Con su arrogancia habitual, Malcolm no demostró remordimiento alguno, ninguna culpa o vergüenza. Cuando llegó a casa aquella noche, le seguí a su estudio privado, al cual se retiraba cada noche antes de la cena, era un lugar prohibido para todos los de la casa excepto para él y la doncella que lo limpiaba una vez por semana. Al abrir de par en par la gran puerta de roble sin haber llamado siquiera, Malcolm pareció sorprendido y enfadado.
—¿Qué estás haciendo aquí, Olivia? —preguntó en tono severo.
Adopté una hermética expresión en la cara y un desdén altivo en la voz.
—He venido para hablar sobre tu nuevo bebé —dije.
Después le enfrenté con la historia de Alicia. Escupí’ cada uno de los detalles mientras rabiaba por dentro por su lujuria y audacia. El cielo se hallaba cubierto por una tempestad de verano, furiosa y oscura. Por las ventanas que había detrás del escritorio de Malcolm, se veían pasar las nubes densas y electrizadas, amenazando con descargar y destruirnos. Pero aquellos nubarrones no estaban tan cargados ni furiosos como mi espíritu, y si alguien destruía ese día alguna cosa, yo sería ese alguien.
—Estás exagerando este asunto, Olivia —sentenció Malcolm mientras alineaba los lápices sobre su escritorio.
Mientras yo hablaba, la luz de la lámpara de sobremesa le hacía brillar el rostro y le oscurecía los ojos. La tempestad estaba afectando el sistema eléctrico y las bombillas parpadeaban. Con las ventanas herméticamente cerradas para impedir que penetrara la lluvia intensa que ahora golpeaba con violencia las ventanas y arañaba los cristales, parecía que hubiéramos quedado atrapados juntos. Malcolm continuó revisando los papeles que había encima de su mesa. Incluso en ese momento parecía tranquilo y controlado. Tenía seca la frente, y la cara lisa. Miraba sus documentos, fingiendo que aquella situación carecía de importancia. Yo esperé paciente mientras él distribuía los folios formando dos pilas.
Sabía por qué estaba ignorándome. Era una batalla de voluntades. Yo me hallaba decidida a no gemir, ni chillar, ni representar el papel de la esposa ultrajada, aunque fuera ése el que él me había asignado. La histeria solamente conseguiría debilitarme haciéndome perder el dominio y la dignidad. Por fin alzó la mirada hacia mí.
—Olivia, yo quería otro hijo, una niña, y ahora voy a tenerla —me dijo en tono calmo.
—¿Qué derecho tienes a suponer que yo aceptaría en mi casa el hijo de tan horrible pecado? ¿Has creído que podrás conseguir lo que te propones sin mi colaboración? —pregunté.
Mi voz se mantenía baja, tenía los brazos apoyados delante de mi cuerpo y las manos suavemente enlazadas. No permití que mi postura revelase la tensión que existía dentro de mí. Había aprendido de Malcolm a disimular mis sentimientos con una coraza.
—Yo diría que tú tendrías que estar en favor de mi propósito —manifestó con sarcasmo, y se arrellanó en su butaca—. Recuerda, Olivia, que cuando acordamos nuestro matrimonio quedó entendido que tú me proporcionarías una gran familia, y dejé muy claro ese requisito. Yo tenía, y tengo, ideas muy concretas respecto de lo que debe ser una mujer Foxworth. Tú sabías lo que yo quería; pero me has fallado en ese aspecto.
—Esa consideración es injusta. No ha sido porque yo no quisiera tener más hijos —dije, inclinándome hacia delante, las manos en las caderas.
—A pesar de todo, mi querida Olivia, el hecho es que tú no has tenido más hijos. No podías, o no querías, eso no importa.
—¿De modo que por eso te decidiste a violar a la esposa de tu padre? —pregunté, sonriendo sarcástica.
Malcolm sonrió también, para demostrarme que no podía ser intimidado. Cuánto había llegado yo a odiar aquella mueca fría y calculadora…
—Puedes creer que ha sido así, si ello te complace.
—¿Qué quieres decir con eso de si me complace? Alicia me lo ha contado todo —dije.
