Volví a meterme en el caso de Vic Willing.
En Jackson Square, bajo un cielo gris, había tres personas leyendo las cartas del tarot y la palma de la mano, dos repartiendo folletos sobre cómo ir al cielo o al infierno y cinco más que coincidían con la descripción que me había hecho Leon de Jackson, el tipo que afirmaba haber visto a Vic Willing el jueves siguiente a la tormenta. Un tío flacucho, viejo, negro, con algunos dientes de menos y un cabello lanudo gris y negro. Normalmente llevaba un sobretodo y solía cargar con una gran bolsa llena de latas y con otra con sus pertenencias.
Examiné a los potenciales Jacksons. Dos parecían realmente malos; otro, loco. Uno se levantó y se marchó rápidamente cuando se dio cuenta de que lo miraban. No me imaginaba a Vic o a Leon relacionándose con ninguno de esos tipos. Me quedaba sólo un Jackson posible.
Me aproximé a él, me sonrió y me acercó un maltrecho vaso de papel.
—¿Un poquito de cambio? —me preguntó con marcado acento sureño.
—Claro —le dije.
Le metí un billete de cinco y me lo agradeció.
—¿Eres Jackson?
Me dijo que sí. Me presenté y le pregunté si me podía sentar con él un momento. Le pareció bien y nos sentamos. Le expliqué quién era yo y qué quería de él, que me contara lo de la última vez que vio a Vic Willing. Lo que me dijo fue más o menos lo que ya me había contado Leon:
—Era jueves —empezó Jackson—, en el centro, junto al Centro de Convenciones. La Guardia Nacional reunía a todos los que encontraba y los llevaba allí. No tenían una idea mejor. Es decir… —se interrumpió un segundo—. Uno diría que cuando se dieron cuenta tendrían que haber parado —dijo mientras negaba con la cabeza—. En cualquier caso, reunían a todo el mundo y los bajaban al Centro. Yo estaba deambulando por ahí y vi a Vic. Él no conocía a nadie, creo. Quiero decir que había mucha gente como yo y no demasiada como él, así que me parece que se puso contento de verme.
—A lo mejor sólo se alegraba de ver que estabas bien.
Jackson frunció el ceño, dándole vueltas a la idea.
—A lo mejor… Bueno, quiero decir que Vic no era exactamente de ese tipo, o sea, de los que se preocupan tanto por los demás. No parecía de ésos, pero quién sabe. Así que se me acerca y me dice «Eh, Jackson», y yo le digo «Eh, Vic, me alegra ver que estás bien», lo cual era cierto. Con lo horrible que era ese sitio, me ponía contento ver a todo el que pasaba por allí, porque por lo menos sabía que estaban vivos. Así que también me alegraba por él.
—¿Te contó dónde había estado?
Jackson se lo pensó antes de responder. Me gustaba ese tío, pensaba más en cinco minutos que la mayoría de la gente en una semana.
—No —contestó al fin—. No, no me lo dijo. Al menos, no lo recuerdo.
