Capítulo 23

Inglaterra.

Aiko volaba en silencio a través de los cielos encapotados, mirando de vez en cuando a Carrick que, con gesto taciturno y la frente arrugada por la preocupación, viajaba al frente, controlando cada suceso que acontecía en la Tierra, bajo sus pies.

La kofun sentía su dolor en carne propia; dolor por su hogar destrozado y desolado como estaba, hundiéndose bajo la grieta que, sin prisa pero sin pausa, recorría el orbe en todas direcciones desde Escocia, para seguir avanzando por tierras inglesas y dividirlas en dos de un modo en el que jamás volvería a unirse.

Habían comprobado de un modo amargo que nada escapaba a la fuerza de la Naturaleza, ni tampoco al ejército de purs y etones que, aprovechando el corte que se abría, salían a la superficie en tromba, para acabar con los humanos que intentaban huir inútilmente a través de las angostas carreteras.

Los gritos mortales ascendían hasta el cielo. Hombres y mujeres perecían bajo las garras y los mordiscos de los hijos de Loki. Los niños eran llevados de nuevo a la grieta, para alimentar a los ponedores de huevos y ayudar a hacer su ejército mayor a través de sus jóvenes y puras vidas.

Carrick, en un arrebato de furia e impotencia, desvió el vuelo para descender sobre el Támesis y luchar contra todos ellos.

Pero su padre Gwyn, que protegía a Lisbeth ocultando su rostro en su pecho, lo detuvo por el pecho.

—No —fue lo único que le dijo.

—Pero no tienen oportunidad de vivir —señaló él horrorizado—. ¡Hay que hacer algo!

Gwyn vio por primera vez, después de que Carrick fuera rescatado de Chapel Battery, el brillo de la misericordia y la empatía en sus ojos pardos. Su hijo era todo un hombre.

Durante unos días creyó que lo vivido lo había convertido en alguien frío, falto de vida e ilusión, y a punto de entregarse a Loki.

Pero su gesto había salido de las sombras y ahora tenía un nuevo candor. El especial cariz que sólo podía dar el amor y la aceptación de una pareja de vida.

La japonesa parecía ser su particular rayo de luz, y eso convertía a Aiko a sus ojos en otro miembro más de su familia, querido y respetado eternamente. Le estarían por siempre agradecidos de que salvara a su hijo del Infierno.

—No puedes hacer nada por ellos. Ya están muertos —aseguró inclemente—. Lo único que tú y yo podemos hacer es obedecer a Nerthus, y ayudar a tu hermana Daimhin, sea como sea, a cumplir su cometido.

—Pero… No está bien no hacer nada por ellos —replicó él.

—Hijo —su tono se aseveró—, cada uno de los momentos de tu vida, los que te hayan hecho desgraciado o dichoso, te han llevado a este momento. Al igual que a los humanos. Cada movimiento en falso y cada decisión tomada les ha llevado del mismo modo a este instante de muerte y destrucción. Era su sino. Por alguna razón, los dioses han querido que mis dos hijos tengan algo que decir en el Ragnarök, y quiero ayudarles a conseguir su propósito. Quiero ayudaros: a ti y a tu hermana. Y os necesito vivos. Si desciendes ahora, morirás. Somos cuatro y dos niñas pequeñas —miró a sus diminutas hijas—. Ellos son miles. —El enjambre de jotuns a sus pies se hacía cada vez mayor—. Moriremos si bajamos. ¿Quieres eso?

Carrick rechinó los dientes y miró a Aiko con frustración. Por supuesto que no quería eso, pero odiaba los abusos de poder, y era así como sometían a la humanidad: jugando con ellos, menguándoles sin darles ninguna posibilidad de sobrevivir. Estaban en desventaja.

—No, allaidh. El viaje ha sido muy largo hasta aquí. Daimhin nos necesitará vivos.

—Así me gusta. Prosigamos el vuelo hasta Jubilee Park y dialoguemos entre todos qué debemos hacer y cómo ayudar a tu hermana barda. Es el único objetivo que tenemos. Vamos a cumplirlo. ¿Sabéis tú y Aiko cuales son ya vuestros dones otorgados? Si Nerthus dice que los necesitaréis, es porque deben ser importantes.

