Capítulo 8

Cuando Steven abrió los ojos, tuvo que parpadear varias veces para focalizar mejor. No sabía dónde estaba; lo único que reconocía era que, entre sus brazos, estirada sobre un lecho de musgo verde y flores de muchos colores, sobre todo margaritas, se hallaba Daimhin, acurrucada contra su pecho como si fuera un bebé necesitado de calor y cuidados.

Varias luces que levitaban fijas en el aire iluminaban el lugar, como si fueran llamas azules que prendían velas imaginarias. Parecían las luces mágicas que seguía la princesa Mérida en la película de Brave.

El berserker no entendía por qué Daimhin estaba ahí con él sin rechistar. Y más después de haberle dejado claro que su sangre no era para él. En otras palabras: que no lo quería.

¿Y esas ropas? La joven llevaba un corsé de cuero marrón que se sujetaba al cuello y le dejaba los hombros descubiertos. Tenía hojas de enredadera intensamente verdes que se enrollaban a través de su torso y la parte superior de sus brazos. Abajo, la cubría una especie de falda hecha con la misma tela, de un lado más largo que otro. Y llevaba unas botas de piel marrón oscuro, con unas inscripciones en oro en lo que parecían ser letras élficas, decoradas con tribales.

Steven, cuya saga favorita era El señor de los anillos, sabía qué tipo de letra era aquella y que tanto se parecía a la de Tolkien. Él también vestía diferente. Con ropas de cuero negro. Llevaba una camiseta de tirantes con lo que parecían ser hebillas plateadas que se cruzaban unas con otras en el pecho. Unos pantalones anchos, mezcla de elásticos y piel, y unas botas dignas del mejor motero del Midgard.

¿Quién les había vestido así? ¿Dónde estaban Aiko y Carrick? ¿Dónde se encontraban ellos?

Un ruido lo sobresaltó. Steven miró al frente, entre las mimosas que caían desde el techo de la pequeña y acogedora cueva en la que reposaban. Y vio a dos hombres de pelo largo, lacio y negro, vestidos de verde musgo y oro, colocados frente a una pira de piedra y de cristal.

Tenían la piel serigrafiada con letras élficas de un color más oscuro que el de su carne, las manos largas y estilizadas, y hablaban con alguien a quien él aún no podía ver. Era una mujer de increíble y larga melena roja. Vestía con una túnica carmín y tenía brazaletes dorados en los brazos.

Se incorporó sobre un codo y entrecerró los párpados para enfocar mejor la mirada. En ese instante, Daimhin se removió y colocó una mano sobre su pecho.

Todo el cuerpo del guerrero se endureció al contacto de la joven. La piel de Daimhin era suave y templada. Había depositado sus dedos sobre su corazón, y Steven, aunque quería seguir enfadado con ella por su egoísmo, no pudo hacer otra cosa que conmoverse por el rostro de duende y elfa de la vaniria. Por su inocencia.

Tan dulce, tan hermosa… Tan fría y tan mortal. Un universo de contrastes, eso era Daimhin para él.

Steven levantó la mano para acariciarle el pelo tan rubio y brillante, ajeno a los dos hombres, a la misteriosa mujer y al mundo en general que acababa de descubrir. Sólo importaba ella; sólo ellos dos en esa alcoba oculta y mágica. Intraterrena.

—Si sólo pudieras verte como yo te veo, sádica —susurró acercando su boca a los labios de ella—. Si sólo pudieras sentir lo que siento, me ayudarías a comprender a mi corazón… Que late con fuerza por ti. —Llevó sus dedos hasta su barbilla, y allí la acarició con el pulgar—. Llámame loco, tenme miedo si es lo que quieres… Pero yo siento que eres mía. ¿Por qué no lo ves tú?

Alguien carraspeó.

Steven levantó la mirada de golpe, como si saliera de un sueño. Claro, es que allí había alguien más… Sacudió la cabeza. No entendía cómo se podía relajar sabiendo que había dos seres que desconocía, que estaba en una cueva, que una serpiente de oro le había mordido y que… le habían cambiado de ropa. Y él sólo pensaba en besar a Daimhin. ¿Qué demonios pasaba?

