PREPARATIVOS

A medida que se acercaba el vigésimo quinto aniversario de Bart, una especie de demencia febril descendía sobre Foxworth Hall. Acudieron diversos decoradores para medir los prados, los patios y las terrazas. Susurraban en grupos, elaboraban listas, diseños, probaban distintos colores para los manteles, hablaban en tropel con Bart, discutían sobre el tema de la danza y trazaban planes secretos. Bart rehusaba explicar qué danza había escogido, por lo menos a los miembros de su familia. Los secretos no nos gustaban, pero sí a Bart. Nos convertimos en una familia muy unida de la que Bart deseaba mantenerse al margen.

Los trabajadores comenzaron a levantar con madera, pintura y otros materiales de construcción, lo que parecía ser un escenario y una plataforma para la orquesta. Bart se jactaba entre los que lo rodeaban de estar contratando famosos cantantes de ópera.

Siempre que me encontraba en el exterior, y estaba fuera tanto como me era posible, contemplaba las montañas que nos cercaban envueltas en una neblina azulada, y me preguntaba si ellas recordarían a dos de los niños encerrados en el ático durante casi cuatro años; me preguntaba si habrían ellas transformado a una chiquilla en un ser lleno de sueños fantásticos que habían acabado por materializarse. Yo había convertido algunas de mis fantasías en realidad, a pesar de haber fracasado más de una vez en mantener vivos a mis maridos. Me enjugué las lágrimas y, al toparme con la mirada, todavía amante, de Chris, sentí que me embargaba aquella vieja tristeza familiar. Me torturaba pensar que Bart hubiera podido ser normal si Chris no me hubiera amado, ni yo le hubiese amado a él.

La gente culpa a las estrellas del destino, pero yo seguía culpando a mi madre.

A pesar de los horribles presentimientos que me asaltaban, no podía evitar sentirme más feliz de lo que había sido en mucho tiempo con sólo contemplar la agitación que se vivía en el jardín, que poco a poco se había convertido en algo salido directamente de un escenario cinematográfico. Di un respingo al ver lo que Bart había hecho.

¡Era una escena bíblica!

—Sansón y Dalila —dijo Bart cuando se lo pregunté.

Todo su entusiasmo estaba apagado porque Melodie todavía se negaba a interpretar el personaje que él le había asignado. A menudo he oído decir a Jory que le encantaría producir sus propias obras y a él le gusta ese papel más que ningún otro.

Melodie dio la vuelta y se encaminó hacia la casa sin decir nada con el rostro encendido por la ira.

Yo debería haberlo intuido. ¿Qué otro tema podía cautivar tanto a Bart?

Cindy corrió a abrazar a Jory.

—Jory, déjame representar el papel de Dalila, ¡puedo hacerlo! Sé que puedo.

—¡No quiero tus intentos de aficionada! —exclamó Bart. Ignorándole, Cindy tiraba suplicante de las manos de Jory.

—Por favor, por favor, Jory. Me encantaría hacerlo. He asistido a mis clases de ballet, de modo que no estaré rígida ni te haré parecer poco habilidoso. Además durante estos días que faltan, puedes ayudarme a conseguir un compás más ajustado. Ensayaremos por la mañana, por la tarde y por la noche…

—No hay tiempo suficiente para ensayar si la representación ha de realizarse dentro de dos días —se lamentó Jory, lanzando a Bart una dura mirada de enfado—. Dios mío, Bart, ¿por qué no lo has dicho antes? ¿Crees que porque dirigí la coreografía de ese ballet ahora puedo recordar todos los difíciles movimientos? Un papel como ése requiere semanas de ensayo, y tú has esperado hasta el último momento. ¿Por qué?

—Cindy miente —dijo Bart, mirando melancólico hacia la puerta por la que Melodie había desaparecido—. Antes era demasiado perezosa para asistir a sus clases, de modo que ¿por qué había de seguir ahora que nuestra madre no estaba allí para obligarla?

—¡He ido! ¡He ido! —repetía Cindy con gran excitación y orgullo.

Yo sabía que odiaba los ejercicios violentos. Antes de los seis años, le encantaban los lindos tutús, las graciosas zapatillas de satén y las pequeñas diademas brillantes de bisutería, y la fantasía de las representaciones que había presenciado la habían hechizado de tal modo que yo había creído que jamás abandonaría la pasión por la danza. Pero Bart la había ridiculizado con demasiada frecuencia, hasta convencerla de que no servía en absoluto para la danza. Cindy tendría unos doce años cuando él le robó el amor por la danza. A partir de entonces, ella nunca iba a las clases. Por esa razón me sorprendió tanto oír que nunca había renunciado a la danza; simplemente había evitado que Bart la viera bailar.

Cindy se volvió hacia mí, como suplicando por su vida.

—¡Estoy diciendo la verdad! Cuando estuve en la escuela privada para chicas, como Bart no estaba allí para ponerme en ridículo, volví a practicar. Siempre he asistido a mis clases de ballet; también sé bailar zapateado.

