HA NACIDO UN NIÑO…

Acabó el día de Navidad. Estaba acostada, acurrucada junto a Chris, que solía dormir profundamente, en tanto yo daba vueltas en la cama, desolada por el ansia y el desasosiego. Detrás de mí, el gran cisne mantenía alerta su único ojo de rubí, haciéndome mirar a menudo alrededor en busca de lo que él estuviera viendo. Oí los toques profundos, y suaves del viejo reloj situado al fondo del pasillo. Eran las tres de la madrugada. Unos minutos antes, me había levantado para observar al coche rojo de Bart bajar por las curvas de la carretera, en dirección a la taberna local donde, sin duda, ahogaría sus penas con más alcohol y terminaría en la cama de cualquier mujerzuela. Más de una vez había regresado a casa oliendo a alcohol y perfume barato.

Las horas transcurrieron lentamente mientras yo esperaba a que Bart regresara a casa. Temí toda clase de calamidades. En una noche como aquélla los borrachos que estaban en la calle podían resultar más mortíferos que el arsénico.

¿Por qué estar tendida, sin hacer nada? Me deslicé fuera de la cama, arreglé con cuidado las mantas por encima de Chris, lo besé en la mejilla y coloqué sus brazos alrededor de una almohada para que él pensara que era yo; así debió ser por la manera en que se acomodó más cerca de ella. Yo tenía la intención de aguardar el regreso de Bart en su dormitorio.

Eran casi las cinco de una cruda y fría madrugada invernal, cuando por fin oí su coche acercarse. Yo estaba arrebujada con una gruesa bata de color rojo, encogida en uno de los sofás blancos de Bart, con la espalda apoyada en los cojines negros y rojos.

Adormilada, lo oí subir por la escalera y moverse de una habitación a otra, chocando contra los muebles como le ocurría cuando era un niño. Solía entrar en todas las habitaciones para comprobar que los sirvientes habían ordenado todo antes de acostarse. Consternada ante su tardanza en comparecer en su propia habitación, supuse que eso debía estar haciendo ahora. No podían quedar periódicos a la vista; las revistas debían estar pulcramente apiladas en su sitio; no podía haber prendas de vestir en el suelo, ni abrigos colgados en los picaportes o abandonados sobre los respaldos de las sillas.

Pocos minutos después, Bart entró en su habitación, y pulsó el interruptor para encender las lámparas. Se balanceó de un lado a otro y se quedó mirándome. Me hallaba en la penumbra de la habitación, donde había encendido un fuego que crepitaba alegre en la oscuridad. Las sombras danzaban en las blancas paredes, tiñéndolas de naranja y de rosa, mientras el cuero negro de la otra pared atrapaba reflejos rojos, creando una especie de falso infierno.

—Madre, ¿qué demonios sucede? ¿No te dije que permanecieras alejada de mis habitaciones? —Sin embargo, en su estado de embriaguez, parecía contento de verme.

Se acercó con paso vacilante a una butaca, se detuvo buscando el punto exacto, se dejó caer y cerró los ojos, llenos de oscuras sombras. Me levanté para darle un masaje en la nuca mientras él inclinaba la cabeza para sostenerla entre las manos como si le doliera muchísimo. Luego, se cubrió el rostro con las manos, en tanto yo procuraba aliviar su dolor. Después, suspiró, se recostó en su asiento y me miró a los ojos.

—Debería tener más sentido común y no beber —murmuró arrastrando las palabras. Yo me senté frente a él—. Me impulsa a cometer estupideces y después me siento mal. Es una idiotez seguir bebiendo cuando el alcohol no ha hecho nada por mí salvo añadirme problemas. Madre, ¿qué me ocurre? Ni siquiera puedo emborracharme para aturdirme. Soy demasiado sensible. Un día oí por casualidad que Jory te decía que estaba construyendo ese maravilloso clíper para regalármelo, y eso me mantuvo secretamente entusiasmado. Nunca nadie ha dedicado meses y meses para hacerme un regalo… pero, ya ves, está roto. Jory hizo un buen trabajo, se preocupó mucho de que todo fuese exacto. Y ahora todo está en la basura.

Parecía infantil, vulnerable y accesible, y yo iba a intentar llegar a él, iba a intentar darle hasta el último gramo de amor que yo tenía. Cuando estaba borracho no era mezquino, ni bobo, sino adorable y conmovedor en su humanidad.

—Cariño, Jory te construirá otro con mucho gusto —aseguré sin estar segura de que a Jory le gustara repetir aquella laboriosa tarea.

