51

DeShawn dejó de llorar y se quedó hipnotizado mirando la foto.

—Mi madre y yo —explicó— nos pasamos tres días en ese tejado, tres putos días. Sin comida, sin agua, sin nada. En la cocina teníamos de todo, pero se lo había llevado la riada. Los helicópteros nos sobrevolaban y al principio nosotros chillábamos como locos. Pasaron incluso un par de barcos, aunque estaban hasta los topes. Y los helicópteros no nos tiraron nada. No sé lo que estaban haciendo, pero no estaban ayudando a la gente.

Sacudió la cabeza y continuó, con el ceño fruncido.

—Aún no entiendo por qué no vino nadie. Quiero decir que he leído los informes y todo lo demás, y sé lo que pasó, pero sigo sin entenderlo. Mi madre, es como si…, como si no pudiera recuperarse, como si no pudiera superar que nadie viniera a ayudarnos.

Se calló durante un rato, con la cara congestionada.

—Hasta que llegó él —continuó, señalando la foto— el tercer día; en realidad, la tercera noche. Cuando cayó la noche… Bueno, eso estaba bien porque era más fresco y se estaba mejor, aunque estaba tan oscuro que daba miedo, miedo de verdad. Oías a la gente chillando a tu alrededor desde sus tejados; gritaban y lloraban, pero no podías verlos. Oías cosas que salpicaban en el agua, aunque tampoco las veías; no sabías si era gente o eran ratas. Y además esa especie de reflectores que de vez en cuando se proyectaban en picado y podías verlo todo iluminado, sólo durante un segundo, como la iluminación estroboscópica de una discoteca.

»Entonces, esa tercera noche… Creíamos que ya no lo íbamos a contar. Mi madre rezaba, yo rezaba, pero es duro, ¿sabes? Es duro conservar la fe. Entonces vimos esa lucecita, esa lucecita minúscula muy a lo lejos. Y luego, como en una peli o en un sueño, se acerca esa barca. Alguien lleva una linterna y es como… como una nubecilla, como esa nubecilla de luz que se acerca.

DeShawn se echó a reír, pero sus ojos estaban húmedos.

—Todo lo que sabíamos es que podría haber sido Dios. Es decir, estar de esa manera en el tejado era como vivir en la época bíblica, ¿entiendes? Como todas esas cosas de la Biblia, esas historias o lo que sea que leas, era como vivir en esos tiempos. Como si te pusieran retos y pruebas y pudiera pasar cualquier cosa.

»En cualquier caso —continuó—, en esa barca había una madre con su hijo y ese tipo. Este tipo. Y la madre y el niño estaban temblando y como delirando, casi como si se estuvieran muriendo. Estaban totalmente jodidos. Y ese tipo, él —echó una ojeada a la foto—, estaba sonriendo. Sonreía y se le veía feliz, como si fuera el mejor día de su vida. Y llevaba un perro.

—¿Un perro? —le pregunté—. ¿Estás seguro?

DeShawn asintió con la cabeza.

—Sí, un perro, creo que era del niño. Tipo pastor alemán; mi madre casi no sube a la barca por su culpa. No sé cómo supo que estábamos allí, a lo mejor era uno de los que ya habían pasado cuando iban llenos. No lo sé. A veces me pregunto cómo nos encontró, pero no lo sé.

»De cualquier forma, él nos ayudó a bajar a la barca. Queríamos que recogiera a más gente, a mis vecinos, que estaban allí al lado, pero no había más espacio y dijo que la barca se hundiría si metíamos a alguien más. Así que nos llevó hasta tierra y nos dejó en un lugar seco como si nada. Mamá y yo bajamos los primeros, porque estábamos delante, y había gente esperándonos con mantas y comida. Para cuando nos dimos la vuelta, los demás ya se habían marchado.

—Oh, Dios mío —exclamó Mick.

—Me salvó la vida, mamá y yo habríamos muerto, de verdad. Cuando volvimos a casa, más adelante, vimos que el tejado se había hundido. No sabemos cuándo sucedió, pero…

No terminó la frase.

—Os salvó la vida —repetí yo.

DeShawn asintió con la cabeza y me preguntó:

—¿Tú lo conoces?

—No, se murió no mucho después. En algún momento durante la tormenta, no sabemos exactamente cuándo. Eso es lo que estamos intentando averiguar.

—Oh, Dios mío —dijo el chico, aparentemente abrumado—. Dios. Vaya putada.