—¿Y qué esperabas que ella dijese? Olivia, a veces puedes ser tan ciega… ¿Qué crees que estaba pasando aquí, incluso en vida de mi padre? ¿Supones que un hombre de su edad podía tener satisfecho el apetito de una chica como ésa? Alicia muy pronto comenzó a lanzarme miradas incitantes, y encontraba la manera de encontrarse a solas conmigo en la casa, tentándome con un movimiento de sus hombros, un vislumbre de piel desnuda aquí, otro poco de piel desnuda allí. ¡Cuántas veces encontró excusas para venir a la biblioteca, e incluso…, a mi habitación! —exclamó alzando las cejas.
—Estás inventando todo eso para justificar tu horrible acción.
—¿De verdad? —preguntó burlón.
—Sí. Yo sé que procuró alejarte de ella, que tú la perseguías incluso cuando Garland estaba vivo —Malcolm sonrió otra vez, y sentí la necesidad de borrar aquella sonrisa de su cara, entonces clavé mis ojos en los suyos—. ¡Yo fui testigo de ello!
—¿Ah, sí? ¿Y qué es, exactamente, lo que viste?
Vi la preocupación en sus pupilas, en el modo en que las cejas convergieron en una nueva curva, en las arrugas de su frente.
—Una tarde en el lago. La seguiste e intentaste abusar de ella; pero ella te rechazó. Yo estaba entre los matorrales; lo vi y lo escuché todo.
Dejé caer cada palabra como si fuesen piedras duras y frías golpeando en su compostura.
—Estúpida —la ira cubrió su cara convirtiendo sus facciones en granito—. Creías que espiándome podrías saber la verdad. Y sólo te enteraste de la mitad. Alicia se insinuaba, me tentaba. ¿Por qué crees que vine temprano aquella tarde y me fui al lago? Ella me lanzó toda clase de insinuaciones, indicando que estaría allí, que nadaría desnuda. Quería que yo fuese allí para atormentarme. Formaba parte de su placer. Después —continuó Malcolm—, no estaba tan ansiosa por rechazarme.
—Eso es ridículo. Aquel día, antes de ir al lago, me pidió que la acompañase.
Lo miré con firmeza. Le había cogido de lleno en una mentira.
—Sabiendo en todo momento que tú no irías. Era su manera de hallarse segura de que tú no estarías por allí en el momento que yo apareciera. Pero no previó que espiarías —dijo con aire pensativo.
—¡Eres un mentiroso! Me di un puñetazo en el muslo para dar más énfasis a mi acusación. Malcolm frunció el ceño, pero no cedió.
—¿Lo soy? ¿Por qué crees que la muerte de Garland la ha trastornado tanto? Es más responsable de ella de lo que tú supones. Quería que yo fuese a su dormitorio aquella noche.
—¿Que ella lo quería? ¿Que lo quería? Vi el camisón rasgado; estaba claro que lo habías hecho tú. ¡La forzaste, fue una violación!
Malcolm mantuvo su sonrisa fría y confiada.
—Ella lo quiso así. Disfrutaba con la violencia. La lucha la ayudó a acallar su conciencia cuando después se entregó de buen grado.
—¡Estás loco!
—No, Olivia, no estoy loco. Tú sí que lo estás; sabes y entiendes muy poco de cómo se comportan los hombres y las mujeres… Sí, muy poco, porque eres una mujercita pequeña, excepto, naturalmente, en tamaño.
Malcolm sabía cómo herirme. Intentaba culparme a mí de su infidelidad. Pero si el pecado y la lujuria representaba conocimiento, yo prefería quedarme en la ignorancia.
—No creo ni una palabra de lo que dices —farfullé.
—Puedes creer lo que te plazca. No deseas admitir eso, Olivia, porque no quieres enfrentarte con el hecho de que, en muchos aspectos, eres un fraude como esposa. Además de no poder darme más hijos, tampoco puedes darme un amor cálido, tierno. No está en tu naturaleza; nunca lo ha estado. Acepté eso mientras consideré que podrías llenar las otras necesidades. Llevas bien una casa; tienes una imagen adecuada ante la comunidad, pero no puedo recordar ni una sola vez que pasara por delante de tu dormitorio y sintiera el impulso de entrar —añadió.