—No te emociones, lobo. Es el agárico de los huldre. —El tono divertido de aquella tipa le puso el vello de punta—. Ahora estás en su mundo. Os salvaron de una muerte segura a manos de sus más acérrimos enemigos.

Sí. Era una mujer increíblemente hermosa. Piel pálida y brillante. Resplandeciente, como si viviera envuelta en luz. Pero era su pelo el que se enredaba con la tela de la túnica del mismo color fuego, como si tuviera vida propia. Era fascinante.

La mujer se cruzó de brazos y movió los labios, muy rojos, de un lado al otro, haciendo mohines.

—¿Qué agárico? ¿Quién eres tú? —repuso Steven—. Me recuerdas a alguien…

Ella arqueó las cejas bermejas y perfectamente dibujadas, y sus ojos se oscurecieron.

—Mi hija te dejó inconsciente después de que la piropearas como un estúpido en una de las casas de Ardan el dalriadano. No hagas que yo te arranque la lengua por tu falta de consideración.

Steven parpadeó, pasó por encima de Daimhin y se colocó frente a ella para protegerla. Fuera quien fuese esa enigmática dama tenía autoridad y poder.

—Sigo sin saber quién eres —la provocó él, reconociéndola al instante. Su poder era arrebatador. Igual que el de su hija Freyja.

—Soy Nerthus, zoquete. Te repito: estás en mi mundo intraterreno, acompañado de mis huldre elver. Te sientes confuso por el efecto del agárico, que tiene cualidades alucinógenas. Es una de las plantas más usadas para la sanación por mis huldre. Convierte el dolor en placer. Por eso no sientes el ácido ni la parálisis del veneno de la serpiente oscura.

—¿Dolor? ¿Qué dolor? Yo me encuentro bien…

Nerthus sonrió de medio lado y negó con la cabeza.

—Estás profundamente sedado —lo miró de arriba abajo—. Es imposible soportar el dolor del mordisco de la serpiente de los Svartálfar. Solo los huldre o los dioses pueden sanarlo. Sin embargo, has sido el primero en despertar. Eres el más débil de los cuatro que hemos recogido; te encontrabas en un estado bastante penoso, pero te sobrepones al efecto de la planta y eres el primero en luchar. Interesante. Tu resistencia proviene de tus ansias de proteger a la Barda, supongo —observó a Daimhin con ternura.

Steven se levantó del lecho de musgo y se dirigió tambaleante hacia ella, hasta apartar la liana de plantas que, como una cortina, los separaba del mundo élfico en el que decía que se hallaban.

—¿La serpiente de los Svartálfar…? Los elfos oscuros del Asgard. —No era estúpido. Conocía la historia de sus dioses creadores y sus mundos de cabo a rabo—. ¿Qué hacen aquí?

Nerthus endureció el rostro.

—Las dimensiones se abren, Steven. ¿Por qué crees que la Tierra tiembla? No es porque sienta escalofríos. Mientras los dioses siguen encerrados en su reino sin poder salir, la oscuridad llega al Midgard. Loki convocará a todos sus jotuns; tiene todo lo que necesita para ello. Y ellos, como buenos secuaces, ya acuden a la llamada de su rey a través de los portales que ya ha abierto, los mismos por los que pueden empezar a viajar. Empiezan a llegar a vuestro reino con sus objetivos muy claros. Y los elfos oscuros son, de todos sus guerreros, los más listos e intuitivos. Si algunos de ellos ya están aquí es porque tienen prisa por acabar con vosotros.

—¿Nosotros? ¿Nosotros somos sus objetivos?

Nerthus asintió con solemnidad.

—¿Tan importantes somos? —insistió Steven incrédulo.

Uno de los dos elfos, el más alto y esbelto, de pelo negro y liso, orejas puntiagudas y ojos plateados, lo miró de soslayo y chasqueó como si acabase de oír un improperio mientras guardaba las serpientes de oro en una caja dorada.

Steven alzó la cabeza para fijarse en él.

—Ni siquiera sabes quién va contigo… Es una falta de respeto —dijo el huldre.

—¿Cómo dices? —Steven quedó asombrado por la animadversión del elfo.

