Pobre Cindy, pensaba yo, ¿cómo le iría en Hollywood? Suspiré y después busqué a los gemelos. Estaban sentados con gran solemnidad en su caja de arena protegidos del sol por el toldo, aunque estando a principios de septiembre el tiempo se tornaba más frío de manera paulatina. No jugaban a llenar de arena los lindos cubos, ni a construir castillos de arena. No hacían nada.
—Escuchamos sólo cómo sopla el viento —dijo Deidre.
—No me gusta el viento —añadió Darren. Antes de que yo pudiera responder, Chris se acercó a nosotros y enseguida dije:
—Cindy acaba de telefonear desde Hollywood. Dice que ya tiene montones de amigos. No sé si es cierto o no. Ya he llamado a uno de mis amigos para pedirle que la controle.
—Es mejor así —dijo Chris lanzando un suspiro de inquietud—. Parece que nada puede resultar bien para Cindy estando aquí. No se entiende con Bart, y ahora también se ha enemistado con Joel. De hecho, ella cree que Joel es peor que Bart.
—¡Lo es, Chris! ¿Acaso, todavía lo dudas a estas alturas?
Chris se impacientó a pesar de que yo creía haberle convencido.
—Estás cargada de prejuicios contra él porque es hijo de Malcolm; eso es lo que ocurre. Durante un tiempo, cuando Cindy también lo condenaba, las dos casi llegasteis a convencerme, pero Joel no está haciendo nada para influenciar a Bart. Éste, por lo que oigo contar, es un joven impetuoso que se está divirtiendo muchísimo, aunque tú no lo sepas. Joel ya no vivirá mucho tiempo. Ese cáncer le está devorando día tras día, a pesar de que siga manteniendo su peso. Probablemente no aguantará más de uno o dos meses.
No me afectó. Ni tan siquiera me sentí culpable o avergonzada en aquel momento. Consideraba que Joel estaba obteniendo de la vida lo único que merecía.
—¿Y cómo sabes que está enfermo de cáncer?
—Él me dijo que por esa razón volvió, para morir en la tierra de su hogar. Quiere ser enterrado en el cementerio familiar.
—Chris, como dijo Cindy, ahora tiene mejor aspecto que cuando llegó.
—Porque está bien alimentado y bien alojado. En aquel monasterio vivía en la pobreza. Tú lo ves de una manera y yo de otra. Él confía en mí, Catherine, y me explica cuánto se ha esforzado por granjearse tu afecto. Se le llenan los ojos de lágrimas. «Y ella se parece tanto a su querida madre, mi querida hermana», repite una y otra vez.
Ni por un momento, después de haber presenciado lo ocurrido en aquella capilla, volvería a creer en aquel viejo maligno. Aunque conté a Chris el incidente de la capilla con todo detalle, él no lo juzgó tan terrible hasta que le mencioné lo que Joel había enseñado a los mellizos.
—¿Tú oíste eso? ¿Oíste realmente que los pequeños decían que eran hijos del diablo? —En sus ojos azules se apreciaba claramente que le costaba creerlo.
—¿No te suena familiar? ¿No ves de nuevo a Cory y Carrie arrodillados junto a sus camas rogando a Dios que les perdonase por haber nacido hijos del diablo? Ni ellos mismos sabían lo que significaba eso ¿Quién conoce, mejor que tú y que yo, el daño que pueden causar esas ideas imbuidas en mentes tan jóvenes? ¡Chris, hemos de irnos pronto! No después de que Joel muera, ¡Sino en cuanto nos sea posible!
Chris dijo exactamente lo que yo había temido que dijese. Teníamos que pensar en Jory, que necesitaba una vivienda y un equipamiento especiales.
—Necesitará un ascensor. Tendremos que ensanchar las puertas. Los pasillos han de ser amplios. Además…, Jory quizá se case con Toni. Me preguntó qué opinaba yo al respecto, queriendo saber si yo creía que él estaba capacitado para hacer feliz a Toni. Le dije que sí, que naturalmente era posible. El amor entre ellos crece día a día. Me gusta la manera en que ella lo trata, como si no viese la silla de ruedas o lo que él no es capaz de realizar. Sólo se fija en lo que él puede hacer.
»Además, Cathy, no fue amor lo que existió entre Toni y Bart, hubo sólo apasionamiento físico, glándulas atraídas por glándulas… llámalo como quieras, pero no era amor. No nuestra clase de amor eterno.
—No… —dije, suspirando—, no de la clase que perdura a lo largo del tiempo…
Dos días después, Chris telefoneó desde Charlottesville, para comunicarme que había encontrado una casa.
