Por fin los decoradores que yo había contratado para arreglar las habitaciones de Jory terminaron su trabajo. Todo estaba dispuesto para su entretenimiento, comodidad y conveniencia. Contemplé junto a Melodie cuanto se había hecho para que la estancia resultase brillante y alegre.
—A Jory le gusta mucho el color y la luz, a diferencia de otros, que prefieren la oscuridad porque tiene una apariencia más ostentosa —explicó Melodie, y en sus ojos se advertía un brillo extraño.
Naturalmente yo sabía que se refería a Bart. La miré con curiosidad, preguntándome de nuevo cuánto tiempo pasaba con Bart, de qué hablaban, y si él se había insinuado. Yo creía que toda aquella ansia que percibía en los ojos de Bart le impulsaría a propasarse. Y qué mejor momento que ése, cuando Jory se hallaba lejos, y Melodie estaba desesperadamente necesitada de cariño. Pero mi válvula de seguridad giró entonces… Melodie despreciaba a Bart. Podía necesitarle para hablar, pero para nada más.
—Di qué más puedo hacer para ayudar —dije con la intención de que ella asumiera la mayor parte de la responsabilidad para sentirse necesitada, útil. En respuesta, Melodie me sonrió por primera vez con cierta expresión de felicidad.
—Puedes ayudarme a hacer la cama con las bonitas sábanas que encargué. —Rasgó las envolturas de plástico, y el movimiento hizo bailar sus senos hinchados. Sus pantalones vaqueros comenzaron a abultarse un poco.
Yo me preocupaba tanto por ella como por Jory. En su estado de gestante necesitaba comer más, beber leche y tomar vitaminas. Por otro lado, se había operado en ella un cambio inesperado, opuesto a la gran depresión en que se hallaba sumida antes. Ahora aceptaba por completo la infeliz situación de Jory, que era lo que yo había deseado. Sin embargo, ese cambio se había producido demasiado deprisa, por lo que tenía la impresión de que era falso.
Surgió entonces una explicación a su recién encontrada seguridad.
—Cathy, Jory se curará y volverá a bailar. La noche pasada lo soñé, y mis sueños siempre se hacen realidad.
Comprendí que Melodie trataba de convencerse, como había hecho yo al principio de que Jory se recobraría algún día, y sobre esa fantasía reconstruiría su vida… y la de él.
Entonces Bart entró en el vestíbulo exterior, recorrió el largo pasillo en penumbra con pesados pasos y miró con el entrecejo fruncido el revestimiento de la pared, en otro tiempo oscuro, y ahora pintado de blanco para que los cuadros de marinas destacaran. Era fácil ver que le desagradaban nuestros cambios.
—Lo hemos hecho para complacer a Jory —dije antes de que él pudiera protestar. Melodie permanecía silenciosa y lo miraba fijamente con los ojos muy abiertos, con la mirada de una niña asustada atrapada en una situación comprometedora—. Ya sé que tú quieres que tu hermano sea feliz y por eso debes recordar que nadie ama el mar, el oleaje, la arena y las gaviotas más que Jory. De modo que estamos poniendo en su cuarto un poco de mar y de costa. Así le demostraremos que todas las cosas importantes de la vida siguen existiendo todavía para él; el cielo arriba, la tierra abajo y en medio el mar. No queremos que eche nada de menos, Bart. Jory disfrutará de cuanto le sea necesario para mantenerle vivo y feliz. Estoy segura de que querrás poner también algo de tu parte.
Bart miraba a Melodie con enorme descaro, su mirada se clavó en los pechos ya más llenos de Melodie y bajó para observar la curva que producía el bebé dentro de su vientre.
—Melodie, podías habérmelo consultado antes de hacer nada, ya que soy yo quien paga las facturas. —Fui completamente ignorada, como si no estuviera allí.
—¡Oh, no! —protestó Melodie—. Jory y yo tenemos dinero. Podemos costear las modificaciones que hemos introducido en la habitación. Además, no creí que te importara, pues pareces muy preocupado por él.
—Vosotros no tenéis que pagar nada —dijo Bart con una generosidad que me sorprendió—. El día que Jory vuelva a casa, esa misma tarde vendrán los abogados para leer de nuevo el testamento; esta vez sabré exactamente cuánto valgo. Estoy harto de que ese día se vaya posponiendo.
