Regresé a mi habitación, volví a dormirme y cuando me desperté de nuevo ya estaba oscuro. Me fui a un restaurante de la calle Frenchman y pedí huevos fritos, pero cuando me los trajeron, no parecían huevos en absoluto, sino algo terrible e incomestible. Parecían un castigo.
Está muy bien estar tocando fondo, me recordé a mí misma, ya que la única posibilidad que te queda es subir.
Después del desayuno —o quizá era la cena—, llamé a Mick y decidí no contarle nada de lo que me había sucedido con Andray. Cualquier otro día podría haber sido divertido romperle el corazón, pero no ése. Le conté que la noche anterior me había ido a dormir bastante pronto y que no había descubierto nada nuevo.
Luego le dije que mi furgoneta se había muerto y le pedí que me prestara su coche, un pequeño Nissan deportivo gris oscuro de los noventa.
—¿Que se ha muerto?
—Bueno, espero que no esté muerta, sería muy triste. Pero no funciona.
—¿Y donde te la alquilaron no te darían otra?
Eso me provocó un sonoro suspiro de irritación.
—Pues llámalos tú —le solté—. A lo mejor te pueden dar otro coche mañana antes del mediodía, lo que seguramente significa a las cuatro o cinco. Quizá tengan un coche de repuesto para ti, de cualquier clase y a cualquier precio, porque para mí seguro que…
—Vale —me cortó—, de acuerdo. Coge un taxi y ven para aquí, pero devuélvemelo mañana por la mañana.
Me volví a la habitación del hotel y saqué la pistola del lugar donde la había escondido, en la caja de pañuelos de papel que hay que extraer de esas graciosas ranuritas que siempre hay en los hoteles, como si hubiera algo indecoroso en una simple caja de pañuelos a la vista. Comprobé rápidamente que funcionara y, cuando me pareció que todo estaba bien, salí y cogí un taxi en Decatur. Mick me esperaba delante de su casa, me pasó las llaves y también aprovechó para darme algunas instrucciones: A veces, las luces se atascan y tienes que menearlo todo un poco. A veces se cala en los semáforos. La ventanilla del conductor sólo baja hasta la mitad y tienes que presionar hacia abajo, pero no lo hagas porque volverla a subir es muy jodido.
Ya había olvidado cómo era ser pobre.
—Bueno, ¿adónde vas? —me preguntó—. ¿Tienes algo nuevo o…?
—Pues no —le mentí—, nada nuevo. En realidad, no tengo ningún plan. Me imagino que daré unas vueltas y veré qué es lo que pasa.
Mick asintió con la cabeza y fingió que le parecía una buena idea, aunque yo sabía que no.
La verdad le habría gustado aún menos.
Desde su casa se tardaba menos de cinco minutos en llegar a Central City. Andray y Terrell estaban, como siempre, en su esquina habitual. Había también algunos otros chicos, aunque no reconocí a ninguno.
Terrell me vio primero, le dio un codazo a Andray y señaló hacia mí. Naturalmente, creyeron que yo era Mick. Pasé por delante y aparqué al final de la manzana. Andray se acercó para ver qué quería (Mick).
Llegó hasta el coche y se inclinó para mirar por la ventanilla.
Yo la bajé y le apunté con la pistola.
—Sorpresa.
Echó a correr y se metió en un edificio cercano, probablemente buscando una puerta trasera para salir al otro lado de la manzana. Di la vuelta con el coche hasta que lo vi atravesar el patio delantero de una casa, lo dejé en punto muerto y salí para atraparlo en la esquina, justo cuando estaba a punto de saltar a la calle por encima de un murete desmoronado. Lo agarré del hombro con una mano y le apunté con la pistola con la otra. Los dos jadeábamos y nuestro aliento entrecortado se hacía visible en el aire helado.
Andray puso los ojos en blanco e intentó parecer duro y malvado, pero por un momento fue la misma cara de cuando lo vi por primera vez, como si se estuviera ahogando, como si deseara que le disparase de una vez y se acabara todo.
Sin embargo, esa cara desapareció tan rápido como había llegado.
—Joder —dijo él.
Lo mantuve encañonado mientras lo cacheaba. Encontré una pistola de nueve milímetros y un cuchillo de caza que me guardé en el bolso.
—Ahora nos meteremos en el coche.
Negó con la cabeza.
—No te haré daño —le aseguré—, sólo vamos a hablar.
Volvió a negarse, esforzándose por aparentar calma.
