EL VERANO DE CINDY

De pronto, Bart comenzó a realizar muchos viajes de negocios. Partía en avión para regresar al cabo de sólo unos pocos días, dos o tres días, como si temiera que fuéramos a aprovechar su ausencia para huir con su fortuna. Él mismo lo decía:

—Tengo que estar al tanto de todos mis asuntos. No puedo confiar en nadie más que en mí.

Fue una casualidad que se hallara ausente el día que Melodie abandonó Foxworth Hall dejando aquella triste carta en la mesita de noche de Jory. Bart no se inmutó cuando, al regresar a casa, encontró vacía la silla de Melodie junto a la mesa.

—¿Otra vez lamentándose en su habitación? —preguntó indiferente, señalando la silla.

—No, Bart —respondí yo al darme cuenta de que Jory rehusaba contestarle—. Melodie decidió reanudar su carrera, y se marchó tras dejar una carta a Jory.

Su ceja izquierda se arqueó cínicamente y después miró a su hermano pero no pronunció ni una palabra para lamentar lo ocurrido ni dedicó una expresión de condolencia a su hermano.

Más tarde, después de que Jory subiera a su habitación, Bart entró y se quedó a mi lado mientras yo cambiaba los pañales a los gemelos.

—Es una pena que yo estuviera en Nueva York en ese momento. Me hubiera gustado ver la expresión de Jory cuando leyó la carta. A propósito, ¿dónde está? Me gustaría leer cómo justificó ella su marcha.

Me quedé mirándolo fijamente. Por primera vez, se me ocurrió que Melodie podía haber concertado encontrarse con él en Nueva York.

—No, Bart, nunca leerás esa carta y confío mucho en que no tengas nada que ver con la decisión de Melodie.

Enfadado, se le enrojeció la cara.

—¡Yo estaba en un viaje de negocios! No había dirigido ni dos palabras a Melodie desde Navidad. Por lo que a mí concierne, que tenga un buen viaje.

En algunos aspectos, se estaba mejor sin Melodie, que siempre estaba malhumorada, ensombreciendo las habitaciones con su terrible depresión. Me impuse la costumbre de visitar a Jory antes de ir a dormir para arroparle, abrir la ventana, apagar las luces y comprobar que tuviera agua al alcance. Mi beso en su mejilla intentaba ser un sustituto del beso de una esposa.

Sólo tras la partida de Melodie, descubrí que ella había colaborado un poco al levantarse temprano de vez en cuando para asear y alimentar a los bebés. Incluso se había molestado en cambiarles los pañales algunas veces al día.

A menudo, Bart entraba en la habitación de los niños y, como atraído por un imán, se quedaba mirando a los pequeños gemelos, que habían aprendido a sonreír y descubierto, con gran deleite, que aquellas cosas que se agitaban delante de ellos eran sus propios pies y sus propias manecitas. Las alargaban para agarrar los móviles de coloreados pájaros y tiraban de ellos para llevarlos a sus bocas.

—Son graciosos —comentó Bart pensativo, lo que me agradó. Incluso me ayudó un poco entregándome el aceite infantil y el talco. Por desgracia, precisamente cuando los gemelos parecían haberse ganado su atención, Joel entró en la habitación e hizo un gesto despectivo hacia los hermosos pequeñuelos, y la amabilidad y simpatía que Bart estaba demostrando se desvanecieron por completo. Se quedó de pie junto a mí con aire de culpabilidad.

El anciano dirigió a los gemelos una mirada rápida y severa, antes de desviar sus ofendidos ojos.

—Igual que los primeros gemelos, los malignos —murmuró Joel—. El cabello rubio y los ojos azules… nada bueno saldrá tampoco de esta pareja.

—¿Qué quieres decir? —exclamé, enfurecida—. ¡Cory y Carrie nunca hicieron daño a nadie! Fueron ellos quienes sufrieron el daño. Y fueron tu hermana, tu madre y tu padre quienes les infligieron tanto dolor, Joel. ¡Nunca lo olvides!

Joel respondió con el silencio. Después salió de la habitación, arrastrando consigo a Bart.

A mediados de junio, Cindy llegó en avión para pasar con nosotros el verano. Se esforzó denodadamente por tener ordenada su habitación, colgando sus propios vestidos, que antes solía dejaren el suelo. Me ayudaba a cambiar a los gemelos y sostenía los biberones mientras los mecía hasta que se dormían. Me resultaba grato verla sentada en la mecedora, con un bebé en cada brazo, tratando de sostener las dos botellas al mismo tiempo, vestida con un pijama, y dejando que sus hermosas piernas largas quedaran encogidas debajo de su cuerpo. Ella misma parecía una niña. Se bañaba y se duchaba tan a menudo que yo pensaba que acabaría por arrugarse como una ciruela pasa.

Una noche volvió de su lujoso cuarto de baño con un aspecto fresco y radiante, oliendo como una flor exótica del jardín.

—Me gusta el crepúsculo —exclamó entusiasmada, dando vueltas y más vueltas—. Me encanta pasear por el bosque cuando la luna brilla en el cielo.

Aquella vez estábamos todos sentados en la terraza, tomando bebidas. Bart aguzó el oído y preguntó con aspereza:

—¿Quién te espera en los bosques?

—No quién querido hermano, sino qué. —Volvió la cabeza para sonreírle inocentemente de un modo encantador—. Voy a ser amable contigo, Bart, aunque tú te muestres tan desagradable conmigo. He comprendido que no puedo ganar amigos lanzando observaciones groseras y ofensivas.

Bart la miró suspicaz.

—Sigo creyendo que te encuentras con algún muchacho en el bosque.

—Gracias, hermano Bart, por desear castigarme con tus desagradables sospechas. Hay un muchacho en Carolina del Sur de quien me he enamorado locamente, y es un amante de la naturaleza. Me ha enseñado a apreciar todo aquello que el dinero no puede comprar. Adoro las salidas y las puestas de sol. Cuando las liebres corren, yo las sigo. Él y yo hemos atrapado raros ejemplares de mariposas, que él conserva. Comemos en los bosques, nos bañamos en los lagos. Puesto que aquí no se me permite tener un amigo, voy a subir, sola, a lo alto de una colina e intentaré caminar lentamente hacia abajo. Resulta divertido desafiar la gravedad tratando de no correr sin aliento y descontrolada.

—¿Qué nombre das a esa gravedad? ¿Bill, John, Mark o Lance?

—Esta vez no consentiré que me molestes —replicó Cindy con arrogancia—. Me gusta contemplar el cielo, contar las estrellas, descubrir las constelaciones y observar a la luna jugar al escondite. Algunas veces, el hombre que habita en la luna me guiña el ojo, y yo le devuelvo el guiño. Dennis me ha enseñado a permanecer absolutamente quieta para absorber la sensación de la noche. Vaya, estoy viendo maravillas que ignoraba existieran porque estoy enamorada con locura; apasionada, ridícula y demencialmente enamorada.