—No, madre. Ahora ya no lo quiero. Algo sucedería también al otro. Así es como me trata la vida. Tiene una forma cruel de arrebatarme lo que más quiero. Para mí no hay felicidad ni amor esperándome a la vuelta de la esquina del mañana. Nunca consigo lo que realmente quiero, el «deseo de mi corazón», como yo solía llamar a los sueños imposibles de mi juventud. ¿No era eso infantil y tonto? No es de extrañar que sintieras lástima de mí… Yo quería mucho, demasiado. Jamás estaba satisfecho. Tú y ese hombre al que amas me disteis cuanto yo decía que deseaba y muchas cosas que ni tan siquiera había mencionado; sin embargo, nunca me brindasteis felicidad. De modo que he decidido no preocuparme por nada nunca más. El baile de Navidad no me hubiera proporcionado alegría aunque los invitados hubiesen comparecido porque yo hubiera seguido sin impresionarles. En mi interior, durante todo el tiempo, sabía que mi fiesta resultaría ser un fracaso más, como todas las otras fiestas que tú solías ofrecerme. A pesar de ello, seguí adelante y me estimulé pensando que si esta noche tenía éxito, sentaría un precedente, por así decirlo, y mi vida mejoraría. —Mi hijo me estaba hablando como nunca había hecho con anterioridad. El alcohol le desinhibía—. Qué idiota, ¿no crees? —prosiguió—. Cindy tiene razón cuando me llama rata e imbécil. Me miro en los espejos y veo un hombre atractivo, muy parecido a mi padre, a quien aseguras que amaste más que a cualquier otro hombre. Pero siento que por dentro no soy bello; por dentro soy más feo que el pecado.

»Cuando me despierto por las mañanas, siento el aire fresco de la montaña, admiro el rocío centelleante en las rosas, contemplo el sol de invierno brillando en la nieve y todo ello me transmite que quizá la vida me ofrezca una oportunidad a pesar de todo. Tengo la esperanza de que algún día encontraré mi auténtico yo, el yo que puede agradarme. Por eso hace algunos meses decidí hacer de esta Navidad la más feliz de nuestras vidas, no sólo por Jory, que se lo merece, sino por ti y por mí mismo. Crees que no quiero a Jory, pero yo lo quiero mucho. —Apoyó la cabeza en sus manos ansiosas y lanzó un pesado suspiro—. Es la hora de las confesiones, madre. También siento odio hacia Cindy. No lo negaré. No siento afecto alguno por ella. Ella no ha hecho más que robarme… Ni tan siquiera es uno de nosotros. Jory siempre se ha llevado la parte más importante de tu cariño, la parte que a ti te sobra después de entregar lo mejor a tu hermano. Yo nunca he tenido la mejor parte del cariño de nadie. Pensaba que Melodie me concedía tal privilegio. Ahora sé que ella hubiera tomado a cualquier hombre para sustituir a Jory, a cualquier hombre que estuviera disponible y deseoso. Ahora la odio por eso, tanto como desprecio a Cindy.

Apartó las manos para mostrar cómo sus ojos brillaban de amargura; los reflejos de las llamas los convertían en carbones encendidos. Las bebidas habían vuelto hediondo su aliento. Mi corazón casi dejó de latir. ¿Qué deseaba Bart? Me levanté y me situé detrás de su butaca para deslizar mis brazos alrededor de su cuello antes de que mi cabeza bajase para descansar en la cima de su cabello alborotado.

—Bart, esta noche te has ido en el coche y me has dejado desvelada, esperando tu regreso. Di qué puedo hacer para ayudarte. Nadie te odia aquí como tú crees, ni tan siquiera Cindy. Con frecuencia nos enojas, no porque te rechacemos, sino porque nos desilusionas.

—Envía lejos a Chris. —No había ninguna expresión en su rostro, como si lo dijera sin esperanza de que jamás se alejase de mi vida—. Eso me indicará que me quieres. Sólo cuando rompas con él yo podré sentirme bien conmigo mismo, y contigo.

El dolor me laceraba.

—Sin mí, se moriría, Bart —murmuré—. Ya sé que no puedes comprender lo que existe entre nosotros dos, y yo misma sería incapaz de explicar por qué ambos nos necesitamos tanto. Tal vez se debe a que cuando éramos muy jóvenes y estábamos solos en una situación aterradora, no nos teníamos más que el uno al otro. Cuando estábamos encerrados y aislados creamos un mundo fantástico, como de sueños, y al hacerlo nosotros mismos caímos en una trampa; ahora al cabo de tanto tiempo, todavía vivimos en aquella fantasía. No podríamos sobrevivir sin ello. Si ahora lo abandonara, acabaría no sólo con él, sino también conmigo misma.

—¡Pero, madre! —exclamó Bart con apasionamiento, volviéndose para abrazarme, para presionar su cara contra mi pecho—, ¡todavía me tienes a mí! —Alzó los ojos para mirarme a la cara, rodeándome la cintura con sus brazos—. Quiero que purifiques tu alma antes de que sea demasiado tarde. Lo que estás haciendo con Chris va contra las normas de Dios y la sociedad. Deja que se vaya, madre. Por favor, deja que se vaya, antes de que alguien cometa alguna atrocidad. Sepárate del amor de tu hermano.

Me aparté de Bart, echando hacia atrás un mechón suelto de mi cabello. Me sentía derrotada y desesperanzada ante la imposibilidad de hacer lo que Bart me pedía.

—¿Me harías daño, Bart? Se mordió el labio, una costumbre infantil que retornaba a él cuando estaba turbado.

—No lo sé. Algunas veces me gustaría. Más de lo que quiero dañarle a él. Me sonríes con tanta dulzura que deseo que nunca cambies. Pero después cuando estoy en la cama, oigo murmullos dentro de mi cabeza que me dicen que eres mala y mereces la muerte. Cuando pienso en ti muerta, bajo tierra, las lágrimas anegan mis ojos y mi corazón se siente vacío y roto, y estoy perdido. Me siento frío, solo y asustado. Madre, ¿estoy loco? ¿Por qué no puedo enamorarme en la confianza de que mi amor dure? ¿Por qué no puedo olvidar lo que tú haces?

