El Día de Acción de Gracias, Chris llegó a primera hora de la mañana. El enfermero de Jory compartió con nosotros la comida de Acción de Gracias, sin apartar su mirada amorosa de Cindy, como si la muchacha lo hubiera hechizado. Cindy se comportó como una dama y me hizo sentir muy orgullosa de ella. Al día siguiente, aceptó gustosa nuestra propuesta de pasar unos días en Richmond. Melodie sacudió la cabeza.
—Lo siento, no me apetece ir.
Chris, Cindy y yo nos fuimos en el coche, con la conciencia tranquila, sabiendo que Bart se había ido en avión a Nueva York y no estaría con Melodie. El enfermero de Jory había prometido que se quedaría con él hasta que regresáramos.
Nuestras vacaciones de tres días en Richmond refrescaron nuestras mentes y nuestras almas, y me hicieron sentir joven, bella y muy enamorada. Cindy disfrutó muchísimo gastando, gastando y gastando aún un poco más.
—¿Sabes? —dijo con orgullo—, yo no despilfarro todo ese dinero que me mandáis. Ahorro para comprar hermosos regalos para mi familia. Ya veréis lo que he comprado para vosotros dos. Y me hace ilusión pensar que a Jory le entusiasmará su obsequio. En cuanto a Bart, no me importa si le gustará lo que he elegido para él.
—¿Y qué hay de tu tío Joel? —pregunté con curiosidad.
Me abrazó riendo:
—Espera hasta que lo veas.
Horas después, Chris conducía por el sinuoso camino privado que llevaba a Foxworth Hall. En una de las cajas que llenaban el maletero y el asiento posterior del coche, había un traje caro que yo había comprado para lucirlo en el baile de Navidad del que había oído hablar a Bart con los proveedores que habían preparado su fiesta de aniversario. Otra caja semejante a la mía contenía el vestido que Cindy había escogido, espectacular pero al mismo tiempo maravillosamente adecuado.
—Gracias, mamá, por no protestar —había susurrado antes de besarme.
Durante nuestra ausencia no había ocurrido nada especial, excepto que Jory había completado por fin el clíper que alzaba altivo, terminado hasta el último detalle con mucha delicadeza, con un pequeño timón de cobre reluciente y velas hinchadas por los fuertes vientos invisibles.
—Las endurecí con azúcar —reveló Jory con una sonrisa—, y resultó. Cogí las velas y las dispuse alrededor de una botella, tal como indican las instrucciones, y ahora nuestro primer viaje está en plena marcha. —Estaba orgulloso de su trabajo y sonreía mientras Chris admiraba su meticulosa habilidad.
Tuvimos que ayudarle a levantar la nave para colocarla en un molde de espuma sintética que lo mantendría seguro hasta que llegase a manos de su nuevo propietario.
Sus bellos ojos me dedicaron una mirada.
—Gracias por darme algo que hacer durante todas estas largas y aburridas horas, mamá. Cuando lo vi por primera vez me sentí abrumado, pensando que jamás sería capaz de hacer algo que parecía tan difícil. Pero di el primer paso y así, poco a poco, fui entendiendo esas instrucciones tan complicadas.
—Así es como se ganan las batallas, Jory —dijo Chris, mientras yo abrazaba a mi hijo con fuerza—. No se contemplan las cosas en su verdadera perspectiva. Se avanza un paso, otro, otro… hasta que llegas a tu destino. Debo reconocer que has realizado un magnífico trabajo con este barco. Está construido igual que lo hubiera hecho un profesional; parece que hubieses montado otros antes. Si Bart no aprecia el esfuerzo que esto supone, me llevaré una desilusión. —Chris sonrió a Jory—. Tienes un aspecto más sano, más fuerte. No te des por vencido con las acuarelas. Es una técnica difícil, pero creo que disfrutarás más que con los óleos. Estoy convencido que algún día llegarás a ser un excelente artista.
En el piso inferior, Bart hablaba por teléfono, dando instrucciones a un empleado de un banco para que se ocupara de un negocio fallido. Después habló con alguien más sobre la fiesta de Navidad que estaba planeando, un baile que compensara la tragedia de su fiesta de cumpleaños. Me quedé de pie ante la puerta abierta, pensando que afortunadamente no tendría que pagar todo lo que estaba encargando de sus fondos personales, sino de la Corine Foxworth Winslow Trust, que concedía a Bart quinientos mil dólares al año como dinero «de bolsillo», para cubrir tan sólo gastos personales. Irritaba mucho a Bart verse obligado a consultar con Chris cada vez que sobrepasaba la cifra de los diez mil dólares.
Bart colgó el auricular dando un buen golpe y me miró enojado.
—Madre, ¿tienes que quedarte ahí, de pie en el umbral, espiando? ¿No te he dicho que permanezcas alejada de mí cuando estoy ocupado?
—¿Cuándo puedo verte entonces?
—¿Y por qué quieres verme?
—Por la misma razón que cualquier madre quiere ver a su hijo.
Sus ojos oscuros se ablandaron.
—Tienes a Jory, y él siempre parece ser más que suficiente para ti.
—No, te equivocas. Si no te hubiera tenido a ti, Jory hubiera sido suficiente. Pero te tuve a ti, y eso te convierte en una parte vital de mi vida.
Inseguro, Bart se levantó y se acercó a una ventana, dándome la espalda. Su voz llegó hasta mí profunda y gruñona, envuelta en una melancólica tristeza.
—¿Te acuerdas de cuando yo solía guardar el diario de Malcolm dentro de mi camisa? Malcolm escribió tanto sobre su madre, sobre cuánto la amaba hasta que ella se escapó con su amante y lo abandonó con un padre a quien él no quería… Me temo que parte del odio de Malcolm hacia ella se me contagió. Cada vez que os veo a ti y Chris subiendo por estas escaleras, me acomete la necesidad de purificarme de la vergüenza que siento y que vosotros dos no sentís. Por tanto, no empieces a sermonearme sobre Melodie, pues mi relación con ella es mucho menos pecaminosa que la que tú mantienes con Chris.
Sin duda, Bart tenía razón, y eso era lo que más me dolía.