No pude soportarlo ni un momento más.
—Sí, quizá mi naturaleza sea así, pero cuando entraste en mi alcoba nunca encontraste una mujer como tu madre.
—Eres despreciable —declaró Malcolm.
—Soy lo que soy, del mismo modo que tú eres lo que eres —dije recuperando el control—. Las amenazas han dejado de tener importancia. Los dados han sido echados. Arriba, en la habitación del cisne, está esa mujer, embarazada con tu hijo, una criatura que será nuestra a los ojos del mundo. Así es como será; yo me haré cargo de todo, yo dispondré hasta el último detalle, la forma de conducir a término esta bufonada —dije, saboreando el poder que tenía sobre Malcolm.
—¿Lo que quiere decir…?
—Lo que quiere decir que seguiremos tu asqueroso plan, pero seré yo quien lo lleve a cabo. Alicia se esconderá en el ala norte hasta que nazca el bebé. Y se comunicará a todos que se marcha para realizar un importante viaje familiar. Christopher se quedará contigo y tú lo tratarás como si fuese uno más de mis hijos. Cuando finjamos la partida de Alicia, quiero que estés presente, Malcolm. Después, despediremos a los sirvientes, a todos excepto Olsen. Les darás un año de salario… como indemnización.
Sabía que mis ojos grises eran glaciales, penetrantes, hirientes como dardos.
—¡Un año de salario!
—No. ¡Dos de salario! Quiero que se marchen muy, muy satisfechos. Cuando Alicia regrese y se esconda en el ala norte, contratarás nuevos criados para que realicen las tareas domésticas. Y te asegurarás bien de que ninguno se acerque a esa zona de la casa.
Contemplé cómo se iba enfureciendo.
—Además, tú no has de poner jamás los pies en el ala norte mientras ella se encuentre allí. Si lo haces yo acabaré al instante con esta charada y me enfrentaré con las indignidades a que dé lugar la denuncia. Lo digo en serio, Malcolm. ¿Está todo entendido y aceptado?
Le miré intensamente sin vacilar. Malcolm comprendía que no podía mentirme a la cara en esto; sabía que lo vería en sus ojos.
—No tengo ningún interés en ella aparte de procurar que traiga al mundo un bebé sano.
—En ese caso, ¿estamos de acuerdo? —insistí.
—Sí, sí.
Por vez primera, aprecié debilidad en Malcolm. Tenía los hombros caídos. Estaba ojeroso. Me regocijé con mi poder recién hallado, saboreando cada momento.
—Bien —dije al fin—. Voy a hacerme cargo de ella en todo. Tú no tendrás nada que ver con Alicia. Te informaré del momento en que necesitemos los servicios de una comadrona para que la busques y la traigas.
—Yo iba a sugerirlo.
—Pero no lo has hecho, ¿verdad, Malcolm? Yo he pensado en ello —dije, encantada conmigo misma y ansiosa por continuar revelando mi complicado plan.
—Después que haya tenido el bebé, tendrá que marcharse inmediatamente con su situación financiera arreglada tal como Garland quería que fuese. Un trato es un trato —dije dando a mi voz toda la frialdad que sentía.
Volvió a formarse en Malcolm aquella sonrisa sarcástica.
—Poner esa riqueza en manos de una niña…
—Una niña que ha de tener tu bebé —respondí, y se desvaneció su sonrisa—. Si es lo bastante crecida y lo bastante capaz para alumbrar a tu hijo, también puede tener una porción de tu fortuna.
—Francamente, Olivia, estoy emocionado al ver tu preocupación maternal por ella —comentó Malcolm, intentando desesperadamente recuperar el poder ocultándose tras una coraza de sarcasmo.
Pretendía frenarme poniéndome en contra de Alicia. Pero era yo quien dominaba en indiferencia y autocontrol.
—Mi preocupación se refiere a lo que ahora es, en lo que la has convertido —dije con la mayor indiferencia que pude.
—¿Y qué es?
—Una mujer, algo que tú aprecias demasiado.
—Estás loca con tus ideas —dijo Malcolm, y movió la cabeza, pero sabía que yo tenía razón.