»Medité durante un tiempo sobre lo que Melodie y yo habíamos hecho. Melodie me parecía perfecta, y de repente comenzó a engordar y volverse fea. Gemía, se quejaba y estaba a disgusto en mi casa. Incluso Cindy apreciaba más esta mansión. La llevé a los mejores restaurantes, el teatro y el cine, y traté de sacarle a Jory de la mente, pero ella no lo olvidaba. Seguía hablando del ballet, de lo mucho que significaba para ella y finalmente tuve que aceptar que sólo era un sustituto de Jory y ella nunca me había amado. Me utilizaba como un medio para olvidar su pérdida durante un tiempo. Ahora, ni siquiera parece la chica de quien me enamoré. Busca compasión, no amor. Tomó mi amor y lo zarandeó una y otra vez, de modo que ahora no puedo soportar su presencia.

Suspirando, bajó los ojos y dijo con voz muy baja, apenas audible:

—Veo a esa chiquilla, Cindy, y me doy cuenta de que debe de tener el mismo aspecto que tú a su edad. Una pequeña parte de mí comprende por qué Chris se enamoró de ti, lo que me hace odiar a Cindy más todavía. Ella me provoca, tú lo sabes. A Cindy le gustaría meterse debajo de mi piel, obligarme a realizar algo tan pecaminoso como lo que Chris hace contigo. Se pasea por su habitación sin llevar nada más que un sostén y bragas, sabiendo que yo compruebo sus habitaciones antes de retirarme. Esta noche llevaba una camisa tan transparente que pude verla entera. Y ella se quedó allí de pie, permitiendo que yo la contemplara. Joel me ha dicho que Cindy es una puta.

—En ese caso, no vayas a su habitación —dije con gran control—. Dios sabe que no tenemos por qué ver a nadie que viva en esta casa si no queremos y Joel es un estúpido de mente estrecha, lleno de prejuicios. La generación de Cindy usa ropa interior que casi no cubre. Pero tienes razón, no debería exhibirse. Hablaré con ella al respecto por la mañana. ¿Estás seguro de que ella se exhibió con premeditación?

—Sospecho que tú hacías lo mismo —dijo Bart, lanzándome una triste acusación—. Todos aquellos años encerrada arriba con Chris. ¿Le mostraste tu cuerpo… deliberadamente?

¿De qué forma podía explicarle cómo había sucedido y hacérselo comprender? Bart nunca comprendería.

—Intentamos ser decentes, Bart. Hace ya tanto tiempo… No tengo ganas de recordar. Intento olvidar. Quiero pensar que Chris es mi esposo y no mi hermano. No podemos tener hijos, nunca pudimos. ¿No nos hace eso mejores, algo mejores?

Sacudió la cabeza. Sus ojos se nublaron de repente.

—Vete. Sólo me das excusas y haces que retornen las náuseas que sentí cuando descubrí lo que ocurría entre vosotros dos. Yo no era más que un niño que quería estar limpio y sano. Y todavía quiero sentirme de esa manera. Por eso me ducho con tanta frecuencia, me afeito, me aseo y ordeno a los criados que frieguen y limpien el polvo todos los días. Estoy tratando de eliminar la suciedad que tú y Chris habéis puesto en mi vida y ¡no puedo conseguirlo!

No hallé consuelo en los brazos de Chris cuando intenté dormir. Entré en un sueño inquieto, que se quebró cuando oí gritos distantes. Abandonando la cama por segunda vez en una misma noche, corrí hacia el lugar de donde procedían las voces.

En el suelo del largo pasillo encontré a Melodie, que parecía llevar un camisón blanco con rayas rojas desiguales. Se arrastraba, gimiendo, lo que me hizo pensar que yo seguía soñando. Su largo cabello estaba húmedo y alborotado, por la frente le corría el sudor ¡y dejaba detrás de ella un rastro de sangre!

Mirándome con fijeza casi sin verme, como ida, dijo:

—Cathy, mi bebé está llegando… —Gritó y, lenta, muy lentamente, sus ojos suplicantes quedaron en blanco y se desmayó.

Corrí a la habitación a buscar a Chris y lo agité para que despertase.

—¡Es Melodie! —exclamé cuando se sentó frotándose los ojos cansados—. Ha comenzado el parto. En este momento está desmayada, boca abajo en el pasillo; ha dejado un rastro de sangre detrás de su cuerpo.

—Tranquilízate —me apaciguó Chris, saltando de la cama y poniéndose una bata—. En primer lugar, es que, cuando la madre es primeriza, el bebé tarda en llegar. —Sin embargo, en sus ojos había un destello de ansiedad, como si estuviera calculando mentalmente cuánto tiempo llevaba. Melodie de parto—. Tengo todo lo necesario en mi maletín —dijo mientras se afanaba recogiendo mantas, sábanas limpias, toallas. Todavía utilizaba el mismo maletín negro de médico que le había regalado cuando se graduó en la Facultad de Medicina, como si aquel maletín fuese sagrado para él—. No hay tiempo para llevarla al hospital si sufre una hemorragia como dices. Ahora, lo que debes hacer es correr abajo, a la cocina, y preparar el agua caliente que los médicos de las películas parecen necesitar siempre.

