Numerosas bombillas doradas iluminaban la noche por doquier, y la luna se alzó en lo alto de un cielo estrellado y sin nubes. En el jardín había docenas de mesas unidas formando una enorme «U», sobre las que se colocó la comida en grandes fuentes de plata. Un surtidor lanzaba al aire champán importado que después se recogía en pequeños recipientes que acababan en grifos. En la mesa central había una enorme escultura de helado que representaba Foxworth Hall.
Además de las mesas principales, rebosantes de cuanto podía comprarse con dinero, había docenas de mesitas individuales, cuadradas y redondas, cubiertas con tejidos brillantes: verde sobre rosa, turquesa sobre violeta, amarillo sobre naranja y otras combinaciones notables. Pesadas guirnaldas de flores dispuestas en los bordes impedían que los manteles volasen con el viento.
Aunque Chris y yo habíamos sido situados en el grupo de recepción, yo tenía la impresión de que la mayoría de los invitados evitaban discretamente hablar con nosotros. Chris y yo nos mirábamos.
—¿Qué sucede? —preguntó en un susurro.
—Los invitados más viejos tampoco hablan a Bart —respondí—. Mira, Chris, han venido a beber, comer y divertirse y no tienen el menor interés por Bart o cualquiera de nosotros. Sólo han venido para beber y comer.
—No estoy de acuerdo —replicó Chris—. Todo el mundo se empeña en hablar con Jory y Melodie, incluso algunas personas hablan con Joel. ¿No crees que esta noche parece un caballero fino y elegante?
Nunca dejaría de asombrarme la manera en que Chris encontraba algo que admirar en todo el mundo.
Joel tenía el aspecto de un propietario de un negocio de pompas fúnebres mientras iba de un grupo a otro con solemnidad. No llevaba un vaso en la mano como todos los demás; rechazaba los refrescos que se amontonaban sobre las mesas en un despliegue admirable. Mordisqueé delicadamente una galleta untada con paté de hígado de ganso y busqué con la mirada a Cindy. La localicé rodeada por cinco jóvenes, como si fuera la bella del baile. Ni su discreto vestido azul ocultaba su atractivo, sobre todo ahora que se había bajado el volante del hombro para mostrar la mitad de su seno.
—Tiene el mismo aspecto que tú solías tener —dijo Chris, observándola también—. La única diferencia es que tú poseías una cualidad más etérea, como si tus pies jamás estuvieran firmes en el suelo y nunca dejases de creer que podían ocurrir milagros. —Hizo una pausa y me miró de ese modo especial que mantenía mi amor hacia él siempre vivo y palpitante—. Sí, amor mío —murmuró—, los milagros pueden ocurrir, incluso aquí.
Todas las esposas y los maridos parecían estar intentando coquetear con algún miembro del sexo opuesto que no fuese el propio. Únicamente Chris y yo permanecíamos juntos. Jory había desaparecido, y Melodie se encontraba de pie junto a Bart, que al parecer le dijo algo que encendió los ojos de Melodie. Ella se volvió para alejarse, pero él la cogió del brazo y la detuvo. Ella se desprendió de su brazo, pero él la agarró de nuevo, y rudamente la rodeó con sus brazos. Comenzaron a bailar, y Melodie lo apartaba de sí evitando que él se apretara contra ella.
Iba a acercarme a ellos, pero Chris me tomó del brazo para impedírmelo.
—Deja que Melodie lo maneje. Solamente conseguirías ponerle furioso.
Suspirando, observé la escaramuza entre Bart y la mujer de su hermano, y vi, muy asombrada, que él ganaba la batalla, pues ella se relajó y finalmente parecía gozar con ese baile que pronto terminó. Entonces, él la llevó de grupo en grupo, como si Melodie fuera su esposa y no la de Jory.
Yo había probado solamente un poco de esto y otro poco de aquello cuando una bella mujer se acercó sonriendo a Chris y a mí.
—¿No es usted la hija de Corine Foxworth, la que vino a aquella fiesta de Navidad y…?
La interrumpí con brusquedad.
—Si usted me disculpa, tengo cosas que atender —dije, alejándome apresuradamente y agarrándome fuertemente a Christopher.
La mujer corrió detrás de nosotros.
—Pero señora Sheffield…
Me ahorré la respuesta al oírse el sonido de muchas trompetas que anunciaban que la diversión estaba a punto de comenzar. Los invitados de Bart se sentaron a las mesas con platos de comida y bebidas. Bart y Melodie se unieron a nosotros, mientras que Cindy y Jory corrieron para hacer unos ejercicios de precalentamiento antes de vestirse para la representación.
