La tormenta amenazaba un perfecto día de verano con sus siniestras nubes oscuras, lo que me obligó a salir temprano al jardín para cortar mis flores mientras todavía estaban frescas por el rocío. Me detuve al ver a Toni coger margaritas blancas y amarillas que llevó a Jory, metidas en un pequeño vaso de leche. Las colocó cerca de la mesa donde mi hijo trabajaba en otra acuarela que representaba a una adorable mujer de cabello oscuro bastante parecida a Toni recogiendo flores. Me ocultaban los densos arbustos y sólo podía echar una ojeada de vez en cuando sin que ninguno de ellos me viese. Por alguna extraña razón, mi instinto me advirtió que debía permanecer quieta y silenciosa.
Jory le dio las gracias a Toni con cortesía, le dedicó una leve sonrisa, enjuagó el pincel en agua clara, lo sumergió en su mezcla azul y dio algunos retoques aquí y allá.
—Nunca consigo mezclar el color exacto del cielo —murmuró como para sí mismo—. El cielo siempre está cambiando… Oh, cuánto daría por tener a Turner de maestro.
Toni se quedó de pie, contemplando cómo jugueteaba el sol con el cabello negro y ondulado de Jory. Éste no se había afeitado, lo que le hacía parecer más viril. De súbito, él alzó los ojos y observó la larga mirada de Toni.
—Me disculpo por el aspecto que tengo, Toni —dijo como avergonzado—. Estaba ansioso por levantarme y afanarme esta mañana antes de que llegue la lluvia y me estropee otro día. Odio los días que no puedo salir al jardín.
Ella continuó sin hablar, mientras el sol glorificaba su piel, bellamente bronceada. Los ojos de Jory se entretuvieron en el rostro limpio y fresco de Toni antes de que por un instante bajase la mirada y observara el resto de su cuerpo.
—Te agradezco las margaritas. Se supone que algo callan. ¿Cuál es el secreto?
Agachándose, Toni recogió algunos bocetos que él había arrojado a la papelera sin acertar. Antes de tirarlos al cubo, Toni dedicó su atención a los temas, y entonces su adorable rostro se ruborizó.
—Has estado dibujándome —susurró.
—¡Tíralos! —ordenó Jory casi enfadado—. No son buenos. Puedo pintar flores y montañas y hacer algunos paisajes medianamente buenos, pero los retratos, ¡son tan difíciles! Nunca puedo captar tu esencia.
—Creo que éstos son muy buenos —protestó ella, estudiándolos otra vez—. No deberías tirar tus bosquejos. ¿Puedo guardarlos?
Con gran esmero, Toni intentó alisar las arrugas de los papeles y los colocó después en una mesa poniendo pesados libros encima de ellos.
—Me contrataron para que cuidara de ti y los gemelos. Pero tú nunca me pides que te ayude en nada. Y a tu madre le gusta jugar con los gemelos por las mañanas, de modo que eso me proporciona un poco de tiempo libre, el suficiente para poder hacer muchas otras cosas. ¿Qué puedo hacer ahora por ti?
El pincel goteando gris coloreó el fondo de las nubes antes de que Jory hiciera una pausa y volviera su silla para poder mirarla de frente. Una sonrisa maliciosa pasó por sus labios.
—En otro tiempo hubiera podido pensar en algo. Ahora te sugiero que me dejes solo. Los inválidos no jugamos a nada excitante, siento decírtelo.
Desilusionada por el aparente fracaso, Toni se dejó caer en una tumbona, larga y cómoda.
—Ahora estás diciendo lo mismo que Bart repite siempre: «¡Vete!», me ordena. «¡Déjame solo!», aúlla. No creí que tú fueses igual que él.
—¿Por qué no? —preguntó Jory con amargura—. Somos hermanos, medio hermanos. Ambos tenemos nuestros momentos odiosos…, entonces es mejor dejarnos solos.
—Creía que era el hombre más maravilloso que existía —dijo ella con tristeza—. Pero supongo que ya no puedo confiar en mi buen juicio. Pensé que Bart quería casarse conmigo y ahora me grita y me ordena que desaparezca de su vista, después me llama y me suplica que lo perdone. Deseo abandonar esta casa y nunca más volver, pero algo me retiene aquí, algo que me susurra a menudo que todavía no es el momento de marchar.
—Sí —dijo Jory, pintando de nuevo con trazos cuidadosos, inclinando la tela para hacer correr sus mezclas y crear fusiones accidentales que en ocasiones daban un bello resultado—. Así es Foxworth Hall. Una vez que cruzas sus puertas, es muy raro que vuelvas a salir.
—Tu esposa se escapó.
—Cierto.
—Pareces tan amargado.
—No estoy amargado, estoy avinagrado, como un encurtido. Disfruto con mi vida. Estoy atrapado entre el cielo y el infierno en una especie de purgatorio donde los fantasmas del pasado vagan por los pasillos durante la noche. Puedo oír el sonido metálico de las cadenas que arrastran, y agradezco que nunca aparezcan; quizá el sonido silencioso de las ruedas de caucho de mi silla les asusta y aleja.
—¿Por qué te quedas si piensas de esa manera?
