EL CIELO NO PUEDE ESPERAR

Pocos días después, Jory enfermó de un resfriado que no quería desaparecer. El frío, la lluvia y el viento habían hecho su trabajo. Estaba tumbado en la cama, débil, con las cejas perladas de sudor, retorciéndose y girando la cabeza continuamente de un lado a otro, mientras gemía, gruñía y llamaba sin descanso a Melodie. Noté que Toni fruncía el entrecejo cada vez que Jory repetía el nombre de Melodie a pesar de que ella se desvivía por cuidarle.

Mientras les observaba juntos, me di cuenta de que en verdad Toni estaba preocupada por Jory; se hacía patente en cada gesto que le prodigaba, en sus ojos suaves y compasivos y en sus labios, que rozaban la cara de mi hijo cuando ella creía que yo no la miraba.

Toni se volvió para dedicarme una valiente sonrisa.

—Intenta no preocuparte demasiado, Cathy —me suplicó, humedeciendo el pecho desnudo de Jory con agua fría—. La mayoría de la gente ignora que una fiebre suele ser muy útil para quemar el virus. Como esposa de un médico estoy seguro de que tú ya lo sabes y que estás angustiada por si contrae una pulmonía. Pero eso no ocurrirá.

—Recemos para que así sea…

Pero yo seguía inquieta, porque ella sólo era una buena enfermera, pero carecía de la habilidad médica de Chris. Yo telefoneaba a éste a todas horas, intentando encontrarle en aquel enorme laboratorio de la universidad. ¿Por qué no respondía Chris a mis llamadas urgentes? Comencé a sentir, además de preocupación, enfado por no poder encontrarle. ¿No había prometido estar siempre cuando se le necesitara?

Habían transcurrido dos días desde que Joel predicó su sermón, y Chris no había telefoneado.

El tiempo sofocante, húmedo, la lluvia intermitente y las tormentas sólo contribuían a crear más tristeza y confusión en mi mente.

El estampido del trueno rugía sobre nuestras cabezas. El resplandor de los relámpagos iluminaba unos instantes un cielo terrible, oscuro. Cerca de mis pies, los gemelos jugaban y susurraban que era la hora de acudir a las lecciones de la capilla.

—Por favor, abuelita. Tío Joel dice que hemos de ir.

—Deidre, Darren, quiero que me escuchéis con mucha atención y olvidéis lo que tío Joel y tío Bart os dicen. Vuestro padre quiere que os quedéis conmigo y con Toni, cerca de él. Ya sabéis que vuestro papá está enfermo y lo último que desearía es que sus hijos visiten esa capilla donde… donde… —vacilé. Porque, ¿qué podía yo decir de Joel que más tarde no se volviera contra mí?

Él estaba enseñando a los niños lo que creía justo. Si por lo menos no les hubiera enseñado aquellas frases… «Hijos del diablo. Procreación del diablo».

Los dos gimieron, como una sola voz.

—¿Se morirá papaíto? —preguntaron al mismo tiempo.

—No, claro que no morirá. ¿Y qué sabéis vosotros dos de la muerte?

Les expliqué que su abuelo era un médico maravilloso y que llegaría en cualquier momento a casa. Quedaron mirándome sin entender nada hasta que me di cuenta de que a menudo ellos pronunciaban palabras que habían aprendido de memoria sin comprender su significado. La muerte… ¿Qué podían saber ellos de la muerte? Toni se volvió para dirigirme una extraña mirada.

—¿Sabes una cosa? Mientras ayudo a estos dos pequeños a vestirse y desnudarse, y los baño, ellos charlan sin cesar. En verdad son unos chiquillos notables y brillantes. Supongo que al pasar tanto tiempo con los adultos han aprendido más deprisa que jugando con otros niños de su edad. La mayor parte de lo que dicen mientras juegan solos son tonterías, pero, de pronto, entre ese parloteo de bobadas, surgen palabras graves, palabras de adultos. Entonces, se les agrandan los ojos, murmuran, miran alrededor y parecen asustados. Es como si esperasen ver a alguien. De pronto, susurrando, se hablan el uno al otro de Dios y su ira. Me alarman. —Pasó su mirada de mí a los gemelos, y de nuevo a Jory.