—Raoulz, ahora no —lo censuró Nerthus. El elfo bajó la cabeza sumiso, pero a través de los mechones de su pelo negro, le dirigió a Steven una clara mirada de desdén—. ¿Importantes? —repitió Nerthus inclinando la cabeza a un lado—. Parece que sí lo sois. De hecho, ni siquiera lo imagináis —aseguró con misterio, entrando en la cobijada alcoba y sentándose sobre el lecho en el que aún dormía Daimhin. Le pasó los dedos de uñas rojas por la melena y, mientras lo hacía, le cambió el peinado a un medio recogido con trenzas. Sonrió al ver lo bien que le sentaba—. Mis huldre os han traído aquí por un motivo. Es una vaniria preciosa, ¿no crees? —cambió de tema abruptamente.

El berserker asintió sin ápice de duda. «Sí, es preciosa, y es mía».

—Ya sé que es tuya. Veo que la has mordido —señaló Nerthus, pasando el índice por su cuello—. Has dejado tu impronta en ella. No debió sentarle nada bien.

Él sonrió y se encogió de hombros.

—No. No le gustó demasiado.

—Ya le has dado tu sangre.

—Sí.

—Entonces… —Nerthus se levantó meditabunda—. La vinculación se ha iniciado, y supuestamente has empezado a entregarle su don… Pero no estará completo hasta que la anudación sea absoluta.

—¿Completo?

—Necesitáis el comharradh, el sello de las parejas para la total recepción de vuestros dones. Tenéis que provocar que os salga el comharradh lo antes posible. Pero este no sale si no hay…

—¿Si no hay qué?

Nerthus hizo un mohín de preocupación.

—La vinculación física. El sexo. No me mires así. Mi hija Freyja es una romántica, y fue a ella a quien se le ocurrió —recalcó divertida—. Yo habría sido más práctica, pero…

Steven desvió la mirada sorprendida de Nerthus a Daimhin, que aún continuaba dormida. Tenía que acostarse con Daimhin sin que ella le arrancara la cabeza después como una mantis. Imposible.

—Esa chica no está dispuesta ni siquiera a darme su sangre —murmuró Steven, pasándose la mano por la nuca—. Cuando la mordí me clavó la espada y me la retorció con saña. No sé de lo que sería capaz si le diera un beso. Y no hablemos ya de acostarme con ella.

—Nerthus. Debo irme. Ya está todo dispuesto para realizar la ceremonia —interrumpió Raoulz con gesto sereno.

—Bien —asintió Nerthus muy seria—. En cuanto acabe de hablar con el berserker, me iré para preparar a todos los grupos mágicos del Midgard. Tal vez no nos volvamos a ver, bom priumsa huldre.

Raoulz tragó saliva, y sus ojos plateados fueron invadidos por una sincera tristeza. Era una clara despedida.

—Lo sé.

—O tal vez sí —Nerthus sonrió como una bipolar—. ¿Qué deparará el telar para todos nosotros? ¿Quién lo sabe? —Su rictus se apaciguó—. Escucha, huldre.

—¿Sí, diosa?

—Tenéis una misión que cumplir. No me decepcionéis. Sois mis guerreros más preciados y hermosos.

—No lo haremos, diosa —dejó caer la cabeza en gesto afirmativo—. Larga vida justa.

—Larga vida justa —repitió Nerthus mientras miraba cómo los dos elfos salían de aquella alcoba intraterrena—. Mis huldre bondadosos… Tan justos y sanos. Tan mágicos —susurró enternecida. Al ver que la emoción la embargaba, se centró de nuevo en Steven para darle las últimas directrices—. La guerra ya ha empezado. —Cogió aire y exhaló al tiempo que afirmaba rotundamente—. Vamos a perder.

—¿Cómo dices? No vamos a perder —replicó Steven—. Lucharemos.

—Sí —Nerthus no titubeó en ningún momento—. Moriremos todos. Todos. Será un drama.

Steven arrugó el ceño y su entrecejo dibujó una clara uve de contrariedad.

—No pienso morir a manos de los jotuns. Ni permitiré que Daimhin ni nadie a quien yo quiera muera —aseguró vehemente—. Ese no será nuestro final.