Jory se apartó de su cuadro, y fijó en ella sus ojos oscuros.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí conmigo? Ve junto a tu amante, pues al parecer te gusta la manera en que te trata. A ti te resultaría bastante fácil huir porque no estás aquí atada por los recuerdos, llena de esperanzas o sueños que no se hacen realidad. Tú no eres una, Foxworth, ni una Sheffield. Este Hall no tiene cadenas que te aten.
—¿Por qué lo odias?
—¿Por qué no lo odias tú?
—Algunas veces sí lo odio.
—Confía en tu sensatez y vete. Vete antes de que te transforme, por contagio, en lo que somos nosotros.
—Y, ¿qué eres tú?
Jory acercó su silla al borde de las losas, donde comenzaban los macizos de flores, y miró fijamente hacia las montañas.
—En otros tiempos fui un bailarín, y no pretendí nada más allá de eso. Ahora que no puedo bailar, debo suponer que no soy nada importante para nadie. De modo que me quedo, pensando que pertenezco a este lugar más que a cualquier otro.
—¿Cómo puedes decir lo que acabo de escuchar? ¿No crees que eres importante para tus padres, tu hermana, y sobre todo para tus hijos?
—Ellos no me necesitan en realidad, ¿o no es así? Mis padres se tienen el uno al otro, mis hijos los tienen a ellos, Bart te tiene a ti y Cindy tiene su carrera. Eso me deja a mi como el hombre que sobra.
Toni se levantó, se situó detrás de la silla de ruedas, y comenzó a hacerle un masaje en la nuca con dedos hábiles.
—¿Te sigue molestando la espalda durante la noche?
—No —respondió él roncamente. Mentía.
Oculta detrás de los arbustos, proseguí cortando rosas, presintiendo que ellos ignoraban que yo me encontraba allí.
—Si alguna vez te duele otra vez la espalda, llámame y te daré un masaje que te alivie el dolor.
Girando su silla para encararse con Toni, Jory la miró con ferocidad. Ella tuvo que retroceder de un salto para no ser derribada.
—De modo que parece que, ya que no puedes conseguir un hermano, te conformas con el otro, con el inválido que no podrá resistir tus muchos encantos, ¿verdad? Gracias, pero no, gracias. Mi madre me dará masajes si la espalda me duele.
Toni se alejó con lentitud, volviéndose un par de veces para mirarle. Sin darse cuenta de que le dejaba con el corazón herido. Toni cerró una de las contrapuertas detrás de ella sin hacer ruido. Yo dejé de cortar rosas para la mesa del desayuno y me senté en la hierba. Detrás de mí, los gemelos estaban jugando a «iglesias».
Siguiendo las instrucciones de Chris, estábamos haciendo todo lo posible para incrementar su vocabulario a diario, y parecía dar resultado.
—Y el Señor dijo a Eva: «Vete de este lugar». —La voz infantil de Darren estaba llena de risitas.
Me volví para mirarles. Ambos se habían quitado los trajes y las sandalias blancas para tomar el sol. Deidre puso una hoja en el pequeño órgano viril de su hermano, y después miró a su propio lugar íntimo. Frunció el entrecejo.
—Dare, ¿qué es pecar?
—Es como correr —respondió su hermano—. Malo cuando estás descalzo.
Ambos rieron con malicia y se incorporaron ligeros para correr hacia mí. Los tomé en mis brazos y sostuve sus cuerpos suaves, cálidos y desnudos cerca de mí, bañando sus rostros con una lluvia de besos.
—¿Habéis desayunado ya?
—Sí, abuelita. Toni nos ha dado jugo de pomelo, que es horrible. Hemos comido todo menos los huevos. No nos gustan.
Ésa fue Deidre, que era la que hablaba casi siempre en nombre de Darren, de la misma manera que Carrie había sido la voz de Cory la mayor parte del tiempo.
—Mamá…, ¿cuánto hace que estás aquí? —preguntó Jory. Parecía molesto, algo avergonzado.
Levantándome, sostuve a los gemelos desnudos en mis brazos y me encaminé hacia mi hijo.
—He encontrado a Toni en la piscina enseñando a nadar a los gemelos, le he pedido que viniera a ver cómo estabas tú mientras yo cuidaba de los pequeños. Han adelantado mucho. Se mueven en el agua con mucha más soltura. ¿Por qué no nos has acompañado esta mañana?
—¿Por qué te has ocultado?
—Sólo he estado cogiendo rosas, como todas las mañanas, Jory. Sabes que lo hago todos los días. Las flores recién cortadas con que todas las mañanas adorno las habitaciones hacen la casa más acogedora y le dan mayor calidez. —Juguetonamente le puse una rosa roja detrás de la oreja. Jory se la quitó con brusquedad y la metió con las margaritas que Toni le había ofrecido.
—Nos has oído a Toni y a mí, ¿verdad?
—Jory, cuando estoy al aire libre en agosto, sabiendo que septiembre se avecina, aprovecho todos los momentos y les doy el valor que tienen. El aroma de la rosa me hace pensar que estoy en el cielo, o en el jardín de Patufi. Tenía los jardines más preciosos que pueda haber. Eran de todas clases, divididas en zonas que representaban jardines ingleses, japoneses, italianos…
—¡Todo eso lo he oído muchas veces! —atajó Jory con impaciencia—. Te he preguntado si nos has oído.
