Alicia nunca se olvidó de mis palabras de advertencia aunque fingía no haberlas oído. Continuó moviéndose por la casa como una niña grande, y su inocencia y vivacidad iluminaban las sombras siniestras de Foxworth Hall. Cada vez que Malcolm hablaba con ella, o que ella se veía obligada a hablarle, Alicia tenía el aspecto de una jovencita armada de valor para ir al dentista. Escuchaba lo que tuviera que escuchar; decía lo que tuviera que decir, y después se alejaba. Su sonrisa y su alegre voz retornaban como le ocurriría a alguien que hubiera pasado por lo peor y ahora pudiera seguir con su vida.
Sin embargo, las veladas eran diferentes. Cuando Christopher concluía de comer y Alicia terminaba su cena y dejaba a su hijo, de tres años, en el cuarto de los niños, evitaba cualquier contacto con Malcolm. Transcurrido algún tiempo, incluso cualquier contacto conmigo. Si no salía de la casa con alguna excusa, se retiraba a la habitación del cisne para leer y relajarse, según parecía.
Con frecuencia, si yo pegaba la oreja a la pared de mi dormitorio, la oía sollozar y hablar como si Garland estuviera allí a su lado en la cama. Casi podía creer que un amor tan apasionado como el de ellos les permitía cruzar el abismo entre la vida y la muerte y unir sus manos cada noche para disfrutar de unos preciosos momentos.
—Oh, Garland, Garland, te echo tanto de menos —se lamentaba—. Qué duro es estar aquí sin ti, cuánto te añora el pequeño Christopher. Garland, amor mío…
Sentí pena de ella, pues comprendí por qué tenía tan pocos deseos de irse y a qué se debía que no apremiara a Malcolm para que arreglara las cuentas de su herencia haciendo posible la marcha. Mientras estuviera aquí, mientras durmiera en la habitación del cisne, Garland permanecería vivo en su mente. Cuando abandonase Foxworth Hall, Garland quedaría finalmente en su tumba. Una noche oscura a mediados del invierno, me despertó el sonido de sus gritos, sólo que no eran gritos de aflicción, sino de miedo. Confundida, salté de mi cama y apliqué el oído a la pared. Los gritos se hicieron ahogados, casi inaudibles. Me puse la bata y me acerqué a la puerta de la habitación del cisne. Escuché y llamé suavemente a la puerta.
—Alicia, Alicia, ¿estás bien?
No hubo respuesta, de modo que intenté girar el pomo pero la puerta estaba cerrada con llave. Volví a llamar y esperé. Sin embargo, solamente hubo silencio. Quizás estaba soñando, pensé, y regresé a mi cama.
Por la mañana, Alicia estaba diferente, más parecida a como se había mostrado durante el luto. No bajó a desayunar hasta después de que Malcolm se hubo marchado, y comió muy poco.
—¿Estás enferma? —le pregunté.
—No —respondió sin dar más explicación.
Continuó comiendo con poco apetito y después dejó el tenedor.
—La verdad es que parece que te encuentras enferma. Y lo has dejado casi todo en el plato.
—No me hallo enferma —repitió.
Me miró con los ojos llenos de lágrimas. Contuve la respiración, esperando que me contase un gran secreto; pero se limitó a morderse el labio y levantarse de la mesa.
—Alicia —la llamé.
No se volvió sino que regresó a su habitación, donde permaneció la mayor parte del día.
Y repitió ese comportamiento de cuando en cuando durante las semanas siguientes. Algunas veces estaba habladora, llena de energía, y yo pensaba que volvía a ser la de antes. No quería, o no podía explicar por qué.
Una semana después, volvieron a despertarme sus gritos. Esta vez eran agudos pero cortos. Cesaron antes de que yo hubiera decidido ir hasta su puerta. Por la mañana estaba triste y cansada, y se movía como en sueños. Tanto Malcolm como yo habíamos terminado de desayunar de modo que ella lo hizo sola.
Pasó también toda la tarde sola en la habitación del cisne. Hasta que guiada más que nada por la curiosidad, fui a verla.
Estaba tendida en la cama, totalmente vestida, con la vista clavada en el techo. No me oyó llamar ni abrir la puerta, ni siquiera se percató cuando me acerqué a ella.
—Alicia —le dije—. ¿Estás enferma? ¿Es quizás algo que va y viene?
Ella me miró como si estuviera acostumbrada a que la gente apareciera de pronto a su lado en la habitación. En su cara no había sorpresa.
—¿Enferma?