Sospechando que Chris quería quitarme de en medio, vociferé con impaciencia:

—¡No estamos en una película, Chris!

Ya en el pasillo, él se agachó junto a Melodie.

—Lo sé… pero sería una gran ayuda que hicieras algo en lugar de correr a mi lado histérica. Échate a un lado, Catherine —ordenó mientras se inclinaba para coger a Melodie. En los brazos de Chris, Melodie parecía no pesar más que una pluma, a pesar de su vientre, semejante a una alta montaña.

Trasladamos a Melodie a su habitación. Chris colocó almohadones debajo de sus caderas y me pidió más toallas blancas, sábanas y periódicos mientras me miraba con furor.

—¡Muévete, Catherine, muévete! La posición del bebé es perfecta. Tiene la cabeza hacia abajo y está bien encajado. ¡Corre! He de esterilizar algunos instrumentos. Maldita sea Melodie por no haber dicho que habían comenzado ya las contracciones. Mientras abríamos los regalos, se quedó allí sentada, sin hablar. ¿Qué demonios le pasa a todo el mundo en esta casa? ¡Lo único que ella tenía que hacer era hablar, decir algo!

Casi antes de que Chris acabase de pronunciar estas palabras, que parecía dirigir a sí mismo, corrí por los pasillos en penumbras y me precipité escalera abajo por la parte posterior cercana a la cocina. Abrí el grifo de agua caliente y puse a hervir la tetera. Esperé ansiosamente, pensando que Melodie quería castigarnos. Quizá quería incluso que su bebé muriese para poder volver libre a Nueva York sin un marido inválido y un niño sin padre.

Cuando se necesita, un cazo tarda tanto en hervir. Mil pensamientos cruzaron por mi mente, malos pensamientos, mientras observaba el agua esperando ver burbujas. ¿Qué estaba haciendo Chris? ¿Debería yo despertar a Jory para avisarle? ¿Por qué había actuado Melodie así? ¿Sería ella como Bart en algunos aspectos… autocastigándose por sus pecados? Al fin, después de lo que me pareció una hora, el agua comenzó a bullir. Con el vapor humeando por el pico de la tetera, subí corriendo por la escalera y recorrí los interminables pasillos hasta llegar al dormitorio de Melodie.

Chris la había sentado, apoyándola en muchos cojines. Tenía las rodillas en alto y las piernas abiertas, sostenidas por almohadones. Estaba desnuda de cintura para abajo y pude apreciar que la sangre seguía manando de su cuerpo. Sintiéndome extraña al ver algo semejante, desvié la mirada hacia los montones de toallas y sábanas que Chris había esparcido sobre los periódicos para recoger la sangre.

—No puedo contener la hemorragia —dijo Chris preocupado—. Temo que el bebé pueda tragar algo de sangre. —Me echó una ojeada—. Cathy, ponte este par de guantes de caucho y usa las pinzas que hay en mi maletín para sumergir esos instrumentos en el agua hirviendo. Me los darás a medida que los vaya necesitando y te los pida.

Asentí, aterrada por si no recordaba los nombres de los instrumentos.

—Despierta, Melodie —repetía Chris—. Necesito tu ayuda. —La abofeteó ligeramente—. Cathy, empapa un paño en agua fría y pásaselo por la cara para reanimarla, a ver si puede ayudar al bebé a empujar hacia fuera.

El paño frío sobre la frente despertó a la muchacha a una realidad llena de dolor. Enseguida empezó a gritar, y trató de alejar a Chris con un empujón y a cubrirse con las ropas de la cama.

—No luches conmigo —dijo Chris—. Tu bebé casi está aquí ya, Melodie, pero tú tienes que empujarle y respirar a fondo, y yo no puedo ver lo que hago si tú te tapas.

Gritando todavía de un modo espasmódico y convulsivo, Melodie intentó obedecer a Chris. El sudor le corría por el rostro y le humedecía el cabello y el pecho. Su camisón, levantado hasta la cintura, pronto estuvo empapado.

—Ayúdala, Cathy —apremió Chris, manejando lo que yo creía eran fórceps. Puse las manos donde él me indicó y apreté.

—Por favor, querida —susurré cuando Melodie dejó de aullar lo bastante para poder oírme—, debes colaborar. En este momento tu bebé está luchando por sobrevivir y salir fuera.

Sus ojos, enloquecidos por el dolor y el miedo, lucharon por enfocar la realidad.

—¡Estoy muriendo! —exclamó antes de cerrar con fuerza los ojos; respiró profundamente y después apretó con más firmeza.

—Lo estás haciendo muy bien, Melodie —animó Chris—. Ahora otro empujón fuerte y podré ver la cabeza de tu bebé.

Sudando, agarrándose a mis manos y cerrando los ojos con más fuerza todavía, Melodie hizo un último esfuerzo.

—Bien, ¡lo estás haciendo muy bien! Ya veo la cabeza del bebé —dijo Chris con tono feliz, lanzándome una mirada de orgullo.

En aquel momento, la cabeza de Melodie cayó a un lado y sus ojos se cerraron. Se había desmayado de nuevo.

—No importa —dijo Chris, echando una mirada a su cara—. Ha realizado un buen trabajo, y ahora me toca a mí actuar. Ella ya ha pasado lo peor y puede descansar. Creí que tendría que utilizar los fórceps, pero no será necesario.