—Si vas a dispararme, hazlo aquí. Puedo morir aquí mismo.
Me di cuenta de que estaba aterrorizado porque creía que iba a matarlo. Como mucha de la gente que piensa en el suicidio, en realidad Andray no quería morir. Morir era la parte difícil, lo que quería era estar ya muerto.
Para entonces, algunos de los otros chicos se habían acercado a esa esquina. Nos vigilaban, aunque ninguno se apresuró para ayudarle. Pude ver a qué se referían Terrell y él cuando hablaban de falsos amigos. Se les veía más entretenidos que otra cosa.
—No te haré daño —le repetí, suave y lentamente—, pero…
—No me voy a meter en el coche contigo —reiteró—, ni de puta coña.
Eché una ojeada alrededor. Podría haber bajado el arma, sin embargo no me fiaba de los demás chicos.
Yo había hecho cosas estúpidas anteriormente, pero me estaba dando cuenta de que ésta era una de las más estúpidas.
—De acuerdo —le dije—. Les vas a decir a tus amigos que todo va bien. Cuando lo hagas, bajaré la pistola. Y no nos meteremos en el coche, olvídate del coche, ¿vale?
Asintió con la cabeza y tragó saliva.
—Diles a tus amigos que todo va bien.
—¡Tú, G! —le gritó a uno de los chicos. Yo bajé la pistola—. Todo va bien. Es amiga mía, tío. Sólo está cabreada, no pasa nada.
El chico, G, se nos quedó mirando.
—No pasa nada —repitió Andray—. Apartaos un poco, G, sólo necesitamos un poco de espacio. Necesita relajarse.
G nos miró durante un rato con dureza, luego se volvió hacia los demás y se los llevó hacia otra esquina. Yo respiré hondo y me guardé la pistola.
Andray desplazó su peso de una pierna a otra, con los ojos como platos. Me recordó a la gente de Nueva Orleans que conocía, temerosos de todo lo que no deberían haber sido y asumiendo lo que les debería haber aterrorizado.
—¿Dónde podemos hablar? —le pregunté.
Se encogió de hombros. Intentó tragar saliva, aunque no pudo y acabó escupiendo.
—Escúchame —le advertí—, no quiero hacerte daño, no quiero dispararte. De verdad que no quiero matarte, pero si vuelves a hacerme daño, si vuelves a intentarlo, yo haré todas y cada una de esas cosas. ¿Me pillas?
Asintió con la cabeza.
—¿Entrarás ahora en el coche?
—Ni loco —dijo mientras sacudía la cabeza.
—Vale, pues andaremos un poco. El daiquiri era la bebida nacional de Nueva Orleans. Distintas cadenas de tiendas los vendían como si fueran granizados, en vasos de plástico de medio litro, un litro y dos litros que llenaban en grandes máquinas. Había incluso autobares de daiquiris, aunque no en ese barrio. El local de daiquiris más cercano a la esquina de Andray estaba en Saint Charles con Josephine, y hacia allí nos dirigimos, caminando en silencio.
El bar estaba todo pintado de negro. Nos sentamos a una mesa en el rincón y nos tomamos un daiquiri cada uno, de fresa para él y de coco para mí. La música soul antigua que salía de los altavoces encajaba con la clientela, en su mayoría de mi edad hacia arriba. Unas cuantas parejas borrachas bailaban, pero casi todo el mundo estaba sentado a las mesas, riendo y hablando en voz alta o charlando en voz baja y con caras muy serias.
Le había hecho pasar a Andray un momento complicado y estresante, y cuando volví a observarlo pude ver lo que todos los padres de acogida y todos los camellos ya habían visto en él: un dolor que nunca podría mitigar y que, por el contrario, buscaría insensibilizar de la manera que fuese durante un tiempo. Él me miró con sus grandes y bonitos ojos, que venían a decir algo así como: «Ya lo has hecho. Ahora arréglalo.»
—Andray —empecé—, sé que no mataste a Vic Willing. Estoy bastante segura de saber lo que le sucedió, pero sigo necesitando saber por qué me hiciste eso la otra noche y qué es lo que sabes sobre Vic. Porque sé que has estado mintiendo y debo descubrir la verdad. Eso es lo que yo hago. No importa de qué se trate, te lo prometo, no voy a contárselo a la policía, ¿vale?
Asintió con la cabeza. Ni idea de en qué estaba pensando.
