LOS NUEVOS AMANTES

Se encontraban en la penumbra. Se besaban en los pasillos. Frecuentaban los soleados y espaciosos jardines, por donde paseaban a la luz de la luna. Nadaban juntos, jugaban juntos al tenis, paseaban cogidos de la mano por las riberas del lago, corrían por entre los árboles, comían al borde de la piscina, junto al lago, en el bosque. Iban a bailar, a los restaurantes, el teatro y el cine.

Vivían en su propio mundo mientras nosotros parecíamos invisibles, ni vistos ni oídos por ellos; y así sería mientras ellos pudieran mirarse el uno al otro a través de la mesa con los ojos hechizados, como si hubieran atrapado al mundo por la cola y nunca quisieran soltarlo. Me sentí envuelta en su romance a mi pesar, emocionada por tener cerca de mí unos jóvenes amantes tan bellos y resplandecientes, parecidos entre sí por el cabello oscuro, casi del mismo tono. Me sentía a la vez feliz e infeliz, encantada y, sin embargo, triste porque no era Jory el que había encontrado a otra mujer a quien amar. Hubiera querido advertir a Toni que se hallaba en un terreno traicionero, que no debería confiar en Bart, pero entonces el rostro radiante de Bart, limpio de culpa o vergüenza, pues en esta ocasión no estaba robando nada que perteneciera a su hermano. Así, mis palabras de crítica se desvanecían sin haber sido pronunciadas. ¿Quién era yo para indicarle a quién podía o no podía amar? Yo debía permanecer callada y permitirle que tuviera su oportunidad. Aquello era diferente de la aventura con Melodie; Toni no pertenecía a Jory.

Bart manifestaba su felicidad mostrándose más confiado, y con la seguridad de su reciente amor olvidó sus peculiares costumbres y su obsesiva preocupación por la pulcritud y hasta se permitió relajarse vistiendo ropas más informales. En el pasado, un traje de mil dólares acompañado de camisas de seda y corbatas caras simbolizaban su posición social. Ahora no se preocupaba, ya que Toni le había dado otro sentido a su valía. Podía adivinar que, por primera vez en su vida, Bart había encontrado un suelo firme sobre el que caminar.

Bart sonrió y me besó varias veces en la mejilla.

—Ya sé que tú no querías que sucediera así, lo sé ¡Lo sé! Pero es a mí a quien ama, madre ¡A mí! ¡Toni encuentra en mí algo maravilloso y noble! ¿Te das cuenta de cómo me hace sentir? Melodie también solía decir que veía esas cualidades en mí, pero yo no me sentía noble ni maravilloso porque sabía el daño que estaba causando a Jory. Ahora es diferente. Toni nunca ha estado casada, no había tenido antes ningún amante, aunque sí montones de amigos. Madre, ¡piensa en eso! ¡Soy su primer amante! Hace sentirme tan especial ser aquel que ella esperaba. Madre, algo maravillosamente especial. Ella aprecia en mí las mismas cosas que tú ves en Jory.

—Creo que eso es estupendo, Bart. Los dos me hacéis feliz. —Sus ojos oscuros se pusieron serios mientras buscaban confirmar la sinceridad de mi declaración.

Antes de que pudiera responderle, Joel habló desde el umbral de la puerta abierta del estudio de Bart.

—¡Bobo estúpido! ¿Crees que esa enfermera te quiere a ti en realidad? ¡Esa mujer ve la nobleza en tu dinero! ¡Son tus cuentas bancarias las que le interesan, Bart Foxworth! ¿Has observado la manera en que deambula por esta casa, con los ojos entornados, con la clara pretensión de que es la dueña de todo? Ella no te ama. Te utiliza para conseguir lo que quieren todas las mujeres. Dinero, control, poder y después más dinero todavía. Una vez os hayáis casado, ella ya tendrá solucionada la vida, aunque tú más tarde te divorciaras.

—¡Cállate! —atajó Bart, volviéndose para mirar furiosamente al viejo—. Tienes celos porque no me queda tiempo para dedicártelo a ti. Éste es el amor más limpio, el más puro de mi vida…, ¡y no permitiré que tú me lo estropees!

Joel inclinó la cabeza con sumisión, como abatido, mientras juntaba las palmas de las manos debajo de la barbilla antes de encaminarse, sin duda, hacia aquel cuartito que Bart había convertido en una capilla familiar, aunque sólo él y Joel rezaban allí. Yo ni me había molestado en echar una mirada dentro.

Me puse de puntillas para besar a Bart en la mejilla, abrazarle y desearle buena suerte.

—Me siento feliz por ti, Bart, sinceramente feliz. Admito que abrigaba la esperanza de que Toni se enamorara de Jory y lo compensara por la pérdida de Melodie. Deseaba que los gemelos tuvieran una madre mientras todavía son bebés. Ella hubiera tenido la oportunidad de aprender a quererlos como propios, y ellos no hubieran recordado a otra madre más que a ella. Pero ya que eso no ha sucedido, sólo con ver tu felicidad y la de ella, me siento dichosa.

Aquellos ojos oscuros ahondaban, escrutaban, intentando leer en mi alma.

—¿Te casarás con ella? —pregunté.

Sus manos descansaron ligeramente en mis hombros.

—Sí, pronto se lo pediré, cuando esté seguro de que ella no está engañándome. He ideado un método para ponerla a prueba.

—Bart, eso no es justo. Cuando se ama hay que confiar.

—Tener una fe ciega en alguien que no sea Dios, es una idiotez.

Yo recordaba muy bien lo que Chris siempre estaba diciéndome: «Busca y encontrarás». Yo conocía aquel sentimiento a la perfección. Siempre me había mostrado suspicaz con lo mejor que la vida me concedía, y muy pronto acababa perdiéndolo a causa de mi recelo.

—Madre… —comenzó Bart con sorprendente candor—, sé bien que Melodie nunca me hubiera permitido ni tocarla, si Jory hubiera conservado sus piernas de bailarín. Ella le amaba a él, no a mí. Incluso pudo haber imaginado que yo era él, pues algunas veces noto cierto parecido entre nosotros dos. También creo que Melodie veía en mí lo que deseaba y recurrió a mí porque Jory ya no podía satisfacer sus necesidades físicas. Yo fui un amante sustituto de mi hermano, de la misma manera que siempre he sido el segundón de Jory. Sólo con Toni soy el primero.

