Pasaban los días, los meses y los años, deslizándose como granitos de arena por un reloj de arena infinito. Yo sólo encontraba consuelo en las plegarias y el trabajo. Cruthers había aparecido un par de veces más por Foxworth Hall, la primera vez para comunicar el nacimiento de una niña sana llamada Cathy; y la segunda, ocho años después, para darnos una noticia todavía más sorprendente: el alumbramiento de mellizos, un niño y una niña, también sanos y perfectos. Parecía que la familia Christopher y Corinne era toda hermosa e inteligente. Mr. Cruthers nos informó de que los hijos eran conocidos en la ciudad como las muñecas de Dresden, a causa de su hermoso cabello rubio, sus ojos azules y su tez inmaculada.
Nunca hablé a Malcolm de las visitas de Mr. Cruthers. Su ataque le había envejecido con gran rapidez, aunque parecía haber alcanzado un punto a partir del cual ya no podía degenerar más.
Como era natural, cambió su carácter. Al principio, después de su doble ataque, de parálisis y de corazón, todavía le quedaba un poco de espíritu luchador. Por aquel entonces, no había aceptado su condición como permanente. Pero, ahora, sentado en su silla de ruedas, ya no había nada de aquella postura impaciente, rígida, que revelaba la batalla que se libraba en su interior. El desafío que en otro tiempo había en su mirada había ido desapareciendo, al tiempo que sus ojos se debilitaban como velas cuyas llamitas se iban empequeñeciendo cada vez más, hasta perder la antigua energía.
Y las sombras comenzaron a moverse alrededor de Malcolm. Con frecuencia le encontraba satisfecho por estar sentado en el rincón más oscuro de su habitación o del vestíbulo. Aquel hombre, que en otra época se había movido con tanta energía y poderío, que parecía fabricar su propia luz, ahora permanecía postrado, envuelto en la oscuridad. Poco a poco, con una concienzuda decisión, las sombras de Foxworth Hall iban reclamándole.
Aunque su habla había mejorado hasta el punto de poder ser comprendido por todos, comenzó a huir de la conversación. Sus enfermeras, y había tenido casi una docena a través de los años, aprendían a leer sus gestos y sabían lo que deseaba cuando él agitaba la mano o hacía un signo con la cabeza. Las únicas veces en que se alzaba su voz, era cuando se unía a John Amos y a mí en nuestros rezos diarios.
Yo sabía que sus esfuerzos por sobrevivir y soportar el dolor y las humillaciones de la edad y la enfermedad, provenían de su gran deseo de creer en su propia redención. Pedíamos a Dios que quisiera hacer buen uso de nosotros, y le rogábamos su perdón.
Yo pasaba del mundo de la religión al mundo de los negocios, sumergiéndome de lleno en el trabajo Y las demandas exigidas por cada asunto, ya que, mientras estaba ocupada, me sentía consolada y segura. Llegué a temer los momentos tranquilos en los que podía gozar de un descanso. Relajarme suponía enfrentarme a mis recuerdos, los cuales revoloteaban dentro de mí, zumbando en el fondo de mi mente como un círculo de insectos dementes, buscando una oportunidad para horadar mi fortaleza de relativa paz. Percibía el eco de extrañas voces; sombras y fantasmas se deslizaban por los pasillos, resucitados por uno de los viejos Juguetes de Mal o de Joel, o del piano, ahora silenciado para siempre en la sala, o del antiguo cuarto de Corinne.
Intentaba esquivar partes enteras de la casa, permaneciendo siempre alejada del ala norte. Tenía cerrada con llave la puerta de la habitación del cisne, y también la de la sala de trofeos de Malcolm. Mandé subir al ático algunos muebles, baúles, cuadros y ropa. Hice todo lo que pude por mantener alejado el pasado, por encerrarlo detrás de un muro protector de distancia y tiempo; pero siempre encontraba medios para infiltrarse.
