LA ERA DE MALCOLM

La luz del sol me dio en la cara y me despertó. Cuando me hube vestido, sentí de pronto que no era tan viejo como Malcolm y, en cierto modo, me alegré. Pero, por otro lado, me entristecí, porque Malcolm era una persona responsable.

¿Por qué no tenía yo amigos de mi edad, como los otros chicos? Ahora que me había arrebatado a Apple, era inútil que mi abuela afirmase que me quería. Tenía que aceptar el hecho de que John Amos era mi único amigo de verdad.

Salí al jardín y anduve a gatas por allí antes de desayunar, husmeando el suelo, oliendo los seres salvajes a quienes atemorizaba incluso a plena luz del día. El conejito corría como un loco, aunque yo no quería hacerle daño, de veras que no quería.

Durante el desayuno, todos me observaron como si temiesen que fuese a hacer algo espantoso. Advertí que papá no preguntó a Jory cómo se encontraba. Sólo me lo preguntó a mí. Miré enfadado los cereales. ¡Tampoco me gustaban las pasas! Parecían bichitos muertos.

—Te he formulado una pregunta, Bart.

Yo ya lo sabía.

—Estoy bien —respondí, sin mirar a papá, que siempre se levantaba de buen humor y nunca parecía enfurruñado como yo… y como mamá—. Me gustaría que contrataseis una cocinera buena de verdad o, mejor aún, que mamá se quedase en casa y preparase nuestras comidas como hacen otras madres. La bazofia de Emma no es buena ni para los animales.

Jory me miró con severidad y me pegó una patada por debajo de la mesa para indicarme que tuviese el pico cerrado.

—Emma no ha cocinado tus cereales, Bart —dijo papá—. Vienen así en una caja. Y hasta esta mañana siempre te habían gustado mucho las pasas. Incluso querías las de Jory. Pero si esta mañana no te apetecen por alguna razón, no las comas. Oye, ¿por qué tienes sangre en el labio inferior?

¿La tenía? Los médicos estaban siempre viendo sangre porque cortaban a la gente.

Jory se encargó de contestar:

—Estaba jugando a que era un lobo esta mañana. Eso es todo, papá. Supongo que cuando se abalanzó sobre el conejo para clavarle los dientes, se mordió él mismo.

Me sonrió como regodeándose con mi estupidez. Algo estaban tramando. Estaba seguro de que algo tramaban, porque nadie me preguntó por qué jugaba a ser un lobo. Se limitaban a mirarme, como si esperasen que hiciese alguna locura.

Oí que mamá y papá murmuraban más allá de la despensa; hablaban de mí. Se referían a unos médicos, a nuevos especialistas de la cabeza. ¡Pero no iría! ¡No podrían obligarme!

Entonces mamá volvió la cabeza y empezó a charlar con Jory, mientras papá se dirigía al garaje y arrancaba el coche.

—Mamá, ¿ofrecerás realmente esa representación esta noche?

Ella me lanzó una mirada turbada, después esbozó una sonrisa forzada y respondió:

—Por supuesto. No puedo defraudar a mis alumnos, ni a los padres y al público que han pagado ya sus entradas.

«Los tontos se desprendían pronto del dinero», pensé.

—Tendré que avisar a Melodie —dijo Jory—. Ayer le dije que era posible que la representación fuese cancelada.

Me miró como si yo tuviese la culpa de todo, incluso de que pudiesen cancelarse las representaciones. Pero yo no asistiría, aunque se acordasen de invitarme. No quería ver esos ballets tontos donde todo el mundo danzaba sin decir palabra. Ni siquiera bailarían El lago de los cisnes, sino el ballet más tonto y aburrido de todos: Copelia.

Papá entró de nuevo en la casa, porque había olvidado algo, como de costumbre.

—Supongo que tú representarás el papel de príncipe —dijo a Jory, que se volvió a mirarle desdeñosamente.

—Pero bueno, papá, ¿es que no vas a aprender nunca? ¡En Copelia no aparece ningún príncipe! La mayor parte del tiempo formo parte del corps; pero mamá estará formidable en su papel. Ella misma ha ideado la coreografía.

—¿Qué dices? —rugió papá, volviéndose a mirar severamente a mamá—. Cathy, ¡sabes que no puedes actuar con esa rodilla tan delicada! Me prometiste que no volverías a bailar en un escenario. Tu rodilla puede flaquear en el momento menos pensado y hacerte caer. Una caída más y tal vez quedes inválida para toda la vida.

—Sólo esta vez —suplicó ella, como si toda su vida dependiese de volver a bailar—. Sólo haré el papel de la muñeca mecánica, sentada en un sillón. ¡No te inquietes tanto por tan poca cosa!