—Bart —dije yo, avanzando un paso para colocarme entre él y Melodie—, tú sabes por qué no han vuelto a leer el testamento. Quieren que Jory esté presente.
Bart caminó alrededor de mí para poder clavar su mirada en los grandes ojos tristes de Melodie. Le habló directamente a ella.
—Pídeme siempre lo que necesites, y lo tendrás al instante. Tú y Jory podéis quedaros aquí todo el tiempo que queráis.
Se quedaron ambos mirándose fijamente. Los ojos oscuros de Bart penetraron en los azules de Melodie antes de decirle con ternura, casi suplicando:
—No te preocupes tanto, Melodie. Tú y Jory tendréis un hogar aquí durante todo el tiempo que queráis. No me importa que decoréis estas habitaciones a vuestro gusto. Deseo que Jory se sienta tan cómodo y feliz como sea posible.
¿Eran palabras de cumplido para satisfacerme a mi… o palabras calculadas para seducir a Melodie? ¿Por qué ella se ruborizó y bajó la mirada al suelo?
Lo que Cindy había contado resonó como campanas distantes en mi memoria; un seguro para los invitados… en caso de accidentes; arena mojada que hubiera debido estar seca; arena que se aglutinó como cemento y no se vertió instantáneamente para que las columnas de cartón piedra fuesen seguras.
En mis pensamientos se filtraron recuerdos de Bart cuando tenía siete, ocho, nueve y diez años: «Me gustaría tener unas piernas tan bonitas como las de Jory. Me gustaría poder correr y bailar como Jory. Voy a crecer más alto, voy a crecer más robusto, voy a ser más poderoso que Jory. Algún día. Algún día …».
Los deseos murmurados por Bart en su infancia, repetidos tantas veces. Yo me había acostumbrado a ellos sin darles importancia. Entonces, cuando se había hecho mayor… «¿Quién me amará a mí como Melodie ama a Jory? ¡Nadie! ¡Nadie!».
Sacudí la cabeza para librarme de los recuerdos desagradables de un muchachito que quería igualarse en estatura a su hermano mayor y superarlo en talento.
Pero ¿por qué en esos momentos dirigía a Melodie una mirada de significado inequívoco? Los ojos azules de Melodie se alzaron para encontrarse breves instantes con los de él; ella desvió entonces la mirada, de nuevo ruborizada, y colocó las manos en la posición que todos los bailarines utilizaban para atraer la atención del público. En el escenario, Melodie estaba en el escenario, representando un papel.
Bart se alejó con pasos confiados y seguros. Yo sentí tristeza y lamenté que hubiera necesitado salir de la sombra de Jory para encontrar la capacidad de coordinar su propio cuerpo. Lancé un suspiro y decidí pensar en el presente y en todo lo que se había hecho para dar a la convalecencia de Jory el ambiente perfecto.
A los pies de la cama había un gran aparato de televisión en color, que disponía de mando a distancia. Un electricista había ideado un sistema para que Jory pudiera abrir y cerrar las cortinas cuando lo deseara. Había un equipo de música a su alcance, y los libros se alineaban detrás de su cama abatible, en la que podía incorporarse y colocarse en casi todas las posiciones que deseara. Melodie y yo, con la ayuda de Chris, nos habíamos devanado los sesos para encontrar todos los ingenios modernos que le permitieran hacer lo que pudiera por sí mismo… Lo único que nos faltaba era encontrar una ocupación que le resultara realmente interesante y que bastase para absorber su energía y estimular su talento innato.
Tiempo atrás, yo había comenzado a leer obras sobre psicología, en un pobre intento por ayudar a Bart. Ahora sí podía ayudar a Jory, espolear su personalidad de «caballo de carreras», que le incitaba a competir y ganar. No soportaba el aburrimiento, nunca podría estar ocioso. Había ya una barra junto a la pared, instalada allí hacía poco tiempo, para darle la confianza de que un día él se levantaría, aunque tuviera que llevar un soporte en la espalda. Suspiré al pensar en mi hijo tan bello, tan exquisito, avanzando como un caballo con sus arreos. Las lágrimas rodaron por mis mejillas, lágrimas que no tardé en enjugar para que mi nuera no las viese.