Me acostumbré a ver a Chris sólo los fines de semana, aunque me entristecía su ausencia, y la cama me parecía enorme y solitaria sin él. Mis mañanas en soledad eran tristes. Deseaba oírle silbar mientras se afeitaba y se duchaba, su alegría, su optimismo. Cuando el tiempo lo retuvo lejos incluso los fines de semana también fui capaz de acostumbrarme. Cuán fácilmente nos adaptamos los humanos a las situaciones, qué bien dispuestos estamos a soportar cualquier horror, cualquier cambio, cualquier privación sólo para alcanzar unos pocos minutos de gozo inapreciable.
Contemplar desde la ventana cómo Chris se apeaba de su coche me llenaba de una excitación casi juvenil, tan abrumadora que era como si esperase al padre de Bart, que salía a escondidas de Foxworth Hall para encontrarse conmigo en la casita. Lo cierto era que yo no actuaba con tanta placidez al aceptarle ahora como cuando lo veía cada noche, cada mañana al despertarme. Los fines de semana se habían convertido en algo que esperaba con ansia y en lo que soñaba. Sin embargo, Chris era al mismo tiempo más y menos para mí, más un amante y menos un esposo. Yo echaba de menos al hermano que había sido, y al mismo tiempo deseaba al esposo amante que me hacía olvidar al hermano que conocí en su día.
No había modo ni palabras que pudieran separarnos ya, después de que yo lo hubiera aceptado y tomado como esposo, desafiando el desprecio y las normas morales de la sociedad.
Sin embargo, mi inconsciente utilizaba unos trucos peculiares para restar importancia a las posibles contrariedades de mi conciencia. Decididamente yo separaba al Chris hombre del Chris muchacho que había sido mi hermano. Se trataba de un juego no planeado, inconsciente, que ambos habíamos comenzado a llevar con delicadeza. No hablábamos de ello, no había por qué: Chris ya no me llamaba «mi dama Catherine», ni decía: «No dejes que las chinches te muerdan». Todos los encantos y las fantasías del pasado, que habíamos creado cuando estábamos encerrados en el ático con el propósito de mantener alejados los espíritus malignos, ya no los necesitábamos, en los años de nuestra felicidad.
Una noche de viernes, en diciembre, Chris llegó tarde a casa, frotó los pies en el felpudo mientras yo le observaba desde las sombras en la rotonda, se quitó el abrigo, que colgó pulcramente en el armario de los invitados y subió de dos en dos los escalones, llamándome. Salí de las sombras y me arrojé a sus anhelantes brazos.
—¡Has llegado tarde otra vez! —reproché—. ¿A quién encuentras en tu laboratorio que te arrebata tanto tiempo?
¡Nadie! ¡Nadie!, me aseguraban sus apasionados besos.
Los fines de semana resultaban cortos, tremendamente cortos. Yo le contaba cuanto me inquietaba, le hablaba de Joel y su extraño modo de vagabundear por la casa, mostrando su desaprobación por todo lo que yo hacía. Le refería mis impresiones sobre Bart y Melodie, y mi preocupación por Jory, que estaba deprimido, suspirando por Melodie, odiando la indiferencia de su esposa, y amándola a pesar de ello, mientras yo intentaba recordarle a Melodie sus responsabilidades a cada momento. El desapego de Melodie dolía a Jory incluso más que su invalidez.
Chris, tendido a mi lado, soñoliento, escuchaba mi larga plática con silenciosa impaciencia antes de decir:
—Catherine, algunas veces me haces temer el regreso a casa. —Y se ponía de lado, apartándose de mí—. Estropeas todo lo maravilloso y dulce que existe entre los dos con tus historias suspicaces y desagradables. Y la mayor parte de todo lo que te molesta está en tu mente. ¿No crees que siempre has tenido demasiada imaginación? Crece ya, Catherine. Estás transmitiendo a Jory tus sospechas. Cuando aprendas a esperar sólo lo bueno de las personas, entonces quizá será eso lo que obtengas de ellas.
—Ya he escuchado antes tu filosofía, Christopher —repuse con un matiz de amargura que cruzó por mi cerebro como un rayo al recordar la fe que Chris tenía en nuestra madre, y la bondad que, en su devoción, esperaba de ella. «Chris, Chris, ¿es que nunca aprenderás?», pensé. Pero no me atreví a decirlo.
Allí estaba Chris, un hombre de mediana edad, aunque no lo pareciese, regalándome su eterno optimismo juvenil de esplendor rosado. Aunque hubiera podido ridiculizarle por ello, yo ansiaba esa clase de fe redentora que a él le proporcionaba paz, mientras que yo vivía entre anhelos, inquieta, apoyándome ora en un pie, ora en el otro, como si estuviera sobre un hierro ardiente.
Bart estaba sentado delante de un buen fuego, intentando concentrarse en The Wall Street Journal mientras Jory y yo envolvíamos los regalos de Navidad sobre una larga mesa de la que habíamos quitado todos los adornos. De pronto recordé; mientras confeccionaba lazos de fantasía y recortaba papel de estaño, que Cindy había llegado. Vagaba como en sueños por la casa, perdida en su propio mundo de tal modo que parecía como si no estuviese allí. A causa de la tranquilidad que su actitud aportaba, yo había descuidado sus necesidades mientras atendía a las de Jory. No me sorprendí cuando ella quiso ir con Chris a Charlottesville para terminar sus compras y ver una película antes de regresar con él el viernes. Chris disponía de un apartamento con un dormitorio y pensaba que Cindy podía dormir en su sofá cama.
—De verdad, mamá, mi sorpresa especial de Navidad te complacerá.
Sólo cuando Cindy estuvo fuera, me pregunté qué provocaría aquella secreta sonrisa de placer en su lindo rostro.
Mientras Jory y yo adornábamos con los grandes lazos de satén los regalos y colocábamos las etiquetas con los nombres, oí el ruido de las puertas de un automóvil, unas pisadas fuertes en el pórtico y después la voz de Chris, que me llamaba. Eran las dos de la tarde cuando entró en nuestro salón preferido, acompañado por Cindy a su lado y, para mí asombro, un muchacho extraordinariamente atractivo de unos dieciocho años. Yo ya sabía que Cindy consideraba a cualquier chico que no la aventajase en dos años por lo menos demasiado joven para ella. Cuanto más viejos y más experimentados, tanto mejor, solía bromear ella.