Muy pronto, los actores cómicos me hacían reír tanto como a los demás. ¡Qué fiesta tan maravillosa! Yo echaba frecuentes miradas a Chris, Bart y Melodie. Era una perfecta noche estival. Las montañas que nos rodeaban totalmente formaban un romántico anillo amistoso, y de nuevo me sorprendí de poder contemplarlas como algo distinto a formidables barreras que impidieran alcanzar la libertad. Me sentía feliz al ver reír a Melodie y, sobre todo, feliz al ver que Bart estaba disfrutando de verdad. Acercó su silla a la mía.
—¿Dirías que mi fiesta tiene éxito, madre?
—Sí, ya lo creo que sí. Bart. Has superado cualquier fiesta a la que yo haya asistido. Es maravillosa. Además, la noche es de una belleza admirable, con las estrellas y la luna sobre nosotros, y todas las luces de colores que has hecho colocar. ¿Cuándo empezará el ballet?
Bart sonrió y me rodeó amorosamente los hombros con su brazo. Su voz, llena de comprensión, mostraba ternura al preguntar:
—Nada iguala al ballet para ti, ¿verdad? Y no te desilusionarás. Espera un poco y ya verás si Nueva York o Londres pueden igualar mi producción de Sansón y Dalila.
Jory había representado ese papel solamente tres veces, pero en cada ocasión sus actuaciones habían despertado tanto entusiasmo que no era de extrañar que Bart estuviera fascinado por esa obra. Los músicos, vestidos de negro, se sentaron, cogieron las nuevas partituras y comenzaron a afinar sus instrumentos.
A unos metros de distancia, Joel permanecía de pie, rígido, con una mirada llena de odio y desaprobación en su rostro, como si reflejara cuanto el fantasma de su padre sentiría ante ese derroche extravagante de dinero.
—Bart, hoy cumples veinticinco años, ¡feliz aniversario! Recuerdo claramente cuando la enfermera te dejó en mis brazos la primera vez. Lo pasé muy mal cuando naciste, y los médicos me repetían continuamente que tenía que escoger entre tu vida y la mía. Elegí la tuya, y fui bendecida con un segundo hijo… la viva imagen de su padre. Tú estabas llorando, con tus manecitas muy apretadas, agitando los puños en el aire. Tus pies apartaron la manta a un lado, pero en el mismo instante en que sentiste el calor de mi cuerpo, dejaste de llorar. Tus ojos, cerrados hasta entonces, se abrieron levemente. Parecía que me habías visto antes de dormirte.
—Estoy seguro de que pensaste que Jory era un bebé más lindo —dijo Bart con sarcasmo; pero en sus ojos había ternura, como si le gustara oír hablar de sí mismo cuando era un bebé.
Melodie me observaba con una expresión muy extraña. Deseé que no estuviera tan cerca.
—Tú tuviste tu propio estilo de belleza, Bart, tu propia personalidad, desde el principio. Me querías contigo noche y día. Te ponía en la cuna, y llorabas; te cogía, y dejabas de llorar.
—En otras palabras, te causé muchas molestias.
—Nunca me lo pareció, Bart. Te amé desde el día que fuiste concebido. Te amé más cuando me sonreíste. Tu primera sonrisa fue tan vacilante como si te hiciera daño en la cara.
Por un momento parecía que lo había conmovido. Nos cogimos de la mano. En aquel instante comenzó la obertura de Sansón y Dalila, y ese momento de emoción que habíamos vivido mi segundo hijo y yo se perdió entre el excitado murmullo de sorpresa cuando los invitados de Bart leyeron el programa y se enteraron que Jory Janus Marquet representaría el papel que tanta fama le había dado y su hermana, Cynthia Sheffield, interpretaría el de Dalila. Muchas personas miraron a Melodie con curiosidad, preguntándose por qué no bailaba ella el papel de Dalila.
Como siempre cuando comenzaba un ballet, me evadí del mundo real, dejándome llevar por una nube de fantasía a algún otro lugar, con un sentimiento tan profundo que resultaba doloroso, bello. Me parecía que era transportada a otra dimensión.
El telón se alzó para mostrar el interior de una tienda de seda de vivos colores situada delante de un decorado que representaba una noche estrellada en el desierto. En el escenario, bajo las palmeras que se mecían suavemente, había unos camellos que parecían auténticos. Cindy estaba en escena, ataviada con un traje diáfano que mostraba claramente su esbelta figura.
