DESTINO CRUEL

El sol había alcanzado su cenit y Jory no había abierto los ojos todavía. Chris decidió que ambos necesitábamos una buena comida, y la que se servía en el hospital siempre era una mezcla de serrín insípido y cuero de zapato.

—Procura dormir un poco mientras yo estoy fuera, y contrólate. Si Jory despierta, intenta no mostrar pánico, mantente tranquila y sonríe, sonríe y sonríe. Estará aturdido y no tendrá pleno conocimiento. Trataré de volver pronto…

No podía dormir. Estaba demasiado ocupada planteándome cómo actuaría cuando Jory se despertase y permaneciera lúcido el tiempo suficiente para comenzar a formular preguntas. Tan pronto como Chris hubo cerrado la puerta detrás de sí, Jory se movió, volvió la cabeza y esbozó una débil sonrisa.

—Eh, ¿has estado ahí toda la noche? ¿O han sido dos noches? ¿Cuándo ocurrió?

—La noche pasada —murmuré roncamente, tratando de disimular mi voz quebrada—. Has dormido durante horas y horas.

Pareces agotada —dijo con voz apagada. Me conmovió que mostrara más preocupación por mí que por él mismo—. ¿Por qué no vuelves a Hall y duermes un poco? Me encuentro bien. He caído otras veces como antes y siempre he vuelto a bailar a los pocos días. ¿Dónde está mi mujer?

¿Por qué no notaba Jory el yeso que le abultaba el pecho? Advertí entonces que sus ojos no estaban bien enfocados y que seguía todavía bajo los efectos de los sedantes que le habían administrado para aliviar el dolor. Bien… mientras no comenzara a plantear cuestiones que yo prefería que respondiera Chris…

Cerró otra vez sus soñolientos ojos y dormitó, pero, diez minutos más tarde, estaba despierto de nuevo, preguntando.

—Mamá, me siento raro. Nunca me he sentido así anteriormente. No podría describir este estado. ¿Por qué este yeso? ¿Me he roto algo?

—Cayeron las columnas de cartón piedra del templo —expliqué—. Te dejaron inconsciente. ¡Qué manera tan impactante de acabar el ballet! ¿Derribé la casa o el cielo? —bromeó, abriendo los ojos, que se iluminaron como si el sedante, que yo confiaba le mantuviera adormecido, hubiera perdido su efecto—. Cindy estuvo magnífica, ¿no es cierto? ¿Sabes?, cada vez que la veo, la encuentro más hermosa. Realmente es una buena bailarina. Es como tú, mamá, que mejora con la edad.

Me senté sobre mis manos para impedir que al retorcerlas descubriera él mi agitación. Sonreí, me levanté y llené un vaso de agua.

—Órdenes del médico. Has de beber mucho líquido.

Jory bebió a sorbos mientras yo le sostenía la cabeza. Eran tan extraño verle allí, inútil, él que nunca había estado enfermo en la cama. Sus resfriados los había superado en cuestión de pocos días, y ni una sola vez había faltado a sus clases en la escuela o en el ballet, excepto para visitar a Bart cuando convalecía en el hospital después de uno de sus muchos accidentes que nunca le habían causado un daño permanente. Jory se había torcido los tobillos, roto ligamentos, caído y alzado docenas de veces, pero nunca había sufrido heridas graves, hasta ese momento. Todos los bailarines pasaban algún tiempo atendiendo pequeñas lesiones y, algunas veces, incluso grandes; pero una espalda rota, una médula espinal dañada era la pesadilla más temida por todos ellos.

De nuevo Jory dormitó un poco, pero no tardó mucho en abrir los ojos para interrogarme otra vez sobre su estado. Sentada a un lado de su cama, yo hablaba sin cesar sobre cosas triviales, rogando que Chris regresara pronto. Una linda enfermera entró con la bandeja de la comida para Jory, compuesta únicamente por alimentos líquidos. Era como una tregua para mí. Me entretuve con el envase de cartón de leche, abrí el yogur, serví la leche y el jugo de naranja, coloqué una servilleta debajo de su barbilla y comencé a darle el yogur de fresa. Inmediatamente se atragantó e hizo una mueca. Me apartó las manos, diciendo que podía comer solo, pero que no tenía apetito.

Cuando hube retirado la bandeja, confié en que se durmiera. Sin embargo, permaneció despierto, mirándome fijamente, con lucidez en sus ojos.

—¿Podrías explicarme por qué me siento tan débil? ¿Por qué no puedo ni mover las piernas?

—Tu padre ha salido para traer bocadillos para él y para mí. Tú todavía no puedes comerlos. Sin duda serán más sabrosos que la bazofia que sirven en la cafetería de abajo. Espera a que él te lo cuente. Él conoce las palabras técnicas y podrá explicarlo mucho mejor que yo.

—Mamá, yo no entendería los términos técnicos. Dímelo con palabras de profano, ¿por qué no puedo sentir ni mover las piernas? —Su mirada oscura estaba clavada en mí—. Mamá, no soy un cobarde. Puedo afrontar lo que sea que tengas que decirme. Ahora cuéntalo todo, o acabaré suponiendo que tengo la espalda rota y las piernas paralizadas y nunca más podré caminar.

Mi corazón latió más aprisa. Bajé la cabeza. Jory lo había dicho con tono jocoso, como si hablase de algo imposible… y había precisado exactamente su estado.

Mis ojos se llenaron de desesperación. Vacilé, intentando dar con las palabras exactas, consciente de que, incluso las más acertadas, le romperían el corazón. En ese momento Chris entró, portando una bolsa de papel con bocadillos de queso.

—Vaya —dijo alegremente, dirigiendo a Jory una jovial sonrisa—, mira quién está despierto y hablando. —Me tendió un bocadillo—. Lo siento, Jory, pero no podrás comer nada sólido durante unos días debido a la operación. Cathy, cómetelo antes de que se enfríe —ordenó sentándose y desenvolviendo inmediatamente otro bocadillo. Vi que había comprado dos grandes para él. Comió con apetito hasta sacar las bebidas de cola—. No tenían lima como tú querías, Cathy. Es Pepsi.

—Está fría, con mucho hielo; es lo que necesito.