—¡No! Si actúas esta noche y no te caes, creerás que tu rodilla está perfectamente y querrás repetir tu éxito. Entonces quizá te lesiones la rodilla para siempre. Con una sola caída fuerte, puedes romperte la pierna, la pelvis, la espalda… No sería la primera vez, ¡y tú lo sabes!

—¡Nombra todos los huesos de mi cuerpo! —repuso ella. Yo pensé que si se rompía los huesos y no podía volver a bailar tendría que quedarse conmigo en casa todo el tiempo.

—Sinceramente, Chris, ¡en ocasiones me tratas como si fuese tu esclava! Mírame. Tengo treinta y siete años, y pronto seré demasiado vieja para bailar. Deja que me sienta útil, como te sientes tú. Tengo que bailar, sólo una vez más.

—No —insistió él, pero ya con menos firmeza—. Si cedo ahora, no será la última vez. Querrás repetirlo…

—No voy a suplicarte, Chris. Ninguna de mis alumnas es capaz de representar ese papel, así que lo haré yo, tanto si te gusta como si no.

Me lanzó una mirada, como si lo que yo pensara le importase más que lo que pensara él. Yo estaba contento, muy contento… ¡porque se iba a caer! En lo más profundo de mi ser, sabía que podía hacerla caer gracias al poder de mi voluntad. Sentado entre el público, haría un encantamiento, y entonces se convertiría en mi compañera de juegos. Le enseñaría a andar a gatas y husmear el suelo como un perro o como un indio, y ella se sorprendería al descubrir lo divertido que era.

—No estoy hablando de una lesión leve, Catherine —prosiguió su odioso marido—. Durante toda tu vida has sometido tus articulaciones a una fuerte tensión, prescindiendo del dolor. Pero ya es hora de que comprendas que el bienestar de tu familia depende de tu salud.

Miré enojado a papá, lamentando que su mala memoria le hubiese hecho regresar y oír demasiado. Mamá ni siquiera pareció sorprendida de que hubiese vuelto a olvidar la cartera, a pesar de que, como médico que era, debía tener buena memoria. Le entregó la cartera, que él había dejado junto al plato del desayuno, y sonrió maliciosamente.

—Cada día haces lo mismo. Vas al garaje, pones el coche en marcha y entonces te das cuenta de que no llevas tu cartera.

La sonrisa de él fue tan maliciosa como la de ella.

—Sí, es verdad. Pero así tengo oportunidad de volver y oír todas las cosas que no quieres contarme.

Se metió la cartera en el bolsillo trasero del pantalón.

—Chris, no me gusta contradecirte, pero no puedo ofrecer una representación mediocre. Además, Jory tendrá ocasión de lucirse en su solo…

—Por una vez en la vida, Catherine, escucha lo que te digo. Tenemos radiografías de tu rodilla. Sabes que el cartílago está roto, y sigues padeciendo un dolor crónico. Hace años que no has bailado sobre un escenario. El dolor crónico es una cosa, y un dolor agudo, otra muy distinta. ¿Es eso lo que quieres?

—¡Oh, los médicos! —se burló ella—. Todos tenéis nociones horribles de la fragilidad del cuerpo humano. Me duele la rodilla, ¿y qué? Todos los que bailan se quejan de dolores y molestias. Cuando estaba en Carolina del Sur, los bailarines se quejaban, igual que en Nueva York y Londres… Ahora di, ¿qué significa para ellos el dolor? Nada, doctor, absolutamente nada que yo no pueda soportar.

—¡Cathy!

—Hace más de dos años que no me duele en exceso la rodilla. ¿Acaso has oído que me quejara, siquiera de una molestia?

Tras estas palabras, papá salió de la cocina, cruzó el cuarto trastero y se metió en el garaje.

Al instante mamá echó a correr detrás de él, y yo hice lo propio tras ella, esperando oír el final de su discusión y deseando que ganase ella. Por fin disfrutaría de ella yo solo.

—¡Chris! —llamó y, abriendo la portezuela, se sentó a su lado y le rodeó el cuello con los brazos—. No te marches enojado. Te quiero, te respeto y te prometo que ésta será la última vez que baile en público. Te juro que nunca, nunca, volveré a bailar en un escenario. Sé por qué debo quedarme en casa. Lo sé…

Se besaron. Jamás vi a dos personas que se besaran tanto. Entonces ella se apartó, le miró dulcemente a los ojos y le acarició la mejilla, susurrando:

—Es mi primera oportunidad de bailar en público con el hijo de Julián, querido. Observa a Jory y te darás cuenta de lo mucho que se parece a su padre. He preparado impas de deux especial, en el que yo seré la muñeca mecánica y Jory un soldado mecánico. Es lo mejor que he hecho jamás. Quiero que tú estés entre el público y te enorgullezcas de tu esposa y del chico. No quiero que te inquietes por mi rodilla. Sinceramente, he ensayado y no me ha dolido.

