Esa noche soñé con Constance. Estábamos en una barca de remos con su antiguo amigo Jack Murray. Iban pasándose una botella de coñac y a mí me parecía estar también allí, pero como me ignoraban no acababa de estar segura. Constance llevaba su vestido favorito de Chanel, con el blanco pelo recogido en un moño perfecto. Jack iba vestido con un traje viejo y un abrigo que no eran mucho más que harapos. Reían y cuchicheaban sin parar; yo no podía oír lo que decían.
—Ahora, escucha —dijo Constance bruscamente, dirigiéndose a mí de repente.
Se oyó el traqueteo de un metro elevado. Miré hacia arriba; me encontraba en la línea doble R de Nueva York. En un lateral del tren había un mural de una chica con una lata de aerosol en la mano que estaba escribiendo su nombre. Chicadetective, había puesto.
—No estás escuchando —me decía Constance—. Ella te está diciendo lo que necesitas saber.
Yo miré a Jack. Él abrió la boca para hablar, pero de ella empezaron a salir sonidos de pájaros, de cientos de ellos: estorninos, zanates, cuervos, palomas.
—Las pistas están todas a tu alrededor —me soltó Constance con brusquedad—. Lo único que tienes que hacer, Claire, es abrir los ojos y ver.