Llevaba una peluca negra, hábilmente sujeta a la cabeza con bandas enjoyadas. Cindy inició una seductora danza sinuosa, tentando a Sansón, que se hallaba fuera de la escena. Cuando Jory entró, los invitados se levantaron y le dedicaron una entusiasta ovación.
Jory permaneció en pie hasta que terminaron los aplausos, y empezó entonces su danza. Por toda vestimenta llevaba un taparrabos de piel de león, sostenido por una correa que cruzaba su amplio pecho musculoso. Su bronceada piel parecía aceitada. Su cabello era largo, negro y perfectamente liso. Sus músculos se tensaban cuando giraba en los jetés, imitando los pasos de Dalila, aunque con más violencia, como si se burlara de la debilidad femenina y gozara con su propia fuerza, masculina y ágil. Se requería un gran poder para representar a Sansón. Jory parecía tan adecuado para el papel, bailaba tan bien que me estremecí por la pura belleza de contemplar a mi hijo allá arriba, bailando como si Dios lo hubiera dotado de un estilo y una gracia sobrehumanos.
Entonces, como tenía que ser, la danza de seducción de Dalila abatió la resistencia de Sansón, que sucumbió al encanto de la joven, quien soltó sus trenzas oscuras y lentamente comenzó a desnudarse… Un velo tras otro fueron cayendo ante Sansón que se abalanzó hacia ella y la tendió en la pila de pieles de animal. El escenario se oscureció antes de que cayera el telón.
Los aplausos sonaron, atronadores. Observé cierta mirada extraña en el pálido rostro de Melodie. ¿Era envidia? ¿Se arrepentía de haberse negado a bailar Dalila?
—Tú hubieras hecho la mejor de las Dalilas —susurró suavemente Bart, y sus labios acariciaban los mechones rizados por encima de la oreja de Melodie—. Cindy no puede compararse…
—Eres injusto con ella, Bart —le reprendió Melodie—. A pesar de que no ha tenido tiempo de ensayar, ha realizado una actuación de gran belleza. Jory dijo que le había sorprendido lo buena que Cindy era. —Melodie se dirigió a mí—. Cathy, estoy segura de que Cindy ha pasado horas y horas practicando, o de otro modo no podría bailar tan bien como lo hace.
Satisfecha porque el primer acto había resultado un éxito, me incliné hacia atrás para apoyarme en Chris, que me rodeaba con el brazo.
—Me siento muy orgullosa, Chris. Bart se porta de forma correcta. Jory es el danseur más perfecto que he visto en mi vida. Y estoy asombrada de la maravillosa actuación de Cindy.
—Jory nació para la danza —dijo Chris—. Aunque le hubieran criado los monjes, él hubiera bailado. Y estoy tan sorprendido como tú, porque recuerdo bien a una niña rebelde que odiaba estirar los músculos y soportar el dolor.
Nos reímos como lo hacen las parejas que llevan muchos años casadas, con una risa cómplice.
El telón se alzó de nuevo. Mientras Sansón dormía en el lecho que él y Dalila habían compartido, ella se apartó sigilosamente, se atavió con un lindo ropaje de seda y se acercó a la puerta de la tienda para hacer una señal a un grupo de seis guerreros que se hallaban escondidos, todos ellos protegidos con corazas y armados con espadas. Dalila ya había cortado a Sansón su largo cabello oscuro y lo mostraba en alto con una sonrisa triunfal, dando confianza a los tímidos soldados.
Sansón despertó sobresaltado y de un salto salió del lecho e intentó blandir su arma. Tenía el cabello corto y tieso. La espada parecía demasiado pesada. Gritó al descubrir que había perdido toda su fuerza, y su desesperación se hizo patente mientras giraba en su frustración, golpeándose las cejas con brutales puñetazos por haber creído en Dalila y su amor; después cayó al suelo, retorciéndose, girando, mirando con furia a Dalila, que le atormentaba con su risa salvaje. Se abalanzó sobre ella, pero los seis soldados se arrojaron sobre él y lo dominaron. Lo sujetaron con cadenas y cuerdas mientras él luchaba ferozmente para liberarse.
Durante toda la escena, fuera del escenario, el tenor más famoso del Metropolitan House interpretaba su suplicante canción de amor a Dalila, preguntando por qué lo había traicionado. Me conmoví al ver a mi hijo azotado y atado antes de ser arrastrado por los pies. Luego los soldados iniciaron su danza de la tortura mientras Dalila los contemplaba.