—Hoy has dejado otra vez de comer y no has pasado ni un momento con Christopher. Has estado aquí arriba horas y horas, al parecer ahí tendida en la cama y vestida.
—Sí —admitió—, estoy enferma.
Se volvió hacia el otro lado, ansiosa porque yo me marchara, pero me hallaba decidida a saber lo que estaba ocurriendo.
—¿Qué te pasa? ¿Sientes dolores? ¿Te despiertas con dolores todas las noches?
—Sí, estoy sufriendo.
—¿Dónde sientes dolor?
—En el corazón —me respondió.
—Oh —dije, moviendo la cabeza y mirándola—. Creo que seguirá siendo así hasta que te marches de esta casa.
Comenzaron a temblarle los labios y se cubrió el rostro con las manos.
—Llorar no te ayudará —le advertí—; nada te ayudará si no haces lo que te digo. Si quieres marcharte, apremiaré a Malcolm para que termine con esas cuentas, deliberadamente prolongadas, de tu herencia. Francamente, creo que sería lo mejor para todos. ¿No te das cuenta del estado de depresión en que puedes caer y…?
—Oh, Olivia —exclamó volviéndose de súbito hacia mí, separando las manos de su cara y con el aspecto más alterado que jamás le había visto—. Tú eres tan inteligente, tan fuerte. ¿No sabes lo que está sucediendo? Seguramente lo presientes.
Me quedé mirándola, incapaz de hablar durante Un momento. Alicia se mordió el labio inferior y movió la cabeza como si estuviera prohibiéndose decir nada más.
—¿Qué? —pregunté—. Cuéntamelo.
—Tú lo sabías. Siempre lo has sabido. Lo esperabas, Lo vi en tu cara, pero tenía miedo de contarte nada.
—Malcolm —dije.
Miré a mi alrededor la habitación del cisne, comprendiendo instintivamente que este cuarto, esta magnífica cama, este ambiente sensual eran en parte responsables. ¿Por qué se había quedado aquí después de la muerte de Garland?
—Dime lo que ha sucedido.
Aspiró profundamente y se secó las lágrimas que le caían por las mejillas.
—Ha estado viniendo a mí por las noches, y forzándome a aceptarle —confesó, hablando casi en un susurro.
Apreté los puños con tanta fuerza que las uñas se me clavaron en las palmas de las manos. Naturalmente yo sabía en el fondo de mi corazón lo que ella iba a contarme. La obligué a hacerlo para castigarme, y también para castigarla a ella. Aquello que casi sucedió en el lago, lo que Garland había impedido con su muerte, había sucedido al fin. A partir del día en que yo, en pie al lado de Malcolm, puse los ojos en Alicia, al salir de aquel carruaje con Garland, supe que era inevitable. Lo percibí en la manera que Malcolm la miró y en cómo la observaba cuando ella se movía por esta casa, con su espléndido cabello castaño por los hombros y el cuello, y sus ojos brillantes de vida y energía.
—¿Por qué no cerraste la puerta con llave?
—Lo hice, pero Malcolm tenía un duplicado. Siempre lo ha tenido. No lo usó hasta después de la muerte de Garland. Nunca te lo he contado; pero antes de que Garland muriese, Malcolm vino aquí una noche. Él sabía que yo dejaba la puerta abierta para mi marido. Le oí. Naturalmente, al principio pensé que era Garland; pero cuando alcé la mirada y vi que se trataba de Malcolm, fingí estar profundamente dormida.
Se acercó al borde de mi cama y se quedó allí quieto, mirándome durante un largo rato. Yo pensaba que, si me movía, aunque fuese muy poco, él podía… él me atacaría, de modo que me quedé todo lo inmóvil que pude. Sentí que me tocaba el cabello suavemente y le oí suspirar. Después se volvió y salió sigilosamente de la habitación, con el mismo silencio que había entrado.
—¿Nunca se lo dijiste a Garland?
—No. Tenía miedo de lo que pudiera hacer. Y, ya ves, tenía razón. Todo acabó en tragedia. Oh, Olivia, Olivia…
—De modo que ahora cerraste la puerta con llave pero Malcolm entró de todos modos. ¿Por qué se lo has permitido esta vez? Garland ya ha muerto.
—Me dijo que haría daño a Christopher. Que encontraría la manera, pues para él sería fácil, ya que no había nadie que pudiera impedirle hacer lo que quisiera, ya no, me dijo. Y algunas veces se ponía violento.
Me senté a su lado con el corazón palpitante. Evoqué la primera noche que vino a mí, recordé lo rudo que había sido. Alicia tenía toda la razón en temer que pudiera hacer daño a Christopher. Malcolm era capaz de gran violencia para conseguir lo que quería…
—¿Cuánto tiempo hace… cuánto hace que acude a tu habitación?
