LA ESPOSA RECALCITRANTE

Lamentablemente, Chris y yo desatendimos a Cindy, ya que pasábamos la mayor parte del tiempo en el hospital con Jory. Cindy se sentía cada vez más inquieta y aburrida en una casa hostil; con Joel, que lo único que sabía hacer era criticarla, mostrándole su desaprobación; con Bart, que la despreciaba, y con Melodie, que no tenía nada que ofrecer a nadie.

—Mamá —se quejaba—. ¡Estoy pasándolo muy mal! Ha sido un verano terrible, el peor. Lamento que Jory esté en el hospital y que nunca más vuelva a bailar, y quiero hacer cuanto pueda por él, pero ¿qué hay de mí? Solamente permiten dos visitantes a la vez y tú y papá estáis siempre con él. Y cuando puedo verle, la mitad del tiempo no sé qué decir ni qué hacer. Tampoco sé en qué ocuparme cuando estoy aquí. Esta casa está aislada del resto del mundo que es como vivir en la Luna… Aburrida, aburrida. Tú me prohíbes ir al pueblo, citarme con personas a las que tú no conozcas, pero nunca estás aquí cuando alguien me invita. Tampoco me permites nadar cuando Bart y Joel están cerca de la piscina. Me prohíbes tantas cosas… ¿Qué puedo hacer?

—Explícame qué te gustaría hacer —respondí, complaciéndola.

Cindy tenía dieciséis años y había esperado divertirse mucho en sus vacaciones. Sin embargo, la mansión que ella admiraba tanto al principio estaba convirtiéndose, en algunos aspectos, en una prisión para ella, como el antiguo Foxworth Hall había sido para nosotros.

Se sentó con las piernas cruzadas cerca de mis pies.

—No quiero herir los sentimientos de Jory marchándome de aquí, pero estoy volviéndome loca. Melodie se encierra en su habitación todo el día y no me deja entrar. Joel me diseca con sus viejos ojillos malignos. Bart me ignora. Hoy he recibido una carta de mi amigo Bary Boswell, que me cuenta que va a ir a ese maravilloso campamento de verano que está a pocos kilómetros del norte de Boston. Cerca de allí hay un teatro de verano y un lago donde se puede nadar y navegar a vela; organizan bailes todos los sábados y enseñan todo tipo de artesanía. Me apetece estar con chicas de mi edad, y creo que ese campamento me gustaría. Puedes pedir información y comprobar su buena reputación. Déjame ir, por favor, antes de que pierda el seso.

Yo había deseado tanto disfrutar de una especie de verano mágico, con toda la familia reunida y contentos por redescubrirnos y conocernos otra vez; ahí estaba Cindy, deseando marcharse sin que yo hubiese pasado el tiempo suficiente con ella. Sin embargo, me resultaba fácil comprenderla.

—Esta noche se lo comentaré a tu padre —le prometí—. Queremos que seas feliz, Cindy, tú ya lo sabes. Siento que te hayamos descuidado un poco al preocuparnos tanto por Jory. Ahora hablemos de ti. ¿Qué hay de los muchachos que conociste en la fiesta de Bart, Cindy? ¿Cómo van las cosas entre tú y ellos?

—Bart y Joel esconden las llaves de los automóviles, de modo que no puedo salir en coche. Y eso es exactamente lo que me gustaría hacer, con o sin permiso. A veces tengo ganas de deslizarme por una ventana, pero todas están tan altas que tengo miedo de saltar, caerme y hacerme daño. Pero pienso continuamente en los chicos. Añoro estar con ellos, tener citas y bailar. Ya sé qué estás pensando, porque Joel siempre está murmurando que carezco de moral… Me esfuerzo mucho por aferrarme a mis principios, de verdad. Pero no sé cuánto tiempo conseguiré conservarme virgen. A veces pienso que estoy chapada a la antigua y aguantaré hasta que me case, aunque no tengo intención de casarme hasta que tenga por lo menos treinta años. Pero a veces, cuando salgo con un chico que realmente me gusta, y él comienza a presionarme, estoy tentada de rendirme. Me agradan las sensaciones que siento y cómo mi corazón late más deprisa. Mi cuerpo desea que suceda así. Mamá, ¿por qué no tengo yo la fortaleza que tú tienes? ¿Cómo puedo encontrar mi yo auténtico? Estoy atrapada en un mundo que no sabe realmente qué quiere, tú lo dices siempre. Por lo tanto, si el mundo no lo sabe, ¿cómo voy a saberlo yo? Me gustaría lo que tú quieres que sea, dulce y pura, pero a la vez quiero ser seductora, atractiva. Ambas cosas se contradicen. Deseo que tú y papá me améis siempre, y por eso procuro ser tan dulce como vosotros creéis que soy; pero no soy tan inocente, mamá. Me encanta que todos los chicos guapos se enamoren de mí… Creo que algún día seré incapaz de aguantarme.

Sonreía al ver su preocupada expresión, su mirada temerosa, escrutándome para comprobar si yo estaba escandalizada. Adiviné también que tenía miedo de haber arruinado sus posibilidades de escapar de esa casa. La abracé.

—Aférrate a la moralidad, Cindy. Tienes demasiado talento y eres demasiado hermosa para entregarte de cualquier manera, como un trasto sin valor. Ten buena opinión de ti misma, y los demás te respetarán.

—Pero, mamá… ¿cómo voy a rechazarlos y conseguir que los chicos sigan sintiéndose atraídos por mí?

—Hay muchos chicos que no esperarán que te entregues, Cindy, y ésa es la clase de muchacho que te interesa. Aquellos que exigen el sexo alegando una u otra razón, es más que probable que te abandonen enseguida, una vez obtenido lo que buscan. Hay algo en los hombres que les hace desear conquistar a todas las mujeres, especialmente a las que poseen una belleza tan excepcional como la tuya. Y nunca olvides que ellos hablan entre sí y airean los detalles más íntimos cuando no aman de corazón.