—Toni, escucha con atención. Nunca pierdas de vista a los gemelos. Mantenlos junto a ti durante todo el día, a menos que sepas con toda seguridad que están conmigo, con Jory o mi marido. Cuando estés cuidando de Jory y demasiado ocupada para vigilar sus pasos, llámame y yo los atenderé. Sobre todo, no les permitas ir con Joel. —Y, por mucho que odiase tener que hacerlo, tuve que añadir el nombre de Bart.

Ella me dirigió otra mirada de inquietud.

—Cathy, creo que no sólo fue lo que sucedió en Nueva York con Cindy y conmigo, sino también lo que Joel debió decirle cuando regresamos lo que hizo que Bart comenzara a mirarme como si yo fuese una pecadora de la peor especie. Duele que el hombre al que crees amar te lance acusaciones tan feas. —De nuevo refrescaba los brazos y el pecho de Jory—. Jory nunca diría cosas tan horribles, al margen de lo que yo hiciera. Algunas veces parece enfurecido pero, incluso entonces, es lo bastante delicado para no expresar nada que pueda ofenderme. Nunca había conocido a un hombre tan comprensivo y considerado.

—¿Estás diciendo que amas a Jory? —pregunté, queriendo creer que así era, pero temerosa de que su desilusión con Bart provocase un rebote que le hiciera amar a Jory como un sustituto.

Se ruborizó y bajó la cabeza.

—Hace casi dos años que estoy en esta casa y he visto y oído muchísimas cosas. Aquí he encontrado satisfacción sexual con Bart, pero no era romántico ni delicado, tan sólo excitante. Es ahora cuando estoy comenzando a sentir el amor de un hombre que intenta comprenderme y darme lo que necesito. Sus ojos nunca condenan. De sus labios nunca salen palabras terribles. Mi amor hacia Bart fue un fuego ardiente, enardecido en llamas desde el primer día que nos conocimos, mientras mis pies se asentaban en arenas movedizas, —sin saber que buscaba a alguien como tú…

—Me gustaría que dejaras de decir eso, Toni —protesté molesta. Bart se despreciaba todavía tanto a sí mismo que temía que una mujer lo rechazara primero. Para evitar que eso sucediera, descartó a Melodie antes de que ella tuviera oportunidad de volverle la espalda. Más tarde, dirigió su ira contra Toni antes de que ella pudiera odiarle y abandonarle. Suspiré otra vez.

Toni estuvo de acuerdo en que nunca discutiría sobre Bart conmigo, y entonces, con mi ayuda, comenzó a poner a Jory una chaqueta de pijama limpia. Juntas trabajábamos como un equipo, mientras los gemelos jugaban en el suelo, empujando cochecitos y camiones, igual que habían hecho Cory y Carrie.

—Asegúrate bien de saber a qué hermano amas antes de dañarlos a los dos. Hablaré de nuevo con mi marido y con Jory e intentaré por todos los medios convencerles de que nos marchamos de esta casa tan pronto como Jory se recupere. Puedes venir con nosotros si así lo deseas.

Sus bonitos ojos grises se animaron. Me miró primero a mí y después pasó su mirada a Jory, que se puso de lado y murmuró incoherentemente en su delirio.

—Mel… ¿es nuestro turno? —creí que decía.

—No, soy Toni, tu enfermera —dijo ella, acariciándole el cabello y retirándolo hacia atrás de su sudorosa frente—. Has tenido un mal resfriado… pero pronto te encontrarás perfectamente.

Jory alzó la mirada hacia Toni, confuso, como si intentase distinguir esa mujer de aquella en que soñaba todas las noches. Durante el día, Jory sólo tenía ojos para Toni pero, por las noches, Melodie volvía para atormentarle. ¿Qué hay en la condición humana que nos aferra a la tragedia con tanta tenacidad y nos hace olvidar fácilmente la felicidad que tenemos a nuestro alcance?

Jory tuvo un violento acceso de tos, que le produjo ahogos y expulsó abundante mucosidad. Toni le sostuvo con ternura la cabeza, y después arrojó los pañuelos de papel sucios.

Cuanto Toni hacía por Jory, lo hacía con ternura; ahuecarle las almohadas, hacerle masajes en la espalda, moverle las piernas para mantenerlas flexibles aunque él no pudiera controlarlas. Yo no podía evitar sentirme impresionada con todo lo que ella se preocupaba para que Jory se sintiera a gusto.