Jory nos observaba con atención mientras comíamos. A duras penas conseguí tragar la mitad del panecillo con queso, intuyendo que mi hijo sospechaba algo. Chris hizo un trabajo admirable comiéndose los dos bocadillos además de una ración de patatas fritas, que yo ni siquiera probé. Chris hizo una bola con la servilleta y la arrojó a una papelera, junto con el resto de los desperdicios.

A Jory le pesaban los párpados. Estaba luchando por mantenerse despierto.

—Padre… ¿me lo explicarás ahora?

—Sí, todo lo que quieras saber. —Chris se acercó para sentarse en la cama y puso su fuerte mano sobre la de Jory, que parpadeaba, ahuyentando el sueño.

—Padre, no siento nada de cintura para abajo. Mientras tú y mamá comíais, he estado intentando mover los dedos de los pies y no he podido. Si me han enyesado porque me he roto la espalda, quiero saber la verdad, toda la verdad.

—Tengo intención de decir toda la verdad —dijo Chris con absoluta firmeza.

—¿Tengo la columna rota?

—Sí.

—¿Tengo las piernas paralizadas?

—Sí.

Jory parpadeaba, estupefacto. Sacó fuerzas de flaqueza para formular la última pregunta.

—¿Volveré a bailar?

—No.

Mi hijo cerró los ojos, apretó los labios formando una línea delgada y permaneció totalmente inmóvil.

Avancé para inclinarme sobre él y eché hacia atrás con ternura los oscuros rizos que le cubrían la frente.

—Cariño mío, sé que estás desolado. No le ha resultado fácil a tu padre decirte la verdad, pero tenías que saberla. No estás solo en este trance. Todos estamos contigo. Estamos aquí para ayudarte a superarlo, para hacer cuanto podamos. Lo superarás. El tiempo sanará tu cuerpo de modo que no sentirás dolor, y llegarás a aceptar lo irremediable. Te amamos. Melodie te quiere, y el próximo enero serás padre. Has alcanzado la cumbre de tu profesión y has permanecido allí durante cinco años… Eso es más de lo que la mayoría de la gente logra en toda una vida.

Por un instante me miró a los ojos. Los suyos traslucían amargura, ira, frustración, traslucían una rabia tan terrible que tuve que desviar la mirada. Le envolvía un feroz resentimiento por haberle sido arrebatado todo cuando aún no tenía lo suficiente.

Cuando lo miré otra vez, había cerrado los ojos, y Chris le estaba tomando el pulso.

—Jory, sé que estás despierto. Te administraré otro sedante para que puedas dormir. Cuando despiertes, quiero que valores lo importante que eres para muchísimas personas. No debes compadecerte a ti mismo ni hundirte en la amargura. Hay gente que está hoy caminando por las calles que nunca experimentará lo que tú ya has experimentado. Ellos no han viajado por el mundo una y otra vez ni han oído los atronadores aplausos ni los gritos de «¡bravo, bravo!». Ellos nunca conocerán el éxito que tú has alcanzado y que puede ser tuyo otra vez en algún otro campo de la creación artística. Tu mundo no se ha parado, hijo, solamente has tenido un traspiés. El camino del triunfo está todavía delante de ti, tendrás que recorrerlo sobre ruedas en lugar de correr o danzar. Otra vez llegarás a él, porque siempre has tenido voluntad de ganar. Encontrarás otro quehacer, otra carrera, y con tu familia hallarás la felicidad. ¿No consiste la esencia de la vida en eso? Todos necesitamos que alguien nos ame, nos necesite, comparta nuestras vidas… y tú tienes todo eso.

Mi hijo no abrió los ojos, no respondió. Tendido en la cama parecía como si la muerte ya lo hubiera reclamado.

En mi interior yo estaba gritando, pues Julian había reaccionado exactamente de la misma manera. Jory nos dejaba al margen, se encerraba en si mismo, en la estrecha y compacta jaula de su mente que rechazaba una vida sin andar y bailar.

Chris clavó una aguja hipodérmica en el brazo de Jory.

—Duerme, hijo mío. Cuando despiertes tu esposa estará aquí. Tendrás que mostrarte valiente por el bien de ella.

Creí notar que Jory se estremecía. Le dejamos profundamente dormido, al cuidado de una enfermera que recibió estrictas instrucciones de no abandonarle ni un momento. Regresamos a Foxworth Hall para que Chris pudiese ducharse, afeitarse y dormir un poco. Después regresaríamos de nuevo junto a Jory. Esperábamos que Melodie nos acompañara.

Sus ojos azules se llenaron de terror cuando Chris le explicó, con la mayor delicadeza posible, el estado de Jory. Ella profirió un pequeño grito y se apretó el abdomen.

—¿Quieres decir… que nunca bailará? ¿Nunca caminará? —murmuró, como si le fallase la voz—. Ha de haber algo que puedas hacer para ayudarle.

Chris truncó tal esperanza.

—No, Melodie. Cuando la médula espinal se ha dañado, las piernas no reciben los mensajes nerviosos del cerebro. Jory puede querer mover las piernas, pero ellas no recibirán el mensaje. Debes aceptarlo tal como es ahora y ayudarle a superar el acontecimiento más traumático con que tendrá que enfrentarse en toda su vida.

Ella se puso en pie de un salto y se quejó lastimeramente:

—¡Pero él ya no será el mismo! Tú acabas de decir que no quiere ni hablar… No puedo ir allí y fingir que no importa, ¡cuando importa mucho! ¿Qué va a ser de Jory? ¿Qué será de mí? ¿Adónde iremos y cómo sobrevivirá él sin caminar ni bailar? ¿Qué clase de padre será ahora Jory si tiene que pasarse el resto de su vida en una silla de ruedas?

De pie, Chris respondió con severidad:

—Melodie, éste no es el momento más adecuado para que te dejes invadir por el pánico y comiences con histerismos. Tienes que ser fuerte. Comprendo que también tú estás sufriendo, pero tendrás que mostrar a tu marido una cara radiante y sonriente que le confirme que no ha perdido a la mujer que ama. No te casaste con él sólo para disfrutar de los buenos momentos, sino también para apoyarle en los malos. Te asearás, te vestirás, te maquillarás, te peinarás con gusto e irás junto a él para abrazarle y besarle; hazle creer que tiene un futuro por el que vale la pena vivir.

