Túneles intraterrenos.
En alguna parte de Escocia.
Increíble.
Por mucho que lo intentara no encontraba palabras para describirlo.
El líquido rojizo recorría su garganta e iba a parar a su estómago, estimulando y devolviéndole a la vida. A una vida que nunca jamás pudo imaginar y que la atraía tanto como le asustaba. Había una gran diferencia entre ambos: ella respiraba cada día, a pesar de sentirse muerta por dentro, porque era un acto reflejo. Él, en cambio, tenía tanta vitalidad y tantos sueños…
Sangre. Bebía sangre por primera vez. Y no sangre humana, ni vaniria. Sino la energía vital de ese berserker que, por propia voluntad, le ofrecía lo que tenía.
Steven. La esencia de ese hombre alumbró cada esquina oscura de su mente, bañándola como un analgésico para el dolor, como un antibiótico para los malos pensamientos que, al igual que un virus, la atacaban a diario.
Daimhin le clavó la uñas en su fuerte antebrazo, aún cubierto por la liviana capa de vello que desaparecía a cada succión. El berserker dejaba paso al hombre; y este era tan poderoso y olía tan bien… Pensaba ella.
Steven gimió y se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la roca, sin retirar el brazo del que se alimentaba la joven Daimhin. Estaría loco si cortaba esa conexión.
Los colmillos limpios y pequeños de la vaniria le hacían el amor a su piel, y para su vergüenza tenía una erección mientras ella succionaba. Cerró los ojos y se juró que él no detendría aquella dulce agonía. Que tomara tanto como quisiera, porque llegar a experimentar lo que estaba experimentando era de afortunados.
Su kone bebía de él porque lo necesitaba, y parecía que su sangre le gustaba. Saberlo lo complacía, porque eso era un regalo para ella, para su pareja, que sabía cuánto lo necesitaría a lo largo de los días. Sonrió ante la idea de verse agujereado a diario por ella y sus labios, y por esos colmillos de infarto que la hacían parecer tan sexy y tan salvaje.
Daimhin dejó escapar un suave gemido y siguió bebiendo, hasta que los recuerdos de él entraron en ella.
Empezaron desde su niñez. Steven era el hijo del líder berserker de Escocia, y residían en Edimburgo. No era hijo único. Tenía una hermana llamada Scarlett, una líder nata, igual que su padre, Marlo.
Cuando Marlo murió, Scarlett, que era la mayor, se adjudicó el liderazgo del clan. Todos la respetaban y Steven la adoraba. Bajo el mandato de su hermana, los berserkers tuvieron una buenísima dirección. Pero sucedió algo que nadie esperaba: Scarlett se enamoró de un vanirio llamado John, que era el mejor amigo de Ardan.
Daimhin no sabía que hubiera otro caso como el de Thor y Jade. Además, Scarlett y John tuvieron un hijo llamado Johnson. A Johnson, que ella ya conocía, lo nombraron protegido de Ardan de las Highlands, y el laird adoraba al renacuajo. Pero Cameron, el berserker traidor, tendió una emboscada en el castillo de Arran mientras Ardan y Steven unían fuerzas para hacer vigilancias en Edimburgo.
Scarlett y John murieron a manos de Cameron.
Daimhin sentía cómo le dolía la tragedia a Steven. Él se consideraba responsable de lo sucedido, de no haber sido suficientemente fuerte como para proteger a su familia y a su sobrino. Se llevaron a Johnson para investigarlo en Newscientists y estuvieron años sin verlo…
Hasta que las valkyrias regresaron al ESPIONAGE con Johnson en brazos.
En ese instante, Steven, que había pasado tiempo alejado del clan después de la muerte de su hermana y de su cuñado John, había recuperado su lugar como líder de los berserkers. La alegría de volver a ver a Johnson se contraponía al dolor de recordar en sus facciones aniñadas a su hermana del alma, porque seguía sintiéndose mal por no haber podido hacer nada por ella. Porque se sentía solo y sin familia.
Sólo tenía a Ardan y a Johnson.
Daimhin meditó si seguir bebiendo o no, porque lo que estaba haciendo era una intrusión emocional en toda regla. Era fascinante el modo en que se conectaban sus sentimientos y sus recuerdos, y cómo ella podía vivirlo todo en primera persona.