Aunque sabía que todo ese horror era fingido, me acurruqué junto a Chris cuando un hierro incandescente fue acercado cada vez más a los ojos muy abiertos de Sansón. El escenario quedó a oscuras, y sólo el hierro ardiente brilló junto al cuerpo casi desnudo de Sansón. Lo último que se oyó fue el grito de agonía de Sansón.
El telón del segundo acto descendió. De nuevo hubo un aplauso ensordecedor al tiempo que el público vitoreaba:
—¡Bravo! ¡Bravo!
Entre cada acto, la gente hacía comentarios, se levantaba para buscar alguna bebida o llenar otra vez el plato, pero yo permanecía sentada al lado de Chris, casi helada, paralizada por un mal presentimiento que no podía explicar. Melodie estaba sentada junto a Bart, tan tensa como yo, con los ojos cerrados, esperando. Tercer acto. Bart aproximó más su silla a la de Melodie.
—Odio este ballet —murmuró ella—. Siempre me asusta la brutalidad que muestra. La sangre parece real, demasiado real. Las heridas me hacen sentir enferma. Los cuentos de hadas me gustan más.
—Todo saldrá bien —la tranquilizó Bart, colocando su brazo en los hombros de Melodie, que inmediatamente se levantó de un salto. A partir de aquel momento no quiso sentarse de nuevo.
Se alzó la cortina carmesí. El decorado representaba ahora un templo pagano:. Enormes y gruesas columnas hechas de cartón piedra se alzaban imponentes hacia el cielo. El vulgar dios pagano estaba sentado en lo alto, cruzado de piernas sobre el centro del escenario, y sus ojillos crueles miraban hacia abajo con malignidad. Lo sostenían dos columnas principales a las que se accedía por unos escalones.
Sonó la señal musical que indicaba que el tercer y último acto iba a iniciarse.
Los bailarines formaban la multitud que habría de contemplar la tortura de Sansón. Luego aparecieron los sacerdotes del templo, que después de realizar su representación en solitario, se acomodaban en los asientos. Por último, unos enanos entraron en el escenario, tirando de unas cadenas que arrastraban a Sansón. Maltrecho y agotado, con sangre brotando de numerosas heridas, Sansón avanzaba tambaleándose en círculos, mientras los enanos lo confundían con terrible maldad; le zancadilleaban para que cayese y, cuando conseguía alzarse de nuevo con esfuerzo, volvían a hacerlo caer. Me incliné ansiosamente. La mano de Chris permanecía en mi hombro, intentando tranquilizarme.
¿Podía Jory ver realmente a través de esas lentillas casi opacas que le hacían parecer ciego de verdad? ¿Por qué no podía Bart haberse contentado con una venda? Lo cierto es que Jory declaró que Bart tenía razón; las lentillas eran mucho más efectistas.
En el ambiente reinaba gran expectación. Bart volvió su mirada hacia Melodie, mientras centímetro a centímetro Joel acortaba la distancia que le separaba de nosotros, como si quisiera acercarse para estudiar nuestros rostros.
Sansón caminaba dificultosamente a causa de los grilletes que apresaban sus fuertes tobillos. Corriendo y saltando a su lado, una docena de enanos le pinchaba las poderosas piernas con pequeñas espadas y diminutas lanzas. (Los enanos eran niños ataviados de modo que pareciesen grotescos). Jory alzó en alto las falsas cadenas, como si fueran muy pesadas. En las muñecas llevaba también lo que simulaban ser esposas de hierro.
Mientras se tambaleaba por la arena, dando vueltas, girando a ciegas, tratando de hallar su camino, se oía el ritmo estremecedor de la música. A la derecha del escenario, bajo un pequeño foco azul, la cantante de ópera comenzó el aria de Sansón y Dalila, la más famosa de todas: «Mi corazón ante tu voz dulce…».
Atormentado por los latigazos, ciego, llorando sangre, Jory inició una danza lenta, magnética, de tormento y pérdida de fe en el amor, renovada su creencia en Dios, utilizando las falsas cadenas de hierro como parte de su acción. Yo nunca había visto una representación tan sobrecogedora.
La penosa experiencia de Sansón, ciego, agonizante, buscando a Dalila, mientras ella le esquivaba, me rompía el corazón, como si todo aquello fuese real y no una actuación; tan real que todas las personas del público se olvidaron de comer, beber e incluso susurrar a su compañero de mesa.
