LA TRAICIÓN DE MELODIE

Di unos golpecitos suaves en la puerta de Melodie. A través de la pesada madera se oía el sonido débil de la música de El lago de los cisnes. Debía tener el volumen muy alto, pues, de otro modo, yo no hubiera podido escucharlo. Llamé de nuevo. Al no obtener respuesta, abrí la puerta, entré y la cerré con mucha suavidad. Su habitación estaba desordenada, con ropas esparcidas por el suelo; los cosméticos invadían el tocador.

—Melodie, ¿dónde estás? El cuarto de baño estaba vacío. ¡Maldición! Se había ido junto a Bart. En un instante salí de allí y corrí hacia las habitaciones de Bart. Di furiosos golpes en la puerta de su dormitorio.

—Bart, Melodie… no podéis hacer esto a Jory. No se hallaban allí. Bajé volando por la escalera posterior y me encaminé hacia el comedor, con la esperanza de que hubieran comenzado a cenar sin esperarnos a Chris y a mí. Trevor estaba preparando la mesa para dos, midiendo con la vista la distancia del plato hasta el borde de la mesa con tanta precisión que era como si utilizara una regla. Hice más lento mi paso para entrar caminando en el comedor.

—Trevor, ¿ha visto usted a mi hijo Bart?

—Oh, sí, señora —respondió con su cortés estilo británico, sin dejar de colocar los cubiertos de plata—. El señor Foxworth y la señora Marquet acaban de salir para cenar en un restaurante. El señor Foxworth me pidió que le dijera que él regresaría… pronto.

—¿Qué dijo realmente, Trevor? —pregunté.

—Señora, el señor Foxworth estaba algo ebrio. No demasiado, de modo que no se preocupe por la lluvia ni los accidentes. Estoy seguro de que podrá controlar el automóvil y que la señora Marquet estará bien. Es una noche adorable para conducir, si a uno le gusta la lluvia.

Corrí hacia el garaje, esperando llegar a tiempo para detenerles. Demasiado tarde, como había temido. Bart se había llevado a Melodie en su pequeño y veloz deportivo, el jaguar rojo.

Mis pasos eran de tortuga al subir las escaleras. Jory estaba más animado debido al champán que había bebido mientras esperaba. Chris había ido a nuestra habitación para cambiarse para la cena.

—¿Dónde está mi mujer? —preguntó Jory, sentado junto a la mesita que Henry y Trevor habían subido a la habitación.

Las flores frescas de nuestro invernadero dispuestas en el centro de la mesa y el champán enfriándose en un cubo de plata con hielo creaban un ambiente festivo y seductor, acentuado sobre todo por los troncos de leña que ardían en la chimenea para disipar el frío húmedo de la habitación. Con las piernas ocultas y sin que se viese aquella silla de ruedas que él odiaba, el aspecto de Jory era muy parecido al de antaño.

¿Debía inventar alguna mentira esta vez, como había hecho antes? El brillo de sus ojos desapareció.

—De modo que no vendrá —dijo, abatido—. Ahora nunca aparece por aquí. Por lo menos, nunca entra en la habitación. Se entretiene en la entrada y me habla a distancia. —Su voz ronca se quebró un poco y después se rompió en un sollozo—. Resulta difícil de soportar, madre, de verdad que resulta muy difícil aceptar esta situación y no estar amargado. Cuando veo lo que está sucediendo entre mi mujer y yo, quedo destrozado por dentro. Sé lo que ella está pensando aunque no diga nada. Ya no soy un verdadero hombre, y ella no sabe cómo actuar ante eso.

Me hinqué de rodillas al lado de Jory y lo abracé.

—Ella aprenderá, Jory, aprenderá. Todos debemos aprender a enfrentarnos con lo irremediable. Concédele tiempo. Espera hasta que el bebé nazca. Ella cambiará. Te prometo que cambiará. Tú le habrás dado ese hijo. No hay nada como un hijo propio; sostener un bebé en los brazos hace que el corazón se llene de gozo. No hay nada como la dulzura de un niño, la emoción de tener un trocito pequeño, diminuto de humanidad que depende por completo de ti. Jory, espera y verás cómo Melodie cambia.

Jory había dejado de llorar, pero la angustia permaneció en su mirada.

—No sé si podré esperar —murmuró roncamente—. Cuando hay gente alrededor, sonrío y me comporto como si estuviese contento. Pero no paro de pensar en cómo acabar con todo esto y liberar a Melodie de toda obligación. No es honrado esperar que se quede conmigo. Esta noche le diré que puede marcharse si quiere, o quedarse hasta que el bebé nazca e irse después y tramitar el divorcio. No se lo negaré.

—¡No, Jory! —repliqué—. No digas nada que pueda inquietarla más… Dale tiempo para que se amolde. El bebé la ayudará.

—Pero, mamá, no sé si aguantaré seguir viviendo así. Pienso continuamente en el suicidio. Recuerdo a mi padre y desearía tener valor para hacer lo que él hizo.

—No, querido, resiste. Tú nunca estarás solo. Chris y yo nos sentamos junto a la mesita para hacerle compañía. Jory no pronunció ni una docena de palabras durante toda la cena.

Antes de acostarnos a dormir, oculté con disimulo las navajas de afeitar y aquello con que Jory pudiera hacerse daño. Aquella noche, dormí en el sofá de su habitación, temerosa de que, en su desesperación, Jory pudiera intentar acabar con su vida con el único propósito de dar la libertad a Melodie y permitir que ella se marchara sin sentirse culpable. Sus quejidos llegaban a mí como si yo estuviera soñando…

—Mel…, ¡me duelen las piernas! —exclamaba Jory en sueños. Me levanté para consolarle. Él se despertó y me miró algo confuso—. Todas las noches me duelen la espalda y las piernas —respondió soñoliento a mis preguntas—. No necesito comprensión para mis dolores fantasmas. Lo único que quiero es una noche entera de descanso.