El problema radicaba en que, si había un modo de detenerse, ella lo desconocía. Beber era demasiado bueno.
Y, entonces, vio en su recuerdo la primera vez que ambos coincidieron a través de la pantalla del ordenador de los foros. Ella estaba en el RAGNARÖK y esperaba contactar con las valkyrias, porque ansiaba verlas. Nunca había visto a una.
Sonrió ante el recuerdo y se sintió maravillada de descubrir el impacto que causó en él.
Steven se pasaba la mano por la cresta con visible frustración. Ser el guardián de Johnson era un honor, pero encargarse además de estar pendiente de los ordenadores era demasiado. El joven berserker se sentía explotado.
Él era un guerrero, joven, pero un guerrero al fin y al cabo. Las dos valkyrias le habían pedido que se conectara en tiempo real con la cámara del Mac porque vería las instalaciones del RAGNARÖK en la Black Country. Ese local subterráneo era una especie de club social para los clanes, según le había comentado Gúnnr. Allí habían llevado a los miembros rescatados del Chinook donde habían viajado Róta y Johnson, y allí intentaban recuperarlos mental y físicamente.
A través de la cámara del ordenador podía vislumbrar su paredes de roca natural, unos jacuzzis al fondo, y una multitud de habitaciones que había en la planta superior, cuyas paredes eran cristales opacos que daban al salón central.
El RAGNARÖK era un lugar único, abierto y de grandes espacios, y con un ambiente muy especial. Al fondo, había una barra en la que cuatro mujeres hablaban entretenidas mientras miraban algo en un ordenador portátil. Se miraban las unas a las otras y sonreían. ¿Serían las humanas sobre las que le había hablado Gúnnr? Al parecer, el clan de la Black Country estaba haciendo algo diferente aceptando a humanos con aptitudes especiales entre sus filas y no les iba mal.
Steven sonrió y pensó en el grupo de frikis intelectuales que se reunían en JOHNNIE FOXES y hablaban sobre sus teorías del Asgard. Si les dijera la verdad, ¿cómo actuarían? ¿Estarían dispuestos a ayudarles o se rajarían cual cobardes alimañas?
Johnson estaba sentado a su lado y toqueteaba las teclas del ordenador mientras prestaba atención a la pantalla.
—Ya lo sé, chaval —dijo Steven—. Esto es un rollo. Como no venga nadie a hablar con nosotros nos van a salir canas. —Puso el iTunes en el ordenador; al menos podría escuchar música mientras permanecía a la espera. La canción de When we stand together de Nickelback reventó los altavoces inalámbricos.
Johnson golpeaba la pata de la silla con el pie, siguiendo el ritmo de la música.
—Venga, chaval —le animó el joven berserker mirándole divertido—. Dale fuerte, esto es música de verdad y no eso gótico que escucha el laird.
Johnson sonrió y negó con la cabeza al compás que marcaba el batería de la canción. Steven sacudía los hombros y movía la cabeza hacia delante y hacia atrás, y el pequeño híbrido lo imitaba.
—We must stand together —canturreó el de la cresta—. There’ s no giving in…
—¿Hola? —dijo una voz dulce y algo ronca al otro lado de la pantalla.
Steven se detuvo inmediatamente y fijó sus ojos dorados en la ventana de la cámara. Un rostro de chica, de increíbles y hermosos ojos tristes, labios gruesos y unas pestañas insultantemente rizadas, se asomó al otro lado del monitor. Era muy rubia, aunque tenía el pelo al uno y, aun así, era embriagadoramente femenina. Llevaba una camiseta negra de tirantes y se veía vulnerable y a la vez poseedora de una fuerza estremecedora, una fuerza que no residía en lo físico, pues era más bien menuda y delgada, sino en el aspecto espiritual.
Como la fuerza del Fénix que renace de sus cenizas. Esa chica estaba en ello, se notaba en las ojeras que tenía, que pronunciaban más el color de su mirada. Steven sintió un puñetazo en el estómago cuando la joven clavó sus ojos tan azules y claros en la cámara.
