MI PRIMER HIJO

Seis días antes de la fiesta, Chris y yo fuimos a recibir a Jory y Melodie al aeropuerto local, con el entusiasmo que se reserva para aquellos a quienes no se ha visto durante años, aunque no hacía ni diez días que nos habíamos separado. Jory se disgustó porque Bart no nos había acompañado para darles la bienvenida a su fabulosa casa nueva.

—Está ocupado en los jardines. Nos pidió que le excusaseis —mentimos.

Ambos se miraron como si supieran la verdad. Enseguida empecé a explicar cómo Bart estaba supervisando la labor de numerosos trabajadores que habían acudido para transformar nuestro jardín en una especie de paraíso.

Jory sonrió cuando se enteró de que se estaba organizando una fiesta tan ostentosa; él prefería las fiestas más modestas e íntimas, donde todo el mundo se conocía. Comentó amablemente.

—Nada nuevo bajo el sol. Bart siempre está muy ocupado cuando se trata de atender a mí y mi mujer.

Observé con atención su rostro, que tanto se parecía al de mi primer marido y pareja de baile, Julián. Su recuerdo todavía me atormentaba con aquel sentimiento de culpabilidad que yo intentaba borrar amando mejor a su hijo.

—Cada día te pareces más a tu padre. Ambos nos hallábamos en la parte posterior del coche. Melodie estaba sentada junto a Chris, a quien de vez en cuando dirigía algunas palabras. Jory rió y me abrazó, inclinando su hermosa cabeza morena para rozarme la mejilla con sus cálidos labios.

—Mamá, dices lo mismo cada vez que nos vemos. ¿Cuándo alcanzaré el cenit, siendo mi padre?

Riendo también, me aparté de él y me acomodé para admirar la bella campiña, las colinas onduladas, las vagas montañas con sus cimas ocultas entre las nubes. «Son el cerco del cielo», pensaba yo. Centré mis pensamientos en Jory que poseía muchísimas virtudes de las que Julián había carecido. El carácter de Jory era más parecido al de Chris que al de Julián, lo que me hacía sentir culpable y avergonzada, pues todo hubiera podido ser diferente entre Julián y yo de no haber sido por Chris.

Con veintinueve años de edad, Jory era un hombre atractivo, de largas y fuertes piernas, y nalgas redondas y firmes que maravillaban a todas las mujeres cuando lo veían danzar en el escenario con sus mallas ajustadas. Su espeso cabello era de un negro azulado, rizado, pero no crespo; sus labios, muy rojos y sensuales; su nariz, una línea perfecta, cuyas aletas se levantaban en momentos de ira o pasión. Hacía mucho tiempo que había aprendido a dominar su temperamento irascible, sobre todo por el control que necesitaba para tolerar a Bart. Irradiaba su belleza interior con una fuerza eléctrica, una joie de re. Su hermosura era más que un simple atractivo, pues poseía además un magnetismo procedente de alguna cualidad espiritual. Compartía con Chris su alegre optimismo y su fe en que cuanto le había sobrevenido en la vida había sido positivo.

Jory asumía su éxito con elegancia, con un toque de humildad y nobleza conmovedoras, sin mostrar la arrogancia que Julián exhibía incluso cuando había ofrecido una mala actuación.

Melodie apenas había hablado hasta entonces, como si se esforzara por contener un caudal de secretos que estaba deseando revelar. Sin embargo por alguna razón se reservaba, esperando su oportunidad para situarse en medio de la escena. Mi nuera y yo éramos muy buenas amigas. En diversas ocasiones se volvió desde su asiento para sonreírme feliz.

—Deja de torturarnos —le advertí—. ¿Cuáles son esas buenas noticias que tenéis que darnos?

En el rostro de Melodie apareció una expresión tensa mientras desviaba su mirada hacia Jory; era como una bolsa cerrada que contenía oro, a punto de estallar.

—¿Ha llegado ya Cindy? —preguntó Melodie.

Cuando respondí que no, Melodie se volvió de cara al parabrisas. Jory me guiñó un ojo.

—Vamos a mantener el suspense un poco más, para que todos puedan disfrutar de nuestra sorpresa en toda su magnitud. Además, en este momento papá está tan concentrado en la carretera, procurando que lleguemos sanos y salvos a esa casa, que no concedería a nuestro secreto la importancia que se merece.

Tras una hora de viaje, tomamos nuestro camino particular, que ascendía en espiral montaña arriba, con profundos barrancos y precipicios a un lado, lo que obligaba a Chris a conducir con más cuidado.