—En eso tienes razón, Bart. Toni ni siquiera ve a Jory en su silla de ruedas. Sólo te ve a ti, únicamente a ti.

Sus labios se torcieron con ironía.

—Claro…, pero estás recalcando que yo me sostengo sobre mis piernas y él está incapacitado. Yo poseo muchísimo dinero, y él, una miseria en comparación. Y Jory ya soporta la carga de dos niños que no serían de ella. Tres puntos contra Jory…, de modo que yo gano.

Esa vez yo quería que él ganase; Bart necesitaba a Toni diez veces más que Jory. Mi primogénito era fuerte, incluso estando incapacitado; Bart, en cambio, vulnerable e inseguro, aunque tuviera una salud perfecta.

—Bart, si tú mismo no te aceptas tal como eres, ¿cómo esperas que otra persona te ame? Has de comenzar por creer que aunque no tuvieras dinero Toni te amaría de la misma manera.

—Muy pronto lo descubriremos —dijo indiferente, con cierta expresión en sus ojos que me recordaba a Joel. Bart me despedía al parecer—: Madre, tengo trabajo. Ya te veré más tarde… —Y sonrió con más amor del que me había demostrado desde que tenía nueve años.

Contradictorio, complicado, asombroso, arrogante; así era el hombre en que se había convertido mi pequeño y problemático Bart…

Cindy había escrito para referirnos lo fabulosos que eran sus días de verano asistiendo a las clases de arte dramático en Nueva Inglaterra.

«Trabajamos en producciones de verdad, mamá, en patios que se convierten en teatros de manera provisional. Me encantan todos y cada uno de los aspectos del espectáculo».

Con frecuencia echaba de menos a Cindy a medida que pasaban los días de verano. Todos nadábamos en el lago o en la piscina, incluidos los gemelos, que crecían rápidamente para apreciar todas las maravillas de la naturaleza. Ya tenían dientecillos y ambos nadaban hacia donde quisieran ir, que era a todas partes.

Nada estaba a salvo de sus manitas ávidas, que consideraban todos los objetos apropiados para su nutrición. Su cabello rubio estaba formando abundantes rizos que rodeaban sus cabezas. Sus labios tenían un sano color rosado, y el sol había coloreado sus mejillas. Sus grandes ojos, azules e inocentes, devoraban todos los rostros, absorbiendo cada una de las primeras impresiones.

Pasaron gloriosos los calurosos días del verano, inmortalizados por cada una de las fotografías que llenarían los álbumes, impidiendo que los momentos y los días felices desaparecieran del todo. Clic, clic, clic, máquinas diferentes mientras Chris, Jory y yo hacíamos una fotografía tras otra a nuestros maravillosos gemelos. A ellos les encantaba estar al aire libre, oliendo las flores, tocando la corteza de los árboles, observando los pájaros, las ardillas, las liebres, los mapaches, los patos y los gansos que a menudo invadían nuestra piscina, siendo ahuyentados rápidamente de allí por los adultos.

Antes de que me diera cuenta, el verano había pasado y ya teníamos otra vez encima el otoño. Aquel año, Jory podría disfrutar de esa mágica estación en las montañas. Los árboles de los bosques en las laderas de las montañas llameaban con sus espectaculares colores.

—Hace un año, yo me hallaba en un infierno —dijo Jory, contemplando los árboles y las montañas y echando una ojeada a su mano izquierda, que ya no llevaba la alianza de oro de matrimonio—. Han llegado los documentos definitivos para el divorcio y, ¿sabes?, no he sentido nada, como si estuviese atontado. Perdí a mi esposa el mismo día que perdí el uso de mis piernas; pero todavía sobrevivo pensando que la vida continúa y que puede ser buena a pesar de tener que ser vivida en una silla de ruedas.

Lo rodeé con mis brazos.

—Porque tienes fortaleza, Jory, y decisión. Tienes a tus hijos, de modo que tu matrimonio ha tenido su compensación. Todavía eres famoso, no lo olvides y, si quieres, puedes comenzar a impartir clases de ballet.

—No, no puedo desatender a mis hijos, no puedo ya que no tienen madre. —Inclinó la cabeza y me sonrió—. No es que tú no cumplas a la perfección con el papel de madre, pero quiero que tú y papá viváis vuestras vidas, que no tengáis que cargar con niños pequeños que pueden entorpecer vuestros planes.

Riendo, le alboroté sus negros rizos.

—¿Qué planes, Jory? Chris y yo somos felices donde estamos, con nuestros hijos y nuestros nietos.

Poco a poco, los calurosos días fueron enfriándose, y el viento traía el olor acre de los fuegos de leña. Me gustaba salir temprano todas las mañanas, acompañada por Jory y los gemelos. Los pequeños estaban aprendiendo a sostenerse en pie agarrándose a las manos de otros o a algún mueble. Deidre se había atrevido, incluso, a dar unos pasos vacilantes, con las piernecitas muy abiertas, con el culito abultado por los pañales y las bragas de plástico, cubierto por unos lindos pantaloncitos que ella parecía adorar. Darren se daba por satisfecho con su gateo que le transportaba con rapidez allí adonde quería ir. Un día lo atrapé bajando por la alta escalera principal, seguido muy de cerca por Deidre.

Un precioso día de octubre, Deidre, sentada en el regazo de Jory, parloteaba alegremente consigo misma, mientras yo llevaba a Darren, más sosegado, recorriendo los nuevos senderos que Bart, muy amablemente, había ordenado nivelar para que Jory pudiera conducir su silla por los bosques. Costó una suma considerable de dinero arrancar las raíces de los árboles que hubieran podido hacer volcar su silla de ruedas. Desde que Bart tenía su propio amor, trataba a su hermano con mucha más consideración y respeto.

—Mamá, Bart y Toni son amantes, ¿verdad? —preguntó de pronto Jory.

—Sí —admití de mala gana.

Entonces me dijo algo que me asombró:

—¿No es raro que nazcamos en familias y tengamos que aceptar lo que se nos da? Nosotros no nos hemos escogido los unos a los otros y, sin embargo, permanecemos pegados toda nuestra vida a personas con las que jamás hubiéramos intercambiado dos palabras si no tuviéramos relación de sangre.