—¿Hola? —repitió ella intentando averiguar quién estaba conectado—. Oigo la música que tenéis puesta… ¿Estáis ahí?
El berserker inclinó la cabeza a un lado y sonrió al ver que ella fruncía el ceño contrariada. Alargó la mano y le acarició la mejilla y los labios con los dedos. Deseó que no estuviera a miles de kilómetros de distancia y se imaginó que el cristal del ordenador era, en realidad, la fría y suave piel de la joven.
—Caray… Qué cosa más bonita… —murmuró el berserker.
Daimhin abrió los ojos el tiempo suficiente como para mirarlo de reojo y estudiarlo a la vez que saboreaba su sangre y sus pensamientos. «¿Cree que soy bonita?».
—¿Qué? —No le escuchó bien—. No tienes la cámara encendida —dijo ella—. Sé que estáis conectados desde Escocia. Aileen y Daanna nos han dicho que sois valkyrias y yo… —Se mordió el labio y sonrió vergonzosa—… Yo nunca he visto una. Tienes la voz muy grave.
Johnson le dio un codazo a Steven, y este reaccionó. ¿Se creía que era una valkyria?
—Sé que el Engel está con vosotros y que intentáis recuperar los tótems —afirmó ella mirando a la cámara de frente—. Aquí también estamos todos ocupados —cuadró los hombros sin seguridad—. Estamos ocupados intentando recuperarnos para serviros de ayuda —reconoció con humildad.
Steven encendió la cámara con mano temblorosa. ¿Esa chica intentaba recuperarse? ¿De qué? Sintió frío en el alma al pensar que algo tan bonito había podido sufrir a manos de los hombres de Newscientists. El corazón se le había disparado y parecía querer salírsele del pecho.
Daimhin lamentó que él sintiera compasión por ella, y no le gustó ese aguijonazo de miedo que atravesó el pecho de Steven en ese instante. El berserker tenía pavor a descubrir lo que ella tuvo que vivir allí adentro, en ese agujero carente de sensibilidad y compasión. Y mejor que no lo supiera nunca o, seguramente, esas sensaciones que ella despertaba en él se tornarían en un profundo asco.
En el momento en que él apareció en la ventana, ella palideció y se echó hacia atrás como si algo la hubiera golpeado. Se levantó dispuesta a dejar abandonado al hombre que había al otro lado.
Sí. Recordaba el primer impacto de hablar con un hombre desconocido. Y de que ese hombre fuera él.
—No, no… Espera —rogó Steven, pegando la cara en la pantalla. Que no se fuera, por favor—. No te vayas.
—¿Y las valkyrias? —preguntó nerviosa.
—Están abajo con Róta. Están…
—Yo quiero hablar con ellas.
La chica se dio media vuelta, dispuesta a irse definitivamente.
—No, espera, por favor… Hay un niño que necesita veros… Se… Se llama Johnson. —Cogió al crío en brazos y lo sentó sobre sus rodillas—. Y ha estado secuestrado como…
Ella giró su cabeza redondeada y lo miró por encima del hombro. Sólo podía ver el cráneo rapado del mencionado y los suplicantes ojos dorados del punk. «Qué color de ojos más extraño», pensó.
—¿Como yo? Ha estado secuestrado como yo, ¿eso querías decir? —aclaró la chica intentando aparentar una fortaleza que todavía no albergaba. Se sentó poco a poco, reuniendo valor para encarar a ese desconocido.
Steven tragó saliva.
—No me mires así —le pidió ella al ver compasión en aquella mirada de color amarillo—. ¿Quién eres tú?
Steven pudo ver en sus ojos el miedo reflejado y la desconfianza al hablar con él.
—Steven —dijo sin todavía saber reaccionar—. Yo soy Steven. Me encargo de Johnson y formo parte del clan del laird Ardan.
—Ah… ¿Johnson es esa cabeza que se está asomando ahí abajo? —preguntó más interesada en el pequeño que no en él.
Steven miró a Johnson, que jugaba con el ratón del ordenador, ajeno a lo que ambos hablaban y se sintió celoso del niño. Lo cogió en brazos y lo obligó a saludar a la cámara.