—No me creas porque sea una figura de autoridad, sino porque soy amiga de Mick y él siempre ha sido bueno contigo. Créeme porque me conoces, al menos un poco, y porque yo también me he portado bastante bien contigo.
Él dejó de mirar al tendido, se fijó directamente en mí y asintió con la cabeza. Respiró hondo y se relajó un poco. Habíamos hecho un trato.
—¿Qué coño es esto? —le pregunté—. ¿Se puede saber de qué va?
—Joder, lo siento, señorita Claire.
—Bueno, vale, pero ¿de qué coño va? ¿Por qué hiciste eso?
Andray suspiró profundamente y me dijo:
—Joder, es que esos tíos con los que estaba te iban buscando a ti. Se enteraron de que el otro día viste como casi le dan a ese chaval, Deuce, en la calle Frenchman, y querían, bueno, ya sabes. Cuando les oí hablar sobre una señora blanca loca lo entendí todo, me imaginé que eras tú y les dije que yo me ocuparía.
—Quieres decir que iban a matarme, que creían que yo era una testigo y querían matarme.
Asintió con la cabeza.
—Y tú los paraste —añadí.
No dijo nada.
—Eso es tan jodidamente noble —dije yo— que me estalla el corazón. Andray, me estalla mientras estamos hablando. ¿Por qué…? —hice una pausa—. ¿Oyes eso? Son trozos de mi corazón que están cayendo al suelo.
Se echó a reír, me miró y, por primera vez, me pareció un chico corriente, con una sonrisa corriente en la cara. Tuve una visión fugaz de lo que podría haber sido Andray si hubiera nacido en cualquier otro lugar. Un arco infinito de posibilidades apareció ante mis ojos, ninguna de las cuales incluía armas, padres de acogida o la cárcel.
—Andray —insistí—, necesito saber la verdad. ¿Qué pasó entre Vic Willing y tú?
Suspiró y echó una ojeada a todo el local.
—Oye, podría haber hecho que te arrestaran dos veces, una por lo de Vic y la otra por lo que me hiciste esa noche. No lo hice en ninguno de los dos casos. Usa la cabeza. ¿Puedes confiar en mí o no?
Volvió a suspirar. Casi podía ver cómo vacilaba su mente: sí, no, sí, otra vez no.
—Deja de suspirar. Es irritante. Y piensa. ¿Puedes confiar en mí?
Sí, no, sí, no.
Otro suspiro.
Sí.
—De acuerdo —dijo finalmente con decisión, mientras me miraba directamente a los ojos—. Yo estaba allí y sabía que ese cabrón tenía cerveza, agua y esas mierdas. Así que entré a pillar algo. Yo… ya había estado allí.
Le di tiempo, pero no añadió nada más.
—¿Cuándo? —le pregunté con suavidad—. ¿Cuándo habías estado?
—El señor Vic —respondió con la mirada fija en la mesa—, bueno, él pagaba… Joder. Si te tocaba, él… Ya sabes. Valía la pena esforzarse. A veces también pagaba a chicos para que fueran a su casa y… ya sabes —asentí, sí que lo sabía—. Así que yo también fui alguna que otra vez… Quiero decir, yo no hice nada, nada de nada. Pero le gustaba que hubiera gente mirando, así que miré. Era dinero fácil, aunque lo hice muy pocas veces. Esa mierda no me gustaba nada, no sólo porque fuera con tíos. Yo… no sé. Es que era triste, sólo contenía tristeza. Una persona que necesitaba algo tan malo como el dinero y otra que necesitaba otra cosa igual de mala. No sé, era simplemente triste.
Asentí. Tenía mis dudas de que estuviera diciéndome la verdad acerca de que sólo hubiera mirado, pero no me importaba. Eso era sólo de su incumbencia.
—¿Por qué le dijiste a la gente que no hablara conmigo?
—Porque yo sabía que no me creías. Tú ya lo tenías todo decidido. Les decía que todos los que te ayudaban acababan muertos. Además, mucha gente ya sabía eso sin necesidad de que yo se lo contara. Sabían que no hablas con los polis.
Reflexioné un poco sobre eso y asumí que tenía sentido.
—¿Cómo conociste a Vic? —le pregunté a continuación.