—¡Pero no lo tiene! —protestó Melodie—. ¡Jory no lo tiene! —Entonces, derrumbándose, se echó a llorar amargamente—. Perdona, no he querido decir eso… yo lo amo. Lo amo…, pero no me obliguéis a verle allí, tendido, inmóvil y silencioso. No puedo soportar verlo hasta que sonría y acepte su situación; quizá entonces pueda enfrentarme con el hombre en que se ha convertido… Tal vez entonces pueda…

Me disgustó que exteriorizara una histeria tan inútil y faltara a Jory cuando él más la necesitaba. Me acerqué a Chris y enlacé mi brazo con el de él.

—Melodie, ¿acaso crees que eres la primera esposa, futura madre, que de pronto se encuentra con que el mundo se le ha caído encima? ¡No lo eres! Yo estaba embarazada de Jory cuando su padre tuvo un fatal accidente de automóvil. Deberías agradecer que Jory esté vivo.

Ella se desplomó en una silla y bajó la cabeza. Lloró durante un rato, con el rostro oculto tras las manos, antes de levantar la mirada. Sus ojos estaban más oscuros y tristes:

—Quizá él preferiría la muerte… ¿No lo habéis pensado?

El pensamiento que había estado atormentándome durante horas era que Jory decidiera acabar con su vida como había hecho Julián. No podía permitir que eso sucediera. No otra vez.

—Si es eso lo que crees, quédate aquí, llorando —dije, con una dureza no intencionada—. Pero yo no pienso abandonar a mi hijo para que tenga que luchar sin nadie a su lado. Me quedaré junto a él noche y día, y procuraré que no pierda la esperanza. Pero, no olvides, Melodie, que llevas dentro de ti a su hijo, lo que te convierte en la persona más importante de su vida… y también de la mía. Él necesita tu apoyo. Lamento parecer dura, pero ante todo tengo que pensar en él… ¿Por qué no puedes tú?

Sin habla, Melodie, me miraba de hito en hito, con el rostro demudado; las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

—Decidle que iré pronto…, decidle eso —murmuró roncamente.

Eso fue lo que dijimos, y Jory mantuvo los ojos cerrados y los labios apretados. Sabíamos que no estaba dormido; simplemente nos ignoraba.

Jory se negaba a comer, de modo que tuvieron que ponerle tubos en los brazos para alimentarle por vía intravenosa. Pasaron los días del verano, largos y, en su mayor parte, tristes. Algunas horas me deparaban pequeños placeres, mientras estaba con Chris y Cindy, pero muy pocos me proporcionaban esperanza.

Si por lo menos… «Si por lo menos» eran las palabras con que me levantaba por las mañanas, que repetía durante todo el día y me acompañaban hasta la noche. Si por lo menos pudiera vivir otra vez toda mi vida, entonces, quizá podría salvar a Jory, Chris, Cindy, Melodie, a mí misma…, incluso a Bart. Si por lo menos él no hubiera bailado aquel papel…

Lo intenté todo, al igual que Chris y Cindy, para lograr que Jory regresara de aquel terrible y solitario lugar en que se había refugiado. Por primera vez en mi vida no podía llegar hasta él ni aliviar su aflicción.

Mi hijo había perdido lo que más le importaba: el movimiento de sus piernas. Y pronto su poderoso, hábil y maravilloso cuerpo se deterioraría. Yo no soportaba el vaivén de aquellas piernas, bellamente contorneadas, tan quietas bajo la sábana, tan condenadamente inútiles.

¿Había tenido razón la abuela cuando dijo que estábamos malditos, que habíamos nacido para el fracaso y el dolor? ¿Estábamos realmente condenados a que la tragedia robase el fruto de nuestros éxitos? ¿De qué servía lo que Chris y yo pudiéramos haber logrado si nuestro hijo estaba tendido allí, como muerto, y nuestro segundo hijo rehusaba visitarle nunca más?

Bart se había quedado de pie, mirando con fijeza a Jory, que yacía inmóvil, con los ojos todavía cerrados y los brazos estirados a los lados de su cuerpo.

—Oh, Dios mío —murmuró y luego salió apresuradamente del pequeño cuarto. No pude convencerle de que volviera allí de nuevo—. Madre, ni se ha dado cuenta de que estoy aquí, de modo que, ¿de qué sirve entrar? No soporto verlo de esa manera. Lo siento, lo siento de verdad… pero no puedo evitarlo.

Lo miré fijamente, preguntándome si tal vez, impulsada por mi deseo de ayudar a Bart, había arriesgado la vida de mi amado Jory.

Entonces decidí que no podía resignarme a la idea de que Jory nunca caminaría, jamás bailaría otra vez. Aquello era una pesadilla que teníamos que soportar, pero de la que despertaríamos.

Le hablé a Chris de mi plan para convencer a Jory de que podría caminar, y algún día lo haría, aunque no pudiera danzar.

—Cathy, no puedes hacerle concebir falsas esperanzas —advirtió Chris, muy inquieto—. Lo que debes hacer es ayudarle a aceptar lo que no puede cambiarse. Comunícale tu fortaleza. Ayúdale… pero no lo conduzcas por falsos senderos que sólo le proporcionarán desengaños. Ya sé que resultará difícil. Yo me encuentro en el mismo infierno que tú, pero recuerda que nuestro infierno no es nada comparado con el suyo. Podemos amarlo y sentirnos terriblemente acongojados, pero no estamos en su piel. No sufrimos su pérdida; en eso él está completamente solo, enfrentándose a una agonía que ni tú ni yo podemos ni tan siquiera intentar comprender; lo único que podemos hacer es estar presentes cuando decida salir de esa coraza que él cree protectora e infundirle la confianza que necesita para seguir adelante… porque, ¡maldita sea!, Melodie no está sirviendo de gran ayuda.

El hecho de que su propia esposa lo apartara de sí como a un leproso era casi tan terrible como la lesión de Jory. Tanto Chris como yo le habíamos suplicado que nos acompañara al hospital, aunque no dijera nada más que «¡hola!, ¡te quiero!». Era preciso que Melodie le visitara.