Después de llegar a casa y mostrarles el piso inferior, ante cuya magnificencia ellos lanzaron las exclamaciones de rigor, Melodie se arrojó en mis brazos para acurrucar su cabeza tímidamente en mi hombro, unos centímetros más alta que yo.

—Vamos, cariño —la animó Jory con delicadeza. Me soltó y sonrió con orgullo a Jory, que le devolvió la sonrisa, tranquilizándola. Entonces, volcó el contenido de aquella bolsa repleta de oro—. Cathy, quería esperar a Cindy para decíroslo a todos al mismo tiempo, pero soy tan feliz que reviento. ¡Estoy embarazada! No podéis imaginar lo emocionada que me siento, ya que he deseado este bebé desde el primer año de nuestro matrimonio. Estoy de algo más de dos meses. El bebé nacerá a principios de enero.

Estaba tan asombrada que sólo pude mirarla fijamente antes de echar una ojeada a Jory, que en numerosas ocasiones me había asegurado que él no quería crear una familia hasta que hubiera gozado durante diez años del éxito. Sin embargo, allí estaba, sonriente y con el aspecto orgulloso que cualquier otro hombre tendría en ese instante, como si aceptase feliz ese inesperado bebé. Eso bastó para que me sintiera más complacida.

—¡Oh, Melodie, Jory! Me alegro tanto por vosotros dos. ¡Un bebé! Voy a ser abuela. —Entonces me serené. ¿Deseaba yo ser abuela?

Chris estaba dando palmadas a Jory en la espalda, como si hubiera sido el primer hombre que hubiese fecundado a una mujer; después abrazó a Melodie y, como médico que era, le preguntó cómo se encontraba y si sufría mareos por las mañanas. Por lo visto, él había observado algo que me había pasado inadvertido. Miré a Melodie con más detenimiento. Tenía muchas ojeras y estaba demasiado delgada para su estado. Sin embargo, nada podía arrebatar a la muchacha su tipo clásico de fría belleza rubia. Se movía con gracia, con aire regio incluso cuando cogía una revista y la hojeaba, como estaba haciendo en ese momento. Me sentí confusa.

—¿Algo va mal, Melodie?

—No —respondió, erguida de pronto sin motivo aparente, lo que atestiguaba que algo no iba bien.

Mi mirada buscó la de Jory, que asintió, indicándome que más tarde me explicaría qué preocupaba a Melodie.

Durante todo el trayecto de regreso a Foxworth Hall, había temido el momento del encuentro entre Bart y su hermano mayor, espantada de que se produjese una escena desagradable. Me asomé por una ventana que daba a un prado y vi que Bart se hallaba en la pista de tenis, jugando solo, pero con el mismo empeño que ponía para ganar, como si se enfrentara a un contrincante a quien debiera derrotar.

—¡Bart! —llamé, abriendo una contraventana—. Tu hermano y su mujer han llegado.

—Estaré ahí en un segundo —contestó, y continuó Jugando.

—¿Dónde están todos los trabajadores? —preguntó Jory, contemplando los espaciosos jardines, ahora vacíos.

Le expliqué que la mayoría se marchaba a las cuatro para llegar a su casa antes de quedar atrapados en el tráfico del atardecer.

Por fin Bart arrojó su raqueta y se aproximó presuroso, con una amplia sonrisa de bienvenida en la cara. Nos encaminamos hacia una terraza lateral, cubierta con losas multicolores y adornada con plantas, un bonito mobiliario de exterior y sombrillas de vivos colores para resguardarnos del sol. Melodie parecía respirar hondo y erguía la espalda. Esta vez no necesitaba la protección de Jory. Bart aligeró el paso hasta que echó a correr; Jory también corrió para saludarle. Mi corazón pudo haber estallado… Hermanos al fin, como habían sido cuando ambos eran muy jóvenes. Se abrazaron, se alborotaron el cabello mutuamente, y entonces Bart estrechó con fuerza la mano de Jory, al tiempo que le daba palmadas en la espalda, como suelen hacer los hombres. Se volvió para mirar a Melodie. Todo su entusiasmo se desvaneció.

—Hola, Melodie —saludó, secamente. Después felicitó a Jory por los éxitos que su esposa y él habían obtenido en el escenario y los elogios que recibían—. Me siento orgulloso de vosotros dos —dijo con una extraña sonrisa en los labios.

—Tenemos noticias para ti, hermano. Tienes ante ti a la pareja más feliz del mundo. Vamos a ser padres en enero.

Bart clavó su mirada en Melodie, que trató de evitarla. Se volvió hacia Jory, y el sol, detrás de ella, tiñó su pelo rubio de un cálido tono rojizo y transformó las puntas de sus cabellos en una nebulosa dorada, de modo que daba la impresión de estar rodeada por una aureola. Como una virgen pura, su silueta parecía equilibrarse para volar. La gracia de su largo cuello, la suave curva de su pequeña nariz y la plenitud de sus labios rosados le conferían esa belleza etérea que la había convertido en una de las bailarinas más hermosas y admiradas de América.