—Primero trabajando en su piscina. Eso era verdad. Después, como ya te he contado, me invitó a entrar. Comimos bien, me habló de pájaros y de otras cosas. Al principio pensé, bueno, pensé que sólo estaba siendo amable. Decía que yo le recordaba a un viejo amigo. Nos vimos unas cuantas veces y yo seguía pensando que era un buen tipo. Pero después, en fin, me comentó que si necesitaba dinero podríamos arreglarlo… Así que no volví a verlo después de eso; bueno, sí, una sola vez. Necesitaba el dinero de verdad, tenía hambre y estaba sin blanca. Así que… Creo que él sabía que eso no estaba bien, eso creo.
—¿Por qué?
—Porque siempre acababa disculpándose y te daba más dinero del que te había prometido.
Asentí con la cabeza.
—Así que cuando llegó la tormenta —continuó—, Peanut, Slim, yo y otros chicos que tú no conoces salimos a buscar comida, agua y esas cosas. Fuimos a casa de Vic y entramos.
—¿Cuándo fue eso exactamente?
—El viernes por la noche —respondió, y a continuación tragó saliva—, sobre las diez o las doce. Verás, para entonces la mayoría de la gente de ese barrio ya se había ido, dejando sus putas casas abiertas, así que fui a ver qué podía encontrar. Vic no estaba, la casa estaba totalmente vacía… Casi todo el vecindario lo estaba. Y ya está. Ésa es la auténtica historia.
Me lo quedé mirando y le pregunté:
—¿Estás seguro? ¿Completamente seguro de que fue el viernes por la noche?
Asintió con la cabeza y levantó la mano derecha, como si estuviera prestando juramento o demostrando que no iba armado. Me miró fijamente a los ojos y me dijo:
—Te mentí, señorita Claire. Es una verdad incuestionable, te mentí. Por eso mis huellas estaban por toda la casa, estaba buscando comida.
—¿Encontraste algo?
—Sólo agua y cerveza. Justo lo que pensaba, pero bueno, lo necesitábamos. Me acordaba de que tenía todo un armario lleno de agua embotellada, así que fuimos a buscarla. La gente buscaba agua para sus hijos y sus bebés, que no tenían nada que beber. Necesitaban agua, comida para los niños y todo lo demás. Yo cogí la cerveza, el agua y todo lo que encontré, tanto de casa de Vic como de la de su vecina. Cogí todo lo que pude y luego les puse un poco de comida a los pájaros —se rió un poco y sacudió la cabeza—. Hay muchas cosas de las que me arrepiento, pero no de eso. Me metí en un montón de casas esos días y en ningún caso me siento culpable.
Me lo quedé mirando, mientras caía en la cuenta de lo que me estaba diciendo, y le pregunté:
—¿Qué otros sitios forzaste?
—Los chicos y yo —me contó mientras estudiaba su daiquiri— nos metimos en el Walgreen’s de la calle Magazine y en los supermercados Sav-a-Center y Whole Foods, un lugar de locos. Pillamos agua, zumos, comida, cosas para niños y todo lo demás. Cada uno cogió un carrito de la compra y nos los llevamos puestos. Uno de los chicos tenía coche, así que también lo usábamos para cargar, pero luego se marchó de la ciudad y nos quedamos sólo con los carros. Porque podíamos conseguir coches, pero no había gasolina. Después, cuando se acabó todo, nos dedicamos a entrar en casas en las que sabíamos que podíamos entrar con facilidad, como la de Vic. La gente necesitaba la comida, sobre todo los niños y los ancianos. Se estaba muriendo gente y no podíamos…
Negó con la cabeza, tragó saliva y no terminó la frase.
—¿Eso hiciste? Andray, eso no es robar, eso es…
No sabía cómo llamarlo. Andray se encogió de hombros.
—¿Por qué les pusiste comida a los pájaros de Vic? —le pregunté después.
Puso cara de haber oído una estupidez.
—No eran sus pájaros, eran solamente pájaros. Es decir, también tenían que comer.
Tenía razón, yo había dicho una estupidez.
—¿Quién era el chico del restaurante? —cambié de tercio—. ¿Por qué querían matarlo?
Andray volvió a encogerse de hombros y me contestó:
—No era nadie. Bueno, sé cómo se llama, aunque no tiene nada que ver contigo. Lo que no sé es por qué querían matarlo. Creo que ellos se imaginaban que hablaba con la poli, esas cosas pasan. Uno encuentra un puto trabajo y se le olvidan las cosas, ya sabes. Crees que ya estás fuera, pero nunca llegas a estar fuera del todo.
—¿Y tú qué? ¿Te gustaría salir de esto?
Asintió con la cabeza.