—Este hombretón es Johnson el Terrible. Hace poco que ha regresado a nosotros, ¿verdad, campeón?
Johnson asintió y miró a la chica con serenidad y firmeza. Ella lo miró a su vez y Steven sintió que ambos podían comunicarse sólo con ese intercambio. Posiblemente ambos habían sufrido lo mismo.
—Hola. —Lo saludó ella—. Caleb McKenna nos dijo que había un niño con vosotros, un niño especial. Un híbrido. Eres tú, ¿verdad?
Johnson se encogió de hombros y asintió avergonzado.
—¿Cómo sabía Caleb que era un híbrido? —preguntó Steven frunciendo el ceño. «Si lo sabía él, ¿por qué no lo habían sabido Gabriel y los demás?», pensó.
Ella se incomodó y dudó entre si contárselo o no. Ese chico era un desconocido, pero si estaba allí sería porque estaban en el mismo bando, ¿no?
—Porque Johnson se lo dijo mentalmente. Eso nos dijo. Que el niño le había pedido que lo dejara con las valkyrias, que con ellas iba a estar bien. Nos explicó que Johnson era especial, como Aileen. Y que gracias a que él estaba vinculado a una híbrida y bebía de su sangre, el pequeño había podido comunicarse mentalmente con él; porque tenían la misma frecuencia y él así lo había sentido. Que no sabía cómo, pero lo había hecho.
Steven arqueó las cejas rojas y miró a Johnson con cara de pilluelo. No entendía nada.
—¿Eso has hecho, tío? —le preguntó asombrado.
Daimhin estudiaba el modo de hablar de Steven y la manera de tratar a Johnson, valorando si el pelirrojo era o no era buena persona.
—¿Puedes hablar con el líder de los vanirios mentalmente? Vaya, eres un fenómeno. —Las palabras de Steven estaban llenas de admiración.
—Dentro de un rato llegarán los demás niños —dijo ella—. Ahora están en la casa escuela con Aileen y Ruth, no tardarán. —Se mordió el labio—. Yo debo ir con Daanna McKenna.
—¿Daanna la Elegida? Tenéis nombres de títulos de libros —bromeó esperando ver una sonrisa en ese rostro de ángel magullado. Pero a la chica desconfiada no le divirtió la observación—. Aileen la Híbrida, Ruth la Cazadora, Daanna la Elegida…
Ella no se dignó ni a valorar el comentario.
—Me voy —se apresuró a despedirse. Estaba claro que no se sentía cómoda hablando con él.
—Espera, ¿qué vas a hacer? ¿Qué es tan importante como para que te vayas con Daanna?
—Aprender a defenderme. —Un brillo de valor recorrió sus ojos—. Ella me ayuda. Me ha regalado una espada samurái y me enseña a utilizarla. Tengo que irme.
—No te vayas —dijo asombrado por su reclamo y por la desesperación de no poder ver su cara de nuevo. Ay, no. ¡Que no quería que se fuera!
Ella arqueó las cejas rubias, como si no entendiera su orden.
—Johnson no quiere que te vayas. —Steven decidió que era mejor mentir que decirle abiertamente que, si se iba, él no podría dormir nunca más hasta verla de nuevo.
—Ahora vendrán los demás niños —le aseguró ella mirando al híbrido—. Oye, tenéis que alimentar a Johnson con las dosis de hierro vitamínicas que prepara el Sanador. Si tiene sangre vaniria, las necesitará. A nosotros nos está yendo muy bien. Cinco sobres de un gramo al día. Le ayudarán a recuperarse más rápidamente. Hasta luego, Johnson el Terrible… —Miró a Steven de reojo. Se dio media vuelta y levantó una temblorosa mano para despedirse.
—¡Eh! Espera, ¿cómo te llamas? —preguntó Steven desesperado, levantándose y cogiendo el monitor entre las manos, esperando así retener la imagen que lo había noqueado—. Dime, ¿cómo te llamas?
Ella se detuvo. ¿Debía decirle cómo se llamaba? ¿Eso era una conversación entre un chico y una chica? ¿Así era? La vaniria meditó la respuesta durante unos segundos.
Steven aguantó la respiración y esperó a que ella lo iluminara.
