Entré en la ambulancia, y muy pronto Chris se halló junto a mí. Ambos permanecimos reclinados sobre la figura inmóvil de Jory, sujeta a la camilla. Mi hijo estaba inconsciente, tenía una parte del rostro magullada, y brotaba sangre de sus numerosas pequeñas heridas. Yo no soportaba verlas, me abrumaban, y mucho menos me atrevía a pensar en aquellas horribles marcas que había visto en su espalda.
Aparté la mirada de Jory para contemplar las brillantes luces de Foxworth Hall, como luciérnagas inmóviles en la montaña. Más tarde supe por Cindy que, al principio, los invitados habían quedado confusos, sin saber qué hacer, pero Bart se había apresurado a tranquilizarles diciendo que Jory estaba ligeramente herido y en pocos días se recuperaría.
En el asiento delantero, entre el conductor y un enfermero, se encontraba Melodie, vestida con su traje de noche negro, echando miradas hacia atrás de vez en cuando y preguntando si Jory ya había recobrado el conocimiento.
—Chris, ¿vivirá? —preguntó con voz entrecortada por la ansiedad.
—Naturalmente —respondió Chris, atendiendo febrilmente a Jory, con su esmoquin nuevo manchado de sangre—. Ahora no sangra; he contenido la hemorragia. —Se volvió hacia el enfermero y pidió más vendas.
El sonido de la sirena me crispaba los nervios y me hacía sentir el temor aprensivo de que todos nosotros pronto estaríamos muertos. ¿Cómo me había engañado tanto para creer que Foxworth Hall podía ofrecernos alguna otra cosa que no fuese dolor? Comencé a orar con los ojos cerrados, pronunciando las mismas palabras una y otra vez. «No permitas que Jory muera, Dios mío, por favor, no te lo lleves. Es demasiado joven, no ha vivido lo suficiente. Su hijo que pronto nacerá, lo necesita», únicamente después de haber repetido este ruego durante algunos minutos, recordé que había rezado casi la misma plegaria por Julián; y Julián había muerto.
Entretanto, Melodie se había puesto histérica. El interno se disponía a inyectarle alguna droga, pero lo detuve al instante.
—¡No! Está embarazada y eso podría dañar a su hijo. —Me incliné y susurré a Melodie—: Deja de chillar. Así no ayudas ni a Jory ni a tu bebé. —Ella gritó más fuerte e intentó golpearme con sus puños pequeños pero fuertes.
—Cuánto me arrepiento de haber venido… Le dije que era un error venir a esta casa, la mayor equivocación de nuestra vida, y ahora él sufre las consecuencias, sufre, sufre… —Y continuó repitiéndolo hasta que su voz se apagó, en el preciso instante en que Jory abría los ojos y nos hacía una mueca.
—Hola —dijo débilmente—. Por lo visto Sansón no murió después de todo.
Sollocé aliviada. Chris sonrió y limpió los cortes de la cabeza de Jory con yodo.
—Te pondrás bien, hijo, muy bien. Piensa sólo en eso. Jory cerró los ojos antes de murmurar: —¿Ha ido bien la representación?
—Cathy, da tu opinión al respecto —sugirió Chris con la más sosegada de las voces.
—Estuviste increíble, cariño mío —dije, inclinándome para besar su pálido rostro manchado con el maquillaje.
—Dile a Mel que no se preocupe —musitó como si la oyera llorar; entonces calló, dormido a causa del sedante que Chris inyectó en su brazo.
Deambulábamos por la sala de espera del hospital situada junto a los quirófanos. Melodie estaba muy abatida, debilitada por el miedo, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida.
—Igual que su padre, igual que su padre —repetía con tanto empeño que creí que intentaba que tanto ella como yo nos preparáramos para lo peor. Yo hubiera querido gritar, expresar la angustia que me causaba pensar que Jory podía morir. La abracé para calmarla y apoyé su cara contra mi pecho, tranquilizándola con palabras que pretendían infundirle confianza, a pesar de que ni yo albergaba demasiadas esperanzas. Estábamos de nuevo atrapados en las garras implacables de los Foxworth. ¿Cómo había podido sentirme tan feliz al comienzo del día? ¿Adónde había volado mi intuición? Bart era por fin independiente, pero su independencia parecía haber arrebatado a Jory aquello que sólo pertenecía a mi hijo mayor, su posesión más valiosa: su buena salud y su cuerpo ágil y fuerte.