Con movimientos seguros, Chris deslizó con infinito cuidado la mano dentro del canal de nacimiento y, de alguna manera, extrajo un pequeño bebé, que me entregó. Sostuve el diminuto, resbaladizo y enrojecido bebé, contemplando con asombro al hijo de Jory. Oh, qué perfecta era aquella miniatura de muchachito que agitaba sus puñitos en el aire y pataleaba con sus increíbles piececitos. Contraía su rostro, del tamaño de una manzana, preparándose para lanzar un aullido mientras Chris ataba y cortaba el cordón umbilical. Me embargó una emoción que me produjo escalofríos y me estremecí de pies a cabeza. De la unión de mi hijo con su esposa había nacido ese nietecito perfecto que ya se había apoderado de mi corazón, incluso antes de llorar. Con lágrimas en los ojos y mi corazón latiendo feliz por Jory, que se sentiría tan contento, alcé la mirada y vi a Chris, que estaba extrayendo a Melodie lo que debía de ser la placenta.

De nuevo contemplé el bebé llorón, del tamaño de una muñeca, que parecía pesar menos de dos kilos; una criatura nacida de la pasión y la belleza del mundo del ballet, nacida de la música que debía de haber sonado en el momento de su concepción. Apreté el chiquillo contra mi corazón, pensando que era el mejor milagro de Dios, más hermoso que un árbol, más duradero que una rosa; un ser humano nacido a su semejanza. Por mis mejillas resbalaron las lágrimas, pues, al igual que el Hijo de Dios, el bebé había nacido casi el día de Navidad. ¡Mi nieto!

—Chris, es tan pequeño. ¿Vivirá?

—Por supuesto —respondió, absorto, mientras continuaba atendiendo a Melodie, frunciendo el entrecejo con perplejidad—. ¿Por qué no utilizas la balanza y le pesas? Y después, si te parece, le bañas en agua tibia. Comenzará a sentirse mucho mejor. Utiliza la solución que he preparado y colocado en un cuenco azul para limpiarle los ojos y la solución del cuenco rosa para lavarle la boca y las orejas. Por aquí debe de haber pañales y mantas para envolverle. Necesita estar calentito.

—En su maleta —exclamé. Corrí hasta el cuarto de baño contiguo con el pequeño sobre mi brazo doblado y empecé a llenar un recipiente de plástico rosa—. Hace semanas que Melodie tiene preparadas y a punto las cosas del bebé.

Yo estaba excitada, exultante, y algo arrepentida por no haber ido junto a Jory para darle la oportunidad de ver nacer a su hijo. Suspiré entonces, pensando que seguramente sería su único hijo. Había muy pocas posibilidades de que pudiera procrear otro. Qué afortunado era por haber sido bendecido con aquel pequeño niño.

El bebé era muy frágil. Una vellosidad rubia daba a la parte superior de su cabecita un suave halo. Sus manos y pies diminutos se agitaban en el aire frío. Su boca era como un capullo de rosa que se movía con gestos de succión en tanto el pequeño intentaba abrir unos ojos que parecían estar pegados. A pesar de toda la suciedad del parto esparcida por su piel enrojecida, mi corazón estaba rebosante de aquella criatura. Era un hermoso bebé, un querido y dulce muchachito que haría feliz a mi hijo Jory. Yo ansiaba ver el color de sus ojos, pero los tenía herméticamente cerrados.

Estaba tan nerviosa que daba la impresión de que nunca hubiera tenido un recién nacido propio. En cierto modo, así era, porque en cuanto nacieron mis dos hijos, cumplidos ya los nueve meses de embarazo, unas enfermeras experimentadas se hicieron cargo de ellos.

—Arrópalo bien —me recordó Chris desde la otra habitación—. Asegúrate de pasar el dedo por el interior de su boca para sacar cualquier coágulo de sangre o mucosa que pudiese haber. Los recién nacidos corren el peligro de ahogarse con lo que haya dentro de sus bocas.

El bebé lloraba con fuerza por la pérdida del cálido fluido familiar del seno donde había estado hasta ese momento, pero, tan pronto como lo sumergí con suavidad en el agua tibia, dejó de llorar y pareció dormirse. Aquel pequeño era tan nuevo, parecía tan bisoño que daba pena molestarle como yo lo hacía. Incluso dormido, sus diminutas manos, como de muñeco, se alargaban buscando a su madre y sus pechos. Su diminuto pene estaba tenso mientras yo vertía agua tibia sobre sus genitales. Entonces, para mi asombro, ¡oí otro llanto infantil!

Envolví rápidamente a mi nietecito ya limpio en una gruesa toalla blanca y entré deprisa en el dormitorio para encontrar un segundo bebé.

Chris alzó la mirada con una expresión extraña.

—Una niña —dijo gentil—. Cabello rubio, ojos azules. Yo mismo hablé con el ginecólogo y no comentó haber escuchado dos latidos. Algunas veces eso sucede porque un bebé está situado detrás del otro…, pero es muy raro que ni una sola vez… —Se interrumpió y después continuó—. Los gemelos suelen ser más pequeños que los demás bebés, y su menor tamaño sumado al peso del segundo que empuja, colabora a que el primero salga más rápidamente que en un parto normal. Melodie ha tenido suerte esta vez.