—¡Mamá! ¡Por lo que dices parece que ser mujer sea una trampa! No quiero que me hagan caer en una trampa… ¡Yo quiero que caigan ellos! Pero he de confesarte que no soy muy fuerte para resistir. Bart me hace sentir tan insegura de mí misma que ansío que los chicos me convenzan de lo contrario. Pero a partir de hoy, cada vez que algún tipo consiga meterme en el asiento trasero de su coche y diga que caerá enfermo si no satisfago su lujuria, creo que me acordaré de ti y de papá y le asestaré un golpe en la cabeza… o le propinaré un rodillazo allí donde más duele.

Cindy me hizo reír como no me había reído durante semanas.

—Bien, querida. Estoy segura de que harás lo que debes. Ahora, hablemos de ese campamento de verano para que pueda dar todos los detalles a tu padre.

—¿Quieres decir que no he perdido las posibilidades de ir? —preguntó alegremente.

—Naturalmente que no. Creo que Chris estará de acuerdo en que necesitas un descanso después de la tragedia que hemos sufrido.

Chris estuvo de acuerdo, considerando como yo que una chica de dieciséis años necesitaba de un verano especial para divertirse. Cuando Cindy se enteró, tuvo que visitar a Jory y contárselo todo.

—El hecho de que me marche no significa que no me preocupe. Lo que ocurre es que me aburro muchísimo aquí, Jory. Escribiré a menudo y te enviaré pequeños regalos. —Lo abrazó, lo besó y sus lágrimas mojaron el rostro bien afeitado de su hermano—. Nada puede quitarte lo que tienes, Jory, ese algo maravilloso que te hace tan especial y que nada tiene que ver con tus piernas. Si no fueses mi hermano querría que te convirtieras en mi pareja.

—Claro que querrías —respondió él con un poco de ironía—. Pero gracias de todos modos.

Chris y yo dejamos a Jory al cuidado de su enfermera el tiempo suficiente para conducir a Cindy hasta el aeropuerto más cercano, donde nos despedimos de ella con un beso y le entregamos una pequeña cantidad de dinero para posibles gastos. Se puso muy contenta por ello y besó una y otra vez a Chris antes de alejarse, saludándonos vigorosamente con la mano.

—Escribiré cartas de verdad —prometió—, no sólo postales, y os enviaré fotografías. Gracias por todo, y no os olvidéis de escribirme con frecuencia para explicarme lo que ocurra. En cierto modo, vivir en Foxworth Hall es como estar metido en una novela profunda, oscura y misteriosa, aunque eso asusta demasiado cuando es uno mismo quien está viviendo la historia.

Camino del hospital, Chris me contó sus planes. Ya no podríamos trasladarnos a Hawai, abandonando a Jory a la débil caridad de Bart y Joel. Además si Melodie no era capaz de cuidarse ni a sí misma, cuánto menos a un marido enyesado, aunque contratara a una enfermera. Ni Jory ni Melodie estaban en condiciones de emprender el largo viaje en avión hasta Hawai ni lo estarían durante muchos meses.

—No sabré a qué dedicarme cuando Jory regrese a Hall y tenga quien lo atienda. Me ocurrirá lo mismo que a Cindy, que no sabía cómo estar ocupada y contenta. Jory no me necesitará todas las horas. Me sentiré un inútil a menos que haga algo provechoso, Cathy. No soy un hombre viejo. Todavía me esperan años buenos. —Le miré con tristeza mientras él mantenía la mirada fija en el tráfico. Sin volverse, prosiguió—: La medicina siempre ha desempeñado un papel importante en mi vida. Eso no implica que rompa mi promesa de pasar más tiempo contigo y con mi familia que el que dedique a mi profesión. Sólo deseo que recuerdes lo que significa para Jory perder una carrera…

Deslizándome en el asiento, para estar más cerca de él, apoyé mi cabeza en su hombro, y le animé, con voz ahogada, a que siguiera adelante e hiciera lo que creyese justo.

—Pero no olvides que un médico ha de tener un historial intachable, y algún día puede haber murmuraciones sobre nosotros.

Asintió, diciendo que ya había considerado esa posibilidad. Su propósito era dedicarse a la investigación de la medicina, pues así no tendría que enfrentarse con el público, que podía reconocerle como un Foxworth. Ya había reflexionado bastante sobre el tema. Estaba aburrido de permanecer en casa ocioso. Tenía que realizar algo importante, pues de otro modo perdería su autoestima. Le dirigí una brillante sonrisa aunque sentía que mi corazón desfallecía, ya que su sueño de vivir en Hawai también había sido el mío.

Cogidos de la mano, entramos en la enorme mansión que nos esperaba con las fauces abiertas.

Melodie se había encerrado en su habitación; Joel estaba en aquella pequeña sala desamueblada, rezando arrodillado a la luz de una única vela.

—¿Dónde está Bart? —preguntó Chris, mirando alrededor como si le asombrara que a alguien le apeteciera pasar tantas horas en un lugar tan siniestro.

Joel frunció el entrecejo y después sonrió ligeramente como si acabara de recordar que debía mostrarse amistoso.

—Bart estará en algún bar por ahí, bebiendo hasta caer debajo de la mesa, según él mismo dijo.

Yo nunca había sabido que Bart hiciera una cosa así. ¿Sentimiento de culpabilidad por haber organizado la representación que arruinó las piernas de su hermano y le costó la carrera? ¿Arrepentimiento por haber hecho que Cindy se marchara? ¿Conocía Bart el arrepentimiento? Miré distraídamente a Joel, que paseaba de un lado a otro, muy preocupado al parecer, y me pregunté ¿qué importancia podía tener para él el comportamiento de mi hijo?

El viejo nos siguió como solía seguir a Bart.

—Bart debería saber comportarse como es debido —masculló Joel—. Las putas y las rameras están esperando en los bares, aunque yo ya le he advertido acerca de ellas.

Sus palabras me intrigaron.