Durante toda la noche se retorció de agonía. Las piernas, que durante el día no sentía, le atormentaban por la noche con un dolor constante. La parte baja de su espalda le dolía como si recibiera constantes cuchilladas.

—¿Por qué me duelen por las noches, si no siento nada durante el día? —se quejaba mientras el sudor le bajaba por el rostro y le pegaba la chaqueta del pijama al pecho—. Me gustaría tener el mismo valor que tuvo mi padre… ¡Eso resolvería nuestros problemas!

No, no, no. Lo abracé y le cubrí la cara de besos, prometiéndole todo, cualquier cosa, para infundirle confianza.

—Dará resultado, Jory, ¡lo dará! Aguanta un poco. No te desanimes y te rindas al mayor reto de tu vida. Me tienes a mí y a Chris y, tarde o temprano, Melodie recapacitará y volverá a ser tu esposa.

Jory fijó su triste mirada en mi, como si yo le hablara de visiones de fumadores de opio hechas de humo.

—Duerme en tu habitación, madre. Me haces sentir como un chiquillo si te quedas aquí. Te prometo no hacer nada que te haga llorar otra vez.

—Cariño, prométeme que llamarás a tu padre o a mí si necesitas alguna cosa. A ninguno de los dos nos importa levantarnos. No llames a Melodie, pues podría tropezar y caer en la oscuridad. Yo siempre he tenido un sueño ligero, y no me cuesta volver a conciliarlo. ¿Estás escuchándome, Jory?

—Claro, estoy escuchando —contestó con sus ojos inexpresivos y remotos—. Si hay alguna cosa en la que ahora soy bueno, es escuchando.

—Pronto el terapeuta te ayudará a recuperarte.

—¿Recuperarme, madre? —Sus ojos parecían cansados y sombríos—. ¿Te refieres a ese soporte para la espalda que me pondrán? Sí, claro, espero con impaciencia poder utilizar esa cosa. Disfrutaré llevando unas abrazaderas de las piernas. ¿No es una suerte que no las sienta? Por no mencionar ese ingenioso arnés de compresión que me hará pensar que me he convertido en caballo. Al menos impedirá que me caiga. —Hizo una pausa y se cubrió la cara con las manos un momento; después, echó la cabeza hacia atrás y suspiró—. Dios mío, dame fortaleza para soportarlo; ¿estás castigándome por haber sentido demasiado orgullo de mis piernas y mi cuerpo? Has hecho un maldito buen trabajo al humillarme.

Sus manos cayeron. En sus ojos brillaban las lágrimas, que resbalaban por sus mejillas. Se disculpó:

—Lo siento, madre. Las lágrimas de autocompasión no son prueba de hombría, ¿verdad? Pero no puedo mostrarme valiente y fuerte siempre. Tengo mis momentos de debilidad, como cualquier otra persona. Vuelve a tu habitación. No haré nada que os cause a ti y a papá más dolor. Buenas noches. Da las buenas noches a Melodie por mí cuando regrese.

Lloré en los brazos de Chris, lo que suscitó en él mil preguntas que no quise responder. Frustrado y bastante ofendido, dijo:

—No puedes engañarme, Catherine. Me ocultas algo para no añadir una nueva carga a mis preocupaciones, pero precisamente cuando no saber lo que ocurre es la más pesada de las cargas.

Esperó mi respuesta. Al no obtenerla, se durmió. Chris tenía la irritante costumbre de poder dormir cuando a mí me resultaba imposible. Yo deseaba que estuviera despierto, que me obligara a contestar a las preguntas que yo acababa de esquivar. Pero él dormía y dormía, volviéndose para abrazarme en su sueño, enterrando su rostro en mi cabello.

Me desperté a cada hora para comprobar si Bart y Melodie habían vuelto a casa y si Jory se encontraba bien. Jory estaba tendido en la cama, con los ojos muy abiertos, al parecer esperando como yo, a que Melodie regresara a casa.

—¿Se ha aliviado ese dolor fantasma?

—Sí, vuelve a la cama. Estoy bien.

Me encontré a Joel en el pasillo, junto a la habitación de Bart. Se ruborizó al verme en negligé blanca de encaje.

—Joel, creía que habías cambiado de opinión respecto a vivir bajo este techo y te habías instalado de nuevo en esa pequeña celda sobre el garaje…

—Lo hice, Catherine, lo hice —murmuró—. Pero Bart me ordenó que regresara a la casa, pues, según él, un Foxworth no debe ser tratado como un sirviente. —Sus ojos lacrimosos me dirigían reproches por no haber protestado cuando él nos informó que prefería la celda del garaje a la bonita habitación situada en el ala de la casa donde habitaba Bart—. Tú no sabes lo que significa ser viejo y estar solo, sobrina. He sufrido de insomnio durante años y años, atormentado por pesadillas, atacado por dolores y aflicciones que me han impedido conseguir jamás el sueño profundo que anhelo. Por eso me levanto para cansarme y ando por ahí…

¿Andar por ahí? ¡Espiar es lo que él hacía! Sin embargo, al mirarle más de cerca, me avergoncé de tal pensamiento. Allí de pie, en la penumbra del pasillo, parecía tan frágil, tan enfermo y flaco… ¿Estaría siendo injusta con Joel? Sentía antipatía hacia su detestable costumbre de murmurar para sí pasajes de la Biblia sin cesar que me hacían retroceder en el tiempo hasta la época en que vivía nuestra abuela, recordar cómo insistía ella en que aprendiésemos cada día una frase del libro sagrado.

