Hacia la cumbre

JULIÁN NO BAJABA TAN a menudo como antes, y su madre y su padre se quejaban de ello. Cuando venía, bailaba mejor que nunca, pero ni una vez le vi mirar en mi dirección. Sin embargo, sospechaba que me miraba mucho cuando yo no podía verle. Yo iba mejorando, tenía más disciplina, me dominaba más… y trabajaba. ¡Oh, cómo trabajaba!

Desde el principio me había incluido en el grupo profesional de la Rosencoff Ballet Company, pero sólo como miembro del corps de ballet. Esta Navidad íbamos a presentar, alternativamente, Cascanueces y La Cenicienta.

Un viernes por la tarde, cuando hacía rato que los otros se habían marchado, tenía toda la sala de baile para mí y me había sumido en el mundo del Hada Madrina, pretendiendo dar algo diferente a este papel, cuando me encontré de pronto con que Julián bailaba conmigo. Parecía mi sombra, haciendo lo mismo que yo, incluso las piruetas, como imitando lo que yo hacía.

Frunció el ceño y agarró una toalla para enjugarse la cara y los cabellos. Yo giré sobre las puntas de los pies y me dirigí al vestuario. Aquella tarde tenía que comer con Paul.

—¡Espera, Cathy! —me gritó—. Sé que no me aprecias…

—No.

Sonrió maliciosamente, inclinándose para mirarme a los ojos. Sus labios rozaron mi mejilla al apartarme, y después me aprisionó entre sus brazos, apoyando las palmas de las manos en la pared para impedir que huyese.

—¿Sabes una cosa? Creo que deberías representar el papel de Clara o el de Cenicienta. —Me hizo cosquillas debajo del mentón y me besó cerca de la oreja—. Si fueses amable conmigo, podría hacer que te confiasen ambos papeles.

Me agaché y eché a correr.

—¡No pienses más en esto, Julián! —grité—. Tus favores tendrían un precio… y tú no me interesas.

Diez minutos más tarde, me había duchado y vestido y me disponía a salir del edificio cuando apareció Julián, en traje de calle.

—En serio, Cathy, creo que estás preparada para actuar en Nueva York. Marisha piensa igual que yo. —Su sonrisa era torcida, como si la opinión de su madre valiese menos que la suya—. Sin compromiso. A menos que algún día decidas que haya compromiso.

Ahora no supe qué decir; por consiguiente, no dije nada. Me eligieron para los dos papeles en las representaciones de Rosencoff. Pensé que las otras chicas me tendrían envidia y se mostrarían rencorosas, pero, en vez de esto, aplaudieron cuando se anunció la decisión. Todas trabajábamos bien y pasamos unos ratos alegres y excitantes. ¡Entonces llegó el día de mi debut como Cenicienta!

Julián ni siquiera llamó a la puerta antes de entrar en el vestuario de las chicas para observar mi vestido de harapos.

—No estés tan nerviosa. Allí sólo hay gente. No creerás que volví para bailar con una chica que no fuese sensacional, ¿verdad?

Ya entre bastidores, su brazo se apoyaba en mi hombro, dándome confianza mientras ambos contábamos los segundos que me faltaban para entrar en escena. Él debía intervenir mucho después. Yo no podía ver a Paul, a Chris, a Carrie ni a Henny, en la sala oscurecida. Mi temblor aumentó al menguar la luz de las candilejas e iniciarse la obertura. Después se alzó el telón. Mi creciente ansiedad desapareció instantáneamente, como por efecto de un asombroso recuerdo dinámico, y me dejé llevar y dirigir por la música. No era Cathy, ni Catherine, ni nadie, ¡sólo era Cenicienta! Barría las cenizas del hogar y observaba con envidia los preparativos de dos odiosas hermanastras para ir al baile, sintiendo que el amor y la aventura no entrarían nunca en mi vida.

Si cometí errores, si mi técnica no fue perfecta, no me di cuenta de ello. Estaba enamorada de la danza, me encantaba bailar delante de un público numeroso, ser joven y hermosa, y, sobre todo, amaba la vida y todo lo que tenía que ofrecerme ésta fuera de Foxworth Hall.

Mis brazos se llenaron de rosas rojas, amarillas y rosadas. Me estremecí cuando el público se puso en pie para brindarnos una estruendosa ovación. Tres veces tendí a Julián una rosa de diferente color, y cada vez se cruzaron y quedaron prendidas nuestras miradas. «Mira —me decía en silencio la suya—, ¡estamos creando magia los dos juntos! ¡Somos la perfecta pareja de baile!».