—Jory, en realidad, tú no encuentras a Bart tan despreciable, ¿no es cierto?

—No estoy hablando de Bart, mamá. Estos últimos meses se ha portado bastante bien. Es ese viejo que dice ser tu tío quien no me gusta. Cuanto más lo veo, más lo detesto. Al principio, cuando se presentó, me dio pena. Ahora miro a Joel y veo algo malo en sus desvaídos ojos azules. De alguna manera, me recuerda a John Amos Jackson. Creo que está utilizándonos, mamá, no sólo por razones prácticas, para tener una casa y comida que llevarse a la boca, sino que me parece que trama algo. Hoy precisamente oí por casualidad lo que Joel murmuraba a Bart en el vestíbulo. Por lo que he oído sin querer, Bart tiene intención de contar a Toni toda la verdad sobre su pasado, ya sabes, sus problemas psicológicos. También le va a anunciar que si alguna vez le encerraran en un manicomio perdería toda su herencia. Joel es quien le empuja a hacer eso. Mamá, no debería decírselo porque si Toni lo ama de verdad, aceptará el hecho de que Bart haya tenido sus problemas. Me parece por lo que veo, que mi hermano es ahora normal y tan brillante que está acrecentando su fortuna.

Incliné la cabeza.

—Sí, Jory. Bart me comentó que quería hacer eso, pero está retrasando esas revelaciones, como si él mismo creyese que ella busca su dinero.

Jory asintió, cogiendo con fuerza a Deidre, que estaba intentando bajar de su regazo y emprender su propia exploración. Darren, al ver a su hermana, sintió la ansiedad de imitarla.

—¿Ha dicho Joel algo que indique que pudiera intentar anular el testamento de su hermana para quedarse con el dinero que Bart espera heredar el día que cumpla los treinta y cinco años?

La risa de Jory fue seca, breve.

—Mamá, ese viejo nunca dice nada que no sea con doble intención. Yo no le gusto y me evita tanto como le es posible. Desaprueba que yo fuese bailarín en otro tiempo y que saliese a los escenarios con poca ropa. A ti te censura también. Le sorprendo a veces observándote con los ojos entornados y murmurando para sí: «Igual que su madre…, pero peor, mucho peor». Siento decirte esto, pero ese hombre da miedo, mamá. Es un viejo siniestro en verdad. Mira a papá con odio. Deambula por la casa durante la noche. Desde que estoy inválido, mis oídos se han aguzado mucho, oigo crujir las tablas del pasillo donde está mi habitación, y algunas veces la puerta de mi dormitorio se abre ligeramente. Es Joel. Sé que es él.

—Pero ¿por qué había de husmear en tu cuarto?

—Lo ignoro.

Me mordí el labio inferior, imitando la costumbre nerviosa de Bart.

—Ahora eres tú quien está asustándome, Jory. También tengo razones para creer que Joel no nos aprecia en absoluto. Sospecho que fue él quien destrozó el barco de vela que construiste para Bart, y presumo que Joel nunca envió aquellas invitaciones de Navidad por correo. Quería dañar a Bart, de modo que las llevó a su habitación, sacó las tarjetas de respuesta y las firmó como si se hubieran aceptado las invitaciones; entonces las echó al correo para que Bart las recibiera. Es la única explicación a que nadie apareciera.

—Mamá, ¿por qué no me explicaste esto antes?

¿Cómo podía yo haberle contado todas mis sospechas sobre Joel sin que reaccionara de un modo parecido al de Chris? Chris había rechazado totalmente mi conjetura sobre cómo Joel había tratado de herir a Bart. Algunas veces, incluso yo pensaba que era demasiado imaginativa y juzgaba a Joel peor de lo que en realidad era.

—Y aún más, Jory, creo que fue Joel quien escuchó a los sirvientes comentar en la cocina que Cindy se había citado con ese muchacho, Víctor Wade, y enseguida transmitió la información a Bart. ¿Cómo hubiera podido averiguarlo Bart de otro modo? Los sirvientes son para Bart como los dibujos del papel de la pared, no merecedores de su atención. Es Joel quien se dedica a escuchar a escondidas para poder informar a Bart de lo que ellos dicen.

—Mamá, creo que quizá tengas la razón sobre el barco, las invitaciones y también sobre Cindy. Joel está discurriendo algo para todos nosotros, y me temo que no es para nuestro bien.

Absorta en mis pensamientos, Jory tuvo que decirme dos veces que pusiera en su regazo a su hijo, para que, sentado sobre su otra pierna, avanzáramos más deprisa por el bosque. Aunque sólo fuese un niño ya era una pesada carga para llevar en una distancia larga, de modo que, con mucho gusto, dejé a Darren en el regazo de su padre. Deidre chilló de alegría y abrazó a su hermanito.

—Mamá, creo que si Toni ama de verdad a Bart, se quedará, sin importarle cuál sea el pasado de él…, o lo que deba heredar.

—Jory, eso es exactamente lo que Bart está intentando poner a prueba.

Alrededor de la media noche, cuando ya casi estaba dormida, unos golpes suaves sonaron en la puerta de mi habitación. Era Toni.

Entró ataviada con una bonita bata rosada, con su largo cabello oscuro suelto. Al andar, mostraba sus largas piernas mientras se acercaba a la cama.

—Espero que no le moleste, señora Sheffield. Quería hablar con usted cuando no estuviera su esposo.

—Llámame Cathy —dije, mientras me sentaba y cogía mi bata—. No estaba dormida; sólo pensando, y me gusta tener a otra mujer con quien poder hablar.

Toni comenzó a pasear de un lado a otro.

—También yo tengo que hablar con una mujer, con alguien capaz de comprenderme con más facilidad que un hombre. Por eso estoy aquí.

—Siéntate, estoy dispuesta a escuchar. —Se sentó al borde del sofá, retorciendo una y otra vez un mechón de su negro cabello, que algunas veces apretaba entre sus labios.

