Me llevé a Terrell hasta un aparcamiento y allí me detuve. Después de estacionar, me di cuenta de que se trataba del mismo solar en el que Andray casi me había matado. «¡Café Community!», pregonaba el viejo mural. «¡Nueva Orleans revive con el café Community!»
Terrell se pasó todo el trayecto en silencio, mirando por la ventana y apartándose de mí tanto como le era posible, y cuando nos paramos se quedó con la mirada clavada al frente. Ambos continuamos en silencio.
—¿Se lo vas a contar a la policía? —me preguntó al cabo de un rato.
—No, voy a proponerte que te entregues tú mismo a los federales.
No dijo nada, pero se le congeló la cara y siguió mirando al vacío.
—Es lo mejor. No puedes seguir así para siempre, no se puede vivir esperando que no te pillen nunca. Te volverás loco, ya lo he visto antes.
—Yo no puedo ir a Angola, ni de coña.
—Te conseguiré un abogado, uno de los buenos. Mick te ayudará, Andray te ayudará, yo te ayudaré. No estarás solo.
—Vale —repuso con amargura—, yo ya sé quién estará.
Lo estudié mientras observaba lo que había al otro lado de la ventana. Nos quedamos en silencio hasta que estuvo preparado para hablar.
—Sólo pasó unas seis veces —me contó—. Yo tenía… Joder, tenía doce años. Fue por esa cosa del mentor, como una especie de Gran Hermano. Se suponía que nosotros… Fue hace mucho. No sé por qué no pude olvidarlo, no sé por qué no pude simplemente olvidarme de todo. Yo quería, y sin embargo siempre seguía conmigo. Todas esas guarradas que hicimos estaban siempre ahí, escondidas en alguna parte de mi cabeza, esperando tranquilamente a salir y estropearlo todo, a joderlo todo. Como cuando a veces estoy con una chica y todo va bien y eso, hasta que a esa mierda le da por aparecer en mi cabeza y lo jode todo.
»Bueno, pues esa noche… Joder, fui para allá para intentar ayudar —subrayó amargamente—, ni siquiera estaba pensando en… En él. No lo tenía en la cabeza, ni me acordaba. Otros chicos y yo habíamos pasado la noche en la casa de esa chica, Shonda, y empezó a llegar gente que conocíamos, gente que no tenía forma de marcharse, que estaba atrapada como nosotros. Empezaron a contar historias, a cual más alucinante, sobre el agua que iba subiendo, sobre gente aislada que no recibía ayuda, que se quedaba tirada completamente sola.
»Así que tomé la decisión. El resto de esos negratas podían seguir sentados fumando hierba todo el día si les daba la gana, pero yo no iba a quedarme de brazos cruzados cuando había chicos muriendo por ahí, gente subida a los tejados y toda esa mierda. No puedo no hacer nada mientras todo eso está pasando.
»Así que me voy para el agua y me encuentro un puto caos. O sea, todo un desastre, porque el agua trajo basura y todo tipo de mierdas de todas partes. Y hace calor, la gente se ha vuelto loca, llora, grita y hay… Joder, hay cadáveres por todos lados. No me había imaginado… Bueno, había pensado que llegaría y que sería algo así como hacer de marinero, como si sacaras a gente del océano. Pero era como… La gente lloraba o tenía hambre, o se había quemado tras pasarse varios días al sol en el tejado. O buscaban entre los cuerpos intentando encontrar a sus hijos y eso. Me recordaba a cuando en la iglesia se hablaba del infierno, con tanto calor, muertos por todas partes y toda esa mierda. Era como tu peor pesadilla, como si se hubiera hecho realidad. Así era.
»Bajé para ayudar, para intentar salvar a alguien. Quiero decir… —Su voz se fue apagando, como si él mismo no pudiera creerse cómo había terminado todo.
»Bueno, pues empecé a pensar que se trataba de un error, un auténtico error. Yo me sentía… Ni siquiera sabía por dónde empezar, así que me acerqué al agua, fui hacia allí pensando que podría echar una mano y entonces…
Se interrumpió y se dio la vuelta hacia la ventana. Las lágrimas surcaban su preciosa cara.
—Entonces, ¿lo viste? —apunté.
—Entonces lo vi —repitió Terrell con suavidad—. Lo vi en el agua, casi en tierra, apenas un metro más allá. Estaba bajando de un bote con ese chico, un niño que debía de tener unos doce años, muy oscuro, empapado y temblando. Al salir del bote, lo levantó y lo cogió en brazos, lo cogió como… —Terrell meneó la cabeza—. Como si fuera a llevárselo. Como si se lo llevara para, bueno, eso. Empecé a sudar… O sea, ya estaba sudando, pero era diferente. También me puse a temblar, como si, como si ese chico fuera —se puso a llorar otra vez—, joder, como si todo volviera a suceder. Como si estuviera sucediendo todavía, como si nunca se hubiera acabado. Como si todo lo que había hecho desde entonces y todo lo que soy, todos mis amigos y todos mis hermanos, como si todo eso desapareciera y siguiéramos en esa jodida época, como si sólo existiera esa puta época. Como si yo siguiese con él en esa habitación, una y otra vez, y no pudiera escaparme.