Me llevó aparte durante la fiesta que siguió.

—Ahora sabes lo qué es esto —dijo suavemente, en tono persuasivo y con ojos suplicantes—. ¿Puedes renunciar al aplauso? ¿Puedes continuar aquí, en una población provinciana, cuando Nueva York te está esperando? Emparejados, Cathy, ¡seremos sensacionales! Nos adaptamos perfectamente. Contigo bailo mejor que con cualquier otra bailarina. ¡Oh, Cathy! Tú y yo, juntos, podríamos llegar mucho antes a la cima. Te juro que cuidaré de ti. Velaré por ti y nunca dejaré que te sientas sola.

—No sé —repuse tristemente, aunque sentía entusiasmo en mi interior—. Primero tengo que terminar mis estudios en la escuela superior… Pero ¿de veras crees que soy lo bastante buena? Allí esperan lo mejor.

—¡Tú eres lo mejor! Confía en mí, cree en mí. La compañía de Madame Zolta no es la más importante de todas, ni la mejor, pero ella tiene las dotes necesarias para que nuestra compañía suba al nivel de las más grandes y las más antiguas, ¡cuando tenga una pareja fantástica como nosotros!

Le pregunté cómo era Madame Zolta. Esto le hizo pensar que había accedido ya, y, después de reír un poco, consiguió poner un beso en mis labios.

—¡Te encantará Madame Zolta! Es rusa, y es la viejecita más dulce, más amable y más gentil que hayas conocido nunca. Será como una madre para ti. (¡Santo Dios!). Sabe todo lo que hay que saber sobre la danza. A veces es nuestro médico, nuestro psicólogo; es todo lo que necesitamos. Comparado con esto, vivir en Nueva York es como vivir en Marte; es otro mundo, un mundo mejor. Te gustará en seguida. Te llevaré a restaurantes famosos donde comerás cosas que no probaste nunca. Te presentaré a estrellas de cine, a celebridades de la Televisión, a actores, actrices y autores.

Traté de resistirle fijando la mirada en Chris, en Carrie y en Paul, pero Julián se movía de manera que me quitaba la vista. Sólo podía verle a él.

—Tú naciste para esta vida, Cathy —y ahora parecía sincero y absolutamente serio—. ¿Por qué has estudiado y sacrificado tanto, si no es para triunfar? ¿Puedes conseguir aquí la fama que deseas?

No. No podía. Pero Paul estaba aquí. Chris y Carrie estaban aquí. ¿Cómo podía dejarles?

—Cathy, ven conmigo al lugar que te corresponde, detrás de las candilejas, en el escenario, con rosas en tus brazos. Ven conmigo, Cathy, y haz que mis sueños se vuelvan también realidad.

¡Oh! Esta noche estaba ganando él la partida, y yo estaba aturdida con mi primer triunfo, y, aunque quería decirle en realidad que no, asentí con la cabeza y dije:

—Sí… Iré, pero sólo si tú vienes a buscarme. Nunca he subido a un avión, y, cuando aterrizase, no sabría adonde ir.

Entonces me abrazó cariñosamente, me retuvo y rozó mis cabellos con sus labios. Por encima de su hombro pude ver a Chris y a Paul que miraban en mi dirección, y ambos parecían asombrados y más que un poco dolidos.

En enero de 1963, me gradué en la escuela superior. No con notas brillantes, como Chris, pero aprobando los exámenes.

Chris era tan inteligente que era más que probable que terminara el college en tres años, en vez de cuatro. Había logrado ya varias becas para descargar a Paul de parte de los gastos de su educación, aunque éste nunca habló de que tuviésemos que devolverle nada. Lo único que se daba por entendido era que Chris colaboraría con Paul en cuanto obtuviese su título de doctor en Medicina. Yo me maravillaba de que Paul siguiese gastando en nosotros sin quejarse nunca, y, cuando le pregunté, me explicó:

—Me gusta saber que estoy contribuyendo a dar al mundo un médico maravilloso, como lo será Chris, y una superbailarina, como lo serás tú un día. —Al decir esto, pareció triste, terriblemente triste—. En cuanto a Carrie, espero que decida quedarse conmigo y casarse con algún chico de aquí, de modo que pueda verla a menudo.