—Mamá —exclamó Cindy, feliz, con el rostro radiante—. Aquí está la sorpresa que tú dijiste que podía traer a casa.
Pese a mi perplejidad conseguí sonreír. Cindy no había mencionado que su sorpresa secreta era un huésped a quien había invitado sin pedir permiso. Me quedé de pie para que Chris pudiera presentarnos al amigo que Cindy había conocido en Carolina del Sur. Lance Spalding, así se llamaba, demostró un aplomo considerable mientras nos estrechaba la mano a mí, a Jory y Bart, que estaba enfurecido.
Chris me besó en la mejilla y abrazó ligeramente a Jory antes de dirigirse con rapidez hacia la puerta.
—Cathy, perdóname por marcharme tan pronto, pero volveré mañana temprano. Cindy no podía esperar hasta entonces para traer a casa a su invitado. Debo acabar algunas cosas en la universidad. Además no he terminado mis compras. —Me dedicó una brillante sonrisa llena de encanto—. Querida, me quedan dos semanas para las vacaciones, de modo que tómalo con calma y guarda tu imaginación bajo llave. —Se volvió hacia Lance—. Disfruta de tus vacaciones, Lance.
Cindy, muy orgullosa de sí misma, condujo a su amigo hacia la persona que, con seguridad, se mostraría menos hospitalaria con su invitado.
—Bart, sabía que no te importaría que invitara a Lance. Su padre es el presidente de la cadena Chemical Banks, de Virginia.
Palabras mágicas. Sonreí ante la astucia de Cindy. La actitud hostil de Bart se transformó al instante en interés. Resultaba molesto presenciar cómo Bart intentaba extraer toda la información posible, por pequeña que fuese, del joven que, obviamente, se sentía muy atraído por Cindy.
Cindy estaba más adorable que nunca, resplandeciente en su ceñido suéter blanco con rayas de color rosa a juego con sus estrechos pantalones de punto. Tenía una figura maravillosa y sabía exhibirla con decisión.
Riendo, exultante, cogió la mano de Lance y lo apartó de Bart.
—Lance, ya verás cuando te enseñe la casa. Tenemos dos armaduras auténticas, pero son demasiado pequeñas para mi talla; para mamá, quizá, pero no para mí. Imagínate, se creía que los caballeros eran hombres fuertes, grandes y no lo eran. El salón de música es mayor que éste, y mi habitación es la más bonita de todas. La suite que mis padres comparten es increíble. No he sido invitada a las habitaciones de Bart, pero estoy segura que deben ser fabulosas. —Al decir esto se volvió un poco para dirigir a Bart una sonrisa maliciosa, insinuante. La expresión despectiva de Bart aumentó.
—¡No te acerques a mis habitaciones! —ordenó con aspereza—. No te acerques a mi despacho. Y tú, Lance, mientras estés aquí, recuerda que estás bajo mi techo y espero que trates a Cindy con decoro.
El muchacho se ruborizó y respondió con timidez:
—Naturalmente. Comprendo.
En el mismo instante en que la pareja se perdió de vista, aunque todavía se oía a Cindy cantando elogios de Foxworth Hall, Bart me arrojó su opinión sobre el amigo de Cindy.
—No me gusta. Es demasiado viejo para ella y excesivamente meloso. Cindy o yo hubiéramos debido censurarle que se tomase ciertas confianzas con ella. Además sabes que no me gustan los invitados caídos del cielo sin ser esperados.
—Bart, estoy de acuerdo contigo. Cindy hubiera debido avisarnos, pero quizá temía que tú te negases. Por otro lado, me parece un joven agradable. Recuerda lo dulce que Cindy ha sido desde el día de Acción de Gracias. No te ha causado ni un solo problema. Está creciendo.
—Esperemos que continúe portándose bien —gruñó Bart antes de forzar una sonrisa de compromiso—. ¿Has visto cómo la miraba? Tiene a ese pobre chico encandilado.
Aliviada, me acomodé sonriendo a Bart, y después a Jory, que estaba manoseando las luces navideñas antes de comenzar a disponer los regalos bajo el árbol.
—Los Foxworth tenían la tradición de ofrecer siempre un baile la noche de Navidad —explicó Bart—, y el tío Joel mandó por correo mis invitaciones hace dos semanas. Espero por lo menos doscientos invitados, si el tiempo se mantiene un poco decente. Aunque haya niebla, creo que la mitad de la gente sabrá arreglárselas para llegar aquí. Después de todo, no pueden permitirse disgustarme mientras yo les proporcione tantos negocios. Vendrán banqueros, abogados, corredores de Bolsa, médicos, empresarios, todos ellos acompañados por sus esposas y las amigas de los amigos, así como lo mejorcito de la sociedad local. También he invitado a algunos de mis hermanos de la fraternidad. Así pues, por una vez, madre, no podrás quejarte de que nuestras vidas resultan solitarias en esta zona aislada.
Jory reanudó la lectura de su libro, decidido al parecer a no permitir que nada de lo que Bart dijera o hiciera lo turbara. A la luz del fuego su perfil clásico era perfecto. El cabello oscuro y rizado enmarcaba su rostro y cubría el cuello de su camisa. Bart vestía un traje de hombre de negocios, como si en cualquier momento hubiera de levantarse para presidir una reunión corporativa.
Melodie entró llevando un vestido gris, sin forma, que colgaba de sus hombros y se abultaba en el vientre como si debajo hubiera un melón. Su mirada se posó en Bart, que se levantó de un salto, volvió la cabeza y salió presuroso de la habitación, dejando tras de sí un pesado silencio.
—Me he encontrado con Cindy arriba —dijo Melodie evitando que su mirada triste se cruzara con la de Jory. Se sentó cerca del fuego y estiró las manos hacia adelante para calentarlas—. Su amigo parece un chico agradable y bien educado. Además es muy guapo. —No apartaba la vista del fuego mientras Jory intentaba insistentemente obligarla a que lo mirase. El dolor de su corazón se reflejó en sus ojos cuando renunció apesadumbrado y volvió a su libro—. Me parece que a Cindy le gustan los hombres de cabello oscuro que se parecen a sus hermanos —prosiguió de un modo vago, distante, como si nada importase.