Melodie se cansó pronto y salió para tenderse un rato y descansar. Cuando hube comprobado que todo estaba en orden en la habitación, me apresuré a revisar las rampas que estaban construyéndose para que Jory pudiera acceder a las terrazas y los jardines. No se regateaba esfuerzo alguno para procurar que no quedase confinado en su habitación. También había un ascensor, recientemente instalado, donde antes se hallaba la despensa.
Llegó finalmente el maravilloso día que dieron de alta a Jory. Todavía llevaba la espalda enyesada, pero comía y bebía normalmente y había recuperado su color y algo del peso perdido. Se me encogía el corazón al verle tendido en una camilla, camino del ascensor, pensando en otros tiempos cuando subía los escalones de tres en tres. Vi que volvía la cabeza hacia la escalera como si estuviera dispuesto a vender su alma para utilizarla de nuevo.
Pero, sonriendo, observó la gran suite de habitaciones, todas restauradas, y sus ojos resplandecieron.
—Es estupendo lo que habéis hecho, realmente estupendo. Mi combinación favorita de colores, blanco y azul. Me habéis traído la costa… Vaya, si casi puedo oler el salitre, oír las gaviotas y el oleaje. Es maravilloso, maravilloso de verdad lo que la pintura, los cuadros y las plantas verdes pueden hacer.
Su esposa estaba a los pies de la estrecha cama que Jory tendría que usar hasta que le quitaran el yeso. Melodie evitó encontrarse con la mirada de él.
—Gracias por apreciar lo que hemos hecho. Tu madre, Chris y yo. Hemos intentado complacerte.
Los ojos azules de Jory se volvían intensos al mirarla, presintiendo algo que yo también presentía. Jory miró hacia las ventanas, con los labios apretados, antes de que se encerrara en su concha.
En ese mismo momento, avancé un paso para entregarle una gran caja, conservada para esa ocasión.
—Jory, toma, algo interesante que puedes hacer mientras estás confinado en la cama. No quiero que te pases todo el tiempo viendo las tonterías de ese aparato.
Aliviado en apariencia por no tener que molestar a su mujer con palabras que ella no quería escuchar, Jory fingió una ansiedad infantil sacudiendo la enorme caja.
—¿Un elefante encogido? ¿Una plancha de surf? —preguntaba, mirándome solamente a mí. Le alboroté el rizado cabello, inclinándome para abrazarle y besarle, y ordenándole que se apresurara a abrir aquella caja. Me moría por escuchar lo que opinaba de mi regalo, que había sido traído desde Nueva Inglaterra.
Muy pronto Jory le había quitado las cintas y la bonita envoltura y contemplaba la caja larga que contenía lo que parecían ser pulcros manojos de cerillas anormalmente largas, pequeñas botellas de pintura, botellas mayores de cola, ovillos de cordel fino y tela envuelta para que no se arrugase.
—Un juego para montar un barco clíper —dijo él maravillado y desanimado al mismo tiempo—. Mamá, ¡hay diez páginas de instrucciones! Eso es tan complicado que necesitaré la mayor parte de mi vida para acabarlo. Y cuando esté hecho…, si es que acabo, ¿qué tendré?
—¿Qué tendrás? Hijo mío, cuando lo hayas terminado poseerás una herencia inestimable, para dejar a tu hijo o hija. —Hablé con orgullo, segura de que él podría seguir las difíciles instrucciones—. Tienes manos firmes, buen ojo para los detalles, fácil comprensión de la palabra escrita y constancia suficiente. Además, echa una ojeada a esa repisa vacía que está pidiendo un bonito barco para adornarla.
Riendo, Jory inclinó la cabeza hacia atrás y la recostó contra la almohada, agotado ya. Cerró los ojos.
—De acuerdo, me has convencido. Lo intentaré… pero no tengo mucha experiencia en estas cosas. No he vuelto a hacer nada parecido desde que era muchacho y pegaba piezas de aeroplano.
Oh, sí, yo lo recordaba muy bien. Los aviones colgaban del techo de su habitación, lo que enfurecía a Bart, que en aquellos tiempos era incapaz de construir algo como era debido.