—Te sienta bien el embarazo Melodie —dijo Bart, suavemente, sin atender a las palabras de Jory, que le explicaba que se proponía cancelar sus compromisos para estar junto a Melodie durante todo el embarazo y ayudarla después, en la medida de lo posible, cuando el bebé hubiera nacido.

Bart miró hacia el lugar donde se hallaba Joel, contemplando en silencio nuestra reunión familiar. No me agradó su presencia; luego, avergonzada, le indiqué con un gesto que se acercara mientras Bart le decía:

—Ven, déjame que te presente a mi hermano y su mujer.

Joel avanzó lentamente, con su característica forma de arrastrar los pies por las losas, haciendo susurrar cada uno de sus pasos. Después de que Bart le hubiera presentado, saludó con gravedad a Jory y Melodie, sin tender la mano.

—He oído que eres bailarín —dijo a Jory.

—Sí. He trabajado toda mi vida para que me llamaran así.

Joel dio la vuelta y salió sin dirigir una palabra a nadie más.

—¿Quién es ese viejo tan raro? —preguntó Jory—. Mamá, creía que tus dos tíos maternos habían muerto en sendos accidentes cuando eran muy jóvenes.

Me encogí de hombros y dejé que Bart se lo explicara.

En un abrir y cerrar de ojos, instalamos a Jory y su esposa en unas habitaciones lujosas, con pesados cortinajes de terciopelo rojo, alfombra del mismo color y paredes con paneles oscuros que daban un aire extraordinariamente masculino al conjunto. Melodie echó una ojeada alrededor, arrugando la naricilla con desaprobación.

—Rico, acogedor…, realmente —dijo con un gran esfuerzo.

Jory echó a reír.

—Cariño, no podemos encontrar siempre paredes blancas y alfombras azules, ¿no crees? Me gusta esta habitación, Bart. Has imprimido en ella tu estilo; tiene clase.

Bart no escuchaba a su hermano. No apartaba la vista de Melodie, que se deslizaba de un mueble a otro, pasando sus gráciles dedos por encima de las pulidas y brillantes superficies. Miró la salita de estar adyacente y después entró en el magnífico cuarto de baño. Rió al ver la antigua bañera de nogal forrada de peltre.

—Oh, cómo voy a disfrutar. Fíjate en la profundidad… El agua puede cubrirte hasta la barbilla.

—Las mujeres rubias contrastan de forma espectacular en ambientes oscuros —musitó Bart, sin darse cuenta de que había hablado. Nadie pronunció ni una palabra, ni siquiera Jory, que le dirigió una mirada severa.

Aquel cuarto de baño disponía, además, de una ducha y un precioso tocador de la misma madera de nogal, con un espejo movible de tres lunas con marco dorado, de modo que la persona sentada en el taburete tapizado de terciopelo podía contemplarse desde todos los ángulos.

Cenamos temprano y nos sentamos en la terraza durante el crepúsculo. Joel no se unió a nosotros, lo que agradecí. Bart tenía poco que decir y no cesaba de mirar a Melodie, ataviada con un tenue vestido azul que marcaba las exquisitas curvas de su cadera y busto. Experimenté una sensación sofocante al ver que Bart estudiaba tan minuciosamente a Melodie, con el deseo escrito de manera ostensible en aquellos hirientes ojos oscuros.

En la mesa del desayuno dispuesta en la terraza situada junto al comedor, las margaritas eran amarillas. Ahora teníamos esperanza. Podíamos mirar el amarillo y dejar de temer que no veríamos más el sol.

Chris se reía por algo gracioso que Jory acababa de contar, mientras Bart se limitaba a sonreír con la mirada fija en Melodie, que picaba de su desayuno sin apetito.

—Devuelvo todo lo que como antes o después —explicó algo avergonzada—. No es la comida, soy yo. He de comer lentamente y no pensar en que vomitaré pero me resulta imposible.

A su espalda, a la sombra de una gigantesca palmera plantada en una enorme maceta de barro, Joel la observaba detenidamente, estudiando su perfil. Luego miró a Jory, con los ojos entornados.

—Joel —lo llamé—, ven y únete a nosotros para el desayuno.