Me levanté, arrogante y confiada, dominándole. Malcolm estaba hundido en su butaca. La tormenta comenzaba a amainar. Incluso podía ver un poco de luz crepuscular que se filtraba entre las nubes grises, tan grises como el color que, en ese momento, tenía la cara de Malcolm.
—Y ahora otro asunto —planteé—. Las clases para los chicos en el ático tendrán que cesar.
—¿Por qué? Estarán lo bastante lejos de ella y sólo permanecerán allí parte del día —objetó Malcolm.
—No podemos arriesgarnos a que Mr. Chillingworth descubra algo, y los niños nunca han de saber que ella está aquí. ¿Te imaginas si Christopher descubriera a su madre encerrada? Mal y Joel han de creer que la criatura que nacerá es su hermano o hermana. Jamás han de imaginar que Alicia está esperando para dar a luz.
—Será una niña —afirmó Malcolm—, y será su hermana.
—Medio hermana —corregí—. Pero ellos creerán que lo es del todo. No podría soportar que mis hijos creyesen que su padre produjo un hijo con la esposa de su propio padre. Hay pecados y pecados. Ni tus generosas donaciones a la Iglesia pueden aliviar la mala intención de lo que has hecho —agité un dedo ante él como un rígido maestro dominical.
Agitó la cabeza. Estaba derrotándole. Lo percibía, eso me hacía sentir más fuerte.
—¿Y qué hay de su educación?
—Serán enviados a un colegio, como los chicos normales. Despide mañana mismo a Mr. Chillingworth, haz lo necesario para que entren en la escuela pública —dije, poniendo énfasis en la palabra «pública».
Frunció el ceño y me miró con ojos llenos de ira; pero cuanto más odiosa era su mirada, más satisfecha me sentía yo.
—¿Algo más? —preguntó en tono amargo.
—Transferirás un millón de dólares en un fondo para cada uno de nuestros hijos hasta que lleguen a los dieciocho años.
Malcolm casi saltó de su butaca.
—¿Qué? Estás loca por completo. ¿A santo de qué debo hacer eso?
—Con el fin de que ellos tengan un control sobre sus vidas y no se encuentren totalmente bajo tu dominio —dije, declarando lo que era obvio.
—Eso sí que no lo haré nunca. Sería una pérdida absurda de dinero. ¿Qué pueden saber los chicos de esa edad acerca de manejar una fortuna semejante?
—Vas a hacerlo y lo harás inmediatamente, Ordena a tus abogados que lo preparen y tengan los documentos listos para final de semana. Los documentos me serán entregados para que yo los guarde seguros —dije.
Hice un gesto en el aire con las manos, como él solía hacer a menudo, para indicar que no toleraría más discusiones sobre ese asunto.
—¿Un millón de dólares para cada uno? —Malcolm estaba enfrentándose con el hecho inevitable de que no podía hacer mucho en el asunto.
—Considéralo como… una multa —sugerí.
Se quedó mirándome, y en su rostro, más que odio, había una expresión sorprendida, la de un hombre que se da cuenta, quizá por primera vez, de que su antagonista es formidable. Yo creo que, a su extraña manera, incluso me respetó en aquel momento, a pesar de que detestase lo que yo estaba exigiendo.
—¿Hay algo más? —preguntó con cansancio y derrota en la voz.
—De momento no. Ambos tenemos muchas cosas que hacer. Debemos poner manos a la obra.
Nunca olvidaré cómo me sentía cuando di media vuelta y salí de la biblioteca. Era como si dejase a Malcolm en mi estela, envuelto en la sombra que yo proyectaba. Fue la primera vez que no me molestó mi estatura, pues tenía la sensación de haberla superado. Había salvado lo que podía haber sido para mí un tiempo muy triste y trágico e incluso estaba sacando beneficio de ello. Malcolm, que siempre se había salido con la suya y lograba ser el ganancioso, había tenido que ceder. Él perdía mucho más que yo.