También los recuerdos y el tiempo me hicieron pagar mi tributo. Mi vida estaba otra vez teñida de gris, como antes de venir a Foxworth Hall, y como siempre había temido que fuese. Pero ahora ya no temía al gris, me había integrado en él. Era mi único color: el de mi pelo, el de mis ojos, el de mi ropa…, era el color de mis esperanzas, el color de mi vida.
Ésa era yo; en eso me había convertido. La plegaria y el trabajo me habían endurecido hasta convertirme en una estatua. Pero estaba convencida de que era lo que Dios quería, lo que había designado para nosotros.
* * *
Una carta, una perfumada carta de color rosa, lo cambió todo. Una tarde, mientras seleccionaba el correo, encontré un sobre rosa pálido, sorprendente entre las formales cartas comerciales, siempre blancas. Estaba dirigido a Mr. y Mrs. Malcolm Neal Foxworth. Reconocí en seguida la letra. Todavía tenía aquellos adornos infantiles; pero ahora el trazo era tembloroso, lo cual me pareció extraño. Permanecí quieta durante unos minutos, contemplando el sobre sin abrirlo. ¿Qué podía ahora querer Corinne de nosotros? ¿No había hecho bastante? Sin embargo, mi corazón saltaba de gozo al reconocer aquella escritura infantil. Cuánto añoraba la vida y el amor que Corinne había traído a Foxworth Hall… El único calor que quedaba en mi vida había huido con ella y con Christopher. ¿Nos echaba tanto de menos como nosotros su presencia? Tenía que descubrirlo. Con dedos temblorosos abrí el sobre.
Al tocar la carta la sentí tan suave y cálida como si estuviera hecha con su misma carne. Tenía el pulso tan agitado que martilleaba hasta las puntas de mis dedos. Al comenzar a leer, oía la voz de Corinne y veía sus ojos azules suplicantes:
Queridos padres:
Sé lo extraño que debe ser para vosotros recibir una carta mía después de tantos años. Por desgracia, la primera carta que os escribo ha de llevaros una trágica noticia. Mi Christopher, nuestro Christopher, hermoso y gentil, a quien sé que amabais a pesar de todo, ha muerto.
Sí, muerto. Lo mató un conductor borracho. ¡El día que cumplía treinta y cinco años!
Pero también hay buenas noticias. Hemos sido bendecidos con cuatro hermosos hijos, todos con el cabello rubio y los ojos azules, con unas facciones perfectas, niños adorables e inteligentes, niños que estaríais orgullosos al llamar nietos vuestros. Tenemos un hijo, Christopher, de catorce años; una hija, Cathy, de doce; y los mellizos, Cory y Carrie, de cuatro. Christopher los amaba con locura y ellos le correspondían del mismo modo.
Y ahora Christopher estaba progresando tanto. No pudo ser médico. Fue un sacrificio terrible, pero lo aceptó de buen grado en nombre del amor. Fue doloroso verle dejar sus estudios y emprender otra profesión para que pudiéramos vivir y criar nuestra propia familia en un ambiente de confort y seguridad. Pero no culpo a nadie. Y tampoco lo hacía él. Jamás dejo de amaros y de hablar de vosotros y de todo lo que habíais hecho por él. Debéis creer lo que digo porque es verdad. Por favor, por favor, creedme. Seguramente le recordáis y sabéis cómo era. Siguió siendo igual hasta el día de su muerte.
Os escribo ahora porque la desaparición de Christopher nos ha dejado al borde de la miseria. Estoy vendiendo todo lo que poseo de valor para poder seguir viviendo. Ya sé que la culpa es mía, pues nunca fui lo bastante seria para aprender algo que ahora pudiera servirme como solución práctica. Acepto plena responsabilidad por ello. Mamá era un modelo excelente; pero yo nunca pude tener su fortaleza y su valor.