Carrick contestó que no por los dos.

Aunque la japonesa calló y se mantuvo en el silencio que otorgaba y que decía que ella sí creía saberlo.

Cuando descendieron a Jubilee Park, justo en el pequeño parque resguardado y custodiado por una cabina roja típica inglesa, ninguno de ellos esperó encontrarse con ese panorama.

Los jotuns de Loki rodeaban al Noaiti del clan berserker; y la Cazadora estaba sobre la cabina, lanzando sus flechas iridiscentes al grito de Silfingyr, contra todo aquel que les atacara.

Ruth miró al cielo y cuando los localizó dijo:

—¡Entrad! ¡Rápido! —ordenó liberando a Adam de un par de lobeznos con sus flechazos.

—¡Entrad con mis hermanas! ¡Ahora entraremos nosotros! —espoleó Carrick a sus padres abriendo la puerta de la cabina para ellos.

Cuando su padre y su madre entraron y la cabina descendió como un ascensor, él y Aiko se quedaron a apoyar a Ruth y a Adam.

Desenfundaron sus espadas y se colocaron frente a Adam, que había mutado: su pelo negro había crecido, al igual que los músculos de su cuerpo, más desarrollado y musculoso que en estado normal.

La pareja esperó a que los jotuns fueran a por ellos, y como vieron que no llamaban la atención y que eran Adam y Ruth sus objetivos, decidieron dar un paso al frente e ir en su busca.

Ruth vestía una túnica con capucha roja y holgada que le cubría la cabellera caoba. En el brazo, que sostenía al hermoso y élfico Silfingyr, tenía un protector que mantenía la articulación recta y tensa, que la rodeaba para no perder puntería. Y no la perdía. Igual que no perdía su sentido de la observación. Gracias a ello, después de un rato, se dio cuenta de algo determinante para esa reyerta repentina en el parque.

Los jotuns, lobeznos y nosferatus por igual no atacaban a Carrick y Aiko por una sencilla e increíble razón: no los veían.

—No les ven… —susurró Ruth conmocionada agazapándose sobre la cabina para disparar a un lobezno que intentaba ir a por ellos—. ¡Carrick! ¡No os ven!

—¿Cómo dices? —preguntó él sin comprender.

—¡No se defienden ni van a por vosotros porque no os ven! —contestó gritando.

Adam se encaramó de un salto tras ella, y agarró de la cabeza a un vampiro que iba a atacar a Ruth por la espalda. Le separó el cráneo del cuerpo y lo lanzó bien lejos.

—¿De qué hablas, Katt?

—Fíjate bien, ulv —le recomendó—. Los jotuns pasan de largo. Mira.

Adam lo hizo y segundos después observó con sus propios ojos lo que afirmaba su kone. Ruth tenía razón. Nosferatus y lobeznos se sorprendían de recibir golpes gratuitos sin poder ver a sus ejecutores. Morían uno a uno.

—Joder… ¡Eh, Peter Pan! —le alertó Adam—. ¡Matadlos a todos! ¡Sois invisibles para ellos!

Carrick y Aiko se miraron el uno al otro, durante segundos de dudas y de reflexión, pensando exactamente lo mismo.

Sí. La invisibilidad era un don, sin duda; era un don otorgado, fruto del intercambio de sus sangres. ¿Acaso tendrían los dos el mismo poder?

—A por ellos —determinó Carrick, decidido a limpiar momentáneamente esa zona de la influencia de los hijos de Loki.

Ninguno de los dos les dieron cuartel. Eran muchos, y salían de la nada, como si siempre hubieran estado ahí.

—¡Ruth! ¡Adam! —gritó Carrick—. ¡Bajad ya! ¡Nosotros nos encargamos! —La mirada que Carrick le dirigió a Adam no le hizo dudar sobre el éxito de su pelea.

Instantes después, Adam agarró a Ruth de la mano y descendieron al RAGNARÖK.

Aiko degollaba por sorpresa a uno de los veinte lobeznos que les rodeaban.

—¡Están ajustando el cerco! ¡Tarde o temprano darán con nosotros!