Dalila vestía un traje de color verde todavía más transparente que el anterior. Las joyas resplandecían como si fuesen diamantes y esmeraldas auténticos. Cuando miré a través de los prismáticos vi, con gran consternación, que eran parte del legado Foxworth; lanzaban reflejos y brillaban de tal forma que Dalila parecía llevar puesta más ropa de la que en realidad llevaba; al parecer, no había escarmentado, a pesar de que sólo hacía unas horas que Bart la había castigado severamente por llevar más de lo que ahora llevaba.
Correteando por el templo, Dalila se ocultó detrás de una columna de falso mármol. Las manos tendidas de Sansón le suplicaban ayuda, aunque el tenor proclamaba su angustia por la traición. Eché una ojeada a Bart. Estaba inclinado, mirando con tanta atención que parecía que nada en el mundo le interesaba más que esa representación de agonía que él había deseado que hermano y hermana vivieran.
De nuevo sentí un mal presentimiento. El ambiente parecía cargado de peligro.
El agudo de la soprano se alzaba cada vez más alto. Sansón comenzó a vacilar dirigiéndose ciegamente hacia su objetivo: las columnas gemelas que él quería separar para derribar el templo pagano.
En lo alto, el gigantesco dios obsceno reía maliciosamente. La canción de amor que envolvía la escena la hacía mil veces más dramática.
Mientras Sansón subía con gran dificultad los peldaños, Dalila se retorcía en el suelo del templo, al parecer arrepentida y angustiada al ver a su amante tratado con tanta crueldad. Algunos guardianes se dirigieron hacia ella para capturarla y, sin duda, le hubieran dispensado el mismo trato que a Sansón. La mujer, comenzó a avanzar hacia él manteniendo su cuerpo muy a ras del suelo, justo por debajo de las cadenas que Sansón agitaba furiosamente. Dalila le cogió el tobillo, mirándolo con ojos suplicantes. Parecía que él iba a golpearle con las cadenas, pero Sansón vaciló e intentó mirar ciegamente hacia abajo antes de tender su mano esposada para acariciar con ternura el largo cabello oscuro de Dalila, escuchando las palabras que ella pronunciaba pero que nosotros no podíamos oír.
Con un calculado sentido dramático, con fe renovada en su amor y en su Dios, Jory alzó los brazos, hinchó los bíceps y ¡rompió las cadenas! El público contuvo la respiración ante la pasión que Jory confirió al acto.
Jory giraba salvajemente, lanzando al aire las cadenas que colgaban de sus esposas tratando de golpear a quien estuviese a su lado. Dalila saltó para zafarse de los brutales azotes que derribaron a dos guardianes y un enano. En sus intentos por alejarse, Dalila ejecutó una danza tan excitada que el público quedó como hechizado, silencioso, mientras ella conducía poco a poco y con habilidad a su ciego amante hasta el lugar que él quería, entre las dos grandes columnas que sostenían al dios del templo, esquivando a los guardianes y provocando a Sansón con gestos tentadores y silenciosos, en tanto la canción declaraba su profundo amor hacia él.
Alrededor del escenario el público se inclinaba, ansioso por ver la gracia y la belleza de uno de los más famosos premiers danseurs del mundo.
Jory ejecutaba unos asombrosos jetés, saltando con un terrible frenesí antes de poner finalmente una mano en una columna de falso mármol; después, de forma enfáticamente dramática, abrazó también la otra columna.
En el suelo, Dalila le besó los pies antes de burlarse de él, atormentándole con palabras que ella no deseaba pronunciar, sólo lo hacía para engañar a la multitud pagana, porque Sansón sabía que ella lo amaba realmente y lo había traicionado impulsada por el despecho y los celos.
Con movimientos impresionantes, Sansón comenzó a presionar para derribar todo el templo, empujando con fuerza contra las columnas. La voz del tenor clamaba a Dios suplicando ayuda para derribar al dios blasfemo.
De nuevo cantó la soprano, intentando seducir a Sansón al tiempo que le hacía creer que no podría realizar lo imposible.
La última nota murió con un hondo suspiro, mientras, con el sudor corriéndole por el rostro y rodando por su cuerpo manchado de rojo, Jory resplandecía de un modo terrible. Brillaban sus blancos ojos ciegos.
