Capítulo 25

Jubilee Park.

RAGNARÖK.

—¿Un elfo de la luz bajo las raíces de Llangernyw? ¿Ahí hay que ir? —repitió Gwyn asombrado por las palabras de Aiko.

—Eso ha dicho —contestó la japonesa.

—Pero… No puede ser —el vanirio miró a su esposa Beatha que estaba igual de pasmada que él—. Es imposible.

—¿Por qué es imposible, allaidh? —Pocas veces había visto Carrick a su padre tan contrariado.

—Porque si esto es así, hay que ir al lugar en el que los druidas bardos caledonios y casivelanos, las tribus a las que pertenecíamos, recibían la información original, la que hablaba de nuestra historia y de nuestros orígenes, milenios atrás, antes de que los romanos y el cristianismo nos persiguieran. Antes de mí, mi padre era bardo, al igual que mi abuelo —explicó con serenidad—, y mi tatarabuelo. Nuestro don, Carrick, siempre se transmitió de padres a hijos, de generación en generación. ¿Sabes por qué los celtas como nosotros veneramos el símbolo del árbol de la vida?

—No lo recuerdo.

—Porque era de ahí de donde los bardos de nuestras tribus recibían parte del conocimiento. Mi padre me lo explicó. Se llamaba Crann Beathadh: era un inmenso tejo, el más antiguo del Midgard —narró con la mirada perdida en el pasado—. Aseguraban que sus ramas tocaban el cielo y sus raíces conectaban con el mundo de los muertos. Por eso le llaman el árbol de la vida y la muerte. Mis antepasados afirmaban que los padres de sus padres habían escuchado hablar al árbol, que había un ente viviendo en él, y le llamaban Agelystor. Incluso yo mismo lo escuché, dos mil años atrás, antes de que nos transformaran. Decían que el ente estaba loco y que pronunciaba los nombres de los aldeanos que iban a morir, y que, hasta que no llegara el último bardo puro del Midgard para que él le mostrara la única Gran Verdad, su lista nunca cesaría. Con el tiempo, los aldeanos decidieron no acercarse al tejo, pues Agelystor gritaba los nombres de aquellos a los que la muerte iba a recoger en breve. Pero mi tatarabuelo, mi abuelo, e incluso mi padre me dijeron que, aunque nadie lo vio jamás, ese ente esperaba el día en el que recibiera la visita de ese bardo elegido. Que entonces él callaría y dejaría de atemorizar a la gente que se acercaba a su árbol.

—¿Y qué tiene que ver esto con el elfo de la luz? —quiso saber Carrick.

—Porque, hijo mío —explicó Beatha con comprensiva voz—, Llangernyw es el tejo más antiguo del mundo, nuestro árbol, y se encuentra en Gales, adonde se dirige tu hermana. Hoy está rodeado de un cementerio. Acabamos de comprender que el ente que oían nuestros antepasados bajo sus raíces no era un fantasma, era un elfo de la luz. Y su nombre es Agelystor. Y nosotros sabemos donde está.

—Ahora solo tenemos que averiguar el modo de llegar allí y evitar que ese Svart dé antes con Agelystor —se propuso Gwyn.

—Podemos viajar a gran velocidad —señaló Menw, escuchando con atención las sorprendentes palabras intercambiadas. Él mismo tenía el tejo de la vida y la muerte tatuado en su hombro, y ahora resultaba que Llangernyw iba a cambiarlo todo—. Pero el principal obstáculo es que no podemos ser vistos. Y los cielos están infestados de vampiros. ¿Cómo nos iremos de aquí sin llamar la atención? Los lobeznos y los nosferatus esperarán a que volvamos a aparecer y nos atacarán.

Carrick, que acababa de descubrir cuál sería su principal don, supo que ese y no otro, sería su momento de declinar la balanza. Él podía ayudarlos a volar sin demasiados problemas hasta Gales. Pero, para ello, necesitaba recibir nueva energía.

Aiko había asegurado que el comharradh acabaría de desarrollar sus dones. Y él sabía que de nada servía estar enfadado con ella por las Riley, porque, gracias a ello, Carrick había aprendido que su sangre no era putrefacta. Si tenía el poder de darle a Aiko un don tan increíble como la invisibilidad mental y física quería decir que era válida.