—Ha estado viniendo de vez en cuando desde hace más de un mes.
—¿Un mes? No me había dado cuenta de que ello hubiera estado ocurriendo durante tanto tiempo. ¿Hasta cuándo hubiera podido Alicia estar callada?
Se sentó.
—La primera vez que vino, yo pensé que era un sueño, una pesadilla. Era a altas horas de la noche y Entró con tanto sigilo, que no le oí hasta que estuvo junto a mí, en la cama. Me volví y allí se encontraba él, desnudo. Me abrazó y apretó su boca contra la mía antes de que yo pudiera proferir ni una palabra, ni un grito, y la tuvo así durante tan largo rato que pensé que me iba a ahogar.
—¿Y entonces, qué? —pregunté.
—Me llenó de terror, no por el daño que me estaba haciendo, sino por su manera de actuar, por las cosas que decía.
—¿Qué cosas?
—No me llamaba Alicia mientras me acariciaba el cuerpo y besaba mis pechos.
Por un momento pensé que no podía respirar. Me apreté las palmas de las manos contra la garganta e intenté tragar saliva. Yo sabía lo que Alicia iba a contar ahora; pero me aterrorizaba oírselo decir.
—Me llamó Corinne. Yo creía que Malcolm estaba soñando, caminando en sueños, de modo que intenté razonar con él, explicarle que yo no era Corinne, que debía despertar y volver a su habitación; pero no me escuchaba. Continuó con su empeño, sin rudeza; Pero con persistencia, con intensidad. No servía de nada intentar rechazarle, Malcolm es demasiado fuerte. Cuando traté de resistir, me sujetó los brazos con violencia, y cada vez que gritaba apretaba su boca contra la mía tan duramente y de un modo tan brutal que llegué a temer por mi vida. Tuve que ahogar mis gritos y permitirle que abusara de mi. Fue horrible, horrible —dijo cubriéndose la cara con las manos.
—¿Y qué sucedió cuando todo terminó? ¿Te seguía llamando Corinne?
Alicia alzó la cabeza y negó con un movimiento.
—Cuando todo terminó y él quedó satisfecho, sabía muy bien dónde estaba y quién era yo. Entonces fue cuando me dijo que nunca hablase de lo ocurrido si no quería que hiciese daño a Christopher. Yo esperé y rogué que con aquello se terminase todo; pero ha vuelto una y otra vez. Estuvo aquí la noche pasada —añadió, y volvió a taparse la cara con las manos.
—Yo acudí a tu puerta al escuchar tus gritos. ¿No me oíste cuando llamé?
—Sí; pero él me tenía cogida por la garganta y apretaba con tanta fuerza que no podía respirar. Después acercó su cara a la mía y me prohibió proferir ni un sonido. Yo sabía que me mataría si lo hacía.
—¿Y por qué no has venido a contármelo antes?
—Ya te lo he explicado. Temía por Christopher. Parece que Malcolm siempre consigue lo que quiere de una manera o de otra. Aunque tú hubieras impedido lo que él quiere, se habría vengado, ¿no te das cuenta? Lo siento, Olivia. Sé que hubiera debido decírtelo, pero estaba asustada. Por favor, perdóname.
No podía culparla de estar asustada. Muchas veces yo misma tenía miedo de Malcolm.
Durante unos momentos me quedé allí sentada en silencio, pensando en aquella habitación, en lo que Malcolm había hecho. Era como si el espíritu de su madre continuase viviendo allí y que aún le atormentara. Parecía increíble que él volviera a Alicia después de la terrible escena fatal con su padre. Yo sabía que Alicia se había sentido segura porque no podía creer que Malcolm lo intentara de nuevo después de haber causado con ello la muerte de Garland.
—¿Comienza siempre llamándote Corinne?
—Sí.
—¿Y acaba sabiendo que eres Alicia?
—No siempre. Algunas veces se marcha sin haberme llamado Alicia. Sencillamente se levanta y se va como si estuviera sonámbulo. En cierta ocasión, la tercera vez que vino, me obligó a hacer algo terrible. Está loco.
—¿Qué te obligó a hacer?
—Cogió uno de esos viejos camisones del armario y me obligó a ponérmelo antes de que él…, antes de que él se metiera en la cama conmigo. Tuve que caminar por la habitación y sentarme ante el tocador. Me puso el cepillo en la mano y se sentó en la cama mientras yo me cepillaba el cabello. Incluso me obligó a ir al cuarto de baño y salir de allí como si me estuviera preparando para acostarme. Me sentía enferma al hacerlo; pero no pude negarme. Cuando vacilé se enfureció todavía más.