—Vaya —dijo Jory, impresionado—, podemos dedicar el tiempo que nos queda a ensayar. —Dirigió una severa mirada a su hermano—. Bart, has sido muy poco considerado al pensar que podríamos improvisar la representación en un par de días. No creo que a mí me resulte difícil, pues conozco bien el papel, pero tú, Cindy, ni siquiera has visto ese ballet.

Interrumpiéndole con grosera violencia, Bart preguntó:

—¿Tienes las lentillas blancas? ¿Puedes ver realmente a través de ellas? Os vi a ti y Melodie en Nueva York, hará un año, y desde la platea parecías ciego de verdad.

Frunciendo el entrecejo ante la inesperada respuesta Jory estudió seriamente a Bart.

—Sí, he traído las lentes de contacto —dijo lentamente—. Allá donde voy, alguien me pide que interprete el papel de Sansón, de modo que siempre las llevo. No sabía que apreciaras tanto la danza.

Bart se echó a reír, dando una palmada en la espalda a Jory como si nunca hubieran tenido ninguna desavenencia. Jory se tambaleó por la fuerza de aquel golpe.

—La mayoría de ballets son un solemne aburrimiento, pero éste en particular me fascina. Sansón fue un gran héroe, y yo lo admiro. Y tú, hermano, interpretas de forma extraordinaria ese papel. Vaya, incluso pareces tan poderoso como él. Supongo que ése es el único ballet que me ha emocionado de verdad.

Yo no escuchaba a Bart. Estaba observando a Joel, que se inclinaba, al tiempo que sus delgados labios se movían de forma casi espasmódica, vacilantes entre un gesto de desdén o de risa. De pronto, no quise que Jory y Cindy bailaran en ese ballet, que incluía escenas brutales. Y precisamente la idea había partido de Jory hacía muchos años… ¿No había sido él quien había sugerido que la ópera proporcionaría la música para lo que él consideraba sería el ballet más sensacional?

Pasé aquella noche dando vueltas en la cama, pensando cómo podría disuadir a Bart de su propósito de representar aquella pieza. Nunca había sido fácil detenerle cuando era un muchacho. Y siendo un hombre… no sabía si tendría alguna posibilidad. Pero de todos modos, debía intentarlo.

Al día siguiente, me levanté temprano y me dirigí al patio para hablar con Bart antes de que se marchase en su coche. Me escuchó con impaciencia, rehusando cambiar la obra de su fiesta.

—Ahora no puedo, aunque quisiera. Ya he diseñado los trajes, que están casi terminados, así como los decorados y el escenario. Si cancelo todo, será demasiado tarde para planear otro ballet. Además, a Jory no le importa, ¿por qué ha de importarte a ti?

No podía explicarle que una vocecilla interior, intuitiva, me advertía que no permitiera que ese ballet se representara cerca del lugar de nuestro confinamiento, con Malcolm y su mujer no muy alejados, en el suelo, de modo que la música llenaría sus oídos sin vida…

Jory y Cindy ensayaron día y noche cada vez más entusiasmados. Él descubrió que Cindy era buena; desde luego, no bailaría tan bien como Melodie lo hubiera hecho, pero su actuación sería más que aceptable. Estaba preciosa con el cabello recogido en lo alto de la cabeza. La mañana del aniversario de Bart amaneció brillante y clara, anunciando un perfecto día de verano, sin lluvia ni nubes.

Chris y yo nos levantamos temprano y paseamos por el jardín antes del desayuno, disfrutando del perfume de las rosas, que parecía preludiar un cumpleaños maravilloso y hermoso para Bart. Siempre le habían gustado las fiestas de aniversario, como las que celebrábamos para Jory y Cindy; sin embargo, cuando se le presentaba la ocasión, Bart se las ingeniaba para enfrentar a todos los invitados, de manera que solían marcharse antes de que la fiesta hubiera finalizado y, por lo general, enojados.

Bart era un hombre ahora, me repetía, y, por tanto, esta vez sería diferente. Precisamente eso era lo que Chris estaba diciéndome, como si entre nosotros existiese una especie de telepatía, y ambos pensáramos lo mismo.

—Está haciéndose independiente —dije—. ¿No es raro cómo se empeña en repetir aquella experiencia infantil, Chris? ¿Leerán los abogados otra vez el testamento después de la fiesta?

Sonriendo con expresión feliz, Chris negó con la cabeza.

—No, querida, todos estaremos demasiado cansados. La lectura se ha fijado para mañana. —Su semblante se oscureció con una sombra—. No recuerdo que haya nada en ese testamento que pueda estropear el cumpleaños de Bart, ¿verdad?

No, yo tampoco recordaba nada, lo que era lógico porque cuando se leyó el testamento de mi madre, yo había estado demasiado alterada, llorando, casi sin escuchar, sin importarme demasiado todo aquello, ya que ninguno de nosotros heredaba la fortuna de los Foxworth, que parecía llevar consigo su propia maldición.