—Sí. He oído cada una de vuestras fascinantes palabras y cuando he tenido ocasión, he echado una miradita por encima de las rosas para observaros.
El semblante de Jory se ensombreció, mientras yo dejaba en el suelo a los gemelos y daba una palmadita en sus traseros desnudos, diciéndoles que buscaran a Toni para que les ayudara a vestirse. Ellos se alejaron corriendo, como pequeños muñecos desnudos.
Me senté y sonreí a Jory, que me lanzó una mirada furiosa y acusadora. Se parecía mucho más a Bart cuando se enfadaba.
—De verdad, Jory, no quería fisgonear. Estaba ahí antes de que vosotros salierais. —Hice una pausa y miré su cara enfurruñada—. Amas a Toni, ¿verdad?
—¡No la amo! ¡Es de Bart! Maldita sea si voy a quedarme otra vez con las sobras de Bart.
—¿Otra vez?
—Vamos, mamá. Sabes tan bien como yo el motivo por el que Mel se marchó de esta casa. Bart lo dejó bastante claro, y también ella, aquella mañana que el clíper fue destrozado tan misteriosamente. Melodie se habría quedado aquí para siempre si Bart se hubiera mantenido en su posición de sustituto mío. Creo que ella se enamoró de él sin darse cuenta, mientras trataba de satisfacer su necesidad de mí y el sexo que compartíamos. Tumbado en mi cama la oía llorar por las noches, y me compadecía de ella, más que de mí mismo. Era un infierno entonces y sigue siendo un infierno ahora; una clase distinta de infierno.
—Jory, ¿qué puedo hacer para ayudarte?
Jory se inclinó, mirándome a los ojos con tal intensidad que me acordé de Julián y de las muchas maneras en que yo lo había defraudado.
—Mamá, a pesar de todo lo que esta casa representa para ti, yo he terminado por sentirla como si fuera mi hogar. Los pasillos y las puertas son anchas. Dispongo de un ascensor para subir y bajar en mi silla. Hay una piscina, terrazas, jardines y bosques. Realmente… es una especie de paraíso, excepto por algunos fallos. Antes sufría porque nunca llegaba el momento de alejarme. Ahora no deseo marcharme. Aunque no deseo añadir nuevas preocupaciones a las que ya tienes, necesito hablar.
Esperé angustiada oír esos pocos «fallos».
—Cuando yo era niño, creía que el mundo rebosaba de maravillas y que los milagros podían suceder; los ciegos verían algún día, los inválidos caminarían y así sucesivamente. Pensando de esa manera, todas las injusticias que veía alrededor y toda la fealdad, mi mirada los mejoraba. Creo que el ballet no me permitió crecer del todo y por eso mantuve la idea de que los milagros podían ocurrir de verdad si uno creía en ellos con vehemencia, como en esa canción: «Cuando formulas un deseo en una estrella, los sueños se hacen realidad».
Como en el ballet los milagros ocurren continuamente, seguí siendo niño aun después de convertirme en adulto. Todavía estaba convencido de que en el mundo exterior, en el mundo real, todo resultaría bien a la larga si yo lo deseaba con suficiente fe. Mel y yo compartíamos esa creencia. Hay algo en el ballet que te mantiene virginal, por decirlo de alguna manera. No ves el mal, no lo oyes, aunque eso no significa que no se hable de él. Ya sabes lo que quiero decir, estoy seguro, pues también ése fue tu mundo.
Hizo una pausa y miró hacia el cielo amenazador.
—En ese mundo yo tuve una esposa que me amaba. En el mundo exterior, el mundo real, ella encontró rápidamente un amante que me sustituyera. Yo odiaba a Bart por habérmela arrebatado cuando yo más la necesitaba. Después odié a Mel por permitir a Bart que la utilizara como un medio más para dañarme. Y continúa hiriéndome, mamá. No te contaría todo lo que está pasando si no fuese porque algunas veces temo por mi vida. Tengo miedo por mis hijos.
Yo escuchaba tratando de no demostrar asombro, mientras Jory hablaba de todo aquello que antes ni siquiera había insinuado.
—¿Recuerdas las barras paralelas donde yo realizaba ejercicios para aprender a usar los soportes de la espalda y las piernas? Bueno, —pues alguien raspó el metal de modo que, cuando deslicé las manos por los ralles, se clavaron trocitos de metal en la piel de mis manos. Papá me los extrajo y me prometió que no te lo diría.
Sentí un profundo estremecimiento en mi interior.
—¿Qué más ha habido, Jory? Eso no es todo, puedo adivinarlo por tu expresión.
—No hay mucho más, mamá. Cosas pequeñas cuyo único propósito es amargarme la vida; insectos en el café, el té o la leche, el azucarero lleno de sal, el salero lleno de azúcar…, trucos estúpidos, travesuras infantiles que, sin embargo, podrían resultar peligrosas. Chinchetas en la cama, en el asiento de mi silla de ruedas… En esta casa, siempre es Halloween para mí. Algunas veces me echaría a reír porque es todo tan estúpido… Pero cuando meto el pie en un zapato y hay en la puntera un clavo que mis dedos no pueden sentir y me causa una infección porque la circulación de mi pierna no es muy buena, ésta ya no es una cuestión de risa. Podría costarme una pierna. Pierdo mucho tiempo revisándolo todo antes de usarlo, como, por ejemplo, las maquinillas con hojas nuevas que, de pronto, están oxidadas.