Le dio unas palmadas y le besó un poco más. Comprendí que él la quería más que a nadie en el mundo, más que a nosotros, incluso más que a sí mismo. ¡Estúpido! ¡Qué estúpido era al amar tanto a una mujer!

—Está bien —dijo—. Pero tiene que ser la última vez. Tu rodilla no soportaría años y años de práctica. Incluso en la enseñanza, la fuerzas demasiado, tanto que otras articulaciones pueden salir perjudicadas.

Se apartó de él, se apeó del coche y dijo con voz triste:

—Hace años, madame Marisha me dijo que no podría vivir sin bailar, y yo lo negué. Ahora tendré ocasión de averiguarlo.

¡Bravo! Exactamente las palabras que él necesitaba oír para que se le ocurriese una nueva idea. Se asomó por la ventanilla y la llamó.

—Cathy, ¿qué hay de ese libro que me comentaste que pensabas escribir? Es un buen momento para empezar. —Me dirigió una larga mirada que hizo que me sintiese transparente como un cristal—. Bart, recuerda que te queremos mucho. Si sientes resentimiento contra alguien o contra algo, lo único que tienes que hacer es decírmelo o decírselo a tu madre. Estamos dispuestos a escuchar y a hacer todo lo posible para que seas feliz.

¿Feliz? Sólo podría ser feliz cuando él se hubiese alejado de su vida. Sólo podría ser feliz cuando ella fuese toda para mí. Entonces recordé a aquel viejo, a aquellos dos viejos, a Malcolm y a John Amos. Ninguno de ellos quería que siguiese viva…, ninguno de ellos. Yo deseaba ser como ellos, especialmente como Malcolm, y por eso imaginé que él estaba en el garaje, esperando a que papá se marchase y yo me quedase solo. A él le gustaba que yo estuviera solo, que me sintiese triste, abandonado, ruin, irritado… Y precisamente en ese momento, él estaba sonriendo.

En cuanto mamá y Jory se hubieron marchado, poco después de partir papá, Emma volvió a emprenderla conmigo, incordiándome con odio.

—Bart, ¿no puedes limpiarte esa sangre del labio? ¿Por qué has de seguir mordiéndolo? La mayoría de la gente procura no hacerse daño.

¿Qué sabía ella de mí? Yo no sentía dolor cuando me mordía el labio. Y me gustaba el sabor de la sangre.

—Te diré algo, Bartholomew Scott Winslow Sheffield; si fueras hijo mío, sentirías el ardor que produciría mi mano en tu trasero. Creo que te encanta atormentar a la gente y portarte mal para atraer su atención. ¡No hace falta ser psiquiatra ni tener diez diplomas para saberlo!

—¡Calla! —ordené.

—No te atrevas a gritar ni a decirme que me calle. ¡No voy a aguantarte más! Tú eres el responsable de todo lo que ocurre en esta casa. Rompiste aquella preciosa figurita que tanto apreciaba tu madre. La encontré en el cubo de la basura, envuelta en un periódico. Puedes estar ahí sentado, con el entrecejo fruncido, mirándome con tus negros y feos ojos, pero no me asustas. Tú fuiste quien ató aquel alambre al cuello de Clover para matarlo. ¡Debería caerte la cara de vergüenza! Eres un niño ruin y odioso, Bart Sheffield, y no es extraño que no tengas amigos, ¡no es extraño! Y voy a ahorrar a tus padres miles de dólares poniéndote sobre mi rodilla y zurrándote el trasero hasta que se te ponga morado. ¡No podrás sentarte cómodamente en dos semanas!

Me dominaba con su estatura, haciéndome sentir pequeño e indefenso. Hubiese preferido ser cualquiera menos yo mismo, alguien que fuese realmente fuerte.

—¡Tócame y te mataré! —amenacé con voz fría.

Me puse muy tieso, con las piernas separadas, apoyando las manos en la mesa para conservar el equilibrio. Estaba ardiendo de rabia por dentro. Ahora sabía cómo convertirme en Malcolm y cómo ser lo bastante implacable para conseguir lo que quisiera y cuando quisiera.

Desde luego, la había asustado. Tenía los ojos desorbitados y llenos de temor. Mostré los dientes y torcí los labios en una mueca burlona.

—Mujer, ¡vete al infierno y aléjate de mí antes de que pierda la paciencia!

Emma retrocedió sin decir palabra, corrió hacia el comedor y salió al pasillo para proteger a Cindy.