—Buenas noches, Joel —dije con más amabilidad que de costumbre.

Sin embargo, mientras él continuaba de pie allí, pensé en Bart, que me había dicho cosas dolorosas cuando era un muchacho, pero no desde que había madurado. Ahora él también leía la Biblia y utilizaba las palabras escritas en ella para demostrarme su razón en un punto discutible. ¿Había Joel colaborado en hacer revivir lo que yo creía adormecido? Miré fijamente al viejo hombrecillo, que se apartaba de mí casi con temor.

—¿Por qué me miras así? —pregunté, incisiva.

—¿Cómo, Catherine?

—Como si me tuvieras miedo.

Su sonrisa era leve, lastimosa.

—Eres una mujer temible, Catherine. A pesar de tu belleza rubia, algunas veces puedes actuar con tanta dureza como mi madre.

Yo me sobresalté, asombrada de que creyera eso. No era posible que yo fuese como aquella anciana malévola.

—También me recuerdas a tu madre —susurró con su fina y quebradiza voz, envolviendo más estrechamente su cuerpo esquelético en el albornoz—. Y pareces demasiado joven para tener más de cincuenta años. Mi padre solía decir que los malvados siempre se las arreglaban para permanecer jóvenes y sanos mucho más tiempo que aquellos que tenían un lugar reservado en el cielo.

—Si tu padre se halla en el cielo, Joel, te aseguro que iré en la dirección opuesta con enorme placer.

Antes de alejarse a paso lento, Joel me miró como sí fuese un objeto digno de lástima.

Cuando estuve de nuevo al lado de Chris, éste se despertó el tiempo suficiente para que yo pudiera referirle la conversación que habíamos mantenido Joel y yo. Chris me lanzó una mirada penetrante en la oscuridad.

—Catherine, te has comportado de forma muy grosera al hablar de manera tan ruda a un hombre viejo como él. Es lógico que no puedas expulsarlo de aquí. En cierto modo, tiene más derechos que ninguno de nosotros sobre este lugar, que, según la ley, es la casa de Bart, aunque nosotros tengamos privilegios de residencia para toda la vida.

Me llené de ira.

—¿No puedes reconocer que Joel se ha convertido en la figura de padre que Bart ha estado buscando toda su vida?

Mis palabras le hirieron. Chris se irguió y se dio la vuelta.

—Buenas noches, Catherine. Creo que deberías quedarte en la cama y ocuparte de tus asuntos para variar. Joel es un viejo solitario que se siente agradecido por tener un defensor como Bart y un lugar donde vivir el resto de su vida. Deja de imaginar a Malcolm en cada anciano que encuentras, ya que, si vivo el tiempo suficiente, también seré viejo algún día.

—Si tienes el aspecto de Joel y actúas como él, también estaré contenta de perderte de vista.

Oh, ¿cómo podía decir eso al hombre a quien amaba? Él se apartó de mí un poco más, y después rehusó responder al contacto de mi mano en su brazo.

—Chris, lo lamento. No quería decir eso. —Le acaricié el brazo, y después deslicé la mano dentro de la chaqueta de su pijama.

—Creo que es mejor que te guardes las manos para ti misma. Ahora no estoy de humor. Buenas noches, Catherine. Y recuerda que cuando uno busca problemas suele encontrarlos.

Oí que se cerraba una puerta distante. Mi reloj de pulsera con luz indicaba las 3.30. Envuelta en una bata, me dirigí a la habitación de Melodie y me senté a esperarla.

Habían pasado ya treinta minutos desde que llegaron al garaje. ¿Se habrían detenido ella y Bart para abrazarse y besarse? ¿Estarían susurrándose palabras amorosas que no podían esperar hasta el día siguiente? ¿Qué otra cosa podía entretenerla tanto rato? La aurora ya se insinuaba señalando el perfil de las montañas. Yo recorría la habitación de Melodie de un lado a otro, a medida que crecía mi impaciencia. Por fin la oí llegar. Melodie apareció en la puerta de su habitación, tambaleándose, con sus zapatos plateados de tacón alto en una mano y en la otra un pequeño objeto de plata.

Estaba en su sexto mes de embarazo, pero con el ancho traje negro apenas se notaba. Se irguió cuando me vio levantarme de una butaca y a continuación retrocedió, sofocada.

—Bueno, Melodie —dije con mi mayor cinismo—, qué linda estás.

—Cathy, ¿está bien Jory?

—¿Te preocupa realmente?

—Pareces muy enfadada conmigo. Me miras con tanta dureza… ¿Qué he hecho, Cathy?

—Como si no lo supieras —respondí, dando rienda suelta a mi irritación, olvidando el tacto con que había previsto actuar—. Escapas a hurtadillas una noche lluviosa con mi hijo y vuelves a casa horas después con marcas rojas en el cuello, el cabello alborotado y todavía me preguntas qué has hecho. ¿Por qué no me dices tú… qué has hecho?

Melodie me miró incrédula, con ojos que expresaban culpa y vergüenza, pero también un atisbo de esperanza.

—Has sido como una madre para mí, Cathy —exclamó, con voz desgarrada, como si me suplicase comprensión—. Por favor, no me falles ahora, ahora que necesito más que nunca una madre.

—Pero tú olvidas que, ante todo, soy la madre de Jory, y también la de Bart. Traicionando a Jory, me traicionas a mí.

Melodie lloró de nuevo y me rogó que la escuchara.

—No me des ahora la espalda, Cathy, no tengo a nadie excepto a ti, que me comprenda. ¡De verdad! De todo el mundo, tú eres la única que puede comprenderme. Amo a Jory, siempre le amaré…

—¿Y por eso te acuestas con Bart? Qué manera tan elegante de demostrar tu amor —atajé. Mi voz sonaba fría y dura.