La envidia brilló en los ojos oscuros de Bart antes de preguntar.

—¿Y qué hay de Lance Spalding? Creía que era él el objeto de ese sentimiento. ¿O es que le destrocé su bonita cara para siempre y ahora no puedes soportar mirarle?

Cindy palideció.

—A diferencia de ti, Bart Foxworth, Lance es bello todavía, por dentro y por fuera, como papá, y sigo queriéndole todavía, y también a Dennis.

Las arrugas en la frente de Bart se acentuaron.

—¡Sé todo sobre tu naturaleza amorosa! Lo que tú deseas es tenderte de espaldas y abrirte de piernas para algún idiota del pueblo, ¡y no voy a consentirlo!

—¿Qué sucede aquí? —preguntó Chris, perplejo al volver y encontrar desvanecida la paz anterior.

Cindy se puso en pie de un salto y apoyando las manos en las caderas, adoptó una postura desafiadora, miró con rabia el rostro de Bart, luchando por mantener aquel control maduro que estaba totalmente decidida a conservar ante él.

—¿Y por qué supones siempre lo peor cuando se trata de mí? Lo único que quiero es pasear a la luz de la luna, y el pueblo está a dieciséis kilómetros de distancia. Qué lástima que no puedas comprender lo que es ser humano.

Su respuesta y su mirada furiosa parecieron irritar a Bart mucho más.

—Tú no eres mi hermana; sólo eres una pequeña zorra astuta en celo… ¡igual que tu madre!

Esta vez fue Chris quien se levantó de un salto y abofeteó con inusitada violencia a Bart. Éste retrocedió y alzó los puños, como si estuviera dispuesto a golpear a su agresor en la mandíbula, cuando yo me puse en pie y me coloqué delante de Chris.

—¡No, no te atrevas a golpear al hombre que ha intentado ser el mejor de los padres! —Eso bastó para que mi hijo dirigiera su furiosa mirada hacia mí. Sus ojos se mostraban tan feroces que hubieran podido iniciar un incendio.

—¿Por qué no puedes ver a esa putita como lo que es? Ambos os fijáis sólo en lo que de malo hay en mí, pero cerráis los ojos a los pecados de vuestros favoritos. Esa muchacha no es más que una mujerzuela, una maldita mujerzuela de Dios. —Se quedó inmóvil, con los ojos desorbitados y perplejos.

Acababa de pronunciar el nombre de Dios en vano. Miró alrededor buscando a Joel, quien, por una vez, estaba fuera de la vista y el oído.

—¿Ves, madre, lo que hace conmigo? Me corrompe, y en mi propia casa, además.

Mirando a Bart con desaprobación, Chris volvió a sentarse mientras Cindy entraba en la casa. Yo la miré tristemente mientras se marchaba, al tiempo que Chris hablaba con aspereza a Bart.

—¿No te das cuenta de que Cindy está esforzándose por complacerte? Desde que ha llegado a casa, ha intentado de mil maneras apaciguarte, pero tú no se lo permites. ¿Cómo puedes ver algo malo en un paseo inocente por estos bosques solitarios? A partir de este momento, quiero que la trates con respeto. Si no lo haces es posible que la impulses a dar un mal paso. Haber perdido a Melodie ya es suficiente para un verano.

Era como si Chris no tuviera voz y Bart careciera de oídos, dado el efecto que causaron esas palabras. Chris dirigió a Bart una mirada severa y más palabras de reprimenda hasta que acabó por levantarse y entrar en la casa. Supuse que subiría a la habitación de Cindy para consolarla.

Sola con mi segundo hijo, intenté razonar con él, como siempre hacía.

—Bart, ¿por qué hablas con tanta aspereza a Cindy? Está en una edad muy delicada y es un ser humano decente que necesita ser apreciado. No es una mujerzuela ni una puta ni una zorra, sino una jovencita adorable, emocionada por ser bonita y atraer tanto la atención de los muchachos. Y eso no significa que ceda ante cada uno de ellos. Tiene escrúpulos, honor. Ese episodio con Lance Spalding no la ha corrompido.

—Madre, ella ya estaba corrompida hacía mucho tiempo aunque te niegues a creerlo. Lance Spalding no era el primero.

—¿Cómo te atreves a decir eso? —pregunté, realmente enojada—. ¿Y qué clase de hombre eres tú, en todo caso? Te acuestas con quien te place, haces lo que te parece, en cambio, se supone que ella ha de ser un ángel con una aura y alas en la espalda. ¡Sube ahora mismo y discúlpate con Cindy!

—¿Una disculpa? Eso es algo que Cindy nunca obtendrá de mí. —Se sentó para terminar su bebida—. Los sirvientes hablan de Cindy. Tú no los oyes porque estás demasiado ocupada con esos dos bebés que no puedes dejar tranquilos. Pero yo los escucho mientras limpian. Tu Cindy está hecha una buena pieza. El problema reside en que tú crees que es un ángel porque tiene aspecto de ángel.

Me acodé en el cristal de la mesa blanca de hierro forjado, abrumada, cansada. Lo mismo hizo Jory que no había pronunciado ni una palabra en favor o en contra de Cindy. Permanecer un rato cerca de Bart resultaba tan agotador… el temor de decir algo inapropiado mantenía todo el cuerpo en tensión.

Mi mirada se clavó en las rosas carmesíes que formaban el adorno floral en la mesa.

—Bart, ¿se te ha ocurrido alguna vez que Cindy puede sentirse como si estuviera contaminada, hasta el punto de que ya nada le importe? Y lo cierto es que tú no le das motivos para valorar su propia estima.

—Es una cualquiera, una mujerzuela perdida —dijo con una convicción absoluta.

Mi voz se tornó tan fría como el hielo.

—Al parecer, por lo que yo oigo murmurar a los sirvientes, a ti te atrae precisamente esa clase de mujer que condenas.

De pie, arrojó a la mesa una servilleta y entró con decisión en la casa.

—¡Voy a echar a la calle a cada maldito sirviente que se atreva a murmurar de mí!

Suspiré. Pronto no podríamos contratar ningún criado si Bart seguía despidiéndolos continuamente.

—Mamá, voy a acostarme —dijo Jory—. Esta agradable velada en la terraza ha resultado exactamente como yo hubiera podido predecir.

Aquella misma noche, Bart despidió a todos los sirvientes menos a Trevor, quien en raras ocasiones hablaba con alguien, excepto conmigo o con Chris. Si Trevor se hubiese marchado cada vez que Bart le despedía, hacía ya mucho tiempo que no habría estado con nosotros. Trevor poseía un peculiar instinto para comprender cuándo Bart hablaba en serio. Nunca, nunca le replicó, ni se enfrentó directamente con la mirada de Bart. Quizá por esa razón Bart pensaba que tenía acobardado a Trevor. Sin embargo, yo creía que Trevor perdonaba a Bart porque lo comprendía y sentía lástima por él.