Miró alrededor como si quisiera comprobar que Joel o Bart no estaban a la escucha y, aunque no vio nada, pues yo miré también, el volumen de su voz bajó hasta convertirse en murmullo.
—Ayer hizo mucho calor, ¿recuerdas? Tú misma abriste tres de las ventanas de mi habitación para que yo tuviera brisa fresca; después el viento cambió, sopló del norte y se volvió muy frío. Te apresuraste a cerrar las ventanas y cubrirme con otra manta. Yo me dormí. Media hora después me desperté como si me hallaba en el Polo Norte. Las ventanas, las seis ventanas, estaban completamente abiertas, permitiendo que la lluvia entrase y mojase mi cama. Pero eso no era lo peor. Me habían quitado las mantas. Iba a pulsar el timbre para que alguien acudiese a ayudarme, pero el timbre no estaba. Me senté e intenté coger la silla de ruedas. No estaba donde normalmente la dejo, junto a mi cama. Por un momento me sentí aterrorizado. Entonces gracias a que ahora noto que tengo más fuerza en los brazos, bajé hasta el suelo y los utilicé para encaramarme a una silla normal que pude colocar cerca de las ventanas. Pensé que, desde el asiento de la silla, podría bajar las ventanas con facilidad, pero fui incapaz de cerrar la primera ventana. Me acerqué a otra y tampoco aquélla podía cerrarse. Estaba pegada con la capa de pintura fresca que mandamos dar hace algunas semanas. Me di cuenta de que era inútil que lo intentase con las otras cuatro, , enfrentándome a aquella lluvia helada y el viento frío que pasaban por los huecos abiertos. Sin embargo, tozudo, como dices a menudo que soy, insistí. No hubo suerte. Entonces me deslicé al suelo y me arrastré hacia la puerta. Estaba cerrada con llave. Recorrí toda la habitación, ayudándome con las patas de los muebles, hasta llegar al armario, donde me metí, tiré de un abrigo de invierno, con el que me cubrí y me quedé dormido.
¿Qué le ocurría a mi rostro? Me sentía tan aturdida que no podía mover los labios, ni hablar, ni siquiera mostrar asombro. Jory me miraba con severidad.
—Mamá, ¿estás escuchando? ¿Estás pensando? Vamos…, no hagas comentarios hasta que termine mi historia. Como te acabo de decir, me quedé dormido en el armario, empapado de agua. Cuando me desperté, me hallaba otra vez en la cama, y estaba seca. Me habían arropado con las sábanas y las mantas, y llevaba un pijama limpio. —Hizo una dramática pausa y miró directamente a mis ojos horrorizados—. Mamá, si alguien de esta casa quería que yo contrajera una pulmonía y muriese, ¿me habría dejado otra vez en la cama y me habría abrigado? Papá no se encontraba en casa para cogerme, y tú no tienes fuerza suficiente.
—Pero Bart no te odia tanto —murmuré—. No te odia en absoluto.
—Quizá fue Trevor quien me encontró, y no Bart. Pero de todos modos, no creo que Trevor sea lo bastante joven y fuerte para levantarme. Sin embargo, alguien de esta casa me odia —declaró firmemente—. Alguien a quien le gustaría que me marchara. He estado reflexionando sobre esto detenidamente y he llegado a la conclusión de que tuvo que ser Bart quien me encontró en el armario y me puso en la cama. ¿Se te ha ocurrido pensar que si tú, papá y los gemelos no os interpusierais, Bart tendría nuestro dinero además del suyo propio?
—Pero ¡si ya es escandalosamente rico! ¡No necesita más!
Jory hizo girar su silla de ruedas de modo que la encaró hacia el este.
—En realidad, Bart nunca antes me había dado miedo. Siempre me había inspirado lástima y había querido ayudarle. He pensado en marcharme de aquí con los gemelos, contigo y con papá…, pero ésa es la salida cobarde. Si fue Bart quien abrió esas ventanas para que entraran la lluvia y el viento, más tarde cambió de intención y decidió rescatarme. Pienso en el clíper y en cómo fue destrozado, y sé que Bart no pudo ser responsable de ello, ya que lo deseaba mucho. Y pienso en Joel, a quien tú crees responsable, y luego me planteo en quién entre nosotros tiene más influencia sobre Bart. Alguien está sobre Bart, haciendo retroceder el reloj para que vuelva a ser aquel muchachito atormentado de diez años que quería que tú y su abuela murierais en el fuego para ser redimidas…
—Por favor, Jory, me dijiste que nunca mencionarías de nuevo ese período de nuestras vidas.
Se produjo un silencio, un silencio prolongado, interminable, antes de que Jory prosiguiera.
—Los peces de mi acuario murieron la noche pasada. Alguien desconectó su filtro de aire y el control de temperatura estaba destrozado. —De nuevo hizo una pausa, observando detenidamente mi rostro—. ¿Crees algo de lo que acabo de contarte?