Su rostro se apoyó en mi regazo mientras sus brazos me rodeaban la cintura.

—Cathy, por favor. Espera hasta que me hayas oído. —Alzó la cara, manchada por las lágrimas, negras a causa del rímel, lo que le confería un aspecto lastimosamente vulnerable—. Yo formo parte del mundo del ballet, Cathy, y tú sabes lo que eso significa. Los bailarines sentimos la música dentro de nuestros cuerpos y almas y la transmitimos a los demás para que puedan verla, y por eso tenemos que pagar un precio, un alto precio. Tú conoces el precio. Bailamos con nuestras almas desnudas para que todos las contemplen y las critiquen si lo desean y, cuando la danza ha finalizado, oímos los aplausos, aceptamos las rosas, saludamos, cae el telón y oímos los vítores de «¡bravo!, ¡bravo!». Entonces vamos a nuestros camerinos para quitarnos el maquillaje y ponernos los vestidos que todos llevan y comprendemos que lo mejor de nosotros no es real, sino pura fantasía. Flotando en unas alas de sensualidad tan poderosa que nadie, salvo nosotros, se da cuenta del dolor que causa cuanto es insensible, cruel y brutal en la realidad.

Se interrumpió para recuperar la fortaleza y proseguir, mientras yo permanecía sentada, asombrada por su percepción, pues sabía reconocer la verdad cuando la oía.

—Allí fuera, el público cree que la mayoría de nosotros somos alegres. No se dan cuenta de que nos dejamos arrastrar por la música, que ella nos sostiene. Pero los escenarios, los aplausos y las adulaciones resultan insuficientes para sobrevivir. La gente ignora que hacer el amor es lo que de verdad nos sustenta. Jory y yo solíamos caer apasionadamente uno en brazos del otro en cuanto nos quedábamos solos, y era entonces cuando hallábamos el alivio necesario para relajarnos lo suficiente y así poder dormir. Ahora no tengo alivio, ni tampoco él. Jory no quiere escuchar la música y yo no puedo desconectarla.

—Pero tú tienes un amante —dije débilmente, comprendiendo cada una de sus palabras. También yo, en otro tiempo, había volado en las gozosas alas de la música y había descendido, abatida, porque no había nadie que me amara e hiciera realidad el mundo de fantasía que yo amaba más que a nada.

—Escucha, Cathy, por favor. Dame una oportunidad para explicarme. Tú sabes lo aburrida que es esta casa. Nunca recibimos una visita, y cuando el teléfono suena siempre preguntan por Bart. Tú, Chris y Cindy estabais siempre en el hospital con Jory. Yo, en cambio, me quedé en casa como una cobarde, asustada, tan asustada que él advirtió mi temor. Intenté leer, entretenerme tejiendo, como tú, pero era incapaz. Renuncié a ello y esperé a que el teléfono sonase. Nadie me llama nunca desde Nueva York. Paseé, arranqué cizaña del jardín, lloré en los bosques, contemplé el cielo, observé las mariposas y lloré un poco más.

»Una noche, después de que nos comunicaran que Jory jamás bailaría, Bart vino a mi habitación. Cerró la puerta y se quedó allí, mirándome. Yo estaba en la cama, llorando como solía hacer. Había estado tocando la música de ballet con la que intentaba recrear los sentimientos que había experimentado a lo largo de mi vida junto a Jory. Bart estaba allí, mirándome fijamente con esos ojos oscuros magnéticos. Permaneció inmóvil, sin parar de mirarme, hasta que yo dejé de llorar y él se acercó para enjugarme las lágrimas de la cara. Sus ojos se enternecieron con amor, y yo me senté y me quedé mirándole. Nunca había percibido tanto afecto, ternura y compasión en su mirada. Me conmovió. Me acarició la mejilla, el pelo, los labios. Un escalofrío recorrió mi espalda. Bart puso sus manos en mi cabello, clavó su mirada en mis ojos y lenta, muy lentamente, inclinó la cabeza hasta que sus labios rozaron los míos. Yo nunca hubiera supuesto que pudiera ser tan gentil. Siempre había creído que Bart tomaría a una mujer por la fuerza. Quizá si me hubiera tocado con manos rudas, agresivas, le hubiera rechazado. Pero su delicadeza me venció. Me recordó a Jory.

Oh, yo no quería oír nada más. Tenía que hacerla callar antes de sentir piedad y compasión por ella y por Bart.

—No quiero oír nada más, Melodie —dije fríamente, alzando la cabeza para no contemplar aquellos signos de amor que Jory podría observar si la viese—. De modo que ahora, cuando Jory te necesita más, le fallas y te entregas a Bart —reproché con amargura—. Qué esposa tan maravillosa eres, Melodie. —Ella sollozó más fuerte, cubriéndose la cara con las manos—. Recuerdo el día de tu boda, cuando te encontrabas ante el altar y pronunciaste tus votos de fidelidad, para lo mejor y para lo peor. Y ahora, cuando por primera vez tienes que enfrentarte a un momento difícil en tu matrimonio, buscas un amante.

Mientras Melodie gimoteaba e intentaba encontrar mejores palabras con que ganarse mi voluntad, yo pensaba en lo solitaria y aislada que se hallaba esa casa de la montaña. Nosotros habíamos dejado a Melodie ahí, suponiendo que estaba demasiado alterada para desear ir a ninguna parte, descuidando lo que ella y Bart hacían, sin sospechar nunca que ella podía refugiarse en él, en la misma persona que parecía disgustarla tanto.