Cuando me encaminé hacia la habitación de Cindy, me encontré con Chris, que bajaba.

—Está muy alterada. Intenta calmarla, Cathy. Asegura que va a marcharse y jamás volverá.

Cindy estaba boca abajo en su cama. De su garganta salían pequeños gemidos y gruñidos.

—Lo estropea todo —se quejó—. Yo nunca conocí ni a mi padre ni a mi madre… y Bart quiere separarme de ti y papá. —Me senté al borde de su cama—. Ahora está decidido a fastidiarme el verano, y hacerme marchar como consiguió con Melodie.

Sostuve su ligero cuerpo en mis brazos y la consolé lo mejor que pude, mientras pensaba que debería enviarla lejos para evitar que Bart la dañara otra vez. ¿Dónde podía enviar a Cindy sin herir sus sentimientos, que no aguantarían otro golpe cruel? Me fui a la cama meditando sobre ello. Cindy se escapaba de la casa para encontrarse con un muchacho del pueblo. Eso lo supe más tarde.

Tal y como Bart había predicho, la experiencia de amor a la naturaleza tenía un nombre, Víctor Wade. Y así, mientras yo yacía en mi cama y Chris dormía junto a mí, mientras pensaba cómo podía salvar a Cindy sin perder su amor, y cómo conseguir que Bart no mostrase su peor faceta, nuestra Cindy salía a hurtadillas de la casa y se iba con Víctor Wade a Charlottesville.

En Charlottesville, Cindy se divirtió bailando con Víctor Wade hasta agujerear las delgadas suelas de sus frágiles y relucientes sandalias con tacones de diez centímetros. Después Víctor, fiel a su palabra, la llevó de vuelta a Foxworth Hall. Pero antes de llegar, cerca de uno de los caminos que conducían a nuestra colina, detuvo el automóvil y atrajo a Cindy a sus brazos.

—Me he enamorado —susurró con voz ronca, haciendo llover hábiles besos en la cara de ella, detrás de las orejas, recorriendo su nuca hasta terminar en los senos, que desnudó—. Nunca había conocido a una chica que fuese ni la mitad de divertida que tú. Y tenías razón; no las hay mejores en Texas…

Medio ebria por haber bebido demasiado vino, y atosigada por la destreza de su juego amoroso, los esfuerzos de Cindy para resistir que le hiciera el amor fueron débiles, ineficaces. Muy pronto, su apasionada naturaleza respondía a las caricias de Víctor y, anhelante, le ayudó a desnudarse, mientras él desabrochaba la cremallera del vestido y tras quitárselo, lo apartaba junto con el resto de la ropa. Víctor se echó encima de ella… y súbitamente Bart apareció.

Bramando como un toro enfurecido, Bart corrió hasta el coche estacionado y sorprendió a Cindy y Víctor en el mismo acto de la copulación.

Al ver sus cuerpos desnudos, los brazos y piernas entrelazados en el asiento trasero, se confirmaron todas sus sospechas, y aún se encolerizó más. Abrió la portezuela, y agarrando a Víctor por los tobillos, lo sacó por la fuerza de modo que el muchacho cayó de bruces en la áspera gravilla de la carretera. Sin darle la oportunidad de recobrarse, Bart lo atacó, golpeándole con los puños con brutalidad.

Chillando de rabia, sin tener en cuenta su desnudez, Cindy arrojó su vestido a la cara de Bart, cegándole durante unos instantes, que dieron a Víctor tiempo para ponerse en pie y asestarle a su vez un puñetazo que, de momento, detuvo a Bart. Pero el muchacho ya sangraba por la nariz y tenía un ojo amoratado.

—Bart fue tan despiadado, mamá —explicaba Cindy—. ¡Tan horrendo! Parecía un loco, sobre todo cuando Víctor consiguió encajarle un buen derechazo en la mandíbula. Intentó propinarle un puntapié en los genitales; acertó, pero no lo bastante fuerte. Bart se dobló, gritó y después se lanzó contra Víctor, con tal ferocidad que llegué a temer que lo matase. Se recuperó tan pronto de aquel dolor, mamá, tan deprisa… y yo siempre había oído decir que eso detenía en seco a cualquier hombre. —Cindy sollozaba con su cabeza en mi regazo—. Era como un demonio recién salido del infierno, profiriendo insultos contra Víctor, empleando todas esas palabras obscenas que a mí no me permite pronunciar. Hizo caer a Víctor y luego le golpeó hasta dejarle inconsciente. ¡Entonces se abalanzó sobre mí! Me aterrorizaba pensar que me golpearía en la cara, me rompería la nariz y me dejaría fea, como siempre ha amenazado que haría. De alguna manera, había conseguido ponerme el vestido, pero la cremallera estaba abierta en la espalda por completo. Me agarró por los hombros y me sacudió con tanta fuerza que el vestido cayó hasta mis tobillos y quedé desnuda, pero Bart no miró mi cuerpo. Con la mirada clavada en mi rostro, me abofeteó, de modo que mi cabeza iba de un lado a otro, hasta que me sentí mareada y aturdida. Todo me daba vueltas antes de que Bart me recogiera como un saco de patatas, ,me colocara en su hombro y me llevara a través del bosque, dejando a Víctor inconsciente en el suelo.

»Fue horrible, mamá, y tan humillante ser llevada de esa manera, como si fuese un animal. Lloré durante todo el camino, suplicando a Bart que llamase a una ambulancia por si Víctor estaba mal herido, pero no me escuchaba. Le supliqué que me dejase en el suelo y me permitiera taparme, pero Bart me ordenó que me callase o haría algo terrible. Entonces me llevó a…

Se interrumpió de repente, mirando inmóvil al frente, como si recordar le asustara.

—¿Dónde te llevó, Cindy? —pregunté. Me sentía enferma, como si su humillación fuese también la mía, y estaba furiosa con Bart y apesadumbrada por la tremenda experiencia que había vivido Cindy. Al mismo tiempo, estaba muy enojada porque ella misma había provocado esa situación al desobedecer y no tener en cuenta cuanto yo había intentado enseñarle.

Con una vocecita muy débil, y la cabeza agachada de modo que su largo cabello le ocultaba la cara, Cindy concluyó:

—Sólo a casa, mamá, sólo a casa.

Había algo más en ese asunto, pero ella no quiso contarme nada. Yo sentía deseos de reñirla, castigarla, recordarle que ella ya conocía el carácter de Bart y su feroz temperamento, pero comprendía que Cindy ya estaba bastante afectada como para escuchar más.