Fijé la mirada en las vagas montañas azuladas, de cimas suaves y redondeadas que me evocaban la imagen de antiguas vírgenes gigantescas muertas, abandonadas en hileras curvadas, quedando de ellas solamente sus senos firmes, cubiertos de musgo. Mi mirada se alzó al cielo, profundamente azul, donde nubes tormentosas se alargaban como plumas junto a otras leves, relucientes y doradas, que, detrás de aquéllas, preludiaban un día mejor.
Bajo un cielo como aquél, rodeados por las mismas montañas, Chris, Cory, Carrie y yo habíamos afrontado el horror mientras Dios nos observaba. Mis dedos alejaron nerviosamente aquellas invisibles telarañas, intentando encontrar las palabras adecuadas.
—Mamá, aunque mucho me desagrade tener que decirlo, creo que hemos de renunciar a la esperanza de que Bart cambie. No podemos confiar en su esporádico amor hacia nosotros. Bart necesita otra vez ayuda profesional. Siempre había creído sinceramente que llevaba dentro una gran cantidad de amor que era incapaz de expresar o sacar de su interior, pero aquí estoy ahora, pensando que ya no tiene remedio ni salvación. No podemos sacarle de su propia casa… a menos que se le declare demente y lo internen en un sanatorio psiquiátrico. No quiero que eso suceda, y sé que tú tampoco. Por lo tanto, lo único que podemos hacer es marcharnos. Y es extraño, pero ahora no tengo ganas de irme aunque sienta que mi vida está amenazada. Me he acostumbrado a esta casa; amo estar aquí, y no me importa arriesgar mi vida ni las vuestras. La intriga de lo que pueda suceder hoy impide que me sienta aburrido. Mamá, el mayor tormento de mi vida es el aburrimiento.
Yo no estaba escuchando a Jory. Mis ojos se agrandaban al ver a Deidre y a Darren seguir a Joel y a Bart, hacia la pequeña capilla, que disponía de su propia puerta exterior y a la que se podía acceder desde los jardines. Desaparecieron dentro y la puerta se cerró.
Olvidé mi cesto de rosas recién cortadas y me puse en pie de un salto. ¿Dónde estaba Toni? ¿Por qué no estaba protegiendo de Bart y de Joel a los mellizos?, Entonces me sentí como una tonta, ¿por qué debía creer Toni que Bart o Joel supusiesen una amenaza para aquellas dos criaturas pequeñas e inocentes? Me despedí apresuradamente de Jory, le dije que no se preocupase, que volvería al cabo de unos minutos con Darren y Deidre para que todos comiéramos juntos.
—Jory, ¿no te importa si te dejo solo algunos minutos?
—Claro, mamá. Ve a buscar a mis pequeños. Esta mañana he hablado con Trevor y me ha dado un intercomunicador que funciona con baterías y nos mantiene en contacto. Se puede confiar totalmente en Trevor.
Con la tranquilidad que me daba la lealtad de nuestro mayordomo, me apresuré a ir junto a los cuatro que ya estaban dentro de la capilla.
Pocos minutos después, me deslizaba por la pequeña escalera que conducía a la puerta interior para entrar en la capilla que, según Joel había dicho a Bart, era imprescindible si éste deseaba redimir su alma del pecado. Era una habitación pequeña que intentaba imitar los oratorios de que muchos viejos castillos y palacios disponían para el recogimiento religioso de la familia. Allí estaba Bart, arrodillado detrás de la primera fila de asientos, con Darren a un lado y Deidre al otro. Joel se hallaba de pie en el púlpito, con la cabeza inclinada, como si comenzara a rezar. Con el mayor sigilo posible, me acerqué despacio para esconderme en la sombra de una columna.
—No nos gusta estar aquí —se quejó Deidre en un murmullo.
—Estate quieta. Ésta es la casa de Dios —advirtió Bart.
—Oigo que mi gatito está llorando —dijo Darren débilmente, alejándose temeroso de Bart.
—No puedes oír a tu gato de ninguna manera, ni a ningún gato que llore a tanta distancia. Además, no es tuyo, sino de Trevor, que te permite jugar con él.
Los gemelos empezaron a respingar, intentando sofocar sollozos de angustia. A ambos les encantaban los gatitos, los cachorros, los pájaros, cualquier animal que fuese menudo.
—¡Silencio! —ordenó Bart—. No oigo nada procedente del exterior, pero si escucháis con atención, Dios hablará y os dirá cómo sobrevivir.
—¿Qué es sobrevivir?
—Darren, ¿por qué permites que tu hermana haga siempre todas las preguntas?
—Ella pregunta mejor.
—¿Por qué está tan oscuro aquí dentro, tío Bart?
—Deidre, como todas las mujeres, hablas demasiado.
La pequeña comenzó a gemir.
—¡No es cierto! A la abuelita le gusta que le hable…
—A tu abuela le gusta que hable cualquier persona mientras no sea yo —respondió Bart amargamente, pellizcando a Deidre en su diminuto brazo para hacer que se estuviera quieta.
En el estrado, donde Joel alzaba la cabeza, ardían docenas de velas. Los arquitectos habían dispuesto la construcción para que los puntos del techo convergieran en aquel que se hallara en el púlpito, de modo que Joel quedaba encuadrado en el mismo centro de una cruz luminosa y mística.