Los jotuns golpeaban como si jugaran a la gallinita ciega, dando palos de santo.

—Si al menos se estuvieran quietos… —murmuró Carrick desplazándose de un lado al otro para aniquilar a sus víctimas. En ese instante le vendría de perlas algo que les distrajera y les dejara inmóviles. Como un muro que naciese desde el interior de la tierra y se alzara como una muralla de protección. Con algo así que les detuviera momentáneamente, ellos podrían acabar con todos de una sola tacada.

Y entonces, sucedió.

Un impresionante muro macizo de piedra se alzó entre los jotuns y ellos, delimitando el terreno de cada uno. Unos a un lado y otros a otro. Carrick y Aiko podían ver que era un muro transparente, pero los lobeznos y nosferatus al otro lado, lo veían como una pared de piedra impenetrable.

—Carrick… —susurró Aiko mirándolo impresionada, con su espada en mano—. Carrick, ¿lo has hecho tú?

Él giró la cabeza para fijar su mirada parda en la azabache de ella.

—Creo que sí —dijo asustado.

Aiko dibujó una sonrisa enorme que calentó el enfadado corazón del vanirio.

—¿Te das cuenta?

—¿De qué?

—Ahí tienes tu don real, vanirio. Eres un bardo creador. Eres un ilusionista.

Después de eso, los dos aprovecharon para cazar in fraganti a los hijos de Loki, y matarlos uno a uno mediante cortes certeros, degüellos implacables y estocadas definitivas en sus corazones putrefactos.

Aiko levantó el rostro, victoriosa, y contempló satisfecha que los pocos nosferatus y neófitos que quedaban en pie huían volando de aquel lugar fatídico para ellos.

No tardarían en regresar con más refuerzos. Y cuando lo hicieran, tanto la kofun como el Bardo, esperaban estar bien lejos de allí.

En busca de Daimhin.

Cuando la pareja llegó a la inmensa sala del RAGNARÖK, la ansiedad y el desconcierto se palpaban en el ambiente. Daanna, Menw, Gwyn y Beatha hablaban con Ruth y Adam sobre los acontecimientos cercanos que habían asolado su nueva realidad.

Con creciente sorpresa e incredulidad escucharon lo que una emocionada Ruth tenía que decirles sobre la muerte de As y María, la revelación de la identidad de Noah y Nanna, y su desaparición junto a Caleb, Aileen, Miz y Cahal en una nave anclada a otra dimensión. Una nave que esperaba salir cuando alguien les abriese la puerta a su realidad.

Por otra parte, Daanna habló sobre lo descubierto sobre Thor y el reducto de guerreros en los Balcanes.

—¿Thor? ¿Nuestro Thor? —preguntó Gwyn conmocionado.

—¿Thor MacAllister? —quiso asegurarse Beatha—. ¡Pero había muerto!

—El mismo —confirmó Menw—. Y no está muerto.

—Ay, mi madre… —murmuró Ruth—. Aileen sí se muere cuando se entere de que su padre sigue vivo. ¿Dónde está él ahora?

La Elegida no supo contestar de otro modo que con:

—Está al llegar. —Se frotó la barriga con la mano—. No puede tardar mucho más, espero. —Porque si Aodhan le había dicho que encontrase al individuo que contactaba con el Foro Vanir desde Shipka no tardaría nada en averiguar dónde se ubicaba el RAGNARÖK. Y Thor vendría. Vendría porque querría saber la verdad de todo; y porque si aún quedaba algo en él del hombre que había sido, les ayudaría. Eran su pueblo—. Había un gran número de guerreros encerrados allí. Guerreros experimentados y antiguos. Nos harán falta. Confío en que Thor los traiga.

—¿Y cuál es nuestro cometido final, Maru Daanna? —preguntaron Iain y Shenna—. Tenemos niños pequeños, y somos miseria y compañía para enfrentarnos a millares de enemigos. ¿Se supone que debemos resistir hasta que nos aplasten? Aquí ya no tenemos nada que proteger ni que hacer. Nuestra tierra está a punto de desaparecer —observó abatida—. Al igual que nosotros. ¿Cuál es nuestra función? Los dioses nos han abandonado definitivamente.