—Hay algo que los abogados de Bart me ocultan, Cathy. Sin embargo, algo en sus palabras me indica que no debo haber entendido bien el contenido de la última voluntad de nuestra madre cuando se leyó el testamento poco después de su muerte. No quieren hablar del asunto porque Bart ha exigido que yo no participe en ninguna discusión legal. Los abogados le obedecen como si los asustara o los intimidara. Me sorprende que hombres de mediana edad, con años de experiencia, se dobleguen a los deseos de Bart, como si quisieran conservar su estima, sin prestar ninguna atención a lo que yo pueda decir. Me molesta. Después me pregunto ¿y a mí qué demonios me importa? Pronto nos iremos de aquí y crearemos un nuevo hogar. Bart puede quedarse con su fortuna y gobernar con ella…

Lo abracé, enfadada porque Bart se negaba a darle el reconocimiento que merecía por haber administrado esa vasta fortuna durante tantos años, a pesar de que el ejercicio de la medicina le robaba gran parte de su tiempo.

—¿Cuántos millones heredará? —pregunté—. ¿Veinte, cincuenta, más? Mil millones, dos mil… ¿más?

Chris se echó a reír.

—Oh, Catherine, nunca crecerás. Siempre exageras. Para ser sincero, es difícil precisar la suma total de todos esos valores, pues las inversiones están repartidas en diversos sectores. Sin embargo, creo que estará complacido cuando sus abogados hagan un cálculo aproximado. Es más que suficiente para diez jóvenes ambiciosos.

Nos detuvimos en el vestíbulo para observar cómo Jory y Cindy ensayaban, acalorados y sudorosos por el esfuerzo. Se hallaban allí otros bailarines, antiguos compañeros de Jory, que deambulaban indolentes, contemplando a la pareja o admirando lo que podían ver de la fabulosa mansión. Cindy estaba haciéndolo excepcionalmente bien, lo que me sorprendió sobremanera; y pensar que había seguido con sus clases de ballet sin decírmelo. Debió haberlas costeado con parte del dinero destinado a comprar vestidos, cosméticos y otras cosas superficiales que siempre necesitaba.

Una de las bailarinas más viejas se acercó a mí, sonriente para explicarme que me había visto actuar algunas veces en Nueva York.

—Su hijo se parece mucho a su padre —prosiguió, mientras dirigía una mirada a Jory, que ensayaba con tal pasión que me pregunté si le quedarían fuerzas para la representación de la noche—. Quizá no debería decirlo, pero creo que es diez veces mejor que su padre. Yo tendría unos doce años cuando usted y Julián Marquet representaron La bella durmiente. Verles me inspiró el deseo de convertirme en bailarina. Gracias por darnos otro maravilloso bailarín como Jory Marquet.

Sus palabras me colmaron de felicidad. Mi matrimonio con Julián no había sido un fracaso total, pues Jory era su fruto. Debía confiar en que el hijo de Bartholomew Winslow me llenaría de tanto orgullo como el que en esos momentos estaba sintiendo.

Terminado el ensayo, Cindy se acercó a mí sin aliento.

—Mamá, ¿cómo lo he hecho? ¿Bien? —Su cara anhelante esperaba mi aprobación.

—Has bailado bellamente, Cindy, de verdad. Acuérdate de sentir la música y mantén el tiempo; así la actuación será notable pese a ser una principianta.

Ella hizo una mueca.

—Siempre aparece la instructora, ¿eh, mamá? Sospecho que no soy tan buena como quieres hacerme creer, pero en esta representación voy a darlo todo, y si fracaso nadie podrá achacarme no haberlo intentado.

Jory se encontraba rodeado de admiradores, mientras Melodie estaba sentada, silenciosa, en un mullido sofá junto a Bart. No parecían estar conversando ni se mostraban amistosos. Sin embargo, al verlos en aquel sofá para dos personas, me sentí inquieta. Tiré de Chris hacia adelante y nos aproximamos a ellos.

—Feliz cumpleaños, Bart —dije alegremente.

Alzó la mirada y me sonrió con auténtico encanto.

—Anuncié que sería un gran día, con sol y sin lluvia —repuso.

—Así es. ¿Podemos comer todos ahora? —preguntó Bart, levantándose y tendiéndole la mano a Melodie. Ella despreció su ayuda y se puso en pie—. ¡Estoy hambriento! —prosiguió Bart, un poco molesto por el nuevo rechazo de Melodie—. Los frugales desayunos continentales no me satisfacen.

Formamos un grupo alrededor de la mesa del comedor, todos excepto Joel, que estaba sentado a su propia mesita redonda, en la terraza, separado del resto. Joel consideraba que éramos demasiado ruidosos y comíamos con exceso, insultando sus hábitos monacales que dictaban una actitud seria y largas plegarias antes y después de cada comida. Incluso Bart se enojaba cuando Joel era demasiado piadoso; ese día su irritación se hizo evidente.

—Tío Joel, ¿has de estar solo ahí fuera? Vamos, únete al grupo familiar y deséame un feliz aniversario.

Joel sacudió la cabeza.

—El Señor desprecia la ostentación de riqueza y vanidad. No apruebo esta fiesta. Deberías mostrar tu gratitud por estar vivo de una manera mejor, contribuyendo en actos de caridad, por ejemplo.