—¿Qué podría yo decir que no haya dicho ya? —exclamó Melodie—. ¡Él no quiere que yo lo vea tal como está! Lo conozco mejor que cualquiera de vosotros. Si quisiera verme, lo diría. Además, tengo miedo de echarme a llorar y decir lo que no debo. Aunque me quedase quieta, en cuanto él abriera los ojos percibiría en mi rostro algo que le haría sentirse peor. No quiero ser responsable de lo que pudiera suceder. ¡No insistáis más! Esperad a que él pida que le visite. Quizá encuentre entonces el valor que necesito para hacerlo.

Huyó de Chris y de mí como si fuéramos unos apestados que pudiésemos contaminar el que esa pesadilla tuviera un final feliz.

En el pasillo, frente a nuestras habitaciones, se hallaba Bart, con semblante sombrío, contemplando a Melodie, que se alejaba. Se volvió hacia mí, con inusitada furia.

—¿Por qué no la dejáis tranquila? Yo he ido a ver a Jory y quedé destrozado. En su estado, Melodie necesita reencontrar alguna seguridad, aunque sólo sea en sus sueños. Duerme muchísimo, ¿sabéis? Mientras tú estás con él, ella llora, camina como una sonámbula, con mirada perdida. Apenas come. Tengo que suplicarle que coma, que beba. Entonces se queda mirándome fijamente y obedece como una niña. Algunas veces tengo que darle la comida a cucharadas, sostener el vaso para que beba. Madre, Melodie está en estado de choque… ¡Y a ti sólo se te ocurre pensar en tu precioso Jory sin preocuparte de cómo se encuentra ella!

Comprendí que Bart tenía razón. Me arrepentí de cómo me había comportado con ella. Corrí al lado de Melodie y la estreché entre mis brazos.

—Está bien. Ahora lo entiendo todo. Bart me ha explicado que te cuesta aceptar la situación, pero inténtalo, Melodie, por favor, inténtalo. Aunque él no abra los ojos ni hable, se da cuenta de cuanto sucede, y de quién le visita y quién no.

Melodie apoyó la cabeza en mi hombro.

—Cathy… estoy intentándolo. Concédeme un poco más de tiempo.

A la mañana siguiente, Cindy entró en nuestro dormitorio sin llamar, lo que provocó un gesto de disgusto en Chris. Hubiera debido saber cómo proceder y reprenderla, pero tuve que perdonarla al ver la palidez de su rostro y su expresión asustada.

—Mamá, papá, he de deciros algo, aunque no sé si debería, o si realmente significa algo.

Casi no atendí a sus palabras porque me distrajo lo que llevaba puesto: un bikini blanco, tan escaso, que casi era una ausencia. La piscina que Bart había encargado ya estaba acabada, y aquél era el primer día que funcionaba. El trágico accidente de Jory no iba a quebrantar el estilo de vida de Bart.

—Cindy, me gustaría que llevaras el traje de baño sólo cuando estés en la piscina. Y ese bikini es demasiado atrevido.

Se quedó atónita, abatida y herida porque yo había criticado su bañador. Se miró y se encogió de hombros con indiferencia.

—¡Santo cielo, madre! Algunas de mis amigas llevan tangas… Deberías verlos si mi bikini te parece descarado. Otras no llevan nada en absoluto… —Sus grandes ojos azules estudiaron los míos.

Chris le arrojó una toalla, con la que ella se cubrió.

—Mamá, he de decir que no me gusta cómo me haces sentir; como sucia, igual que me hace sentir Bart. Precisamente he venido a contaros algo que le he oído decir.

—Vamos, habla, Cindy —dijo Chris.

—Bart estaba hablando por teléfono. Había dejado la puerta entreabierta, de modo que oí que estaba conversando con una compañía de seguros. —Hizo una pausa, se sentó en la cama deshecha y se quedó cabizbaja antes de proseguir—: Mamá, papá, parece que Bart contrató una especie de seguro de «fiesta» por si que alguno de sus invitados sufría algún daño.

—Bueno, no es muy extraño —repuso Chris—. La casa está cubierta por un seguro, pero con doscientos invitados Bart necesitaba mucha más seguridad aquella noche.

La cabeza de Cindy se alzó con rapidez. Miró a su padre primero y después a mí. De sus labios escapó un suspiro.

—Supongo que todo está bien en ese caso. Yo sólo había pensado que quizá… quizá…

—¿Quizá, qué? —pregunté con severidad.

—Mamá, tú recogiste un poco de aquella arena que salió de las columnas cuando se rompieron. ¿No tenía que estar seca aquella arena? Bien, pues no lo estaba. Alguien la había humedecido, lo que la hizo más pesada, por lo que no cayó como se suponía debía hacer. A causa de la arena mojada aquellas columnas se derrumbaron sobre Jory como si fuesen de cemento. De otra manera, Jory no se hubiera lesionado tan gravemente.

—Yo estaba enterado de lo del seguro —dijo Chris tristemente, evitando mi mirada—. Desconocía lo de la arena húmeda.

Ni Chris ni yo encontramos palabras para defender a Bart. Sin embargo, lo más probable es que él no hubiera querido hacer daño a Jory…, ¿o matarle? En algún momento de nuestras vidas teníamos que creer en Bart, concederle el beneficio de la duda.

Chris caminaba de un lado a otro por nuestra habitación, con la frente llena de arrugas, mientras explicaba que cualquiera de los que se hallaban en el escenario pudo haber vertido agua sobre la arena, confiando en que las columnas se sostuviesen mejor y con más firmeza. No tenían por qué ser órdenes de Bart.

Los tres descendimos solemnes por la escalera, y encontramos a Bart fuera, en la terraza, junto a Melodie. Con las montañas a lo lejos, los bosques ante ellas, y los exuberantes jardines en plena floración, el escenario era hermoso y romántico. La luz del sol se filtraba por entre el follaje de los árboles frutales y se deslizaba por debajo de la sombrilla listada de colores que se suponía protegía a los ocupantes sentados a la mesa blanca de hierro forjado.

Melodie, para mi sorpresa, estaba sonriente, y su mirada se clavaba en las firmes líneas del rostro de Bart.