—Estoy terriblemente turbada, Cathy. Bart me ha contado hoy algunos hechos muy inquietantes. Ha asegurado que usted ya está al corriente de lo nuestro, de nuestro amor. Me temo que usted nos ha sorprendido en alguna habitación en momentos más bien íntimos. Le agradezco que fingiera no verlo, para que no me sintiera avergonzada. Soy fiel a muchos principios que la mayoría de la gente cree anticuados. —Me dedicó una sonrisa nerviosa, buscando mi comprensión—. En el momento en que vi a Bart, me enamoré. Hay algo magnético en sus ojos oscuros, tan místicos y cautivadores.

»Esta noche me ha llevado a su despacho, se ha sentado en su escritorio y, como un extraño, distante y frío, me ha contado una larga historia sobre sí mismo, como si estuviera refiriéndose a otra persona, a alguien que no le gustase. Me sentía como un cliente de negocios a quien estuviera midiendo cada una de sus reacciones. No sé qué esperaba que yo le demostrase. Tal vez pensase que iba a mostrarme asombrada o disgustada. Al mismo tiempo, sus ojos eran tan suplicantes…

»Cathy, Bart te ama. Te quiere hasta el punto de la obsesión —dijo Toni, haciendo que me sentase muy erguida perpleja ante una opinión tan demencial—. Creo que ni él se da cuenta de lo mucho que te adora. Está convencido de que te odia a causa de tu relación con su hermano. —Al decir esto, se ruborizó y bajó la mirada—. Siento haberlo mencionado, pero estoy intentando ser sincera.

—Adelante —animé—. Ya que Bart cree que debería odiarte por eso, trata de que así sea. Sin embargo, algo en ti, en él, le impide confirmar la emoción que ha de dominar, si el amor o el odio. En realidad, quiere una mujer como tú, pero lo ignora.

Hizo una pausa alzando los párpados para encontrarse con mis ojos, muy abiertos e interesados.

—Cathy, le he dicho que yo creía sinceramente que él estaba buscando una mujer como su madre. Entonces empalideció. Parecía escandalizado en extremo ante tal idea.

Hizo una pausa para observar mi reacción.

—Toni, has de estar equivocada. Bart no quiere una mujer como yo, sino todo lo contrario.

—Cathy, he estudiado psicología. Bart despotrica demasiado contra ti, de modo que mientras lo escuchaba, procuré mantener la mente alerta. Bart también manifestó que nunca ha sido mentalmente estable y que cualquier día podría perder el juicio y, con él, su herencia. Es como si pretendiera que yo le odiase, que cortase todos los lazos y echara a correr… —Sollozó, cubriéndose el rostro con las manos de modo que las lágrimas se filtraban por entre sus dedos, largos y elegantes—. Tanto como le amo, y creía que él me amaba. No puedo continuar queriendo y acostándome con un hombre que tiene tan poca fe en mi integridad y peor todavía, en su propia integridad.

Me había acercado a ella para consolarla.

—No te marches, por favor, Toni, quédate. Da otra oportunidad a Bart. Concédele tiempo para que medite un poco sobre todo esto. Bart siempre se ha dejado llevar por sus impulsos. Además está ese viejo pariente que le murmura que tú lo quieres solamente por su dinero. No es Bart quien está loco, sino Joel, que le dice qué ha de buscar en una futura esposa.

Ella me miró fijamente, esperanzada, intentando controlar sus lágrimas. Yo proseguí, decidida a ayudar a Bart a liberarse de ese sentimiento infantil de no valer nada y de la influencia de Joel.

—Toni, los gemelos te adoran, y yo no puedo atender a todo. Quédate para ayudar a Jory y a mí. Jory necesita ayuda profesional para afianzar sus progresos. Ten en cuenta que Bart es imprevisible, algunas veces irracional, pero te ama. Me ha dicho varias veces cuánto te ama y admira. Está probando tu amor con mentiras. De niño, era mentalmente inestable, pero existían buenas razones que provocaron ese trastorno mental. Aférrate a tu confianza en él y podrás salvarle de sí mismo y de su tío abuelo.

Toni se quedó, y la vida siguió como de costumbre. Antes de su primer aniversario Deidre ya caminaba e iba a donde quería, al menos hasta donde nosotros le permitíamos llegar. Pequeña y delicada, con sus dorados ricitos juguetones, nos encantaba a todos con su incesante balbuceo, que pronto se convirtió en palabras sencillas, emprendiendo un camino que Darren siguió.

Cuando Deidre se oyó hablar ya no pudo detenerse. Aunque Darren fue más lento en caminar, no lo era en explorar lugares oscuros y tenebrosos que asustaban a su hermana gemela. Darren investigaba continuamente; él era quien tenía que cogerlo todo para examinarlo, de modo que hubo que colocar los objetos artísticos, delicados y caros, en estantes que él no pudiera alcanzar.

Recibimos una carta de Cindy en la que declaraba que añoraba a su familia y quería pasar la Navidad en casa. Después, como había sido invitada a una fabulosa fiesta de fin de año, regresaría a Nueva York en avión para asistir a ella.

Entregué la carta a Jory para que la leyese. Sonriente, alzó la mirada.

—¿Le has contado a Cindy los amores de Bart con Toni?

—No —respondí.

Quería que ella lo descubriera por sí misma. Naturalmente, antes de que Cindy se marchara el pasado verano, Toni tan sólo llevaba dos días con nosotros, pero en aquella época Cindy había estado tan descontenta que no había prestado atención a quien consideraba sólo una nueva sirvienta contratada.

El día en que esperábamos la llegada de Cindy fue extremadamente frío. Chris y yo estábamos en el aeropuerto cuando ella cruzó la puerta de entrada, vestida de rojo, tan hermosa que toda la gente del aeropuerto se volvió para contemplarla.

—¡Mamá! ¡Papá! —saludó alegremente, arrojándose primero a mis brazos y después a los de Chris—. Me siento muy feliz de veros. Y antes de que me advirtáis, prometo no hacer ni decir nada que pueda hacer volcar ese carromato llamado Bart. Esta Navidad seré el angelito dulce y perfecto que él quiere que sea, aunque, sin duda, ya encontrará Bart algo que criticarme; pero no haré caso.

A continuación se interesó por Jory y los mellizos y dejó escapar un aluvión de preguntas; ¿sabíamos algo de Melodie? ¿Qué resultado estaba dando la nueva enfermera? ¿Teníamos todavía el mismo cocinero? ¿Era Trevor tan amable como siempre?