Con voz clara y alta, Joel dijo:
—Nos alzaremos y cantaremos alabanzas al Señor, antes de que se inicie el sermón de hoy. —Su voz resonaba, segura y autoritaria.
Me había instalado en incómoda postura detrás de la columna desde donde podía espiar sin ser vista. Como dos pequeños robots, los mellizos, que parecían haber estado allí otras muchas veces, sin que su padre, Chris, Toni o yo nos enterásemos, estaban bien adiestrados o intimidados. Se levantaron muy obedientes, uno a cada lado de Bart, que presionaba con las manos los hombros de los pequeños, y comenzaron, con él, a entonar himnos. Sus voces eran débiles, balbuceantes, incapaces de seguir bien la tonada. Sin embargo, se esforzaban por mantenerse a tono con Bart, que me sorprendió con una asombrosa voz de excelente barítono.
¿Por qué Bart no había cantado de igual manera cuando nosotros asistíamos a los servicios religiosos? ¿Acaso Chris, Jory y yo intimidábamos a Bart de tal modo que escondía lo que debía de ser un don natural con el que Dios le había bendecido? Cuando habíamos elogiado a Cindy por su bonita voz, Bart había fruncido el entrecejo sin decir nada que indicase que él también poseía esa misma facultad para el canto. Oh, esa complejidad de Bart me conduciría a la locura.
En otras circunstancias menos siniestras, me hubiera emocionado al oír la voz de Bart elevándose tan gozosa mientras ponía en ella todo su corazón. A través de las vidrieras de las ventanas se filtraba la luz del sol glorificando la cara de Bart con tonos púrpura, rosa y verde. Qué hermoso aparecía mientras cantaba, con los ojos alzados, como si realmente estuviera inspirado por el Espíritu Santo.
Me conmovió su fe en Dios. A mis ojos acudieron lágrimas mientras me invadía una sensación de alivio que me hacía sentir limpia.
«Oh, Bart, no puedes ser del todo malo si cantas de esa manera y tienes ese aspecto. No es demasiado tarde para salvarte, ¡no puede serlo!».
No era de extrañar que Melodie lo hubiese amado, ni que Toni fuese incapaz de dar media vuelta y abandonar a un hombre semejante.
«Oh, cantad esta canción…, esta canción de amor hacia Ti. En Dios confiamos, en Dios confiamos …». Su voz se elevaba, ahogando las voces de los gemelos. Me sentí transportada, fuera de mí, deseando creer en los poderes de Dios. Me hinqué de rodillas, inclinando la cabeza.
—Gracias, Dios mío —murmuré—. Gracias por salvar a mi hijo.
Entonces lo observé de nuevo, acogiéndome al Espíritu Santo y deseando creer en todo lo que Bart hacía.
De pronto, me llegaron palabras del pasado, palabras que Bart había escuchado en su día.
—Hemos de tener cuidado con Jory —había advertido Chris—. Su sistema de inmunidad ha quedado desequilibrado. No podemos permitir que contraiga un resfriado que pudiera llenar de líquido sus pulmones…
Sin embargo, yo seguía arrodillada, transfigurada. En esos momentos no podía creer que Bart fuese nada más que un hombre joven muy angustiado intentando, con enorme desesperación, encontrar lo que era justo para él.
La voz poderosa de Bart acabó el himno. ¡Oh, si Cindy hubiera podido oírle! Si ambos hubieran podido cantar juntos, amigos al fin, unidos por sus talentos. No había nadie para aplaudir cuando terminó su canto. Sólo quedaron el silencio y el palpitar de mi alborotado corazón.
Los gemelos miraron a Bart con sus azules ojos, grandes e inocentes.
—Canta otra vez, tío Bart —suplicó Deidre—. Canta aquello acerca de la roca…
Ahora ya sabía por qué los niños acudían a la capilla: para oír cantar a su tío, para sentir lo que yo estaba sintiendo, una presencia invisible, cálida y consoladora.
Sin ningún acompañamiento, Bart cantó Roca de los tiempos. Para entonces, yo era una confusión de emociones. Con una voz como aquélla, Bart podía tener el mundo a sus pies y, en cambio, prefería encerrar bajo llave su talento en un despacho.
—Con eso basta, sobrino —dijo Joel cuando la segunda canción hubo terminado—. Ahora sentaos todos, comenzaremos el sermón de hoy.
Bart, obediente, tomó asiento y obligó a sentarse a los gemelos junto a él. Mantuvo el brazo protector sobre los hombros de los pequeños de tal modo que de nuevo me emocioné hasta llorar. ¿Amaba Bart a los hijos de Jory? ¿Había fingido durante todo el tiempo que le desagradaban porque se parecían a los malignos gemelos del pasado?
—Inclinemos nuestras cabezas y roguemos —dijo Joel.
Mi cabeza también se inclinó. Escuché su rezo con incredulidad. Parecía enormemente profesional, preocupado por aquellos que nunca habían experimentado el gozo de ser «salvados» y pertenecer enteramente a Cristo.