Os suplico ahora que consideréis nuestra petición y nos miréis con ojos de perdón. Sé que recuperar vuestro amor es cosa difícil, pero estoy dispuesta a hacer lo que sea, cualquier cosa, para volver a ganármelo. Por favor, pensad en permitirnos regresar a Foxworth Hall, para que mis hijos puedan crecer felices rodeados de cosas buenas. Por favor, rescatadnos.
Prometo que seré perfecta, obedeceré cuanto me digáis y satisfaré todos vuestros deseos. Mis hijos están bien educados y son inteligentes, comprenderán y cumplirán lo que se exija de ellos. Tan sólo pedimos una oportunidad para intentarlo.
Por favor, tened compasión de nosotros y recordad que son Foxworth, aunque nosotros creímos que era mejor adoptar el nombre Dollanganger, otro de nuestros antepasados.
Esperaré con ansiedad vuestra respuesta. Soy una mujer destrozada, perdida y muy asustada.
Con amor,
CORINNE
Al pie de la carta había manchas de lágrimas. No supe si eran mías o de ella. ¡Christopher muerto! A pesar de lo convencidísima que estaba de su equivocación, de que su amor era un pecado, jamás les hubiera deseado algo semejante. Dios, ciertamente, era vengativo. Intenté levantarme, pero la habitación parecía dar vueltas, y las sombras y los fantasmas se retorcían veloces a derecha y a izquierda, riendo, burlándose de mí con sus terribles fauces abiertas. ¿Qué había hecho yo? ¿Qué había hecho? ¿Es que Dios no entendió mis plegarias? No soportaba pensar eso. Tenía que haber alguna otra explicación. Mi mente la buscaba frenética, hasta que pensé en John Amos. Él lo sabría, él diría lo que se debía hacer.
—Dios ha enviado su mensaje —entonó, arrugando la delicada carta color de rosa en su huesuda mano.
—¿Un mensaje, John Amos? ¿Qué tipo de dios haría algo así a Christopher?
—Un dios que aborrece el pecado. Y fuiste tú, Olivia, quien confesó lo vil que ese pecado era. Dios está volviendo el orden a su universo. Y ahora te brinda una oportunidad para ayudarle. Esos niños son producto del diablo, nacidos de una abominable unión sacrílega.
—¿Qué quieres decir, John Amos? ¿Qué es lo que ahora Dios espera de mí?
Alzó la mirada hacia el cielo, como si estuviera comunicándose en silencio con el Señor. Extendió los brazos. Parecía abrazar un poder invisible. Después, cerrando las manos y apretando los puños, se apoderó de aquel poder y se golpeó el pecho.
—Permite que Corinne y sus hijos vengan —me aconsejó—. Pero oculta a esos niños de la vista del mundo, para siempre. Termina con el linaje de pecado. No les permitas que permanezcan en la sociedad para infectar a los demás.
* * *
Dejé a John Amos y pasé el resto del día sola en mi habitación, rogando a Dios que me guiase. Aunque entendía la interpretación del sacerdote, no podía aceptarla. Que Dios me perdone, todavía quería a Corinne; pero ¿qué me había hecho ella? Me había obligado a convertirme en la carcelera de sus hijos. Me había forzado a ser un instrumento vengativo del Señor, condenándome a convertirme en esa vieja mujer gris que nunca quise ser. Yo deseaba portarme como una abuela normal, querer y mimar a mis nietos, que me mirasen con amor. ¿Y con qué me había obsequiado Corinne? Con la progenie del diablo. Ahora, cada vez que contemplara sus rostros, vería el diablo en ellos; cuando sus manitas tocaran las mías, sería el demonio quien me tocase; cada vez que sus voces me llamasen, escucharía la llamada del diablo. Yo veía ya sus dulces caras, su sedoso cabello rubio, sus brillantes ojos azules… Oh, tendría que acorazarme para no amarlos.
Pues el diablo siempre favorece, con encantos y hechizos, a quienes envía para hacer su trabajo. Yo tendría que convertirme en una fortaleza de piedra gris para que aquellos encantos no penetraran en mi corazón y me reclamasen para la obra del diablo.