Me levanté para salir de su habitación.

—Te retiro todos los privilegios, Cindy. Mandaré a un criado arriba para que quite el teléfono, de modo que no puedas llamar a tus amigos para que te ayuden a escapar. He oído tu versión de la historia ahora, y Bart me contó la suya esta mañana. No estoy de acuerdo con su modo de castigarte a ti y a ese chico. Fue demasiado brutal, y por esa razón, me excuso. Sin embargo, parece que tú eres muy generosa con tus favores sexuales. No puedes seguir negándolo, pues yo misma lo vi cuando ese muchacho, Lance, estuvo aquí. Me duele descubrir que has aprendido tan poco de todo lo que he intentado enseñarte. Me doy cuenta de que es duro ser joven y diferente de tus semejantes, pero, de todos modos, confiaba en que esperarías hasta que supieras cómo afrontar las relaciones íntimas. Yo no podría soportar que un desconocido me pusiera ni un dedo encima y mucho menos que me tomara totalmente; en cambio, tú… acababas de conocer a ese muchacho, Cindy ¡Un perfecto desconocido que hubiera podido dañarte!

Alzó su linda carita lastimosa.

—Mamá, ¡ayúdame!

—¿No he hecho lo posible para ayudarte durante toda mi vida? Escúchame, Cindy, por favor, atiende por una vez de verdad. La mejor parte del amor llega al aprender a comprender a un hombre, permitiéndole que te conozca como persona antes de que comiences a pensar en el sexo… ¡Una no escoge al primer hombre que encuentra!

Con un gesto amargo, se echó hacia atrás.

—Mamá, todos los libros hablan del sexo. En cambio no mencionan el amor. La mayoría de los psicólogos opinan que el amor no existe. Tú nunca me has explicado claramente qué es el amor. No sé ni tan siquiera si existe. Creo que el sexo es tan necesario a mi edad como el agua y los alimentos, y que el amor no es más que la excitación sexual. Es la sangre que se enciende, el pulso que se acelera, el corazón que palpita con fuerza; en resumidas cuentas, no es más que una necesidad natural, no peor que el deseo de dormir. De modo que a pesar de ti y tus ideas anticuadas, yo cedo cuando un muchacho que me gusta quiere llegar hasta el final. ¡Bueno ahora no me mires con tanta indignación! No me violó, ¡yo se lo permití! ¡Yo quería que él hiciera precisamente lo que hizo! —Sus ojos azules me retaban mientras se alzaba y me miraba directamente a la cara—. Ahora, vamos, llámame pecadora como hizo Bart. Grita y vocea y di que iré al infierno, pero no te creo a ti como tampoco le creo a él. Si fuese como vosotros decís, el 99 por ciento de la población mundial sería pecadora, ¡incluyéndote a ti y a tu hermano!

Asombrada, profundamente herida, me volví y salí.

Prosiguieron los hermosos días del verano mientras Cindy permanecía en su habitación, enfadada con Bart, conmigo e incluso con Chris. Rechazaba comer en la mesa si Bart o Joel estaban presentes. Dejó de ducharse dos o tres veces al día, y su cabello, por falta de cuidado, se tornó tan áspero y desvaído como el de Melodie, como si quisiera indicarnos que estaba en el camino de abandonarnos como había hecho Melodie, cuya conducta al parecer intentaba imitar en la medida de lo posible. Sin embargo, incluso en su melancolía, los ojos seguían brillándole ardientes, y tenía un aspecto hermoso a pesar de su falta de pulcritud.

—Lo único que así consigues es sentirte miserable —dije un día cuando vi que desconectaba rápidamente el aparato de televisión que tenía en su dormitorio, como si pretendiera hacerme creer que no disfrutaba con nada, cuando en su habitación disponía de todos los lujos posibles, excepto del teléfono, que yo había hecho sacar para que no pudiera concertar citas secretas con Víctor Wade o cualquier otro.

Cindy se sentó en la cama mirándome con resentimiento.

—Déjame marchar, por favor, mamá. Ve y di a Bart que me deje marchar y nunca más volveré a molestarle. ¡Jamás volveré a esta casa!, ¡jamás!

—¿Adónde irás? ¿Qué vas a hacer, Cindy? —pregunté preocupada, temerosa de que una noche huyera y jamás volviésemos a saber de ella. Y yo sabía que Cindy no tenía suficiente dinero ahorrado para poder pasar más de dos semanas:

—¡Haré lo que tengo que hacer! —exclamó mientras por sus pálidas mejillas corrían lágrimas de autocompasión. Su tez estaba perdiendo ya el bronceado—. Tú y papá habéis sido generosos, de modo que no tendré que vender mi cuerpo, si es que estás pensando eso. A menos que quiera, porque lo cierto es que en este momento me siento como si fuese todo aquello que Bart no quiere que yo sea, y eso le enseñaría, le enseñaría de verdad.

—En tal caso, te quedarás en esta habitación hasta que te sientas como aquello que yo quiero que seas. Cuando puedas dirigirte a mi con respeto, sin gritar, y puedas expresarme algunas de las decisiones maduras en que intentes basar tu vida, te ayudaré a escapar de esta casa.

—¡Mamá! —gimió—. ¡No me odies! ¡No puedo evitar que me atraigan los muchachos! Y yo les atraigo a ellos. Me gustaría reservarme para el príncipe perfecto, pero nunca he encontrado a nadie tan excepcional. Cuando rehúso sus proposiciones los chicos me dejan y van directamente hacia otra que no les rechace. ¿Cómo lo hiciste tú, mamá? ¿Cómo lograste tener a todos esos hombres amándote a ti, y solamente a ti?

¿Todos esos hombres? No supe responder, de modo que, como otros padres en un apuro, evité dar una contestación directa, que de todos modos no tenía.

—Cindy, tu padre y yo te queremos mucho, deberías saberlo. Jory también te quiere. Y los gemelos sonríen en cuanto te ven acercarte a ellos. Antes de actuar con precipitación, háblalo con tu padre, con Jory. Da tu opinión y cuéntanos lo que deseas para ti, y si es algo razonable nosotros haremos todo lo posible para que tú obtengas lo que desees.

—¿Dejarás a Bart intervenir en esto? —preguntó Cindy con suspicacia.

—No, cariño. Bart ha demostrado que no razona, cuando se trata de ti. Desde el día en que entraste a formar parte de nuestra familia, Bart ha estado resentido contigo, y así ha continuado hasta ahora. Después de tanto tiempo, no parece que nosotros podamos hacer mucho al respecto. En cuanto a Joel, a mí tampoco me gusta, además, no tiene ningún lugar en nuestras discusiones familiares sobre tu futuro.

De pronto, Cindy me echó los brazos al cuello.