—Soy Daimhin, hija de Beatha y Gwyn.
Steven exhaló el aire en el instante en que sentía miles de alfileres atravesándole el corazón. Le dolía el pecho y sentía una bola de nervios en el plexo solar.
—Daimhin —repitió él, sonriéndole con el puente de la nariz y las mejillas un poco coloradas. Era un nombre gaélico de chico. Desconocía por qué le habían puesto nombre de niño a una beldad como aquella. Significaba bardo, la persona encargada de recitar leyendas, historias o poemas a través del canto. Steven sonrió con los ojos soñolientos—: Daimhin la Rompecorazones Barda. —Se llevó la mano al pecho y se dejó caer de golpe en la silla, como si un rayo lo hubiera fulminado.
Ella parpadeó lentamente, como si no entendiera la insinuación. Se dio media vuelta y desapareció del campo visual de la cámara mientras se colgaba una espada samurái a la espalda.
—Hand in hand forever, that’s when we all win —susurró Steven cantando el último verso de la canción, con los ojos desenfocados—. Si unimos nuestras manos para siempre, ganaremos…
Daimhin sintió una mano que le rodeaba la nuca y le acariciaba con una cadencia que la relajaba y la despertaba por igual.
Sí. Ella también recordaba ese encuentro. Desde que lo vio había pensado en él a menudo, en sus sueños fantasiosos e infantiles… Porque no dejaba de ser una barda y de recordar las historias de amor aunque, a sus dieciocho duros años y tan joven, le hubieran mostrado la parte más fea y cruda de las personas, la que decía abiertamente que los príncipes azules no existían y que el amor y la bondad escaseaban.
No obstante, aunque las recordase, aunque ella estuviera hecha de música, aunque repasara mentalmente cada canción, cada leyenda y cada lección, ya no creía en sus notas melodiosas ni en sus bellos versos porque sabía que, lamentablemente, ya no estaban escritas para su disfrute. Ya no.
Años atrás, cuando era pequeña y soñadora y todavía creía en las historias de amor y en los sabios conocimientos que transmitía su padre Gwyn, tanto su hermano como ella, que estaban destinados a transmitirlas también y a hacerlas realidad con su voz, confiaban plenamente en la veracidad de la información que transmitían.
Y había creído a ciegas en los cuentos románticos y en las baladas que cantaban. Entonces sí creía.
Porque Daimhin, al igual que su padre, tenía un don. Su voz musical afectaba a las personas y construía realidades emocionales. Su hermano, en cambio, las escribía para que ella las cantara. Juntos formaban un excelente equipo. Era una filidh, hija de celtas vanirios con dones mágicos, poseedora de la geasa, la más pura magia habida y por haber.
Pero sus padres y los sabios más ancestrales decían que uno podía creer en la magia sólo si creía también en el amor.
Y ahí confluía el problema. Uno muy grave. Carrick y ella habían creído.
Hasta que los destruyeron y les convirtieron en lo que eran en ese momento.
Ahora, dudaban de que la geasa siguiera en ellos. Mucho menos que dispusieran de espacio para el amor y la esperanza en sus corazones.
Vivían para la venganza, y se llenaban de ansias de devolver cada daño infligido.
Un filidh, un bardo con esos pensamientos ya no era digno poseedor de la geasa.
Ambos eran conscientes de su nueva naturaleza y la asumían. No había magia en ellos porque la magia residía en la pureza de la mente, el cuerpo y el corazón. Y no había verdad más flagrante y dañina que reconocer que eran impuros.
La mano en su cuello la masajeaba y la calmaba, intentando alejarla de esos pensamientos destructivos. Era gratificante sentir esa caricia comprensiva.
Daimhin continuaba bebiendo, sin resuello, esta vez, totalmente alejada de los recuerdos de Steven, ahora sólo centrada en su miseria y en sus experiencias. Pero esa sangre… Esa sangre la limpiaba y le hacía creer en cosas que sabía que no existían.
Entonces, aquellos dedos poderosos, se tensaron en su cuello y empezaron a forcejear con ella. Pero Daimhin no reaccionaba.
Ni sentía los tirones que le daba del pelo.