Jory alzó la mirada, airado.
—Mel, ¿ni siquiera puedes saludarme? —preguntó con voz ronca—. Estoy aquí, estoy vivo, haciendo todo lo que puedo por sobrevivir. ¿No puedes decir o hacer cualquier cosa para indicarme que recuerdas que soy tu marido?
De mala gana, Melodie volvió la cabeza hacia él y le dedicó una desvaída sonrisa. Algo en sus ojos expresaba que ya no le veía como el marido a quien tan apasionadamente había amado y admirado. Sólo veía a un hombre inválido en una silla de ruedas. Jory la hacía sentir molesta y avergonzada.
—Hola, Jory —dijo.
¿Por qué no se levantaba y lo besaba? ¿Acaso no percibía la súplica en los ojos de Jory? ¿Por qué no podía hacer un esfuerzo, aunque ya no lo amase? poco a poco, el rostro macilento de Jory fue enrojeciendo. Bajó la cabeza y contempló los regalos que había envuelto con amor.
Yo estaba a punto de decir algo cruel a Melodie, cuando Cindy y Lance entraron. Ambos tenían los ojos brillantes y el rostro ruborizado. Bart no tardó en aparecer detrás de ellos. Recorrió la habitación con la mirada y, al comprobar que Melodie seguía allí, volvió a salir. Al instante, Melodie se levantó enseguida y desapareció. Bart debió verla marchar, pues poco después regresó y se sentó cruzando las piernas; parecía aliviado ahora que Melodie no estaba.
El amigo de Cindy habló, mirando a Bart y sonriendo ampliamente.
—Tengo entendido que todo esto le pertenece, señor Foxworth.
—Llámale Bart —ordenó Cindy.
Bart frunció el entrecejo.
—Bart… —comenzó Lance balbuceante—, realmente es una casa notable. Gracias por invitarme. —Yo eché una ojeada a Cindy, que se mantenía en su lugar con firmeza, soportando la mirada de enfado que Bart le dirigía mientras Lance proseguía inocentemente—: Cindy no me enseñó tu suite de habitaciones ni tu despacho, pero espero que lo hagas tú. Algún día pienso poseer algo como esto… y me apasionan los ingenios electrónicos; Cindy me ha contado que tú tienes.
Al instante, Bart se puso en pie, orgulloso de poder mostrar su equipo electrónico.
—Por supuesto, si quieres ver mis habitaciones y mi despacho me encantará mostrártelos. Pero preferiría que Cindy no nos acompañara.
Después de una cena suntuosa, que Trevor sirvió, charlamos en el salón de música con Jory y Bart. Melodie estaba en su habitación, acostada ya. Pronto Bart dijo que se iba a la cama porque tenía que levantarse temprano al día siguiente. Al instante, la conversación se interrumpió, todos nos levantamos y nos encaminamos hacia la escalera. Acompañé a Lance a una bonita habitación que tenía baño propio. Se hallaba en el ala oriental, no muy lejos de las habitaciones de Bart, mientras que la de Cindy estaba cerca de las nuestras. Cindy sonrió con dulzura y besó en la mejilla a Lance Spalding.
—Buenas noches, dulce príncipe —murmuró—. El adiós es una aflicción muy dulce…
Con los brazos cruzados sobre el pecho, como Joel cruzaba los suyos, Bart contemplaba a nuestras espaldas la tierna escena con sorna.
—Dejemos que sea una separación de verdad —dijo, mirando a Lance, y después a Cindy, antes de dirigirse a su habitación.
Primero acompañé a Cindy a su dormitorio e intercambiamos algunas palabras y nuestros acostumbrados besos de buenas noches. Después me detuve ante la puerta de Melodie, preguntándome si debería llamar, entrar e intentar razonar con ella. Suspiré, reconociendo que así nada arreglaría, pues ya lo había intentado antes muchas veces. Me encaminé entonces hacia la habitación de Jory.
Estaba tumbado en la cama, mirando al techo. Sus oscuros ojos azules se dirigieron hacia mí, brillantes por las lágrimas no derramadas.
—Hace ya mucho tiempo que Melodie no viene a darme el beso de buenas noches. Tú y Cindy siempre encontráis el momento para hacerlo, pero mi esposa me ignora como si yo no existiera para ella. No hay ninguna razón para que yo no pueda disponer de una cama más ancha donde ella duerma a mi lado, pero no lo haría aunque se lo pidiera. Ahora que he terminado el clíper no sé en qué ocupar mi tiempo. En realidad no tengo ganas de comenzar otro barco para nuestro hijo. Me siento tan insatisfecho, tan en desigualdad con la vida, conmigo mismo y, sobre todo, con mi esposa… Yo quiero volverme hacia ella, pero me da la espalda. Mamá, sin ti, sin papá y Cindy no sabría cómo vivir cada día.
Lo sostuve en mis brazos, e introduje mis dedos entre sus cabellos como solía hacerle cuando era un niño. Le dije todas las cosas que debía decirle Melodie. Sentí pena por ella, pero también me causaba desagrado su debilidad y la odié por no amar lo suficiente, por no saber cómo dar aunque doliese.
—Buenas noches, mi dulce príncipe —dije desde la puerta de la habitación—. Aférrate a tus sueños, no los abandones ahora, pues la vida ofrece muchas oportunidades de felicidad, Jory. No todo ha terminado para ti.
Jory sonrió y me dio las buenas noches. Cuando me dirigí a la suite del ala sur que compartía con Chris, Joel apareció de pronto delante de mí, bloqueándome el paso. Llevaba un viejo albornoz andrajoso y descolorido. Su cabello cano y fino se arremolinaba en pequeños picos como cuernecillos, y el largo extremo de un cordón arrastraba detrás de él como una cola caída.
—Catherine —dijo con aspereza—, ¿te das cuenta de lo que esa chica está —haciendo en este mismo instante?
—¿Esa chica? ¿Qué chica? —pregunté con idéntica brusquedad.
—Sabes que me refiero a esa hija tuya. En este preciso momento, justo ahora mismo, está divirtiéndose con ese joven que ha traído a casa con ella.
—¿Divirtiéndose? ¿Qué quieres decir?
Su sonrisa se volvió torcida y maligna.