—Oh, mamá, estoy tan avergonzada por haber dicho tantas cosas desagradables. Quería herirte porque Bart me había avergonzado muchísimo. Sálvame de él, mamá. Encuentra algún medio, por favor, por favor.

Después de que Chris, Jory, Cindy y yo hubimos deliberado, encontramos un medio para salvar a Cindy, no sólo de Bart, sino de ella misma. Procuré apaciguar a Bart, que se proponía castigarla más drásticamente.

—Lo único que hace es añadir leña al fuego que ya está ardiendo en el pueblo —vociferó cuando entramos en su oficina—. Yo intento llevar una vida decente, grata a Dios… de modo que no me vengas diciendo que tú has oído contar otras cosas. Admito que me revolqué en el fango durante un tiempo, pero las cosas han cambiado. Yo no gozo con esas mujeres. Melodie fue la única que me entregó algo parecido al amor.

Intenté despejar la expresión malhumorada de mi semblante. Observando todos los objetos valiosos de su despacho, me pregunté una vez más si Bart no amaría las cosas más que las personas. Contemplé las lujosas piezas orientales antiguas por las que había pagado en subastas centenares de miles de dólares. El mobiliario haría avergonzar al de la Casa Blanca. Bart acabaría por convertirse en el hombre más rico del mundo si, como hasta entonces, seguía duplicando sus quinientos mil anuales cada pocos meses. Incluso antes de su independencia, ya habría alcanzado los primeros mil millones. Bart era inteligente, rápido, brillante. Resultaba lamentable que no fuera nada más que otro millonario, egoísta y avaricioso.

—Déjame ahora, madre. Me haces perder el tiempo. —Hizo girar su sillón y miró a través de la ventana hacia los bellos jardines en plena floración—. Envía lejos a Cindy…, a cualquier parte. Lo que debes hacer es sacármela de encima.

—Cindy nos dijo la noche pasada que le gustaría pasar el resto del verano en una escuela de arte dramático de Nueva Inglaterra. Tiene el nombre y la dirección de una que le gusta. Chris llamó para comprobarlo y parece ser de confianza y tener una buena reputación. Por tanto, Cindy se marchará dentro de tres días.

—Es sano deshacerse de la basura —dijo con indiferencia.

Le lancé una mirada compasiva.

—Antes de condenar tan duramente a Cindy, Bart, piensa un poco en ti mismo. ¿Ha hecho ella algo peor de lo que tú has hecho?

Bart comenzó a trabajar con el ordenador sin responder.

Di un portazo detrás de mí.

Tres días después, yo ayudaba a Cindy a terminar de preparar su equipaje. Habíamos ido de compras, de modo que tenía ropa más que suficiente, seis pares de zapatos nuevos y dos trajes de baño también nuevos. Dio un beso de despedida a Jory y después se entretuvo con los gemelos.

—Queridos bebés, pequeñuelos —canturreó con ellos en brazos—. Volveré. Entraré y saldré a hurtadillas para que Bart no me descubra. Jory, tú también deberías marcharte, con mamá y papá. —De mala gana dejó a los gemelos en el parquecito y se acercó para abrazarme y besarme. Yo ya estaba llorando. Estaba perdiendo a mi hija. Lo sabía por su modo de mirarme, que indicaba que nada entre nosotras volvería a ser igual nunca más.

Sin embargo, me abrazó.

—Papá me llevará al aeropuerto —dijo mientras apoyaba su cabeza en mi hombro—. Tú también puedes venir si no lloras y sientes pena de mí, porque yo estoy contenta por liberarme de esta maldita casa. Es una mansión maligna, y ahora odio su espíritu tanto como en otro tiempo amé su belleza.

Nos fuimos en coche al aeropuerto sin que Cindy se despidiera de Bart ni de Joel.

No necesitó pronunciar ni una palabra, pues su expresión me lo decía todo. Se mostró más cariñosa con Chris, a quien besó al despedirse. A mí sólo me saludó con la mano.

—No os quedéis esperando a que mi avión despegue. Me voy de aquí con gran alegría —dijo, mientras corría hacia la puerta de embarque.

—¿Escribirás? —preguntó Chris.

—Claro, cuando tenga tiempo.

—Cindy —dije a pesar de mí misma, queriéndola proteger de nuevo—, escribe por lo menos una vez a la semana. Nos preocupa lo que pueda sucederte. Estaremos aquí para hacer lo que podamos cuando nos necesites. Y, tarde o temprano, Bart encontrará lo que está buscando y cambiará. Yo me ocuparé de que cambie. Lucharé para que volvamos a ser una familia.

—Bart no encontrará su alma, mamá —replicó Cindy, fría, alejándose más todavía—. Nació sin alma.

Antes de que su avión despegara, mis lágrimas dejaron de brotar y mi decisión se afirmó en una meta. En verdad antes de que muriese, iba a ver a mi familia reunida, entera y sana, aunque para ello necesitase todo el resto de mi vida.

Chris intentó sacarme de mi depresión mientras me conducía hacia lo que se suponía era un hogar.

—¿Qué tal la nueva empleada? Mi preocupación por Cindy me había tenido tan absorta que había dedicado poca atención a la bella enfermera, de cabello oscuro, que Chris había contratado recientemente para ayudarnos a cuidar de los gemelos y Jory. Hacía algunos días que estaba en la casa y yo apenas le había dirigido media docena de palabras.

—¿Qué opina Jory sobre Toni? —preguntó Chris—. Me tomé muchas molestias para encontrar la persona adecuada. En mi opinión, es un auténtico hallazgo.

—No creo que Jory la haya mirado ni una sola vez, Chris. Está tan ocupado con sus pinturas y los gemelos… Ya comienzan a gatear sin esfuerzo. Bueno, ayer vi que Cory, quiero decir Darren, recogía un insecto de la hierba y trataba de llevárselo a la boca. Fue Toni quien corrió para impedirlo. Y no recuerdo que Jory le dirigiera ni una mirada.

—Se fijará en ella antes o después. Y, oye, Cathy, has de dejar de pensar en estos gemelos como si fuesen Cory y Carrie. Si Jory te oye llamarlos Cory o Carrie, se enfadará. No son nuestros gemelos; son de Jory.

Chris no dijo nada más durante el largo trayecto de regreso a Foxworth Hall, ni tan siquiera cuando giró por nuestra avenida para entrar lentamente en el garaje.

—¿Qué ocurre en esta casa de locos? —preguntó Jory en cuanto salimos a la terraza donde estaba sentado en el suelo, sobre una estera de gimnasia. Los gemelos se hallaban con él, jugando alegremente, bajo el sol.