—Cuando yo me marche, volverás con Thelma Murkel, ¿no es verdad? —pregunté con cierta amargura, pues hubiese querido que siguiese siéndome fiel a pesar de los muchos kilómetros que nos separarían.

—Quizá —respondió él.

—Pero no amarás a nadie tanto como a mí; dilo.

Él sonrió.

—No. ¿Cómo podría amar a nadie como te amo a ti? Nadie podría bailar en mi corazón como tú lo hiciste, ¿eh?

—No te burles de mí, Paul. Di una sola palabra y no me iré. Me quedaré.

—¿Cómo podría pedirte que te quedaras, si tienes un destino que cumplir? Tú naciste para bailar, no para ser esposa de un tosco médico de pueblo.

¡Matrimonio! ¡Había dicho «esposa»! Era la primera vez que se refería al matrimonio.

Mucho más terrible fue decirle a Carrie que me iba. Sus gritos fueron ensordecedores y lastimeros.

—¡No puedes marcharte! —vociferó, llorando a moco tendido—. Prometisteis que siempre estaríamos juntos, ¡y ahora Chris y tú os marcháis y me dejáis! ¡Llévame también! ¡Llévame contigo!

Me pegaba con sus puños menudos, me daba patadas en las piernas, resuelta a hacerme sufrir por lo que Chris y yo le estábamos haciendo…, como si no sufriera ya bastante por dejarla.

—Trata de comprenderlo, Carrie. Yo volveré, y también Chris; no te olvidaremos.

—¡Os odio! —gritó—. ¡Os odio a Chris y a ti! ¡Ojalá os muráis en Nueva York! ¡Espero que os caigáis muertos los dos!

Paul vino en mi auxilio.

—Me tendrás a mí todos los días, y también a Henny —dijo, levantando en brazos el ligero cuerpecito de Carrie—. Nosotros no vamos a ninguna parte. Y tú serás la única hija de la casa cuando Cathy esté fuera. Vamos, sécate las lágrimas, sonríe y alégrate por tu hermana. Recuerda que luchó por esto durante años, cuando estabais encerrados allá arriba.

Yo sentí un dolor intenso en mi interior al preguntarme si realmente la carrera de bailarina me importaba tanto como siempre había pensado. Chris me dirigió una larga y triste mirada, y después se agachó para asir mis nuevas maletas azules. Salió apresuradamente por la puerta principal, tratando de que yo no viese las lágrimas en sus ojos. Cuando salimos todos los demás, él estaba plantado junto al coche blanco de Paul, erguidos los hombros, sereno el semblante, resuelto a no mostrar la menor emoción.

Tuvimos que cargar también con Henny, que no quiso quedarse sola en casa, llorando. Sus elocuentes ojos castaños me hablaban, deseándome suerte, mientras sus manos enjugaban las lágrimas de las mejillas de Carrie.

En el aeropuerto, Julián paseaba arriba y abajo, mirando continuamente su reloj. Tenía miedo de que me hubiese echado atrás y no compareciese. Estaba muy guapo con su traje nuevo, y sus ojos se iluminaron cuando me vio.

—Gracias a Dios. Empezaba a pensar que había venido aquí para nada, y que no volvería a repetir mi intento.

La noche última me había despedido ya en privado de Paul. Sus palabras seguían sonando en mis oídos cuando subí al avión:

—Los dos sabíamos que esto no podía durar, Catherine. Desde el primer momento te lo advertí. Abril no puede casarse con setiembre.

Chris y Paul nos siguieron en la rampa para ayudarme a transportar los muchos bultos de mano que no había querido facturar, y una vez tuve que abrazar a Paul.

—Gracias por todo, Catherine —murmuró, de manera que ni Chris ni Julián pudiesen oírle—. No mires atrás con añoranza. Olvídate de mí. Olvida el pasado. Concéntrate en la danza y espera un poco antes de enamorarte de alguien…, y entonces procura que sea alguien de tu edad.

Con voz ahogada, le pregunté:

—¿Y qué será de ti?

Él esbozó una sonrisa forzada y después una risita.

—No te preocupes por mí. Me quedará el recuerdo de una hermosa bailarina, y me bastará con esto.