—Yo tengo la respuesta —dijo Rix Gwyn dando un paso al frente con su eterno flequillo rubio y su pelo liso. Cualquiera que lo viese pensaría que era un elfo. Pero era un vanirio, respetado por todos y temido por muchos—. Sé que todos nos hemos hecho la misma pregunta. Hoy mismo me la he hecho yo —aseguró llevándose la mano al corazón—, cuando he creído que mis hijas habían muerto en nuestros pasillos intraterrenos sin ser defendidas. Llevamos milenios enfrentándonos a jotuns para proteger a una humanidad que tiene los días contados. Y, de golpe, he sentido que mis hijas morían sin mi protección. ¿Qué sentido tenía todo para mí? Al final, no podemos olvidar el objetivo más importante de todos, es decir: que debemos luchar por nosotros, por lo que somos y representamos —se dio la vuelta y se encontró con Carrick y Aiko escuchándole con atención—. Por eso, mi hijo está aquí como salvador de sus hermanas, y como informador. Ha venido desde la grieta de Edimburgo y el mundo de los huldre para darnos la última arenga. —Gwyn le ofreció la mano y Carrick la tomó, sabiendo a la perfección lo que eso significaba. Las arengas eran los discursos que se daban antes de las batallas más importantes en los clanes keltoi. Nunca iban a cargo del líder. Iban siempre de la mano del bardo jefe, y era un tributo que pasaba de generación en generación. Y eso era lo que hacia su padre con él: le estaba legando ese privilegio. Le estaba diciendo públicamente que se había hecho mayor y que ese era su momento.

Los ojos de ambos se empañaron con emotividad, igual que los de Beatha, que tenía a las dos niñas sentadas sobre sus piernas.

—No sé si estoy preparado —advirtió Carrick.

—Un hombre que ha sobrevivido a los peores castigos imaginables, que se internó en una grieta para salvar a quien sabía que era su pareja de vida, que ha matado a cientos de purs y etones, que ha sido contactado por Nerthus y acompañado por los huldre y que ha dado todo por sus hermanas y por aquellos más débiles que él, no sólo está preparado, hijo. Es un guerrero que tiene y tendrá el respeto de todos para la eternidad.

—Pero, papá… No pude darles sangre a mis hermanas pequeñas —reconoció valientemente, sintiéndose como una mierda. Derrotado. Sabedor de que su padre y su madre habían visto con sus propios ojos su decisión de no darles vida por tal de no infectarlas.

Gwyn hablaba con su hijo mayor de hombre a hombre. Y sentía en su fuero interno la vergüenza que aún acarreaba sobre sus hombros. Las palabras no podrían jamás curar las heridas infectadas, pero podría ayudar a limpiarlas para que empezaran a cicatrizar.

—Carrick, préstame atención. —Le agarró por la nuca con fuerza, señalándole con el índice. Al menos, ahora permitía que lo tocara—. Debes dejar atrás los dogmas que otros te grabaron en la piel. Tú eres quien decides ser, no lo que otros creen que eres. Tú eres Carrick. Un guerrero. Un Bardo. Eres luz y verdad. Y eres mi hijo, sangre de mi sangre —juró vehemente—. No dejes que los que te tuvieron preso ganen. No les creas. No estás sucio ni contaminado, hijo mío. Tuvieron envidia de tu resplandor, ¿comprendes?

—Sí.

—¿Acaso te han vencido? ¿Acaso quebraron el espíritu de mi hijo para siempre? —preguntó esperando escuchar la respuesta correcta.

Muchas veces creyó que sí. En la oscuridad, manchado de mugre y sangre, llegó a pensar que era una vergüenza para los de su raza. Pero ahora, después de beber de su cáraid y recibir su sangre sanadora; ahora, después de haberle hecho el amor, aunque él creyese que era un sueño, entendía que si Aiko lo veía como hombre y lo aceptaba como tal era porque no estaba corrompido ni podrido. Tal vez no había dejado de ser él. Tal vez no dejó de ser él mismo jamás.

—No, allaidh —contestó con convicción—. No me quebraron jamás. No lo permití.