—Poco después de que os marcharais para acompañar a Cindy al aeropuerto, llegó una cuadrilla de albañiles que han estado golpeando y alborotando en ese cuartito de abajo donde Joel suele rezar. No he visto a Bart y no quería hablar con Joel. Y hay algo más…

—No entiendo… —Es esa condenada enfermera que tú y papá habéis contratado, mamá. Es espléndida y muy buena en su trabajo…, cuando aparece. Hace diez minutos que la estoy llamando y no ha respondido. Los gemelos están empapados y no hay suficientes pañales, de modo que no puedo cambiarlos. Si entro en la casa para buscar más, tendría que dejarlos solos aquí fuera. Ahora lloran cuando intento sujetarlos con las correas. Quieren ir por sí solos, en especial Deidre.

Cambié los pañales a los gemelos y los acosté. Después fui a buscar al miembro más reciente de nuestro hogar. Para mi asombro, la encontré en la nueva piscina, con Bart; ambos reían, salpicándose mutuamente de agua.

—¡Hola, madre! —saludó Bart, bronceado y sano, como no lo había visto desde los días en que creía estar enamorado de Melodie—. Toni juega al tenis de manera extraordinaria. Es formidable tenerla aquí. Los dos estábamos tan acalorados después del esfuerzo que decidimos refrescarnos en la piscina.

La expresión de mis ojos fue correctamente interpretada por Antonia Winters. Salió de inmediato de la piscina y comenzó a secar su rizado cabello oscuro y después se envolvió con la misma toalla blanca.

—Bart me ha pedido que lo llame por su nombre. No le importará si lo hago, ¿verdad, señora Sheffield?

La observé evaluándola, preguntándome si sería lo bastante responsable para hacerse cargo de Jory y los gemelos. Me gustó su cabello oscuro, que ahuecó formando suaves ondas y rizos que enmarcaban espléndidamente su rostro sin maquillaje. Mediría alrededor de un metro setenta y tenía tantas curvas voluptuosas como Cindy, curvas que, si bien Bart había despreciado en su hermana, en la figura de la enfermera merecían toda su aprobación, a juzgar por la manera en que la contemplaba.

—Toni —dije, dominándome—, Jory, a quien tienes que ayudar, pues para ello te contratamos, estuvo llamándote para que le llevases más pañales para los gemelos. Se encontraba en la terraza con sus hijos, y tú deberías haber estado con él, no con Bart. Te empleamos para que te ocuparas de que ni Jory ni sus hijos quedaran desatendidos.

Se ruborizó avergonzada.

—Lo siento, pero Bart… —vaciló y pareció más azorada mientras le echaba una mirada.

—Está bien, Toni. Acepto la culpa —dijo Bart—. Yo le aseguré que Jory estaba bien y era capaz de cuidar de sí mismo y de los gemelos. Tengo la impresión de que se preocupa mucho de mostrarse independiente.

—Procura que esto no vuelva a suceder, Toni —dije, ignorando a Bart.

¡Ese condenado iba a volvernos a todos locos! Entonces se me ocurrió una brillante idea.

—Bart, tú y Toni hubierais prestado un gran favor a Jory incluyéndole en vuestra fiesta en la piscina. Jory puede utilizar los brazos. De hecho, tiene unos brazos poderosos. Por otro lado, deberías tener presente, Bart, que es bastante peligroso que una piscina como ésta no disponga de la protección de una valla, sobre todo habiendo dos niños pequeños. De modo que, Toni, me gustaría que tú y Jory comenzarais a enseñar a los gemelos… por si acaso.

Bart se quedó mirándome reflexivo, como si leyera mis pensamientos. Echó una mirada a Antonia, que ya se encaminaba hacia la casa.

—Así pues, vais a continuar aquí, ¿por qué?

—¿Acaso no quieres que nos quedemos?

—Vaya, sí, por supuesto, sobre todo ahora que Toni ha venido para alegrar mis horas solitarias.

Su sonrisa irradiaba el encanto de su difunto padre.

—¡Déjala en paz, Bart!

Él hizo una mueca maliciosa y empezó a nadar de espaldas y, con un movimiento, se impulsó hacia donde yo estaba. Entonces me agarró por los tobillos con tal fuerza que me hizo daño y por un momento temí que me haría caer en la piscina y estropearía el vestido de seda que llevaba.

Miré hacia abajo y observé sus ojos oscuros, repentinamente amenazadores.

—Suéltame. Ya he nadado esta mañana.

—¿Y por qué no nadas conmigo alguna vez?

¿Qué vería Bart en mí que la amenaza se desvaneció cediendo paso a la tristeza, reflejada en una mirada tan melancólica? Se inclinó para besarme los dedos de los pies, que asomaban por las sandalias. En ese momento me rompió el corazón. Habló exactamente con el mismo tono de su difunto padre.

—Creo que nunca encontraré a nadie tan adorable como tú… —Alzó la mirada—. Oye, madre, yo también tengo algo de talento artístico.

Ésa era mi oportunidad. Bart era vulnerable, conmovido por algo que veía en mi rostro.

—Sí, claro que lo tienes, Bart, pero ¿no te entristece un poco que Cindy se haya marchado?

Sus oscuros ojos se endurecieron.

—No, en absoluto. Estoy contento de que se haya ido. ¿No te demostré lo que ella era en realidad?

—Sólo me demostraste lo odioso que puedes llegar a ser.

Su mirada se oscureció más, tornándose tan ferozmente decidida que me asustó. Volvió la vista hacia la casa al oír un leve arrastrar de pies. Miré hacia allí. Joel acababa de salir y se hallaba en la zona de césped que rodeaba la larga piscina ovalada.

Joel nos condenó silenciosamente con sus pálidos ojos azules, mientras sus huesudas manos de largos dedos le sostenían la barbilla. Inclinó la cabeza hacia atrás y miró al cielo. Su dulce voz quejumbrosa nos llegó balbuceante.

—Haces esperar al Señor, Bart, mientras estás perdiendo el tiempo.

Desesperanzada observé que los ojos de Bart se inundaban de culpa. Salió con rapidez de la piscina y, por un momento, se quedó en pie, mostrando toda su joven masculinidad gloriosa, sus largas y fuertes piernas bronceadas, su vientre duro y liso, sus amplios hombros y sus firmes músculos. Por un segundo creí que estaba tensando sus poderosos músculos, preparándose para una embestida de león que lo catapultaría directamente a la garganta de Joel. Me quedé rígida, preguntándome si alguna vez Bart había pensado en la posibilidad de golpear a su tío.

Una nube cubrió el sol. De alguna manera hizo que las sombras de las lámparas apagadas junto a la piscina formasen una cruz en el suelo. Bart miró hacia abajo.

—Ya ves, Bart —dijo Joel con un tono apremiante que nunca antes le había oído—, tú olvidas tus deberes, y el sol desaparece. Dios te envía este signo de la cruz. Él siempre está vigilante. Él oye. Él te conoce. Porque tú has sido escogido.