De una u otra manera, Cindy me transmitía la sensación de que, a pesar de todo, éramos una familia auténtica, y eso bastaba para hacerme muy dichosa.

Cuando llegamos al gran vestíbulo, Toni, Bart y Jory con los gemelos en su regazo, esperaban para darnos la bienvenida. Únicamente Joel se quedó atrás y se negó a saludar a nuestra hija. Bart estrechó la mano de Cindy con calor, lo que me produjo mucho alivio y placer. Ella echó a reír.

—Algún día, hermano Bart, te sentirás más que contento al verme, y quizá entonces permitas que tus castos labios depositen un beso en mi impura mejilla.

Bart se ruborizó y echó una mirada inquieta a Toni.

—He de hacerte una confesión, Toni. En el pasado, Cindy y yo no siempre nos hemos entendido.

—Bueno, eso es un eufemismo —dijo Cindy—. Pero, tranquilo, Bart, no he venido para causar problemas ni he traído ningún amigo. Me portaré bien. He venido porque quiero a mi familia y no podía soportar estar lejos durante las vacaciones., Las fiestas de aquel año no podían ser mejores, a menos que hubiéramos podido hacer retroceder el tiempo restituyendo a Jory su antigua plenitud física y devolviéndole a Melodie.

En cuestión de pocos días, Cindy y Toni se hicieron muy amigas. Toni fue con nosotros de compras, y Jory se ocupó de los gemelos con la ayuda de una doncella. El tiempo volaba como jamás ocurría cuando Cindy estaba lejos. Los cuatro años de diferencia de edad entre ella y Toni carecían de importancia. Generosamente, Cindy le prestó uno de sus más bonitos vestidos para el viaje a Charlottesville, la víspera de Navidad, donde mi hija podría bailar con uno de los hijos de un médico que había conocido el año anterior. Jory también nos acompañó y permaneció sentado con aspecto infeliz mientras Bart bailaba con Toni.

—Mamá —murmuró Cindy cuando regresó a nuestra mesa—. Creo que Bart ha cambiado. Ahora es una persona mucho más sensible. Vaya, comienzo a pensar incluso que es un ser humano.

Asentí sonriendo, pero todavía no podía evitar pensar en el excesivo tiempo que Joel y Bart pasaban en aquel cuartito que habían convertido en capilla. ¿Por qué? En los alrededores había iglesias por doquier.

Llegó la víspera de fin de año y Bart y Toni decidieron viajar en avión a Nueva York con Cindy, para celebrarlo allí. Chris, Jory y yo deberíamos arreglárnoslas lo mejor que pudiéramos sin ellos. Aprovechamos aquella oportunidad para invitar a algunos de los colegas de Chris, junto con sus esposas, a nuestra casa, conscientes de que Joel informaría de ello a Bart cuando regresara. Sin embargo, no nos importaba.

Una noche me topé con Joel cuando yo salía de la habitación de los niños. Sonriendo, me enfrenté a su mirada.

—Vaya, Joel, parece que mi hijo no dependerá tanto de ti cuando se case con Toni.

—Bart nunca se casará con ella —dijo Joel a su manera áspera y agorera—. Bart es, como todos los jóvenes enamorados, un bobo incapaz de ver la verdad. Ella quiere su dinero, no a él, y muy pronto Bart lo descubrirá.

—Joel —dije con compasiva suavidad—, Bart es un hombre joven muy atractivo y apasionado y, aunque fuese un picador de piedra, las chicas se enamorarían de él. Cuando olvida su obsesión por demostrar al mundo lo brillante que es, resulta un hombre muy agradable. Déjale tranquilo, deja de intentar convertirle en algo que a ti te complacerá, pero que a él puede no convenirle. Déjale que encuentre solo su propio camino porque eso será lo mejor para él, aunque su decisión no coincida con lo que tú tienes previsto para él.

Joel me miró despectivamente de arriba abajo.

—¿Y qué sabes tú de lo que está bien y de lo que está mal, sobrina? ¿No has demostrado ya que no tienes ninguna percepción de la moralidad? Bart nunca se encontrará a sí mismo sin mi guía. ¿No ha estado buscando toda su vida en vano? ¿Le ayudaste tú con anterioridad? ¿Le estás ayudando ahora? Dios proveerá para Bart, Catherine, mientras tú continúas castigando a Bart con tus pecados.

Se volvió y se alejó por el pasillo arrastrando los pies.

Mientras Bart estuvo en Nueva York con Toni y Cindy, Jory completó su acuarela más impresionante, que plasmaba Foxworth Hall. Oscureció los ladrillos rosados con un tono más viejo, polvoriento y desgastado, convirtiendo los inmaculados jardines en una exuberante maraña de malas hierbas; puso el cementerio más cerca, de modo que las tumbas aparecían a la izquierda, arrojando unas sombras largas que atrapaban a la mansión en su malla. Foxworth Hall parecía tener más de dos mil años y estar habitado por espectros.

—Guarda eso bien guardado, Jory, y prueba con un tema más alegre —aconsejé, sintiéndome extraña. Creo que fue la única acuarela pintada por Jory que no me gustó.

Bart y Toni regresaron a casa desde Nueva York, e inmediatamente noté el cambio. Ya no se miraban ni se hablaban, se dirigieron directamente a sus habitaciones sin darnos detalles de las diversiones de que habían disfrutado. Cuando intenté abordar el tema, ambos rehusaron hablar.

—¡Déjame tranquilo! —rugió Bart—. Ésa no es más que una mujer, a fin de cuentas.

—No puedo contártelo, Cathy —gimió Toni—. No me ama, ¡eso es todo!

Enero pasó volando, y llegó febrero, cuando Jory cumpliría treinta y un años. Preparamos un enorme pastel para él, con forma de un corazón recubierto con lustre rojo para representar el regalo de san Valentín que él había significado. Escribimos su nombre en blanco, y colocamos rosas blancas. A los gemelos les encantó, y chillaron al ver a Jory soplar las velas. Ambos estaban sentados en sillitas altas, uno a cada lado de su padre, y antes de que Jory pudiera cortar el pastel, Deidre y Darren tendieron simultáneamente las manitas y agarraron puñados de la blanda golosina. Todos nos quedamos mirando en qué habían convertido aquella obra de arte mientras los niños colmaban de pastel sus bocas y se manchaban la cara de rojo.