—Oh… —susurré tomando la niñita en mi brazo libre para contemplarla. Inmediatamente supe quiénes eran. ¡Carrie y Cory nacidos otra vez!—. ¡Chris, qué maravilla! —dije, dichosa. Después me entristecí pensando en mis amados gemelos, muertos hacía tanto tiempo. Sin embargo, seguía viéndoles con la mente, corriendo por el jardín trasero de Gladstone o jugando por el lastimoso jardín del ático, con flores y fauna de papel—. Los mismos gemelos, renacidos a la vida.

Chris alzó la mirada, con los guantes que cubrían sus manos ensangrentadas.

—No, Cathy —declaró firme—, no son renacidos. Éstos no son los mismos gemelos que han nacido de nuevo. Recuerda que entonces Carrie nació la primera; esta vez el chico ha salido antes. Éstos no son un par de niños desafortunados porque ambos tendrán sólo lo mejor. Ahora, por favor, ¿querrás dejar de hacer el tonto y dedicarte a tus quehaceres? La pequeña también necesita un baño. Y ponle pañales al chico antes de que esparza porquería por todas partes.

Manejar aquellos escurridizos bebés no resultaba fácil. Sin embargo, supe arreglármelas, abrumada por la felicidad. A pesar de lo que Chris había dicho, yo sabía bien quiénes eran esos dos gemelos: Cory y Carrie, renacidos para gozar de la vida maravillosa que les correspondía, la vida feliz que les había sido negada por la avaricia y el egoísmo.

—No os preocupéis —musité mientras besaba sus pequeñas mejillas rojas y sus manos y pies diminutos—. Vuestra abuela se encargará de que seáis felices. No importa lo que tenga que hacer, vosotros dos disfrutaréis de todo lo que Cory y Carrie no tuvieron.

Miré hacia el dormitorio, donde Melodie yacía agotada, reanimándose ya de su desmayo.

Chris entró en el cuarto de baño para coger los dos bebés y me dijo que creía que Melodie agradecería una agradable limpieza con la esponja. Me envió a atender a la nueva madre mientras él realizaba un nuevo examen más completo a los niños.

Cuando lavaba a Melodie y le ponía un camisón limpio de color rosa, se despertó y me miró con ojos indiferentes, desinteresados.

—¿Ya ha terminado? —preguntó con un tono malhumorado. Cogí el cepillo del pelo y comencé a desenredar su cabello húmedo.

—Sí, cariño, ha terminado. Ya has dado a luz.

—¿Qué es? ¿Un chico? —En sus ojos brillaba de pronto un destello de esperanza, por primera vez desde hacía mucho tiempo.

—Sí, cariño, un chico… y una chica. Acabas de tener dos hermosos y perfectos gemelos.

Sus ojos se agrandaron, oscuros, llenos de tantas ansiedades que parecía a punto de desmayarse otra vez.

—Son perfectos —dije—, con todo lo que se supone han de poseer.

Se quedó mirándome sin pestañear hasta que corrí para mostrarle los gemelos. Los miró con el mayor asombro y sonrió débilmente.

—Oh, son graciosos…, pero yo creía que serían morenos, como Jory.

Puse los dos bebés en sus brazos, y los contempló como si todo fuese irreal.

—Dos —murmuraba una y otra vez—, ¡dos! —Fijó la mirada en un punto indefinido del espacio—. Dos. Yo solía decir a Jory que sólo quería tener dos hijos. Yo quería un chico y una chica… pero no gemelos. ¡Gemelos! ¡No es justo, no es justo!

Con ternura, le alisé el pelo hacia atrás.

—Querida, ésta es la manera en que Dios os bendice a ti y a Jory. Os ha dado la familia completa que queríais, y ya no tendrás que pasar más por este trance. Y recuerda que no estás sola; nosotros haremos todo lo posible por ayudarte. Contrataremos nodrizas, enfermeras, lo mejor. Ni tú ni ellos careceréis de nada.

La esperanza se reflejó en sus ojos antes de cerrarlos.

—Estoy cansada, Cathy, tan cansada… Supongo que es mejor tener a los dos, un chico y una chica, ahora que Jory no puede procrear más. Confío en que esto compensará lo que él ha perdido… y se sentirá feliz.

Tras estas palabras, Melodie se sumió en un profundo sueño mientras yo seguía cepillándole el cabello. Su pelo, siempre adorable, estaba áspero, sin vida. Tendría que lavárselo con champú antes de que Jory la viera. Cuando se encontrase ante su mujer, vería de nuevo a la encantadora muchacha con quien se había casado. Porque yo conseguiría reunir a esa pareja, aunque fuese lo último que hiciera.

Chris se acercó a mí y tomó los gemelos de los brazos de Melodie.

—Ahora vete, Cathy. Melodie está agotada y necesita un largo descanso. Mañana tendrás tiempo para lavarle el cabello.

—¿Acaso lo he dicho en voz alta? Sólo estaba pensando en ello.

Chris echó a reír.

—Sólo lo habías pensado, pero estabas pasando los dedos entre sus cabellos, y en tus ojos los pensamientos resplandecían con claridad. Ya sé que, según tú, el pelo limpio es el remedio para todas las depresiones.

Después de besarle y abrazarle con fuerza lo dejé con Melodie y fui a despertar a mi hijo. Jory volvió de sus sueños, se frotó los ojos y me miró con el rabillo del ojo.