—¿Qué ha hecho la caridad por mí? Esta es mi ocasión de brillar, tío. Aunque el viejo difunto Malcolm se revuelva en su tumba, pienso divertirme más que nunca esta noche.

Me sentí muy complacida. Rápidamente me incliné para besarle.

—Me gusta verte así, Bart. Éste es tu día… y cuando te entreguemos tus regalos, abrirás los ojos maravillado.

—Así lo espero —respondió, sonriente—. Ya he visto que están amontonándolos en la mesa. Los abriremos en cuanto lleguen los invitados, para poder seguir con la diversión.

Frente a mí, Jory miraba con inquietud a Melodie.

—Cariño, ¿te sientes bien?

—Sí —murmuró ella—. Pero me gustaría representar el papel de Dalila. Me resulta extraño estar mirando mientras tú bailas con otra persona.

—Después de que haya nacido el bebé, volveremos a bailar juntos —dijo él antes de besarla. La mirada de Melodie se clavó con adoración en Jory mientras él se retiraba para ir a ensayar con Cindy.

Fue entonces cuando Bart perdió su expresión de felicidad.

Llegaban continuamente nuevos regalos para Bart. Muchos de sus hermanos de la fraternidad de Harvard iban a asistir con sus amigas o esposas. Aquellos que no podían, le enviaban obsequios. Bart iba y venía, casi corriendo, comprobando todos los aspectos de la fiesta. Los ramilletes de flores llegaban por docenas. Los proveedores llenaban la cocina, de modo que me sentí como una intrusa cuando quise prepararme un bocadillo. Bart me cogió por el brazo y me llevó por todos los salones rebosantes de flores.

—¿Crees que mis amigos quedarán impresionados? —preguntó con expresión inquieta—. ¿Sabes?, me parece que quizá fanfarroneé demasiado cuando estaba en la universidad. Esperarán una mansión de una suntuosidad incomparable.

Eché una mirada alrededor. La casa, engalanada para la celebración, aparecía especialmente hermosa. Foxworth Hall no sólo tenía aire festivo sino espectacular, y las flores frescas no sólo la hacían acogedora, sino que también le conferían gracia y belleza. El cristal resplandecía, la plata brillaba, el cobre relucía…, oh, sí, esa casa podía rivalizar con cualquier palacio.

—Cariño, deja de preocuparte. No puedes ser el mejor del mundo. Ésta es una casa realmente hermosa, y los decoradores han hecho un trabajo espléndido. Tus amigos quedarán impresionados, no lo dudes. Los guardeses la han conservado bien durante estos años, y gracias a ellos los jardines tienen su buen aspecto actual.

Bart no me escuchaba. Tenía la mirada extraviada y el entrecejo fruncido.

—Madre —susurró—, voy a andar por aquí medio perdido después de que tú, tu hermano, Melodie y Jory os hayáis marchado. Afortunadamente, tengo al tío Joel, que se quedará aquí hasta que muera.

Al oírlo se me partió el corazón. No había mencionado a Cindy porque era obvio que él nunca la añoraba.

—¿Realmente aprecias tanto a Joel, Bart? Esta mañana parecía irritarte con sus costumbres monacales.

Sus ojos oscuros se nublaron, haciendo grave su atractivo rostro.

—Mi tío está ayudándome a encontrarme a mí mismo, madre, y si algunas veces me molesta, es porque todavía me siento muy inseguro sobre mi futuro. Él no puede evitar las costumbres adquiridas durante todos esos años que vivió con monjes a quienes no se permitía hablar y que debían rezar en voz alta y cantar en los servicios. Me ha contado un poco cómo fue aquella experiencia, y me temo que debió de resultar bastante siniestra y solitaria. Sin embargo, asegura que allí encontró la paz y su fe en Dios y en la vida eterna.

Mi brazo se separó de su cintura. Él hubiera podido recurrir a Chris para hallar todo lo que necesitaba: paz, seguridad y la fe que había sostenido a Chris durante toda su vida. Bart estaba ciego en cuanto se refería a apreciar la bondad de un hombre que había intentado con tanto empeño ganarse su afecto. Pero mi relación con mi hermano lo condenaba a los ojos de Bart.

Me alejé con tristeza de mi hijo y subí por la escalera. Encontré a Chris en el balcón, observando a los hombres que trabajaban en el patio. Salí para reunirme con él y sentí el ardiente sol en mi cabeza. Contemplamos aquella actividad afanosa en silencio mientras yo rezaba para que esa casa nos diera por fin algo más que calamidades.

Dormimos una siesta de dos horas, y tras una cena frugal, nos apresuramos a subir a nuestras habitaciones para vestirnos para la fiesta. Salí de nuevo al balcón que tanto placer nos proporcionaba a Chris y a mí. El crepúsculo punteaba el cielo de colores rosa profundo y violeta, matizados de magenta y naranja. Los pájaros soñolientos volaban como lágrimas oscuras hacia sus nidos. Los cardenales cantaban, emitiendo sus pequeños sonidos, no un gorjeo ni un trino, sino un sonido semejante a un eco estridente. Cuando Chris se acercó a mí, húmedo y fresco, recién salido de la ducha, no hablamos; tampoco sentimos necesidad de hacerlo.