—¿Cómo es?
—Parecerá pequeña comparada con Foxworth Hall. No obstante, las habitaciones son espaciosas, aireadas y alegres. Tiene cuatro baños y un vestidor, cinco dormitorios, una habitación para huéspedes y un baño más encima del garaje. En el segundo piso hay una gran habitación que podríamos convertir en estudio para Jory, y uno de los dormitorios que sobran podría ser mi despacho. Te gustará esta casa.
Dudé de que fuera cierto, pues la había encontrado demasiado deprisa, aunque era eso lo que yo le había pedido que hiciera. Parecía tan contento que me hizo abrigar felices esperanzas. Chris se echó a reír y después se explicó un poco más.
—Es hermosa, Cathy, realmente la clase de casa que siempre te he oído decir que querías; no demasiado grande ni demasiado pequeña, con mucha intimidad. Hay macizos de flores por doquier.
Acordamos que en cuanto hiciéramos las maletas y empaquetáramos las muchas pertenencias personales acumuladas durante los años que habíamos vivido en Foxworth Hall, nos trasladaríamos allí.
De algún modo, yo sentía tristeza cuando cruzaba los grandes salones que poco a poco había hecho agradables decorándolos según mi gusto. Bart se había quejado más de una vez de que estaba cambiando lo que nunca debería cambiarse. Pero incluso él, cuando había visto que las mejoras convertían aquello en un hogar y no en un museo, había accedido a que prosiguiera con la tarea.
Chris regresó el viernes por la noche y me dedicó una tierna mirada.
—Así pues, hermosa mía, aguanta unos días más y déjame volver a Charlottesville para revisar esa casa más detenidamente antes de que firmemos el contrato. He encontrado un bonito apartamento que podríamos alquilar antes de cerrar el trato de la casa. Además, tengo asuntos pendientes en el laboratorio, creo que podré tomarme algunos días libres para ayudar a instalarnos. Como te decía por teléfono, creo que dos semanas de trabajo, después de formalizado el contrato, bastarán para que nuestra nueva casa esté a punto para acogernos a todos nosotros… Rampas, ascensor y todo lo demás.
Delicadamente Chris no mencionó todos los años que había vivido con Bart, sabiendo que era como vivir con una bomba oculta en alguna parte, pronta a explotar tarde o temprano. Nunca profirió una palabra de reproche hacia mí por haberle dado un hijo irrespetuoso y desafiador que se negaba a apreciar tanto amor como se le daba.
Cuánta agonía habría sufrido Chris a causa de Bart y, sin embargo, no pronunció ni una palabra para condenarme por haber ido, con intenciones deliberadas, detrás del segundo marido de mi madre. Me llevé las manos a la cabeza notando que aquel profundo dolor comenzaba de nuevo.
Christopher salió temprano por la mañana en su coche. Yo estaba nerviosa, sabiendo que me aguardaba otro día inquieto. Con el transcurso de los años yo había llegado a depender más de él, aunque en otros tiempos me ufanaba de ser independiente, capaz de seguir mi propio camino y no necesitar a nadie como otros me necesitaban a mí. Había mirado a la vida de manera tan egoísta cuando era joven. Mis necesidades eran lo primero. En cambio ahora anteponía las necesidades de los otros a las mías.
Deambulaba por la casa, inquieta, vigilando de cerca a quienes amaba, observando atentamente a Bart cuando regresaba a casa, muriéndome por lanzarle toda clase de acusaciones y, sin embargo compadeciéndome de él. Bart se sentaba en su despacho, con el aspecto resuelto del joven ejecutivo perfecto. Sin culpa. No sentía ninguna vergüenza mientras regateaba, manipulaba, negociaba; ganando más y más dinero con sus conversaciones telefónicas o comunicando con su ordenador. Alzó la mirada hacia mí y esbozó una auténtica sonrisa de bienvenida.
—Cuando Joel me dijo que Cindy había decidido marcharse, me alegró el día, y todavía me siento eufórico.
Sin embargo, ¿qué cosa extraña había detrás de la oscuridad de sus ojos? ¿Por qué me miraba como si estuviera a punto de llorar?
—Bart, si alguna vez deseas confiar en mí…
—No tengo nada que confiarte, madre. Su voz era suave. Demasiado suave, como si hablase con alguien que pronto tenía que marcharse…, marcharse para siempre.
—Tal vez no sepas apreciarlo, Bart, pero el hombre a quien tanto odias, mi hermano y tío tuyo, ha hecho todo lo posible para ser un buen padre.
Bart negó con la cabeza.
