Se llamaba Si-rak. Era uno de los primeros rastreadores de los Svartálfars.
Siempre recurrían a él cuando debían estudiar el terreno a conquistar. Siempre le reclamaban cuando de buscar personas se trataba.
Esta vez, era Loki quien, antes de abrir por completo el reino de los elfos de la oscuridad, había reclamado sus servicios para encontrar a un par de hermanos, hijos de los Vanir, que se afirmaba que eran los únicos bardos puros del Midgard.
Si-rak sabía que no había nada más molesto para Loki y los suyos que todavía existieran bardos capaces de afectar en los pensamientos de otros, aunque estuvieran a las puertas del fin del mundo. Y esos seres que tanto incidían en la mente y las emociones de otros, podían cambiar también realidades.
Para Loki y sus jotuns la única realidad era el caos y la destrucción. La conciencia no tenía ningún papel protagonista en ese desenlace, ni tampoco la creatividad, por ello, le había encomendado la misión de encontrar a los bardos y matarlos, para evitar que algún dios Vanir o Aesir todavía tuviera un as oculto en la manga con el que poder jugar a través de ellos. A la Resplandeciente le encantaba jugar con carambolas, y ya se cuidaban de no ser sorprendidos por ninguna de ellas.
Sus serpientes de oro habían dado con los bardos, pero los primos de los elfos del Alfheim, los huldre, habían intercedido para salvarlos. Los insensatos se habían convertido en sus apoderados y ahora los protegían.
Los Svart como él detectaban la presencia de las hadas también, y fue así como descubrieron que el hada decidió quedarse con la chica barda. Y no con el chico.
Eso sólo quería decir una cosa: ella era la pieza importante. A ella era a la que debían cazar.
Sin embargo, cuando lanzaron la ofensiva cerca del castillo de Lochranza, las valkyrias se interpusieron en su camino y cerraron su portal. Y no sólo eso. La señal del hada y de la Barda desapareció, como si ya no existiera en el Midgard. Si-rak comprendió entonces que los huldre la habían ocultado con algún tipo de magia.
Pero la magia insulsa y blanca de los elfos de la luz y sus parecidos se vencía con la magia negra. Mediante un hechizo de localización sanguínea, el elfo oscuro descubrió que había dos niñas de potencial mucho menor y por despertar que se parecían a la Barda y tenían su misma composición.
Abrieron un portal y dieron con ellas. Les cortaron un trozo de pelo para poner en marcha su hechizo de búsqueda. No las mataron porque el muñeco que tenían pensado utilizar sólo funcionaba si el pelo que lo recubría venía de un individuo que aún seguía vivo.
Ahora, Si-rak, oculto en uno de los edificios abandonados de la calle Oxford, acababa de rodear la vara hechizada con el pelo de las niñas.
Sus ojos blancos estudiaban con atención el fetiche que tenía en la mano y que mostraría dónde se ocultaba la Barda. Sonrió diabólicamente y levantó el muñeco, parecido a los de vudú, por encima de su cabeza, como si fuera una ofrenda a los dioses.
Su melena blanca se agitó por el viento huracanado que empezaba a sacudir Inglaterra y sus alrededores.
El cielo se iluminaba con relámpagos que caían por todas partes, provocando incendios y destruyendo lo que fuera que alcanzase.
—¡Nada se esconde a mis ojos! —gritó Si-rak con vigor—. ¡Que lo que los huldre esconden, salga de su madriguera!