Horas después, cinco cirujanos vestidos de verde sacaron a Jory del quirófano, cubierto con mantas hasta la barbilla. Había desaparecido su bronceado veraniego; se le veía tan pálido como a su padre le había gustado estar para conservar su atractivo. Su oscuro cabello rizado aparecía mojado. En los pómulos bajo sus ojos cerrados, había magulladuras.
—Ahora se repondrá, ¿verdad? —preguntó Melodie, levantándose de un salto para correr detrás de la camilla que rodaba deprisa hacia un ascensor—. Se recuperará y estará tan bien como antes, ¿verdad? —La desesperación hacía sonar su voz aguda y estridente.
Nadie dijo ni una palabra. Alzaron a Jory de la camilla utilizando la sábana, lo depositaron cuidadosamente en su cama y después nos hicieron salir a todos, excepto a Chris. En la sala de espera, yo sostenía a Melodie… esperando, esperando…
Al amanecer, cuando el estado de Jory parecía lo bastante estable como para que pudiéramos descansar un poco, Melodie y yo regresamos a Foxworth Hall. Chris permaneció junto a él, durmiendo en alguna habitación de las destinadas a los internos que estaban de servicio.
Hubiera preferido quedarme también, pero Melodie estaba cada vez más histérica; se preocupaba porque, según ella, Jory dormía demasiado, criticaba el olor a medicinas de los pasillos del hospital, despotricaba contra las enfermeras que entraban y salían con sigilo de la habitación portando bandejas de instrumentos y botellas, censuraba la actitud de los médicos, que se negaban a darnos una explicación…
Un taxi nos condujo de vuelta a Foxworth Hall, donde habían dejado encendida una luz cerca de la puerta principal. El sol asomaba ya por el horizonte, tiñendo el cielo de un tenue color rosado. Los pajarillos se despertaban y aleteaban, los pequeños con alegres tentativas mientras sus padres cantaban o piaban antes de alzar el vuelo en busca de comida. Ayudé a Melodie a subir por la escalera y entrar en la casa. En aquellos momentos, era tan ajena a la realidad que se tambaleaba como si estuviera ebria.
Mientras subíamos lentamente y en silencio por una de las dos escaleras interiores, con mi brazo alrededor de su cintura, yo pensaba en el bebé que ella llevaba dentro y en el efecto que todo aquello podría causar en él. Ya en el dormitorio que compartía con Jory, Melodie fue incapaz de desnudarse debido al intenso temblor de sus manos. La ayudé a ponerse un camisón y la arropé. Una vez se hubo acostado, apagué la luz.
—Si lo deseas, me quedaré contigo —dije, al verla allí tendida con un aspecto tan sombrío y desesperado. Me pidió que le hiciera compañía, pues quería hablarme de Jory y criticar la actitud de los médicos, que no querían darnos ninguna esperanza.
—¿Por qué lo harán? —sollozaba.
¿Cómo podía explicarle que los médicos se refugiaban en el silencio hasta estar seguros del diagnóstico? Los disculpé y procuré tranquilizar a Melodie diciéndole que su marido tenía que estar bien, pues de no ser así, los doctores hubieran pedido que ella permaneciera en el hospital.
Por fin, Melodie se sumió en un sueño inquieto. Daba vueltas en la cama, agitada, llamando a Jory, despertándose a menudo para, al volver a la realidad, echarse a llorar de nuevo. Me resultaba penoso ver y oír su angustia y acabé sintiéndome tan abatida como ella.
Una hora después, con gran alivio por mi parte, quedó profundamente dormida, como si intuyera que era el único medio de escapar del horror.
Yo también disfruté de unos minutos de sueño antes de que Cindy entrara en mi habitación y se inclinara ansiosamente sobre mi cama, esperando a que yo me despertase. Al sentir cómo se hundía el colchón cuando ella se sentó encima, abrí los ojos. La miré, le tendí los brazos y la sostuve mientras ella lloraba.
—¿Se pondrá bien, mamá?