Gimoteando y sollozando todavía, Melodie jugueteaba con su tirante. Sus ojos llorosos parecían cansados.

—¿Cómo puedes condenarme, Cathy, cuando lo que tú has hecho ha sido peor?

Me levanté, ofendida, para marcharme, sintiendo que mis piernas y mi corazón se habían vuelto de plomo. Melodie tenía razón. Yo no era mejor que ella. Yo, como ella, tampoco había actuado como debía en más de una ocasión.

—¿Olvidarás a Bart, te alejarás de él y convencerás a Jory de que todavía le amas?

—Yo todavía quiero a Jory, Cathy, aunque resulte increíble. Pero amo a Bart de un modo diferente, de una forma extraña que nada tiene que ver con el sentimiento que me inspira Jory. Jory fue el amor de mi infancia y mi mejor amigo. Nunca me gustó su hermano menor, pero ha cambiado, Cathy. De verdad, ha cambiado. Ningún hombre que no ame realmente a las mujeres puede hacer el amor como él lo hace…

Apreté los labios. Me quedé inmóvil en el umbral de la puerta, condenando a Melodie, como antaño mi abuela me había condenado con sus implacables ojos al considerarme una pecadora de la peor ralea.

—¡No te vayas! ¡Déjame que intente hacerte comprender! —exclamó Melodie, tendiendo los brazos en gesto suplicante. Cerré la puerta, pensando en Joel, y me apoyé contra ella.

—Bien, me quedaré, pero no voy a comprenderte.

—Bart me ama, Cathy, me ama realmente. Cuando él lo dice, no puedo evitar creerle. Desea que me divorcie de Jory. Asegura que se casará conmigo. —Su voz disminuyó hasta convertirse en un ronco susurro—. Yo no sé con certeza si podría vivir con un marido confinado a una silla de ruedas. —Sollozando con más fuerza que antes, se derrumbó y se dejó caer desmayadamente al suelo—. Yo no soy fuerte como tú, Cathy. Soy incapaz de brindar a Jory el apoyo que necesita. No sé qué decir ni qué hacer por él. Quisiera poder retroceder en el tiempo y hacer regresar al Jory que yo solía tener, pues no conozco al de ahora. Ni tan siquiera creo que quiera conocerle…, y eso me avergüenza. Lo único que deseo ahora es desaparecer.

Mi voz se volvió cortante como el filo acerado de una navaja.

—No eludirás tan fácilmente tus responsabilidades, Melodie. Estoy aquí para procurar que cumplas las promesas que formulaste el día de tu boda. En primer lugar, romperás tu relación con Bart, lo alejarás de tu vida. Nunca más le permitirás que te toque. Cada vez que él intente algo, le rechazarás. Hablaré con él otra vez. Sí, ya lo he hecho antes, pero en esta ocasión me mostraré más serena y, si lo considero oportuno, contaré a Chris lo que está sucediendo. Como sabes, Chris es un hombre muy paciente, y comprensivo, pero no disculpará lo que estás haciendo con Bart.

—¡Por favor! —exclamó—. ¡Amo a Chris como un padre! ¡Quiero que me siga respetando!

—Entonces, ¡abandona a Bart! Piensa en tu hijo, que debería ser lo más importante para ti. Ahora no deberías hacer el amor, a veces no es seguro.

Melodie cerró sus grandes ojos, reteniendo las lágrimas; después asintió y prometió que jamás volvería a hacer el amor con Bart. Incluso mientras estaba jurándolo, no la creí. Tampoco creí a Bart cuando hablé con él antes de acostarme.

Llegó la mañana y yo no había dormido nada. Me levanté, cansada e inquieta, poniendo en mi cara una sonrisa falsa antes de llamar a la puerta de Jory. Me invitó a entrar. Parecía más feliz que durante la pasada noche, como sí los pensamientos nocturnos lo hubieran calmado.

—Me alegro de que Melodie te tenga a ti para apoyarse en alguien —dijo mientras yo le ayudaba a volverse.

Todos los días, Chris, el enfermero y yo nos turnábamos para moverle las piernas y darles masaje cuando el terapeuta no acudía para hacerlo. De esa manera los músculos no se atrofiarían. Sus piernas, debido al masaje, habían recuperado algo de su antigua forma, lo que consideraba un gran avance. Esperanza…, en esa casa de tristeza sombría siempre nos aferrábamos a la esperanza, que pintábamos de amarillo, como el sol que pocas veces habíamos visto.

—Esperaba que Melodie viniese esta mañana —dijo Jory apesadumbrado—, ya que ni tan siquiera entró anoche para darme las buenas noches.

Los días transcurrían. Melodie desaparecía con frecuencia, al igual que Bart. Mi fe en Melodie se había desvanecido. Ya no podía encontrarme con su mirada y sonreír. Cejé en mi empeño de hablar con Bart, y me refugié en Jory en busca de compañía. Veíamos la televisión, jugábamos a diversos juegos de mesa, competíamos haciendo rompecabezas para ver quién encontraba antes las piezas adecuadas; por la tarde, bebíamos vino. Hacia las nueve nos vencía el sueño, y fingíamos, fingíamos que todo acabaría bien con un poco de esfuerzo.

Le cansaba cada vez más tener que estar en la cama la mayor parte del tiempo.

—Se debe a la falta de ejercicio adecuado —explicaba, tirando del trapecio sujeto a la cabecera de su cama—. Por lo menos mantengo los brazos fuertes… ¿Dónde has dicho que está Melodie?

Dejé el patuco que acababa de tejer y cogí la lana para empezar otro. Entre nuestras partidas, yo hacía punto y veía la televisión. Cuando no acompañaba a Jory, me encerraba en mi habitación para escribir a máquina el diario que estaba redactando sobre nuestras vidas. «Mi último libro», me decía. ¿Qué más tenía que decir? ¿Qué más podía sucedernos todavía?