Bart, el fruto de mi venganza, se aproximaba a su independencia. Me aferré a mis esperanzas, deseando que la fiesta resultara bien y le proporcionara la seguridad que necesitaba de que tenía amigos y era bien acogido. Deseché mis temores y me repetí que Bart se lo merecía, y nosotros también.

Quizá Bart se sintiese satisfecho mañana, cuando se leyera el testamento. Quizá, quizá solamente… Yo deseaba lo mejor para él, quería que el destino lo compensara por tantas cosas…

Chris se afanaba en nuestro vestidor poniéndose los pantalones del esmoquin, metiendo dentro ellos los faldones de la camisa y haciéndose el nudo del lazo, para pedirme después que lo retocara.

—Iguala los extremos. —Obedecí gustosa.

Se cepilló el pelo, todavía rubio, aunque algo más oscuro de lo que había sido cuando tenía cuarenta años. Con cada década, nuestros cabellos oscurecían y ganaban algo más de plata. Yo empleaba tintes para mantener el mismo color, pero Chris no quería hacerlo. El cabello rubio me favorecía. Mi rostro era bonito aún. Yo tenía un aspecto al mismo tiempo maduro y juvenil.

Chris se acercó a mi tocador y me cogió por los hombros. Sus manos, tan familiares para mí, se deslizaron dentro de mi vestido y me rodearon los pechos antes de que sus labios acariciaran mi cuello.

—Te quiero. Dios sabe qué haría yo si no te tuviera. ¿Por qué siempre decía eso? Era como si temiera que yo muriese antes que él.

—Cariño, vivirías, eso es lo que harías. Eres útil para la sociedad, y yo no.

—Tú eres la persona que me mantiene vivo. —Susurró con voz ronca—. Sin ti, yo no sabría cómo continuar… pero sin mí, tú seguirías y probablemente te casarías otra vez.

Sus ojos se entristecieron.

—Aparte de ti, he tenido dos maridos y un amante, y eso es suficiente para cualquier mujer. Si tengo la mala suerte de perderte, permaneceré sentada día tras día delante de una ventana, con la mirada perdida, recordando cómo fue mi vida junto a ti. —Sus ojos se enternecieron y se clavaron en los míos—. Eres tan hermoso, Chris. Tus hijos te envidiarán.

—¿Hermoso? ¿No crees que ése es un adjetivo utilizado para describir a las mujeres?

—No. Hay una diferencia entre atractivo y hermoso. Algunos hombres son atractivos, pero no irradian belleza interior. Tú sí. Tú, amor mío, eres hermoso… interior y exteriormente.

Sus ojos azules se encendieron.

—Muchísimas gracias. ¿Y podría decir yo que te encuentro diez veces más hermosa de lo que tú me encuentras a mí?

—Mis hijos se sentirán celosos cuando se vean frente a la belleza de mi Christopher Doll.

—Sí, claro —respondió con una mueca—. Tus hijos parecen tener muchas razones para envidiarme.

—Chris, sabes que Jory te quiere. Y algún día Bart descubrirá que te ama también.

—Algún día mi barco llegará… —canturreó Chris ligeramente.

—También es su barco, Chris. La independencia de Bart ha llegado por fin, y con esa fortuna bajo su control, y no bajo tu control, descansará, se encontrará a sí mismo y se dará cuenta de que eres el mejor padre que hubiera podido tener.

Chris esbozó una leve sonrisa triste, reflexivo.

—Para ser sincero, cariño, me sentiré feliz cuando Bart obtenga su dinero, y yo salga de escena. No es tarea fácil manejar toda esa fortuna, aunque hubiera podido contratar a un administrador para que lo hiciera. Como albacea, supongo que quería probarme a mí mismo y probar a Bart que soy más que un doctor, ya que eso nunca le ha parecido suficiente.

¿Qué podía decir yo? Nada de lo que Chris hiciera cambiaría los sentimientos de Bart hacia él, pues su animadversión hacia Chris partía del hecho de que él era mi hermano, y eso no podía cambiarse. Bart nunca le aceptaría como padre.

—¿Qué feo pensamiento, amor mío, te hace fruncir el entrecejo?

—No es nada —respondí y me levanté. Me había puesto para la fiesta un traje blanco ceñido, de estilo griego. El roce de la seda era sensual con mi piel desnuda. Llevaba el cabello recogido y sujeto con un broche de diamantes, la única joya que llevaba aparte de mis anillos de boda, dejando que un único rizo me cayera por el hombro.

En medio de la habitación que compartíamos, Chris y yo nos abrazamos. Allí permanecimos de pie, envueltos el uno en los brazos del otro, aferrándonos a la única seguridad que habíamos tenido: nuestro mutuo amor. Alrededor de nosotros, la casa parecía silenciosa. Hubiéramos podido estar perdidos y solos en la eternidad.