Que él servía. Que no era un deshecho. Y que podría tener la capacidad de hacer feliz a su pareja. Una pareja valiente y aguerrida que jamás supo que podría llegar a tener.

La japonesa era un descubrimiento y un milagro. Pero, ante todo, era un regalo. E iba a valorarlo y a olvidar su enfado.

—Yo sé cómo —exclamó sin dudas—. Dadme unos minutos. —Tomó a Aiko de la mano, ante la sorpresa de esta, y la alejó de la sala principal de aquella discoteca subterránea, sala de juntas, restaurante y hogar para todos los guerreros, perteneciesen al clan que pertenecieran.

Carrick cerró la puerta tras de sí y miró a su cáraid, que lo estudiaba expectante. Aiko era tan hermosa y exótica que a veces lo dejaba sin respiración, porque parecía que alguien tan especial era imposible que no tuviera alas blancas.

Ella miró a su rapado rubio de hermosos ojos almendrados y esperó una explicación que, por supuesto, ya sabía.

Carrick y ella estaban conectados, no había nada que decir.

Pero sí sabían lo que tenían que hacer.

—Tienes el don de la invisibilidad —afirmó Carrick sin tapujos.

—Lo sé. Y tú eres un ilusionista. Puedes crear escenarios e imágenes que fantasees en tu cabeza.

—También lo sé —adujo él, dando un paso hacia ella, lejos de parecer amenazante—. No estuvo bien lo que hiciste, japonesa.

Ella se encogió de hombros pero no rehuyó la regañina.

—Nerthus me dijo lo que tenía que hacer y pensé que era lo mejor, de lo contrario, nunca habrías permitido que me acercara a ti ni que bebiera de tu sangre. Estabas tan seguro de que te habían corrompido y ensuciado que no dejabas que nadie se te acercara. Pero yo no soy nadie, Carrick —recalcó ella—. Soy tu pareja.

—Lo sé.

—Y no teníamos tiempo para conocernos, ni para ir poco a poco. Era o ahora o nunca, y así tuve que actuar. Lamento haberte hecho daño.

Él pensó en ello y admitió la gran verdad que suponían sus palabras.

—¿Daño? —negó con la cabeza—. Aiko, no me has hecho daño. Mentir no está bien, pero lo que tú me has dado, la oportunidad que me has brindado, nada tiene que ver con el dolor, y sí con la resurrección.

Carrick entrelazó los dedos de las manos con ella y decidió que era momento de ser valiente. Sus padres se sentirían orgullosos; su hermana querría su felicidad… Y él se sentiría orgulloso y, ante todo, Aiko sabría que tenía un guerrero decidido y valiente a su clan; y la opinión de esa chica de ojos rasgados era la que más pesaba entre todas.

—Carrick —dijo Aiko poniéndose de puntillas y juntando frente con frente—. Quiero salir de aquí con un sello que me una a ti. Quiero saber que, si muero, se vea el comharradh con la piedra parda en el centro, para que todos sepan que pertenecí a un guerrero de ojos marrones y corazón de oro. Quiero darte el don por completo.

Él se emocionó y no supo responderle, pues el nudo que atoraba su garganta estaba a punto de ahogarlo de exultación.

—Y yo quiero dártelo a ti, preciosa.

—Es bueno que los dos queramos lo mismo —asintió con el rostro envuelto en luz y amor—. ¿Puedes hacerme el amor antes de que nos vayamos?

—¿Me lo puedes hacer tú a mí? —preguntó él completamente rendido a la sinceridad y el tiento de la joven samurái.

Ella lo abrazó con todas sus fuerzas, poniéndose de puntillas, y mientras lo besaba con fervor, dispuestos a amarse y alimentarse el uno al otro, murmuró sobre sus labios.

—Amémonos el uno al otro, Bardo.

Adam y Ruth lloraban abrazados, apartados de los demás. Tenían la decisión más importante que tomar de sus vidas.

Todos los vanirios con hijos pequeños habían decidido no viajar y quedarse allí con ellos, para protegerlos, y morir juntos tal y como habían vivido.