Nerthus sonrió abiertamente.

—Vaya… Sí que me gustas, crestas —lo felicitó Nerthus por su actitud—. Pero estamos más que vendidos. Somos pocos huldre, valkyrias, einherjars, berserkers, híbridos y vanirios los que defendemos el Midgard comparados con las hordas que Loki va a convocar. La verdad es que no tenemos ninguna posibilidad. A no ser que…

—¿Qué? —preguntó ansioso.

—Que vosotros cumpláis vuestro cometido. El que mi hija os tiene reservado.

—¿Y cuál es?

—Eso —Nerthus le golpeó la nariz con el dedo—, mi precioso punk rebelde, solo mi hija lo sabe. Sea como sea, yo cuento con vosotros. Y los huldre creen en vosotros, por eso os han venido a buscar. Tal vez con vosotros tengamos una oportunidad, sea cual sea. Ya sabes, menos es nada. Sin embargo —Nerthus juntó las dos manos y las frotó como si tuviera una varilla de madera para hacer fuego contra una piedra—, sin comharradh, no habrá proeza. —Las mangas holgadas y rojas de la túnica se movían sin descanso a la altura de sus codos—. Daimhin es un erizo. Lo ha pasado realmente mal, y necesitaréis ayuda para poder acercaros.

—Ni siquiera creo gustarle —dijo Steven en voz baja—. Pero ella es mi kone. No puedo estar equivocado, ¿verdad?

—Los berserkers y los vanirios sois los seres más intuitivos que conozco. Cuando encontráis a vuestra pareja es para siempre. Y nunca erráis. No obstante, la vida no es fácil para nadie, y pone trabas en el camino de la felicidad. Ya sabes lo que dicen: Si tus metas no cuestan es porque no valen la pena. —Dejó de frotar las manos; y, cuando las abrió, dos gemas de color ámbar del tamaño de una pastilla reposaban en sus pálidas palmas—. Pero no te voy a engañar: Daimhin es un búnker. Lo tuyo es imposible.

—Vaya, tanta sinceridad me abruma —comentó con la boca pequeña.

—A no ser que te echen una manita. Ya sabes —le guiñó un ojo—: Difícil está bien, pero no irrealizable. No estamos locos —titiló las pestañas.

—¿Qué son? —Steven cogió una. Parecía minúscula entre sus enormes dedos.

—Son inhibidoras del miedo. Las llamo Riley, porque significa valiente en gaélico. Daimhin tiene un grandísimo bloqueo. Necesitarás demostrarle que no le harás daño; pero para ello debe permitir que te acerques y debe dejar de temerte. Estas pastillas le ayudarán. Dáselas sin que se dé cuenta.

—No me teme —repuso.

—No te teme a ti. Pero teme lo que representas. Recuerda que el comharradh surge tras la tercera auténtica vinculación de amor. Tres veces debéis hacer el amor. Tres —levantó los tres dedos de su mano izquierda—. Dale esto antes de seducirla.

—No necesito drogarla para seducirla.

—¡No seas estúpido! —exclamó—. Steven, ahora mismo tienes menos futuro con ella que un vendedor de estufas en el trópico. Por eso voy a ayudarte —se encogió de hombros—. Que vosotros dos os vinculéis conllevará sorpresas y nos dará una esperanza. Y puede que sea determinante para la guerra que asola el Midgard. Ya lo veremos.

—Pero aquí sólo hay dos pastillas. —A Steven no le salían las cuentas—. Sólo hay dos.

—Echarte una mano no quiere decir solucionarte el problema —Nerthus sonrió falsamente—. Arréglate como puedas, pero el tiempo se acaba, y tienes pocas oportunidades. No falles, Steven.

—De acuerdo… No lo haré. Ella me importa mucho. Es la mujer hecha para mí —recalcó con seguridad. Steven se guardó las dos pastillas en el bolsillo delantero de aquellos pantalones nuevos—. ¿Qué se supone que debemos hacer ahora? ¿Dónde están Aiko y Carrick?