—Bart, tus padres no entienden por qué no me decido a visitar a Jory en el hospital. Tu madre me mira con resentimiento. La he defraudado y me he defraudado a mí misma. Soy una cobarde en cuanto a enfermedades se refiere. Siempre lo he sido. Pero sé qué está sucediendo. Sé que Jory está tendido en esa cama, mirando al techo, negándose a hablar. Y sé qué está pensando. Jory no sólo ha perdido el uso de sus piernas, sino también todos los objetivos que se había fijado. Está pensando en su padre y cómo murió. Está intentando sustraerse al mundo para convertirse en un ser nulo al que no echaremos de menos el día que se mate, igual que hizo su padre.

Bart la miró con desaprobación.

—Melodie, no conoces a mi hermano. Jory nunca se suicidaría. Quizá ahora se siente perdido, pero lo superará.

—¿Cómo? —se lamentó Melodie—. Ha perdido lo que era más importante en su vida. Nuestro matrimonio estaba basado en nuestro amor, pero también en nuestras carreras artísticas. Todos los días me convenzo de que puedo visitarle, sonreírle, darle lo que necesita. Pero entonces vacilo y me pregunto qué puedo decir. Carezco de la facilidad de palabra que tiene tu madre. Yo no puedo sonreír y mostrarme optimista como tu padre…

—Chris no es el padre de Jory —objetó secamente Bart.

—Oh, para Jory, Chris es su padre. Por lo menos, aquel que más cuenta. Jory quiere a Chris, Bart, lo respeta y lo admira, y le perdona lo que tú denominas «sus pecados».

Melodie prosiguió mientras nosotros tres permanecimos inmóviles, con la intención de enterarnos de por qué ella actuaba como lo estaba haciendo. Lo que oímos a continuación fue una declaración concluyente:

—Me avergüenza decirlo, pero no puedo verle tal como está.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? —preguntó Bart, con cinismo.

Bebía a sorbos el café mientras miraba a Melodie directamente a los ojos. Si hubiera vuelto la cabeza, aunque sólo fuese un poco, nos hubiera visto a los tres, observando y escuchando.

La respuesta que dio Melodie fue un lamento angustiado.

—¡No lo sé! ¡Estoy destrozada! Odio saber que Jory nunca volverá a ser un marido de verdad para mí. Si no te importa, deseo trasladarme a la habitación situada al otro lado del vestíbulo, que no contiene recuerdos tan dolorosos de lo que solíamos compartir. Tu madre no se da cuenta de que yo estoy tan perdida como él, ¡y de que voy a tener un hijo suyo!

Comenzó a sollozar. Inclinó la cabeza y la apoyó en sus brazos cruzados sobre la mesa.

—Alguien ha de pensar en mí, ayudarme… Alguien…

—Yo te ayudaré —afirmó tiernamente Bart, colocando su bronceada mano en el hombro de Melodie. Con la mano derecha apartó el café a un lado y acarició el cabello ondulado y esparcido de Melodie—. Siempre que me necesites, aunque sólo sea para llorar sobre mi hombro, estaré dispuesto, en cualquier momento.

Si en otras circunstancias hubiera oído hablar a Bart con la misma compasión a alguna otra persona que no fuese Melodie, mi corazón hubiera saltado de gozo. Pero, dada la situación, me sentí desfallecer. Era Jory quien necesitaba a su esposa…, ¡no Bart!

Avancé hacia la luz del sol y ocupé mi lugar en la mesa. Bart retiró sus manos de Melodie y me miró fijamente, como si acabara de interrumpir algo muy importante para él. Chris y Cindy se reunieron entonces con nosotros. Se produjo un silencio que tuve que romper.

—Melodie, deseo mantener una larga conversación contigo en cuanto terminemos de desayunar. Esta vez no vas a huir, ni hacer oídos sordos, ni acallar mi voz con tu mirada ausente.

—¡Madre! —estalló Bart—. ¿Acaso no puedes comprender su situación? Quizá algún día Jory podrá arrastrarse por ahí con unas muletas, si lleva una pesada abrazadera en la espalda y un arnés… ¿Puedes imaginar a Jory con todo eso? Pues yo no.

Melodie lanzó un chillido, y se puso en pie de un salto. Bart se levantó también para sostenerla de manera protectora entre sus brazos.

—No llores, Melodie —la calmaba con voz tierna y cariñosa.

Melodie profirió otro gritito de angustia y después se marchó. Chris, Cindy y yo nos quedamos silenciosos observándola en su huida. Cuando hubo desaparecido, nuestras miradas se clavaron en Bart, que se sentó para terminar su desayuno como si no estuviésemos allí.

—Bart —dijo Chris en el momento oportuno, antes de que Joel se uniera a nosotros—, ¿qué sabes tú de cierta arena húmeda dentro de las columnas de cartón piedra?

—No sé de qué me hablas —contestó Bart suavemente, con aire distraído, contemplando la puerta por donde Melodie había desaparecido.

—En ese caso me explicaré con mayor claridad —prosiguió Chris—. Se había acordado que la arena estuviera seca para que se vertiera fácilmente sin dañar a nadie. ¿Quién la humedeció?

Entornando los ojos, Bart dio una respuesta seca.

—De modo que ahora se me acusa de haber provocado el accidente de Jory, estropeando los mejores momentos de que he disfrutado hasta que él se hizo daño. Después de todo, es lo que solía ocurrir cuando yo tenía nueve y diez años. Culpa mía. Todo sucedía siempre por mi culpa. Cuando Clover murió, los dos pensasteis que había sido yo quien le había colocado el alambre en el cuello; nunca me concedisteis el beneficio de la duda. Cuando Apple apareció muerto, otra vez me echasteis la culpa, a pesar de que sabíais que yo quería tanto a Clover como a Apple. Nunca he matado a nadie. Incluso después, cuando os enterasteis de que había sido John Amos, me hicisteis pasar un infierno antes de disculparos. Bueno, pues ya podéis disculparos ahora mismo porque, ¡maldita sea si tengo yo algo que ver con la espalda rota de Jory!

Yo deseaba tanto creerle que las lágrimas acudieron a mis ojos.

—Pero ¿quién mojó la arena, Bart? —pregunté, inclinándome y cogiéndole la mano—. Alguien lo hizo. —Sus oscuros ojos se tornaron sombríos.