—Hacer todo lo posible hubiera sido romper esa incestuosa relación contigo, su hermana, y no lo ha hecho. Habría podido amarle si hubiera seguido siendo mi tío. Tú hubieras debido actuar mejor y no tratar de engañarme. Hubieras debido saber que todos los niños crecen, formulan preguntas y recuerdan escenas que los adultos olvidan pronto; pero esos niños no olvidan. Se guardan los recuerdos y los entierran en lo más profundo de sus cerebros para desenterrarlos cuando al fin pueden entender las cosas. Y todo lo que yo recuerdo me indica que vosotros dos estáis atados de modo indisoluble hasta la muerte.
Mi corazón se aceleró. Bajo el techo de Foxworth Hall, bajo el sol y las estrellas, Chris y yo habíamos hecho votos de amarnos hasta la eternidad. Qué jóvenes e inocentes éramos para tender nuestras propias trampas…
Últimamente las lágrimas acudían con tanta facilidad a mis ojos…
—Bart, ¿cómo podría yo vivir sin él?
—Oh, madre, podrías. Tú sabes que podrías. Déjale marchar, madre. Dame a mí la clase de madre decente, temerosa de Dios, que siempre he necesitado para mantener mi juicio.
—Y si yo no digo adiós a Chris…, ¿qué ocurrirá, Bart?
Su cabeza oscura se inclinó.
—Que Dios te ayude, madre, porque yo no podré. Dios también me ayuda a mí. A pesar de ello, tengo que pensar en mi propia alma inmortal.
Me alejé de allí.
Durante toda aquella noche estuve soñando con fuego, con cosas terribles. Me desperté. No recordaba casi nada del sueño salvo el fuego. Sin embargo, había habido algo más, alguna cosa terrible del pasado que yo empujaba, incansable, hacia el fondo de mi mente. ¿Qué? ¿Qué? Incapaz de sobreponerme a la inexplicable fatiga que me abatía, volví a dormirme y me sumí otra vez en una continua pesadilla, en la que aparecían los gemelos de Jory como si fueran Cory y Carrie, que eran arrastrados para ser devorados. Por segunda vez me esforcé por despertar. Me propuse levantarme, aunque la cabeza me dolía tremendamente.
Con la mente confusa, como si estuviese embriagada, me dispuse a dedicarme a mis quehaceres diarios. Los gemelos me seguían, planteando mil y una preguntas, sobre todo Deidre. Me recordaba mucho a Carrie con su ¿por qué?, ¿dónde?, ¿y de quién es? Charla que te charla, una y otra vez, mientras Darren, por su parte, exploraba en los armarios, abría cajones, examinaba sobres y hojeaba revistas, que, en el proceso de búsqueda, dejaba inservibles para la lectura.
—Cory, ¡deja eso quieto! —me veía obligada a decir—. Pertenecen a tu abuelo y a él le gusta leer el texto aunque a ti sólo te gusten las ilustraciones. ¿Carrie, quieres estar quieta aunque sean cinco minutos? ¿Solamente cinco? —Eso, naturalmente, provocaba nuevas preguntas para averiguar quiénes eran Cory y Carrie y por qué los llamaba siempre con esos nombres tan divertidos.
Finalmente, Toni acudió a relevarme de aquellos pequeños demasiado inquisitivos.
—Lo siento, Cathy, pero Jory quería que hoy posara para él en el jardín antes de que todas las rosas muriesen…
¿Antes de que todas las rosas muriesen? La miré fijamente, y después sacudí la cabeza, pensando que estaba buscando interpretaciones exageradas en palabras corrientes. Sin embargo las rosas vivirían hasta que se produjera una fuerte helada y el invierno tardaría meses en llegar.
Alrededor de las dos de la tarde, sonó el teléfono de mi habitación. Yo acababa de tumbarme para descansar un poco. Era Chris.
—Cariño, no he podido evitar sentirme inquieto por lo que pudiera suceder. Creo que me has transmitido tus temores. Ten paciencia. Te veré dentro de una hora ¿Estás bien?
—¿Por qué no tendría que estarlo?
—No, nada. He tenido un mal presentimiento, te quiero.
—Yo también te quiero.
Los gemelos estaban inquietos. No querían jugar en su caja de arena ni a nada de lo que yo les sugería.
—Di si no quiere saltar a la cuerda —dijo Deidre, que no sabía pronunciar su nombre, o mejor dicho, se negaba a hacerlo. Cuanto más intentábamos enseñárselo de la manera correcta, tanto más balbuceaba. Era tan tozuda como lo había sido Carrie. Darren siempre estaba más que dispuesto a seguirla allí a donde ella le condujera, e imitaba su balbuceo. ¿Y qué diferencia había si un muchachito de su edad jugaba a casitas?