El anciano avanzó de mala gana, con precaución, haciendo susurrar sus zapatos de suela blanda sobre las losas, con los brazos cruzados sobre el pecho, como si vistiera un áspero hábito de monje tejido en casa, y sus manos estuvieran ocultas por las amplias mangas. Semejaba un juez enviado para decidir si merecíamos las nacaradas puertas del cielo. Su voz sonó débil y cortés cuando saludó a Jory y Melodie. Asintió en respuesta a sus preguntas que le pedían información sobre lo que significaba vivir como un monje.

—Yo no soportaría la vida sin mujeres —dijo Jory—, música e innumerables personas diferentes alrededor; obtengo algo de esta persona, y algo más de aquella otra. Necesito centenares de amigos para ser feliz. Ya empiezo a añorar a los de nuestra compañía de ballet.

—El mundo gira con toda clase de gente —repuso Joel—, y el Señor dio antes de quitar. —Comenzó a alejarse lentamente, con la cabeza baja, como si murmurara y pasara las cuentas de un rosario—. El Señor supo qué hacía al crearnos a todos tan distintos —oí que musitaba.

Jory se volvió en su silla para mirar a Joel.

—De modo que ése es nuestro tío abuelo, quien creíamos que había muerto en un accidente de esquí… Mamá, ¿no sería raro si también el otro hermano se presentara de repente?

Bart se levantó de un salto, con el rostro encendido de furia.

—¡No seas ridículo! El hijo mayor de Malcolm murió cuando su motocicleta cayó por un precipicio, y su cuerpo fue hallado. Está enterrado en el cementerio familiar que he visitado a menudo. Según el tío Joel, su padre contrató detectives para que buscaran a su segundo hijo, y por esta razón mi tío tuvo que permanecer escondido en aquel monasterio hasta que acabó acostumbrándose a aquella vida y asustándole el mundo exterior. —Desvió su mirada hacia mí, como si comprendiera que nosotros, siendo niños, también nos habíamos acostumbrado a la vida de encierro exterior—. Dicen que cuando uno está aislado durante largos períodos, comienza a ver a la gente como realmente es, como si la distancia proporcionara una perspectiva mejor.

Chris y yo nos miramos. Sí, nosotros habíamos experimentado qué era el aislamiento. Chris hizo un gesto a Jory y se ofreció para mostrarle el lugar.

—Bart tiene intención de construir establos para los caballos, y así organizar la caza del zorro, como Malcolm solía hacer. Quizá algún día incluso nosotros queramos participar en ese deporte.

—¿Deporte? —exclamó Melodie, levantándose graciosamente y apresurándose a ir al lado de Jory—. Yo no diría que una manada de perros hambrientos persiguiendo una pequeña zorra inofensiva sea un auténtico deporte… Es algo bárbaro.

—Ése es el problema de los bailarines; demasiado sensibles para el mundo real —replicó Bart antes de alejarse en dirección contraria.

A última hora de la tarde encontré a Chris en el vestíbulo, contemplando cómo Jory trabajaba ante los espejos, utilizando una silla como barra. Entre los dos hombres existía la clase de relación que yo deseaba que un día se estableciera entre Chris y Bart; padre e hijo, ambos admirando y respetando al otro. Crucé los brazos sobre el pecho, abrazándome. Me sentía dichosa por tener a toda mi familia reunida, o por lo menos así sería cuando Cindy llegase. Y el bebé esperado nos uniría aún más…

Jory ya había realizado los ejercicios de calentamiento y comenzó a danzar la música de El pájaro de fuego. Girando con rapidez, era como un remolino confuso. Entrecruzaba las piernas, saltaba en el aire y se posaba en el suelo con la ligereza de una pluma, de tal modo que no se oía el golpe de sus pies contra el suelo. Sus músculos se tensaban mientras se lanzaba de nuevo, una y otra vez, abriendo las piernas y estirando los brazos hasta que las puntas de los dedos rozaban las de los pies. Contemplé excitada su ensayo, sabiendo que nos lo dedicaba a nosotros.

—¿Quieres ver bien esos jetés? —preguntó Chris en cuanto advirtió que estaba observándolos—. Fíjate, se alza del suelo tres metros y medio o más. ¡No puedo creer lo que estoy viendo!

—Sólo tres metros —corrigió Jory mientras giraba y giraba, cubriendo el inmenso espacio del vestíbulo en pocos segundos. Después cayó sin aliento sobre la esterilla acolchada colocada en el suelo para que tuviese un lugar donde descansar sin que el sudor del cuerpo estropeara la delicada tapicería de los lujosos sillones.

—Maldito suelo duro, si me caigo… —dijo, jadeando, mientras se tumbaba sobre los codos.

—Y la abertura de sus piernas cuando salta; es increíble que siga siendo tan flexible a su edad.