—¿Cuál es la diferencia entre una puta y una ramera, Joel?

Sus ojillos húmedos gritaron hacia mí. Como si le cegara una luz se los cubrió con la mano.

—¿Estás burlándote de mí, sobrina? La Biblia cita los dos nombres; por tanto ha de haber alguna diferencia.

—¿Una puta es peor que una ramera, o viceversa? ¿Es algo así lo que quieres decir? —Me miró con rabia, indicándome con sus ardientes ojos marchitos que mis estúpidas preguntas le atormentaban. Proseguí—: También existe la meretriz, y hoy en día tenemos busconas, call girls[1] y prostitutas… ¿Se pueden incluir entre las rameras o las putas, o acaso no tienen la misma categoría?

Su mirada se endureció y se clavó en mí con la cortante indignación de una virgen santa.

—No simpatizas conmigo, Catherine. ¿Por qué esa aversión? ¿Qué te he hecho yo para que desconfíes de mí? Yo estoy aquí para salvar a Bart de lo peor de sí mismo; de lo contrario me iría a causa de tu actitud, ¡a pesar de que yo soy más Foxworth de lo que tú eres! —Su expresión cambió entonces, y sus labios temblaron—. ¡No!, me retracto. Tú eres en realidad doblemente Foxworth, más de lo que yo soy.

¡Cómo lo odié por recordármelo! Se las había ingeniado para avergonzarme, como si yo tergiversara los mensajes silenciosos que él enviaba. Chris no terció para impedir el enfrentamiento que presentía que había de surgir antes o después.

—No sé por qué desconfío de ti, Joel —aseguré con voz más amable de la que normalmente empleaba con él—. Criticas demasiado a tu padre, y yo me pregunto si tú eres algo mejor o diferente.

Sin decir nada más, pero con una mirada triste que me pareció fingida, Joel se volvió de espaldas y se alejó arrastrando los pies, metiendo otra vez las manos en una de aquellas invisibles mangas de monje.

Esa misma noche, cuando Melodie insistió nuevamente en cenar sola en su habitación, me decidí. Aunque ella no quisiera ir, aunque luchara contra mí, ¡yo iba a llevar a Melodie para que visitara a Jory!

Entré con paso decidido en su dormitorio y retiré la bandeja de la cena, que apenas había probado. No pronunció ni una palabra. Melodie vestía la misma ropa desaliñada que llevaba desde hacía muchos días. Busqué en el armario su mejor conjunto veraniego y lo arrojé sobre la cama.

—Dúchate, Melodie, y lávate el cabello. Después vístete. Esta noche visitarás a Jory, tanto si quieres como si no.

Se levantó bruscamente y protestó. Actuó de manera histérica, renegando que todavía no podía ir, que no estaba preparada y que yo no podía obligarla. No presté atención a sus palabras y vociferé a mi vez que daba la sensación de que nunca estaría preparada y que ya no me importaban sus excusas.

—¡Tú no puedes forzarme a hacer ni una maldita cosa! —rugió muy pálida, mientras retrocedía. Entonces, sollozando, me suplicó que le concediera más tiempo para que pudiera asimilar que Jory estaba inválido. Le respondí que había tenido tiempo suficiente para meditarlo. Yo ya lo había asumido, Chris también, y Cindy… Ella podía fingir. Después de todo, se suponía que era una profesional de la escena, acostumbrada a representar cualquier papel.

Tuve que arrastrarla literalmente hasta la ducha y empujarla dentro, mientras ella decía que prefería un baño, Pero yo sabía qué ocurriría si se bañaba. Permanecería dentro de la bañera hasta que su piel se reblandeciera, y las horas de visita hubieran terminado. Esperé fuera, junto a la puerta de la ducha y la insté a que se apresurara. Ella salió, se envolvió en una toalla, sollozando todavía mientras sus ojos azules suplicaban piedad.

—¡Deja de llorar! —ordené, empujándola para que se sentara en el taburete del cuarto de baño—. Te secaré el pelo mientras tú te maquillas… y procura ocultar esa hinchazón rojiza alrededor de tus ojos, pues Jory se percata de todo. Has de convencerle de que tu amor por él no ha cambiado.

Y así continué, hablando sin cesar para persuadirla de que encontraría las palabras adecuadas y la expresión exacta que debía mostrar; mientras secaba su bonito pelo color de miel.

Su cabello tenía un brillo maravilloso; era más oscuro que el mío. La textura de su pelo era más fuerte que la del mío fino y débil, de color rubio. Cuando hube vestido a Melodie, la rocié con el perfume que más gustaba a Jory; entretanto, ella permanecía como en trance, sin saber qué tenía que hacer después. La abracé antes de llevarla hacia la puerta.

—Vamos, Melodie, no te resultará tan difícil como crees. Jory te quiere y te necesita. Cuando estés allí y él te mire, olvidarás que tiene paralizadas las piernas. Instintivamente harás y dirás lo más adecuado. Estoy segura que así será porque lo quieres.

Pálida bajo su maquillaje, me miró con sus grandes ojos, como si albergara dudas pero supiera que era mejor no expresarlas de nuevo.

Bart había regresado a casa de un bar cualquiera donde le habían servido suficiente bebida para aflojarle las piernas y desenfocarle los ojos. Se dejó caer en una mullida butaca, con las piernas estiradas. Detrás de él, en la penumbra, Joel estaba con los hombros caídos, como una palmera moribunda.

—¿Dónde vais? —preguntó Bart con voz gangosa, mientras yo intentaba sacar a Melodie por el vestíbulo camino del garaje sin que él nos viese.

—Al hospital —respondí, tirando de Melodie—. Y creo que ya es hora de que visites otra vez a tu hermano, Bart. No esta noche, pero sí mañana. Cómprale algún regalo que lo entretenga. Se volverá loco allí sin hacer nada.

—Melodie, no tienes por qué ir si no quieres —dijo Bart, incorporándose vacilante y poniéndose en pie—. No permitas que mi dominante madre te vaya empujando por ahí.