Acomodé a los gemelos para su siesta. Protestaron ruidosamente y no pararon hasta que Toni, como había prometido, les leyó un cuento. ¡Y yo acababa de leerles aquella condenada historia tres veces! Muy pronto, se habían dormido en su linda habitación, con las cortinas corridas. ¡Qué dulces parecían, acostados de lado, frente a frente, tal como Cory y Carrie habían hecho!
En mi propia habitación, después de haber visto a Jory, que estaba absorto leyendo un libro sobre cómo excitar ciertos músculos sexuales, me dediqué a mi manuscrito olvidado y lo puse al día. Cuando me cansé, distraída por el absoluto silencio de la casa, fui a despertar a los gemelos.
¡No estaban en sus camitas! Encontré a Jory y Toni en la terraza, tendidos de lado en la estera acolchada para ejercicios. Estaban abrazados, besándose larga y apasionadamente.
—Siento interrumpir —me disculpé avergonzada por tener que intervenir en su intimidad y estropear lo que debía de ser una experiencia maravillosa para Jory… y para ella—. ¿Dónde están los niños?
—Creíamos que estaban contigo —respondió Jory, guiñándome un ojo antes de volverse hacia Toni—. Corre a buscarlos, mamá… Estoy ocupado con la lección de hoy.
Me dirigí a la capilla por el camino más corto. Corrí por los jardines, echando miradas inquietas al bosque que ocultaba el cementerio. Las sombras de los árboles comenzaban a alargarse en el suelo, cruzándose, mientras yo me acercaba a la puerta de la capilla. Un extraño olor flotaba en la cálida brisa veraniega; incienso. Corrí hasta llegar a la capilla sin aliento, con el corazón palpitante. Desde la última vez que había estado allí había sido instalado un órgano. Entré tan sigilosamente como pude.
Joel estaba sentado al órgano, tocando espléndidamente, demostrando que en otro tiempo había sido un músico profesional de notable habilidad. Bart se levantó para cantar. Me relajé cuando vi a los gemelos en la primera fila, con aspecto satisfecho, mientras clavaban la mirada en su tío, que cantó tan bien que casi disipó mi miedo y me llenó de paz.
Cuando el himno terminó, los gemelos, como autómatas, se arrodillaron y colocaron las pequeñas palmas de sus manos debajo de sus barbillas. Parecían querubines… O corderos dispuestos al sacrificio.
¿Por qué había surgido tal pensamiento? Ése era un lugar sagrado.
—Y aunque caminemos por el valle de las sombras de la muerte, no temeremos el mal… —dijo Bart, también arrodillado—. Repetid después de mí, Darren, Deidre.
—Y aunque caminemos por el valle de las sombras de la muerte, no temeremos el mal —obedeció Deidre, con su vocecita aguda guiando el camino que Darren debía seguir.
—Porque Tú estás conmigo …
—Porque Tú estás conmigo …
—Tu poder y Tu báculo me consolarán.
—Tu poder y Tu báculo me consolarán.
Avancé un paso.
—Bart, ¿qué demonios estás haciendo? Ni estamos en domingo, ni ha muerto nadie.
Bart alzó la cabeza. Sus ojos oscuros mostraban tanta aflicción…
—Vete, madre, por favor.
Yo corrí hacia los pequeños, que se pusieron en pie, y los cogí en brazos.
—No nos gusta estar aquí —murmuró Deidre—. Odio este lugar.
Joel se había levantado. Parecía alto y esbelto entre las sombras, y los colores de la vidriera se reflejaban en su cara larga y macilenta. No había pronunciado ni una palabra. Se limitaba a mirarme de arriba abajo…, cáusticamente.
—Vuelve a tus habitaciones, madre, por favor, por favor.
—No tienes ningún derecho a enseñar a estos niños a temer a Dios. Cuando se enseña religión, Bart, se habla del amor de Dios, no de su ira.
—Ellos no temen a Dios, madre. Estás hablando de tu propio temor.
Comencé a retroceder, llevando a los niños conmigo.
—Algún día comprenderás qué es el amor, Bart. Descubrirás que no aparece porque lo quieras o lo necesites sino que sólo es tuyo cuando lo ganas. Viene a ti cuando menos lo esperas, cruza la puerta y la cierra suavemente y, cuando es justo, permanece. No intriga, ni seduce para conquistar al otro. Tienes que merecerlo, o nunca tendrás a nadie que se quede el tiempo suficiente a tu lado.