—¡Mamá! ¿Es que nunca me escuchas? Te he preguntado si sabías dónde está Melodie y qué está haciendo.

—Está en la cocina, Jory —me apresuré a responder—, preparando tus platos favoritos.

Una expresión de alivio iluminó su cara.

—Estoy preocupado por mi mujer, mamá. Viene e intenta ayudarme, pero su corazón no parece estar conmigo. —Por sus ojos pasó una sombra que pronto se disipó al observar mi atenta mirada—. Te digo a ti lo que necesito expresarle a ella. Me duele observar cómo va distanciándose de mí poco a poco. Quisiera hablarle y explicarle que sigo siendo el mismo hombre por dentro, pero no creo que le interese saberlo. Tengo la impresión de que ella necesita pensar que soy diferente porque no puedo andar ni bailar, y así le resultará más fácil romper todos los lazos que nos unen y alejarse de mí. Nunca me habla del futuro. Ni tan siquiera hemos pensado cómo llamaremos a nuestro hijo. He estado mirando en libros para encontrar el nombre adecuado para nuestro hijo o hija. Como tú sugeriste, he estado también leyendo libros sobre el embarazo, sólo para compensar mi antigua falta de interés…

Y así hablaba y hablaba Jory, convenciéndose con sus propias palabras de que era el embarazo el responsable de los cambios que se habían producido en su esposa.

Me aclaré la garganta y aproveché mi oportunidad.

—Jory, he reflexionado mucho sobre lo que voy a decir. Tu doctor dijo una vez que estarías mejor en el hospital que aquí, pues así alguien te ayudaría con la rehabilitación. Tú y Melodie podríais alquilar un pequeño apartamento cerca del hospital, y ella podría llevarte a Rebach todos los días en el coche. Estamos casi en invierno, Jory. Tú no sabes cómo son los inviernos en esta parte montañosa de Virginia. Aquí hiela, y el viento nunca cesa de soplar. Nieva a menudo. Con frecuencia se bloquean los caminos que conducen hacia el pueblo. El estado mantiene abiertas las pistas y las carreteras, pero los caminos privados hasta esta propiedad quedan cerrados a menudo. Por lo tanto, muchos días el enfermero o el terapeuta no podrán venir, y tú necesitas ejercicio diario. Si vives cerca del hospital, podrás atender todas tus necesidades físicas.

Me miró con dolida sorpresa.

—¿Eso significa que deseas librarte de mí?

—Por supuesto que no. Has de admitir que no te gusta esta casa.

Sus ojos se dirigieron hacia las ventanas a las que la lluvia azotaba con fuerza. Hojas muertas y pétalos de rosas de floración tardía cubrían el suelo. Todos los pájaros del verano se habían marchado. El viento asediaba la casa, y se abría camino por pequeñas rendijas, aullando y ululando como lo había hecho en el viejo, viejo Foxworth.

Mientras yo contemplaba el jardín a través de la ventana, Jory dijo:

—Me gusta cómo tú y Mel decorasteis estas habitaciones. Me habéis proporcionado un refugio seguro contra el desprecio del mundo, y ahora no deseo marcharme de aquí para embarcarme con aquellos que solían admirar mi gracia y habilidad. No quiero tener que separarme de ti y papá. Siento que estamos mucho más cerca de lo que jamás habíamos estado; además, se aproximan las fiestas.

»Y si las carreteras pueden estar cerradas para el enfermero y el terapeuta, también lo estarán para ti y papá. No me alejes, mamá. Deseo más que nunca quedarme aquí. Te necesito. Necesito a papá. Incluso necesito esta oportunidad para acercarme más a mi hermano. Hace poco he estado pensando en Bart. Algunas veces viene y se sienta cerca de mí, y hablamos. Creo que, por fin, empezamos a ser la clase de amigos que éramos antes de que tu madre fuera a vivir a aquella casa contigua a la nuestra, hace mucho tiempo, cuando él tenía nueve años…

Yo me removía inquieta, pensando en la doblez de Bart, que, por un lado, visitaba a su hermano para ser su amigo, y por otro seducía a su mujer a sus espaldas.

—Si es eso lo que deseas, Jory, quédate. Pero piénsalo un poco. Chris y yo podríamos trasladarnos a la ciudad para estar contigo y Melodie, y procuraríamos que las cosas fuesen para ti tan cómodas como lo son aquí.

—Pero tú no puedes darme otro hermano a estas alturas, ¿verdad, mamá? Bart es el único hermano que tengo. Antes de que yo muera, o muera él, deseo que sepa que a mí me importa lo que le sucede. Quiero verle feliz. Mi mayor ilusión es que él disfrute de un matrimonio tan feliz como el mío. Algún día Bart se dará cuenta de que el dinero no puede comprarlo todo, y menos el amor; no la clase de amor que Melodie y yo nos profesamos.

Parecía pensativo, mientras yo lloraba en mi interior por él y por su «amor»; entonces se ruborizó.

—Por lo menos, debería añadir, el matrimonio que solíamos tener. En la actualidad, no se parece mucho a un matrimonio, siento admitirlo. Pero no cabe echar la culpa a Melodie.

Una semana más tarde, cuando me encontraba sola en mi habitación escribiendo el diario, oí el ruido de las fuertes pisadas de Chris acercarse corriendo por el pasillo. De pronto entró.