—Yo debo irme. —Nerthus desapareció ante él en un visto y no visto, mientras su voz seguía hablando—. Debo acabar de preparar a mis ejércitos. Carrick y Aiko están bien. Cuando despierten se reunirán con los huldre. Igual que vosotros. Solo tenéis que seguir las luces mágicas azules. ¿Steven?

—¿Qué?

—No os rindáis. Cuanto más oscura sea la noche, más cerca estará de salir el Sol.

Steven se quedó solo en la alcoba de piedra, musgo y plantas enredaderas. Las luces mágicas se internaban por el arco de piedra de hermosas gemas preciosas y madera, a través del cual Raoulz, ese extraño elfo y su acompañante, habían desaparecido.

Steven miró por encima del hombro a Daimhin, la vaniria que le pertenecería, y que, con la ayuda de las gemas, podría ser completamente suya.

Él no obviaría que lo más importante era la supervivencia de todos los clanes guerreros; y si eso pasaba por tener que ayudar a Daimhin a superar su miedo para que yaciera con él, eso haría.

Sin ningún tipo de remordimiento.

En la lucha por la vida todo estaba permitido.

Aiko miraba con gesto concentrado las dos gemas Riley que le había dado la diosa Nerthus. Nunca pensó que conocería a la madre de Freyja. Haber tenido la oportunidad de verla fue un auténtico regalo pues, por fin, pudo desahogarse con ella y decirle todo lo que pensaba de las conversiones inmortales de su hija.

Era japonesa, kofun, samurái y vaniria.

Su estricta templanza y su autodisciplina, le ayudaron a no hundirse por el hambre, ni tampoco a desfallecer al ver cómo su querido hermano Ren moría por el vínculo indestructible que había tenido con Sharon, su cáraid.

Por una parte, siempre envidió la unión vaniria, el lazo que conectaba a Sharon y a Ren. Por otro, lo temía y lo odiaba, porque la persona que te otorgaba el mayor don, aquello que te diferenciaba de los demás, era la misma persona que te podía destruir.

Amar de ese modo, hasta perder el norte y la razón, no debía ser bueno.

Aiko escuchó toda la información que tenía por darle la diosa. Desde las serpientes de los Svartálfar, hasta los portales abiertos a través de los cuales lo hijos de Loki entraban al Midgard y el espacio secreto e intraterreno de los huldre en el que se hallaban.

—Así que tú eres Nerthus —dijo la joven Aiko mientras se incorporaba en su particular lecho, en el que descansaba junto a Carrick.

—Sí. Esa soy yo —había contestado la diosa divertida.

—Quiero que sepas que, si pudiera volver atrás, jamás aceptaría que me convirtieran de nuevo. Vivir tan sola, tan asustada y tan hambrienta durante tantísimos siglos no ha sido plato de buen gusto. Es muy normal —le espetó encarándose sin ningún respeto— que tantos vanirios y berserkers hayan caído por el camino en su intención de ser buenos y honestos y no doblegarse a Loki. Creéis que nos otorgáis dones, y nos llenáis de debilidades…

—¿Te estás encarando conmigo, japonesa? —preguntó incrédula.

—Claro que sí. No sólo nos abocáis a una vida de ansiedad y sed eterna hasta que encontramos a nuestra supuesta pareja de vida. Sino que, una vez que la encontramos, nos hacéis tan dependientes de ella que después, si uno de los dos cae, el otro no puede sobrevivir por la maldita pena. —Sus ojos negros, brillantes como la noche, refulgieron con la llama de la ira y el desprecio—. ¿Cómo crees que aguantó mi hermano?

—Tu hermano Ren fue un auténtico guerrero de honor. Gracias a él conseguimos triunfar en Batavia.

—Gracias a que se inmoló. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—… ¿Eso era justo?

Nerthus sonrió con indulgencia y negó con la cabeza.

—¿Justicia? ¿Me hablas de justicia? No pongas en tu boca esa palabra, pues no todos vemos justicia en los mismos hechos. Fue necesario que Ren hiciera eso. Fue valiente, un acto de honor. Siento mucho el dolor que te causó perder a tu hermano…

—¿Dolor? ¿Qué sabéis vosotros dioses de dolor?

Nerthus hizo un gesto con la mano, como si no le diera importancia.