—Cuando abrís vuestros corazones y dejáis que Cristo entre, Él os llena de amor. Cuando vosotros améis al Señor, améis a su Hijo, que murió por vosotros, y creáis en los caminos justos de Dios y de su Hijo crucificado de modo tan cruel, encontraréis la paz llena de plenitud que siempre os ha sido esquiva anteriormente. Abandonad vuestros pecados, vuestras espadas, vuestras corazas, vuestra ambición de poder y de dinero. Abandonad vuestras apetencias terrenales que anhelan los placeres de la carne. Abandonad todos vuestros deseos terrenales que nunca pueden satisfacerse y ¡creed!, ¡creed! Seguid los pasos de Cristo, seguidle allí a donde Él os conduzca, creed en sus enseñanzas y seréis salvados. Salvados de las maldades de este mundo pecador y ambicioso de sexo y de poder. ¡Salvaos antes de que sea demasiado tarde!
Su ardoroso celo era terrible. ¿Cómo podía yo creer en su feroz sermón como creía en la bella voz de Bart? ¿Por qué acudían a mí visiones de viento y lluvia cayendo sobre Jory que alejaban de mí la oratoria evangélica de Joel? Sentí que había traicionado a Jory con mi creencia momentánea de que incluso Joel era lo que parecía ser en ese momento.
Había más en su sermón. Me quedé sobrecogida ante el inusitado tono coloquial que adquirió en ese momento, como si estuviera hablando directamente con Bart.
—Las voces del pueblo se han acallado por ahora porque hemos construido, en esta gran mansión de la montaña, un pequeño templo dedicado a adorar al Señor. Los trabajadores que construyeron esta casa divina de adoración y crearon los complicados adornos les han contado lo que hemos hecho, y otros han corrido la voz de que los Foxworth están tratando de salvar sus almas. Ellos sólo hablan de venganza contra los Foxworth, que les han gobernado durante más de doscientos años. En lo más profundo de sus corazones permanecen enterrados muchos agravios por el mal que les causaron en el pasado nuestros ascendientes ambiciosos y egoístas. Ellos no han olvidado ni perdonado los pecados de Corine Foxworth, que se casó con su medio tío, ni han perdonado los pecados de tu madre, Bart, y el hermano al que ama. Bajo tu mismo techo. Ella le da todavía el placer de gozar de su cuerpo, como ella toma el placer del de él… y bajo el propio cielo azul de Dios, ambos yacen desnudos antes de fundirse los dos en uno. No pueden pasar el uno sin el otro, como si fuesen adictos a alguna de las muchas drogas que abundan en nuestra sociedad de hoy, sin rumbo, inmoral, egoísta y obstinada.
El médico, su propio hermano, se redime un poco con sus esfuerzos por servir a la humanidad, dedicando su vida profesional a la medicina y a la ciencia. De modo que él puede ser perdonado con más facilidad que la mujer pecadora, tu madre, que nada ofrece al mundo salvo una hija pervertida que se volverá, quizá, todavía peor, y un primogénito que danzaba de forma indecente, por dinero y para glorificar su cuerpo. Por tal pecado ha tenido que pagar, y ha pagado un alto precio, perdiendo el uso de sus piernas; y al perder sus piernas, ha perdido su cuerpo; y al perder su cuerpo, ha perdido a su esposa… El destino demuestra una sabiduría infinita cuando decide a quién castigar y a quién ayudar.
Hizo una pausa, como para producir un efecto dramático, antes de clavar en Bart su penetrante mirada llena de fanatismo, como si quisiera imprimir su voluntad en el cerebro de mi hijo por la fuerza bruta.
—Ahora, hijo mío, conozco el amor que sientes por tu madre y sé que algunas veces se lo perdonarías todo… Error, error… porque, ¿la perdonará Dios? No, no creo que lo haga. Sálvala, porque, ¿cómo puede Dios perdonarla si ella es culpable de seducir a su hermano atrayéndole a sus brazos?
Hizo una nueva pausa, con sus pálidos ojos iluminados por un ardor religioso, esperando que Bart le respondiera.
—¡Tengo hambre! —gimió Deidre de repente.
—Yo también —amenazó Darren.
—¡Os quedaréis, y haréis lo que tenéis que hacer, o sufriréis las consecuencias! —amenazó Joel desde el púlpito.
Los gemelos se encogieron hasta convertirse en pequeñas conchas, mirando fijamente a Joel con los ojos agrandados por el miedo. ¿Qué había hecho Joel para inspirarles tanto temor? ¡Oh, Dios mío! ¿Habría yo facilitado a Joel y Bart una oportunidad para dañar de alguna manera a los pequeños?
Transcurrieron largos minutos, como si Joel estuviera poniéndoles a prueba deliberadamente. Yo hubiera querido levantarme de un salto y ordenar a Joel que cesase de inculcar pensamientos malignos a unos niños inocentes. Pero allí estaba Bart, como si no oyera las palabras de Joel. Tenía sus oscuros ojos fijos en la magnífica ventana con vidriera de colores situada tras el púlpito, que mostraba a Jesús con los niños a sus pies, mirándole a la cara con adoración; la misma adoración que apreciaba en la cara de Bart. No estaba escuchando a su tío abuelo, sino llenándose con la presencia que incluso yo podía sentir en ese lugar.
Dios existía, siempre había estado allí aun cuando yo había querido negarle.