—¿Qué ocurre ahora? ¿Más problemas?

—Esta vez no se trata de ningún problema, cariño. —Me levanté y le dirigí una sonrisa maliciosa. Debió de pensar que yo había perdido la razón, porque parecía perplejo cuando se incorporó apoyándose en los codos—. Tengo unos regalos de Navidad para ti, Jory, aunque vengan con retraso, querido mío.

Sacudió la cabeza, extrañado.

—Mamá, ¿ese regalo no hubiera podido esperar hasta mañana?

—No, precisamente éste no. ¡Eres padre, Jory! —Eché a reír y lo abracé—. Oh, Jory, Dios es bondadoso. ¿Recuerdas que cuando tú y Melodie planeabais una familia dijiste que querías dos hijos, primero un chico y después una chica? Bueno, pues como un regalo especial, llegado directamente del cielo, ¡eres padre de gemelos! ¡Un chico y una chica!

Las lágrimas inundaron sus ojos. Balbuceó su primera preocupación.

—¿Cómo está Mel?

—Chris está con ella ahora, cuidándola. ¿Sabes?, Melodie se puso de parto a primeras horas de ayer y no dijo ni una palabra.

—¿Por qué? —se lamentó, cubriéndose la cara con las manos—. ¿Por qué, si papá estuvo aquí todo el tiempo y hubiera podido ayudarla?

—No lo sé, hijo, pero no pensemos más en ello. Melodie se pondrá bien, muy bien. Chris dice que ni tan siquiera necesitará ir al hospital, aunque quiere llevar allí a los bebés para un chequeo, por si acaso. Esos bebés tan pequeños requieren más cuidados que los que nacen con el tiempo cumplido. También ha dicho que sería conveniente que Melodie fuese examinada por un ginecólogo. Tuvo que practicar un corte, «episiotomía», lo llamó Chris. Sin la cirugía, Melodie se hubiera desgarrado. La cosió bien, pero le dolerá hasta que caigan los puntos. Sin duda, Chris llevará al hospital a los bebés y a Melodie el mismo día.

—Dios es bondadoso, mamá —murmuró Jory con voz ronca, enjugándose las lágrimas mientras intentaba sonreír—. No puedo esperar a verles. Pero tardaré demasiado en levantarme e ir para allá, ¿no podrías traérmelos aquí?

Primero tuvo que sentarse antes de estar a punto para recibir a los gemelos en sus brazos. Cuando salía para ir a buscar a los pequeños, me volví para mirarle desde el umbral, y pensé que nunca había visto a un hombre más feliz.

Durante mi ausencia, Chris había dispuesto unas cunas con dos cajones abiertos y forrados con mantas suaves. De inmediato se interesó por cómo había reaccionado Jory ante la noticia y sonrió al oír lo encantado que estaba. Dejó los dos bebés en mis brazos con ternura.

—Camina con mucho cuidado, amor mío —susurró antes de besarme. Me apresuré a volver junto a mi hijo mayor con sus primogénitos. Jory los recibió como tiernos presentes de los que siempre debía cuidar, mirando con orgullo y amor a los niños que él había procreado.

—Se parecen a Cory y Carrie —dije con suavidad, en la cálida penumbra de su habitación—. Son tan hermosos, aunque sean tan pequeños. ¿Has pensado en algún nombre?

Jory se ruborizó y continuó admirando a los bebés que tenía en los brazos.

—Claro, ya tengo algunos nombres a punto, aunque Mel nunca mencionó la posibilidad de que fuesen gemelos. Esto compensa tantas cosas… —Alzó la mirada, con los ojos resplandecientes de esperanza—. Mamá, tú decías que Mel cambiaría cuando naciese el bebé. No tengo paciencia para esperar el momento de verla, el momento de tenerla otra vez entre mis brazos. —Hizo una pausa. Se ruborizó—. Bueno, por lo menos podríamos dormir juntos, aunque no haya nada más.

—Jory, encontrarás medios… —prosiguió como si no me hubiese oído.

—Construimos nuestras vidas alrededor de un único plan, pensando que bailaríamos hasta que yo tuviera cuarenta años. Entonces ambos nos dedicaríamos a la enseñanza o la coreografía. No contamos con la posibilidad de un accidente o una desgracia repentina, como tampoco lo hicieron tus padres. Lo cierto es que creo que mi mujer lo ha soportado bastante bien.

Jory se estaba mostrando bondadoso, ¡más que bondadoso! Melodie había sido la amante de su hermano, algo que quizá Jory se negaba a creer. O, tal vez, había comprendido la debilidad de ella y ya había perdonado no sólo a Melodie, sino también a Bart. Ligeramente contrariado, Jory dejó que me llevase a los gemelos.

Ya en la habitación de Melodie, Chris dijo:

—Voy a llevar a Melodie y los gemelos al hospital. Volveré tan pronto como me sea posible. Me gustaría que otro médico examinara a Melodie y, por supuesto, los gemelos han de quedar instalados en incubadoras hasta que pesen dos kilos doscientos sesenta y ocho gramos. El chico pesa un kilo setecientos veintiocho gramos y la chica un kilo quinientos cincuenta y cinco gramos; pero son unos bebés muy sanos, a pesar de su poco peso.

»En tu corazón aceptarás a estos nuevos gemelos y los amarás tanto como amaste a Cory y a Carrie.