—Oh, preciosa… Algo sabemos. Por ejemplo: los dioses son justos contigo. Te quitaron a Ren, ¿verdad? A cambio, Aiko —Nerthus levantó la mirada para ver al hermoso Carrick aún dormido—, te han puesto en el camino a tu cáraid. ¿No es eso maravilloso? ¿Una ficha por otra?

—No lo es —replicó aterrada, llevándose la mano al corazón—. Nadie puede ocupar el lugar de mi hermano en el corazón. Los sentimientos que tengo ahora hacia Carrick son diferentes. No los puedo sobrellevar. Tengo miedo de perderle constantemente. Así no puedo luchar. Seré incapaz de concentrarme. Y él no está bien… Es un suicida.

Nerthus se echó a reír ante la estupefacción de Aiko.

—Tan inocente… —susurró, pasándole la mano por el pelo negro y abundante, y dejando un rastro de trenzas perfectamente colocadas que se unían en la coronilla—. Tú le cambiarás. Eres la razón por la cual él permanecerá en pie. Os queda tan poco tiempo… La batalla final ha empezado. En cuanto salgáis de aquí la veréis con vuestros propios ojos.

Aiko dio un paso atrás, al ver claramente en los ojos mágicos de la diosa que decía la verdad. Siempre tuvo intuición para saber quién mentía y quién no. Nerthus no lo hacía. Acababa de afirmar lo que ella ya imaginaba. Se les acababa el tiempo a todos. El Fin ya estaba en su mundo.

—Pero, el resultado de esa batalla final puede variar, dependiendo de los dones nuevos que desarrolléis las recién descubiertas parejas. Y créeme, que tanto mi hija, como Odín, incluso yo —se señaló a sí misma— necesitamos de esos dones otorgados para ver hasta dónde podemos llegar y cuáles son nuestra verdaderas posibilidades. No sé qué espera Freyja de vosotros. Pero, sin lugar a dudas, algo espera.

—¿De mí y de Carrick? —preguntó sin comprender—. ¿Freyja espera algo de mí y de él? ¿El qué?

—Sólo lo sabréis cuando os anudéis. El nudo perenne debe emerger en vuestra piel. Y entonces —dijo mirando a un ficticio horizonte por encima de la cabeza de Aiko—. Entonces, todos sabremos cuál será nuestro verdadero destino.

—Tú eres una diosa. ¿Acaso tú no sabes qué es lo que nos toca hacer?

Nerthus negó apasionadamente y levantó el dedo índice, como el que avisa que va a decir algo realmente importante.

—Mi hija tiene independencia. Es libre de decidir y de orquestar, siempre y cuando esas decisiones sean para un bien común, por mucho que haga sufrir a sus víctimas. La lucha es por los dioses y por la humanidad. Y sólo hay un ojo que todo lo ve… Ese es Odín. Aunque, incluso a él, se le escapen detalles.

Esta vez fue Aiko quien le rebatió contradiciéndola airadamente.

—No es verdad. La lucha es por la gente que amamos y que ha estado con nosotros desde el principio. No lucho en nombre de dioses ni de humanos. Ellos no saben nada de mí, pero yo ya sé demasiado sobre ellos. Y no me gustan. No sé si volveré a ver a Isamu, ni tampoco si podré ver a Kenshin. Pero ellos son mi familia. Y allá donde esté, si desenfundo mi espada, lucharé por ellos y… por él —desvió los ojos hacia Carrick, que seguía dormido profundamente—. Lucharé por él porque… Porque…

—Te pertenece —Nerthus sonrió y se frotó las manos con fuerza—. Pero Carrick está profundamente dañado, Aiko. En su interior hay oscuridad. Y tú debes iluminarla.

—¿Qué haces? —preguntó ella observando el movimiento de sus manos.

—Necesitamos que reaccionéis, y que lo antes posible, vuestros dones sean revelados. Y está en tu poder. Porque Carrick jamás te pondría una mano encima. No porque no lo merezcas —aclaró compasiva—. Eres hermosa y a él está claro que le gustas. Tu sangre le vuelve loco, como tiene que ser. Pero no podrá tocarte porque cree que está sucio y manchado, que es un paria, una pobre alma en pena.