—Cathy —dijo muy excitado, quitándose el abrigo que arrojó a una silla—. ¡Tengo maravillosas noticias! ¿Te acuerdas de aquel experimento que estábamos realizando? Ha habido resultados. —Me alzó de mi escritorio y me condujo hacia una silla situada delante de la lumbre del hogar. Me explicó con todo detalle lo que él y otros científicos estaban intentando conseguir—. Significa que estaré fuera de casa cinco noches a la semana, ahora que ha llegado el invierno. La nieve no se derrite hasta mediodía, y si tuviera que esperar hasta entonces para salir de casa, me quedarían muy pocas horas para trabajar en el laboratorio. Pero no te entristezcas, estaré aquí todos los fines de semana. No obstante, si te parece mal, dímelo con franqueza. Mi primera obligación es hacia ti y nuestra familia.

Su entusiasmo por ese nuevo proyecto era tan evidente que no me atreví a enturbiarlo con mis temores. Chris nos había dado mucho a mí, Jory y Bart, y había recibido muy poco reconocimiento a cambio. Mis brazos rodearon su cuello. Escudriñé su cara, familiar y querida. Alrededor de sus ojos azules aprecié señales que no había notado con anterioridad. Mis dedos entre sus cabellos encontraron plata que era más áspera que el oro. En sus cejas había algunos cabellos grises.

—Si esto te hace infeliz, siempre puedo dejarlo, olvidarme de la investigación y dedicar todo mi tiempo a mi familia. Pero te agradecería que me dieras esta oportunidad. Cuando renuncié al ejercicio de la medicina en California creía que nunca encontraría nada que volviera a interesarme, pero estaba equivocado. Quizá así debía ser. Pero si es necesario puedo renunciar y quedarme aquí con mi familia.

¿Renunciar a la medicina por completo? Chris había centrado la mayor parte de su vida en su estudio. Retenerle en la casa, sólo para complacerme, sin hacer nada que contribuyera a la humanidad, le destruiría.

—Cathy —dijo Chris, interrumpiendo mis pensamientos, mientras volvía a ponerse su pesado abrigo de lana—, ¿estás bien? ¿Por qué tienes ese aspecto tan extraño, tan triste? Regresaré todos los viernes por la noche y no volveré a partir hasta el lunes por la mañana. Explícaselo a Jory. No, pensándolo bien, pasaré por su cuarto y yo mismo se lo contaré.

—Si es eso lo que deseas, eso es lo que has de hacer. Pero te echaremos de menos. No sé cómo podré dormir sin tenerte a mi lado. ¿Sabes?, he hablado con Jory, y no quiere ir a Charlottesville. Creo que ha acabado por sentirse a gusto en sus habitaciones. Casi ha terminado ese clíper. Y sería una lástima privarle de todas las comodidades de que disfruta aquí. Además, la Navidad está muy lejos. Cindy vendrá a casa el Día de Acción de Gracias para quedarse hasta Año Nuevo. Chris, prométeme que harás todo lo posible para volver a casa todos los viernes. Jory necesita de tu fortaleza tanto como de la mía ahora que Melodie le ha defraudado.

¡Oh! Había hablado demasiado. Sus ojos se entornaron.

—¿Qué está sucediendo que no me has contado?

Se quitó el pesado abrigo y lo colgó con sumo cuidado. Tragando saliva primero, comencé a hablar, intenté desviar mis ojos del hechizo de los suyos… Pero aquellos ojos azules me obligaron a decir:

—Chris, ¿considerarías algo terrible que Bart se enamorara de Melodie?

Apretó los labios.

—Oh, eso. Ya sé que Bart se ha sentido atraído hacia ella desde el día que Melodie llegó. Le he sorprendido observándola. Un día los encontré a los dos en el salón posterior, sentados en el sofá. Él le había abierto el vestido y le besaba los pechos. Me alejé. Cathy, si Melodie no le quisiera, lo hubiera abofeteado y lo habría detenido. Puedes suponer que su relación está robando a Jory la esposa cuando más la necesita, pero Jory no necesita a una mujer que ya no le quiere. Deja que Bart se quede con ella si la ama. ¿Qué bien puede hacerle Melodie a Jory ahora?

—¿Estás defendiendo a Bart? ¿Crees que es justo lo que ha hecho?

—No, no creo que sea justo. ¿Cuándo ha sido justa la vida, Cathy? ¿Fue justa cuando Jory se rompió la espalda, y ahora que no puede caminar? No, no es justa. He estado demasiado tiempo ejerciendo la medicina para no saber que la justicia no está distribuida con equidad. Los buenos suelen fallecer antes que los malos; los niños mueren antes que sus abuelos y ¿quién va a decir que eso es justo? Pero ¿qué podemos hacer al respecto? La vida es un don, y quizá la muerte es otra clase de don. ¿Y quiénes somos tú y yo para opinar? Acepta lo que ha sucedido entre Bart y Melodie, y permanece cerca de Jory. Haz que sea feliz hasta que llegue el día que encuentre otra mujer.

Aturdida por sus palabras, me sentía vaga e irreal.

—¿Y el bebé, qué pasa con el bebé?

Ahora la voz de Chris se tornó severa.

—El bebé es otra cuestión. Él o ella pertenecerán a Jory, sin importar a cuál de los dos hermanos elija Melodie. Ese niño ayudará a Jory a superar el trance… porque es probable que él nunca pueda engendrar otro.

—Chris, por favor. Habla con Bart y convéncele de que deje a Melodie. Yo —no puedo soportar ver a Jory perder a su esposa en este momento de su vida.

Chris sacudió la cabeza, y dijo que Bart nunca le escuchaba y que, sin yo saberlo, ya había hablado con Melodie.