Retrocedí hacia la puerta, con la sensación de que era una intrusa presenciando un momento íntimo muy importante, cuando Jory logró enfocar la mirada lo suficiente para coger la mano de Toni y mirarla a los ojos. Aunque estaba muy enfermo, algo en sus ojos le hablaba a ella. En silencio tomé la mano de Darren y la de Deidre después.

—Hemos de irnos ahora —susurré mientras contemplaba cómo Toni temblorosa inclinaba la cabeza.

Ante mi sorpresa, antes de que yo cerrase la puerta, ella se llevó la mano de Jory a los labios y le besó cada uno de los dedos.

—Estoy aprovechándome de ti —murmuró—, en un momento en que no puedes defenderte, pero necesito decirte lo tonta que he sido. Tú has estado aquí todo el tiempo, y yo nunca te he visto. No me he fijado en ti porque Bart se interponía.

Con cálidos ojos, Jory respondió débilmente, mientras bebía en la sinceridad de las palabras de Toni por encima de todo, en la expresión amorosa y ardiente de ella.

—Supongo que es fácil no ver a un hombre que está en una silla de ruedas y quizá eso fue suficiente para cegarte. Pero yo he estado aquí, esperando, confiando…

—Oh, Jory, no me guardes rencor porque permití que Bart me hechizara con su encanto. Estaba abrumada y como aturdida al notar que él me encontraba tan deseable. Me arrebató por completo. Creo que todas las mujeres, en secreto, deseamos a un hombre que no esté dispuesto a aceptar un rechazo y nos persiga incansable hasta que nos rindamos. Perdóname por haber sido una tonta, y una conquista fácil.

—Está bien, está bien —susurró él, cerrando los ojos—. No dejes que lo que sientes por mí sea piedad… o lo sabré.

—¡Tú eres lo que yo deseaba que Bart fuese! —exclamó ella mientras sus labios se acercaban a los de él.

Cerré la puerta. De regreso a mis propias habitaciones, me senté cerca del teléfono esperando que Chris me llamase en respuesta a mis muchos mensajes urgentes. Al borde del sueño, con los gemelos arropados cuidadosamente en mi cama haciendo su siesta, el teléfono sonó. Lo cogí de prisa y respondí. Una voz profunda, gruñona, preguntó por la señora Sheffield, y yo me identifiqué.

—No la queremos aquí, ni a usted ni a su especie —dijo esa voz, profunda, aterradora—. Sabemos que está sucediendo ahí arriba. Esa pequeña capilla que habéis construido no nos engaña. Es un escudo detrás del que ocultaros mientras os burláis de las normas de la decencia impuestas por Dios. Marchaos… antes de que nosotros ejecutemos la ley de Dios con nuestras manos y hagamos salir de nuestras montañas hasta el último miembro de vuestra familia.

Incapaz de encontrar una respuesta inteligente, permanecí en silencio, perpleja y temblorosa, hasta que quienquiera que fuese colgó. Durante un largo rato me quedé allí sentada con el auricular en la mano. El sol se filtró entre las nubes y calentó mi rostro, y en ese momento colgué. Miré las habitaciones que yo había decorado para satisfacer mi propio gusto y descubrí que esas habitaciones ya no me recordaban a mi madre y su segundo marido. Allí sólo quedaban restos del pasado que yo quería recordar.

Las fotografías de Cory y Carrie cuando eran bebés enmarcadas en plata sobre mi tocador, colocadas junto a las de Darren y Deidre. Eran gemelos parecidos, pero cuando se conocían bien se comprobaba que no eran exactos. Mi mirada pasó al otro marco de plata, desde donde Paul me sonreía, Henny estaba en otro. Julián hacía un mohín desde el suyo, de una manera que él creía seductora. También tenía allí algunas instantáneas de su madre, madame Marisha, enmarcada cerca de su hijo. Pero no había ninguna fotografía de Bartholomew Winslow. Contemplé la de mi propio padre, que había muerto cuando yo tenía doce años. Se parecía mucho a Chris, aunque ahora éste parecía más viejo. Nos damos la vuelta y el muchacho que conocimos tan bien ya es un hombre. Los años volaban tan deprisa. En otro tiempo, un momento había parecido más largo de lo que era un año ahora.