«Horrible —pensé—. Horrible y demencial». Di media vuelta y miré la pared que separaba la habitación del cisne de la sala de trofeos. Después, muy enfadada, volví a encararme con Alicia.
—Tenías que haber hecho subir todas esas ropas al ático cuando te instalaste aquí.
¿Cómo podía, Alicia, prever lo que Malcolm la obligaría a hacer?
Sin embargo, no podía dejar de pensar que ella era responsable. Había sido demasiado confiada e inocente. La miré. Le había hecho todas las advertencias. Prácticamente le había rogado que me escuchara; pero fue testaruda y tonta, insistiendo en aferrarse a un muerto.
Quizá me estaba mintiendo; tal vez Alicia disfrutaba con lo que Malcolm hacía, y luego se sentía culpable por ello. Sabía que era ese tipo de mujer, era de las que exhibían su sexualidad como una ropa interior picante.
—¿Has hecho algo que pudiera tentarle? ¿Le has invitado alguna vez a venir a esta habitación?
—Oh, no, no. Eso no debes pensarlo jamás, Olivia. No he hecho nada, nada —protestó—. De hecho, una vez me siguió hasta el lago cuando yo iba a bañarme e intentó que hiciera el amor con él. Huí corriendo y le dije que, si no cesaban sus avances, se lo diría a Garland.
—¿Por qué no lo hiciste?
—Yo no quería que sucediera lo que acabó sucediendo. ¿Crees que soy responsable de la muerte de Garland, que si le hubiera hablado antes de Malcolm quizá la habría evitado? ¿Lo crees, Olivia?
—No lo sé. Tal vez sí y tal vez no. Quizás hubiera fallecido antes —la miré con suspicacia—. ¿Por qué me lo has contado finalmente, si tienes miedo de lo que Malcolm pueda hacerle a Christopher?
—Porque ahora tenía que hacerlo.
—¿Cuál es la causa? ¿Qué diferencia hay ahora?
—Oh, Olivia —vaciló—. ¡Estoy metida en un lío tan terrible!
Y comenzó a llorar de nuevo.
—No puedo ayudarte si no conozco todos los detalles —dije—. ¿Por qué estás metida en un lío?
—Estoy en un aprieto porque…
Sentí que todas las sombras de Foxworth Hall se juntaban a mi alrededor para ahogarme en sus tinieblas.
—Porque estoy embarazada de Malcolm.
Me levanté y me acerqué a la ventana. Vi abajo a Olsen que recortaba el seto, y pensé: «Aquí estoy con toda esta tierra, esta magnífica casa, dos hijos guapos, una riqueza mayor de lo que puede imaginarse…, y soy una de las mujeres más desgraciadas del mundo». No era justo; se trataba de una broma cruel. Deseaba despertar y descubrir que todo aquello, mi matrimonio con Malcolm, la muerte de mi padre y de Garland, la violación de Alicia, era tan sólo un terrible sueño. Incluso aceptaría con gusto volver a casa de mi padre con la perspectiva de ser una solterona para el resto de mi vida.
—Por favor, Olivia, no me odies —suplicó Alicia.
Yo la odiaba, efectivamente; no podía evitarlo, la odiaba. Y siempre la odiaría y odiaría a las mujeres como ella.
Cerré los ojos, me erguí y conseguí dominarme. Juré que nada que Malcolm Neal Foxworth hiciera o pudiera hacer me reduciría jamás a ser un alfeñique llorón como Alicia era ahora. Me volví hacia ella despacio. Vio la decisión en mi cara y se sentó en la cama.
—¿Lo sabe Malcolm?
—Sí —respondió—. Esta mañana se lo he dicho.
—¿Esta mañana? ¿Cuándo esta mañana? Ha estado conmigo para desayunar y se ha marchado antes que tú bajases.
—No he podido dormir. Quería decírselo la noche pasada, antes de que se marchara de mi habitación; pero Malcolm era otra vez como un hombre caminando en sueños y no me hubiera respondido —bajó la mirada—. De modo que he ido a su habitación antes de que se levantase.
—¿Has ido a su habitación? —Después de cuanto había sucedido, eso no me hubiera parecido importante; pero, durante todos los años de nuestro matrimonio, yo jamás había ido a su dormitorio mientras él estaba allí—. ¿Has ido mientras él dormía?
