Ya vestidos, prodigándose besos y caricias, sin dejar de mirarse a los ojos, vistiéndose el uno al otro, Agelystor, el elfo fauno, entró en la cueva.
Ni Daimhin ni él se sorprendieron al verlo, ni tampoco olvidaban qué era lo que tenían que hacer.
—El tiempo es llegado —dijo el Alf.
Steven entrelazó los dedos con Daimhin y asintieron decididos.
—Ya no hay capacidad de error —explicó Agelystor, caminando cojo, por un pasillo cuyas paredes tenían hojas de enredadera y mimosas. Llegaron a la cueva en la que lo encontraron y allí vieron a Aiko y a Carrick.
Cuando Daimhin vio a su hermano, su rostro se iluminó por completo y corrió hacia él para dar un salto y abrazarlo.
Carrick dio una vuelta sobre sí mismo con su hermana en brazos.
Los dos se miraron, y no hizo falta intercambiar palabras. Nunca habían contactado telepáticamente a niveles profundos porque el uno sabía cuales eran las torturas sufridas por el otro, e intentaban mantenerlas escondidas, en una zona del olvido. No soportarían ver cómo el otro sufría.
Pero Daimhin sabía que su hermoso hermano ya no tenía ojos desoladores. Su parda mirada reflejaba paz y liberación. Ya no tenía arrugas alrededor de los ojos, su pelo rubio había crecido ligeramente en ese viaje emprendido. Y ahora sus labios sonreían de verdad.
Su hermano sonreía con el hígado.
—¿Cómo estás, hermana? —Él alzó la cabeza y clavó los ojos en Steven. Lo saludó amigablemente, sin cruzar tampoco ni una palabra, entendiéndose entre hombres.
—Hice lo que te prometí —señaló el berserker—. Cuidé de ella.
—Lo sé. Te doy las gracias por ello.
Mientras tanto, Agelystor tomó la piedra entre sus manos, recogió su largo pelo en su brazo, como si fuera un rodillo, y se sentó en su trono de raíces.
—Tú también has hecho un buen trabajo, Aiko —bromeó Daimhin.
La japonesa asintió y le guiñó un ojo.
—Le ha costado —aseveró.
—Sabes que eso no es verdad —refutó Carrick mirándola de reojo.
—Barda —Agelystor alargó su mano hacia ella y le dijo—: Acércate.
Daimhin se apartó de su hermano y caminó hacia el elfo, cuyos ojos negros parecían saber todas las verdades del Midgard.
—¿Ya tienes el sello? —preguntó el elfo—. Nuestra diosa Freyja es muy exigente con eso… Sin el comharradh el don no se entrega por completo. Entonces, no podrás cumplir tu objetivo.
Ella asintió y mostró parte del nudo perenne que asomaba por debajo del corsé, a la altura del pecho.
—Lo tengo. Steven es mi pareja —dijo con orgullo—. Él me da el don.
Steven sonrió y sacó pecho.
Agelystor asintió. El elfo de la luz pasó la palma abierta de su mano de largas uñas por la piedra y dijo:
—Que lo que oculta el hechizo sea mostrado.
Una especie de polvo dorado rodeó la piedra rectangular. Poco a poco, la imagen se desdobló hasta que mostró un libro de tapas doradas.
Daimhin lo estudió y lo tomó de manos de Agelystor.
Agelystor se echó a reír, como si el libro le hubiese dado una grata sorpresa.
—¿Sabes qué es? —preguntó Agelystor.
—Un libro.
—¡Ah! Pero no es un libro cualquiera, niña —movió el dedo índice de un lado al otro, en señal de negación—. Este diario dorado —explicó Agelystor—, fue entregado a la valkyria más poderosa de todos los tiempos, de manos de Freyja. Se creó en el Asgard. Sus hojas de lino irrompible fueron extraídas del telar de las nornas: Verdandi, Urd y Skuld.
Daimhin lo hojeó y dio con una página que no tardó en leer.
—Dicen que me llamo Bryn. Bryn «la Salvaje»… —cerró el libro y dijo—. No puede ser. Pero este libro pertenece a la Generala.
Agelystor negó con la cabeza.