De nuevo miré a las dos parejas de gemelos. Únicamente alguien muy familiarizado con ambas distinguiría las ligeras diferencias. En los hijos de Jory se apreciaba un vago parecido a Melodie. Miré otra fotografía, con Chris y yo misma, tomada cuando vivíamos todavía en Gladstone, Pensylvania. Yo tenía diez años y él acababa de cumplir trece. Estábamos de pie en la nieve junto al muñeco que acabábamos de hacer, sonriendo a papá mientras él nos fotografiaba. Nuestra madre había guardado aquella fotografía, ahora amarillenta, en su álbum azul. Nuestro álbum azul, ahora.

En aquellos pequeños pedazos cuadrados de papel brillante, había atrapados recuerdos de nuestras vidas, congelados para siempre en el tiempo; como aquella Catherine Doll sentada en el alféizar de la ventana del ático, vestida con un camisón transparente mientras Chris tomaba desde las sombras la fotografía. ¿Cómo había conseguido yo sentarme tan quieta, y mantener aquella expresión? ¿Cómo? A través del camisón se adivinaba la forma tierna de unos senos jóvenes, y en aquel perfil adolescente la tristeza melancólica que yo había sentido por aquel entonces.

Qué adorable era aquella muchacha… yo misma. La contemplé larga y minuciosamente. Aquella joven débil, esbelta, hacía mucho tiempo que se había convertido en la mujer de mediana edad que yo era. Suspiré por la pérdida de aquella chica especial con la cabeza llena de sueños. Traté de desviar la mirada pero, en lugar de eso, me levanté para coger la fotografía que Chris había llevado con él a la universidad, a la Facultad de Medicina. Cuando era interno, todavía llevaba esa fotografía consigo. ¿Era aquel papel que yo tenía en la mano el que había conservado tan constante su amor por mí? ¿Ese rostro de una chica de quince años, sentada a la luz de la luna? ¿Anhelante, siempre anhelando un amor que durase siempre? Ya no me parecía a aquella joven cuya fotografía sostenía en mi mano. Me parecía a mi madre la noche que ella incendió el Foxworth Hall original. El timbre del teléfono me sorprendió y volví al presente.

—Se reventó un neumático de mi automóvil —dijo Chris al oír mi voz débil—. He ido a otro laboratorio, y allí he pasado algunas horas, de modo que cuando he vuelto me he encontrado con todos esos mensajes sobre Jory. No estará peor, ¿verdad?

—No, cariño, no está peor.

—Cathy, ¿qué sucede?

—Te lo contaré cuando regreses.

Chris llegó a casa una hora después y entró corriendo para abrazarme antes de ir junto a Jory.

—¿Cómo está mi hijo? —preguntó al sentarse en la cama de Jory y tomarle el pulso—. Tu madre me ha explicado que alguien abrió todas tus ventanas y quedaste empapado por la lluvia.

—¡Oh! —exclamó Toni—. ¿Quién pudo hacer algo tan cruel? Lo siento mucho, doctor Sheffield. Tengo la costumbre de comprobar que todo vaya bien con Jory, quiero decir el señor Marquet, aunque él no me haya llamado.

Jory le hizo un guiño alegre y feliz.

—Creo que puedes dejar de llamarme señor Marquet ahora, Toni. —Su voz era muy débil y ronca—. Y todo eso sucedió en tu día libre.

—Vaya —dijo ella—. Debió de ser la mañana que fui a la ciudad para visitar a mi amiga.

—Sólo es un resfriado, Jory —dijo Chris, palpando su tórax—. No hay indicios de líquido en los pulmones y por los síntomas que presentas no tienes una gripe. De modo que toma tu medicina, bebe los líquidos que Toni te traiga y deja de inquietarte por Melodie.

Más tarde, acomodado en su sillón favorito en nuestra sala de estar, Chris escuchó cuanto yo tenía que contarle.

—¿Reconociste la voz?

—Chris, no conozco a ninguna de las gentes del pueblo lo bastante bien para eso. Procuro permanecer alejada de ellos.

—¿Y cómo sabes que era del pueblo?