—Sí. Me quedé de pie junto a su cama esperando que me viera. Cuando abrió los ojos me miró como si fuese un fantasma. Tardó un buen rato en darse cuenta de que era yo. Al principio se mostró muy enfadado porque había ido a su cuarto; pero tenía que decirle lo que él había hecho, ¿no crees? Se lo solté antes de que pudiera decirme nada.
—¿Y qué ha respondido? —le pregunté al recordar lo calmoso y lo normal que había sido el comportamiento de Malcolm durante el desayuno.
Pero, entonces caí en la cuenta de que ésa era su «cara de póquer». Su manera fría y controlada que le permitía ser más listo que muchos otros en el mundo de los negocios.
—Al principio ha sonreído —dijo Alicia—; pero con tanta frialdad que me ha hecho estremecer. Después ha dicho muchas cosas terribles, como si todo hubiera ocurrido por mi culpa. Yo quería gritar, chillar, llorar, pero tenía miedo de despertar a toda la casa —confesó—. Malcolm me ha dado un ultimátum. No sé qué hacer —se apresuró a añadir—. Estoy segura de que hará lo que ha dicho si no estoy de acuerdo con él. Tengo miedo, tengo miedo por mí y por Christopher.
Entonces comprendí que ella había decidido acercarse a mí en busca de ayuda. Había estado todo el día allí tumbada intentando la manera de pedírmela. Y yo le había facilitado las cosas al acudir a verla.
—¿Cuál ha sido el ultimátum?
—Quiere que me quede aquí y que tenga el hijo en secreto. Después, Christopher y yo hemos de irnos. Nos dará todo el dinero que Garland nos dejó. Ha explicado que está invertido en acciones, pero él liquidará la cantidad que necesitemos para comenzar de nuevo en otra parte y entonces nosotros controlaremos por completo nuestros fondos.
—Pero ¿por qué tener el niño en secreto? ¿Qué diferencia hay si te marchas ahora y lo tienes en cualquier otro lugar dónde nadie te conozca?
Alicia bajó la mirada. Había algo más, otra cosa más terrible todavía que iba a añadir.
—Malcolm quiere el bebé —explicó Alicia.
—¿Qué?
—El pequeño ha de ser suyo, vuestro —habló rápidamente—. Me ha dicho que, si no estoy de acuerdo, me acusará de ser una cazafortunas. Afirma que, como he quedado embarazada después de la muerte de Garland, podrá conseguir que sus abogados me arrastren por los tribunales demostrando que soy una mujer de poca virtud que se casó con un hombre viejo para conseguir riqueza y que después de la muerte de su marido se entregó a Malcolm para lograr más riqueza todavía haciéndole chantaje. Declaró que no le importaba que eso significase publicidad para los Foxworth. A él no puede perjudicarle; me perjudicaría solamente a mí. Me ha amenazado con expulsarme de aquí sin un céntimo, arrojarme a un escandaloso juicio. Me rodearía de mala reputación y nadie querría ser visto a mi lado. Los tribunales y la publicidad matarían a mi madre, la cual, como sabes, está muy enferma. Yo no sabría cómo luchar contra él. No tengo abogados, carezco de relación con ese tipo de personas. Garland cuidó de todo y, después de morir él, Malcolm ha estado ocupándose de mis asuntos legales. Aquí estaría yo, una viuda con un niño de tres años, a merced del frío mundo.
—¿Malcolm quiere el bebé? —repetí.
—Sí. Dice que ya sabe que será una niña. Tengo que instalarme en el ala norte y permanecer allí encerrada hasta el momento del parto. Después podré marcharme con Christopher y mi dinero intacto —se retorció las manos y me miró con ojos llorosos—. Oh, Olivia, ¿qué debo hacer? ¡Has de ayudarme a decidirlo! ¡Debes hacerlo!
Me quedé mirándola y, durante un largo rato, me sentí inútil. Malcolm Neal Foxworth siempre conseguía lo que quería, de un modo o de otro. Deseaba una hija. Ahora ya la tenía. En mi mente no existía duda alguna de que el bebé de Alicia sería una niña.
Y todo esto había ocurrido delante de mis ojos. Yo lo había presentido, lo había sospechado, pero no me permití creerlo, y ahora tenía que tragarme la amarga píldora de la verdad. No podía cerrar la puerta, o mirar hacia otro lado. Yo tenía parte en todo ello porque no lo había evitado en su momento. Era como una madre que tiene que hacerse responsable de las acciones de su hijo, que necesitaba guía. Malcolm había usado y abusado de Alicia de la peor manera que un hombre puede abusar de una mujer, y ella no fue capaz de protegerse.