Sus ojos oscuros parecían fríos. Se levantó, y su figura dominó la capilla. Entonces avanzó, bajando los tres peldaños.
—Nos iremos todos, Bart. Eso debería alegrarte. Ninguno de nosotros volverá para molestarte otra vez, Bart. Jory y Toni vendrán con nosotros. Tú serás absolutamente independiente. Cada una de las habitaciones de esta solitaria y monstruosa Foxworth Hall será totalmente tuya. Si así lo deseas, Chris cederá la tutoría a Joel hasta que tú cumplas los treinta y cinco años.
Por un momento, un breve momento revelador, el miedo se reflejó en la cara de Bart, del mismo modo que el júbilo colmó los ojos lacrimosos de Joel.
—Que Chris ceda la tutoría a mi abogado —dijo Bart rápidamente.
—Muy bien, si así lo quieres. —Sonreí a Joel que volvió la cara. Dirigió una dura mirada de desilusión a Bart, que confirmaba mis sospechas… Estaba enfadado porque Bart recibiría lo que hubiera podido ser suyo…
—Por la mañana nos habremos marchado, todos nosotros —murmuré.
—Sí, madre. Te deseo buen viaje y buena suerte.
Me quedé mirando a mi segundo hijo, que se hallaba a unos metros de distancia de mí. ¿Dónde había oído yo decir eso por última vez? Oh sí, hacía tanto tiempo. El revisor alto del tren nocturno en que habíamos viajado cuando, siendo unos niños, nos dirigíamos a Foxworth Hall. Había permanecido de pie en el estribo del coche cama y nos dijo aquello, al tiempo que el tren hacía sonar un triste silbido de despedida.
Al encontrarme con la endurecida mirada de Bart, se me ocurrió que debería pronunciar ahora mis palabras de despedida, en aquella capilla de su casa, y renunciar a decir nada al día siguiente, cuando probablemente me echaría a llorar.
Bart habló primero.
—Parece que las madres siempre huyen y abandonan los hijos a sus sufrimientos. ¿Por qué me abandonas?
El tono dolorido de su voz me llenó de angustia. Sin embargo dije lo que era preciso decir.
—Porque tú me abandonaste hace muchos años —respondí con voz quebrada—. Yo te quiero Bart. Siempre te he querido, aunque tú no pareces creerlo así. También Chris te quiere, pero tú no deseas su cariño. Te dices a ti mismo, todos los días de tu vida, que tu verdadero padre hubiera sido un padre mejor. Pero no sabes cómo hubiera sido. Él no fue fiel a su esposa, mi madre… Y te aseguro que yo no fui su primera amante. No quiero hablar sin respeto de un hombre al que amé mucho en aquel tiempo, pero él no era la misma clase de hombre que es Chris. Él no te hubiera dado tanto de sí mismo.
El sol que se filtraba por las vidrieras encendió con rojo de fuego el rostro de Bart. Movía la cabeza de un lado a otro, atormentado una vez más. Sus manos se cerraron en fuertes puños.
—¡No digas ni una palabra más del padre que yo quiero, que siempre he querido! —exclamó—. Chris no me ha dado nada salvo vergüenza y bochorno. ¡Marchaos! Me alegro de que os vayáis. ¡Llevaos con vosotros vuestra suciedad y olvidaos de que existo!
Pasaban las horas y Chris no llegaba. Telefoneé al laboratorio de la universidad. Su secretaria aseguró que había salido tres horas antes.
—Ya debería estar ahí, señora Sheffield.
Inmediatamente, pensamientos sobre mi propio padre acudieron a mi mente. Un accidente en la carretera. ¿Estábamos repitiendo el acto de nuestra madre a la inversa, huyendo de, y no hacia Foxworth Hall? Tictac, los relojes no se detenían. Bum bum bum, resonaban los latidos de mi corazón. Tuve que leer poesías infantiles a los gemelos para que durmieran y dejaran de formular preguntas.
«Little Tommy Tucker, sing for your supper. When You wish upon a star. Dancing in the dark… all our lives, dancing in the dark…».
—Madre, por favor, deja de ir de un lado para otro —ordenó Jory—. Me crispas los nervios. ¿Por qué tanta prisa por irnos? Dime el porqué por favor, di algo.
Joel y Bart entraron para unirse a nosotros.
—No has venido a cenar, madre. Diré al cocinero que te prepare una bandeja. —Echó una mirada a Toni—. Tú puedes quedarte.