—Papá, ¡solamente tengo veintinueve años, no treinta y nueve! —protestó Jory, a quien inquietaba un poco envejecer y perder la brillantez de un danseur más joven—. Me quedan al menos once años buenos antes de que mi carrera artística empiece a declinar.

Yo sabía exactamente qué estaba pensando Jory cuando se tendió en la esterilla; ¡se parecía tanto a Julián! Era como si yo tuviese de nuevo veinte años. Cuando frisan en los cuarenta, los músculos de los bailarines varones se endurecen y vuelven más frágiles, de modo que sus cuerpos, en otro tiempo magníficos, ya no resultan tan atractivos para el público. ¡Abajo la vejez, viva la juventud …! Ése era el miedo de todos los artistas, aunque las bailarinas, con su capa de grasa bajo la piel, podían durar algo más. Me senté junto a Jory, con las piernas cruzadas, enfundadas en unos pantalones de color rosa.

—Jory, tú aguantarás mucho más que la mayoría de los danseurs; por tanto, deja de preocuparte. Aún has de recorrer un largo y luminoso camino antes de cumplir los cuarenta, y, quién sabe, quizá no te hayas retirado cuando tengas cincuenta.

—Sí, seguro —dijo él, colocando las manos debajo de su cabeza para clavar la mirada en el alto techo—. Soy el decimocuarto de una larga saga de bailarines; tiene que ser el número afortunado, ¿no es cierto?

¿Cuántas veces le había oído decir que no podría vivir sin bailar? Desde que era un niño de dos años, yo le había animado a emprender el camino que le conduciría al puesto que había alcanzado.

Melodie bajó la escalera, hermosa y fresca después de haberse bañado y lavado el cabello. Con sus mallas azules, parecía una delicada flor de primavera.

—Jory, mi médico opina que puedo continuar practicando con cuidado, y yo quiero bailar todo el tiempo posible para mantener los músculos flexibles y dilatados… Así pues, baila conmigo, cariño. Dancemos y dancemos y después, dancemos un poco más.

Jory se levantó de un salto y se acercó girando hasta el pie de la escalera, donde hincó una rodilla para adoptar la posición de un príncipe ante la princesa de sus sueños.

—Será un placer, señora… —Y la cogió al tiempo que daba una vuelta, elevándola en el aire y girando con ella en los brazos antes de depositarla en el suelo con una gracia y habilidad adquiridas que hacían parecer a Melodie ligera como una pluma. Giraban y giraban, bailando siempre el uno para el otro, como en otra época habíamos hecho Julián y yo; por el puro deleite de ser jóvenes, vivir y ser capaces de danzar. Las lágrimas asomaron a mis ojos mientras los contemplaba al lado de Chris.

Leyendo mis pensamientos, Chris rodeó mis hombros con su brazo y me atrajo hacia sí.

—Una bella pareja, ¿no es cierto? Hechos el uno para el otro, diría yo. Si entorno los ojos, me parece veros a ti y Julián bailar, aunque tú eras mucho más bonita, Catherine, mucho más bonita…

A nuestras espaldas, Bart lanzó un bufido. Me di la vuelta al instante y vi que Joel se hallaba detrás de él, como un cachorro bien adiestrado que se había detenido junto a sus talones. Estaba con la cabeza gacha y las manos metidas todavía en aquellas invisibles mangas color marrón de tejido basto.

—El Señor da y el Señor quita —murmuró Joel de nuevo.

¿Por qué demonios insistía en decir eso? Inquieta, aparté la vista de Joel y observé a Bart, que contemplaba con admiración a Melodie, quien, en posición de arabesco, esperaba que Jory la recogiera en sus brazos. No me gustó lo que percibí en los ojos oscuros y envidiosos de Bart, el deseo que ardía cada vez con más viveza. El mundo estaba lleno de mujeres solteras; no necesitaba a Melodie, ¡la esposa de su hermano!

Bart aplaudió con entusiasmo cuando terminó la danza y la pareja permaneció mirándose, hechizados el uno por el otro, olvidando nuestra presencia.

—¡Debéis de bailar así en mi fiesta de cumpleaños! Jory, promete que tú y Melodie lo haréis.

De mala gana, Jory volvió la cabeza para sonreír a Bart.

—Bueno, si quieres que baile, lo haré, por supuesto, pero Mel no. Su médico permitirá que baile suavemente y entrene, como ahora hemos hecho, pero no consentiré la actividad agotadora que requiere una preparación de profesional, y sé que tú querrás sólo lo mejor.

—Pero también deseo que esté Melodie. —Protestó Bart. Sonrió con encanto a su cuñada—. Por favor, baila para mi cumpleaños, Melodie, solamente esta vez… Además, te encuentras al principio de tu embarazo, y nadie notará tu estado.