Y lo peor era que ahora estaba embarazada con un bebé que debía haber sido mío. Si a los Foxworth les nacía una hija, debía ser mía y no de Alicia.
Sentía envidia de ella; pero no me inspiraba respeto. En aquel momento se desvaneció toda mi comprensión por su desliz.
—Olivia —repetía Alicia—, ¿qué voy a hacer?
—¿Hacer? —dije—. Me parece que ya has hecho bastante.
La miré y sus ojos se desviaron culpables. Ella sabía que no debía haber permitido que las cosas llegaran tan lejos. Lo sabía ahora; pero confiaba en que yo le diera alguna solución que la salvase.
Miré mi propio reflejo en el espejo del tocador y vi que ya tenía esa dureza que me caracterizaría durante el resto de mi vida. Mis ojos grises me contemplaban severos. Mis labios parecían dos colinas gemelas de cemento.
—¿Olivia? —su voz era suplicante.
—No puedes hacer nada —sentencié—, sino lo que quiere Malcolm. Comienza a recoger tus cosas. Hay que hacer planes y preparativos. Ve diciendo a la gente que estás pensando en abandonar Foxworth Hall, de modo que cuando te ocultes nadie te echará de menos.
—Pero ¿y qué hay de Christopher? Alguien puede verlo.
—Christopher no irá contigo —le dije, formulando los planes a medida que hablaba.
—¿Qué? ¿Qué estás diciéndome?
—Harás correr la voz que vas a emprender un largo viaje durante el cual Christopher se quedará aquí con nosotros. Cuando regreses, te marcharás para siempre de Foxworth Hall. Este viaje será para preparar tu nueva vida. Nadie necesita conocer los detalles, en especial los sirvientes. En todo caso, les daremos la impresión que estás buscando un nuevo marido —añadí, satisfecha con ese toque.
La cara de Alicia era un estudio de sorpresa y desaliento.
—¿Alejarme de mi hijo? ¿Todos estos meses? Pero si es muy pequeño; sólo tiene tres años. Ya ha perdido a su padre. Necesita a su madre. Sé que está cerca de Mal y de Joel y disfrutará de su compañía; pero…
—No se les permitirá acercarse al ala norte —proseguí, ignorando sus objeciones—. Te alojarás en la habitación del fondo, la que dispone de cuarto de baño contiguo, aquél que te pareció tan excitante a causa de la puerta en el armario que conduce al ático.
—Pero casi todo aquello es polvoriento y cerrado. No es un lugar donde yo pueda vivir.
—Aprovéchalo lo mejor que puedas —dije. Necesitaba hacerle ver que tenía alguna culpa y responsabilidad por lo que estaba sucediéndoles a ella y a su hijo.
—¿Pero y las clases de Malcolm y Joel que se dan al fondo? ¿Y Mr. Chillingworth?
—Eso tendrá que interrumpirse ahora, ¿no es verdad? —dije, satisfecha al tener un motivo para hacerlo—. Es obvio que Malcolm tendrá que estar de acuerdo con ello. Habrá que enviar los niños a la escuela. De todos modos, será mejor que estén lejos de la casa. Habrá muchas menos posibilidades de que descubran algo.
—Las doncellas, los sirvientes… —objetó Alicia.
Estaba aferrándose a todo lo que podía para apartar su destino. Me divertían sus preguntas frenéticas, su esperanza de encontrar un motivo que impidiese que los planes de Malcolm se llevasen a cabo.
—Los criados que ahora tenemos serán despedidos. Se marcharán creyendo que tú te vas, incluso creyendo que yo estoy encinta —añadí.
Me encantaba el hecho de que pudieran creer aquello. Era casi como si estuviera realmente embarazada.
—¿Incluso Mrs. Wilson?
—Todos. Quizá no será necesario con Olsen. No está mucho en la casa y es algo corto de entendimiento. No creo que importe mucho, me gusta su manera de cuidar los jardines.
—Pero una doncella nueva tendrá que venir hasta mí, Olivia. Lo sabrá.
—Ninguna doncella subirá a tu habitación. Yo iré.
—¿Tú?
—Yo te llevaré todo lo que necesites —dije. Alicia dependería de mí en todo: su comida, sus ropas, su jabón, incluso su cepillo de dientes.
—El médico —balbuceó, pensando que ya había encontrado una salida.
—No necesitaremos al médico. Más adelante, haremos venir una comadrona. Eres joven y estás llena de salud. No habrá problemas.
—Tengo miedo —murmuró Alicia.
—¿Y qué otra alternativa tienes?