—Cariño, tu padre está con él. Fue necesario operar a Jory inmediatamente. Ahora está en una confortable habitación individual, dormido. Chris estará con él cuando despierte. Después de desayunar iré a la ciudad para estar allí también. Quiero que tú te quedes aquí, con Melodie.
Era evidente que Melodie estaba demasiado histérica para acompañarme al hospital.
Cindy protestó al instante, pues quería visitar a Jory. Negué con la cabeza, insistiendo en que se quedara.
—Melodie es su esposa, cariño, y está sufriendo mucho; es mejor que no vuelva al hospital hasta que no informen del estado real de Jory. Nunca he visto a una mujer tan fastidiosa en un hospital. Parece creer que son tan malos como las funerarias. Así pues, quédate y háblale para que mantenga la calma, cuídala, procura que coma y beba. Proporciónale el sosiego que ahora está buscando desesperadamente. Te telefonearé en cuanto sepa algo.
Cuando, algunos minutos después, asomé la cabeza por la puerta del dormitorio de Melodie, la encontré tan profundamente dormida que supe que había tomado la decisión adecuada.
—Explícale por qué no he esperado a que se despertase, Cindy, no vaya a creer que quiero ocupar su puesto…
Conduje a toda velocidad hacia el hospital. Dado que Chris era médico, yo había pasado buena parte de mi vida entrando y saliendo de los hospitales; para acompañarle o recogerle, visitar amigos, o ver algunos pacientes en los que tenía especial interés. Habíamos ingresado a Jory en el mejor hospital de la zona. Los pasillos eran anchos para permitir el paso y el giro de las camillas, las ventanas, amplias, y las plantas que lo decoraban lo hacían más acogedor. Disponían de los aparatos más modernos para atender a los enfermos. Sin embargo, la habitación donde Jory dormía era pequeña, como todas las demás.
Chris dormía, aunque una enfermera me informó de que había comprobado el estado de Jory cinco veces a lo largo de la noche.
—Realmente es un padre abnegado, señora Sheffield.
Observé a Jory, cuyo cuerpo estaba enyesado. Habían dejado un hueco, a través del cual podía verse y ser tratada la incisión, en caso necesario. Miré sus piernas, preguntándome por qué no se estremecían, doblaban o movían si no estaban encerradas en el yeso.
De pronto, un brazo me rodeó la cintura y unos cálidos labios me acariciaron la nuca.
—¿No te ordené que no volvieras hasta que yo llamase?
Inmediatamente me sentí aliviada. Chris estaba conmigo.
—Chris, ¿cómo pretendes que permanezca alejada? Si no sé cómo van las cosas, no puedo dormir. Dime la verdad ahora que Melodie no está aquí para chillar y desmayarse.
Chris suspiró e inclinó la cabeza. Sólo entonces me di cuenta de lo agotado que parecía, ataviado todavía con su esmoquin arrugado y manchado.
—No son buenas noticias, Cathy. Preferiría no entrar en detalles hasta que haya hablado otra vez con sus médicos y el cirujano.
—¡No uses conmigo ese viejo truco! ¡Quiero saberlo! Yo no soy uno de tus pacientes que cree que los médicos sois dioses en pedestales a los que no se puede hacer preguntas. ¿Se ha roto la espalda Jory? ¿Se ha dañado la columna vertebral? ¿Podrá caminar? ¿Por qué no mueve las piernas?
Chris me condujo al pasillo, como si temiera que Jory estuviese despierto, aunque tenía los ojos cerrados. Tiró suavemente de la puerta tras de sí y después nos dirigimos a un pequeño cubículo donde sólo a los médicos se permitía la entrada. Me hizo sentar, y él se quedó de pie haciéndome notar que iba a comunicarme graves noticias. Entonces habló:
—Lo has adivinado, Cathy; Jory se ha fracturado la columna vertebral. La lesión ha afectado al lumbar inferior, de modo que podemos estar agradecidos de que no dañase la parte superior. Podrá utilizar los brazos con libertad y, con el tiempo, controlar la vejiga y las funciones intestinales, que en este momento, no responden, por así decirlo.
Hizo una pausa, pero yo no pensaba zanjar la conversación. Necesitaba saber la verdad.
—¿La columna vertebral? Di que no quedó aplastada.