—Mamá…, estoy cansado. Dame la oportunidad de echar una cabezada antes de que vengan los abogados para leer ese testamento. No sé si estoy bien para aguantar toda esa excitación de la total independencia de Bart…
En ese momento Bart entró en la habitación. Jory lo presintió y abrió los ojos. Las miradas de uno y otro se encontraron y quedaron prendidas, en un desafío terriblemente largo. Creció el silencio. Siguió creciendo hasta que pude oír el palpitar de mi propio corazón. El reloj, detrás de mí, latía con un sonido demasiado alto, y Melodie respiraba con pesadez. Percibí que los pajarillos piaban fuera antes de que Melodie comenzara a arreglar otro jarrón de flores, sólo para tener algo que hacer.
Las miradas de mis hijos se mantuvieron enfrentadas durante un largo espacio de tiempo. Bart hubiera debido hablar y dar la bienvenida a su hermano, a quien sólo había visitado una vez. Sin embargo, continuaba allí, de pie, como si tuviera la mirada cautiva en Jory hasta que éste rompió el hechizo, derrotado en la silenciosa batalla de voluntades.
Yo había abierto los labios para detener esa confrontación, cuando Jory sonrió y sin bajar los ojos ni romper el enlace establecido con Bart, dijo afectuosamente:
—Hola, hermano. Ya sé cuánto odias los hospitales, de modo que fue doblemente amable por tu parte visitarme. Puesto que ahora estoy aquí, en tu casa… ¿no es más fácil decirme hola? Estoy contento de que mi accidente no estropeara tu fiesta de aniversario. Cindy me ha contado que mi caída solamente ensombreció un momento la diversión y que la fiesta prosiguió como si nada hubiera sucedido.
Sin embargo, Bart continuaba sin pronunciar palabra. Melodie colocó la última rosa en el jarrón y alzó la cabeza. Algunos mechones de su cabello habían escapado del apretado confinamiento de su gorrito, dándole el aspecto encantador e informal de antaño. Parecía cansada como si se hubiera rendido a la vida y sus vicisitudes. ¿Imaginaba yo que ella enviaba una silenciosa advertencia a Bart… y que él la comprendió? De pronto Bart esbozó una sonrisa, aunque forzada.
—Me alegro de que hayas vuelto. Bienvenido a casa, Jory. —Avanzó para estrechar la mano de su hermano—. Si hay algo que pueda hacer por ti, dímelo. —Dicho esto, salió de la habitación y yo me quedé mirándolo, preguntándome, si…
Exactamente a las cuatro de aquella misma tarde, poco después de que Jory se despertase y Chris y Bart lo levantaran y colocaran en una camilla, llegaron tres abogados, que invadieron el suntuoso despacho de Bart. Todos nos acomodamos en las elegantes butacas de cuero de color marrón claro, excepto Jory, que se hallaba tendido en una camilla con ruedas, inmóvil y silencioso. Tenía entornados sus cansados ojos, demostrando su poco interés. Cindy había venido en avión para estar presente, como era requerido, pues ella también era mencionada en el testamento. Sentada en el brazo de mi butaca, balanceaba su bien torneada pierna, sin dar demasiada importancia a todo el asunto, mientras Joel la miraba ferozmente al ver sus zapatos azules de tacón, que llamaban la atención en aquellas piernas tan hermosas. Todos permanecíamos en silencio como si asistiéramos a un funeral, mientras los abogados hojeaban documentos, se ponían gafas y murmuraban, lo que nos causaba gran inquietud.
Especialmente Bart estaba muy nervioso. Parecía exaltado y se mostraba suspicaz por la manera en que los abogados le miraron varias veces. El más anciano de los tres, que actuaba como portavoz, pronunció primorosamente las palabras de la parte principal del testamento de mi madre. Todos lo habíamos oído con anterioridad.
—Cuando mi nieto, Bartholomew Winslow Scott Sheffield, quien reclamará el apellido Foxworth al que tiene derecho, alcance la edad de veinticinco años —leía aquel hombre sesentón con las gafas posadas en la punta de la nariz—, recibirá anualmente la suma de quinientos mil dólares hasta que alcance la edad de treinta y cinco años. Al llegar a la mencionada edad, el resto de mis propiedades, llamado The Corine Foxworth Winslow Trust, será entregado a mi nieto, Bartholomew Winslow Scott Sheffield Foxworth, en su totalidad. Mi primer hijo, Christopher Garland Sheffield Foxworth, actuará como administrador hasta el momento mencionado. Si como administrador, no sobreviviera hasta la fecha en que mi nieto Bartholomew Winslow Scott Sheffield Foxworth alcanzara la edad de treinta y cinco años, entonces, mi hija, Catherine Sheffield Foxworth, será nombrada administradora sustituta hasta que mi ya citado nieto cumpla los treinta y cinco años.