Nadie ignoraba el hecho de que quedarse allí era no sobrevivir. De hecho, el fin del mundo no aseguraba ninguna vida, y unos morirían antes o después.

Con ese dogma bien sabido, el Noaiti y la Cazadora, tenían a Liam y a Nora, los dos pequeños berserkers, la brújula y la lectora astral, de pie, frente a ellos, haciendo pucheros, pero no menos que los dos adultos.

—Eh… —Adam se agachó y tiró de ellos para abrazarlos con fuerza. El amor que el increíble guerrero sentía por sus sobrinos era devastador. El moreno Liam hundió su cabecita contra su hombro, y la rubísima Nora tomó la mano de Ruth mientras abrazaba a Adam—. ¿Qué hago con vosotros? —murmuró acongojado.

—No nos dejéis aquí —dijo Nora sin ocultar su pena.

—Llévame contigo, tío —pidió Liam triste—. ¡Sé luchar! ¡Puedo ayudarte!

Adam sonrió con pena a los ruegos de los pequeños, igual que hizo Ruth que no podía aguantar las lágrimas. Aquello era muy difícil.

Echó un vistazo a Ione e Inis, y a Iain y a Shenna, que corrían con sus hijos a internarse en el búnker subterráneo que Adam construyó para momentos como ese. Todos sabían que para emergencias era un refugio seguro, pero no para el fin del mundo. Las grietas engullirían la habitación del pánico y la hundirían en la lava de la profundidad de la tierra; los purs hurgarían en ella, incluso los lobeznos y vampiros, al final, encontrarían el modo de hacerlos salir y aniquilarlos.

Pero las familias preferían morir juntas antes que luchar los unos por los otros, separados.

Los vanirios desaparecían mientras se despedían de su embarazada amiga Daanna y del sanador Menw. Era un adiós para siempre, y las lágrimas no se hicieron esperar.

Milenios juntos era mucho tiempo.

Las sacerdotisas impelían a Lorena, Emejota, Ana y Lourdes a que también siguieran a las familias de vanirios y se resguardaran todo el tiempo que pudieran.

Si había humanas que merecían aquella protección, esas eran las cuatro incansables que se habían hecho cargo del RAGNARÖK y de los foros, localizando a los guerreros, involucrándose, poniéndolos en contacto a todos. La gente siempre pedía exigir formar parte de algo sin dar nada a cambio. Pero ellas… ellas lo habían dado todo, y por eso eran consideradas parte de los clanes, y libres de considerarse lo que quisieran: vanirias, berserkers, valkyrias, sacerdotisas… o humanas.

Cuando las humanas entraron, las tres sacerdotisas miraron a su vez a Ruth, y se dirigieron caminando con paso lento hasta los cuatro.

—Nosotros no os podemos acompañar esta vez —dijo Tea—. Os estorbaríamos y seríamos una carga, así que hemos decidido quedarnos aquí y trabajar con nuestra magia hasta que nos den las fuerzas —explicó con aquel rostro arrugado lleno de paz y calma. Su pelo blanco y largo, como el de sus hermanas sacerdotisas, seguía brillante e impoluto. Fuerte, tal y como ellas eran—. Si dejáis a Liam y a Nora y aquí, prometemos cuidar de ellos como siempre los hemos hecho. Tendrán que matarnos antes de que puedan tocarles.

—Lo sé —adujo Ruth con un susurro—. Ojalá pudieseis venir —gimió corriendo a abrazar a Tea. Las tres ancianas eran cansinas y habían sido muy exigentes con ella, pero las abuelas siempre quisieron lo mejor para su formación.

—Oh, pequeña salvaje —murmuró Tea devolviéndole el abrazo—. Serás nuestra piuthar allí donde estés.

—Y vosotras las mías —lloró.

—Pero tenéis que decidir qué hacer con los gemelos. Vamos a entrar y a sellar la puerta del búnker —dijo acariciándole el pelo—, y, una vez lo hagamos, ya no se podrá abrir.

Ruth miró a Adam, que lloraba en silencio, pensativo, valorando cuál era el mejor destino para ellos.