Melodie, temblorosa, se quedó atrás para mirar suplicante a Bart. Sin dudarlo un momento, tiré de ella y la obligué a entrar en el automóvil.

Bart fue tambaleándose hasta el garaje, vociferando que salvaría a Melodie. De pronto, perdió su equilibrio de borracho y se desplomó. Pulsé el botón eléctrico para abrir una de las grandes puertas del garaje, puse la marcha atrás y salí de allí.

A lo largo del trayecto hacia Charlottesville, hasta que estacioné en el aparcamiento del hospital, Melodie tembló, sollozó e intentó convencerme de que ella causaría más daño a Jory, que no le ayudaría. Intenté infundirle confianza y persuadirla de que podría manejar la situación.

—Por favor, Melodie, entra en esa habitación con una sonrisa. Revístete de tu nobleza, de ese aire regio de princesa que solías exhibir en otro tiempo. Después, cuando estés cerca de su cama, lo abrazas y lo besas.

Ella asentía torpemente, como haría un niño aterrorizado.

Le puse en los brazos las rosas que había comprado, junto con otros regalos que había envuelto con delicadeza; había uno que ella escogió en su momento para ofrecérselo a Jory después de la fiesta de Bart.

—Ahora le dirás que no has venido antes porque te has sentido muy débil y enferma. Cuéntale todas tus otras preocupaciones si quieres, pero no te atrevas ni a insinuar que, como esposa, ya no sientes nada hacia él.

Como un robot ciego, asentía rígidamente, esforzándose por mantener el paso a mi lado.

Nos encontramos a Chris, que se acercaba por el pasillo cuando nosotras salimos del ascensor en el sexto piso. Sonrió feliz al ver a Melodie conmigo.

—Qué maravilla, Melodie —dijo, abrazándola ligeramente antes de volverse hacia mí—. He salido y he comprado la cena de Jory, y también la mía. Está de bastante buen humor. Ha bebido toda la leche y ha comido dos bocados de pastel de nueces. Adora el pastel de nueces, como siempre. Melodie, si puedes, intenta que coma un poco más de ese pastel. Está perdiendo peso muy deprisa, y me gustaría que recuperase un poco.

Silenciosa todavía, con los ojos muy abiertos y carentes de expresión, Melodie asintió, mirando hacia la puerta marcada con el número 606 como si se enfrentase a la silla eléctrica. Chris le dio una palmadita amistosa, comprensiva, en la espalda, me besó y se alejó a grandes pasos, diciendo:

—Voy a hablar con los médicos. Me reuniré después con vosotras y os seguiré a casa en mi coche.

Lo cierto es que yo no sentía confianza alguna mientras acompañaba a Melodie hacia la puerta cerrada de Jory. Él se empeñaba en mantenerla cerrada en todo momento para que nadie pudiera ver a un antiguo premier danseur yaciendo inválido en su cama. Di un ligero golpe en la puerta y dos después. Era nuestra señal.

—Jory, soy yo, tu madre.

—Entra, mamá —dijo con un tono más alegre que en otras ocasiones—. Papá me ha avisado que llegarías en cualquier momento. Espero que me hayas traído un buen libro para leer. He terminado…

Se interrumpió y se quedó atónito, cuando hice entrar a Melodie delante de mí en la habitación.

Como había telefoneado a Chris para contarle mis planes, Chris había ayudado a Jory a despojarse de la ropa del hospital y ponerse la chaqueta de un pijama azul de seda con el cabello bien cepillado y cortado por primera vez desde su accidente, y pulcramente afeitado, presentaba el mejor aspecto que había tenido desde aquella horrible noche.

Intentó sonreír. A sus ojos asomó la esperanza, contento por ver a su esposa otra vez.

Ella se había quedado inmóvil allí donde yo la había empujado y no avanzó hacia la cama. Eso provocó que la sonrisa esperanzada de Jory se helara en su rostro. Él trató de disimular su anhelo, su vacilante llamita de esperanza, mientras sus ojos procuraban encontrarse con los de ella; pero Melodie evitó mirarle. La sonrisa se desvaneció, al tiempo que el destello ilusionado se apagaba en sus ojos, ahora muertos. Jory volvió su cara hacia la pared.

Me acerqué a Melodie y la empujé hacia la cama, comprobando qué expresión mostraba ella en su rostro. Pero permanecía de pie, rígida, inmóvil, con los brazos llenos de rosas rojas y regalos, clavada en el suelo, temblorosa como un álamo azotado por el fuerte viento. Le propiné un fuerte codazo.

—Di algo —murmuré.

—Hola, Jory —saludó con su vocecita tímida y trémula, y con la desesperación escrita en los ojos. De un empellón la envié más cerca de él—. Te he traído rosas…

Jory continuaba con el rostro vuelto hacia la pared. De nuevo le di un codazo a Melodie, preguntándome si no debería irme y dejarles solos; no obstante temía que ella se volviese y huyera corriendo.

—Siento no haberte visitado antes —se disculpó ella titubeando, acercándose pasito a pasito hacia la cama—. También te he traído unos regalos… algunas cosas que tu madre ha dicho que necesitabas.

Jory volvió bruscamente la cabeza. Sus oscuros ojos azules estaban llenos de rabia y resentimiento.

—Y mi madre también te ha obligado a venir, ¿verdad? Bueno, pues no es necesario que te quedes. Ya has entregado tus rosas y tus regalos, ahora… ¡vete de aquí!

Melodie se derrumbó a su lado, y dejó caer las rosas en la cama de Jory y los regalos en el suelo. Lloraba mientras trataba de cogerle la mano, que él retiró rápidamente.

—Te amo, Jory… Y lo siento, lo siento tanto…

—¡Ni por un momento he dudado de que lo sentías! —exclamó él—. ¡Has sentido muchísimo ver que todo el hechizo desaparecía en un instante y que te encuentras atada a un marido inválido! Pues bien, ¡no estás atada, Melodie! ¡Mañana mismo puedes pedir el divorcio y largarte!