—Cariño, enfréntate a los hechos. Melodie no necesita a Jory. No se atreverá a admitirlo, pero detrás de cada palabra que no pronuncia, detrás de todas sus excusas, se esconde la realidad: no quiere seguir casada con un hombre que no puede caminar. En mi opinión, sería cruel obligarla a quedarse con él, y a la larga, perjudicial para Jory. Si la forzamos a quedarse, tarde o temprano lo herirá por no ser el hombre que era, y yo quiero ahorrarle a Jory ese sufrimiento. Es mejor que la dejemos marchar antes de que Melodie lo hiera mucho más que teniendo una aventura amorosa con Bart.

—¡Chris! —exclamé, perpleja ante sus argumentos—. ¡No podemos permitirle que traicione a Jory!

—Cathy, ¿quiénes somos nosotros para juzgar su comportamiento? Bueno o malo, ¿deberíamos nosotros, a quienes Bart considera unos pecadores, sentarnos a juzgarle?

Por la mañana, Chris partió en su coche después de repetirme que regresaría el viernes alrededor de las seis. Le observé desde mi habitación hasta que el automóvil se perdió de vista.

Qué vacíos aquellos días sin Chris, qué tristes las noches sin que sus brazos me estrecharan y sus murmullos me aseguraran que todo saldría bien. Yo sonreía y reía por Jory, deseando que él no advirtiese que añoraba a Chris en mi lecho todas las noches. Sabía que Melodie y Bart seguían siendo amantes; sin embargo, eran lo bastante discretos para intentar ocultármelo. Pero yo lo sabía por la forma en que Joel miraba a la esposa de Jory, a la que consideraba una zorra. Resultaba extraño que no mirase a Bart del mismo modo, ya que era tan culpable como ella. Pero los hombres, incluso los más poderosos, como Joel, tenían una manera de pensar según la cual lo que era justo para el ganso, era pecado para la gansa.

Habían transcurrido ya dos semanas de noviembre, y nuestros planes para el Día de Acción de Gracias estaban trazados. El tiempo empeoró; los fuertes vientos llegaron, la nieve se fue acumulando ante nuestras puertas y helaba por las noches, de modo que no podíamos salir de casa. Uno tras otro, los sirvientes se fueron marchando hasta que sólo quedó Trevor para cocinar, con mi ayuda esporádica.

Cindy llegó en avión y alegró nuestras horas con su risa fácil y sus maneras seductoras que encantaban a todos excepto a Bart y Joel. Incluso Melodie parecía un poco más feliz. Después se metió en su cama para permanecer en ella todo el día, intentando evitar el frío ahora que la electricidad fallaba tan a menudo. Cuando así ocurría, teníamos que recurrir a la estufa de carbón.

Bart entraba la leña que necesitaba para la chimenea de su despacho, y se olvidaba de que a los demás también nos apetecía disfrutar del calor de una buena lumbre.

Bart y Joel estaban reunidos, hablando en voz baja del baile de Navidad que Bart planeaba, de modo que tuve que acarrear los leños suficientes para encender un fuego en la habitación de Jory, donde él y Cindy jugaban una partida. Jory estaba sentado en su silla, envuelto en una manta de estambre y con los hombros cubiertos con una chaqueta. Sonreía al comprobar mis vanos intentos por prender la llama.

—Abre el tiro de la chimenea, mamá. Eso siempre ayuda un poco.

¿Cómo había podido olvidarlo? Pronto el fuego ardía en la chimenea. El resplandor alegraba la habitación, que parecía tan adecuada en verano, como lo era en invierno, tal como Bart había previsto. Ahora un recubrimiento oscuro hubiera hecho sentirse a Jory más confortable.

—Mamá —exclamó Jory, que se mostraba de pronto muy animado—, hace días que estoy pensando en algo. Soy un bobo por actuar como lo hago. Tú tienes razón, siempre la has tenido. No volveré a compadecerme de mi mismo cuando me quede solo y nadie pueda verme, como lo he estado haciendo desde el accidente. Aceptaré lo irremediable y sacaré el mayor provecho de esta difícil situación. Tal como tú y papá hicisteis cuando estabais encerrados, convertiré mis momentos de ocio en momentos de creatividad. Tendré tiempo sobrado para leer todos los libros que nunca he podido leer antes, la próxima vez que papá se ofrezca a enseñarme a pintar con las acuarelas, aceptaré. Saldré al jardín e intentaré pintar paisajes. Quizá hasta me atreva con el óleo, con otros materiales. Quiero agradeceros a ambos los ánimos que me infundís para proseguir. Soy un tipo afortunado por tener unos padres como vosotros.

Me sentí orgullosa y emocionada. Me eché a llorar, lo abracé, felicitándolo por volver a ser el de siempre.

Cindy había preparado una mesa de bridge para dos, pero Jory pronto volvió a trabajar en el clíper que estaba decidido a terminar antes de Navidad. Estaba atando los bramantes, finos como hilos, a las jarcias. Éste era el último detalle. Lo único que le faltaban eran pequeños retoques de pintura aquí y allá.

—Se lo regalaré a alguien muy especial, mamá —afirmó—. El día de Navidad, una persona de esta casa tendrá mi primera obra de artesanía.

—Yo lo compré para ti, Jory, para que fuese un legado que pasara a tus hijos. —Palidecí al oírme decir «hijos».

—Está bien, mamá, pues con este regalo recuperaré al hermano más joven que me amó antes de que ese viejo viniera y lo cambiase. Bart lo desea mucho; lo veo en sus ojos cada vez que entra y viene a ver mis progresos. Además, siempre puedo montar otro para mi hijo. En este momento deseo hacer algo para Bart. Él cree que ninguno de nosotros lo necesitamos o lo apreciamos. Nunca he conocido a ningún hombre tan inseguro de sí mismo, ¡y eso es tan triste!