Esperé durante todo el día. Cuando Emma debió de suponer que estaría escondido en mi agujero del seto, dejó sola a Cindy en un cajón de arena, a la sombra del enorme y viejo roble y de un lindo toldo. Nada era demasiado para Cindy, pese a que no era más que una hija adoptiva.

Rió entre dientes cuando vio que me acercaba cojeando, como si yo le pareciese gracioso y sólo estuviese fingiendo que era un viejo. Trataba de seducirme con su sonrisa, sentada allí, medio desnuda, con sólo un pantaloncito verde y blanco. Había crecido, era más bonita y se había convertido en una mujer más, incitando maliciosamente a los hombres a hacer el mal. Traicionaría a aquel que la amase, y también a sus hijos. Pero…, pero… si fuese fea, ¿qué hombre la querría? Si fuese fea, no tendría hijos, no podría seducir a los hombres. Yo salvaría a sus hijos del daño que pudiese causarles ella en el futuro. Lo importante era salvar a los hijos.

—Barrtee —dijo sonriendo, sentada con las piernas cruzadas de manera que pudiese ver sus braguitas de blonda debajo del pantaloncito de juego—. ¿Quieres jugar, Barrtee? ¿Quieres jugar con Cindy…?

Me alargó sus manitas rollizas. ¡Sí, estaba tratando de seducirme! Sólo tenía dos años y algunos meses y ya conocía todos los ardides malignos de las mujeres.

—¡Cindy! —llamó Emma desde la cocina. Pero como yo permanecía agachado, no podía verme detrás de los arbustos—. ¿Estás bien?

—¡Cindy juega a castillos de arena! —respondió aquella menudencia, como si pretendiese protegerme.

Después cogió su rojo cubo de arena preferido y me lo ofreció, junto con su pala roja y amarilla.

Mi mano se cerró con más fuerza sobre el mango de mi cortaplumas.

—Cindy, bonita —la arrullé aproximándome más y sonriendo dulcemente. Ella respondió con una risita—. La bonita Cindy quiere jugar a salón de belleza…

Palmoteó.

—¡Ohhhh! —exclamó—. ¡Qué bien!

Sus suaves cabellos rubios parecían de seda entre mis dedos. Rió cuando tiré de ellos y deshice el lazo de su cola de caballo.

—No te haré daño —le dije, mostrándole mi cortaplumas con mango de nácar—. No grites… Estate quietecita en el salón de belleza hasta que haya terminado.

Tenía en mi habitación la lista de palabras nuevas. Debía pronunciarlas, deletrearlas bien, y emplearlas al menos cinco veces el mismo día, para después continuar usándolas. Era preciso conocer palabras importantes para impresionar a la gente, para que supiesen que yo era el más listo.

«Amedrentador» era una de ellas; significaba que uno espantaba a la gente.

«Sensual» era una mala palabra. Expresaba la emoción que se siente al tocar a las niñas. Tenía que rechazar las cosas sensuales.

Al poco rato me cansé de las palabras importantes que tenía que aprender para que me respetasen. Me estaba hartando de fingir que era Malcolm. Lo malo era que estaba perdiendo mi verdadera personalidad. Ahora no era enteramente Bart. Sin embargo, a medida que Bart se alejaba, yo parecía mucho menos estúpido y lastimoso de lo que había sido.

Releí una página del libro de Malcolm, en que se refería a sus experiencias cuando tenía la misma edad que yo. Aborrecía los lindos cabellos rubios, como los de su madre y como serían los de su hija, aunque nada sabía de su pequeña Corinne cuando escribió:

«Se llamaba Violet Blue, y sus cabellos me recordaban a los de mi madre. Odiaba sus cabellos. Asistíamos a la misma escuela dominical, y yo me sentaba detrás de ella y contemplaba aquellos cabellos que algún día hechizarían a un hombre y harían que éste la desease, como aquel amante había deseado a mi madre».

»Ella me sonrió un día, esperando un cumplido, pero yo le di un chasco. Le dije que sus cabellos eran feos. Para mi sorpresa, se echó a reír. "¡Pero si son del mismo color que los tuyos!"».

»Aquel día me afeité la cabeza… y al día siguiente agarré a Violet Blue y la derribé. Cuando se fue a casa, llorando, estaba tan calva como yo».

Los lindos cabellos rubios que habían sido de Cindy fueron arrastrados por el viento. Ella estaba llorando en la cocina, pero no porque yo la hubiese asustado o le hubiese hecho daño, sino porque el estridente grito de Emma le dio a entender que algo había ido mal. Ahora, los cabellos de Cindy eran como los míos: cortos, erizados y feos.