—Vaya, si alguien sabe del asunto, ésa eres tú, o deberías serlo. Ha metido a ese muchacho en su cama.
—¡No te creo!
—Entonces ve y compruébalo tú misma —respondió con fruición—. Nunca crees nada de lo que digo. Yo estaba en el vestíbulo de atrás cuando vi por casualidad a ese muchacho andando a hurtadillas por los pasillos, y lo seguí. Antes de que él llegase a la puerta de Cindy, ella ya la había abierto y le permitió entrar.
—No te creo —repetí yo, esta vez sin tanta convicción.
—¿Tienes miedo de comprobarlo y descubrir que no miento? ¿Te convencería eso de que yo no soy el enemigo que tú supones?
Yo no sabía qué decir ni qué pensar. Cindy había prometido comportarse bien. Ella era inocente, sabía que lo era. Se había portado de forma correcta, ayudando a Jory, reprimiendo su tendencia natural a discutir con Bart. Joel tenía que estar mintiendo. Me di la vuelta y me encaminé hacia la habitación de Cindy con Joel siguiéndome los pasos.
—Estás mintiendo, Joel y voy a demostrártelo —dije mientras casi corría.
Al llegar ante la puerta de Cindy, me detuve y escuché; no oí nada. Levanté la mano para llamar.
—¡No! —susurró Joel—. No les pongas sobre aviso si quieres saber toda la verdad. Limítate a abrir de golpe la puerta, entra en el dormitorio y compruébalo tú misma.
Me detuve. No quería ni tan siquiera pensar que Joel pudiese tener razón. Además, no me gustaba que Joel me dijese qué tenía que hacer. Le miré furiosa antes de llamar una sola vez. Esperé unos segundos, y entonces abrí de par en par la puerta del dormitorio de Cindy y entré en su habitación, iluminada tan sólo por la luz de la luna que entraba a raudales por las ventanas.
¡Dos cuerpos desnudos estaban enlazados en la virginal cama de Cindy!
Me quedé mirando de hito en hito, perpleja, sintiendo que un grito moría en mi garganta. Ante mis asombrados ojos, Lance Spalding estaba tendido sobre mi hija de dieciséis años, moviéndose de manera espasmódica. Las manos de Cindy se aferraban a sus nalgas de él, clavándole sus uñas rojas. La cabeza de ella se movía de un lado a otro mientras gemía de placer, evidenciando que ésta no era su primera vez.
¿Qué debía hacer yo? ¿Cerrar la puerta sin decir nada? ¿Dejarme arrastrar por un torrente de ira y arrojar a Lance de nuestra casa? Atrapada en una telaraña de indecisión, permanecí allí, inmóvil, durante unos segundos, hasta que oí un débil ruido detrás de mí.
Di un respingo. Me volví y vi a Bart, que también estaba mirando a Cindy; ésta se había puesto encima de Lance y lo cabalgaba con fuerza, exclamando palabras vulgares entre gemidos de éxtasis, ajena por completo a todo lo que no fuese lo que estaba haciendo con su pareja.
Bart no titubeó. Se dirigió directamente a la cama y, cogiendo a Cindy por la cintura, la arrancó con un poderoso impulso de encima del muchacho, que parecía indefenso en su desnudez y el arrobamiento. Bart arrojó al suelo con rudeza a Cindy, que gritó al caer boca abajo sobre la alfombra.
Bart no oía. Estaba demasiado ocupado golpeando al joven. Una y otra vez sus puños cayeron sobre el atractivo rostro de Lance. Oí el chasquido de su nariz al romperse, y la sangre lo salpicó todo.
—¡No bajo mi techo! —rugía Bart, golpeando sin descanso la cara de Lance—. ¡No quiero pecado bajo mi techo!
Un momento antes yo hubiera actuado igual, pero enseguida reaccioné y corrí para salvar al muchacho.
—Bart, ¡detente! ¡Lo vas a matar!
Cindy no cesaba de chillar, histérica, mientras intentaba cubrir su desnudez con sus ropas, que estaban tiradas en el suelo, mezcladas con las de Lance. Joel, que había entrado en la habitación, paseaba su mirada con desprecio por el cuerpo de Cindy; después se volvió para mirarme con una evidente satisfacción que me reprochaba: «¿Lo ves? Te lo dije. De tal madre, tal hija».
—¿Ves lo que has criado con tantos mimos? —Joel entonó como si estuviera en un púlpito—. Desde la primera vez que la vi me di cuenta de que no era más que una ramera bajo el techo de la casa de mi padre.
—¡Imbécil! —exclamé furiosa—. ¿Y quién eres tú para condenar a nadie?
—Tú eres la imbécil, Catherine. Igual que tu madre, en muchas cosas. También ella deseaba a todos los hombres que conocía, incluso a su propio medio tío. Era como esta muchacha desnuda que se arrastra con lujuria por el suelo, dispuesta a acostarse con cualquier cosa que llevara pantalones.
De pronto, Bart dejó caer a Lance en la cama y se lanzó contra Joel.
—¡Cállate! ¡No te atrevas a comparar a mi madre con la tuya! ¡Ella no es igual que tu madre, no lo es!
—Ya me darás la razón en su momento, Bart —repuso Joel con su tono más suave y ceremonioso—. Corine recibió lo que merecía. Tal como tu madre tendrá algún día lo que se merece. Y si la justicia y el derecho todavía gobiernan este mundo y Dios está en el cielo, esta indecente chica, que intenta cubrir su desnudez, encontrará su fin en las furiosas llamas, como se merece también.
—¡No vuelvas a decir nada parecido nunca más! —aulló Bart, tan furioso con Joel que se olvidó de Cindy y de Lance, quienes estaban poniéndose con rapidez y apresuramiento las ropas de dormir que habían abandonado. Bart vaciló, como si le sorprendiera encontrarse defendiendo a la chica que siempre había negado fuese su hermana—. Ésta es mi vida, tío —dijo con sequedad—, y mi familia. Yo impartiré la justicia que corresponda, no tú.
Muy afligido y turbado en apariencia, inseguro como un viejo, Joel se alejó arrastrando los pies por el pasillo, más que encorvado, doblado sobre sí mismo. Cuando se perdió de vista, Bart dirigió su furia hacia mí.