—No, aplastada no, pero sí dañada —dijo a regañadientes—. Se ha dañado lo suficiente como para dejar paralizadas sus piernas.
Me quedé helada. ¡Oh, no! ¡Jory no! Grité sin poderme ya controlar, como Melodie unas horas antes.
—¿Volverá a caminar? —susurré una vez calmada, sintiendo que me debilitaba por momentos.
Cuando abrí de nuevo los ojos, Chris estaba de rodillas a mi lado, agarrándome fuertemente las manos.
—Sé fuerte… Está vivo y eso es lo que cuenta. No morirá…, pero… ¡no volverá a caminar!
Me ahogaba, me ahogaba, hundiéndome otra vez en aquel viejo lago familiar de desesperación. Una especie de pececillo de centelleante cabeza de cisne me mordisqueaba el cerebro, arrancándome pedacitos de alma.
—Y eso significa que jamás volverá a bailar… Nunca caminará, nunca bailará… Chris, ¿cómo va a poder soportarlo?
Chris me abrazó con fuerza, apoyando su cara en mi pelo; su respiración me lo agitaba mientras hablaba entrecortadamente.
—Sobrevivirá, cariño mío. ¿No es lo que todos hacemos cuando la tragedia entra en nuestras vidas? La aceptamos, sonreímos tristemente y nos resignamos; después sacamos el partido de lo que nos queda. Olvidamos lo que teníamos ayer y nos concentramos en lo que tenemos hoy. Cuando podamos enseñar a Jory a aceptar lo sucedido, tendremos otra vez a nuestro hijo entre nosotros; incapacitado, pero vivo. A medida que Chris hablaba, mi cuerpo se sacudía entre sollozos. Sus manos recorrían mi espalda de arriba abajo, Sus labios me rozaban los ojos, los labios, buscando la forma de sosegarme.
—Hemos de ser fuertes por y para él, querida. Llora ahora todo lo que quieras, pues deberás reprimirte cuando él abra los ojos y te vea. No debes permitir que advierta que sientes lástima, ni mostrarte demasiado compasiva. Cuando se despierte, te mirará a los ojos y leerá en tu mente. Su reacción ante la invalidez dependerá de los temores o la piedad que dejes traslucir en tu semblante o en tus ojos. Será devastador, ambos lo sabemos. Querrá morir. Pensará en su padre y en la decisión que tomó para escapar de la misma situación; hemos de recordar eso también. Tendremos que explicar a Cindy y Bart los papeles que desempeñarán en la recuperación de Jory. Hemos de formar una fuerte unidad familiar para ayudarle a superar este mal trance, pues será muy duro, Cathy, muy duro.
Yo asentí, intentando controlar el flujo de mis lágrimas, sintiendo que yo estaba dentro de Jory, consciente de cada uno de los atormentados momentos que lo esperaban y que también me destrozarían a mí.
Chris prosiguió durante un rato, mientras me abrazaba para infundirme ánimos y valor.
—Jory ha edificado toda su vida alrededor de la danza y nunca más volverá a bailar. No, no me mires así, no abrigues ninguna esperanza, ¡jamás bailará! Existe posibilidad de que algún día recupere la fuerza suficiente para apoyarse en los pies y desplazarse con muletas…, pero nunca caminará con normalidad. Debes aceptarlo, Cathy.
»Sin embargo, hemos de convencerle de que esa dificultad no importa, que él es la misma persona que era antes. Y más importante aún, tenemos que convencerle de que es tan viril y humano como antes… Muchas familias cambian cuando un miembro queda incapacitado, de modo que, bien se tornan demasiado comprensivos con él, bien se sienten ajenos, como si la invalidez transformase a la persona a la que solían amar y conocer. Hemos de mantener el término medio y ayudar a Jory a encontrar la fuerza necesaria para que supere este difícil período.
Sólo oí un poco de lo que decía. ¡Inválido! ¡Mi Jory era un inválido! ¡Un parapléjico! Sacudí la cabeza, incapaz de resignarme a que el destino lo mantuviera de esa manera toda la vida. Mis lágrimas caían como lluvia sobre la camisa sucia y arrugada de Chris. ¿Cómo podría afrontar su existencia Jory cuando descubriera que estaba condenado a pasarse el resto de su vida confinado en una silla de ruedas?