Con cada frase, yo sentía que aumentaba mi poder, mientras mi cerebro trabajaba rápidamente para solucionar los detalles. Por vez primera, desde que había venido a Foxworth Hall, me sentía al mando. Sí, ahora yo era la verdadera dueña.
—Tenías razón al creer que Malcolm podía llevar a cabo sus amenazas. ¿Y cómo te sentirías teniendo que cuidar del hijo de Malcolm después de todo lo que te ha hecho? No podrías evitar vengarte en el pobre bebé de toda tu frustración y dolor —aseguré.
—Yo nunca…
—¿Una mujer pobre con dos hijos a su cargo en vez de uno?
—No sé si podré hacer lo que Malcolm quiere —se contempló las manos en el regazo y después alzó la mirada; su expresión era cada vez más resignada—. Sólo si tú estás a mi lado para ayudarme.
—Ya te he dicho que lo haré; pero no voy a pasarme todo el tiempo en el ala norte haciendo de niñera tuya —añadí—. No has de pensar, también en esto, que el mundo es un sueño.
Alicia asintió, resignada ya a su destino. Hablar con ella en aquellos términos hizo que me sintiera todavía más poderosa. Yo podía no ser tan delgada y tan hermosa como Alicia; pero, finalmente, se había demostrado que su belleza era una debilidad y una falta. La había conducido a un sendero de dolor, un sendero que yo nunca escogería para mí.
En cierto extraño modo, pensé en ella de la misma manera que solía pensar en las muñecas miniatura de la casa guardada en la urna de cristal. Solía sentir frustración porque no podía moverlas físicamente. Nada más podía imaginar sus movimientos. Pero a Alicia sí podía moverla. Podía lograr que sonriese o que hiciera muecas. Podía hacerla reír o llorar. Estaba en mis manos tan indefensa como una muñequita.
—Hablaré con Malcolm —dije—. Y le exigiré que me lo cuente todo, que me lo explique, incluso los detalles financieros.
Alicia alzó la cabeza esperanzada. Ya estaba sucediendo. El corazón le latía con ansiedad. Yo había impulsado la sangre por sus venas al proferir una simple frase.
—Quizá consigas hacerle cambiar de opinión, convencerle de que sería más conveniente que yo me marchase en seguida.
—Quizá. Pero no confíes demasiado en eso. Malcolm nunca ha cambiado de opinión en nada.
—Pero a ti te escucha.
—Nada más que cuando quiere y si conviene a alguno de sus propósitos.
—Sin tu colaboración, esto no resultaría. Puedes negarte a seguir sus planes.
—Podría; pero la alternativa no es muy agradable para ti, ¿no es cierto, querida? —dije, pues si había algo que ahora no estaba dispuesta a tolerar era que ella tomase las decisiones por mí—. Malcolm llevaría a cabo sus amenazas.
—Ahora has de mirar las cosas de otro modo. Sin mí, saldrás de esta casa sin un céntimo.
La sonrisa esperanzada se desvaneció. Yo me sentía como un titiritero. Había tirado de un hilo y la había hundido en un estado de depresión. A partir de ese día, Alicia no caminaría por Foxworth Hall caminando y deslizándose alegremente, a menos que yo lo quisiera.
No sería bulliciosa y vivaz, si yo no decidía que lo fuese.
Se desplomó en la cama y comenzó a llorar.
—Yo no haría eso tampoco, Alicia. Has de mantenerte fuerte y sana. Si, después de pasar por todo este trance, le sucediera algo al bebé…
—¿Qué?
Parecía aterrorizada, los ojos desorbitados, los labios prietos.
—No sé lo que podría hacer Malcolm; porque creería que tú lo habías dañado o matado a propósito.
—Yo nunca haría, nunca sería capaz de hacer algo así.
—Claro está que no; pero Malcolm estaría convencido de lo contrario. ¿No te das cuenta? Tendrás que comer bien y estar animada.
—Pero, Olivia, me sentiré… prisionera.
—Sí —admití—. Lo sé. Todos estamos prisioneros de una manera o de otra, Alicia. Irónicamente, tu belleza te ha convertido en una cautiva.
Hice intención de marcharme.
—Pero algún día me hará libre —declaró en tono desafiante.
Me volví hacia ella, sonriente.
—Así lo espero, mi querida Alicia. Sin embargo, en estos momentos puedes considerarla como tu cerradura y tu llave. ¿Quién sabe lo que Malcolm podría hacerte la próxima vez que te mire? Sabemos lo que ve y no queremos que abuse más de ti. Cuando estés en aquella habitación del ala norte, te hallarás todavía más indefensa que ahora, ¿no es verdad? —pensé en voz alta.