—No, gracias, Bart. Jory me ha pedido que me case con él. —Alzó la barbilla en un gesto de desafío—. Me ama de una manera que tú nunca podrías igualar.
Bart dirigió sus ojos dolidos, traicionados, hacia su hermano.
—Tú no puedes casarte. ¿Qué clase de marido crees que puedes ser ahora?
—¡Exactamente la clase de marido que yo quiero! —replicó Toni, avanzando para colocarse junto a la silla de Jory y posar la mano en su hombro.
—Si quieres dinero, él no tiene ni la centésima parte de lo que yo poseo.
—No me preocuparía aunque no tuviese nada —repuso ella con orgullo, enfrentándose con su mirada dominante, oscura—. Lo amo como nunca he amado a nadie antes.
—Sientes lástima de él —sentenció Bart sin darle más importancia.
Jory frunció el entrecejo pero no habló. Parecía saber que Toni necesitaba aclarar las cosas con Bart.
—En otro tiempo me inspiraba lástima —admitió ella con sinceridad—. Pensé que era terrible que un hombre tan maravilloso y con tanto talento hubiera quedado inválido. Ahora, sin embargo, ya no lo veo como un inválido. ¿Sabes, Bart? Todos nosotros estamos inválidos de alguna manera. Jory lo es físicamente. En cambio, tu invalidez está oculta, es una enfermedad impalpable. Tú estás tan enfermo que ahora yo siento lástima… de ti.
Ardientes emociones retorcieron las facciones de Bart. Por alguna razón eché una mirada a Joel, que miraba fijamente a Bart, como si le ordenase que permaneciera silencioso.
Dando la vuelta, Bart me increpó:
—¿Por qué estáis todos reunidos en esta habitación? ¿Por qué no te vas a la cama? Es tarde.
—Estamos esperando a que Chris llegue.
—Se ha producido un accidente en la carretera —dijo Joel—. He oído las noticias por la radio. Un hombre ha muerto. —Parecía encantado de darme tal noticia.
Mi corazón pareció hundirse en el infinito. ¿Otro Foxworth muerto en un accidente?
No Chris, no mi Christopher Doll. No, todavía no, todavía no.
Oí débilmente que se abría y cerraba la puerta de la cocina. Pensé que sería el cocinero que iría a su apartamento encima del garaje. O quizá Chris. Esperanzada, me dirigí hacia el garaje. No encontré ojos azules brillantes, ni sonrisas, ni unos brazos dispuestos a abrazarme. Nadie cruzó la puerta.
Durante varios minutos todos nos mirábamos con inquietud. El corazón me latía dolorosamente; ya debía haber llegado a casa. Había transcurrido tiempo suficiente.
Joel me observaba con fijeza, con los labios apretados de una forma especialmente odiosa, como si supiera más de lo que decía. Me volví hacia Jory, me arrodillé junto a su silla de ruedas y le dejé que me abrazase con fuerza.
—Estoy asustada, Jory —sollocé—. Ya debería estar en casa. No puede tardar tres horas en venir, ni siquiera en invierno con las carreteras resbaladizas.
Nadie dijo nada. Ni Jory, que me sostenía fuertemente, ni Toni, ni Bart. Tampoco Joel. Evocaba la escena del doctor que había saltado de su automóvil para ayudar a las víctimas heridas y moribundas tumbadas en la cuneta, y la de los dos policías que acudieron para comunicarnos la muerte de mi padre.
Sentí que en mi garganta nacía un grito dispuesto a brotar cuando vi que un coche blanco subía por nuestro camino privado, con una luz roja dando vueltas en el techo.
El tiempo retrocedió. ¡No! ¡No! ¡No! Una y otra vez, mi cerebro gritaba, incluso mientras ellos narraban los detalles del accidente; el doctor había saltado de su automóvil para ayudar a las víctimas heridas y moribundas tumbadas en la cuneta, y al cruzar corriendo la carretera fue atropellado por un vehículo que huyó del lugar.
Cuidadosa y respetuosamente, depositaron sus objetos personales sobre una mesa, de la misma manera que dejaron las pertenencias de mi padre en otra mesa, en Gladstone. Esta segunda vez yo contemplaba las cosas que Chris solía llevar en sus bolsillos. Todo era irreal, otra pesadilla de la que despertaría… no era mi fotografía que siempre llevaba en su cartera, ni aquéllos el reloj de pulsera y el anillo con el zafiro que yo le había regalado en Navidad. No mi Christopher Doll, no, no, no.