Si Sonja estuviera ahí, ¿qué consejo le daría? Su hermana siempre quiso que todo lo hicieran juntos. Contaba con él en cada una de las decisiones que tomaban y en cada una de las aventuras que emprendían. ¿Qué querría ella para sus hijos? ¿Y para él?

Entonces, pensó en As y María, que se habían ido para siempre, y en su mejor amigo y hermano, Noah, que era Balder y estaba desaparecido.

Odiaba no tenerlos, y odiaba luchar sin Noah al lado.

Las familias morían juntas en vez de vivir separados los unos por los otros, ¿no era ese el lema de su familia?

Y lo vio claro.

—Ruth. —Miró a su mujer mientras se levantaba con los gemelos en brazos. No hizo falta que le dijera nada más, porque ellos se entendían sin palabras. Sus ojos negros se comunicaron con los gatunos ambarinos de la Cazadora y todo quedó claro.

Ruth asintió de acuerdo con su decisión, dio un paso y se fundió con ellos, en un abrazo familiar y único.

—Se vienen con nosotros —fue lo único que dijo Adam. Porque no soportaba la idea de que los gemelos murieran en un búnker sin poder abrazarse a ellos. Eran suyos, sus niños, joder. Si tenían que morir, morirían juntos. Pero lucharían, no esperarían a la muerte.

—Te quiero, Adam —dijo Ruth besando las cabecitas de Liam y Nora—. Voy a preparar los fulares.

Las tres sacerdotisas no pudieron poner ninguna pega a su decisión, aunque se despidieron cariñosamente de los cuatro.

Las ancianas bajaron las escaleras que daban al búnker. Serían las últimas en descender y las encargadas de sellar la habitación subterránea.

Pero, antes de desaparecer, Tea dio un último vistazo al RAGNARÖK, a los escudos de vanirios y berserkers que había en cada una de las paredes; observó la sala, las plantas superiores y a los guerreros que sí viajarían para intentar ayudar a la Barda. Y, entonces, pensó que todo había valido la pena.

Pero que el telar decidía el desenlace, las nornas cosían, Nerthus mandaba y el resto… Al resto sólo le quedaba obedecer los designios del Destino, fueran los que fuesen.

Porque, para bien o para mal, todo estaba escrito.

Daanna y Menw esperaban en la salida, listos para tomar el ascensor de cristal que funcionaba con una batería suplementaria que Adam guardaba en el cuarto de repuestos. El RAGNARÖK estaba preparado para todo tipo de caos energéticos. Aunque, cuando acabaran las baterías, cuando se agotaran, ya no tendrían nada con lo que subsitir.

Abandonarían Inglaterra para luchar por la última oportunidad que les quedaba para sobrevivir.

Con Aileen y Caleb desaparecidos, ellos eran los líderes más natos del Consejo, junto a Beatha y Gwyn.

Comprendían la decisión de sus compañeros. Sin embargo, Menw, que abrazaba a Daanna por la espalda y cubría el vientre donde reposaba su hijo, pensaba que la más valiente de todas era su mujer.

Ella estaba embarazada. Su hijo formaba parte de una profecía en la que lo señalaban como «alguien determinante en el día de la puerta», y la Elegida, en vez de comportarse como una mujer conservadora, había decidido mirar hacia delante y salir a luchar.

Y era tan admirable… Por ese motivo, no pudo hacer otra cosa que besarla en la mejilla y mirarla con adoración. Por eso era su pantera.

Pero Daanna no era la única valiente. Beatha también había decidido que Lisbeth y Nayoba se venían con ellos, porque preferían tenerlas a su lado que mantenerlas alejadas sabiendo que, tarde o temprano, alguien les podría arrebatar la vida, y ni ella ni Gwyn podían hacer nada por impedirlo. Y aquella era la peor cruz para unos padres. Saber a sus hijos asesinados sin haber sido defendidos por ellos.

Ruth y Adam se habían colocado unos pareos de estilo canguro sobre las espaldas. Uno llevaba a Nora y el otro cargaba con Liam. Ellos habían tomado la misma decisión que Gwyn y Beatha con sus hijos.

Ni los abandonaban. Ni se ocultaban. Iban a Inglaterra con ellos.