—Vamos, cuéntalo —dijo Chris después de algunos minutos—. Siempre adivino cuándo estás preocupada.

—Quisiera que las cosas fueran distintas entre tú y Bart, eso es todo —repliqué, no queriendo estropear la velada.

—Creo que el afecto que Jory y Cindy sienten por mí compensa con creces el antagonismo de Bart. Y, más importante aún, presiento que Bart no me odia de verdad. Algunas veces tengo la impresión de que él desea acercarse a mí, pero el conocimiento de la relación que existe entre tú y yo lo detiene como si estuviera atado con cadenas de acero. Quiere que lo guíen, pero se avergüenza de pedirlo; desea un padre, un padre de verdad. Sus psiquiatras así nos lo han dicho. Me mira y cree que no encajo en ese papel… de modo que busca en otra parte. Primero recurrió a Malcolm su bisabuelo, ya muerto y enterrado; después, a John Amos, pero John le falló. Ahora se ha vuelto hacia Joel, aunque teme que él también le defraude. Sí, advierto en ocasiones que no confía del todo en su tío abuelo. Y sin embargo, a pesar de todo, Bart puede salvarse, Cathy. Todavía tenemos tiempo de ganárnoslo, pues estamos vivos.

—¡Sí, sí! Lo sé. Mientras hay vida, hay esperanza. Dímelo una y otra vez, y si me lo repites a menudo, quizá llegue el día en que Bart te diga: «Sí, te quiero. Sí, lo has hecho lo mejor que has podido. Sí, tú eres el padre que yo he estado buscando toda mi vida …». ¿No sería eso maravilloso?

Inclinó su cabeza sobre la mía.

—No hables con tanta amargura. Ese día llegará, Cathy. Tan seguro como que tú y yo nos amamos y amamos a nuestros tres hijos, ese día llegará.

Estaba dispuesta a hacer lo que fuese necesario para ver el día en que Bart dirigiera auténticas palabras de amor a su padre. Viviría esperando no sólo el momento en que Bart aceptara a Chris y dijera que lo quería, lo admiraba y le agradecía lo que por él había hecho, sino que viviría también el día en que Bart fuese un hermano de verdad, otra vez, para Jory, y un hermano para Cindy.

Minutos después nos hallábamos en lo alto de la escalera, para unirnos a Jory y Melodie que se encontraban cerca de la barandilla, en el piso inferior. Melodie vestía un sencillo traje negro, las tirillas de sus zapatos negros. La única joya que llevaba era un collar de relucientes perlas.

Al oír el ruido de los altos tacones de mis zapatos plateados sobre el mármol, Bart avanzó un paso, con su esmoquin confeccionado a la medida. Di un respingo. Era igual que su padre cuando lo vi por primera vez. Su bigote, ralo siete días antes, estaba más poblado. Parecía feliz, lo que bastaba para que resultara todavía más atractivo. Sus ojos negros rebosaban admiración al contemplar mi traje y mi cabello.

—¡Madre! —exclamó—. ¡Tienes un aspecto fantástico! Has comprado ese adorable vestido blanco especialmente para mi fiesta, ¿verdad?

Riendo, asentí con la cabeza. Como era natural, no podía llevar nada viejo para una fiesta como ésa.

Todos nos dirigimos cumplidos mutuamente, excepto Bart, que no dijo nada a Chris, aunque yo le sorprendí mirándolo con el rabillo del ojo, como si la buena apariencia de Chris le asombrara. Melodie y Jory, Chris y yo, junto con Bart y Joel, formábamos un círculo al pie de la escalera, todos nosotros, excepto Joel, intentando hablar al mismo tiempo. Entonces…

—¡Mamá, papá! —llamó Cindy, que bajaba presurosa los escalones hacia nosotros, recogiéndose la falda del largo traje rojo flameante para no tropezar. Me volví para mirarla, y me resultó increíble lo que vi.

Yo no sabía dónde había encontrado Cindy aquel inapropiado vestido rojo. Parecía la clase de vestido que se pondría una mujerzuela para exhibir sus encantos. En esos momentos me aterrorizó la posible reacción de Bart, y toda mi anterior felicidad fluyó hacia mis zapatos y desapareció por el suelo. El traje que Cindy llevaba se ceñía a su cuerpo como una capa de pintura roja; el escote se abría hasta casi la cintura, y era obvio que no llevaba nada debajo. Los pezones de sus senos firmes eran demasiado evidentes y, cuando se movía, bailoteaban vergonzosamente. La túnica estrecha de satén estaba cortada al bies, y se pegaba al cuerpo como una segunda piel. No había ninguna curva que denunciara un gramo de grasa; sólo un soberbio cuerpo joven que ella quería exhibir.

—Cindy, vuelve a tu habitación —murmuré— y ponte aquel vestido azul que prometiste llevar. Tienes dieciséis años, no treinta.

—Oh, mamá, no seas tan quisquillosa. Los tiempos han cambiado. Ahora la desnudez es lo que está de moda, mamá, de moda. Y comparado con otras cosas que hubiera podido escoger, este vestido es recatado, incluso puritano.