—Sí. Eso es —Gwyn sonrió con adoración y orgullo y le dio una cachetada cariñosa en la mejilla—. Ahora te escucho. Habla a todos como sólo tú sabes.

Aunque Carrick tuviera el corazón en la boca, no iba a desperdiciar su oportunidad. Se armó de valor y habló a los clanes.

—Queda poco tiempo para que un nuevo ejército de jotuns aceche sobre este lugar —informó alzando la voz para que todos le escucharan—. No esperé jamás dar la arenga en un momento tan delicado. De hecho… —Su discurso se detuvo. Por un momento, se obligó a tragar saliva y a humedecerse los labios.

«Carrick, continúa —lo animó a Aiko transmitiéndole la fuerza que necesitaba—. Este es tu momento y todos te escuchan».

El vanirio buscó el contacto visual de Aiko. Ella se lo devolvió sin máscaras ni artificialidades. Le mostró lo que él buscaba con ahínco.

Cero compasión. Total aceptación de lo que él era, con todos los claros y oscuros. Justo lo que necesitaba.

Sus padres lo miraban orgullosos y todos esperaban escuchar sus palabras.

Sí. Era el momento de hacer creer y de convencer.

—De hecho —continuó sin bajar los ojos marrones y brillantes—, nunca pensé poder estar aquí, porque estuve a punto de entregarme a la luz y de dejarme engullir por la oscuridad de Loki. Y, si alguien me salvó de mi destino, si alguien evitó que me rindiera en un principio, fue mi hermana. Ella es una druida barda, como mi padre. Como yo. Pero Daimhin no tiene nuestros dones. Los suyos son mucho más poderosos. Su voz salvadora sanaba nuestras mentes durante nuestro cautiverio. Porque ella es especial. Lo sé yo y lo saben nuestros dioses creadores, que la están utilizando en una última misión. Si ella logra su objetivo, las cosas en el Midgard podrían cambiar. Y es por eso por lo que Aiko y yo nos encontramos aquí, frente a vosotros. —Miró a la japonesa con decisión—. Tenemos un mensaje que dar. Esta vez, hermanos y hermanas, no se trata de reunirse para salvar una casa, una ciudad, o un humano que desconocemos. Esta vez, debemos ir a luchar en nombre de uno de nosotros. Debemos ir en busca de Daimhin y ayudarla.

Su charla fue clara y concisa.

Desconocía el paradero de Daimhin; de hecho, no sabía muy bien qué era capaz de hacer su hermana para que los dioses la requirieran. Pero, fuera lo que fuese, sería algo fascinante y mágico.

La situación no era ni blanca ni oscura. No había dos caminos a elegir. Había sólo uno, y era muy negro, puesto que, en el afán por ayudar a la Barda de los dioses, más de uno perdería la vida por el camino.

Era un final inevitable e irreversible. Y cada uno debía decidir cómo vivirlo. Por eso, algunos vanirios como Inis e Ione, Shenna e Iain y Maggie y Sullyvan decidieron no acompañarles.

Fue Ione, uno de los Rix del Consejo, el que dio el paso más difícil de su vida para hablar por boca de los demás.

El vanirio de largo pelo trenzado y barba pelirroja, no se ocultó ni se amilanó. Era su decisión y estaba en su derecho. Sabía que les comprenderían.

—Nosotros, los que tenemos hijos pequeños, nos quedamos, sea cual sea nuestro destino —sentenció entristecido por no acompañar a sus amigos en la batalla final—. Tú lo has dicho, Carrick. Al final, luchamos por las personas que queremos y que son importantes para nosotros. No pienso llevar a cuestas a Jared y a Reno para acelerar su muerte. Voy a quedarme aquí, y disfrutaré de ellos… —señaló al resto—. Todos disfrutaremos de ellos el tiempo que nos quede. Les protegeremos en el búnker. Y si es ahí donde debemos morir, que así sea.

—No dejaré que un purs asqueroso chupe la pureza de mi hijo para que de ella salga un huevo sarnoso como el que nos ha descrito Carrick —afirmó Sullyvan con pasión—. Si mi hijo se va, yo decidiré cómo. Y juro que no será así. De ese modo, sin niños, llamaréis menos la atención de los purs. Están por todas partes, e irán a por ellos. Si quieren llevarse a mi hijo, que vengan a buscarlo. Tendrán que pasar por encima de mi cadáver.