Los pocos vanirios que también harían la travesía ya estaban preparados, vestidos para la guerra: Gwyn y Beatha completamente vestidos de negro, con ropas elásticas y ajustadas, como dos seguidores de un grupo gótico. De hecho, Daanna y Menw vestían parecidos. Ella con una katana a la espalda, regalo de Kenshin Miyamoto. Menw con su pelo rubio suelto, recogido con su inseparable y fina cinta negra que hacía la función de diadema. Sin armas a la espalda, sólo su puñal keltoi atado con un pequeño cinturón muslero a la pierna.

Ruth vestía una túnica roja con capucha, y debajo unos leggings con botas y una camiseta de manga larga de color negra y ajustada. Llevaba a Sylfingir colgado a la espalda y a Nora agarrada de la mano.

Adam era un berserker y, como tal, vestía sus ropas de capoeira, preparadas para soportar el momento de su transformación.

Y la vestimenta de los demás vanirios era exactamente la de un grupo de militares: con ropa negra, botas, pantalones y chaquetas, todo al estilo de la milicia.

Los únicos que desentonaban un poco eran Carrick y Aiko con esas ropas ajustadas, parcialmente cubiertas de hiedra, hechas de un material parecido a la piel, pero igual de elástico que el nylon. Realmente parecían seres feéricos de los bosques.

«Mammaidh».

Daanna y Menw prestaron atención a Aodhan, que había despertado levemente de su descanso. Ambos dirigieron sendas miradas a su vientre abultado.

«Dime, Aodhan».

«Él se acerca».

—¿Quién se acerca? —preguntó Menw preparado para pelear, clavando la mirada en el ascensor de cristal. Este se puso en funcionamiento, y subió a la planta de arriba.

Estaba claro que, fuese quien fuese sabía el código secreto de entrada que tendría que introducir en los botones del teléfono.

«Él, allaidh. No viene a hacernos daño».

Menw cubrió a Daanna con su cuerpo, dispuesto a avisar con un grito a todos los guerreros por si tuvieran que atacar.

Cuando el ascensor descendió de nuevo, el hombre que estaba en la cabina de cristal hizo que el corazón le diera un vuelco.

Menw parpadeó como si estuviera soñando.

Los ojos lilas del guerrero miraron al frente y se detuvieron en la imagen del Sanador. Poco a poco dibujó una sonrisa en los labios, un gesto que indicaba que lo reconocía, y que sería incapaz de olvidar su rostro, aunque pasaran casi veinte años más de encierro sin verse.

El Sanador nunca olvidaría el momento en el que las puertas de cristal se abrieron, y ese guerrero, vestido con tejanos, botas negras con pequeñas hojas afiladas de acero en la punta y preparadas para pisar cabezas y cortar gargantas, un jersey negro muy ajustado de tela parecida al Gore-Tex, y una gabardina de piel gris oscura, salió de la cabina y se dirigió hacia él. Su pelo negro y largo, cortado por debajo de la oreja, estaba húmedo, igual que su ropa. Señal de que empezaba a llover con fuerza ahí arriba.

—Que me caiga un rayo ahora mismo… —susurró Menw dando un paso y otro hasta detener al individuo. Ambos se fundieron en un largo abrazo—. ¿Thor?

—¿Cómo estás, brathair? —preguntó el que todavía seguía siendo el líder del clan keltoi—. Llego a las puertas del fin del mundo, ¿eh?

—¿Que cómo estoy yo? Joder, Daanna me lo explicó todo, pero necesitaba verte con mis propios ojos para creerlo. ¿Cómo estás tú? Te creímos muerto.

—Sigo vivo —contestó llanamente, estudiando aquella moderna cueva bajo tierra—. Elegida —saludó a Daanna y le hizo una reverencia—. Estás tan hermosa como siempre. Pero te veo mucho más fuerte. ¿Menw te trata bien?

—De maravilla —contestó Daanna—. Dioses, Thor, ¡ven aquí!

Daanna McKenna, que estaba sensible y hormonada, y también nerviosa por lo que podría suceder a partir de ese momento en adelante, sonrió a Thor y lo abrazó dándole una cálida bienvenida. Su líder no había muerto. Estaba de vuelta.

—Después de tanta muerte, es agradable ver que uno de nosotros regresa de entre los caídos, Thor —aseguró ella.