Salí del vestíbulo y miré hacia arriba la escalera curvada en dirección a la habitación del cisne en la que Alicia esperaba para saber su sentencia y su destino. No iba a ser Malcolm quien subiera a decírselo, sino yo. Yo comenzaba a subir la escalera; yo llevaría las noticias y las órdenes, yo haría que las cosas ocurriesen, que la gente se moviera y cambiase. Yo tendría la facultad de mover las sombras y las luces en Foxworth Hall. Yo cerraría puertas y abriría ventanas, permitiría unas cosas e impediría otras. Yo decidiría cuándo debía entrar el sol y cuándo tenían que cerrarse las cortinas. Yo distribuiría la felicidad y el placer, la tristeza y el dolor del mismo modo que la doncella sirve la sopa.
Abrí la puerta de la habitación del cisne sin llamar previamente. Ahora podía imponer este tipo de indignidades a voluntad. Alicia, que acababa de tomar un baño y se había lavado su hermoso cabello, se apresuró a envolverse en una toalla y alargó el brazo para coger su bata.
—Siéntate —le ordené.
Se acercó a la cama y se sentó en ella, obediente como una niña. Vacilé cuando me miró con sus grandes ojos, mostrando miedo y prevención en su cara. Me tomé tiempo, acercándome a la ventana para contemplar el cielo gris blanquecino del crepúsculo. Había cesado la lluvia y las nubes se deslizaban ligeras hacia el Este.
Al ver ese cielo cambiante, me sentí más llena de energía. Tenía la sensación de que la Naturaleza me contagiaba su poder. Al igual que ella, yo podía pasar de un extremo a otro, casi al instante. Me aproximé al tocador y miré los polvos y perfumes.
Aquellos olores eran atractivos y femeninos. Llenaban el aire con promesas de amor y sensualidad. Daba la impresión de que aquella coqueta fuese mágica. Cualquier patito feo podía sentarse ante ella y, momentos después, quedar transformado en la mujer más atractiva y seductora, una mujer que podía romper los corazones de los hombres simplemente dándoles la espalda o dejando de sonreírles. Seguramente, cada vez que Malcolm aspiraba estos perfumes florales, su mente divagaba en pensamientos y sueños eróticos. Los aromas flotaban en el aire, mucho después de que Alicia hubiera pasado por una habitación o bajado la escalera. Malcolm, detrás de ella, seguiría sus huellas como un perro hechizado por su olor a promesa. Todo eso tendría que acabar de golpe. Me volví para enfrentarme con Alicia.
—Cuando vayas al ala norte —comencé—, no puedes llevarte ninguna de estas cosas contigo.
Era mi manera de decirle que todo se había decidido según deseos de Malcolm.
—Entonces, ¿voy a quedar encerrada hasta que nazca el bebé? ¿No podrías hacerle cambiar de opinión? —preguntó, y su voz estaba matizada de derrota y resignación.
—No —le dije—. Es la única manera de que Christopher y tú lo dejéis todo. Tendrás que hacerlo tal y como te digo.
Alicia se cubrió la cara con las manos, pero no lloró.
—Deberías secarte el cabello —observé—, antes de que te enfríes. Si ahora te pones enferma, aunque solamente sea un resfriado, es lo peor que puede ocurrir.
Alicia asintió, con el aspecto de una persona en trance. Tenía perdida la mirada, los hombros caídos. Se contempló las manos, pequeñas, unidas con fuerza en actitud de súplica. Sobre su cabeza había caído un velo de condena; pero yo no sentía necesidad alguna de ofrecerle palabras de consuelo o de esperanza.
Me disponía a salir de la habitación.
—Olivia —gritó al tiempo que se levantaba—. Tengo miedo.
—Pronto pasará —le dije—, y dejarás de tenerlo. Créeme, lo sé.
La dejé, encogida y sola, con su cara pálida, y su belleza infantil ajada por la preocupación.
* * *
Esperaba con impaciencia llevar a cabo mis planes. Había decidido que el confinamiento de Alicia empezaría apenas el embarazo comenzara a notarse, alrededor de los tres meses. Eso me daba tiempo, y a ella también, para preparar a los chicos frente a lo que iba a suceder. Una mañana, en mayo, después de haber dicho a Alicia todo lo que debía decirle, entramos en el cuarto de los niños.
La estancia era soleada y estaba caliente. Era la pieza más cálida y luminosa de la casa. Mal se hallaba sentado en el suelo, rodeado de libros infantiles. Joel estaba de rodillas jugando con sus coches y camiones. Christopher, en su sillita, se chupaba el pulgar, y contemplaba a los dos chicos mayores.
