que yo la ayudase, sobre todo en lo que concernía a su relación con Malcolm; pero permanecí distante, fría y sin mostrar interés. Aquello que yo había deseado que sucediera estaba comenzando a suceder. Desapareció la alegría de su voz. Ya no era bulliciosa y enérgica. Dejó de salir con sus jóvenes amigas y pasaba más tiempo sola, esperando que Garland regresara a casa o se despertara de una larga siesta. Rehuía a Malcolm cuanto le era posible. Se ocupaba afanosamente de Christopher, que ya tenía casi dos años y medio. Ella fue quien inició a Mal en el piano, con gran disgusto de Malcolm. Tanto mi hijo mayor como el pequeño demostraban un talento natural para la música; pero su padre tenía la idea de que los músicos eran hombres débiles y afeminados que ganaban poco dinero.
Pensé que, con aquellas lecciones, Alicia se vengaba de Malcolm. Permití que prosiguieran porque a los chicos les encantaba y porque molestaban a mi marido.
Durante algún tiempo, yo fui una espectadora, observando la infelicidad, complaciéndome un poco en ello; en cierto modo contribuía a aliviar mis propias penas.
No comprendí que mi placer egoísta permitió el crecimiento de algo más. Sin darme cuenta, había abierto Foxworth Hall a más demonios del corazón y la mente, que se instalaron en las sombras y esperando su oportunidad para actuar.
No tardaría mucho en presentarse la oportunidad, y los demonios causarían con su llegada más miseria de la que yo jamás imaginé que pudiera alentar en las habitaciones vacías y frías de Foxworth Hall.