No se me había ocurrido antes. Lo que había hecho yo era suponer. En todo caso, tan pronto como Jory estuviera lo suficientemente recuperado, nos marcharíamos de esa casa.

—Si es eso lo que necesitas —dijo Chris, mirando alrededor apenado—. Debo admitir que me gusta esto. Me gusta el entorno que nos rodea, los jardines, los sirvientes que nos atienden, y sentiré marcharme de aquí. Pero no huyamos demasiado lejos. No quiero tener que dejar mi trabajo en la universidad.

—Chris, no te preocupes. No quiero apartarte de eso. Cuando nos vayamos de aquí, nos instalaremos en Charlottesville y rogaremos a Dios que nadie de allí sepa que soy tu hermana.

—Cathy, mi esposa, la más querida y la más dulce, no creo que aunque lo supieran les importase un comino. Además, pareces más mi hija que mí esposa.

Gracias a su dulzura tan maravillosa, Chris Podía decir eso con honestidad en los ojos. Yo sabía que estaba ciego cuando me miraba a mí. Chris sólo veía lo que quería ver, y que aún era la chica que yo había sido.

Se echó a reír ante mí expresión dubitativa.

—Amo a la mujer en que te has convertido. Así que no empieces a buscar defectos cuando yo te muestro una honestidad de dieciocho quilates. De modo que doy lo mejor que tengo: mí amor, que cree de todo corazón que eres bella interior y exteriormente.

Cindy se presentó en una de sus visitas torbellino que revolucionaban toda la casa, vertiendo sin respirar todos los detalles de su vida, desde la última vez que nos había visto. Parecía increíble que pudieran sucederle tantas cosas a una chica de diecinueve años.

En el momento en que estuvimos en el gran vestíbulo, Cindy subió corriendo por la escalera para arrojarse a los brazos de Jory con tanto ímpetu que yo temí que hiciera volcar la silla.

—Realmente —dijo Jory—, pesas menos que una pluma, Cindy. —La besó, la examinó de pies a cabeza y echó a reír—. ¡Oh! ¿Qué clase de traje es éste? ¡Vaya por Dios!

—Uno que sin duda llenará de horror los ojos de cierto hermano llamado Bart. Escogí éste precisamente para fastidiarle a él y al querido tío Joel.

Jory se volvió solemne.

—Cindy, si yo estuviera en tu lugar, dejaría de tender trampas a Bart. Ya no es un muchachito.

Sin que Cindy lo notara, Toni había entrado en la habitación y esperaba pacientemente para tomar la temperatura a Jory.

—Oh —dijo Cindy, volviéndose hacia Toni al advertir su presencia—. Pensaba que después de aquella terrible escena que Bart hizo en Nueva York te darías cuenta de cómo es él en realidad y te marcharías de este lugar. —La mirada en los ojos de Toni hizo que Cindy echara otra ojeada a Jory, de nuevo mirase a Toni, y se echase a reír—. Vaya, ¡ahora sí que has demostrado sentido común! Lo leo en vuestros ojos, Toni, Jory. ¡Estáis enamorados! ¡Hurra! —Corrió a abrazar y besar a Toni antes de sentarse junto a la silla de Jory mirándole con adoración—. Encontré a Melodie en Nueva York. Lloró mucho cuando le expliqué lo lindos que están los gemelos…, pero al día siguiente de fallarse vuestro divorcio, Melodie se casó con otro bailarín. Jory, se parece mucho a ti, aunque no es ni la mitad de guapo ni baila tan bien como tú.

Jory conservó su leve sonrisa y volvió la cabeza para hacer una mueca a Toni.

—Bueno, ahí va mi paga de pensión alimenticia. Por lo menos hubiera podido avisarme.

De nuevo Cindy se quedó mirando a Toni.

—¿Y qué tal Bart?

—¿Qué sucede conmigo? —preguntó una voz de barítono desde el umbral de la puerta abierta.

Sólo entonces nos dimos cuenta de que Bart estaba allí apoyado indolentemente contra el marco de la puerta, atendiendo a lo que decíamos y hacíamos como si fuésemos especímenes en su zoo especial de rarezas familiares.

—Vaya —dijo arrastrando las palabras—, tan seguro como que vivo y respiro que nuestra pequeña imitación de Marilyn Monroe ha venido para impresionarnos con su espectacular presencia.