Retrocedí hacia la puerta, compadecida de él… y de ella. Salí en silencio, pero dejé la puerta entreabierta para poder oír y ver lo que ocurría dentro. Tenía miedo de que Melodie aprovechara la ocasión para marcharse o que hiciera algo que acabara con los deseos de vivir de Jory… Pero si estaba en mi mano, yo haría cualquier cosa para detener a Melodie.

Una por una, la muchacha recogió las rosas caídas. Arrojó unas flores viejas, medio marchitas, en la papelera, y llenó el jarrón con agua en el baño contiguo; después arregló las rosas rojas con sumo cuidado, empleando mucho tiempo, como si, al hacer algo, pudiera aplazar el instante en que destruiría a Jory. Cuando las hubo arreglado, volvió de nuevo junto a la cama y recogió los tres regalos.

—¿No quieres abrirlos? —preguntó débilmente.

—No necesito nada —respondió él bruscamente, mirando otra vez con fijeza hacia la pared de modo que ella solamente le veía la nuca.

—Creo que te gustará lo que hay dentro. Te he oído decir tantas veces que lo necesitabas…

—Lo único que yo necesitaba era danzar hasta tener cuarenta años —balbuceó él—. Ahora que eso ha terminado, y no necesito una esposa ni una pareja de baile, no necesito ni quiero nada.

Ella depositó los regalos encima de la cama y se quedó de pie, retorciendo sus delgadas y pálidas manos, vertiendo silenciosas lágrimas.

—Te quiero, Jory —dijo con voz ahogada—. Quiero actuar correctamente, pero no soy tan valiente como tu madre y tu padre. Por eso no he venido a verte antes. Tu madre quería que te mintiera, que te dijera que he estado enferma, pero no ha sido una enfermedad lo que me ha impedido venir. Me quedé en casa, llorando, esperando encontrar la fortaleza necesaria para sonreír cuando por fin me decidiera a verte. Me avergüenza ser débil, no haberte dado lo que debería cuando tú me necesitabas. Y cuanto más tiempo permanecía lejos de ti, tanto más duro se me hacía verte. Temía que te negases a hablar conmigo, que no desearas mirarme y que yo cometiera alguna estupidez que te hiciera odiarme. No quiero el divorcio, Jory. Sigo siendo tu esposa. Chris me acompañó ayer al ginecólogo que dice que nuestro bebé está desarrollándose con normalidad.

Hizo una pausa e intentó tocarle el brazo; alargó la mano, pero él se agitó espasmódicamente, como si el tacto de Melodie quemara, aunque no retiró el brazo… Ella apartó el suyo.

Desde el pasillo, podía ver lo suficiente del rostro de Jory para saber que estaba llorando y trataba desesperadamente de que Melodie no lo advirtiese. También había lágrimas en mis ojos mientras permanecía allí acobardada, sintiéndome como una intrusa fisgona sin ningún derecho a observar y escuchar. A pesar de ello, no podía alejarme, pues cuando me retiré del lado de Julián, en el hospital, al regresar junto a él lo encontré muerto. De tal padre tal hijo. El hijo, igual que el padre, hacía batir los tambores del miedo en mi cabeza.

Melodie tendió la mano de nuevo para tocarle, esta vez en el cabello.

—No vuelvas la cara, Jory, mírame. Demuéstrame que no me odias por haberte fallado cuando tú más me necesitabas. Grítame, golpéame, pero no dejes de comunicarte conmigo. Estoy confusa. No puedo dormir por las noches, reprochándome no haberte impedido que bailases en esa obra. Siempre odié ese ballet, pero no quise decírtelo ya que tú te encargabas de la coreografía y el trabajo te encantaba. —Melodie se enjugó las lágrimas y después cayó de rodillas junto a la cama, inclinando la cabeza para apoyarla en la mano de él, que al fin había conseguido retener.

Yo casi no podía oír su voz, tan baja era.

—Podemos disfrutar de la vida juntos. Tú puedes enseñarme cómo. Allí donde tú me conduzcas, Jory, yo iré… Sólo tienes que decirme que quieres que me quede.

Quizá porque de pronto ella estaba ocultando la cara, y sus lágrimas mojaban la mano de Jory, él volvió la cara y la miró con ojos atormentados, trágicos. Se aclaró la garganta antes de hablar y se secó las lágrimas con el borde de la sábana.

—No quiero que te quedes conmigo, si eso supone una carga para ti. Puedes volver cuando lo desees a Nueva York y bailar con otra pareja. El hecho de que yo esté inválido no significa que tú tengas que paralizar tu vida. Tienes tu carrera, y muchos años por delante. De modo que ve, Mel, con mis mejores deseos… yo no te necesito.

Mi corazón gritaba angustiado, sabiendo que no era cierto.

Ella alzó la cabeza. El maquillaje se había estropeado a causa de tantas lágrimas.

—¿Cómo podría entonces vivir con la conciencia tranquila, Jory? Me quedaré. Haré cuanto esté en mi mano para ser una buena esposa.

Pensé en ese momento que Melodie había tardado demasiado en verle. Le había dado tiempo para pensar que no necesitaba una esposa, sino sólo una enfermera y compañera, y una madre sustituta para su hijo.

Cerré los ojos y comencé a rezar. «Dios mío, inspira a Melodie las palabras acertadas». ¿Por qué no le decía que el ballet nada significaba si él no era su pareja? ¿Por qué no le decía que la felicidad de él contaba más que cualquier otra cosa? «Melodie, di algo que le haga creer que su incapacidad no te importa, que él es y será siempre el hombre que tú amas». Pero Melodie no dijo nada parecido. Se limitó a abrir los regalos y mostrárselos, mientras él estudiaba su semblante con expresión cada vez más sombría. Jory le dio las gracias por la novela que ella le había traído (escogida por mí) y un juego de afeitar compuesto por unas navajas de plata, una brocha con mango de plata, un espejo que podía sujetarse en cualquier lugar con una ventosa y un vaso de plata labrada con jabón, colonia y loción para después del afeitado. Por último, Melodie abrió el mejor regalo: una gran caja de caoba llena de acuarelas. Como la pintura era una afición con la que Chris disfrutaba sobremanera, había pensado enseñar a Jory la técnica en cuanto regresara a casa. Mi hijo se quedó mirando la caja de pinturas durante un largo rato sin ningún interés; después desvió la mirada.

