Détection llevaba mucho tiempo descatalogado y era muy difícil de conseguir, al precio que fuera. Yo había comprado ejemplares siempre que los había encontrado en tiendas de segunda mano o en librerías de viejo que no sabían lo que tenían. Para el viaje a Nueva Orleans había metido uno en la maleta, ya que tenía mi propia superstición sobre viajar sin él a donde fuera, a pesar de que me lo sabía de memoria.
Détection era exasperante. El libro es notoriamente complicado, a veces disparatado, siempre contradictorio, repite las malas noticias y nunca las buenas, no te cuenta nunca lo que quieres oír, siempre está fuera de tu alcance.
Por eso sabía que lo que contaba era verdad.
El ejemplar que Tracy encontró en casa de mis padres era la primera edición norteamericana, un volumen barato y amarillo en rústica con una foto de Silette en la cubierta, adusto y metido en un traje negro. El editor, de manera sorprendente, había decidido venderlo como parte de una colección sobre crímenes. «¡Una mirada auténtica al EXCITANTE mundo del mayor criminólogo de toda Francia!» Nada podría estar más lejos de la realidad. A menos que «excitante» se entienda como «excitante para arrojar finalmente una sombra de sentido tras años de estudio». Ese tipo de excitación.
Una vez has leído a Silette ya no hay vuelta atrás, dice la gente. Algo ha cambiado en ti y no volverás a ser el de antes nunca más. No importa que quieras olvidar lo que has leído, no podrás.
Cuando conoces la verdad ya no existen las segundas opciones. No hay otras oportunidades, no puedes cambiar de idea, no se puede retroceder. La puerta se cierra con llave tras de ti.
Después de encontrar el libro en el montaplatos, Kelly, Tracy y yo nos pasamos varios meses leyendo Détection por turnos hasta que casi nos lo sabíamos de memoria. Devoramos el pequeño volumen amarillo en rústica hasta que el lomo se rajó, las frágiles páginas marrones perdieron sus esquinas y se le cayó la cubierta.
Apenas entendimos nada, lo que no impidió que lo adoráramos.
Détection fue una puerta de entrada a otro mundo; un mundo en el que, aunque nosotras no entendiéramos nada, sabíamos que podría llegar a entenderse. Un mundo en el que la gente prestaba atención, en el que escuchaba, en el que se buscaban pistas. Un mundo en el que se podían resolver los misterios, o así lo creíamos.
Cuando nos dimos cuenta de que estábamos equivocadas, de que no habíamos entendido nada, era demasiado tarde. Silette ya nos había marcado. Para bien o para mal, ya no éramos las mismas chicas.