—No es así como yo describiría mis sentimientos al verte otra vez —replicó Cindy con los ojos encendidos—. Yo estoy helada, no impresionada.

Bart la examinó de arriba abajo, fijándose en los pantalones de cuero dorados y estrechos y el suéter de algodón blanco y dorado que vestía. Las rayas horizontales resaltaban sus senos, que se agitaban con libertad cada vez que ella se movía, y unas botas doradas, altas hasta las rodillas, cubrían sus pies y piernas.

—¿Cuándo te irás? —preguntó Bart, mirando a Toni que, sentada en la cama, sostenía la mano de Jory. Chris estaba sentado junto a mí en su sofá, intentando ponerse al día con algunas cartas que habían sido enviadas a casa y no a su oficina.

—Querido hermano, di lo que quieras, no me importa. He venido a ver a mis padres y al resto de mi familia. Pronto me iré. Ni unas cadenas de acero podrían retenerme aquí más tiempo del necesario. —Echó a reír, se acercó a él y lo miró directamente a la cara—. No tienes por qué simpatizar conmigo ni aprobarme. Y aunque abras tu bocaza sólo para decir algo insultante, yo me reiré otra vez. ¡He encontrado un hombre que me ama y también te hace parecer a ti como algo extraído del pantano siniestro!

—¡Cindy! —terció Chris ásperamente, dejando el correo sin abrir—. Mientras estés aquí te vestirás adecuadamente y tratarás a Bart con respeto, como él te trataría a ti. Estoy harto de estas discusiones infantiles sobre idioteces.

Cindy lo miró con ojos dolidos.

—Querida, es la casa de Bart —intervine—. Y algunas veces me gustaría verte vestir ropa menos ajustada.

Los ojos azules de Cindy cambiaron, dejando de ser los de una mujer para convertirse en los de una niña. Gimió.

—¿Los dos os ponéis de su lado, a pesar de saber que es un intrigante loco dispuesto a amargarnos a todos?

Toni estaba sentada manifestando cierta inquietud, hasta que Jory se inclinó para susurrarle algo al oído que la hizo sonreír.

—No tiene importancia —oí que Jory decía—. Creo que Bart y Cindy disfrutan atormentándose.

Desgraciadamente la atención de Bart ya no estaba centrada en Cindy. Observaba a Jory, que tenía el brazo por encima de los hombros de Toni. Hizo un gesto de desprecio y después una señal a Toni.

—Ven conmigo. Quiero enseñarte el interior de la capilla con todas las cosas nuevas.

—¿Una capilla? ¿Y por qué necesitamos una capilla? —exclamó Cindy, que no había sido informada de la última transformación de aquel cuarto.

—Cindy, Bart ha querido añadir una capilla a su hogar.

—Bueno, mamá, si alguien ha necesitado alguna vez una capilla cerca, a mano, es el intrigante de la colina y del Hall.

Mi hijo segundo no pronunció ni una palabra. Toni se negó a acompañarle con la excusa de que debía bañar a los gemelos. Por unos instantes, los ojos de Bart brillaron de ira, quedándose después allí, de pie, con un aspecto extrañamente desolado. Me levanté para cogerle de la mano.

—Cariño, me gustaría ver esas cosas nuevas que han hecho en la capilla.

—En otro momento —dijo.

Estuve observándole disimuladamente mientras cenábamos. Cindy fastidiaba a Bart con maneras más bien ridículas que nos hubieran hecho reír a los demás si él hubiera podido apreciar el humor que ella mostraba. Sin embargo, Bart nunca había sido capaz de reír de sí mismo, ¡una lástima! Lo tomaba todo muy en serio.

—¿Sabes, Bart? —decía—. Yo puedo dejar de lado mis debilidades infantiles, incluso las físicas, pero tú no puedes apartar nada de lo que te avinagra las entrañas y te roe el cerebro. Eres como una cloaca, dispuesto a conservar lo podrido y hediondo, sin renunciar nunca a ello.

Bart seguía sin decir nada.

—Cindy —intervino Chris, que había permanecido silencioso hasta entonces—, discúlpate con Bart.

—No.

—Entonces levántate, abandona la mesa y cena en tu habitación hasta que aprendas a hablar de un modo correcto y amable.