Indecisa al parecer, Melodie miró a Bart.

—Creo que no debería —dijo con mansedumbre—. Quiero que nuestro bebé nazca sano. No puedo arriesgarme a perderlo.

Bart intentó persuadirla, y quizá lo hubiera logrado, pero Jory atajó bruscamente la conversación.

—Mira, Bart, he explicado a nuestro agente que el médico de Mel no considera conveniente que ella actúe. Si lo hace, él podría enterarse y quizá nos pusiese un pleito. Además, Melodie está muy fatigada. Lo que acabas de ver ahora no es la clase de danza que hacemos en serio. Una actuación profesional exige horas de calentamiento, práctica y ensayos. No me lo pidas, pues me resulta violento. Cuando Cindy venga, podrá bailar conmigo.

—¡No! —exclamó Bart, frunciendo el entrecejo y perdiendo todo su atractivo—. Ella no puede bailar como Melodie.

No, no podía. Cindy no era una profesional, pero lo hacía bastante bien cuando se lo proponía. Había entrenado con Jory y conmigo desde que tenía dos años.

Joel permanecía a cierta distancia detrás de Bart, como una sombra flaca y oscura. Sacó las manos de las anchas mangas y se las llevó a las sienes. Con la cabeza inclinada y los ojos cerrados, parecía estar rezando de nuevo. Qué irritante resultaba su presencia en todo momento.

Tratando de olvidar al anciano, desvié mis pensamientos hacia Cindy. Estaba impaciente por verla de nuevo, por escuchar su vehemente charla juvenil sobre bailes, citas y muchachos. Su conversación me hacía revivir mi juventud y los deseos de sentir lo que Cindy estaba experimentando.

Envuelta en el rosado resplandor del crepúsculo, de un gran arco, desde la penumbra sin ser vista, contemplé cómo Jory bailaba con su esposa en el enorme vestíbulo. Melodie vestía de nuevo unas mallas, esta vez color violeta, y una leve túnica que flotaba de forma tentadora, y se había atado unas cintas de satén violeta debajo de los pequeños y firmes senos. Me recordó a una princesa bailando con su enamorado. La pasión que existía entre Jory y Melodie avivó un ansia ardiente en mis propias entrañas. Ser joven otra vez con ellos, tener la oportunidad de repetir todo, hacerlo acertadamente una segunda vez…

De pronto advertí que Bart se encontraba en otra habitación, como si se hubiera quedado para espiar… o para observar como hacía yo, aunque movido por una intención menos noble. Precisamente a él no le gustaba el ballet ni le interesaba la música. Se apoyó en actitud indiferente contra el marco de una puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho. Sin embargo, los ardorosos ojos oscuros que seguían a Melodie no mostraban indiferencia, sino que rebosaban del deseo que yo había visto antes. Mi corazón dio un vuelco.

¿Acaso en alguna ocasión no había deseado Bart lo que pertenecía a su hermano?

La música se elevaba. Jory y Melodie habían olvidado que podían ser observados y se entregaron con tanto fervor a lo que estaban haciendo que continuaron bailando sin cesar, frenéticamente, apasionados, encantados el uno con el otro, hasta que Melodie corrió para saltar a los brazos que Jory le tendía. Cuando lo hizo, sus labios se unieron a los de él. Sus labios separados se encontraban una y otra vez, y sus manos inquietas buscaban los lugares secretos. Yo estaba tan prendida en su acto de amor como Bart, incapaz de retirarme. Parecían devorarse mutuamente con sus besos. En el calor de un deseo encendido, cayeron al suelo y rodaron por la alfombra. Me dirigí hacia Bart y oí su respiración pesada, cada vez más ruidosa.

—Vamos, Bart, no está bien que nos quedemos aquí si el baile ya ha terminado.

Bart dio un respingo como si mi contacto ardiera. El anhelo que traslucían sus ojos me dolió y asustó a un tiempo.

—Deberían aprender a controlarse, ya que son huéspedes en mi casa —dijo con voz áspera, sin apartar la vista de la pareja que rodaba por la alfombra, besándose con los brazos y las piernas entrelazados, y el cabello sudoroso y húmedo.

Tiré de Bart hacia el salón de música y cerré la puerta con suavidad. Ese salón no me gustaba. Había sido decorado según el gusto, muy masculino, de Bart. Había un gran piano que nadie tocaba, aunque en un par de ocasiones yo había sorprendido a Joel pasando los dedos en él para retirar a continuación las manos bruscamente, como si las teclas de marfil le quemaran por el pecado. El instrumento lo atraía, y con frecuencia lo miraba fijamente, cerrando y abriendo los dedos de la mano.