—Hemos de deciros algo —empecé a prepararlos. Alicia permanecía a mi lado, retorciéndose las manos y temblando como un pajarito.
—¿Qué mamá, qué? —preguntó Mal.
—Algo bastante triste, me parece.
Los tres se acercaron y, con los ojos muy abiertos, se quedaron mirando a Alicia, la cual se encontraba a punto de llorar.
—¿Me permites que lo diga yo, Olivia? —me susurró.
—No —respondí—. Yo soy quien está aquí al cargo de todo.
Alicia se sentó en la mecedora y los chicos se encaramaron a su regazo. Ella les rodeó con los brazos y los apretó contra su pecho mientras Christopher le cubría de besos y mis hijos se unían a él.
—Alicia va a dejarnos.
Se quedaron mirando, sin decir nada. Parecía que no lo habían entendido.
—Alicia va a dejarnos —repetí.
—No te creo —gritó Joel.
—Yo tampoco —se le sumó Christopher, mirando con los ojos desmesuradamente abiertos a su madre, que estaba llorando.
—¿Por qué? —preguntó Mal, con la vocecita empañada de pena.
Se estaba convirtiendo en un hombrecito inteligente y sensible. Llevaba ya mucha ventaja, en la lectura y la escritura, a otros muchachos de su edad y era casi quince centímetros más alto que ellos. Su estatura iba a ser tan elevada como la de Malcolm.
—¿Por qué? —Preguntó otra vez—. ¿Está enfadada con nosotros?
Christopher hundió su cara entre los pechos de Alicia y ésta rompió en sollozos. Joel se cubrió las orejas con las manos y dijo:
—Alicia no puede irse, ha de tocar el piano conmigo hoy.
Joel era todavía un muchachito débil y pequeño que sufría de alergias. Una mota de polvo le provocaba toses y estornudos durante horas, algo que Malcolm no podía soportar.
Mal bajó del regazo de Alicia y se acercó a mí, como un soldado de juguete mirando a su general.
—¿Por qué? —gritó con todas sus fuerzas.
—Vosotros, hijos, sois demasiado pequeños para poder comprenderlo —dije, imprimiendo calma y compasión en mis ojos y en mi voz—. Cuando seáis mayores, estas cosas tendrán sentido para vosotros. Si dependiera de mí, Alicia podría quedarse aquí para siempre. Pero vuestro padre no lo quiere.
De repente, la carita de Mal se derrumbó y corrieron las lágrimas por sus mejillas.
—Le odio —vociferó—. ¡Le odio! ¡Le odio! ¡Nunca nos permite nada de lo que queremos!
Joel se había puesto histérico. Tosía sin poder controlarse, y Alicia comenzó a darle golpes en la espalda intentando tranquilizarle, mientras Christopher seguía acurrucado contra su pecho.
—Por favor, por favor —balbuceaba mi hijo entre toses—, ¿podemos irnos con ella?
—No —dije con severidad—. Yo soy vuestra madre Y vosotros tenéis que estar aquí conmigo.
—¿Y Christopher? —preguntó Mal.
—Se quedará aquí durante algún tiempo hasta que Alicia se instale en su nueva casa —expliqué. Al oír mencionar su nombre, el hijo de Alicia alzó la mirada hacia mí y, a continuación, hacia su madre.
—Mamita —gritó tartamudeando de terror—. ¿No voy a irme contigo?
—No, cariño, no —respondió ella entre sollozos—. Pero pronto vendré a recogerte. Y entonces estaremos juntos para siempre. No será por mucho tiempo, Christopher, vida mía. Y tendrás a Olivia que cuidará de ti. Y a Mal y a Joel para jugar —se volvió hacia mis hijos—. Por favor, por favor, recordad que os quiero a todos y que siempre os querré. En mi corazón, no dejaré de estar con vosotros, vigilando tus prácticas de piano, observando tus artísticos dibujos, y cuando os vayáis a dormir por las noches, yo os besaré en mis sueños.