Se interrumpió para seguir llorando.
—Pero esta vez podías defenderte.
Asintió con la cabeza.
—Andray y Trey —volvió a empezar— siempre me repetían que tenía mi pipa y que la usara. Siempre la llevaba encima, desde pequeño, pero nunca… Bueno, sabía disparar y disparaba, aunque no había matado a nadie. Pero esa vez, esa vez… Siempre me decían que cuando lo has hecho muchas veces se convierte en algo automático, algo en lo que ya ni siquiera piensas. Y así fue. Yo estaba con él en esa habitación, en ese puto infierno, en la habitación, con cadáveres por todas partes y gente llorando y chillando, y él llevándose a otro chico. A otro chico. No lo pude permitir, realmente fue automático, apenas lo pensé. Ni siquiera estaba pensando en nada, lo único que tenía en la cabeza era ese caos, toda esa mierda. Entonces, me acordé de mi protección. Fue como encontrar la manera de que todo acabara, ¿me entiendes? No pensé en matar ni nada parecido, era sólo ponerle fin a algo, hacer que se acabara de una vez. No solamente durante un minuto, por esa vez, sino para siempre. Como si dispararle allí, en la vida real, pudiera sacarlo de mi cabeza de una vez por todas.
»Así que lo hice, saqué la pistola y le pegué un tiro. No sé cómo, pero de alguna forma le di, bang, justo en el corazón.
Se interrumpió, hipnotizado por su recuerdo.
Te dicen que será fácil, automático, y que lo olvidarás pronto. Pero no ocurre así, aunque a algunos se les da mejor aparentarlo que a otros.
—¿Qué pasó después? —le pregunté con cuidado.
Terrell sacudió la cabeza y dijo:
—No lo sé, no me acuerdo. Sólo recuerdo que corría, pero no sé hacia dónde. De verdad que no me acuerdo, sólo quería pirarme de allí. Atravesé corriendo toda la puta ciudad y cuando me paré, estaba en el parque Audubon. Busqué un rincón más o menos oculto que conocía bajo un árbol grande con unas ramas que llegaban hasta el suelo, donde ya había dormido unas cuantas veces. Y allí me quedé, sin hacer nada, intentando recuperar el aliento.
—Entonces te encontró Andray —le sugerí.
—Sí, él me conocía y conocía ese sitio. Sabía que yo solía ir allí de pequeño. Andray no se hubiera marchado de la ciudad sin mí. Cuando me encontró, se lo conté todo… Joder. Él se puso en marcha en seguida. Lo primero que hicimos fue ir a casa de Vic Willing para que dejara huellas por todas partes. Las de Andray, porque él no lo había hecho. Sabía que eso confundiría a todo el mundo, pero que tampoco era suficiente para condenarlo. Después me contó mi historia, nuestra historia. Que estuvimos juntos todo el rato, que fuimos aquí, que fuimos allá. Él sabía que nadie duda de una historia con todos esos detalles, y menos en ese momento, con todas las cosas que llegó a meter. Después nos fuimos, conseguimos un coche y nos largamos de la ciudad, hacia Houston. Todo ese tiempo yo me lo pasé como… Como si estuviera hipnotizado o algo así. Él se hizo cargo de todo, se ocupó siempre de mí, y cuando volvimos se aseguró de que nadie supiera nada. No me vio nadie, o por lo menos nadie me vio la cara. Cuando tú empezaste a investigar, hizo todo lo que pudo para deshacerse de ti. Le pidió a todo el mundo que no te hablara e intentó asustarte para que te fueras de la ciudad.
—Se arriesgó a ir a la cárcel por ti.
Terrell asintió con la cabeza.
—Ya lo sé —y respiró hondo—. ¿Qué viene ahora?
—Ahora viene cuando te hablo de entregarte. Yo depositaré la fianza de inmediato y no pasarás más que una o dos noches entre rejas, no tendrás que esperar al juicio.
—Ni de coña —dijo, negando con la cabeza.
—¿Has dormido mucho últimamente?
Terrell no contestó.
—¿Y comido?
Me había fijado en que estaba flaco como un fideo, aunque siguió sin decir nada.
—Es la forma de recuperar tu vida. Sé que es terrible, que estás acojonado, pero es la única manera de empezar de nuevo.
Asintió con la cabeza y nos quedamos callados un rato. Otros podrían haber comido y dormido perfectamente. Otros podrían haber aparentado mucho mejor que él, pero Terrell no.