Sus ojos centellearon con odio, pero esta vez dirigido a Chris.

—¡De acuerdo! Me retiraré a mi habitación, pero mañana me marcharé de esta casa y ¡nunca más volveré! ¡Nunca más!

Por fin, Bart tuvo algo que decir.

—Hace años que no oía tan buenas noticias.

Cindy lloraba cuando cruzaba el arco del comedor. Esa vez no me levanté para acompañarla. Seguí sentada fingiendo que nada iba mal. En el pasado siempre había protegido a Cindy, castigando a Bart, pero en ese momento lo veía con nuevos ojos. El hijo que nunca había conocido tenía facetas que no eran oscuras y peligrosas.

—¿Por qué no vas al lado de Cindy, como siempre has hecho, madre? —preguntó Bart, como si estuviera desafiándome.

—Todavía no he terminado de cenar, Bart. Y Cindy ha de aprender a respetar las opiniones de los demás.

Bart se quedó mirándome como si mi respuesta lo asombrara.

A la mañana siguiente temprano, Cindy entró intempestivamente en nuestra habitación, sin llamar, sorprendiéndome envuelta en una toalla, recién salida del baño, y a Chris afeitándose todavía.

—Mamá, papá, me marcho —dijo rígidamente—. Aquí no me divierto. Me pregunto por qué me habré molestado en venir. Está claro que habéis decidido poneros del lado de Bart en cada discusión, y siendo ése el caso, yo estoy acabada. El próximo abril tendré veinte años, edad suficiente para no necesitar una familia. —Sus ojos se llenaron de lágrimas a su pesar. Su voz se tornó débil—. Quiero agradeceros que hayáis sido unos padres maravillosos cuando yo era pequeña y necesitaba a alguien como vosotros. Os añoraré a ti, papá, Jory, Darren y Deidre, pero cada vez que vengo aquí me pongo enferma. Si alguna vez decidís vivir en algún lugar lejos de Bart, quizá entonces me veréis otra vez…, quizá.

—¡Oh, Cindy! —exclamé abrazándola—. ¡No te vayas!

—Me marcho, mamá —dijo Cindy con determinación—. Regreso a Nueva York. Mis amigos me ofrecerán una fiesta, de las mejores. En Nueva York todo lo hacen mejor.

Pero sus lágrimas fluían más rápidas y copiosas. Chris se limpió la espuma de afeitar de la cara y se acercó para abrazarla.

—Comprendo cómo te sientes, Cindy. Bart puede ser irritante, pero tú llegaste demasiado lejos la noche pasada. En algún aspecto, resultabas divertida, pero, por desgracia, Bart no sabe apreciar eso. Has de calibrar a quién puedes gastar bromas y a quién no. Has exasperado a Bart, Cindy. Por otro lado, nosotros no nos opondremos si quieres irte tan pronto, pero antes de que lo hagas queremos que sepas que tu madre y yo nos trasladaremos, junto con Jory, sus hijos, y también Toni, a Charlottesville. Encontraremos una casa grande y nos estableceremos entre otras personas, de modo que cuando vuelvas, no te sentirás sola. Bart seguirá aquí, en lo alto de la colina, lejos de ti.

Sollozando, Cindy se abrazó a Chris.

—Lo siento, papá. He sido desagradable con él, pero siempre me dice cosas desagradables, y yo tengo que devolverle el golpe, pues si no me siento pisoteada. No me gusta que me pisotee…, y Bart es como una cloaca, lo es.

—Espero que algún día lo veas de otra manera —dijo Chris con suavidad, alzándole su linda carita cubierta de lágrimas y besándola ligeramente—. De modo que besa a tu madre, despídete de Jory, Toni, Darren y Deidre… pero no digas que no volverás a visitarnos. Todos nos sentiríamos muy desgraciados si eso sucediera. Tú nos proporcionas mucha alegría y nada debería estropear eso.

Mientras ayudaba a Cindy a guardar en la maleta los vestidos que acababa de desempaquetar, noté que ella estaba indecisa; quería quedarse y esperaba que yo se lo pidiera. Por desgracia habíamos dejado la puerta abierta y al volverme vi a Joel en el umbral, vigilándonos.

Joel dirigió su pálida mirada hacia Cindy.