—¡Lo ves! —me increpó—. ¡Cindy acaba de demostrar lo que yo he sospechado durante tanto tiempo! ¡No es buena, madre! ¡No es buena! Ha fingido ser dulce a la vez que planeaba cómo disfrutar cuando Lance viniese. ¡Quiero que se marche de esta casa y de mi vida para siempre!
—Bart, no puedes echar a Cindy… ¡Es mi hija! Si tienes que castigar a alguien, más de lo que has hecho, expulsa a Lance. Tienes razón, por supuesto, Cindy no debía haberse comportado de esta manera, ni Lance tenía que aprovecharse de tu hospitalidad.
Consiguió calmarse un poco.
—De acuerdo, Cindy puede quedarse ya que insistes en quererla a pesar de todo. ¡Pero este muchacho se irá esta noche! —Voceó a Lance—. Date prisa en hacer tu maleta… porque dentro de cinco minutos te conduciré al aeropuerto. ¡Y si alguna otra vez te atreves a tocar a Cindy, te romperé todos los huesos! Y no creas que no me voy a enterar. ¡También tengo amigos en Carolina del Sur!
Lance Spalding estaba muy pálido mientras se apresuraba a guardar sus ropas en las maletas que acababa de vaciar. No osaba ni mirarme mientras se movía deprisa de un lado a otro, murmurando roncamente:
—Lo siento y estoy tan avergonzado, señora Sheffield… —Y enseguida se fue, apremiado por Bart, que le empujaba de vez en, cuando para que avivara el paso.
Entonces me volví hacia Cindy, que se había cubierto con una bata muy recatada y metido en la cama. Me miraba con los ojos muy abiertos y aspecto asustado.
—Estarás satisfecha, Cindy —dije con frialdad—. Me has desilusionado de verdad. Esperaba más de ti. Me lo prometiste. ¿Acaso tus promesas no significan nada para ti?
—Mamá, por favor —sollozó—. Lo amo, y creo que he esperado bastante tiempo. Era mi regalo de Navidad para él… y para mí.
—¡No mientas, Cynthia! Esta noche no ha sido la primera vez que has estado con él. No soy tan estúpida como tú te crees. Ya habéis sido amantes.
Gimió.
—Mamá, ¿nunca más me querrás? ¡No puedes dejar de quererme, porque si lo haces desearé morir! No tengo más padres que tú y papá… y juro que no volverá a suceder. Por favor, perdóname, ¡por favor!
—Pensaré en ello —dije con sequedad mientras cerraba la puerta.
A la mañana siguiente, mientras me vestía, Cindy entró corriendo en mi habitación, presa de un llanto histérico.
—Mamá, por favor, no permitas que Bart me obligue a marchar también. Nunca he disfrutado de una Navidad feliz cuando Bart ha estado cerca. ¡Lo odio! ¡Lo odio con toda mi alma! Ha destrozado la cara de Lance.
Era más que posible que Cindy tuviera razón. Me costó mucho enseñar a Bart a contener su ira. Sería terrible para un muchacho tan bien parecido tener rota la nariz, por no mencionar sus ojos amoratados y los cortes y golpes.
Sin embargo, después de la marcha de Lance, algo peculiar asentó su mano fantasmal sobre Bart y lo volvió muy silencioso. Arrugas que nunca antes yo había visto, surcaron su rostro desde la nariz hasta sus labios bien formados, a pesar de que era demasiado joven. Se negaba a hablar o mirar a Cindy. También a mí me ignoraba. Permanecía sentado, callado y triste, observándome, y después posaba su mirada de ojos oscuros en Cindy, que siempre estaba llorando; yo no podía recordar ninguna otra vez en que Cindy nos hubiera permitido presenciar su llanto.
Por mi mente desfilaron toda clase de siniestros pensamientos. ¿Dónde podría encontrarse la armonía? Había una época para plantar, una para madurar, y otra para recolectar, ¿dónde estaba nuestra época de felicidad? ¿No habíamos esperado el tiempo suficiente?
Aquella mañana, más tarde, tuve una charla con Cindy.
—Cindy, me sorprende tu comportamiento. Fue lógico que Bart se mostrara tan furioso, aunque yo desapruebe el modo brutal en que trató a ese chico. Puedo comprender la furia de Bart, pero no tu comportamiento. Cualquier hombre joven entrará en tu dormitorio si tú abres gustosamente la puerta y le invitas a entrar, como hiciste con Lance. Cindy, has de prometerme que no volverás a hacer una cosa semejante otra vez. Cuando cumplas los dieciocho años, te convertirás en tu propia dueña… pero hasta entonces, y mientras estés bajo este techo, no te dedicarás a juegos sexuales con nadie, ni aquí ni en ningún otro lugar. ¿Lo has entendido?
Sus ojos azules se agrandaron, brillantes a causa de las lágrimas a punto de derramarse.
—Mamá, ¡no vivo en el siglo XVIII! ¡Todas las chicas lo hacen! Yo he aguantado mucho más tiempo que la mayoría, y por lo que he oído decir de ti… tú también ibas detrás de los hombres.
—¡Cindy! —repliqué con dureza—. ¡No te atrevas nunca a arrojarme mi pasado o mi presente a la cara! Tú no sabes lo que tuve que soportar. En cambio, tú sólo has disfrutado de días felices repletos de todo aquello que a mí se me negó.
—¿Días felices? —preguntó con amargura—. ¿Has olvidado todas las cosas desagradables, maliciosas que Bart me hacía? Es cierto, yo no he estado encerrada con llave, ni hambrienta, ni he sido maltratada, pero he tenido mis problemas, no creas que no los he tenido. Bart me hace sentir tan insegura de mi femineidad que tengo que probarme ante todos los muchachos que conozco. No puedo evitarlo.
En aquel momento nos hallábamos en la habitación de Cindy, mientras Bart permanecía abajo.
Avancé un paso para abrazar a mi hija.