—Tienes buen gusto, Mel.

Ella asintió con la cabeza y preguntó:

—¿Hay algo más que necesites?

—No. Nada más. Vete. Tengo sueño. Me he alegrado de verte otra vez, pero estoy cansado.

Ella retrocedió vacilante, mientras mi corazón lloraba por ambos. Todo el amor que se habían profesado antes del accidente y toda aquella pasión habían sido arrasados por el diluvio del trauma de Melodie y la humillación de él.

Entré en la habitación.

—Espero no interrumpir nada importante, pero creo que Jory necesita descansar, Melodie. —Les sonreí alegremente—. Ya verás lo que estamos preparando para cuando regreses a casa. Si la pintura no te interesa ahora, ya te interesará más adelante. En casa tenemos otros tesoros que te aguardan. Te entusiasmarás, pero no puedo contarte nada. Será una gran sorpresa de bienvenida. —Me apresuré a abrazarle, lo que no resultaba fácil, pues su cuerpo estaba muy abultado y duro con el yeso. Lo besé en la mejilla, le alboroté el cabello y le apreté los dedos—. Todo saldrá bien, cariño —susurré—. Melodie ha de aprender a aceptar la situación, igual que tú. Lo está intentando de verdad, y si no dice las palabras que a ti te gustaría oír es porque está demasiado aturdida para pensar claramente.

Jory sonrió irónicamente.

—Claro, mamá, claro. Ella me ama tanto como me amaba cuando yo podía caminar y danzar. Nada ha cambiado. Nada importante…

Melodie ya había salido de la habitación y me esperaba en el pasillo, de modo que no oyó estas últimas palabras. Ya de vuelta a casa, mientras Chris nos seguía en su automóvil, repitió una y otra vez:

—Oh, Dios mío, Dios mío… Oh, Dios mío…, ¿qué vamos a hacer?

—Te has comportado muy bien, Melodie, muy bien. La próxima vez lo harás todavía mejor —dije, animándola.

Pasó una semana y Melodie lo hizo mejor en su segunda visita, e incluso mejor en la tercera. Ya no se resistía cuando yo le decía que debía ir. Sabía que de nada le serviría negarse.

Al cabo de unos días, cuando estaba sentada frente al tocador, delante del largo espejo, aplicándome cuidadosamente el rimel, Chris se acercó con una expresión de alegría en su rostro.

—Tengo algo maravilloso que contarte —anunció—. La semana pasada visité al jefe del personal científico de la universidad y cumplimenté una solicitud para colaborar con su equipo de investigación del cáncer. Ellos saben, por supuesto, que sólo he sido un bioquímico aficionado. Sin embargo, algunas de mis respuestas les han complacido y me han pedido que me una a su equipo de investigadores. Cathy, estoy entusiasmado por tener un trabajo. Bart está de acuerdo en que nos quedemos en la casa todo el tiempo que queramos, ¡o hasta que se case! He hablado con Jory, y quiere estar cerca de nosotros. Su apartamento de Nueva York es tan pequeño… Aquí dispondrá de grandes salones y pasillos largos y espaciosos para su silla de ruedas. Aunque ahora se niega a usarla, cuando le quiten el yeso cambiará de opinión.

El entusiasmo de Chris por su nuevo trabajo era contagioso. Me encantaba verle feliz, con algo que le distrajera la mente de los problemas de Jory. Me levanté para acercarme al armario, pero él me cogió y me hizo sentar sobre sus rodillas para acabar de explicarme la historia. No pude comprender parte de lo que dijo, pues a menudo empleaba la jerga médica, que era como chino para mí.

—¿Serás feliz, Chris? Es importante que hagas lo que quieras con tu vida. La felicidad de Jory me preocupa mucho, pero no quiero obligarte a permanecer aquí si Bart te resulta inaguantable. Sé sincero, ¿puedes soportar a Bart solamente para proporcionar a Jory un lugar maravilloso donde vivir?

—Catherine, amor mío, mientras tú estés conmigo, seré feliz. En cuanto a Bart, lo he soportado durante todos estos años, y puedo seguir soportándolo tanto tiempo como sea necesario. Sé quién está sosteniendo a Jory durante ese traumático período. Yo ayudo un poco, pero eres tú quien le llevas más luz de sol con tu charla ligera, tus maneras alegres, tus continuos regalos y tus promesas de que Melodie cambiará. Jory recibe cada una de tus palabras como si procedieran directamente de Dios.

—A partir de ahora tú estarás yendo y viniendo, y no te veremos mucho —me lamenté.

—Eh, borra esa expresión de la cara. Yo vendré a casa todos los días y procuraré llegar antes de que anochezca. —Y continuó explicándome que el trabajo en el laboratorio de la universidad comenzaba a las diez, lo que nos permitiría desayunar juntos. No habría llamadas de emergencia que le alejaran por las noches, tendría libres los fines de semana y un mes de vacaciones pagadas, aunque para nada nos importaba el dinero. Viajaríamos para asistir a convenciones donde conoceríamos a personas con ideas innovadoras, la clase de gente creativa que a mí más me gustaba.

Y así prosiguió, presentando las delicias de ese nuevo trabajo para que yo aceptara algo que él parecía desear muchísimo. Sin embargo, aquella noche no pude dormir, angustiada, arrepentida de haber decidido vivir en aquella casa que guardaba tan terribles recuerdos y había causado tantas tragedias.