—Lo que ha quedado es todavía comestible —dijo Jory sonriendo.

Silenciosamente, Toni se levantó para lavar las manos y las caras de aquellos dos traviesos de un año de edad. Bart seguía los movimientos de Toni con ojos tristes y meditabundos.

Nos quedamos atrapados, todos nosotros, entre las nieblas invernales, atrapados en el tiempo helado, teniendo que conformarnos los unos con los otros cuando otras personas hubieran sido bien acogidas, aun cuando algunos de nosotros seguíamos queriendo a la persona equivocada.

Llegó el día en que la nieve cesó, y Chris pudo regresar con su equipo de investigación del cáncer, que trabajaba y se afanaba continuamente sin llegar nunca a conclusiones definitivas.

Una nueva niebla retuvo a Chris en Charlottesville, así transcurrieron lentamente dos semanas, aunque hablábamos por teléfono todos los días que las líneas no estaban cortadas; pero no eran conversaciones consoladoras. Yo siempre tenía la sensación de que alguien estaba escuchando por otro teléfono.

Chris me llamó el jueves siguiente para decirme que vendría a casa, que encendiera el fuego del hogar, que preparara un filete de carne, ensalada…, y me pusiera «aquel nuevo camisón blanco que te regalé por Navidad». Ansiosamente esperé ante una ventana del piso superior para ver el coche azul de Chris dar la vuelta por la avenida. Cuando lo vi, bajé corriendo por la escalera hasta el garaje para estar allí cuando él aparcara. Nos abrazamos como amantes que, después de una larga separación, corriesen el riesgo de no poder abrazarse y besarse nunca más. Pero no fue hasta poco a poco que estuvimos en el santuario de nuestras habitaciones, con las puertas cerradas, cuando mis brazos rodearon de nuevo su cuello.

—Todavía estás frío, de modo que, para calentarte, escucharás todas las cosas tristes que suceden por aquí…, y con todo detalle. La noche pasada oí que Joel decía otra vez a Bart que Toni solamente busca su dinero.

—¿Y es cierto? —preguntó Chris, mordisqueándome la oreja.

—Lo dudo, Chris. Creo que ella lo ama de verdad, pero no estoy segura de cuánto durará el amor de ella o el de él. Parece que cuando fueron con Cindy a Nueva York, la víspera de fin de año, Bart riñó despiadadamente otra vez con Cindy, humillándola en un local nocturno. Cindy cuenta en su carta que después se enfrentó con Toni por bailar con otro hombre. A Toni le escandalizaron tanto sus brutales acusaciones que desde entonces no ha sido la misma. Creo que tiene miedo de los celos de Bart.

Chris arqueó interrogativamente las cejas, aunque no dijo nada para recordarme que se trataba de «mi Bart».

—Y Jory, ¿cómo está?

—Está de maravilla, pero se siente solo y melancólico, con la esperanza de que Melodie escriba. Se despierta por las noches y pronuncia su nombre. Algunas veces me llama Mel a mí sin darse cuenta. He leído un pequeño artículo en Variety sobre Melodie. Se ha unido a su antigua compañía de ballet y tiene otra pareja. Hoy mismo se lo enseñé a Jory, creyendo que debía saberlo. Sus ojos se velaron. Dejó a un lado las acuarelas precisamente cuando estaba pintando el más hermoso cielo invernal y se negó a acabar la obra. De todos modos, he puesto la pintura en lugar seguro, pensando que la terminará más adelante.

—Sí… Todo saldrá bien al final. —Y con eso nos rendimos el uno al otro, olvidando nuestros problemas durante el éxtasis que tan bien sabíamos cómo crear.

El tiempo volaba, derrochado en nimiedades. Bart y Toni se enzarzaban a diario en discusiones concernientes a la actitud de él hacia Cindy, con quien Toni simpatizaba de verdad, así como las sospechas que Bart albergaba respecto a la lealtad de Toni para con él, y solamente él.

—¡No debías haber bailado con aquel hombre que acababas de conocer!

Y así una y otra vez. También discutían diariamente sobre los mellizos y cómo debían ser tratados. Muy pronto el estrecho golfo que les separaba se ensanchó para convertirse en un océano.

Nos irritábamos los unos a los otros. Vernos y oírnos, vivir tan cerca tenía su precio.

Yo no contribuía en nada para evitar o animar las peleas diarias de Toni y Bart. Estaba convencida de que tenían que resolver entre ellos sus diferencias, y yo solamente podía complicar más la situación. Bart comenzó a visitar de nuevo los bares de la localidad y a menudo se quedaba en la población toda la noche. Yo sospechaba que pasaba más de una noche en burdeles, a menos que hubiera encontrado alguna otra mujer en la ciudad. Toni dedicaba más tiempo a los gemelos y, puesto que Jory estaba intentando enseñarles a bailar y hablar más claramente, también permanecía más horas con él.

Por fin llegó mayo, con los vientos fuertes y las copiosas lluvias, pero portador también de leves señales que presagiaban la primavera. Yo observaba a Toni atentamente, esperando indicios que me informaran de que tomaba a Jory más como un hombre y menos como un paciente. Los ojos de Jory la seguían a donde ella fuese. Durante algunas semanas, cuando estuve en cama con un fuerte resfriado, ella asumió todos los deberes, incluyendo lavar la espalda de Jory y dar masaje a sus largas piernas que poco a poco iban perdiendo su buen aspecto. Yo odiaba ver cómo aquellas hermosas piernas iban convirtiéndose en palos delgados. Sugerí a Toni que les diera masaje varias veces al día.

—Siempre se sintió muy orgulloso de sus piernas, Toni. Las sabía utilizar tan bien y tenía un aspecto tan magnífico en sus mallas… Aunque no caminen ni bailen, ni tan siquiera se muevan, haz todo lo que puedas para que no pierdan su forma. Así Jory podrá conservar un poco de su orgullo.