Eché una ojeada a Bart y supe que él no consideraba que el vestido de Cindy fuera recatado. Estaba inmóvil, como aturdido, con el rostro muy encendido y los ojos fuera de las órbitas contemplando cómo Cindy andaba con pasos cortos, pues la falda era tan estrecha que apenas podía mover las piernas.

Bart nos miró primero a nosotros y después a Cindy. Su ira era tan viva que había enmudecido. En aquellos pocos segundos tuve que pensar rápidamente cómo podía aplacarle.

—Cindy, por favor, vuelve de inmediato a tu habitación y ponte algo decente.

Cindy tenía la mirada clavada en Bart. Estaba clarísimo que le desafiaba a hacer algo por detenerla. Parecía estar disfrutando con la reacción de él, que la observaba con los ojos desorbitados y los labios abiertos, mostrando su indignación y asombro. Se pavoneó todavía más, contoneándose como un poni altanero en celo, moviendo las caderas de un modo provocativo. Joel se acercó a Bart, expresando en sus azules ojos lacrimosos frialdad y desprecio mientras miraba a Cindy de arriba abajo; después su mirada se posó en mí «Mira, mira lo que has educado», decía sin palabras.

—Cindy, ¿has oído a tu madre? —rugió Chris—. ¡Haz lo que te ha dicho! ¡Inmediatamente!

Como si le asombrara la orden, Cindy quedó inmóvil, lanzándole una mirada retadora mientras se ruborizaba.

—Por favor, Cindy —añadí—, obedece a tu padre. El otro vestido es muy bonito y adecuado. El que llevas ahora resulta vulgar.

—Soy lo bastante mayor para elegir qué me pongo —replicó Cindy con voz trémula, negándose a moverse—. A Bart le gusta el rojo.

Melodie miró a Cindy, luego a mí, e intentó sonreír. Jory parecía divertido, como si todo eso fuese una broma.

En aquel momento, Cindy ya había terminado su representación burlesca. Parecía algo acobardada cuando se detuvo delante de Jory.

—Estás absolutamente divino, Jory… y tú también, Melodie.

Jory no supo qué decir ni adónde mirar, de modo que desvió la vista y después la dirigió hacia ella. Desde el cuello de su camisa blanca le subió el rubor.

—Y tú te pareces a Marilyn Monroe… La oscura cabeza de Bart se volvió bruscamente. Su fiera mirada quedó clavada nuevamente en Cindy. Su rostro se encendió todavía más, de tal modo que parecía que fuera a disolverse en humo. Estalló, perdido todo el control.

—¡Ve directamente a tu habitación y a ponerte algo decente! ¡Ahora mismo! ¡Sube antes de que te dé tu merecido! ¡En mi casa no permito que nadie se vista como una puta!

—¡Anda y muérete, víbora! —espetó ella.

—¿Qué has dicho? —voceó Bart.

—He dicho: ¡muérete, víbora! ¡Voy a llevar exactamente lo que llevo encima! —Vi que Cindy estaba temblando. Pero por una vez Bart tenía razón.

—Cindy, ¿por qué? —tercié—. Sabes que ese vestido no está bien, y es lógico que todos estemos sorprendidos. Ahora, haz lo que se espera de ti, sube y cámbiate. No formes más alboroto del que ya has creado. Pareces una prostituta callejera, y seguro que tú lo sabes. Normalmente tienes buen gusto. ¿Por qué escogiste esa cosa?

—¡Mamá! —lloriqueó—. ¡Me haces sentir mala! Bart avanzó un paso hacia Cindy, con expresión amenazadora. Al instante Melodie se interpuso, abriendo sus delgados brazos antes de volverse implorante hacia Bart.

—¿No te das cuenta de que ella hace esto con el único propósito de fastidiarte? Mantén la calma, o darás a Cindy la satisfacción que ella está buscando. —Volviéndose hacia Cindy, dijo con voz fría y autoritaria—: Cindy, ya nos has escandalizado como querías. Así pues ¿por qué no subes y te pones ese lindo vestido azul que has comprado?

Bart avanzó a grandes pasos para coger a Cindy, pero ella se zafó dando un salto. Luego se mofó de él por no ser tan ágil como ella, aquella falda tan estrecha entorpecía sus movimientos. Yo hubiera abofeteado a Cindy de buen grado al oírla decir con voz melosa:

—Bart, cariñito, estaba segura de que este vestido rojo te encantaría. Como de todos modos crees que soy un ser vulgar y despreciable, me acomodo a tus esperanzas representando el papel que tú has escrito para mí.

De un salto rápido, Bart llegó junto a ella y con la mano abierta le dio un fuerte bofetón.

La violencia del golpe hizo caer a Cindy hacia atrás, de tal modo que quedó sentada en el segundo escalón. Oí cómo se descosía la costura de la espalda de su vestido. Me apresuré a acercarme para ayudarla a levantarse. Los ojos de Cindy se llenaron de lágrimas.

Poniéndose en pie con rapidez, Cindy subió de espaldas la escalera, luchando por conservar su dignidad.