Bart abrió un armarito que reveló ser un mueble bar iluminado. Cogió una botella de cristal para servirse un whisky, sin agua ni hielo, que bebió de un solo trago. Entonces me miró con aire culpable.

—Tras nueve años de matrimonio, todavía no se han cansado el uno del otro. ¿Qué tenéis tú y Chris que Jory ha sabido captar y yo no?

Me ruboricé antes de bajar la cabeza.

—No sabía que bebías.

—Hay muchas cosas que ignoras de mí, querida madre. —Se sirvió un segundo whisky. Oí el lento gorgoteo del líquido sin alzar la cabeza.

—Incluso Malcolm tomaba un trago de vez en cuando.

—¿Sigues pensando en Malcolm? —pregunté, llena de curiosidad.

Bart se dejó caer en una butaca y cruzó las piernas colocando el tobillo en la rodilla opuesta. Desvié la mirada, recordando que en el pasado, debido a su irritante costumbre de poner los pies sobre cualquier cosa disponible, había estropeado con sus botas sucias de lodo más de una silla. A medida que maduraba, Bart había abandonado sus hábitos desordenados. Me fijé entonces en sus zapatos. ¿Cómo conseguía mantener las suelas tan limpias que parecían que nunca habían pisado sino terciopelo?

—¿Por qué miras mis zapatos, madre?

—Son muy bonitos.

—¿Lo crees de verdad? —Bart los miró con indiferencia—. Me han costado seiscientos pavos y pago cien más para que cuiden las suelas de modo que nunca se vean marcas de desgaste o suciedad. ¿Sabes?, está de moda llevar zapatos con las suelas limpias.

Fruncí el entrecejo. ¿Qué mensaje psicológico contenía aquello?

—La parte superior se desgastará antes que las suelas. —¿Y qué? Tuve que estar de acuerdo. ¿Qué significaba el dinero para nosotros? Teníamos más del que podíamos gastar.

—Cuando la parte superior se desgaste, los tiraré y compraré otro par de nuevo.

—Entonces ¿por qué molestarse en reparar las suelas?

—Madre —respondió, crispado—, me gusta que todo conserve su apariencia de nuevo hasta que yo esté dispuesto a tirarlo… Sentiré rabia cuando vea a Melodie hincharse como una vaca preñada…

—Yo me sentiré feliz el día que eso ocurra; entonces quizá podrás quitarle los ojos de encima.

Bart encendió un cigarrillo y se enfrentó con toda tranquilidad a mi mirada.

Apuesto a que me sería fácil arrebatársela a Jory.

—¿Cómo te atreves a decir semejante cosa? —exclamé enfadada.

—Ella nunca me mira, ¿te has dado cuenta? Tengo la impresión de que se niega a aceptar que mi aspecto es mejor que el de Jory ahora, que soy más alto e inteligente, y cien veces más rico.

Sostuvimos nuestras miradas. Tragué saliva, excitada, y saqué una hila invisible de mis ropas.

—Cindy llegará mañana. Bart cerró un instante los ojos, se agarró con más fuerza a los brazos de su sillón; aparte de hacer eso, no demostró ninguna emoción.

—Desapruebo a esa chica —consiguió decir finalmente.

—Espero que no seas rudo con ella mientras esté aquí. ¿Recuerdas cómo solía andar Cindy alrededor de ti? Ella te adoraba antes de que tú hicieras todo lo posible para que te detestase. Todavía te amaría si hubieras dejado de atormentarla tan implacablemente. Bart, ¿no lamentas las cosas feas que has hecho y has dicho a tu hermana?

—Ella no es mi hermana.

—Lo es, Bart, ¡lo es!

—Oh, Dios mío, madre nunca consideraré a Cindy mi hermana. Es adoptada, no uno de nosotros. He leído alguna de las cartas que te escribe. ¿No comprendes lo que es? ¿O acaso te limitas a leer lo que dice, y no lo que realmente quiere decir? ¿Cómo puede una chica ser tan popular sin estar entregándose?

Me puse en pie de un salto.

—¿Qué te ocurre, Bart? Niegas que Chris sea tu padre y Cindy y Jory tus hermanos. ¿Es que no necesitas a nadie excepto a ti mismo y a ese viejo odioso que te sigue a todas partes?

—Te tengo a ti, ¿no es cierto, madre? —dijo, entornando los ojos hasta convertirlos en unas siniestras rendijas—. Y tengo a mi tío Joel, un hombre muy interesante, que en este momento está rezando por nuestras almas.

Me inflamé con una ira súbita.