Escogido, ¿para qué?

Casi como si Joel le hubiera hipnotizado, Bart siguió a su tío abuelo dentro de la casa, dejándome sola junto a la piscina. Me apresuré a contarle a Chris lo sucedido con Joel.

—¿Qué puede querer decir, Chris, cuando declara que Bart ha sido escogido?

Chris me obligó a sentarme, a relajarme. Incluso me preparó mi bebida favorita antes de tomar asiento junto a mí en el pequeño balcón que daba a los jardines y las montañas.

—Acabo de tener unas palabras con Joel. Parece que Bart contrató trabajadores para que construyeran una pequeña capilla en ese cuarto vacío que Joel utiliza para sus plegarias.

—¿Una capilla? —pregunté muy asombrada—. ¿Y para qué necesitamos una capilla?

—No creo que la construyan para nosotros. Es para Bart y Joel; un lugar donde podrán rezar sin ir al pueblo y enfrentarse con todos los lugareños que desprecian a los Foxworth. Y si eso es lo que Bart cree que lo ayudará a encontrarse a si mismo, por el amor de Dios, no digas ni una palabra para condenar lo que está haciendo junto con Joel. Cathy, yo no creo que ese anciano sea un hombre malvado, sino que está intentando convertirse en un candidato para la santidad.

—¿Un santo? ¡Vaya, eso sería como coronar con un aura la cabeza de Malcolm!

Chris se impacientó conmigo.

—Deja que Bart haga lo que le plazca. De todos modos he decidido que ya es hora de que nos marchemos de aquí. No puedo hablar contigo en esta casa y esperar una respuesta sensata. Nos trasladaremos a Charlottesville, junto con Jory, los gemelos y Toni, en cuanto encuentre una vivienda adecuada.

Sin que yo lo advirtiera Jory había entrado en nuestras habitaciones y me sorprendió al oírle hablar.

—Mamá, papá puede tener razón. Quizá Joel sea el santo bondadoso y benigno que a veces parece ser. En ocasiones creo que tú y yo somos demasiado suspicaces, aunque, claro, a menudo tú tienes razón. Observo a Joel cuando está distraído y me parece que en muchos aspectos él intenta no ser lo que nosotros más tememos; una réplica del abuelo que vosotros dos odiasteis.

—¡Todo esto es ridículo! Desde luego que Joel no es como su padre o, de lo contrario, no le hubiera odiado tanto —intervino Chris con un enojo repentino y anormal, con expresión dura, totalmente agotada la paciencia, no sólo conmigo sino también con Jory—. Toda esta palabrería sobre almas que se reencarnan en generaciones posteriores es una absoluta majadería. No necesitamos añadir más complicaciones a nuestras vidas, bastante complicadas de por sí.

El lunes siguiente, Chris marchó de nuevo en su coche para dirigirse al trabajo que le gustaba tanto como en otro tiempo el ejercicio de la medicina. Yo me quedé mirando su vehículo, sintiendo que mi rival era su floreciente aventura amorosa con la bioquímica.

La mesa parecía solitaria sin la presencia de Chris y Cindy. Toni estaba arriba, acostando a los gemelos, lo que molestaba enormemente a Bart, quien había insinuado a Jory que la enfermera ya estaba locamente enamorada de él, de Bart. Tal información no afectó a Jory en absoluto, pues estaba demasiado absorto en sus propios pensamientos. No había pronunciado ni dos palabras durante toda la comida, y tampoco lo hizo cuando finalmente Toni se unió a nosotros.

Llegó otra tarde de viernes, y con ella volvió Chris, tal como papá había hecho en otro tiempo, regresando a casa todos los viernes. De un modo u otro me turbaba el paralelismo entre nuestra vida y la de nuestros padres. El sábado pasamos la mayor parte del día en la piscina, con Jory y los gemelos; Toni y yo aguantábamos a los bebés, mientras Chris ayudaba a Jory, quien realmente no necesitaba mucha ayuda. Se atrevió a cruzar la piscina, nadando con destreza, compensando sobradamente con sus vigorosos brazos las piernas inútiles que flotaban inertes detrás de él. En la piscina, con las piernas bajo el agua, Jory se parecía más a sí mismo, lo que se reflejaba en su rostro feliz.

—¡Eh, esto es formidable! No nos mudemos todavía a Charlottesville. Allí no hay muchas casas con piscina como ésta. Además, necesito los pasillos anchos y el ascensor. Y ya me he acostumbrado a Bart, y hasta a Joel.

—Quizá yo no pueda venir el próximo fin de semana. —Chris rehuyó mi mirada mientras soltaba esta sorprendente información en nuestra mesa del desayuno dominical. Evitando encontrarse con los ojos de los presentes, prosiguió—: Se celebra una convención de bioquímicos en Chicago, y me gustaría asistir. Estaría fuera dos semanas. Si quisieras acompañarme, Cathy, te lo agradecería mucho.

Bart hundió la cuchara en el maduro melón. Sus ojos oscuros tenían una expresión de impaciente espera como si toda su vida dependiera de mi respuesta. Yo deseaba ir con Chris, deseaba ardientemente escapar de aquella casa y sus problemas, para estar a solas con el hombre a quien amaba. Anhelaba permanecer cerca de él, pero tenía que negarle ese deseo y hacer un último gran esfuerzo para salvar a Bart.

—Me gustaría muchísimo ir contigo, Chris. Pero Jory se avergüenza de pedirle a Toni que le ayude en ciertas cosas íntimas. Me necesita aquí.

—¡Por el amor de Dios! Para eso la contratamos. ¡Es una enfermera!

—Chris, bajo mi techo, no pronuncies en vano el nombre del Señor.

Mirando furiosamente a Bart tras estas palabras, se puso en pie.

—He perdido el apetito súbitamente. Desayunaré en la ciudad si es que recupero las ganas de comer. Me miró con enojo, acusador. Echando un furioso vistazo a Bart, colocó levemente la mano en el hombro de Jory y se marchó. Había sido un acierto que le hubiera pedido que emplease una enfermera antes de que eso sucediera.

Después de mi negativa a acompañarle, era más que probable que Chris no quisiera escuchar lo que me proponía por mis dos hijos que, de un modo u otro, estaban abriendo una brecha en la familia. Sin embargo, yo no podía abandonar a Jory sin estar realmente segura de que Toni cuidaría de él a la perfección; todavía no.

Toni se unió a nosotros en la mesa vestida con un uniforme blanco recién planchado. Nosotros tres, alrededor de la mesa, hablamos del tiempo y otras trivialidades mientras ella permanecía sentada con los ojos clavados en Bart. Aquellos ojos grises, bellos, suaves y luminosos estaban llenos de asombro… y enamorados. Era tan obvio que yo estuve tentada de advertirla que mirase a Jory y no al hombre que, con toda seguridad, la destruiría.