—Eres una víbora, hermano Bart, un pervertido extraño que no sabe cómo es el mundo. Apuesto a que eres virgen todavía, ¡o eres homosexual!

La rabia que traslucía la cara de Bart la hizo subir los escalones corriendo. Yo me moví para impedir que Bart siguiera a Cindy, pero él fue demasiado rápido.

Me empujó hacia un lado con tal rudeza que casi caí. Llorando como una niña asustada, Cindy desapareció con Bart pegado a sus talones.

Procedente de una habitación distante, oí a Bart vociferar:

—¿Cómo te atreves a avergonzarme? Tú eres esa mujer vulgar a quien he tenido que proteger evitando que se difundieran todas las historias sucias que me han contado sobre ti. Creía que mentían, ¡pero ahora has demostrado que eres exactamente lo que todos decían que eras! En cuanto termine esta fiesta te marcharás, ¡no quiero verte nunca más!

—¡Como si yo quisiera verte a ti! —replicó ella—. ¡Te odio, Bart! ¡Te odio!

Oí el grito de Cindy, los quejidos… Estaba a punto de llegar arriba cuando Chris trató de detenerme. Me liberé y cuando había subido sólo cinco escalones, Bart apareció con una sonrisa de satisfacción dibujada en su rostro atractivo, en el que también se apreciaba una expresión maligna. Al pasar junto a mí murmuró:

—Acabo de hacer lo que tú nunca has hecho… Le he dado una buena paliza. Si durante una semana puede sentarse cómodamente es que tiene el culo de hierro.

Yo me volví a tiempo para ver a Joel hacer una mueca despectiva ante el uso de esa, para él, obscena palabra.

Ignorando a Joel, para variar, sonriendo como el perfecto anfitrión, Bart nos colocó en hilera de recepción y pronto comenzaron a llegar los invitados. Bart nos presentó a gente que yo no sabía conociera. Me sorprendía el estilo que mostraba, la facilidad con que trataba a todos y les hacía sentir bienvenidos. Sus compañeros de universidad llegaron en grupo, como si quisieran comprobar si era cierto lo que Bart les había contado. Si Cindy no se hubiera puesto aquel horrible vestido, habría podido enorgullecerme de Bart. Después de lo ocurrido, me sentía confusa, creyendo que Bart podía transformarse en aquello que conviniera a sus propósitos.

En aquel mismo momento, estaba empeñado en encantar a todos. Y lo conseguía, incluso más que Jory, quien, con toda sensatez, trataba de pasar inadvertido y dejar que Bart destacase. Melodie permanecía junto a su marido, cogida de su mano, pálida, con aire infeliz. Yo estaba tan absorta observando la actuación de Bart que me asusté cuando alguien me tocó el brazo. Era Cindy, que se había puesto el sencillo vestido de seda azul que yo había escogido para ella. Tenía el aspecto dulce de una adolescente no besada todavía. La reñí.

—En realidad, Cindy, —no puedes culpar a Bart. Esta vez te merecías una paliza.

—¡Que se vaya el maldito al infierno! ¡Yo le enseñaré! ¡Bailaré diez veces mejor de lo que nunca ha bailado Melodie! Esta noche conseguiré que todos los hombres de la fiesta me deseen, a pesar de ese traje recatado que tú elegiste para mí.

—No hablas en serio, Cindy.

Ablandándose, se refugió en mis brazos.

—No, mamá, no quería decir eso.

Bart vio a Cindy conmigo, examinó detenidamente su vestido juvenil, esbozó una sonrisa sarcástica y se encaminó hacia nosotras.

Cindy se irguió.

—Ahora, escúchame, Cindy. Te pondrás tu traje de representación cuando llegue el momento y olvidarás lo sucedido entre los dos. Representarás tu papel a la perfección…, ¿de acuerdo?

Le pellizcó la mejilla juguetonamente, tan juguetonamente que dejó una huella roja en el rostro de la muchacha, que lanzó un chillido y le propinó un puntapié. Su tacón alto golpeó con fuerza en la espinilla de él. Bart dio un aullido y le pegó un bofetón.

—Bart —dije—, ¡basta! ¡No le hagas daño otra vez! ¡Ya es suficiente por esta noche!

Chris apartó a Bart de un tirón del lado de Cindy.

—Bueno, ya hemos tenido bastante con esta tontería —reprendió muy enfadado, a pesar de que Chris raras veces se enfadaba—. Has invitado a esta fiesta a algunas de las personas más importantes de Virginia; ahora demuéstrales que sabes cómo comportarte.

Desprendiéndose bruscamente de Chris, Bart lo miró con furia y después se alejó deprisa, sin hacer ni un comentario. Sonreí a Chris, y juntos nos encaminamos hacia los jardines. Jory y Melodie se hicieron cargo de Cindy y comenzaron a presentarle a algunas de las personas más jóvenes que habían acudido con sus parientes. Muchos de los presentes habían conocido a Bart por medio de Jory y Melodie, que tenían multitud de amigos y admiradores.

Yo sólo podía confiar en que todo iría bien.