Rompí a llorar. ¡Recuerdos! ¿Qué eran los recuerdos? Un instrumento de tortura, ¡nada más! Me volví, ciegamente, y me encontré en los brazos de Chris. Mi Christopher Doll tenía ahora 1,80 m de estatura, y era mi caballero galante, noble y sensible. Por fin pude desprenderme de su abrazo y él asió mis manos, las dos, mientras nuestras miradas se encontraban y ligaban. También había compartido yo muchas cosas con él, más que con Paul.

«Adiós, viva, alegre, habladora y regañadora enciclopedia ambulante, compañero en la prisión de la esperanza… No tienes que llorar por mí… Llora por ti… o no llores. Esto ha terminado. Acéptalo, Chris, como lo acepto yo, como tienes que aceptarlo. Sólo eres mi hermano. Yo soy sólo tu hermana, y el mundo está lleno de mujeres hermosas que te amarán mejor de lo que yo puedo o podría amarte…».

Yo sabía que él oía todas estas palabras no pronunciadas, y, sin embargo, seguía mirándome con el corazón en los ojos, causándome un dolor intenso.

—Cathy —dijo con voz ronca y lo bastante fuerte para que Julián lo oyese—, no es que tenga miedo de que no triunfes; ¡sé que lo conseguirás, si dominas tus malditos impulsos! Por favor, no hagas nada impremeditado de lo que puedas arrepentirte más tarde. Prométeme que reflexionarás sobre todas las consecuencias, antes de lanzarte. Guárdate del sexo y del amor. Espera a ser lo bastante mayor para saber lo que quieres de un hombre, antes de elegirlo.

Estoy segura de que mi sonrisa era maliciosa, porque yo había elegido ya a Paul. Miré a Paul, que parecía serio, y después a Julián, que tenía el ceño fruncido y echaba chispas por los ojos, observando a Chris y después a Paul.

—Guárdate tú también del sexo y del amor —dije en son de chanza a Chris, esforzándome en que mi tono fuese ligero. Le abracé con fuerza una vez más, y le solté—. Escríbeme a menudo, y ven a Nueva York con Paul, Carrie y Henny siempre que podáis… O ven solo, pero ven… ¿Prometido?

Él lo prometió solemnemente. Nuestros labios se rozaron brevemente, y después me volví para ocupar mi asiento junto a la ventanilla. Como era mi primer viaje en avión, Julián me había otorgado amablemente este privilegio. Agité locamente la mano, despidiéndome de mi familia, aunque ni siquiera podía verla desde la ventanilla del avión.

Julián, tan diestro y hábil en el escenario, estaba perdido cuando se trataba de manejar a una chica que lloraba sobre su hombro, temblorosa, añorando la casa y arrepintiéndose de marcharse cuando el avión no había alcanzado aún los mil quinientos metros.

—Me tienes a mí —dijo, suavemente—. ¿No te juré que cuidaría de ti? Y lo haré, palabra de honor; haré todo lo que pueda para que seas feliz. —Sonrió y me besó ligeramente—. Y, querida mía, temo que exageré un poco al contarte las virtudes de Madame Zolta; un poquitín, como no tardarás en descubrir.

Le miré fijamente.

—¿Qué quieres decir?

Carraspeó y, sin la menor turbación, me refirió su primer encuentro con la un día famosa bailarina rusa.

—No quiero privarte de la sorpresa que tendrás cuando conozcas a esa gran belleza; por consiguiente, callaré y dejaré que lo veas por ti misma. Sólo te advertiré una cosa: Madame Zolta lo toca todo. Le gusta palpar, tocar los músculos, comprobar su dureza y su elasticidad. ¿Creerás que incluso quiso saber por el tacto el tamaño de lo que ocultaba debajo de mi pantalón?

—¡No! ¡No lo creo!

Se echó a reír alegremente y echó un brazo sobre mis hombros.

—¡Oh, Cathy! ¡Qué vida nos espera a los dos! Viviremos en la gloria cuando descubra que tienes derecho exclusivo de propiedad sobre el danceur más bello, dotado y arrogante que haya existido jamás. —Me atrajo más hacia él y me murmuró al oído—. Y todavía no te he dicho nada de mis cualidades de amante.

Yo también reí… y le aparté.

—Eres la persona más vanidosa y orgullosa a quien jamás haya conocido. Y sospecho que puedes ser despiadado cuando tratas de conseguir lo que quieres.

—¡Exacto! —admitió él, soltando otra carcajada—. Soy todo esto y mucho más, y no tardarás en saberlo. A fin de cuentas, ¿no he mostrado una decisión despiadada al traerte donde quiero tenerte?