Aquella noche, exprimidas de mi corazón las últimas gotas de amor, me convertí tan sólo en el instrumento del Señor. Estuve soñando con una casa de muñecas, rebosante de tanto pecado, que de ella emanaban fuegos infernales. La voz de Dios me habló. «Olivia —tronó—, te he puesto en la tierra para acabar con ese fuego. Yo he vertido agua sobre él. Pero todavía arde. He intentado soplar y apagarlo con mi propio aliento, pero sigue ardiendo. Entonces, construí un envoltorio de cristal a su alrededor y, poco a poco, las llamas se fueron extinguiendo hasta que no ardían más que unas ascuas».
A la mañana siguiente, decidí llevar a cabo el plan de John Amos. Supe que, en aquel momento, tenía que enfrentarme con Malcolm. Estaba sentado en su silla de ruedas, contemplando las hermosas flores veraniegas por la ventana de la sala, aquellas flores que se mofaban del perpetuo invierno que vivía en Foxworth Hall.
—Corinne vuelve a casa —anuncié.
—¿Corinne? —susurró—. ¿Corinne?
—Sí, Malcolm, ayer recibí una carta suya. Christopher ha muerto en un accidente de coche y ella nos ruega que la aceptemos aquí. Y lo haremos.
Había estado pensando horas y horas cómo le comunicaría mi decisión a Malcolm, y decidí que él nunca debía conocer la existencia de los hijos de Corinne. Malcolm amaba mucho a Corinne, como había amado a su madre, y como amó también a Alicia, y sabía que, en cuanto se enterase de que había hijos, especialmente niñas, su corazón quedaría capturado una vez más. No, en esta ocasión yo debía hacerme cargo de las cosas, y no podía confiar más que en John Amos. Sería difícil ocultar a Malcolm la existencia de los pequeños. Los escondería en el ala norte, donde estuvo oculta su verdadera abuela. Mi marido se hallaba tan delicado, y estaría tan emocionado con el regreso de Corinne, que nunca sospecharía nada.
—Voy a escribir una carta a nuestra hija diciéndole que será bienvenida en Foxworth Hall.
Malcolm todavía no había vuelto la cara de la ventana. Me acerqué a él y apoyé una mano en su delgado hombro encorvado. Noté que temblaba y di la vuelta para ver las lágrimas que le corrían por las mejillas.
Querida Corinne:
Serás bien acogida en tu regreso a Foxworth Hall. Sin embargo, no he mostrado a tu padre la carta que nos has enviado. Si él supiera que has tenido hijos con Christopher, nada, absolutamente nada, le persuadiría de que aceptase tu vuelta. Con la ayuda de John Amos, tu padre ha encontrado en el Señor consuelo para su dolor, y jamás aceptaría a unos niños nacidos de una unión impía e incestuosa.
Ignoras que sufrió un grave ataque al corazón y una hemiplejia, y está en silla de ruedas desde el día que te marchaste. Tus acciones han reducido a este hombre fuerte y vibrante, a una débil sombra de lo que fue.
Sin embargo, he meditado tu ruego y he rezado pidiendo guía. Y ésta es mi decisión: puedes traer tus hijos a Foxworth Hall; pero tu padre nunca ha de conocer su existencia. Los médicos me dicen que él no vivirá mucho. Hasta que el Señor le llame a su seno, los niños permanecerán arriba, en el ala norte, lejos de su vista y su conocimiento. Yo me ocuparé de que reciban sus alimentos y la ropa necesaria.
Espero que te redimas e intentes compensar el daño que nos has causado a tu padre y a mí.
Has de comprender que te corresponde a ti preparar a tus hijos y asegurarte de que permanezcan ocultos y bajo control. Si son desobedientes, o se dan a conocer, de alguna manera, tendréis que abandonar Foxworth Hall tan pobres como habréis llegado.
Infórmame inmediatamente de tu decisión. Confiemos en Dios.
Tu madre.