—¿Por qué tienes los ojos enrojecidos, muchachita?

—¡No soy una muchachita! —protestó ella. Lanzó una mirada de odio a Joel—. Tú estás de acuerdo con él, ¿no es cierto? Tú le ayudas a ser lo que es. Estás ahí, de pie, jubiloso porque estoy haciendo el equipaje, ¿no es cierto? Te alegras de que me vaya… pero antes de marcharme, te digo que te vayas también tú, viejo. Y no me importa si mis padres me riñen por no mostrar e respeto a un anciano. —Se acercó a él, erguida, dominando la forma encogida de Joel—. ¡Te odio, viejo! ¡Te odio por impedir que mi hermano sea normal, como hubiera podido ser sin ti! ¡Te odio!

Al oír eso, Chris, que había estado sentado cerca de la ventana, se enfureció.

—Cindy, ¿por qué?. Hubieras podido marcharte sin decir nada.

Joel había desaparecido al instante. Cindy miraba a Chris con ojos sombríos.

—Cindy —dijo Chris suavemente, alargando la mano para acariciarle el cabello—, Joel es un hombre viejo que está muriendo de cáncer. No estará mucho tiempo entre nosotros.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella—. Parece más sano que cuando vino.

—Quizá ha experimentado una ligera mejoría. Se niega a que lo atienda un médico y no permite que yo le examine. Dice que está resignado a morir pronto.

—Supongo que ahora querréis que me disculpe con él… Bueno, ¡pues no lo haré! ¡Cuánto he dicho es cierto! Aquella vez en Nueva York, cuando Bart era tan feliz con Toni, y parecían tan enamorados, apareció de pronto en aquella fiesta un viejo que se parecía a Joel… y Bart se transformó al instante. Se volvió mezquino, odioso, como si le hubieran echado una maldición y comenzó a criticar mis trajes. Dijo que el bonito vestido de Toni era vergonzoso… y hacía sólo unos minutos que había elogiado ese mismo vestido. Así pues, no niegues que Joel tiene mucho que ver con el comportamiento demencial de Bart.

Enseguida suscribí las opiniones de Cindy.

—¿Ves, Chris? Cindy piensa como yo. Si Joel no estuviera utilizando su influencia, Bart se enderezaría. Saca a Joel de esta casa, Chris, antes de que sea demasiado tarde.

—Sí, papá, haz que ese hombre se marche. Dale dinero, líbrate de él.

—¿Y cómo se lo explico a Bart? —preguntó Chris mirándonos—. ¿No os dais cuenta de que es Bart quien ha de ver a Joel tal como es? Nosotros no podemos hacerle comprender que Joel es una influencia dañina. Bart ha de descubrirlo por sí mismo.

Poco después de esa conversación fuimos en el coche a Richmond para acompañar a Cindy al avión que la llevaría a Nueva York. Cindy tenía previsto trasladarse a Hollywood al cabo de una semana para iniciar su carrera cinematográfica.

—Nunca volveré a Foxworth Hall, mamá —repetía—. Te quiero y quiero a papá, aunque ahora esté enfadado conmigo por haber dicho lo que pensaba. Di a Jory que le quiero, a él y a sus hijos. No puedo vivir en esa casa, porque en cuanto de nuevo entro en ella, me acosan malos pensamientos. Marchaos de allí, mamá, papá. Marchaos antes de que sea demasiado tarde.

Yo asentía, confusa.

—Mamá, ¿recuerdas la noche que Bart dio aquella paliza a Víctor Wade? Me arrastró a casa desnuda…, y me condujo a la habitación de Joel. Me sujetó de modo que Joel pudiera verme entera, y ese viejo me escupió y me maldijo. Entonces fui incapaz de explicártelo. Los dos me asustan cuando están juntos. Sin Joel, Bart podría ser bueno, pero, con él y su influencia, puede resultar peligroso.

Pronto estuvo a bordo y nosotros nos quedamos en tierra contemplando el avión que la alejaba.

Cindy partía hacia la luz. Nosotros volvíamos a casa, a las tinieblas.

La situación no podía durar mucho. Para salvar a Jory, Chris, los gemelos y a mí misma, debíamos marcharnos, aunque ello significara no ver nunca más a Bart.