¿Qué era el dolor si se comparaba con la dicha de beber?
Nada. Nada en absoluto.
—Suelta, Daimhin… ¡Suelta! —Steven intentó empujarla para obligarle a desclavarle los colmillos. Estaba bebiendo demasiado y sentía que perdía la conciencia. La joven vaniria lo absorbía como una esponja—. ¡Daimhin!
Ella levantó la cabeza y enfocó sus ojos naranjas medio animales en él, como si saliera de un ensueño que no comprendía. Los ojos amarillos de Steven rogaban por una respuesta.
—Deja de beber… Me estoy mareando. ¿Me estás escuchando? Eh, sádica… —Le tironeó más suavemente de la larga melena platino.
«¿Él se estaba mareando? ¿Por qué?».
Su sangre… Claro. La sangre de Steven era lo que bajaba por su garganta. Tuvo que recordarse que era de él de quien bebía; que ese elixir mágico y sabroso provenía del berserker que con tan buena voluntad le había ofrecido su vena. La vaniria saboreó el último sorbo y poco a poco extrajo sus colmillos. Después, de modo innato, mirándolo a medio camino entre el asombro y la disculpa, le dio un lametón para que los orificios se cerraran, ya que la saliva de los vanirios era cicatrizante.
Steven relajó los dedos que se agarraban al pelo de la nuca. Pero no los retiró de su melena: se quedó masajeando lentamente sus cervicales. Después, sonrió débilmente y apoyó la cabeza en la roca, más tranquilo al ver que la joven había rectificado.
—Ahora tienes mucho mejor aspecto —murmuró él tragando saliva, con los labios resecos.
Ella se aclaró la garganta, todavía sin acabar de comprender su ímpetu.
—No puedo decir lo mismo de ti. Lo siento.
—No te disculpes —negó con la cabeza—. Me ha gustado que me vaciaras como a un surtidor de gasolina. —Ella frunció el ceño sin comprender y Steven se echó a reír al ver que no pillaba la broma—. Me ha encantado verte disfrutar. Tus ojos se vuelven más claros y tu rostro se suaviza.
Daimhin se mantuvo en silencio, incorporándose poco a poco. Veía perfectamente, no tenía ni un solo rasguño en su piel y se encontraba de maravilla, tanto física como mentalmente. Pero Steven parecía no tener fuerzas ni para levantarse. Había sido su culpa, por no saber detenerse.
«Dioses, casi lo mato», pensó humillada.
—Casi te mato —dijo descarnadamente.
—No digas tonterías. Tú no podrías matarme jamás de un mordisco…
—Pero te dije que no sabría parar —intentó disculparse sin saber qué hacer ni adónde mirar.
«Qué curioso es… La primera vez que la vi tenía los ojos marrones claros con motas azules. Pero el marrón no era naranja como ahora. Tiene un tono distinto. Es preciosa», pensó Steven.
—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Daimhin dando un paso atrás con incomodidad. Se tocó la sien algo aturdida.
—¿Yo? —Steven no comprendía nada—. ¿Además de estar a un paso de quedar inconsciente? Nada. No estoy haciendo nada. Ahora, ¿me ayudas a levantarme?
«Sí, ayúdame porque no soy capaz de hacerlo solo. Pequeña sanguijuela…».
—¡No soy una sanguijuela, maldito punk!
Él levantó la cabeza con asombro, todo lo rápido que le permitía su anemia. Sus pupilas se dilataban intermitentemente.
—¿Lees mis pensamientos?
—¡No! Yo… No, no, no lo hago a propósito. —Daimhin estaba llena de energía y necesitaba relajarse. La sangre bebida era muy poderosa. Sentía que era capaz de todo, incluso el cuerpo le temblaba como si no fuera capaz de asimilar aquel divino alimento regenerador.