A media noche, incapaz de conciliar el sueño, me senté en la salita de estar privada, contigua a nuestro dormitorio, para tejer lo que se suponía sería un suave gorrito blanco para el bebé. Casi me sentí como mi madre mientras tejía furiosamente; yo, como ella, era incapaz de dejar de hacer algo hasta haberlo terminado.

Sonaron unos suaves golpecitos en la Puerta, y Melodie pidió permiso para entrar. Encantada por recibir su visita, respondí:

—Naturalmente, entra. Estoy contenta de que vieses luz por debajo de mi puerta. En ese momento pensaba en ti y Jory mientras tejía, y ¡maldita sea si sé cómo detenerme cuando he comenzado algo!

Con paso vacilante se acercó y se sentó en el sofá junto a mí. Su misma inseguridad me puso en guardia de inmediato. Echó una ojeada a mi labor y desvió la mirada.

—Necesito hablar con alguien, Cathy, con alguien sensato como tú.

Qué joven y digna de compasión parecía. Dejé mi tarea para volverme y abrazarla.

—Llora, Melodie, vamos. Tienes mucho por qué llorar. Te he tratado con aspereza, y tú lo sabes.

Inclinó la cabeza y la apoyó sobre mi hombro mientras se relajaba y sollozaba sin contención.

—Ayúdame, Cathy, por favor, ayúdame. No sé qué hacer, Pienso continuamente en Jory y en lo terrible que ha de ser para él sentirse así. Pienso en mí y en lo incapaz que me siento de afrontar esta situación. Me alegro de que me obligases a ir al hospital; aunque te odié en aquel momento. Hoy, cuando he ido sola, me ha sonreído, como si así se demostrase algo a sí mismo. Ya sé que he sido infantil y débil. Sin embargo, cada vez me resulta más difícil entrar en su habitación. Me da rabia verlo allí tendido tan inmóvil en esa cama, moviendo solamente los brazos y la cabeza. Lo beso, le cojo la mano, pero cuando comienzo a hablar de cosas importantes, Jory vuelve la cabeza hacia la pared y se niega a responder. Cathy… Tú crees que Jory está aprendiendo a aceptar su incapacidad, pero a mí me parece que desea morir… y es por culpa mía, ¡por culpa mía!

Me quedé atónita, con los ojos muy abiertos.

—¿Culpa tuya? Fue un accidente. Tú no debes culparte.

Las palabras le brotaron atropelladamente de los labios.

—¡Tú no comprendes por qué me siento así! Hay algo que me ha estado inquietando tanto que me siento perseguida por la culpa. Todo ha ocurrido porque estamos aquí, ¡en esta maldita casa! Jory no quería que tuviéramos un hijo hasta dentro de algunos años. Me hizo jurar antes de casarnos que no nos plantearíamos crear una familia hasta que hubiéramos disfrutado del éxito durante diez años por lo menos. Pero yo, a propósito, rompí mi promesa y dejé de tomar la píldora. Deseaba tener mi primer hijo antes de llegar a los treinta años. Me dije que después de que el bebé fuera concebido, él no querría que yo abortase. ¡Cuándo se lo anuncié estalló! Se enfureció conmigo… y exigió que abortara.

—Oh, no…

—Me sorprendió la reacción de Jory, y me di cuenta de que no le conocía tan bien como creía.

—No lo culpes; a fin de cuentas, yo fui la responsable. El ballet era su mundo —prosiguió Melodie, como si hubiera estado corriendo durante semanas—. No debía haberle traicionado. Le dije sencillamente que me había olvidado. El día que nos casamos yo ya sabía que para él lo primero era la danza, y yo, algo secundario, aunque me amaba. Entonces a causa de mi embarazo, abandonamos la gira, vinimos aquí… ¡y mira lo que ha sucedido! No es justo, Cathy, ¡no es justo! Hoy mismo podríamos estar en Londres de no ser por el bebé. Él estaría en el escenario, inclinándose, agradeciendo los aplausos, los ramilletes, haciendo aquello para lo que nació. Yo lo engañé e indirectamente he sido causa del accidente. ¿Qué será de él ahora? ¿Cómo puedo compensarle de lo que le he robado?

Melodie temblaba como una hoja mientras yo la abrazaba. ¿Qué podía decir yo? Me mordí el labio con tal fuerza que me hice daño por ella y por Jory. Éramos muy semejantes en algunos aspectos; yo había causado la muerte de Julián al abandonarlo en España…, y aquello le había arrastrado al fin. No fue un daño deliberado, pero yo lo había provocado al hacer lo que consideraba justo, del mismo modo que Melodie había actuado como había creído oportuno. ¿Quién cuenta alguna vez las flores que mueren cuando nosotros arrancamos los hierbajos? Sacudí la cabeza, saliendo del abismo del pasado y centré toda mi atención en el momento presente.

—Melodie, Jory está mucho más asustado que tú, y con buenas razones. No debes culparte de nada. Jory es feliz con la idea de vuestro hijo ahora que ya está en camino. Muchos hombres protestan cuando sus mujeres quieren un hijo, pero cuando ven la criatura que ellos ayudaron a crear, se alegran de haberlo tenido. Jory está tendido en su cama, preguntándose, como tú, cómo funcionará su matrimonio ahora que no puede bailar. Es él quien está inválido, quien tendrá que enfrentarse todos los días al hecho de que no puede moverse, ni sentarse en una silla normal, ni correr por la hierba, ni siquiera ir al baño de una manera normal.

»Las actividades cotidianas, que hasta ahora eran sencillas para él, le resultarán muy difíciles. Además, considera todo lo que llegó a ser. Es un terrible golpe para su orgullo. Ni tan siquiera estaba dispuesto a intentar afrontarlo, pues temía que la carga resultase demasiado para ti. Pero escucha esto; esta tarde, mientras estaba con él, Jory me ha dicho que se esforzaría en animarse y salir de su depresión. Y lo hará, lo hará, y tú eres en parte responsable de su cambio de actitud, porque le has ayudado con tus visitas. Cada vez que vas a verle, lo convences de que aún lo amas.