—También te pertenece a ti. En este diario que Ardan de las Highlands encontró bajo los escombros de Arran; en este diario que viajó a través de ríos y mares hasta llegar a manos de las Agonías de Lochranza; en este diario que los elfos de la Oscuridad han querido destruir, se esconde una historia. Una historia —señaló el comharradh de Daimhin— que sólo tú puedes leer con el corazón. Sólo tú, Barda. Salid de aquí. Volved a la superficie del Midgard y lee. Daimhin, lee.
—¿Por qué no lo puede leer aquí? —preguntó Steven aturdido—. Aquí estamos a salvo.
—Esto no deja de ser una hule. Las cuevas de Nerthus son atemporales, no tienen que ver con el tiempo real del Midgard. Lo que aquí se lea no influye en la Tierra. Tienes que salir afuera y leerlo. Y tenéis que daros mucha prisa —les recomendó lamentando la situación—. Tenéis que salir ya —Agelystor se levantó del trono y les empezó a empujar y a meter prisa para que salieran de allí.
—Pero… —Daimhin lo miraba por encima del hombro—. ¿Sólo tengo que leer?
—Tienes que leer, Daimhin, frente a Crann bethadh, el tejo de la vida y la muerte, el símbolo de tu clan. Allí lee la primera página de este libro. Allí donde todo empezó y todo puede acabar. Allí donde todo acabó, todo puede volver a empezar. —Su rostro lleno de arrugas sonrió con misterio.
—Pero ya he leído la primera página… habla de Bryn.
—No. No habla de Bryn —contestó él de forma enigmática—. Abre el corazón, Barda, y lee. La verdad te será revelada. Y vosotros —señaló a los otro tres—, encargaos de que nadie le haga daño mientras lo hace. Protegedla. Es nuestra última oportunidad.
Con esas palabras, Agelystor se quedó en su hule, asomándose a través del largo túnel que daría a la superficie del Midgard para comprobar que los cuatro guerreros ascendían el largo camino al Infierno.
Y el infierno real había llegado a la Tierra mientras ellos se habían mantenido resguardados en la hule.
Cuando los cuatro salieron a la superficie no estaban frente al tejo. Parte de la superficie se había derrumbado y ahora, el tejo, asomaba solo, en lo alto de todo, como en un acantilado.
A sus pies, hordas de purs, etones, vampiros, lobeznos y elfos escalaban la árida roca que antes había sido montaña llana y verde.
Las Agonías atraían a los vampiros como podían. Eran muchas. Por fin habían llegado los refuerzos y Brunnylda encabezaba la ofensiva. Pero nunca serían suficientes.
Raoulz, el líder de los huldre, se encargaba de matar a todo aquel jotun que quedaba noqueado por la energía de las dodskamps. Hacían un buen equipo.
Abajo, intentando defender el tejo, Daimhin podía localizar a sus padres, Gwyn y Beatha, que habían llegado para apoyarles. Como Ruth, Adam, Daanna y Menw… Incluso los einherjars y sus valkyrias habían llegado a tiempo y lanzaban rayos intentando detener el avance de los ejércitos de elfos oscuros que amenazaban por el oeste.
Era el Ragnarök.
El Ragnarök en todo su esplendor.
Carrick la tomó del brazo y le dijo:
—Daimhin. Ve.
—¡Vamos todos!
—No —la censuró él—. Daimhin, vuela hasta al tejo y empieza a leer el libro. Es lo que tienes que hacer. Es tu misión, la razón por la que eres tan especial. Nosotros te protegeremos.
—Carrick… —Daimhin le abrazó con tanta fuerza que parecía que iba a romperlo. No sabía lo que tenía que decirle, no le salían las palabras—. Carrick…
—Sí, lo sé —lamentó él sabiendo que aquella era, posiblemente, la última vez que se verían en ese mundo.
—Is caoumh lium the, mo brathair. Te quiero, hermano mío. Siempre. Mae.
—Y yo a ti, hermana. La más valiente guerrera de todos los tiempos. La mejor de las hermanas que uno puede tener. Mae. —La besó en la frente y se despidió de ella con una sonrisa auténtica, una de verdad, llena de luz, para intentar borrar todas las veces que ambos habían llorado en silencio, en su propia oscuridad.
Carrick se unió a Aiko, que gracias a su don de invisibilidad podían defender el avance de la Barda.