Dalila gritó. La señal. Con un enorme y poderoso esfuerzo, Jory alzó de nuevo las manos y comenzó a empujar las columnas. Yo tenía el corazón en un puño mientras contemplaba cómo aquellas columnas de cartón piedra se curvaban. A medida que Dios devolvía la fuerza a Sansón, ¡el templo se derrumbaba, enterrando bajo los cascotes a quienes allí se encontraban!
Los obreros del escenario habían colocado detrás del cartón viejos objetos metálicos para que resonaran y produjeran ruidos estridentes. Rasgando láminas de metal, imitaban el estallido del trueno como si Dios descargara su propia venganza. Cindy me contó después algo extraño: mientras las luces enrojecían y empezaron a sonar los discos que reproducían el griterío de la gente, creyó sentir que algo duro le rozaba el hombro.
Poco antes de que bajara el telón, Jory se desplomó al caer sobre él una enorme peña falsa que le golpeó en la espalda y la cabeza.
Quedó tendido, boca abajo, ¡y de sus heridas brotaba sangre! Horrorizada al darme cuenta de que de las columnas rotas no salía la inofensiva arena, me puse en pie de un salto y comencé a gritar. Al instante, Chris se levantó y corrió hacia el escenario.
Las piernas me flaquearon. Me hundí en el césped, viendo todavía a Jory tumbado boca abajo, con la parte inferior de la espalda aplastada por la columna.
Una segunda columna cayó sobre sus piernas. El telón ya estaba abajo.
Los aplausos atronaron. Intenté alzarme y acudir junto a Jory, pero las piernas no me sostenían. Alguien me cogió por el codo y me incorporó. Era Bart. Pronto me encontré en el escenario, mirando el cuerpo roto de mi hijo mayor.
No podía dar crédito a mis ojos. No era mi Jory, mi Jory bailarín. No podía ser el muchachito que, cuando tenía tres años, me había preguntado.
—¿Estoy bailando, mamá?
—Sí, Jory, estás bailando.
—¿Soy bueno, mamá?
—No, Jory…, ¡eres maravilloso!
No era mi Jory, que destacaba por su fuerza física, su belleza y sensibilidad. No podía ser mi Jory…, el hijo de mi Julián.
—Jory, Jory —exclamé, hincándome de rodillas a su lado, viendo a través de mis lágrimas a Cindy, que también lloraba. Jory ya debería estar de pie, pero permanecía allí tendido, sangrando. La sangre «falsa» era pegajosa, caliente; olía como la sangre de verdad—. Jory, Jory… ¿Verdad que no te has hecho daño…, Jory…?
Nada. Ni un sonido, ni un movimiento. Trastornada, vi a Melodie como a través del extremo erróneo de un telescopio, corriendo hacia nosotros, su traje negro resaltaba de forma dramática la palidez de su rostro.
—Se ha hecho daño. Daño de verdad —dijo alguien. ¿Fui yo?
—¡No! No lo mováis. Llamad a una ambulancia.
—Creo que su padre ya lo ha hecho.
—¡Jory, Jory…, no puedes estar herido! —El grito de Melodie resonó mientras se acercaba corriendo. Bart trató de detenerla. Ella comenzó a chillar cuando vio la sangre—. ¡Jory, no te mueras, por favor, no te mueras! —repetía, sollozando.
Yo sabía cómo se sentía Melodie. En cuanto cayó el telón, todos los bailarines, después de «morir» en el escenario, se habían puesto en pie de un salto… Todos menos Jory.
Se oían gritos por doquier. El olor a sangre nos envolvía.
Miré a Bart fijamente; había sido él quien se había empeñado en que se representara precisamente ese ballet. ¿Por qué ese papel para Jory? ¿Por qué, Bart, por qué? ¿Había planeado él el accidente hacía semanas?
¿Cómo había preparado Bart el escenario? Recogí un puñado de arena y la encontré húmeda. Miré furiosamente a Bart, que contemplaba el cuerpo tendido de su hermano, empapado en sudor, pegajoso por la sangre, lleno de arena. No apartó la vista de Jory mientras dos enfermeros lo alzaban cuidadosamente y lo colocaban en una camilla para depositarlo en la parte posterior de la blanca ambulancia.
Corrí hacia allí.
—¿Vivirá? —pregunté al joven doctor que estaba tomando el pulso a Jory, No veía a Chris por parte alguna.
El doctor sonrió.
—Sí, vivirá. Es joven y fuerte, pero tengo la impresión de que pasará mucho tiempo antes de que baile otra vez.
¡Y Jory había dicho miles de veces que no podría vivir sin el baile!