—No llores, cariño. Comprendo como debes estar sufriendo, pero has de intentar comprender cómo se sienten los padres con respecto a sus hijas. Tu padre y yo sólo deseamos lo mejor para ti. No queremos que salgas perjudicada. Deja que esta experiencia con Lance te enseñe una lección y reprime tus impulsos hasta que tengas dieciocho años y puedas razonar con madurez. Espera aún más tiempo, si te es posible. Cuando uno se aferra al sexo demasiado Joven, éste tiene una cruel manera de morderte y devolverte todo aquello que tú ya no quieres. Así me ocurrió a mí. Por otro lado, te he oído decir un millar de veces que tú quieres un escenario y una carrera cinematográfica, y los maridos y los bebés han de esperar. Más de una chica ha visto frustradas sus esperanzas por el nacimiento de un bebé, fruto de una pasión incontrolada. Ten cuidado antes de entregarte y comprometerte con nadie. No te enamores demasiado pronto, pues cuando lo haces te vuelves vulnerable a muchos acontecimientos imprevisibles. Da una oportunidad al romance sin sexo, ahórrate todo el dolor de haberte entregado demasiado, y demasiado pronto.
Cindy me abrazó con fuerza. La ternura que traslucían sus ojos expresaban que éramos de nuevo madre e hija.
Después ambas bajamos al piso inferior y contemplamos el paisaje, cubierto por la blanca nieve, vagamente nebuloso en la distancia, aislándonos, con más crueldad que nunca, del resto del mundo.
—Ahora todos los caminos que parten de Charlottesville estarán bloqueados —dije con voz monótona—. Lo peor de todo es que Melodie se porta de una forma tan extraña que temo por la salud de su bebé. Jory permanece en su habitación como si no quisiera encontrarse con ella ni con ninguno de nosotros. Por su parte, Bart ronda por ahí, como si fuese nuestro amo, como lo es de esta casa. Oh, quisiera que Chris estuviera aquí. Odio que esté lejos.
Cindy me miraba casi con asombro. Se ruborizó al encontrarse con mi mirada. Cuando le pregunté por la causa de su reacción, murmuró:
—A veces me pregunto cómo es posible que vosotros dos os aferréis el uno al otro, cuando yo me enamoro y me desenamoro con tanta facilidad. Mamá, algún día tendrás que contarme cómo conseguir que un hombre me ame de verdad a mí, no sólo a mi cuerpo. Quisiera que los chicos me miraran primero a los ojos, como papá mira a los tuyos; me gustaría que se fijaran en mi cara, por lo menos de vez en cuando, ya que no soy fea; pero lo que con más atención miran son mis pechos. Desearía que sus miradas me siguieran, como la de Jory sigue a Melodie… —Cindy me rodeó con el brazo y apoyó su rostro en mi hombro—. Lo siento tanto, mamá. Lamento muchísimo haber causado todo ese alboroto la noche pasada. Gracias por no reñirme más de lo que hiciste. He estado pensando en lo que dijiste y tienes razón. Lance ha pagado un precio muy alto, y yo hubiera debido saber hacer mejor las cosas. —Me miró con ojos suplicantes—. Mamá, no mentí cuando expliqué que todas las chicas de la escuela comenzaron hace mucho tiempo, cuando tenían once, doce o trece años. Y yo amo a Lance. Me contuve, aunque los chicos me perseguían más que a las demás. Ellas creían que yo me acostaba con ellos, pero no era verdad. Simplemente lo fingía.
»Un día oí a los chicos intercambiar opiniones y todos estaban de acuerdo que no había nada que hacer conmigo. Hablaban de mí como si yo fuese una especie de cosa rara, una lesbiana quizá. Entonces decidí que permitiría que Lance me poseyera esta Navidad. Era el regalo especial que guardaba para él.
La miré con severidad, cuestionándome si lo que contaba era verdad. Entretanto, ella insistía en afirmar que había sido la única muchacha de todo el grupo que había aguantado hasta los dieciséis años sin hacerlo, y que eso era muy tarde para una chica en el mundo de hoy.
—Por favor, no te avergüences de mí, pues si tú lo estás, entonces yo me sentiré así también. He deseado hacer el amor desde que cumplí los doce años, pero me he resistido por no desobedecerte. Has de comprender que lo que he hecho con Lance no era casual. Lo amo. Y durante un rato, antes de que tú y Bart entraseis…, era… era…, bueno.
¿Qué podía decir yo? Había escondido mi propia juventud rebelde en un rincón de la memoria, dispuesta a saltar fuera y poner ante mí la imagen de Paul, la manera en que había deseado que él me enseñara todas las formas del amor, sobre todo porque mi primera experiencia sexual había sido tan devastadora, me había llenado de un sentimiento de culpabilidad tal que, incluso ahora, al cabo de tantos años, podría llorar al alzar la mirada hacia la luna que había sido testigo del pecado de Chris y el mío.
Alrededor de las seis, Chris telefoneó para decirnos que había estado intentando hablar conmigo durante todo el día, pero las líneas habían estado cortadas.
—Me verás la víspera de Navidad —dijo con voz jovial—. He alquilado un quitanieves que abrirá camino a mi automóvil hasta el Hall. ¿Cómo van las cosas?
—Bien, muy bien —mentí.
Conté que el padre de Lance había caído por las escaleras y el chico había tenido que regresar a casa en avión inmediatamente. Luego expliqué que todo estaba preparado para Navidad, los regalos envueltos, el árbol adornado, pero que Melodie, como de costumbre, se negaba a salir de sus habitaciones como si ellas fuesen el único santuario del mundo.
—Cathy —dijo Chris con voz tensa—. Te agradecería que por una vez fueses franca conmigo. Lance no ha podido viajar en avión porque todos los aviones están inmovilizados en tierra. Lance se encuentra en este momento a menos de diez pasos de este teléfono. Ha acudido a mí y me lo ha confesado todo. Le he curado la nariz rota y las otras heridas y he estado maldiciendo a Bart durante todo el rato. Ha destrozado a este muchacho.
A la mañana siguiente, a primera hora, oímos por la radio que todos los caminos hasta el pueblo y la próxima ciudad estaban cortados por la nieve. Se advertía a quienes tuviesen previsto emprender un viaje que permanecieran en casa. Tuvimos la radio conectada todo el día, escuchando a los meteorólogos como si ellos controlaran nuestras vidas.
«Jamás en el pasado se ha vivido un invierno tan dramático como éste —decía la monótona voz, exaltando las extremas condiciones del tiempo—. Se han batido todos los récords …».