—Comprendo —dijo Carrick, asumiendo el riesgo de ser cada vez menos.

—¿Cuántos os quedáis aquí? —preguntó Menw cruzado de brazos y visiblemente emocionado. Todos los vanirios con criaturas alzaron la mano. Menw miró a todos y cada uno de ellos a los ojos, afirmando con la cabeza para transmitirles que entendía su elección. Habían pasado milenios juntos, compartido desgracias, batallas y alegrías. Pero el Sanador respetaba la decisión tomada por sus hermanos. ¿Qué otra cosa podía hacer? No podía obligarles. Los hijos estaban por encima de algunas responsabilidades, incluso aunque se naciera guerrero—. De acuerdo.

—¿Y los demás? —quiso saber Daanna mientras cubría de calor su vientre con las manos—. ¿Nos acompañáis a encontrarnos con Daimhin?

Los pocos berserkers que vivían en el Ragnarök asintieron con la cabeza, al igual que los vanirios que no estaban emparejados ni tenían hijos.

Bueno, pensó Carrick, al menos contaban un pequeño batallón de unos cuarenta guerreros. Miseria, como había dicho Shenna para enfrentarse a los ejércitos de Loki. Pero menos era nada.

Sólo faltaba saber dónde estaba su hermana. Había dejado a Daimhin y Steven con los huldre, recorriendo un túnel hacia el destino donde se suponía que se encontraba el objeto.

Desde entonces no sabía nada más.

—Bien —intervino Adam—. Y ahora que ya sabemos quiénes vamos, ¿cómo podemos averiguar dónde está Daimhin? Si somos sus refuerzos, bien necesitamos su localización exacta —señaló Adam con gesto concentrado, medio sentado en la mesa que presidían los miembros del Consejo—. Los vanirios tenéis un lazo mental entre hermanos, ¿me equivoco?

—Él no puede ayudaros. —Aiko, consciente de la incomodidad de Carrick, le ahorró el mal trago de conectar mentalmente con Daimhin. Estar en la mente de su hermana, verse desnudos y sin corazas, saber todo lo que les hicieron, cómo se lo hicieron y cuántas veces… Sería un golpe duro para ambos, dos seres heridos y herméticos, demasiado celosos de su intimidad. Aiko había comprendido que los traumas y las pesadillas eran de cada uno, intransferibles. Suficiente había hecho ella con él al drogarlo y beber de su sangre, violando su pasado y sus secretos. No era algo por lo que ganaría la medalla al honor, pero era su deber, una orden directa de los dioses que, todavía, no se había completado. Gracias a sus dos intercambios, había descubierto su don, y este le había abierto, involuntariamente, las puertas de la cabeza de Daimhin, la cual sobrevolaba de puntillas sin llegar a ahondar ni a conectar con ella—. Ni tampoco pueden contactar con ella Gwyn y Beatha. Las sinapsis de Daimhin, como las de Carrick, están herméticamente cerradas por su propia protección, y sólo se acceden a ellas si se bebe de su sangre. —La Barda era sensible y esquiva y si descubría su invasión, se sentiría atacada—. Por eso no se puede contactar completamente con ella. Pero sí podemos con su pareja.

—¿Cómo? ¿De qué hablas? —Carrick la miró con atención y curiosidad.

—Estoy en la mente de Steven. Puedo hablar con él.

«¿Qué haces tú en la cabeza de la pareja de mi hermana? ¿Por qué yo no lo he notado? Tenemos un vínculo mental».

«Es una larga historia que, luego, si me dejas y no me rehuyes, keltoi, te contaré».

El vanirio encajó realmente mal aquella revelación, y esperó a que tuviera una razón de peso para que hablara íntimamente con otro hombre.

Por muy amigo que fuese Steven, los vanirios eran territoriales y celosos.

Una verdad universal que se debía respetar.

—Entonces, Aiko, hazlo —inquirió Beatha—. Habla con el cáraid de mi hija. Que nos diga hacia dónde debemos dirigirnos para protegerla.