—Cathy, sus piernas son hermosas todavía; delgadas pero bien formadas. Es un hombre maravilloso, bueno y comprensivo, y siempre muestra alegría. Durante mucho tiempo no he visto a nadie más que a Bart.

—¿Crees que Bart es igualmente bello?

Su expresión se endureció.

—Así solía creerlo. Ahora me doy cuenta de que es muy atractivo, pero no bello en la medida en que lo es Jory. En otro tiempo lo consideré perfecto, pero durante nuestra estancia en Nueva York, se mostró tan odioso con Cindy y conmigo que comencé a verle de otro modo. Fue desagradable y cruel con ambas. Antes de que yo supiera lo que sucedía, me avergonzó en un club nocturno criticando mi vestido, que era perfectamente correcto. Quizá tenía un escote algo pronunciado, pero todas las demás chicas llevaban vestidos parecidos. Regresé aquí, después de ese viaje, sintiendo un poco de miedo de Bart. Y todos los días crece ese miedo; parece demasiado estricto respecto a cosas inofensivas, supone que todo el mundo es malvado. Creo que se corrompe a si mismo con sus pensamientos y se olvida de que la belleza sale del alma. Precisamente la pasada noche me acusó de intentar excitar sexualmente a su hermano. No me hablaría de esa manera si me quisiera realmente. Cathy, él nunca me amará como yo deseo y necesito ser amada. Esta mañana me he despertado con un gran vacío en mi corazón al comprender que lo que sentía por Bart ha terminado. Él ha arruinado lo que había entre nosotros, al darme a conocer lo que puedo llegar a sufrir si me caso con él —prosiguió Toni, sollozando—. Bart tiene un modelo ideal de la mujer perfecta, y yo no lo soy. Cree que tu único defecto es tu amor hacia Chris. Sé que si alguna vez Bart encuentra a una mujer a la que considere perfecta al principio, seguirá buscando hasta que encuentre algo que pueda odiar en ella. Por tanto renuncio a Bart.

Sentía vergüenza por tener que preguntarlo, pero debía saberlo:

—Pero…, ¿sois amantes todavía, tú y Bart, a pesar de vuestros desacuerdos?

Toni sacudió la cabeza furiosamente.

—¡No! ¡Naturalmente que no! Bart se transforma todos los días, convirtiéndose en alguien que ni tan siquiera me gusta. Ha encontrado la religión, Cathy, y según la manera en que la interpreta, la religión va a salvarle. Todos los días me dice que debería rezar más, ir a la iglesia… y alejarme de Jory. Si continúa así, acabaré odiándolo, y no quiero que eso suceda. Era tan hermoso lo que hubo entre nosotros al principio… Quiero conservar el recuerdo de esa época maravillosa como una flor que pueda prensar entre las páginas de mi memoria.

Se levantó para marcharse, enjugándose las lágrimas con el pañuelo hecho una bola, tirando de su estrecha falda blanca e intentando sonreír.

—Si prefieres que me vaya para que podáis contratar a otra enfermera para Jory y sus hijos, me marcharé.

—No, Toni, quédate —dije rápidamente, temerosa de que se marchara de todos modos.

No quería que se fuese ahora que me acababa de comunicar abiertamente que ya no amaba a Bart. Por su parte, Jory había renunciado a sus esperanzas de que Melodie retornara a su lado y puesto los ojos en la mujer que creía era la amante de su hermano.

Por lo tanto, en cuanto me fuese posible, le informaría de que no era así.

Toni salió de la habitación, empecé a reflexionar sobre Bart y lo triste que resultaba que no pudiera conservar el amor cuando ya lo poseía. ¿Lo destruía a propósito por miedo a sentirse esclavo del amor, como a menudo me acusaba a mí de haber esclavizado a Chris, mi propio hermano?

Los días pasaban interminables. La mirada de Toni ya no seguía melancólicamente anhelante a Bart, suplicándole en silencio que la amase de nuevo como al principio. Comencé a admirar la manera en que podía mantener su dignidad a pesar de algunas de las insultantes observaciones que Bart le dirigía durante las comidas. Bart utilizó el antiguo amor de Toni hacia él para arrojárselo contra ella misma, haciéndola aparecer como una mujer ligera, depravada e inmoral que le había seducido con artimañas.

Comida tras comida, yo los observaba, notándolos cada vez más distantes, a causa de las feas palabras que Bart profería con tanta facilidad.

Toni ocupó mi lugar y entretenía a Jory con los juegos que yo solía distraerle, pero ella sabía hacerlo de modo que los ojos de Jory se iluminaran al sentir nuevamente que era un hombre.

Poco a poco, los días se suavizaron. En el césped pardusco se apreciaban briznas de verde fresco, el azafrán brotó en los bosques, florecieron los narcisos, los tulipanes se inflamaron y las anémonas griegas que Jory y yo habíamos plantado allí donde no crecía la hierba, convirtieron las colinas en paletas de pintor salpicadas de pigmentos. Chris y yo volvíamos a sentarnos en la terraza para contemplar a los gansos que volaban hacia el norte mientras veíamos a nuestra vieja amiga, algunas veces enemiga, la luna.

La vida mejoró con la llegada del verano, cuando la nieve no podía retener a Chris alejado durante los fines de semana.

En junio, los gemelos cumplieron un año y medio, y eran capaces de correr libremente hasta donde nosotros les permitíamos ir. Instalamos columpios en las ramas de los árboles, y qué felices eran de subir bien alto… o lo que ellos consideraban suficientemente alto para ser peligroso. Arrancaban los capullos de mis mejores flores, pero no me enfadaba. Teníamos millares de flores, suficientes para llenar todos los días las habitaciones con ramilletes frescos.

Bart insistía en que no sólo los gemelos debían asistir a los servicios religiosos, sino también Chris, Jory, Toni y yo. No suponía un gran esfuerzo. Cada domingo nos acomodábamos en las filas delanteras y contemplábamos en lo alto la hermosa ventana con vidriera de colores detrás del púlpito. Los gemelos siempre se sentaban entre Jory y yo. Joel vestía una sotana negra mientras predicaba sermones de fuego y azufre. Bart se sentaba a mi lado, sosteniendo mi mano con tanta fuerza que yo tenía que escuchar o exponerme a que me rompiese los huesos. Junto a Toni, deliberadamente separada de mí por mi hijo menor, se hallaba Chris. Yo sabía que aquellos sermones nos estaban dedicados, para salvarnos de los fuegos eternos del infierno. Los gemelos se inquietaban, como todos los niños de su edad, y no les gustaba estar confinados allí, pues les aburrían aquellos tristes servicios religiosos excesivamente largos. Sólo cuando nos levantábamos para cantar himnos, ellos alzaban su mirada hacia nosotros y parecían encantados.