Esa perspectiva intensificó el terror en su rostro.
—¿Y qué puedo hacer? No voy a arañarme la cara. No puedo convertirme en gorda y fea en una noche.
—No, no puedes. Pero, si yo estuviera en tu lugar, me cortaría el cabello cuanto antes.
—¡Mi cabello! —Exclamó llevándose las manos a la cabeza con toda rapidez, como si ya estuvieran cortándoselo—. No podría hacer eso. Garland amaba mi cabello. Se pasaba horas a mi lado, peinándolo entre sus dedos, acariciándolo, oliéndolo.
—Pero Garland ha muerto, Alicia. Además, algún día te crecerá. ¿No es cierto? —le respondí—. ¿No es cierto? —insistí esperando su respuesta.
—Sí —respondió Alicia, casi inaudible.
—Después de que hayas dicho que te marchas, y cuando te encuentres instalada en el ala norte, te llevaré las tijeras. Yo misma te lo cortaré. Ella asintió despacio; pero con eso no bastaba. —He dicho que yo lo haré por ti.
Alzó la mirada.
—Gracias, Olivia.
Sonreí.
—Haré lo que pueda —prometí—. Pero has de comprender siempre que yo también me encuentro en una situación muy peculiar e incómoda.
—Lo sé. Y lo siento. Créeme.
—Te creo —respondí—. Ahora duerme un poco y más tarde hablaremos acerca de lo que se ha de hacer.
Ella se tumbó y yo salí de la habitación del cisne cerrando suavemente la puerta. Subí hasta lo alto de La escalinata y miré hacia abajo el vestíbulo de la gran casa. Recordé la primera mañana que había estado aquí en pie mirando hacia abajo, y cómo me había sentido creciendo en estatura a cada paso. Yo tenía que ser la dueña de esta gran mansión. Desde aquella mañana, habían sucedido muchas cosas, amenazadoras para mi autoridad y posición; no obstante, mientras ahora empezaba a bajar los escalones sentía, de un modo irónico, que había crecido, más alta, más fuerte, más sabia.
Mrs. Steiner, que salía de la habitación de Malcolm la cual había limpiado y ordenado, me sorprendió. Caminaba con tanta suavidad que casi sospeché que había estado escuchando en la puerta de la habitación del cisne mientras Alicia me lo contaba todo.
—¿Está enferma Mrs. Foxworth? —preguntó.
Cuando los sirvientes hablaban conmigo siempre se referían a Alicia como Mrs. Foxworth. Yo sabía que ellos hubieran querido decir «la joven Mrs. Foxworth» o incluso tomarse la libertad de llamarla por su nombre de pila. Le dirigí una mirada furiosa, y ella retrocedió encogiéndose.
—Quiero decir —se justificó—, que me gustaría ver cuándo debo ir a hacer su habitación.
—Hoy no será necesario que la arregle.
—Muy bien, ma’am —respondió.
Comenzó a andar.
—Tiene dolor de cabeza —añadí—; pero no es nada grave.
Mrs. Steiner asintió. La observé mientras bajaba rápidamente la escalera, ansiosa por poner distancia entre ella y yo. Seguramente no le importará que la despida. Aunque haya estado aquí durante tanto tiempo y le paguemos bien. Malcolm ya se preocupará de que tanto ella como los demás reciban una buena indemnización. Y después yo le diría cuánta servidumbre necesitaba. Naturalmente tendrían órdenes estrictas de permanecer alejados del ala norte.
Había muchas cosas de las que ahora tendría que cuidar Malcolm. En numerosos aspectos, tendría que aceptar mis órdenes. Yo esperaba con anhelo sus explicaciones acerca de lo ocurrido, pues le expondría las confesiones de Alicia tan pronto como volviera a casa. Estaba segura de que él estaba esperando el momento y el lugar oportunos para decirme cómo estaban las cosas y de qué modo serían. Pero yo estorbaría su estrategia y haría todo lo posible por conseguir mi parte de provecho.
Todo dependería de mí, incluso Malcolm, en aspectos que él no comprendía ni preveía. Yo llevaría un control firme. Era una pequeña compensación por las cosas de que carecía, y que siempre había soñado conseguir; pero no le había mentido a Alicia al decirle que todos estamos prisioneros de una manera o de otra. Lo que yo había decidido después de que Alicia me contara todo lo sucedido, era aceptar mi prisión y, al hacerlo, convertirme en la dueña de mi propia cárcel.