* * *
Al día siguiente, informé a los criados de la próxima partida de Alicia. Pude ver la tristeza en sus caras Y después, mientras bajaba la escalera, oí a Mary Stuart y A Mrs. Steiner que hablaban en el comedor mientras preparaban la mesa para la cena.
—Se va la luz de esta casa —comentaba Mrs. Steiner—. Créeme.
—Me da muchísima pena que se marche —dijo Mary—. Siempre tiene una sonrisa para nosotras, no es como la otra, la alta.
Así era como nos distinguían. «La otra, la alta».
—Si quieres saber mi opinión, la alta se ha salido con la suya. No quería a la joven Mrs. Foxworth, desde el principio, y lo más probable es que se propusiera librarse de ella el día que murió Garland Foxworth. Sin embargo, no podría culparla. Yo tampoco querría a una mujer joven y hermosa como Alicia a mi alrededor para que mi marido estuviera viéndola todos los días. Especialmente si tuviera un aspecto como el que tiene la alta —dijo Mrs. Steiner, alzando la voz para dar mayor énfasis a sus palabras.
—Seguro que sí —dijo Mary.
Yo estaba convencida de que sonreía al afirmarlo. Podía percibirlo en su voz.
Buen viaje a todos vosotros, pensé. Y decidí que anticiparía el momento de informarles de que sus servicios ya no eran necesarios.
Una tarde, llamé al vestíbulo a Mary, a Mrs. Steiner, a Mrs. Wilson y a Lucas. Me senté en una de las butacas de respaldo alto, apoyándome en los brazos del mueble. Mantuve la cabeza erguida. Llevaba el cabello tirante, recogido en un moño alto, semejante a una corona. Se reunieron alrededor de mí y me contemplaron con miedo y curiosidad. Yo era como una reina a punto de dirigirse a sus súbditos.
—Como sabéis —comencé—, Mrs. Garland Foxworth se marchará de Foxworth Hall el próximo mes. Permanecerá ausente durante algún tiempo, y, cuando regrese, permanecerá tan sólo el tiempo necesario para recoger a su hijo y partir de nuevo. Para siempre —añadí—. Lo he estado meditando bien y he decidido que ya no necesitaremos los servicios de ustedes.
Mrs. Wilson palideció. Mrs. Steiner asintió con la cabeza, con los ojos contraídos, como si hubiera estado esperando algo así. Lucas y Mary Stuart parecían asustados.
—¿Nuestros servicios? ¿Significa que nos licencia a todos? —preguntó Mary con incredulidad.
—Sí. Pero he decidido, que a manera de indemnización reciban el salario correspondiente a dos años —añadí, asegurándome de que comprendiesen que era mi generosidad la que les proporcionaba un finiquito tan espléndido.
—¿Cuándo hemos de irnos? —preguntó Mrs. Steiner con tono glacial.
—Deben abandonar la casa el mismo día que se marche Mrs. Garland.
* * *
Los preparativos finales consistían en trasladar a Alicia de la habitación del cisne y guardar todas las cosas y vestidos que no necesitase durante su confinamiento. Supervisé el empaquetado, dándole órdenes, aprobando y desaprobando cada uno de los objetos, cada prenda que ella quería llevarse al ala norte.
—No hay necesidad de que te lleves tus ropas formales —le dije al verla delante del espejo apretando contra su pecho un vestido vaporoso de color azul—. No irás a fiesta alguna durante cierto tiempo, y no podrás disponer que tus vestidos sean lavados y planchados con la misma regularidad de antes. De lo que tú no puedas lavar en el cuarto de baño tendré que cuidarme yo personalmente, de modo que no cojas ni una pieza que no sea absolutamente necesaria.
Contempló sus ropas con tristeza. Yo no podía creer que poseyera tanta. Ignoraba la frivolidad con que había gastado el dinero de Garland. ¿Se creía Alicia que era una revista de modas andante que tenía que cambiar su guardarropa todas las temporadas? Un despilfarro y una vanidad semejantes eran los que la habían colocado en su situación actual.
—Pero me gusta tener buen aspecto —dijo Alicia.
—De todos modos, pronto no podrás ponerte nada de eso —añadí.
—Pero no me quedan vestidos maternales, Olivia. Después de nacer Christopher, los di todos a una institución de caridad. ¿Qué voy a usar como vestidos pre-mamá?
