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Para cuando acabé con Construcciones Ninth Ward eran ya más de las siete. Llamé a Mick y nos encontramos para cenar en otro restaurante de comida de Oriente Medio en la calle Magazine.

Le conté que había resuelto el caso, pero mi solución no le hizo mucha gracia.

—Pudo haber sido cualquiera —argumentó—. Esa descripción podría encajar con un millar de chicos.

—Pero no fue cualquiera ni un millar de chicos. Fue una sola persona, ya lo sabes.

—Yo no sé nada —protestó frunciendo el entrecejo.

—Existe una diferencia entre no saber y no querer saber.

Mick siguió con el ceño fruncido y terminamos de cenar en silencio. Era como tomar un bocado después de un funeral, aunque para él era peor que eso. Quien había muerto no era nadie que él conociera. Todo el mundo sabe que eso sucederá algún día y te preparas para eso, incluso lo esperas.

Sin embargo, él había perdido algo que ni siquiera sabía que tenía. Había estado esperando un final feliz, aunque no existe tal cosa. En realidad, nada se acaba nunca. La soprano gorda nunca canta su último tema, sólo se cambia de vestido y se traslada a la siguiente función. Se trata únicamente de cuándo dejas de mirar.

La parte más complicada era esperar hasta que empezara la función siguiente después de que todo el mundo hubiera quedado tirado en el escenario con la cabeza cortada. Pero Mick lo conseguiría.

—Prométeme que no harás nada hasta mañana —me pidió cuando nos íbamos—. Sólo consúltalo con la almohada, piénsalo un poco, ¿vale? Prométemelo.

Se lo prometí.

Luego me fui a hacer lo que tenía que hacer.