—Carrick no está sucio —repuso Aiko defendiéndolo a muerte—. Mataré a quien diga lo contrario. Todos los cabezas rapadas sufrieron mucho… Nadie puede juzgarlos.

Nerthus asintió con conformidad hasta que le mostró dos pastillas de color ámbar traslúcido.

—Por eso mismo. Porque sé que tú no crees que él no valga nada, y porque no deseas que se entregue al sol, debes darle estas pastillas. Con ellas, podrás seducirlo dos veces…

Nerthus le explicó lo que ella ya sabía. Que el comharradh salía con el tercer intercambio. Nunca de otro modo.

Las gemas la ayudarían las dos primeras veces. La tercera vez debía ganársela ella.

Cuando saliera de esa madriguera y siguiera los pasos de las luces azules, se reuniría con los misteriosos huldre, y con Daimhin y Steven. No sabía dónde ni por qué motivo, pero iría con ellos.

Sin embargo, aunque acarreaba siglos y eternidad sobre sus estilizados hombros, y aunque su férrea determinación le ayudó a sobrevivir, nunca dejó de pensar en lo que era el verdadero amor.

Lo vio en los ojos de su hermano cuando miraba a su mujer.

Lo vio en la furia apasionada de Róta por Miya.

Lo reconoció en las miradas dulces de Gúnnr hacia Gabriel.

Lo presenció en la adoración de un arrepentido Ardan hacia la guerrera Bryn sobre su caballo alado.

Lo comprendió en el libre amor de Isamu hacia Jamie.

¿Y ella? ¿A quién amó ella? ¿Por quién luchó ella? ¿Era una vida completa vivir sin haber sido amada?

Le encantaría tener un espejo para comprobar si sus ojos reflejaban amor al contemplar a Carrick. Pero no lo tenía. Ni tampoco disponía del efímero tiempo.

Lo único que importaba era que él la había salvado con sólo cruzarse una mirada.

Se había sacrificado por ella. Había bebido de ella.

Aiko no tenía tiempo para averiguar si realmente se pertenecían; pero sin días y con la importancia añadida de sus posibles dones inesperados, no iba a distraerse entre dudas y miedos.

Carrick olía a vida para ella. No quería morir sin experimentar cuál era la pasión de un hombre.

Y no cualquier hombre, no. Sino el vanirio con alma de Peter Pan que había estado a punto de quitarse la vida al saberla muerta.

¿No era eso amor? ¿Dar la vida por otro?

Con esa pregunta en mente y una absoluta decisión, Aiko se guardó una Riley en el bolsillo, y con la otra se introdujo en la alcoba cubierta de hiedra y enredaderas en las que Carrick reposaba.

Era su decisión, su momento. Por una vez en su longeva vida, iba a ser dueña de su destino y capitana de su propio barco. Por una vez, sólo ella mandaba.

Y nadie más.

E iba a demostrarle a Carrick que un superviviente como él jamás debería vivir con vergüenza.

Aiko le acarició los labios con la punta de los dedos, sonriendo al ver que ese contacto le hacía cosquillas al guerrero. Cuando entreabrió la boca, dejó caer una pastilla en su interior.

Él no despertaría. Nerthus le había asegurado que dormía profundamente y que debía aprovechar todos los momentos que la vida le diera para ablandar el muro de hormigón que rodeaba la mente y el corazón del vanirio herido.

Aiko, como buena japonesa, sería estricta y disciplinada en su cometido. No desfallecería. La anudación debía completarse para, al menos, tener una oportunidad de vivir y seguir con su relación.

La pastilla estaba sobre la lengua de Carrick, aún no la tragaba. Tomó su barbilla con dedos algo fríos por los nervios, e inclinó la cabeza sobre la de él.

—Mi primer beso de amor, Bello Durmiente… Un beso de amor te despertará —musitó, recordando el cuento con ternura. Ren se lo había contado muchas veces cuando era humana y pequeña.

Posó sus labios sobre los de él, y su pelo largo y negro los cubrió y los ocultó del mundo de odio y destrucción que amenazaba con impedirles que se besaran de nuevo.