Me miró, le di las gracias por hacer memoria y continuó:
—Así que le pregunté si estaba bien y me dijo que sí, y me preguntó si yo estaba bien, si necesitaba algo, y le dije que no, gracias, porque en realidad no creía que él tuviera nada para darme. Es decir, el dinero no sirve si no hay nada que comprar. No entendía a la gente que se dedicaba a robar televisores y cosas así, no te las puedes comer. Lo que necesitábamos era comida y agua, y de eso no había. Para entonces toda la ciudad había sido saqueada: restaurantes, tiendas, todo. Empezaron a salir chicos, chicos acostumbrados a robar; forzaban las tiendas y los restaurantes, cogían el agua y lo que encontraran y se lo llevaban para los niños y los viejos. Algunos de ellos no se quedaban nada para comer, ni siquiera las migas. Pero para entonces ya se lo habían pulido todo. Quedaban las casas particulares, aunque eso es algo que yo no haría, eso de irrumpir en casa de alguien, no en ese momento. Bueno… Vic me preguntó si estaba bien, le contesté que sí y luego me preguntó cómo había llegado hasta allí. Se lo conté. Se comportaba como si estuviera realmente preocupado, o sea, como si le importara. Preguntó de dónde llegaba el agua, qué estaba sucediendo y todo lo demás. Le conté, por lo que sabía, que el agua ya estaba en todas partes. Él me preguntó qué diques se habían roto y yo le conté lo que sabía, que no era mucho. Los rumores corrían que daba gusto, la gente contaba historias demenciales, como que había quien comía perros o bebés y otras barbaridades por el estilo. Pero algunas de las cosas más disparatadas resultaron ser ciertas, como lo de la gente en los tejados de Lakeview o más en el centro, en Ninth Ward, o lo de que Arabi y Chalmette habían quedado barridos por completo. Así que eso fue lo que le dije a Vic, le conté todo lo que sabía. Después nos dimos la mano y se marchó. No, en realidad, antes de irse me pasó algo de dinero. Le dije que no lo necesitaba, que no había nada que comprar, pero me lo dio igualmente.
—¿Así que estás seguro de que fue el jueves cuando viste a Vic? —le pregunté.
—Seguro.
—¿Y cómo puedes estar tan seguro? —insistí.
Me miró un poco ofendido.
—¿Cómo sabes tú que hoy es martes? —me preguntó a su vez.
—¿Martes? ¿Seguro que es martes? Creía que hoy era miércoles.
—Martes —repitió Jackson con seguridad.
Miré a mi alrededor. A pocos metros vi un grupo de turistas rechonchos que le hacían fotos al presbiterio.
—¡Hola! —les llamé.
Intentaron localizar con un poco de miedo de dónde les llegaba la voz y me vieron a mí, pero eso no los tranquilizó. Me había vestido con prisas y no lucía mi mejor imagen. Llevaba botas, vaqueros, dos jerséis negros y un abrigo rojo vintage con cuello de armiño que ya debería haber jubilado. También exhibía un corte de pelo y un teñido tan caseros como desafortunados que habían tenido mucho que ver con unas tijeras dentadas. Me daba cuenta de que no despertaba confianza.
—¿Qué día es hoy? —les pregunté a gritos.
Se miraron entre ellos y se apartaron. Ya se sabe cómo funciona en la ciudad. Esos pillos urbanitas deben de estar tramando algo con sus preguntas trampa y sus astutas lenguas.
Jackson y yo nos miramos y pensamos lo mismo: turistas.
—El día —les grité más fuerte—, es lo único que os pregunto.
Al final, un hombre alto y valiente de unos cincuenta años me devolvió el grito.
—¡Nueve de enero!
—Gracias, pero lo que quiero saber es si es martes o miércoles —chillé otra vez.
—¡Pues martes!
Me obsequió con una sonrisa compasiva y se volvió con su grupo. Luego se lo pensó mejor, se dio la vuelta, sonrió de nuevo, se nos acercó y me tendió un billete de un dólar doblado antes de reintegrarse en su tribu.
—Dios le bendiga —me dijo.
—Y a usted también —le contesté mientras cogía el dólar.
Me sonrió y se fue. Jackson se quedó mirando mi nuevo billete de dólar. Me lo metí en el bolsillo y frunció el ceño.
—De acuerdo, era martes —admití.
Jackson asintió.
—¿Y de qué conocías a Vic? —continué.
Se encogió de hombros.
—Conozco a todo el mundo por aquí y todo el mundo me conoce. Es así, voy por todos lados recogiendo latas y me cruzo con todo el mundo.
Le pregunté si recordaba algo más y me contestó que no. También le pedí si podía volver a verle si tenía más preguntas y me dijo que sí. Le di veinte dólares y me marché.
Creía en la versión de Jackson. Vic Willing había estado vivo el 1 de septiembre, no había muerto en la inundación.
Una causa de muerte descartada. Sólo quedaba un número infinito de posibilidades por examinar.