¿Por qué Melodie se alejó de mis brazos y desvió su mirada? Se enjugó con impaciencia las lágrimas, se sonó la nariz y procuró dejar de llorar. Con gran esfuerzo, habló:

—No sé por qué, pero sigo teniendo unas horribles pesadillas. Me despierto asustada, pensando que algo todavía más terrible va a suceder. Se respira algo raro en esta casa, algo extraño y terrorífico. Cuando Chris y tú habéis salido, Bart se encuentra en su despacho, y Joel está rezando en aquella habitación, vacía y fea, yo, tendida en la cama, creo oír que la casa murmura y pronuncia mi nombre. Oigo el viento que sopla como si intentara decirme algo. Noto que el suelo cruje junto a mi puerta, y me levanto de un salto, corro hasta allí, la abro… y no hay nadie, ¡nunca hay nadie! Sospecho que todo es fruto de mi imaginación, pero yo lo oigo. Tú también has dicho en ocasiones que oyes a veces muchas cosas que no son reales. ¿Estoy perdiendo la razón, Cathy? ¿Lo estoy?

—Oh, Melodie —susurré, tratando de atraerla a mí otra vez, pero ella me rechazó y se deslizó hasta el extremo más lejano del sofá.

—Cathy, ¿por qué es diferente esta casa?

—¿Diferente de qué? —pregunté, inquieta.

—De las demás casas. —Echó una mirada temerosa hacia la puerta que daba al vestíbulo—. ¿Tú no lo percibes? ¿No puedes oírlo? ¿No notas que esta casa respira, como si tuviera vida propia?

Mis ojos se agrandaron mientras un frío helado me robaba la tranquilidad. Oía la respiración regular, pesada, de Chris, que llegaba débilmente desde el dormitorio.

Melodie, por lo general demasiado reticente a hablar, prosiguió con precipitación.

—Esta casa utiliza a la gente que alberga como un medio de mantenerse para siempre con vida. Es como un vampiro que chupase la sangre de todos nosotros. Me gustaría que no se hubiera restaurado. No es una casa nueva. Ha permanecido aquí durante siglos. Sólo el papel de la pared, la pintura y el mobiliario son nuevos, pero esas escaleras del vestíbulo que nunca subo o bajo sin ver los fantasmas de otros…

Una especie de aturdimiento paralizante me atenazó. Cada palabra que Melodie pronunciaba era pavorosamente cierta. ¡Yo oía respirar a la casa! Intenté volver a la realidad.

—Escucha, Melodie. Bart solamente era un chico pequeño cuando mi madre ordenó que esta casa se reconstruyera sobre los cimientos de la vieja mansión familiar. Antes de que ella muriese ya estaba construida, aunque no terminada del todo en su interior. Cuando se leyó el testamento de mi madre, en que dejaba esta casa a Bart y se declaraba a Chris administrador hasta que él fuese mayor de edad, decidimos que era una pérdida inútil no completar el trabajo. Chris y nuestro abogado se pusieron en contacto con los arquitectos y contratistas, y la obra prosiguió hasta quedar terminada. Sólo faltaba amueblarla. Eso tuvo que esperar hasta que Bart vino aquí en su época de estudiante universitario y encargó a los decoradores que le dieran el estilo que había tenido en los viejos tiempos. Y tienes razón. Yo hubiera deseado también que esta casa permaneciera en cenizas.

—Quizá tu madre sabía que esta casa era lo que Bart más quería y se la dejó para infundirle confianza. Es muy imponente para él. ¿No has advertido cómo ha cambiado Bart? Ya no es el muchachito que solía esconderse en la penumbra y acechar desde detrás de los árboles. Aquí es el amo, parece un barón revisando sus dominios. O tal vez debería compararle con un rey, puesto que es tan rico, tan tremendamente rico…

«No todavía…, todavía no», pensaba yo. Sin embargo, su voz débil, susurrante, me inquietaba. Yo no quería pensar que Bart fuese tan poderoso como un señor feudal. Pero ella prosiguió:

—Bart es feliz, Cathy, extraordinariamente feliz. Dice sentir lo que le ha ocurrido a Jory. Después telefonea a esos abogados para preguntarles por qué siguen posponiendo la nueva lectura del testamento de su abuela. Alegan que no pueden hacerlo a menos que todas las personas mencionadas en él estén presentes durante la lectura, de modo que lo aplazan hasta el día que Jory salga del hospital. Lo leerán en el despacho de Bart.

—¿Cómo sabes tanto de los asuntos de Bart? —pregunté bruscamente, muy suspicaz de pronto, recordando que ella pasaba mucho tiempo en la casa con mi segundo hijo, acompañados por un hombre viejo que estaba la mayor parte del día en aquella habitación desamueblada que utilizaba como capilla. Joel vería con mucha satisfacción la destrucción de Jory si eso satisfacía a Bart. A los ojos de Joel, un bailarín masculino, que exhibía su cuerpo, saltando y contoneándose delante de las mujeres, cubierto sólo con un taparrabos no era mejor que el peor de los pecadores. Miré nuevamente a Melodie.

—¿Habéis pasado tú y Bart mucho tiempo juntos?

Se levantó decidida.

—Estoy cansada ahora, Cathy. He hablado demasiado, y debes de creer que estoy loca. ¿Todas las embarazadas tienen unos sueños tan terribles? ¿Los tuviste tú? También tengo miedo de que mi bebé no sea normal a causa de la angustia que he sentido tras el accidente de Jory.

Traté de consolarla como pude. Me sentía enferma en mi interior. Más tarde, ya en la cama junto a Chris, comencé a dar vueltas y moverme, entrando y saliendo de mis pesadillas, hasta que él se despertó y me suplicó que le dejara dormir un poco. Entonces lo abracé con fuerza, aferrándome a él como a una tabla salvadora; como siempre me había asido a la única brizna de paja que me impidió ahogarme en el cruel mar de Foxworth Hall.