Cindy y yo permanecimos cada una de esas tristes horas ante las ventanas. Con frecuencia Jory se unía a nosotras para contemplar la nieve que caía con implacable determinación.
Por mi mente desfiló el pasado. Nos veía a nosotros cuatro, encerrados en aquella misma habitación, susurrando sobre Santa Claus y contando a los gemelos que seguramente él nos encontraría. Chris le había escrito una carta. Oh, qué lástima inspiraban aquellos dos pequeños hermanos gemelos, despertándose la mañana de Navidad.
Al oír toser a Jory, volví al presente. Mi hijo sufría accesos de tos fuerte cada pocos minutos. Lo miré con temor. Enseguida se dirigió en la silla de ruedas a su habitación, diciendo que él mismo se metería en la cama. Hubiera deseado acompañarle, pero sabía que Jory deseaba hacer todo lo que pudiera por sí mismo.
—Ahora Jory se ha resfriado. Empiezo a odiar este lugar —gruñó Cindy—. Por esta razón traje a Lance conmigo, sabiendo que las cosas serían así. Confiaba en que todas las noches celebraríamos una fiesta, y estando un poco bebida acabaría por olvidarme del sinsabor que supone vivir bajo la sombra de Bart y ese viejo escurridizo de Joel. Esperaba que Lance alimentase mi felicidad mientras estuviésemos juntos. Ahora no tengo a nadie sino a ti, mamá. Jory parece ausente; además, cree que soy demasiado joven para comprender sus problemas. Melodie nunca cuenta nada, ni a mí ni a nadie. Bart vaga por ahí como la muerte siniestra…, igual que ese viejo, que me produce escalofríos. No tenemos amigos, nadie nos visita. Estamos completamente solos, crispándonos los nervios unos a otros. Y es Navidad. Espero ansiosa ese baile que Bart está organizando. Por lo menos, me dará la oportunidad de conocer gente joven y de sacudirme el musgo que siento que me sube por las piernas.
De repente Bart estaba allí, increpando a Cindy.
—No tienes por qué quedarte. No eres más que la bastarda que mi madre merecía tener.
Cindy enrojeció.
—¿Estás intentando ofenderme otra vez, imbécil? ¡Ahora no puedes herirme! ¡Eso se ha acabado!
—¡No te atrevas a llamarme imbécil nunca más, bastarda!
—¡Rata, imbécil, rata, imbécil! —vociferaba ella, retrocediendo y refugiándose detrás de sillas y mesas, incitándole con premeditación a que la persiguiera y, así dar cierta excitación a su día sombrío.
—¡Cindy! —exclamé, furiosa—. ¿Cómo te atreves a hablar de esa manera a Bart? Vamos, di que lo sientes… ¡dilo!
—No, no lo diré, porque no lo siento. —No se dirigía a mí, sino a Bart—. ¡Es un bruto, un maníaco, un loco y está intentando volvernos a todos tan chiflados como él!
—¡Calla! —ordené, viendo que el rostro de Bart empalidecía. De pronto se abalanzó y cogió a Cindy por el cuello. Ella intentó defenderse, pero él la tenía agarrada con fuerza. Corrí para impedir que la golpeara con su brazo libre. Dominándola, Bart la amenazó:
—Si alguna vez te atreves ni tan siquiera a dirigirme la palabra, pequeñaja, lamentarás ese día. Estás muy orgullosa de tu cuerpo, tu cabello y tu cara. Un insulto más y tendrás que esconderte en los armarios y romper todos los espejos.
Su tono grave indicaba que hablaba en serio. Ayudé a Cindy a levantarse.
—Bart, no hablas en serio. Durante toda tu vida has estado atormentando a Cindy. ¿Puedes culparla ahora por desear vengarse?
—De modo que, después de todo lo que ha dicho, ¿te pones de su lado?
—Di que lo lamentas, Cindy —rogué, volviéndome hacia ella. Lancé después una mirada suplicante a Bart—. Y tú también, por favor.
En los feroces ojos oscuros de Bart vislumbré un destello de indecisión cuando se dio cuenta de lo alterada que estaba yo, pero se desvaneció en el momento en que Cindy exclamó:
—¡No! ¡Yo no lo lamento! ¡Y no le tengo miedo! Bart, eres tan escurridizo y senil como ese viejo imbécil que vaga por ahí murmurando todo el día para sí. ¡Chico, parece que sientes debilidad por los viejos! ¡Quizá ése sea tu punto flaco, hermano!
—¡Cindy! —susurré abrumada—, discúlpate con Bart.
—¡Nunca, nunca, nunca! No, después de lo que hizo a Lance.
La ira que encendía el rostro de Bart me asustó. Precisamente en ese momento, Joel entró despacio en la habitación. Con los brazos cruzados sobre el pecho, se enfrentó a los fieros ojos de Bart.
—Hijo… déjalo correr. El señor ve y oye todo y, cuando llega la hora, imparte Su propia justicia. Esta niña es como un pájaro piando en los árboles, guiada por instintos que nada saben de moralidad. Actúa, habla y se mueve, sin pensar. No es nada comparada contigo, Bart. Tú has nacido para mandar.
Como si se transfigurase, la ira de Bart se desvaneció. Siguiendo a Joel, abandonó la habitación sin dirigirnos ni una mirada. Al ver a mi hijo caminar tras aquel viejo de forma tan obediente, sin ninguna objeción, mi mente se llenó de nuevos temores. ¿Cómo había podido Joel conseguir semejante control?
Cindy se echó en mis brazos y lloró.
—Mamá, ¿qué ocurre? ¿Qué hay de malo en mí y en Bart? ¿Por qué digo cosas tan odiosas para ofenderle? ¿Por qué me las dice él? Quiero hacer daño a Bart, que pague por cada una de las cosas feas que ha hecho para herirme.
Sollozó en mis brazos todas sus ansiedades hasta quedar calmada.
En muchos aspectos, Cindy me recordaba a mí; tan ansiosa por amar y ser amada, por vivir una vida plena, excitante, incluso antes de ser lo bastante madura para aceptar las responsabilidades emocionales.
Suspiré y la abracé con fuerza. Algún día, de alguna manera, todos los problemas familiares se resolverían. Me aferré a esa creencia, rogando que Chris regresara pronto a casa.