Los objetos se hicieron vagos, confusos. La oscuridad del crepúsculo me invadió, dejándome en ninguna parte, en ninguna parte. Los policías empequeñecieron. Jory y Bart parecían estar lejos a mucha distancia. Toni, en cambio, se agrandó cuando se acercó para ayudarme a levantarme.
—Cathy, lo siento tanto… Lo siento tantísimo…
Creo que dijo algo más. Yo me desprendí de sus manos y corrí, corrí como si todas las pesadillas que me habían atormentado estuvieran agarrándome.
Corriendo sin cesar, intentando escapar de la verdad, llegué a la capilla. Me arrojé al suelo frente al púlpito y comencé a orar como si nunca lo hubiera hecho antes.
—Por favor, Dios mío, ¡no puedes hacernos esto a Chris y a mí! No existe un hombre mejor que Chris… Tú debes saberlo… —Y entonces rompí en sollozos.
Brotaron lágrimas por mi padre, que había sido un hombre maravilloso, sin que eso hubiera servido para librarle de su triste final. El destino no escogía a los despreciados, los abandonados, los no queridos o no necesitados. El destino era una forma sin cuerpo con una mano cruel que alargaba al azar, descuidadamente, y golpeaba sin ninguna piedad.
Enterraron el cuerpo de mi Christopher Doll, no en el terreno sagrado de la familia Foxworth, sino en el cementerio donde Paul, mi madre, el padre de Bart y Julián yacían bajo tierra. No muy lejos de allí se hallaba la pequeña tumba de Carrie.
Yo ya había dado orden de que el cuerpo de mi padre fuese exhumado de aquel terreno frío, duro y solitario en Gladstone, Pensylvania, para que él también pudiera descansar con el resto de la familia. Creí que eso le gustaría, si podía enterarse.
Yo era la última de las cuatro muñecas de Dresde. Sólo quedaba yo… ¡Y no deseaba continuar!
El sol era ardiente, brillante. Un buen día para pescar, nadar, jugar a tenis y divertirse, y ellos pusieron a mi Christopher bajo tierra.
Intenté no verlo allí abajo, con sus ojos azules cerrados para siempre. Miré fijamente a Bart, que pronunció el panegírico con lágrimas en los ojos. Oía su voz como si estuviera a mucha distancia, pronunciando todas las palabras que debió haber pronunciado cuando Chris estaba vivo; así hubiera podido apreciar todas aquellas palabras amables, cariñosas.
—Se dice en la Biblia —comenzó Bart con la voz bella y persuasiva que sabía emplear cuando quería—, que nunca es demasiado tarde para pedir perdón. Espero y ruego que sea verdad, pues yo pido a este hombre que yace delante de mí que su alma me contemple desde el cielo y me perdone por no haber sido el hijo amante y comprensivo que hubiera debido y podido ser. Este padre, a quien nunca acepté como tal, salvó muchas veces mi vida, y yo estoy aquí con el corazón rebosante de culpa y vergüenza por una infancia y una juventud desperdiciadas que podrían haber hecho más feliz su vida. —Inclinó su oscura cabeza de modo que el sol hizo brillar su cabello y sus lágrimas vertidas—. Yo te amo, Christopher Sheffield Foxworth. Espero que me oigas. Ruego y confío en recibir el perdón por haber estado ciego a lo que tú eras. —Las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Su voz se volvió ronca. La gente le acompañó en su llanto.
Únicamente yo tenía secos los ojos, seco el corazón. El doctor Christopher Sheffield rechazó su apellido Foxworth —prosiguió Bart cuando recuperó de nuevo la voz—. Ahora sé que así debía ser. Fue médico hasta el último momento, entregado a aliviar el sufrimiento humano, mientras yo, su hijo, le negaba el derecho de ser mi padre. Humillado, con remordimientos y avergonzado, inclino mi cabeza y rezo esta plegaria…
Y así prosiguió mientras yo cerraba mis oídos y desviaba la mirada, aturdida por la aflicción.
—¿No fue un tributo maravilloso, mamá? —preguntó Jory en un día oscuro—. Lloré, no pude evitarlo. Bart se humilló, madre, y delante de tanta gente… Nunca antes lo había visto humillarse. Has de concederle eso por lo menos.
Sus ojos azules me suplicaban.
—Mamá, has de llorar también. No es bueno para ti quedarte sentada, mirando al vacío. Ya han pasado dos semanas. No estás sola, nos tienes a nosotros. Joel ha regresado en avión a ese monasterio para morir allí. Nunca más lo veremos. Dejó por escrito que no quería ser enterrado en terreno de los Foxworth. Me tienes a mí, tienes a Toni, Bart, Cindy y tus nietos. Te queremos y te necesitamos. Los gemelos no comprenden por qué no juegas con ellos. No nos dejes fuera. Siempre te has recuperado después de cada tragedia. Vuelve otra vez, sal de tu aflicción, sobre todo, por el bien de Bart, pues si tú te dejas arrastrar por la congoja hasta la muerte, lo destruirás.