Presintiendo su admiración, Bart exhibió su encanto riendo y refiriendo algunas historias bobas que se mofaban del muchachito que había sido. Cada palabra que él pronunciaba la hechizaba más, en tanto Jory permanecía sentado y olvidado en su detestada silla de ruedas fingiendo leer el periódico de la mañana.

Día tras día yo apreciaba cómo crecía el amor de Toni por Bart, incluso mientras atendía a los gemelos con cariño y hacía pacientemente todo lo necesario por Jory. Mi primogénito estaba melancólico, esperando continuamente llamadas telefónicas de Melodie, cartas que no recibía; esperando que alguien le ayudara con las cosas que solía hacer por él y ya nadie hacía. Yo sufría por su impaciencia, que se manifestaba cuando los sirvientes tardaban demasiado en hacerle la cama, asear su habitación, o apartarse de su camino y dejarle solo.

Jory se dedicaba a la pintura sin descanso, y contrató un profesor de arte para que tres veces a la semana le enseñara las distintas técnicas. Trabajo, trabajo, trabajo… Estaba entregándose con afán para llegar a ser el mejor artista posible, como en otro tiempo se había dedicado a sus ejercicios de ballet mañana, tarde y noche.

Las cuatro «D» del mundo del ballet nunca morían en algunos de nosotros: estímulo[3], dedicación, deseo y decisión.

—¿Crees que Toni es una niñera adecuada para los bebés? —pregunté una tarde mientras ella se alejaba por la avenida, paseando a los gemelos en el cochecito doble.

A los pequeños les gustaba estar al aire libre, y el solo hecho de ver el cochecito provocaba en ellos grititos de placer y excitación. No habían terminado de salir las palabras de mi boca cuando ambos vimos que Bart se apresuraba para reunirse con la enfermera. Ambos comenzaron entonces a empujar el cochecito.

Intranquila, esperé a que Jory hablase, pero no dijo nada. Advertí su expresión de amargura mientras contemplaba a Bart acompañar a sus hijos y a la enfermera que habíamos contratado para él. Era como si yo pudiera leer sus pensamientos. Ya no tenía ninguna oportunidad de conquistar a una mujer estando en aquella silla de ruedas, sin poder danzar, ni tan siquiera caminar. Sin embargo, los médicos nos habían dicho a Chris y a mí que muchos hombres inválidos se casaban y llevaban una vida más o menos normal. Los porcentajes de matrimonios eran más altos para los hombres que para las mujeres inválidas.

—Las mujeres son más sensibles que los hombres. La mayoría de ellos, si no tienen problemas físicos, piensan más en sus propias necesidades. Se precisa un hombre excepcionalmente compasivo y comprensivo para casarse con una mujer que no sea físicamente normal.

—Jory, ¿añoras todavía a Melodie?

Jory miró con tristeza al frente, desviando la mirada de Toni y Bart, que se habían detenido para sentarse a hablar en un tronco de árbol.

—Intento no pensar demasiado. Es una buena manera para no preocuparse de los años que me esperan y de cómo voy a arreglármelas. Tarde o temprano estaré solo, y ese día sí que lo temo, pues creo que será más duro de lo que yo puedo soportar.

—Chris y yo siempre estaremos contigo, mientras tú nos necesites y nosotros vivamos; pero mucho antes de que alguno de nosotros muera, tú ya habrás encontrado alguna otra persona. Sé que eso sucederá.

—¿Cómo lo sabes? Yo no estoy seguro ni de que pueda necesitar a nadie. Ahora me avergonzaría tener una esposa. Trato de encontrar algo que llene el vacío que dejó la danza en mí, y hasta el momento no lo he hallado. Lo mejor de mi vida son ahora los gemelos y mis padres.

Miré de nuevo a la pareja sentada en el tronco del árbol a tiempo para ver a Bart sacar a los gemelos del cochecito doble y dejarles en la hierba, junto al camino, donde empezó a jugar con ellos. Los bebés gustaban de todo el mundo e incluso intentaron conquistar a Joel, que nunca los tocaba, ni les hablaba como hacíamos nosotros. A lo lejos oía la risa de los niños que cada día se hacían más hermosos. Bart parecía y actuaba como un hombre feliz. Me dije que él necesitaba a alguien tan desesperadamente como Jory. En cierto modo, Bart lo necesitaba con más urgencia que su hermano, pues éste encontraría su camino, con o sin una esposa. Bart era distinto.

Nos quedamos sentados, contemplando a la pareja que jugaba con los gemelos. Se alzó una luna llena, con un aspecto impresionante y dorado a la luz del crepúsculo. Un pájaro sobre el lago, no muy lejano, lanzó su grito solitario.

—¿Qué es eso? —pregunté, poniéndome muy rígida—. Nunca antes había oído un pájaro como ése por aquí.

—Es un somorgujo —respondió Jory, mirando en dirección del lago—. Algunas veces la tempestad los arrastra hasta aquí. Mel y yo solíamos alquilar una casita en la isla Mount Desert, y oíamos los gritos de los somorgujos, que considerábamos románticos. Me pregunto por qué pensaríamos eso. Ahora ese grito lo único que me sugiere es tristeza; me parece fantasmal incluso.

Desde las sombras, cerca de los arbustos, Joel habló.

—Algunos dicen que las almas perdidas habitan los cuerpos de los somorgujos.

Me volví con brusquedad y me quedé mirándolo.

—¿Qué es un alma perdida, Joel? —pregunté.

Su voz benevolente respondió con suavidad:

—Son aquellos que no logran encontrar la paz en sus tumbas, Catherine; aquellos que vacilan entre el cielo y el infierno, mirando hacia atrás, hacia su estancia en la tierra para ver qué dejaron sin terminar. Por mirar hacia atrás, quedan atrapados para siempre, o por lo menos hasta que hayan completado el trabajo de su vida.

Me estremecí como si un viento frío hubiera soplado desde el cementerio.

—No trates de digerir eso, mamá —dijo Jory con impaciencia—. Me gustaría poder usar alguno de los descriptivos adjetivos que los jóvenes de la edad de Cindy lanzan con tanta facilidad sin sentirme vulgar. Es raro —añadió, reflexivo, mientras Joel desaparecía en la oscuridad—, cuando estaba en Nueva York y me disgustaba, impacientaba o enojaba, también empleaba un lenguaje vulgar. Ahora, aun cuando a veces pienso en usar esas palabras, algo me detiene y no lo hago.

Jory no necesitaba aclarármelo. Sabía exactamente qué quería decir. Estaba en la atmósfera que nos rodeaba, la claridad del aire de las montañas, la cercanía de las estrellas; era la presencia de un Dios estricto y exigente. En todas partes.