¿Cómo sabía Chris que cada vez que yo miraba a aquellos pequeños acudían visiones de «nuestros» gemelos para atormentarme?

Jory estaba en la mesa del desayuno, exultante, sentado junto a Bart, cuando entré en nuestra soleada sala reservada para mañanas especiales. Los platos, de un rojo brillante, estaban dispuestos sobre un mantel blanco y, como pieza central, había un cuenco con acebo recién cortado. En todas partes había flores rojas y blancas.

—Buenos días, mamá —me saludó Jory, mirándome a los ojos—. Hoy soy un hombre muy feliz. He esperado para comunicar mis noticias a Bart hasta que tú y Cindy llegaseis.

En la boca de Jory jugueteaban felices sonrisillas. Sus ojos brillantes me rogaban que no me enfadara y cuando Cindy entró, vacilante, soñolienta y con aspecto desaliñado, Jory anunció orgulloso que era padre de gemelos, un niño y una niña a los que él y Melodie habían decidido llamar Darren y Deidre.

—En otro tiempo hubo unos gemelos cuyos nombres comenzaban por la letra «C». Seguimos un poco el precedente, pero hemos avanzado en el alfabeto.

La expresión del rostro de Bart era de envidia, y de desprecio también.

—Gemelos; un problema duplicado. Pobre Melodie, no es de extrañar que se pusiera tan enorme. Es una pena… Como si no tuviera suficientes problemas.

En cambio, Cindy lanzó un gritito de alegría.

—¿Gemelos? ¿De verdad? ¡Qué maravilla! ¿Puedo verlos ahora? ¿Puedo cogerlos?

Jory estaba todavía enojado por la cruel observación de Bart.

—No me desprecies, Bart, sólo porque estoy en mala situación. Mel y yo no tenemos ningún problema que no pueda resolverse…, cuando nos hayamos marchado de este lugar.

Bart se levantó y dejó su desayuno en la mesa. ¿Iban a marcharse Jory y Melodie llevándose a los gemelos consigo? Me sentí desfallecer. Mis manos se retorcían nerviosas en mi regazo.

No vi la mano que cogía las mías y me apretaba los dedos.

—Mamá, no te entristezcas. Nosotros nunca os alejaremos ni a ti ni a papá de nuestras vidas. Allá adonde vayáis, allí iremos. Pero no podemos continuar aquí si Bart no comienza a comportarse de otra manera. Cuando necesites ver a tus nietos, sólo tendrás que gritar o susurrar.

Poco antes de las diez Chris regresó a casa con Melodie, que fue llevada a la cama de inmediato.

—Ahora está bien, Jory. Hubiera preferido que hubiera permanecido ingresada en el hospital durante unos días, pero ha armado tanto jaleo que la he traído de vuelta. He dejado a los gemelos instalados en incubadoras diferentes hasta que ganen peso.

Chris se inclinó para besarme en la mejilla y después sonrió ampliamente.

—¿Ves?, Cathy, ya te dije que todo saldría bien. Y me gustan los nombres que Melodie y tú escogisteis, Jory. Son unos nombres realmente bonitos.

Enseguida subí a llevarle una bandeja a Melodie, que se había levantado, y se hallaba ante la ventana, mirando la nieve. Comenzó a hablar enseguida.

—Estaba pensando en cuando era niña y cuánto deseaba ver la nieve —dijo con languidez, como si los bebés fuera de su vista estuvieran también fuera de su mente—. Siempre anhelé una Navidad blanca lejos de Nueva York y, ahora que la tengo, no puede satisfacerme. No hay magia alguna capaz de devolver a Jory el uso de sus piernas.

Melodie hablaba de una manera extraña, soñolienta, que me asustaba.

—¿Cómo me las arreglaré con dos bebés? Uno cada vez es lo que yo esperaba. Y Jory no va a ayudarme en nada…

—¿No te dije que nosotros te ayudaríamos? —interrumpí algo irritada, pues parecía que Melodie estaba empeñada en compadecerse de sí misma. Entonces lo comprendí: Bart estaba en el umbral de la puerta abierta.

Su cara seria no mostraba expresión alguna.

—Felicidades, Melodie —dijo con calma—. Cindy me ha hecho llevarla al hospital para ver a tus gemelos. Son muy… muy… —vaciló y concluyó—: Pequeños. —Y se alejó. Melodie se quedó mirando vagamente el lugar donde Bart había estado.

Más tarde, Chris llevó a Jory, a Cindy y a mí al hospital para ver nuevamente a los gemelos. Melodie se quedó en la cama, profundamente dormida y con aspecto agotado. Cindy echó otra ojeada a los pequeños bebés metidos en urnitas de cristal.

—Oh, ¿verdad que son adorables, Jory? ¡Qué orgulloso debes estar! Voy a ser la mejor tía, espera y verás. Me muero de impaciencia por tenerlos en mis brazos. —Cindy estaba detrás de la silla de ruedas de Jory, inclinándose para abrazarle—. Has sido siempre un hermano tan especial… Muchas gracias por ello.

Cuando regresamos a casa, Melodie preguntó débilmente por sus hijos, para dormirse otra vez en cuanto supo que estaban bien. El día prosiguió sin invitados inesperados, amigos que felicitaran a Jory por ser padre. ¡Qué solos estábamos en la montaña!