—No lo habría logrado sin la ayuda de vuestro hijo Aodhan. Tienes un verdadero y poderoso guerrero ahí adentro, velge.

—Soy consciente de ello.

Menw, que aún se intentaba recuperar del impacto de volverlo a ver, estudió su expresión, su postura, y se dio cuenta de que estaba mucho más afilado y definido que antes, aunque, su rostro tuviera una mirada lila más oscura y mortífera que nunca.

—¿Cómo has llegado hasta aquí?

La fría mirada de Thor se centró en Menw.

—Hice lo que me pidió tu hijo. Salí de Shipka, rastreé las mentes de las personas que se ubicaban entre Gabrovo y Kazanlak, hasta que, sondeando a los vecinos, di con el hogar del individuo que se registró en vuestro foro. Al parecer, no era nativo de Bulgaria. Se había registrado en el foro de mitología nórdica como Shipka75.

—Shipka75 —repitió Daanna haciendo memoria—. Sí, ese es su nick. ¿Lo conociste, Thor?

—No. Cuando llegué al piso de Kazanlak en el que se hospedaba allí ya no había nadie. Pero tenía informes de Newscientists y un montón de información sobre vanirios y berserkers y demás… Es un investigador de unos treinta años de edad. Su padre había trabajado para Newscientists. El tipo, llamado Daniel Estiart, había investigado el caso de su padre, Francesc, un importante biólogo de la organización. Fue ese mismo Francesc el que me sacó de los laboratorios de Oxford y me llevó a Shipka en secreto para que me mantuvieran con vida, pues los trabajadores de allí estaban a su cargo. Pero Mikhail y Samael extendieron los tentáculos hasta Shipka, y en vez de un lugar de recuperación, lo convirtieron en un campo de concentración. Ahora intento seguir el rastro de Daniel, pero no lo consigo. Sólo sé que había un nombre que se repetía en sus informes: Urbasa.

A Daanna y a Menw les sonó la historia del doctor Francesc. ¿Acaso no había hablado Caleb de ello? El doctor Francesc fue el individuo que planificó lo del brazo de Thor en Oxford Street, el cual era, además, el doctor personal de Aileen. Después de eso, Samael y Mikhail lo mataron, y Aileen tuvo a Víctor como doctor. Pero el señuelo que dejó sirvió para que Caleb diera con Aileen y se destapara toda la verdad.

—¿Urbasa?

—Sí —confirmó él—. Es un bosque del norte de España. Y hacia allí me dirijo.

—¿Cómo que hacia allí te diriges? Un momento, Thor… ¿No vienes a quedarte y a ayudarnos? —preguntó Daanna, completamente perdida—. Ni siquiera sabes en qué situación estamos.

Él movió la cabeza como un robot, como si le sorprendiera que sus amigos le pidieran ayuda.

—Sí lo sé, Elegida. Leo las mentes de todos, sean de la raza que sean —explicó sin inflexiones—. Los escucho a todas horas. A todas. Desde que sobrevolé la destruida Londres, escuché el miedo de Iain y Shenna a morir definitivamente; el pavor de Inis e Ione a perecer sin ser auténticas parejas de vida; oí los rezos de las tres sacerdotisas que os ayudan para que todos los seres que se ocultan en ese búnker puedan llegar a contarlo, y si no, si mueren, que sea sin dolor. Te escuché a ti, Menw —le dijo mirándolo a la cara—, rezando porque Cahal estuviera bien donde fuera que se encontrara, junto a esa científica que llamáis Miz y que abrió un portal dimensional. Sé por ti, Daanna, que temes por Caleb y su mujer, que has llorado por la muerte del líder As Landin y de María, y que darías tu vida para que Aodhan sobreviviera y tuviera la oportunidad de nacer. Entiendo que vanirios y berserkers habéis acercado posturas, y eso me alegra —asintió—. También sé que junto a Caleb y a Cahal se encuentra el hijo de Odín, Balder, y su mujer Nanna que, parece ser, era una valkyria que descendió de los cielos cuando mataron a Gabriel, el mejor amigo de la Cazadora que luego se convirtió en el Engel de Odín… ¿Sigo?