—Te daré algunos de los míos.
—Pero los tuyos son tan…, tan grandes, Olivia.
—¿Y qué importa el aspecto que tengas dentro de esa habitación, Alicia? Sólo te veré yo. Ya no te vistes para llamar la atención de nadie. Lo único que importa es que te sientas cómoda y abrigada.
Imaginar a Alicia perdida dentro de mis vestidos pre-mamá me hizo sonreír de pronto. Ahora sabría lo que es no ver el reflejo de la belleza en el espejo. Ahora, también ella, sería torpe y sin atractivo. ¿Y qué era más adecuado sino que llevase mis ropas prematernales? Después de todo, iba a tener al que sería mi hijo.
—Claro está —añadí—, que yo también llevaré vestidos pre-mamá.
Me miró asombrada. ¿Es que no se le había ocurrido eso? ¿Creía acaso que yo me movería por la comunidad tal como era y después, de repente, informaría que había tenido un hijo? ¡Qué boba e ingenua era Alicia! En ella no existía astucia, no había engaño aunque fuese necesario para su supervivencia.
—Ah —dijo comprendiendo al fin.
Volvió a mirar sus elegantes vestidos, blusas y faldas, hasta que redujo todo lo que podía llevarse al ala norte a lo que cabía en un baúl y dos maletas.
* * *
El día que Alicia hizo su falsa partida de Foxworth Hall, reinó la tristeza. Era una jornada gris y lluviosa. El cielo lloraba haciendo eco a los niños. Aunque se trataba del primer día de verano, en la casa se sentía un frío invernal. Tuvimos que encender las luces y cerrar las ventanas.
Los sirvientes, que habían empaquetado sus propias cosas, estaban firmes al pie de la escalera cuando Alicia bajó, y yo detrás de ella, llevando su maleta. Nunca la había visto con un aspecto tan encogido y gris, parecía un ratoncito triste. Insistí en que los niños permanecieran arriba en su cuarto. No quería que se produjesen escenas de despedida demasiado cargadas de emoción. Christopher apenas había tenido consuelo durante muchos días, y mis hijos también estaban muy deprimidos. Pero yo insistí en que Malcolm estuviera presente en esta penosa y breve pantomima. Al llegar al pie de la escalera, le entregué la maleta a Malcolm y él la agarró torpemente, de mala gana, pero temeroso de contradecirme en esta coyuntura. Los ojos de Alicia se llenaron de lágrimas cuando llegó el momento de decir adiós, ya que ella estaba despidiéndose de veras de cada uno de ellos. Miró a su alrededor el enorme vestíbulo como alguien que sabe que tardará mucho tiempo en volver a verlo. Su actuación fue muy convincente porque sólo era actuación a medias. Vería el vestíbulo a su regreso, aunque tendría que limitarse a darle una ojeada mientras subía camino del ala norte.
Se acercó para abrazar a Mrs. Steiner; pero yo la cogí del brazo y la empujé hacia el coche que la esperaba.
—No hay tiempo para sentimentalismos —apremié.
De pronto, Alicia quedó desplomada en mis brazos.
—Por favor, por favor, déjame que me despida de Christopher una vez más —suplicó.
Malcolm me susurró al oído.
—¿Debo seguir aquí y contemplar este histerismo?
—Acomódala en el coche, Malcolm —ordené.
Alicia tuvo que ser llevada hasta el vehículo, medio a rastras, medio a cuestas. Tan pronto como la maleta estuvo dentro del portaequipajes, di unos golpecitos en la ventana y ordené al conductor que se marchase. Los neumáticos giraron en el barro húmedo y el automóvil cobró vida. Oí detrás de mí que se abría de golpe la puerta principal y los chicos gritaban: «¡Espera, espera!», mientras se lanzaban escalones abajo liberándose de los brazos de los sirvientes que les sujetaban. Mal iba a la cabeza del grupo, agarrando a Joel con una mano y a Christopher con la otra, prácticamente arrastrándolos. Persiguieron el auto durante un trecho, chillando y llorando.
—Ve a buscar a tus hijos, Malcolm —le insté—, todos ellos.