—Algunos de los trabajadores no simpatizaban conmigo por ser demasiado autoritario…, pero dudo de que ellos hicieran algo para dañar a Jory. Después de todo, yo no estaba allá arriba.

Decidí creerle. Bart no sabía nada de la arena mojada. Cuando me encontré con la mirada de Chris, supe que él también estaba convencido. Pero al preguntarle, le habíamos ofendido… otra vez.

Bart permaneció silencioso, sin sonreír, mientras terminaba su desayuno. En el jardín, atisbé a Joel entre las sombras de la densa maleza, como si hubiera estado escuchando nuestra conversación mientras fingía estar admirando las plantas en floración.

—Perdónanos si te hemos herido, Bart. Por favor, haz lo que puedas para ayudarnos a descubrir quién mojó la arena. Si eso no hubiera sucedido, Jory no estaría paralítico.

Cindy, con gran sensatez, había permanecido callada durante todo el tiempo.

Bart iba a responder, pero en aquel momento Trevor salió de la casa y empezó a servirnos. Rápidamente engullí un ligero desayuno y me levanté para marcharme. Tenía que intentar algo para que Melodie recuperara el sentido de la responsabilidad.

—Perdonadme. Chris, Cindy, tomaos el tiempo necesario y acabad vuestro desayuno. Después me reuniré con vosotros.

Joel salió sin ser observado de entre las sombras de la densa maleza y se sentó junto a Bart. Cuando lancé una ojeada por encima de mi hombro vi que el viejo se inclinaba hacia mi hijo y le murmuraba algo.

Descorazonada, me encaminé hacia la habitación de Melodie.

Tendida boca abajo en la cama que ella y Jory habían compartido, Melodie estaba llorando. Me senté en el borde de la cama, buscando las palabras adecuadas. Pero ¿cuáles eran las palabras adecuadas?

—Está vivo, Melodie, y eso es lo que cuenta, ¿no es cierto? Sigue entre nosotros. Está contigo. Puedes alargar la mano y tocarle, hablar con él, decirle todas las cosas que yo hubiera deseado poder decir a su padre. Ve al hospital. Cada día que tú permaneces alejada, él se muere un poco más. Si no le visitas, si te limitas a quedarte aquí, compadeciéndote de ti misma, más tarde lo lamentarás. Jory todavía puede oírte, Melodie. No le abandones ahora. Te necesita más de lo que te ha necesitado nunca.

Salvaje, histérica, Melodie se volvió para golpearme con los puños cerrados. Le cogí las muñecas para impedírselo.

—Pero ¡no puedo mirarle a la cara, Cathy! Sé que él yace allí, silencioso, solo, inaccesible. No responde ni cuando tú le hablas, así pues, ¿por qué ha de responderme a mí? Si yo le besara y él no dijera ni hiciese nada, me moriría por dentro. Además, tú no lo conoces realmente; no como yo. Eres su madre, no su esposa. Ignoras lo importante que es para él su vida sexual, de la que ya no podrá disfrutar. ¿Acaso comprendes tú el dolor que eso está causándole? Por no mencionar la inmovilidad de sus piernas, debido a la cual tendrá que renunciar a su carrera artística. Él anhelaba tanto emular a su padre… su padre verdadero. Y tú te consuelas pensando que Jory está vivo. Pues no lo está. Ya te ha dejado, Cathy. Déjame tú a mí también. Jory no tiene que morir. Ya ha muerto aunque esté con vida.

¡Cómo me hirieron sus fríos razonamientos! Quizá porque eran ciertos.

Me invadió un pánico interior al darme cuenta de que Jory podía muy bien hacer lo que Julián había hecho…, encontrar un medio para acabar con su vida. Intenté consolarme. Jory no era como su padre, era como Chris. Jory se recuperaría tarde o temprano, aprovecharía lo que mejor pudiera lo que le quedaba.

Contemplé a mi nuera y pensé que no la conocía. No conocía a la chica que había visto de vez en cuando desde que ella tenía once años. Había visto la fachada de una chica bonita, graciosa, que parecía siempre estar adorando a Jory.

—¿Qué clase de mujer eres, Melodie? Dime, ¿qué clase?

Giró bruscamente y me miró furiosa.

—¡No de tu clase, Cathy! —exclamó—. Tú estás hecha de un material resistente. Yo no. A mí me mimaron como tú has mimado a tu querida pequeña Cindy. Era hija única y me dieron cuanto quise. Sin embargo, cuando era pequeña descubrí que la vida no es tan bonita como la pintan en los cuentos. En realidad, tampoco la quería de ese modo. Cuando fui lo bastante mayor, me refugié en el mundo del ballet, pues sólo en el mundo de la fantasía podría encontrar la felicidad. Al conocer a Jory me pareció que era el príncipe que yo necesitaba. Pero los príncipes no se caen y se dañan la médula espinal, Cathy, jamás son unos inválidos. ¿Cómo puedo vivir con Jory cuando ya he dejado de verle como un príncipe, Cathy? Di, ¿cómo puedo cerrar los ojos, aturdir mis sentidos para no sentir repulsión cuando él me toque?

Me levanté. Observé sus ojos enrojecidos, su rostro hinchado por el llanto, y me di cuenta de que se desvanecía la admiración que por ella había sentido. Débil, Melodie era débil. Qué necia había sido al creer que su marido no estaba hecho de carne y hueso como el resto de los hombres.

—Supongamos que fueses tú quien se hubiese lesionado, Melodie. ¿Te gustaría que Jory te abandonase?

Ella sostuvo mi mirada con firmeza.

—Sí, lo preferiría.

Salí de la habitación mientras Melodie lloraba todavía sobre la cama.

Chris estaba esperándome abajo.

—He pensado que si vas al hospital esta mañana, yo visitaré a Jory por la tarde, y Melodie puede ir esta noche con Cindy. Estoy seguro de que la has convencido de que vaya.

—Sí, irá, pero no hoy —dije sin mirarle—. Melodie quiere esperar hasta que Jory abra los ojos y hable. Así pues, sólo hay una solución; que alguien permanezca a su lado y consiga que se comunique, que responda.

—Si alguien puede lograr eso, eres tú —murmuró acariciando mi cabello.