—Eres un estúpido si prefieres ese viejo tortuoso al único padre que jamás has tenido. —Intenté controlar mis emociones pero fracasé, como siempre que me enfrentaba a Bart—. ¿Has olvidado ya las numerosas muestras de bondad que Chris ha tenido para contigo? ¿Qué todavía te está demostrando?

Bart se inclinó, horadándome con su acerada mirada.

—De no haber sido por Chris, yo hubiera podido disfrutar de una vida feliz. Si te hubieras casado con mi verdadero padre, ¡yo hubiera podido ser el hijo perfecto! Mucho más perfecto que Jory. Quizá soy —como tú, madre. Tal vez yo necesite también la venganza más que cualquier otra cosa.

—¿Por qué debes vengarte tú? —En mi voz había sorpresa, y un cierto matiz de desaliento—. Nadie te ha hecho lo que me hicieron a mí.

Se inclinó y, con enorme intensidad, dijo, mordaz:

—Creías que porque me proporcionabas todas las cosas necesarias, los vestidos que yo pedía, comida y un hogar donde cobijarme, con eso me bastaba, pero no era así. Yo sabía que reservabas lo mejor de tu amor para Jory. Más tarde, cuando Cindy llegó, volcaste en ella la mejor segunda parte de tu amor. No te quedaba nada para mí, salvo la compasión. ¡Te odio por compadecerme!

Una náusea repentina casi me ahogó. Por fortuna la silla estaba detrás de mí.

—Bart —comencé, esforzándome por no llorar y mostrar esa clase de debilidad que él despreciaba—, quizá en el pasado te compadecí por ser tan torpe, por tu inseguridad. Pero ¿cómo puedo sentir compasión por ti ahora? Eres atractivo, inteligente y, cuando quieres, un verdadero encanto. ¿Qué motivos tengo ahora para compadecerte?

—Es eso lo que precisamente me preocupa —susurró—. Me miro en el espejo, preguntándome que ves en mí que te inspira tanto recelo. He llegado a la conclusión de que simplemente no te gusto. No confías ni crees en mí. En este mismo instante tus ojos me indican que dudas de que yo esté totalmente sano. —De pronto sus ojos, que había mantenido entornados, se abrieron mucho. Me miró de un modo penetrante a los ojos, en los que siempre había sido fácil leer. Soltó una risa breve y dura—. Ahí están, querida madre, como siempre, la suspicacia y el temor que nunca te han abandonado. Puedo leer en tu mente. Crees que algún día os traicionaré a ti y tu hermano. Sin embargo se me han presentado bastantes oportunidades para hacerlo y las he dejado pasar. Me he guardado vuestros pecados para mí mismo.

»¿Por qué no eres sincera y admites ahora mismo que no amaste al segundo marido de tu madre? Confiesa con franqueza que sólo lo utilizaste como instrumento de tu venganza. Lo perseguiste, lo conseguiste, me concebiste y él murió. Luego, haciendo honor a la clase de mujer que eres, recurriste a aquel pobre médico de Carolina del Sur que, sin duda, creyó en ti y te amó más allá de cualquier medida razonable. ¿Te diste cuenta entonces de que te habías casado con él única y exclusivamente para poder dar un nombre a tu hijo bastardo? ¿Sabía ese hombre que te habías servido de él para huir de Chris? Fíjate cuánto he meditado sobre tus motivaciones… Y últimamente he llegado a otra conclusión: ves mucho de tu hermano en Jory… ¡y es eso lo que amas! En cambio, yo te recuerdo a Malcolm a pesar de que mi cara y mi físico se parezcan a los de mi verdadero padre. En mis ojos tú crees ver el alma de Malcolm. ¡Y ahora di que mis suposiciones no son ciertas! Vamos, di que lo que he dicho no es la verdad.

Mis labios se abrieron para negar cada una de sus afirmaciones, pero fui incapaz de articular palabra. Me sentí invadida por el pánico, anhelando correr hacia él y apoyar su cabeza en mi pecho, como hacía cuando consolaba a Jory, pero no conseguí que mis pies avanzaran hacia él. Reconocí que le tenía miedo. Tal como se mostraba en ese momento, fieramente intenso, frío y duro, sentí miedo de él, y el miedo convertía mi amor en desagrado.

Bart esperó a que yo hablase, que negase sus acusaciones. Pero no me defendí. Reaccioné de la peor manera posible; salí corriendo de la habitación.

Me arrojé en la cama y lloré. ¡Cada una de las palabras que Bart había proferido eran ciertas! Hasta entonces había ignorado que Bart fuera capaz de leer en mí como en un libro abierto. Ahora me aterrorizaba pensar que podría hacer algo para destruirnos, no sólo a Chris y a mí, sino también a Cindy, Jory y Melodie.