—Cantad, cantad —les animaba Bart un día, inclinándose para pellizcar sus bracitos o tirar de sus rizos de oro.

—¡Quita las manos de mis hijos! —ordenó bruscamente Jory—. Ellos cantarán o no, según les apetezca.

Se reanudaba la guerra entre hermanos. Llegó el otoño de nuevo. El día de Halloween (1) cogimos a los gemelos por sus manitas y los llevamos a casa de un vecino que consideramos lo suficientemente fiable como para no recriminarnos, ni a nosotros ni a los niños. Nuestros pequeños espíritus aceptaron con timidez su primera golosina de Halloween y estuvieron chillando todo el camino de vuelta a casa, emocionados por sus dos barras de caramelo y el par de paquetes de chicle de su propiedad.

1. Día de Todos los Santos. En Estados Unidos es conocido por el día de las brujas.

Pasó el invierno, la Navidad, el nuevo año se inició sin ningún acontecimiento especial, pues este año Cindy no vino a casa. Estaba demasiado ocupada con su incipiente carrera, de modo que sólo podía telefonearnos o escribirnos cartas, cortas pero bastante informativas.

Bart y Toni ya se movían en universos distintos. Tal vez no era yo la única que había adivinado que Jory se había enamorado profundamente de Toni, ahora que todos sus intentos por restablecer una relación fraternal con Bart habían fracasado. Yo no podía culpar a Jory, sobre todo si tenía en cuenta que había sido Bart quien había tomado a Melodie y la había ahuyentado de allí. Incluso ahora estaba intentando retener a Toni únicamente porque advertía el creciente interés de Jory. Estaba rondando otra vez a Toni para evitar que su hermano pudiera conseguirla.

Amar a Toni proporcionó a Jory nuevas razones para vivir. Estaba escrito en sus ojos, en su nuevo interés por levantarse temprano por las mañanas y realizar aquellos duros ejercicios, poniéndose en pie por primera vez con la ayuda de las barras paralelas que habíamos instalado en su habitación. Tan pronto como el agua se había calentado lo suficiente, Jory nadaba tres veces la longitud de la gran piscina y volvía a repetirlo a última hora de la tarde.

Quizá Toni estaba esperando todavía que Bart la hiciera su esposa, aunque a menudo lo negaba.

—No, Cathy, ahora no lo quiero. Lo que sucede es que me inspira lástima porque ni él mismo sabe quién es ni aún más importante, qué quiere él aparte de dinero y más dinero.

Se me ocurrió pensar que, de manera inexplicable, Toni estaba tan enraizada en aquella casa como cualquiera de nosotros.

Los servicios religiosos del domingo me irritaban y me cansaban. Las palabras fuertes proferidas desde los débiles pulmones de un anciano me hacían recordar a otro hombre viejo a quien solamente había visto una vez. «Producto del diablo; simiente del diablo; mala simiente plantada en suelo malo». Incluso los malos pensamientos eran juzgados con la misma severidad que las malas acciones. A fin de cuentas, ¿qué no era pecaminoso para Joel? Nada. Absolutamente nada.

—No asistiremos más —dije con decisión a Chris—. Fuimos unos bobos al intentar complacer a Bart. No me gusta la clase de ideas que Joel está inculcando en las mentes impresionables de los gemelos.

Como Chris estaba de acuerdo, ambos rehusamos asistir a los servicios religiosos o permitir a los gemelos que oyesen todos esos gritos sobre el infierno y sus castigos.

Joel se presentó en la zona de juego de los jardines, donde, junto a una pila de arena, se hallaban los columpios, un tobogán y un aparato para dar vueltas que encantaba a los gemelos. Era un hermoso día soleado de julio, y Joel parecía más bien emocionado y dulce al sentarse entre los niños y comenzar a enseñarles un juego con el cordel, retorciéndolo e intrigando a los curiosos gemelos. Abandonaron la pila de arena bajo el lindo toldillo protector y se sentaron junto a Joel, mirándole con la sana esperanza de hacer un nuevo amigo de un viejo enemigo.

—Un viejo sabe muchos pequeños trucos para entretener a los pequeños. ¿Sabéis que puedo construir aeroplanos y barcos con papel? Y los barcos navegarán por el agua.

Sus ojos redondos de asombro no me gustaron. Fruncí el entrecejo. Cualquiera podía hacer aquello.

—Conserva tus energías para escribir nuevos sermones, Joel —dije, encontrándome con sus ojos lacrimosos, humildes—. Ya me he cansado de los antiguos. ¿Por qué no basas tus sermones en el Nuevo Testamento? Enséñale a Bart algo sobre eso. Cristo nació. Él pronunció su sermón en la montaña. Pronuncia ante Bart ese sermón en especial, tío. Háblanos de perdón, de hacer a los demás lo que te harías a ti mismo. Háblanos del pan arrojado a las aguas, del perdón que nos será retornado.

—Perdóname si he sido negligente con el único hijo de nuestro Señor —dijo con falsa humildad.

—Vámonos, Cory, Carrie —llamé, levantándome para marcharme—. Vamos a ver qué hace papá.

La cabeza de Joel se irguió de repente. Sus descoloridos ojos azules adquirieron un azul mucho más profundo. Me mordí la lengua al observar la retorcida sonrisa que Joel mostró. Asintió sabiamente.

—Sí, lo sé. Para ti son los otros gemelos, aquellos nacidos de mala simiente plantada en suelo malo.

—¡Cómo te atreves a decir eso! —repliqué, airada. No me di cuenta en ese momento que al llamar a los gemelos de Jory por el nombre de mis adorables gemelos difuntos, lo que estaba haciendo era añadir más combustible al fuego, a un fuego que ya estaba, sin que yo lo supiese, levantando pequeñas chispas rojas de azufre.