Jory yacía boca arriba en la cama. La fractura de la espalda se había producido tan abajo que algún día, en un futuro lejano, quizá podría incluso recuperar la fuerza. Había una serie de ejercicios que más adelante podría realizar.

Yo había comprado dos grandes ramos de flores y los coloqué en unos jarrones altos.

—Buenos días, cariño —saludé con fingida alegría al entrar en la pequeña habitación.

Jory no volvió la cabeza para mirarme. Estaba tumbado tal como le había visto la última vez, con la mirada fija en el techo. Tras besarle ligeramente en la cara, comencé a arreglar las flores.

—Estarás contento de saber que Melodie ya no sufre los mareos matutinos. Pero aún se siente cansada la mayor parte del tiempo. Recuerdo que yo también me encontraba así cuando estaba embarazada de ti. —Me mordí la lengua, pues había perdido a Julián poco después de saber que estaba encinta—. Es un verano raro, Jory. No puedo decir que realmente me guste Joel. Ese viejo parece venerar a Bart, pero no cesa de criticar a Cindy, que, a los ojos de Joel y Bart, nunca actúa correctamente. Estoy planteándome enviar a Cindy a un campamento de colonias de verano hasta que comience la escuela. Quizá sea una buena idea. Tú no crees que Cindy se porte mal, ¿verdad?

Ninguna respuesta. Reprimí un suspiro y evité mirarle con impaciencia. Acerqué una silla a la cama y le cogí la mano inerte. Silencio. Era como sostener un pescado muerto entre los dedos.

—Jory, tendrán que seguir alimentándote por vía intravenosa —advertí—. Si continúas negándote a comer, te pondrán tubos en todas las venas. Utilizarán cualquier método para mantenerte con vida, aunque tengan que conectarte a todas las máquinas que te conserven vivo hasta que dejes de comportarte como un testarudo y vuelvas con nosotros. —No parpadeó, ni habló—. Muy bien, Jory. Hasta ahora he sido amable contigo… ¡pero ya es suficiente! —Mi tono se endureció—. Te quiero demasiado para verte ahí tendido dejándote morir. De modo que ya no te interesa nada, ¿no es cierto?

»Eres un inválido y tendrás que estar sentado en una silla de ruedas hasta que sepas manejar las muletas, si es que alguna vez albergas tal aspiración. Por eso te compadeces de ti mismo y te preguntas cómo y para qué continuar viviendo. Otros lo han hecho, otros se han creado nuevas metas a pesar de haber estado en peores condiciones que tú. Pero claro, supongo que pensarás que los esfuerzos de otros no cuentan cuando el problema te afecta a ti, a tu cuerpo, tu vida…; quizá tengas razón.

»Puedes alegar que el futuro nada te ofrece ahora. Yo también lo pensé al principio. A mí no me gusta verte ahí tendido como estás, tan quieto, Jory. Me rompes el corazón, y destrozas el de tu padre, y el de Cindy, que no vive de angustia. Bart está tan preocupado que no puede soportar verte tan callado. ¿Y qué crees que estás haciendo a Melodie? Ella lleva tu hijo en sus entrañas, Jory, y se pasa el día llorando. Está cambiando, convirtiéndose en otra persona porque nos oye hablar de tu apatía y testaruda incapacidad para aceptar lo que ya es irreversible. Nosotros sentimos mucho, muchísimo, que hayas perdido la movilidad de tus piernas… pero ¿qué podemos hacer sino sacar todo el partido posible de una situación miserable? Jory, vuelve con nosotros. ¡Te necesitamos! No podemos permanecer impasibles y no nos importa que no puedas bailar ni caminar. Te queremos vivo, donde podamos verte y hablar contigo. Contesta, Jory. Di algo, cualquier cosa. Habla con Melodie cuando venga, responde cuando te toque… o la perderás a ella y a tu hijo. Tu esposa te ama, lo sabes, pero ninguna mujer puede vivir del amor cuando el objeto de ese sentimiento la rechaza. Melodie no te visita porque teme enfrentarse con tu rechazo.

Durante ese largo y mesurado discurso yo había mantenido la mirada fija en su rostro, esperando algún ligero cambio de expresión. Me recompensó ver que un músculo cercano a sus apretados labios se contraía.

Animada, proseguí:

—Los padres de Melodie han telefoneado para proponer que su hija vuelva junto a ellos para tener el bebé. ¿Quieres que Melodie se marche convencida de que no puede hacer nada más por ti? Jory, por favor, por favor, no nos hagas esto a todos nosotros, a ti mismo. Tienes mucho que dar todavía al mundo. Eres algo más que un bailarín, ¿lo sabes? Cuando alguien posee talento, sólo exhibe una parte de un árbol que tiene muchas ramificaciones, y tú ni siquiera has comenzado a explorar las otras ramas. ¿Quién sabe lo que podrías descubrir? Recuerda que yo también me dediqué a la danza durante mucho tiempo, y cuando me vi obligada a abandonarla no sabía qué hacer. Al oír la música mientras tú y Melodie bailabais en nuestro salón, me sentía morir por dentro y trataba de no oír aquellas melodías que incitaban a mis piernas a bailar. Mi alma se elevaba… y, de pronto, se estrellaba contra el suelo, y me echaba a llorar. Sin embargo, cuando comencé a escribir dejé de pensar en la danza. Jory, —tú encontrarás algo de interés que reemplace tu pasión por el ballet; sé que sucederá así.

Por vez primera desde que supo que nunca volvería a caminar o bailar, Jory volvió la cabeza. Esa mínima reacción me llenó de un júbilo indescriptible. Fijó brevemente su mirada en la mía. Las lágrimas asomaban a sus ojos.

—¿Mel está pensando en ir a casa de sus padres? —preguntó con voz ronca.

La esperanza se debatía por sobrevivir en mí. Yo desconocía las intenciones de Melodie. Sin embargo, debía expresarlo todo de la manera más delicada, y era muy raro que yo supiera hacerlo. Había fallado con Julián, con Carrie. «Por favor, Dios mío no permitas que fracase con Jory».