Steven empezó a ascender la roca caliente al tacto. Daimhin lo agarró del chaleco y voló con él durante los siguientes metros hasta su destino, esquivando rocas que caían, los gases de las grietas que se abrían y quemaban, incluso, las serpientes doradas de los elfos oscuros que ya los habían localizado e intentaban detenerlos como fuera.
Daimhin y Steven lo intentaron esquivar todo, con más ganas que acierto. Y justo cuando llegaban al tejo, Steven fue alcanzado por una serpiente que rodeó su rodilla.
—¡Daimhin! —gritó él—. Sigue adelante.
—¡No! —ella intentó socorrerlo pero en ese instante, otra serpiente más le rodeó el cuello, ahogándolo—. ¡Por favor, no! ¡Steven!
—Barda, mírame —dijo Steven cogiendo aire, intentando permanecer sereno. Sus ojos amarillos se volvieron rojos. Completamente rojos de amor, pasión y cariño por su pareja—. Sigue adelante y lee el libro por mí y por todos… Te quiero, hjertet min. Corazón mío… —Una nueva serpiente rodeó su brazo. Steven perdió el equilibrio. La roca sobre la que se aguantaba con sus pies, se derrumbó y arrasó con parte de la parcela que sostenía el tejo. Steven caía por el precipicio. Daimhin quiso ir a por él antes de que desapareciera de su vista—. ¡No lo hagas, vaniria! ¡Haz lo que tienes que hacer, Barda! —El berserker cayó a través de aquel peñasco, hundiéndose entre la multitud de purs y etones a las faldas de aquel acantilado repentino.
Si no obedecía a Steven, si perdía la oportunidad de leer, el tejo ardería y se hundiría en el abismo de las grietas, y nunca más sería recuperado. Tenía que cumplir con su promesa. Porque una barda nunca rompía una promesa.
Con el rostro bañado en lágrimas, Daimhin se ubicó bajo el tejo, sobre sus raíces.
Steven no había muerto. No podía. No moriría. Ella lo reviviría siempre. Haría lo imposible por recuperarlo. Él era su verdadero inmortal y el guardián de su corazón. Así que no. No pensaría en que había muerto.
Tampoco miraría lo que sucedía con sus padres.
Ni tampoco pensaría en el Destino que correrían Carrick y Aiko. No estaría pendiente de la caza que sufrían las valkyrias, ni de los ataques inclementes de los Svartálfar contra los elver huldre y las Agonías.
No vería cómo la Cazadora era acechada por cientos de espíritus malignos de Hela, ni cómo el Noaiti entregaba la vida por proteger a los gemelos… Ni pensaría en que Daanna y Menw estaban a las puertas de un triste final, el uno luchando por el otro, y ambos protegiendo a su hijo nonato.
No recordaría que había un dios dorado perdido en una realidad ajena y que no estaba ahí para ayudarlos. Ni que un druida, una científica, una híbrida y el líder del clan keltoi esperaban en una nave para hacer su aparición.
No se fijaría en la increíble ola de fuego que a varios kilómetros de distancia avanzaba desde el frente, amenazando con quemarlo todo a su paso.
Todo rastro de vida se apagaría. Tan fácil como quien apagaba una luz.
Antes de abrir el libro no pensaría en que ya no había salvación, sólo muerte; ni tampoco que el Ragnarök se había cumplido y los buenos habían perdido.
Si tenía que leer, leería con el corazón abierto y puro, como le había pedido Agelystor, creyendo que lo último que se perdía era la esperanza.
Daimhin abrió el libro; y en las primera páginas el vocabulario de las runas apareció ante sí. Un vocabulario que antes había permanecido oculto. Donde antes estaba escrita la leyenda de Bryn, ahora otra historia aparecía. Una historia de dioses, leyenda para muchos, ficción para otros.
Para hacerla realidad, ella sólo tenía que creer.
Por eso, con lágrimas en los ojos y la valentía de su espíritu, sabiendo que todos los demás morían para permitirle leer el libro en voz alta, empezó:
—Cuando la noche más oscura llegó al Midgard, cuando Loki y sus hijos extendieron sus tentáculos, cuando sólo le quedaba un suspiro de vida al Mundo medio, el puente arcoiris Bifröst ardió de rabia y se reflejó en el cielo. Y allí, todos, vivos y muertos, vieron cómo se abría una puerta estelar. La puerta por la que los dioses viajan para regresar a casa… La puerta que cruzarán para proteger a todos sus hijos.