—¿Volviste a verlo después? —le pregunté al cabo de un rato—. ¿Sabes qué pasó con él después de que os dejara en tierra?

—Bueno, creo… Creo que no llegó a volver, creo que se ahogó.

—¿Por qué lo crees?

—Porque después me encontré a mi vecino en Houston y hablamos de todo eso, nos contamos nuestras historias. Él me dijo que ese hombre nunca volvió a buscarlo, que no se acercó nadie hasta el día siguiente.

Nos quedamos en silencio y sin mirarnos.

—Siempre pensé —dijo finalmente DeShawn— que me lo volvería a encontrar. Le quería dar las gracias o lo que fuera.

—Aún puedes.

Me miró y me preguntó:

—¿Crees que puede oírme?

—No lo sé, pero no pierdes nada por intentarlo.

Nos quedamos otro rato en silencio.

Después me acordé de lo que me había dicho Tracy.

La primera pista de todas.

La resaca se me pasó de golpe.

Mick se me quedó mirando y me preguntó:

—¿Qué pasa?

—Nada.

—¿Qué pasa? —preguntó DeShawn.

—Tengo que irme —les dije—. Tengo que marcharme ahora mismo.

Le di las gracias al chico, pagué la cuenta y Mick y DeShawn prometieron mantenerse en contacto y ocuparse de su madre. Luego Mick me llevó hasta el centro, ya que seguía pensando que mi furgoneta había muerto, y me dejó frente a mi hotel.

—Entonces, es eso —dijo finalmente—, creo que ya sabemos lo que le sucedió a Vic Willing.

Me lo quedé mirando, parecía casi feliz. Si Vic podía ser redimido, cualquiera podía serlo, incluido Mick, con su culpabilidad de superviviente y su lista de pecados imaginarios. Incluso los chicos con los que trabajaba, con sus asesinatos menores y su decidida falta de interés por el futuro. Incluso yo, con mis malos hábitos y mi mala reputación.

Sabía que él quería que fuera cierto, quizá necesitaba que fuera cierto.

Pero no lo era.

A lo mejor todos podríamos redimirnos, pero no sería ese día.

Mick me miró y me dijo:

—Lo ha dicho DeShawn, nos lo ha contado. Vic se ahogó. Salió a rescatar a la gente y nunca volvió.

Yo no dije nada.

—Claire —insistió, con la decepción marcada en la cara—. Claire, no me digas que…

Seguí sin decir nada.

—Ésta es la respuesta, la solución. La que has estado buscando, ésta es.

Yo seguía sin saber exactamente lo que le había sucedido a Vic Willing, pero me había formado ya una idea bastante precisa y sabía dónde encontraría el resto de la historia.

—Mick —empecé a decirle con suavidad—, sé que crees que lo que nos ha contado DeShawn es la pista definitiva. Y sí que es significativa, mucho. Pero no es el final, ésta no es la pista definitiva.

—Entonces, ¿cuál es esa pista? —me preguntó cabreado.

—La misma que ha sido siempre, la misma que no has visto desde el principio. La misma que tampoco ves ahora.

Nos quedamos en silencio y sin mirarnos.

—Dios mío, Claire —empezó—, ¿no podrías simplemente…?

—No. Jamás.

Mick sacudió la cabeza y no quiso mirarme mientras yo salía del coche.

«Por supuesto, cualquiera puede salvarse —declaró Silette en su entrevista con Interview de 1979—, no importa cuál sea el crimen. Lo que no entienden es que eso es igual que resolver un crimen; uno tiene que hacerlo por sí mismo, por sus propias razones, cada uno en su momento, y no por ningún estúpido ideal de cómo puede ser el mundo ni por nociones infantiles de lo bueno y lo malo. El único camino es sumergirse completamente en uno mismo, lo que, por supuesto, es lo último en lo que pensamos la mayoría de nosotros. Tienes que sumergirte hasta el fondo. Entonces, la vida puede volver a empezar de forma distinta.»

En mi habitación, sobre la cama, encendí la estufa y volví a consultar el I Ching.

Hexagrama 4: Nubes sobre el fuego. Las nubes rodean el fuego pero no lo extinguen. Algunos fuegos arden de verdad y otros de mentira. Los verdaderos calientan las manos, mientras que los falsos arden pero no dan calor. Los mejores lo devoran todo a su paso y sólo dejan un vacío perfecto tras de sí. El hombre sabio sabe que ése es el mejor lugar.

Me monté en mi furgoneta y me dirigí hacia el vacío perfecto.