—Nunca te dejaría si tú volvieras a ella. Te necesita, te ama. Al alejarte de nosotros, le demuestras que también te apartas de su lado. Tu silencio prolongado y tu negativa a comer dicen tanto, Jory, tanto que atemorizan a Melodie. Ella no es como yo. No devuelve el golpe, no salta, patalea y grita. Llora todo el tiempo, apenas come…, y está embarazada, Jory. Embarazada de tu hijo. Piensa en lo que sentiste cuando te enteraste de lo que hizo tu padre y considera cómo afectaría tu muerte a tu hijo. Reflexiona sobre esto antes de continuar con lo que te has fijado en la mente. Piensa en ti mismo, y en cuánto deseaste haber conocido a tu padre. Jory, no seas como él y dejes un niño sin padre detrás de ti. ¡No nos destruyas a todos, al destruirte tú!

—¡Pero, mamá! —exclamó con gran aflicción—, ¿qué puedo hacer? ¡No quiero permanecer sentado en una silla de ruedas durante el resto de mi vida! ¡Estoy furioso! Hay tanta ira en mí que quisiera golpear y hacer daño a todo el mundo. ¿Qué he hecho yo para merecer este castigo? He sido un buen hijo y un esposo fiel, pero ahora ya no puedo ser un buen marido. Aquí abajo ya no hay excitación. No siento nada de mi cintura para abajo. ¡Sería mejor estar muerto que vivir en este estado!

Bajé la cabeza para apretar mi mejilla contra su mano inerte.

—Quizá tengas razón, Jory. Por tanto, adelante, muere de hambre; así nunca te sentarás en una silla de ruedas…, y no pienses en ninguno de nosotros. Olvida el dolor que invadirá nuestras vidas cuando hayas desaparecido. Olvídate de todas las personas que Chris y yo hemos perdido antes. Nosotros lo asimilaremos bien, pues estamos habituados a perder a quienes más amamos. Lo único que tendremos que hacer será añadir tu nombre a nuestra larga lista de personas de cuya muerte nos sentimos culpables…, porque nos sentiremos culpables. Hurgaremos y hurgaremos hasta encontrar aquello que no supimos hacer bien, aquello en que nos equivocamos y, entonces, lo engrandeceremos hasta que aleje toda felicidad, y nos iremos a nuestras tumbas culpándonos por otra vida marchita.

—¡Mamá! ¡Detente! ¡No soporto oírte hablar de esa manera!

—¡Y yo no soporto lo que nos estás haciendo, Jory! No renuncies. No es propio de ti pensar en la rendición. ¡Lucha! Convéncete de que saldrás de ésta y te convertirás en una persona mejor y más fuerte porque te habrás enfrentado y sabido vencer adversidades que otras personas no pueden ni imaginar.

—No sé si quiero luchar. He estado aquí tendido desde aquella noche, pensando en qué podría hacer. No digas que no tengo necesidad de dedicarme a nada porque tú eres rica y yo también tengo dinero. La vida no es nada si no existe un objetivo, lo sabes bien.

—Tu hijo… Haz de tu hijo tu objetivo. Y trata también de hacer feliz a Melodie. Quédate, Jory, quédate… No puedo soportar perder a nadie más, no puedo, no puedo… —Y entonces, me eché a llorar. Había decidido no mostrar debilidad, pero fue superior a mí. Sollocé fuertemente sin mirarle—. Tras la muerte de tu padre, te convertí a ti, mi bebé, en lo más importante de mi vida. Si lo hice para aliviar un sentimiento de culpabilidad, no lo sé. Pero cuando tú naciste la noche de san Valentín y te colocaron sobre mi pecho para que pudiera verte, mi corazón —casi reventó de orgullo. Tenías un aspecto tan fuerte, y tus ojos azules eran tan brillantes… Agarraste mi dedo y no querías soltarlo. Paul estaba allí, y también Chris. Ambos te adoran desde el principio. Fuiste un bebé tan feliz, te portaste tan bien… Creo que todos te mimamos, y nunca tuviste que llorar para conseguir lo que deseabas y, sin embargo, Jory, nunca te has comportado como un consentido. Posees una fuerza interior que te hará superar tu desgracia. Llegará un día en que te sentirás feliz de haber vivido para ver a ese hijo tuyo. Sé que te alegrarás.

Durante todo ese tiempo, estuve sollozando. Creo que Jory sintió pena de mí. Movió su mano para enjugar mis lágrimas con el borde de su sábana blanca.

—¿Tienes alguna idea de a qué podría dedicarme en una silla de ruedas? —preguntó con una vocecita burlona.

—Tengo miles de ideas, Jory. Mira, un día entero no nos bastaría para ponerlas todas en una lista. Puedes aprender a tocar el piano, estudiar arte, aprender a escribir… O puedes convertirte en instructor de ballet. Para eso no necesitas andar contoneándote por ahí. Lo único que necesitas es un vocabulario adecuado y una lengua incansable. También puedes trabajar de contable o estudiar leyes y competir con Bart. De hecho, hay pocas cosas que no puedas hacer. Todos estamos incapacitados para hacer alguna cosa. Eso deberías saberlo bien tú. La incapacidad de Bart es invisible, pero peor que la que tú puedes tener en tu vida. Reflexiona un poco y acuérdate de su infancia y juventud cargadas de problemas mientras tú bailabas y te divertías. Él estaba atormentado por los psiquiatras que hurgaban dolorosamente en su intimidad más profunda.

Jory tenía los ojos más brillantes, llenos de una vaga esperanza que trataba de encontrar un cabo al que aferrarse.

—Y recuerda la piscina que Bart ha mandado instalar en el patio. Los médicos opinan que tú y tus brazos estáis muy fuertes y que después de alguna terapia física podrás nadar otra vez.

—¿Qué quieres tú que haga, mamá? —Hablaba con voz suave y gentil, mientras me acariciaba el cabello y su mirada rebosaba ternura.

—¡Vivir, Jory! Es lo único que deseo que hagas. Había bondad en sus ojos, unos ojos llenos de lágrimas que no caían.

—¿Y qué hay de ti, papá y Cindy? ¿No estabais planeando partir hacia Hawai?

Durante semanas no me había acordado de Hawai. Miré distraídamente frente a mí. ¿Cómo podíamos marcharnos, estando Jory lesionado y Melodie tan desalentada? Era imposible.

Foxworth Hall nos había atrapado otra vez.