Las palabras de Cristo tenían en verdad significado en el mundo de hoy y, de alguna manera, sus enseñanzas habían penetrado y encontrado un lugar en las perturbadas ondas cerebrales de Bart.
—Bart, ¡tus sobrinos están durmiéndose! —reprochó Joel muy enfadado—. ¡Estás descuidando tus deberes! ¡Despiértalos! ¡Inmediatamente!
—Tolera a los pequeños, tío Joel —dijo Bart—. Tus sermones duran demasiado, y ellos se aburren y se inquietan. No son malos ni están corrompidos. Han nacido dentro de los votos sagrados del matrimonio. No son aquellos primeros gemelos, los gemelos nacidos de la misma sangre. Tío, no son los gemelos malignos…
Aunque veía a Bart alzar a Darren y Deidre en sus brazos, sosteniéndolos de una manera protectora, sentí temor y a la vez esperanza. Bart estaba demostrándose que era tan puro y noble como su padre.
De pronto oí palabras que me helaron la sangre. Me quedé atónita en las sombras. Bart se había levantado con los gemelos en sus brazos.
—Déjalos en el suelo —ordenó Joel.
Había terminado su sermón y su voz fuerte tornaba a su débil susurro habitual. ¿Había agotado su suministro de energía de modo que ya era ineficaz?
Rogué que así fuese.
—Ahora, niños que no habéis aprendido cómo controlar las exigencias físicas, repetid las lecciones que e intentado enseñaros. Hablad, decidme, ¡Darren, Deidre! Pronunciad las palabras que habéis de guardar para siempre en vuestras mentes y corazones. Hablad, Y dejad que Dios os oiga.
Los pequeños tenían voces idénticas finas e infantiles. Raras veces decían más que unas pocas palabras al mismo tiempo. A menudo utilizaban mal la sintaxis…, pero en esta ocasión entonaron y se expresaron correcta y gravemente como adultos.
Bart escuchaba con atención, como si hubiera de ayudarles en su aprendizaje.
—Nosotros somos niños nacidos de mala semilla. Somos sucesores del diablo, procreación suya. Hemos heredado todos los genes malos que conducen a una relación inces… incestuosa.
Complacidos con ellos mismos, sonrieron con alegría por haberlo dicho bien, sin comprender el significado de las palabras en lo más mínimo. Después, ambos volvieron sus graves ojos azules hacia aquel terrible viejo del púlpito.
—Mañana continuaremos con nuestras lecciones —dijo Joel cerrando su enorme Biblia negra.
Bart cogió a los gemelos, les besó en la mejilla y les dijo que ahora se pondrían unos pantalones limpios y secos, comerían el almuerzo, se bañarían y, tras una buena siesta, asistirían de nuevo a los servicios en la capilla.
En ese momento me levanté y avancé un paso a plena luz.
—Bart, ¿qué estás tratando de hacer con los hijos de Jory?
Se quedó mirándome de hito en hito, al tiempo que palidecía su tez bronceada.
—Madre, se supone que tú no has de venir aquí excepto los domingos…
—¿Por qué? ¿Esperas mantenerme alejada para que tú puedas moldear a los gemelos hasta convertirlos en seres humanos retorcidos que más tarde puedas castigar? ¿Es ése tu propósito?
—¿Quién te torció a ti convirtiéndote en lo que eres? —me preguntó Joel con frialdad en sus ojos pequeños y duros.
En una salvaje acometida de rabia, di la vuelta para enfrentarme a él.
—¡Tus padres! —exclamé—. Tu hermana, Joel, nos encerró con llave y nos tuvo aislados, viviendo de promesas un año tras otro mientras Chris y yo nos convertíamos en adultos sin nadie a quien amar, salvo el uno al otro. Por tanto, culpa a aquellos que hicieron de Chris y de mí lo que somos. Pero antes de que pronuncies otra palabra más, déjame hablar a mí.
»Amo a Chris y no me avergüenzo. Crees que no he dado nada al mundo que sea importante y, sin embargo, aquí tienes a tu sobrino nieto, sosteniendo a mis nietos, Y en la terraza se halla otro de mis hijos. ¡Y ellos no están corrompidos! No son hijos del diablo, o procreación suya. ¡Nunca te atrevas, por mucho que vivas, a decir esas palabras otra vez a cualquiera de los que me pertenecen o te prometo que me encargaré de que seas declarado senil y te encierren!
El color volvió al rostro de Bart mientras la piel pastosa de Joel se ponía pálida. Su mirada buscaba desesperadamente la de Bart, pero éste estaba mirándome con fijeza como si nunca me hubiera visto hasta ese momento.
—Madre —dijo débilmente, y hubiera dicho más pero los gemelos se arrancaron de sus brazos y se acercaron a mí corriendo.
—Hambre, abuelita, hambre…
Mi mirada se clavó en los ojos de Bart.
—Tienes la voz más hermosa que haya oído en mi vida —dije, retrocediendo y llevándome conmigo a los niños—. Sé tú mismo, Bart. No necesitas a Joel. Tú has encontrado tu talento, utilízalo.
Bart se quedó allí inmóvil, como si tuviera un caudal de cosas que decir, pero Joel estaba tirando de su brazo, suplicante, del mismo modo que los gemelos pedían la comida.