Por el bien de Bart permanecí en Foxworth Hall, intentando adaptarme a un mundo que realmente ya no me necesitaba.
Transcurrieron nueve solitarios meses. En cada cielo azul veía los ojos azules de Chris. En cada brillo dorado veía el color de su pelo. Me detenía en las calles para contemplar a niños que se parecían a Chris cuando él tenía su edad; miraba a los jóvenes que me recordaban al Chris adolescente; observaba nostálgica las espaldas de los hombres altos, robustos, de cabello rubio encanecido, anhelando que se volviesen y yo pudiera ver otra vez a Chris sonreír. En algunas ocasiones me devolvían la mirada, como si presintieran el ardor ansioso en mis ojos, y yo desviaba la vista pues no eran él, ¡nunca eran él!
Erré por los bosques y las colinas, sintiéndole junto a mí, fuera de mi alcance, pero junto a mí.
Mientras caminaba sola, pero acompañada por el espíritu de Chris, se me ocurrió que había un modelo en nuestras vidas, y nada de lo que sucedía era azaroso.
De todas las maneras posibles, Bart intentó hacerme volver a ser la que era antes, y yo sonreía, me esforzaba en reír y de ese modo, le proporcionaba la paz y la confianza que mi hijo siempre había necesitado para apreciar en sí mismo su auténtica valía.
Sin embargo, ¿quién y qué era yo ahora que Bart se había encontrado a sí mismo? Esa sensación de conocer el modelo hacia el que tendía creció más y más mientras yo permanecía con frecuencia sentada, sola, en la fastuosa elegancia de Foxworth Hall.
Desde la oscuridad, la angustia, las en apariencia tragedias azarosas y los acontecimientos patéticos de nuestras vidas, por fin comprendí. ¿Por qué ninguno de los psiquiatras de Bart se había dado cuenta, cuando él era más joven que estaba probando, buscando, intentando encontrar el papel que mejor podía desempeñar? Durante la agonía de su infancia, durante su juventud, él había atacado implacablemente sus fallos, rechazando la fealdad que él creía empañaba su alma, sujetándose con fuerza a la creencia de que el bien triunfaría sobre el mal. Y, a sus ojos, Chris y yo habíamos representado el mal.
Finalmente, después de tanto tiempo, Bart había encontrado su lugar en el esquema de lo que tenía que ser. Todo lo que yo debía hacer era conectar la televisión cualquier domingo por la mañana, y algunas veces a mitad de semana, y ver a mi hijo cantando y predicando, reconocido como el evangelista más carismático del mundo. Agudamente penetrantes, sus palabras se clavaban en la conciencia de todos, propiciando que el dinero afluyera a sus cofres por millones, millones que Bart utilizaba para extender su ministerio.
Un domingo por la mañana me encontré con la sorpresa de ver a Cindy, que se levantaba para unirse a Bart en la tarima. De pie junto a él, enlazó su brazo en el de Bart, que sonrió con orgullo antes de anunciar:
—Mi hermana y yo dedicamos esta canción a nuestra madre. Madre, si nos estás viendo, sabrás exactamente cuánto significa esta canción, no solamente para nosotros dos, sino también para ti.
Juntos, como hermano y hermana, cantaron mi himno favorito. Hacía mucho tiempo que yo había renunciado a la religión, convencida de que no me satisfacía dado que tanta gente religiosa estaba llena de prejuicios, y era cruel y estrecha de miras. Sin embargo, las lágrimas surcaron mi rostro… Lloré por primera vez desde que Chris fuera atropellado en aquella carretera; después de tanto tiempo, estaba agotando aquel pozo sin fondo de mis lágrimas.
Bart había eliminado hasta el último fragmento ponzoñoso de los genes de Malcolm y había conservado solamente lo bueno.
Para crearle a él, las flores de papel habían florecido en el ático polvoriento; para crearle a él, los fuegos habían quemado casas, nuestra madre y nuestro padre habían muerto. Todo había sido necesario para crear al líder que alejaría a la humanidad del camino hacia la destrucción.
Desconecté el aparato de televisión cuando terminó el programa de Bart, el único que yo veía. No muy lejos de Foxworth Hall se estaba construyendo un enorme monumento conmemorativo en honor de mi Christopher.