—Claro —comprendió él, meditando para sí mismo—. Es eso… A mi hermana le sucedía con John. John era vanirio y podía hablar con ella mentalmente. Lo podía sentir todo. Con el tiempo, mi hermana aprendió a controlarlo porque para ella era un poco intimidante tenerlo en su cabeza permanentemente. Sin embargo, sus muros no duraron mucho. Sabían que necesitaban estar en contacto el uno con el otro. John le ofreció su sangre a Scarlett; y en cuanto empezaron a intercambiar mordiscos… El vínculo mental se consolidó. Scarlett también podía hablar con él cuando quisiera. Lo justo sería que me dejaras beber de ti… ¿No crees? Creo que tu sangre surtiría el mismo efecto sanador en mí. Y estoy bajo mínimos, sádica —aseguró arqueando las cejas—. ¿Me dejas que te de un mordisquito?
Daimhin parecía estar totalmente desubicada. ¿Steven quería beber de ella? ¿Para qué? ¿Para estar en su mente? No, ni hablar. Se alejó de su cabeza con un pensamiento lleno de intención. Tal vez no era tan difícil mantenerse al margen, ¿no?
—¿Tú me estás tomando el pelo? —contestó ella mirándolo de arriba abajo, absolutamente incrédula ante su proposición—. ¿Te has vuelto loco? ¿Has cambiado tu dieta? Los berserkers no bebéis sangre.
—La tuya podría beberla. —El rostro de Steven se tornó serio y decidido, mirándola con todo el deseo que hervía en su cuerpo.
Daimhin cogió aire, sin perderle la mirada. El corazón se le saltó un latido, pero no tardó ni un segundo en cambiar la expresión y hacer como si escuchara llover.
—En fin, supongo que eso es un no. Qué desconsiderada —bromeó él levantándose a trompicones. No quería incomodarla más. Se puso la mano en los riñones y estiró su espalda hasta que crujieron todas sus vértebras—. Entonces, déjame decirte cual es el plan.
—Ya sé cual es el plan. Ir corriendo a por Carrick. Ya sé donde está. —Genial, después de aquel extraño silencio por fin podía hablar de sus siguientes movimientos.
—¿Lo sabes?
Claro que lo sabía, y no sólo por lo que había extraído de la mente de los etones. Ahora era más fuerte, mucho más que antes. Y era más poderosa que su hermano. El vínculo con Carrick no iba a desaparecer, pero ella era más dura y tenía más poder. No tardaría mucho en derribar la barrera mental de su brathair y hablar con él. Pero para ello tenía que contactar de pleno sólo un instante. Y Carrick no se dejaba.
Con esas palabras, Daimhin y sus tacones se dirigieron a su destino. Pero Steven la detuvo por el brazo y se cernió sobre ella.
—Ir a por tu hermano está bien. Pero hay reglas por cumplir, Daimhin. Y las vas a escuchar.
Ella estuvo a punto de replicarle pero el gruñido de Steven la acalló.
—Primero: somos dos compañeros que debemos luchar juntos. No me puedes dejar vendido otra vez de este modo. Si luchamos juntos, necesito que te defiendas y que no me tengas constantemente preocupado —sus ojos amarillos se tornaron fosforescentes— pensando en que tarde o temprano veré tu cabeza rodando por el suelo porque te has quedado contando los dientes de los etones como antes…
—Yo no me he quedado calculando los dientes de…
—¡Sí lo has hecho, maldita seas! —La sacudió por el brazo—. De ahora en adelante quiero que luches. Nunca más vuelvas a hacerme lo que has hecho. Jamás. No puedo tener ojos para ti.
—Estás exagerando… —Tragó saliva, ofendida por su reprimenda.
—Y la segunda regla que vamos a respetar es que, en cuanto encontremos a tu hermano, tengo que salir de aquí para llenar mi estómago y sacarme de encima esta anemia galopante que me has provocado. Ya que no quieres ofrecerme un poco de sangre para que mejore, tengo que comer. —Arqueó las cejas rojas y sonrió con docilidad.
Daimhin osciló las pestañas y lo miró de reojo.
—De acuerdo. Pero primero ayúdame a sacar a Carrick del agujero en el que está. Y luego iremos a por tu comida.
Steven asintió y la soltó. Estaba tan débil que le dolía todo el cuerpo y los ojos se le cerraban solos. Pero no podía aparentar debilidad ante aquel torbellino de fuerza y agilidad en el que se había convertido Daimhin desde que había bebido de él.
Iba a estar a la altura de su kone.