12

Caminaba por una larga calle que solía estar en una ciudad. Estaba desierta, cubierta de ceniza blanca y de barro gris reseco. En el margen de la calzada se morían plantas de color marrón y ambos lados de la calle estaban presididos por ruinas rotas de coches y casas. El aire tenía un olor dulzón y repugnante, como de deterioro orgánico.

Vi algo al final de la calle: una casa, un camión o un animal grande. Cuando llegué hasta allí, me di cuenta de que era un tanque de estilo antiguo, con un cañón largo.

Vic Willing apareció por la trampilla superior.

Del cañón colgaban cuentas y abalorios del Mardi Gras. «Enviar a Tom Benson», había escrito alguien en un lado del tanque. «Fiambrera de George Bush», se podía leer en el otro.

Vic llevaba un loro verde sobre el hombro, parecido al que había visto frente a su apartamento.

—Éste es el final del camino —dijo con una voz distinta a la que yo había imaginado: veteada, mejor, más sureña.

—Sí, ya lo veo —respondí.

—Aquí solía haber una ciudad.

—Eso fue hace tiempo —dije con cuidado, sopesando mis palabras con las manos.

Él asintió con la cabeza.

—Ella me pidió que te lo dijera, que te lo recordara —añadió.

—¿Qué tenías que recordarme?

—Aquí no hay mapas.

—Entonces, ¿cómo encuentro mi camino? —le pregunté.

Vic me sonrió.

—Sigue las pistas —respondió—. Casi te pierdes una. Aquí.

Me lanzó algo que giró en el aire denso y lento hasta que llegó a mi mano y lo cogí. Era un ejemplar de Détection. El libro me llegó abierto por la página 108, aunque yo no podía leer el texto.

—Me pidió que te lo dijera. No creas en nada. Cuestiónalo todo.

—¿Qué? ¿Quién?

Pero Vic le dio la vuelta a su tanque y se fue tranquilamente en la otra dirección, calle abajo.

—Me pidió que te lo dijera —lo oí gritar desde el tanque—. Sigue las pistas. No creas en nada. Cuestiónalo todo. Ésa es la única indicación que necesitas.

Cuando me desperté, corrí a mi ejemplar de Détection y lo abrí por la página 108.

«No puedes seguir los pasos de nadie hacia la verdad», escribió Silette. «Una mano puede señalar el camino, pero la mano no es la enseñanza. El dedo que marca la ruta no es la ruta. El misterio es un país sin sendas, y cada detective debe abrir su propio sendero a través de un territorio inhóspito.

»No creas en nada. Cuestiónalo todo. Sigue sólo las pistas.»

Así entendí que el caso de Vic Willing aún no se había cerrado.