El don de Thor podía ser una maldición o una bendición. Y en este caso, para bien o para mal, les ahorraba muchas explicaciones.

—Vaya, estás muy informado…

—Lo que no comprendo es el papel que juega la tal Aileen en esto. ¿Por qué todos la veis como si fuera hija mía? ¿Y por qué decís que Jade está muerta?

Ni siquiera Menw fue capaz de reaccionar después de escuchar esa confirmación tan falta de sentimientos.

Daanna, por su parte, abrió sus ojos verdes, quedándose tan de piedra como las paredes que recubrían el RAGNARÖK. A Thor MacAllister siempre le encantó bromear. Pero ese Thor que tenía enfrente, no tenía un solo pelo en el cuerpo de bromista. Es más, parecía un enterrador mortalmente sexy, pero de los que cavaban tumbas para sus propias víctimas.

—¿Qué dices, Thor?

El vanirio moreno hizo una mueca de amargura y se frotó las sienes, reflejando una creciente ansiedad. Menw, que era sanador, estudió sus gestos y su conducta, y se dio cuenta de que pasaba por una fuerte shock nervioso. Los humanos lo llamaban trastorno de ansiedad generalizada. Thor tenía las pupilas dilatadas en sus cercos lilas, la mandíbula tensa, el rostro sin expresión, y la boca seca… Señal de que necesitaba beber sangre y de que estaba agotado por el viaje desde Bulgaria.

—No recuerdo a Aileen —dijo con una sinceridad apabullante—. No la recuerdo en mi pasado. La veo en vuestros recuerdos, y sé que tiene cierto parecido a Jade. Es una chica hermosa y decís que es una híbrida. Pero yo… No sé… Las terapias que utilizaron conmigo eran muy agresivas, la electricidad me freía el cerebro y lo tengo hecho polvo. No soy el mismo —aseveró— que era antes de que Samael y Mikhail nos tendieran la trampa a Jade y a mí y nos secuestraran. He recogido mis pedazos y los he unido como he podido. Pero ni me asomo a lo que era antes.

—Pero, Thor —lo interrumpió Menw—, en ese secuestro también estaba tu hija Aileen, que entonces era una niña pequeña, ¿no lo recuerdas?

—No. Sólo veo a Jade. No veo a la niña.

—Jade dejó un diario en el que lo contaba todo —anunció Daanna intentando animarlo.

—Jade dejó un diario…

—Sí. El libro de Jade —certificó Daanna—. Eso puede servirte para que empieces a recordar…

—¿Dónde está ese libro?

—Lo guardaba Aileen en tu casa de Covent Garden. ¿Recuerdas tu casa? Allí vivía junto a Caleb…

Thor se apretó el puente de la nariz y pidió que guardaran silencio. La información sobre sus supuesta hija le llegaba en tropel, y no podía detenerla. Vio a Aileen secuestrada por Caleb, la vio frente al Consejo Wicca, cómo Caleb se la llevaba para convertirla en su puta y cómo después cambió todo, y Aileen se erigió como la princesa híbrida del clan berserker, Maru del Consejo Wicca junto a Caleb.

Y él no sentía nada frente a esas imágenes. Los de Newscientists le habían jodido a base de bien. Y sin embargo, jamás, pudieron borrarle el recuerdo de Jade.

—Me cuesta mantener la concentración: las voces me vuelven loco, y sólo se calman con la sangre de Jade. Ella era mi medicina. Quiero encontrarla.

—Oh, Dios mío… —Daanna se llevó las manos a la carnosa boca, conmocionada y triste por su amigo.

—No te preocupes, Elegida —la tranquilizó Thor—, he visto en tu cabeza un video en el que Jade era asesinada por mi hermano Samael. Pero, así como os digo que para mí es una noticia saber que tengo una hija, os aseguro que mi cáraid no está muerta. En realidad, he venido hasta aquí en busca de una consulta contigo, Menw.

—Lo que necesites.

—Aodhan me habló de ello. Sé que has creado unas pastillas que calman la ansiedad de la sed vaniria, y sería capaz de beberme ahora mismo un desierto entero de sangre —miró a Daanna de reojo esperando que ella diera un respingo de angustia, pero la velge no lo hizo—. Ayúdame y dame un bote de esas hasta que pueda encontrar a mi mujer.