—Absolutamente. Estoy harto de esta mierda, es sólo que… Bueno…
—También puedes sacarlo a él —le adiviné—, a Terrell. No hace falta que lo abandones.
Asintió de nuevo. No me creía y yo tampoco sabía si creerle.
—Mick quiere ayudarte —le dije—, todo lo que tienes que hacer es dejarte.
Se encogió de hombros. Pensé en hablarle de la culpabilidad de Mick, la colectiva y la individual, pero me imaginé que ya sabría algo de eso.
—Mira, Andray, Mick está bastante jodido ahora mismo, deprimido. En cambio, si dejas que te ayude, eso le ayudará. No sé muy bien por qué, porque nunca he entendido a este tipo de gente, pero si le dejas que te ayude a encontrar algún trabajillo o lo que sea, estarás haciendo mucho por él.
—Sí, claro —dijo, asintiendo con la cabeza—. Está intentando meterme en un programa para obtener el título de Educación Secundaria y me lo he estado pensando. A veces… —se interrumpió—, lo que me pasa a veces con Mick es que me siento como, no sé, como si yo fuera un experimento o algo así, como si él tuviera que probar algo o demostrar lo que fuera. No quiero decir que no lo aprecie… —se apresuró a añadir.
—No, claro, entiendo lo que dices, pero lo más importante es que se lo puedes decir a él. O sea, si se lo explicas amablemente, como me lo has explicado a mí. Puedes decírselo y no pasará nada.
—Vale, tomo nota —aceptó.
—Tú eres inteligente —continué—, obtener ese título te será fácil. Sólo tienes que aplicarte en la lectura y el resto llegará solo.
—Ya sé leer —protestó a la defensiva.
Claro que sabía, pero me había fijado en que lo hacía con lentitud y poca fluidez.
—¿Qué tal es el libro que te dio Vic?
—Está bien. Es decir, no es fácil, lo admito, pero… No sé, a mí me gusta.
—¿Te lo dio Vic de verdad? —insistí con escepticismo.
—Claro. Una noche se fijó en que lo estaba mirando. No sé, supongo que me gustó la cubierta.
Se sacó su ejemplar de Détection del bolsillo y lo sostuvo entre las manos, balanceándolo adelante y atrás. Por el bulto de sus pantalones, yo ya había notado que siempre lo llevaba encima.
—De todas formas —continuó—, Mick me lo vio una vez y me dijo que siguiera leyéndolo, que ojalá me fuera mejor de lo que le había ido a él —se encogió de hombros—. No sé qué quiso decir con eso.
—¿Y qué te ha parecido el libro?
Sonrió.
—Bueno, sinceramente, no le acabo de ver el sentido. Y es difícil. Pero… no sé, me gusta. Como cuando dice eso, esa cosa que me gusta especialmente. Dice algo así como que si te aferras a un enigma nunca lo resolverás, que tienes que dejar que se te vaya de las manos y que luego volverá y te lo contará todo. No sé, eso me gusta. No es que tenga demasiados enigmas que resolver —dijo conteniéndose, como si hubiera soltado una bobada—, pero, bueno, me parece que es un buen consejo.
—«Aquellos que se aferren al misterio nunca lo desvelarán —cité yo, asombrada—. Sólo los que dejen que se les escurra de las manos llegarán a conocerlo y a descubrir sus secretos.»
Se trataba del párrafo de Détection que había sido el favorito de Tracy.
—Habla con Mick. Y deja que te ayude.
Asintió y nos quedamos mirándonos el uno al otro.
—Lo siento —me excusé—, siento haber pensado que mataste a Vic.
Volvió a asentir mientras me miraba.
—Lo sé. Y yo siento haberte mentido.
—No pasa nada, lo que cuenta es que al final se descubra la verdad.
Pero la verdad todavía no se había descubierto.
Andray fue a buscar otra ronda de daiquiris mientras yo le esperaba. Me había dicho un montón de verdades, pero seguía mintiendo sobre lo más importante.
Sabía quién había matado a Vic Willing. Ese viernes no había estado en su apartamento buscando comida. Aún no sabía qué había hecho allí, pero no me había contado la verdadera razón.
Nadie te mira fijamente a los ojos cuando te está diciendo la verdad.
Nos tomamos unos cuantos daiquiris más y hacia las tres o las cuatro mascullamos unas simuladas declaraciones de amistad, nos dimos un falso abrazo varonil, con palmaditas en la espalda incluidas, y nos adentramos en la noche.