—Esa noche —dijo él—, antes de que sucediera todo, era como… Cuando bajaba hacia el agua, cruzando la ciudad, era como… Como si pensara que iba a convertirme en un héroe o algo así, como si fuera a salvar gente. Así lo veía, como en una foto de mí mismo, como una peli que me pasaba por la cabeza, ¿sabes? Yo iba en una barca, como luego vi que hacía él, y salvaba a esos chicos de las aguas. Parecía tan real, como si estuviera contemplando el futuro —las lágrimas le resbalaban por la cara—. Pero no era más que mierda.
Al terminar, desvió la vista hacia otro lado.
—¿Te sentiste bien? —le pregunté.
Terrell volvió a girarse y asintió con la cabeza a la vez que lloraba.
—Me sentía como si realmente… Me sentía bien de verdad, como si ya lo hubiera conseguido. Como si ya hubiera hecho lo que estaba viendo en la película que me pasaba por la cabeza, como si ya hubiera salvado a todos esos chicos. Así que no entiendo cómo…
Se puso a llorar más fuerte y no pudo seguir. Sólo entonces entendí cómo se había sentido Vic en sus últimos momentos: orgulloso, bueno, en paz consigo mismo, probablemente por primera vez.
Pero eso no servía de ayuda a Terrell.
En la furgoneta hacía frío, por lo que encendí la calefacción. Me quedé mirándolo llorar con la cabeza gacha. Habían caído todas las barreras. Todo el orgullo había desaparecido.
Se había abierto una puerta, pero Terrell necesitaba las instrucciones adecuadas para cruzarla.
No existen las coincidencias, sólo oportunidades.
—«Considera la posibilidad —le dije, citando a Silette— de que lo que percibimos como futuro en realidad ya haya sucedido, y que la intuición sea sólo un recuerdo muy bueno.»
No dijo nada, pero me pareció que escuchaba y que lloraba un poco más flojo.
—Nunca faltarán inundaciones —continué, al mismo tiempo que estiraba el brazo para cogerle la mano fría y rugosa—. Siempre habrá gente que necesite ser rescatada y nunca habrá personas suficientes para salvarlos a todos.
Terrell asintió con la cabeza mientras seguía llorando. Él sabía que era cierto. Y lo sabía porque había necesitado que lo rescataran una y otra vez, y porque se había hundido una y otra vez, y nadie había ido a salvarlo. Nadie excepto Andray.
Llamé a Mick. Vino a buscarnos al aparcamiento y fuimos juntos a llevar a Terrell a un agente federal que conocía en el cuartel general de Metairie. No lo entregamos hasta que nos prometieron que lo pondrían en prisión preventiva, no para protegerlo del resto de reclusos, sino de los polis locales. A los federales les gustaba tan poco la policía local como a Mick y a mí, y nos aseguraron que se encargarían de que estuviera seguro.
Cuando se lo llevaron, Terrell estaba aterrorizado, paralizado de miedo. Eso no es siempre malo, ya que así podría afrontar su terrible historia y ponerle de una vez un punto final. Si conseguía sobrevivir, sacaría lo mejor de él. Se trataba de la mejor oportunidad que tendría para convertirse en la persona que se suponía que debía ser, el hombre que salvaría a los niños de ahogarse.
Uno de los federales había conocido a Vic Willing.
—¿Vic Willing? —preguntó con incredulidad—. ¿Ese tipo? ¿Seguro que él…? ¿Eso?
—Absolutamente seguro. Terrell no es el único.
—Dios mío. Es que con la gente nunca se sabe.
—No, nunca se sabe.
Para cuando terminamos con Terrell, con el papeleo y con nuestras explicaciones a los federales, ya era el mediodía del día siguiente. Mick y yo dejamos los coches en el aparcamiento de las oficinas y caminamos un poco por la calle (si se puede decir que en Metairie hay alguna calle) hasta una pequeña tienda de bocadillos, donde nos compramos unos po’boys. Yo cogí el de gambas, Mick, el de ostras, y los compartimos; nos parecieron lo más delicioso del mundo, así que tampoco hablamos mucho. Después de comer volvimos al aparcamiento a por los coches y nos quedamos mirándonos. Mick estaba bien: no era el final feliz que él deseaba, pero, por otro lado, no era un final en absoluto. Sólo una pausa mientras la soprano gorda se cambiaba de vestido. Había tiempo de sobras para poner a Terrell en el buen camino antes de que empezara la siguiente función.
—Bueno —admitió a regañadientes—, supongo que tenías razón, supongo que al final tu estilo ha acabado funcionando.
—Mi estilo siempre funciona, pero la próxima vez volverás a no creer en mí. Será como si esto no hubiera sucedido jamás.
—¿Crees que habrá una próxima vez? —preguntó, aunque no supe decir si en su voz había esperanza o terror.
Yo me encogí de hombros.
—Sí, supongo que habrá una próxima vez.
Nos abrazamos para despedirnos.
—Llámame algún día, ¿vale? También puedes mandarme un mail y eso.
—Sí, claro —contestó.
Cuando nos separamos, me fijé en que sonreía.
Cogimos nuestros coches y nos fuimos.