—Pero, Thor… Jade está muerta…

—Sí, claro. Y también encontrasteis un brazo mío en Oxford Street —la aplacó él—. Y puede que esté tarado, pero todavía tengo los dos brazos.

—Entonces, ¿no vienes aquí a echarnos una mano?

Thor arqueó sus cejas negras y negó con la cabeza.

—Tú vas a luchar junto a tu mujer, ¿verdad? El Noaiti va a luchar junto a su Cazadora. Gwyn y Beatha pelearán juntos con sus hijos. Caleb y mi supuesta hija están juntos en un barco, junto al druida y a la científica, y a Balder y a Nanna… Todos lucháis con las personas que amáis al lado, con vuestras parejas de vida. Yo no voy a enfrentar la batalla final sin mi esposa al lado. Ella es quien ha dado sentido a mi vida y quien me ha mantenido vivo en Shipka. Jade no murió. Todavía no sé donde está, pero cuando mi mente recupere la calma con esas cápsulas que has creado, Menw, espero poder seguir su rastro y recordar sus vibraciones mentales. Daré con ella.

—¿Por qué estás tan convencido de que sigue viva, Thor? —Daanna se abrazó el vientre.

—Porque sigo vivo —sentenció—. Jade y yo hicimos una promesa. Moriríamos juntos. Y como veis, yo sigo vivo. Y ella también, porque jamás rompió su palabra.

Instantes después, Thor había recibido uno de los frascos de Menw, y nada más se lo dio, lo abrió y se tomó dos pastillas de golpe.

—Recuerdo que dijiste que Jade tenía un olor parecido al de la granada —objetó Menw—. Las pastillas deben provocar un reflejo en tu olfato y en tu paladar. Como el sabor que nos deja beber sangre de nuestra pareja en nuestra boca. Estas son las más conseguidas. Tienen esencia de esa fruta.

Los ojos lilas de Thor refulgieron como si le hubieran dado un chute de adrenalina.

—Tardará cinco minutos en hacer efecto. Saboréalas.

Pero a Thor le pudo la ansiedad y en cuanto percibió ese sabor tan especial, que no igual, la masticó hambriento.

—¿Vas a ir a Covent Garden? —preguntó Menw pasando por alto su desesperación.

—Sí. Ahora mismo. Y vosotros deberíais salir ya de aquí. Una espectacular grieta del tamaño de la anchura de Londres avanza desde el norte. En poco tiempo arrasará todo el país.

—Nos vamos ahora mismo —sentenció Daanna, yendo a buscar a Carrick y a Aiko.

—Los que están ahí abajo —señaló Thor con el pulgar—, no van a sobrevivir, ¿lo sabes, no?

Menw asintió deprimido. Todos lo sabían. Pero al final los guerreros eran libres de morir cómo quisieran. Y ellos debían respetarlo.

—Lo sé —cambió de tema ipso facto—. El hijo de Gwyn y Beatha, junto con su pareja, necesitan llegar lo antes posible a Gales, al tejo Llangernyw, para proteger al elfo de la luz y recuperar el objeto de manos del Svart. Thor, ¿sigues teniendo el don de la velocidad?

—Salí de Shipka hace cuatro horas —con esa respuesta lo dijo todo.

—Entonces… ¿Te importaría desviarte de tu objetivo de Covent Garden y ayudarles a llegar antes? De ellos dependen muchas cosas…

—Los dioses han dejado la responsabilidad a quien han creído conveniente.

—Todos hemos cumplido con nuestra función —replicó Menw—. Y el hecho de que tú estés aquí ahora, implica que puedes poner tu granito de arena. Las torturas vuelven a la gente egoísta y poco empática —Menw sabía cómo se sentía—. Sé que tú ahora sólo piensas en Jade, y en tu bienestar… Pero las pastillas te ayudarán a poner tu mente en orden. No sé cuánto queda del Thor líder del clan y amigo de sus amigos que yo conocía, y tal vez no tenga derecho a pedírtelo, pero lo voy a hacer: ayúdanos, Thor. Lleva a Carrick y Aiko ante el tejo Llangernyw.