Hubo más, mucho más, pero no oí el resto. Consternada y sorprendida, miré a Chris, que parecía aturdido. Entonces mis ojos se detuvieron en Bart.
En su semblante pálido se registraba un caleidoscopio de expresiones cambiantes. Introdujo sus dedos fijos y largos entre su perfecto peinado y se alborotó el cabello. Con manifiesta inseguridad, miró a Joel como si buscara una guía, pero éste se limitó a encogerse de hombros y apretó los labios como expresando: «Ya te lo dije».
A continuación, Bart miró con rabia a Cindy, como si su presencia hubiera cambiado mágicamente el testamento de su abuela. Su mirada se desvió hacia Jory, que, soñoliento en la camilla, se mostraba indiferente a cuanto ocurría, excepto a Melodie, que miraba fijamente a Bart con el rostro demudado como una llamita oscilante bajo el fuerte viento de la desilusión de Bart. Éste se giró con brusquedad cuando Melodie bajó la cabeza, la apoyó en el pecho de Jory y se echó a llorar en silencio.
Pareció que transcurría una eternidad antes de que el abogado más anciano plegase el testamento, lo introdujera en un sobre azul y lo depositara sobre el escritorio de Bart. Se levantó con los brazos cruzados, esperando las preguntas de Bart.
—¿Qué demonios sucede? —exclamó Bart. Se puso en pie de un salto, se acercó a su escritorio y se apoderó del testamento, que hojeó rápidamente con la mirada de un experto. Cuando hubo terminado, lo arrojó de nuevo sobre la mesa.
—¡Ojalá sea condenada al infierno! Me lo prometió todo, ¡todo! Y ahora tengo que esperar diez años más… ¿Por qué no se leyó esa parte la primera vez? Yo estaba allí y, aunque tenía solamente diez años, recuerdo que en el testamento se declaraba que Yo sería independiente cuando tuviera veinticinco. Tengo veinticinco años y un mes… ¿Dónde está mi premio?
Chris se levantó.
—Bart —dijo serenamente—, dispones de quinientos mil dólares al año, que no es una cantidad nada despreciable. Además, ¿no has oído que todos tus gastos y el costo de mantenimiento de esta casa irán a cargo del dinero todavía en fideicomiso? Todos tus impuestos se pagarán de antemano. Y quinientos mil dólares anuales durante diez años es más dinero que el que pueda obtener el 99,9 por ciento de las personas que conocerás en toda tu vida. ¿No es suficiente para afrontar tu ritmo de vida después que todos los otros gastos hayan sido cubiertos? Además, esos diez años volarán y entonces todo será tuyo para hacer con ello lo que te plazca.
—¿Cuánto hay en total? —preguntó Bart, con la rapacidad reflejada en sus ojos oscuros, tan intensos que parecían arder. Tenía el rostro encendido por la ira—. Se me pagarán cinco millones en un período de diez años; pero ¿cuánto quedará? ¿Diez millones más? ¿Veinte, cincuenta, mil millones… cuánto?
—No lo sé con certeza —explicó con frialdad Chris mientras los abogados miraban fijamente a Bart—. Pero diría, y no creo equivocarme, que el día que finalmente poseas todo, te convertirás sin duda, en uno de los hombres más ricos del mundo.
—Pero hasta entonces… ¡lo eres tú! —exclamó Bart, colérico—. ¡Tú! Entre toda la gente del mundo, ¡tú! ¡La persona que más ha pecado! ¡No es justo, no es en absoluto Justo! ¡Se me ha engañado, estafado!
Nos lanzó a todos una mirada furiosa antes de salir de su despacho dando un portazo. Pero un segundo después asomó de nuevo la cabeza.
—Lo lamentarás, Chris —voceó con fiereza—. Tú debiste convencerla de añadir esa cláusula y diste instrucciones a los abogados para que no lo emitieran en la primera lectura cuando tenía diez años. ¡Por tu culpa no he recibido todo lo que me corresponde!
Como siempre, había sido culpa de Chris… o mía.