Los caminos son semejantes a surcos, y así como las eras dan el pan, los caminos dan las gentes, las posadas, las lenguas y los países. Se sienta uno a cosechar a orillas del camino, o viaja por él. Este camino del que hoy cuento se me aparece como un viejo mendigo, aunque cada pasajero que lo pise lo renueva, y suscite en la rota y polvorienta vía la mocedad primera. Desde Miranda yo veo un trozo del camino francés buscar el vado del ancho río. Desciende de una colina coronada de castaños, y se apresura por una vega de centeno florido y maizales nacientes hacia la ribera, una larga procesión de familias amigas de las aguas: sauces, álamos, chopos, en los que cuando cesa de cantar el mirlo comienza la alondra a decir su trova. Lejano el puente que dicen romano, se pasa el río por veinte padrones gemelos, en los que no es raro que el viajero ahuyente la paloma torcaz que allí bebe. La otra orilla es un áspero desconchado de pizarra, y el camino ha de labrar sus pasos trabajosamente hasta coronar aquel oscuro murallón, para poder luego tenderse feliz por la llanura de Beiral, donde son las abiertas veranias, el coro solemne de las robledas bernardos, y la gentileza de los abedules mirándose estremecidos en las quietas charcas. Desde las almenas de Belvís, yo veía humear una chimenea lejana: era la posada de Termar[→], adonde fui, antes de parar en barquero de Pecios —y éstas serán otras madejas que devanar, otras memorias que calentar, otros espejos en los que mirarse—, a conocer a las gentes que van y vienen por estas historias; digo, por este camino.
Termar fue hospital de peregrinos primero, al cuidado de los señores bernardos de la abadía vecina, cuyas armas tiene todavía, rodeadas de vieiras, sobre el portalón. Abandonado quedó cuando se fueron los monjes, y ya era una ruina cuando el señor Moran lo tejó y abrió allí tienda y ofreció posada, aprovechando que la diligencia de Lugo tenía que cambiar tiro. Le llamaron entonces Mesón del Castellano, nombre que conserva, y con el tiempo y porque el catorce de cada mes allí se hacía entrega de ganado, nació la Feria del Catorce, que es muy nombrada y se celebra en un soto muy alegre, y lo más del campo, como es por esta tierra costumbre, está cercado de laurel, y hay allí dos fuentes abundantes. El señor Moran fue a buscar mujer a su tierra, y los tres hijos que tuvo el matrimonio siguieron el ejemplo paterno. Al lado del viejo mesón un portugués les hizo casas nuevas, y toda la maragatería aposentó en Termar, que ahora se tiene por villa. Pero yo aún recuerdo cuando en aquel alto, amigo de los vendavales, no existía más casa que el viejo hospital peregrino. Siempre había en la robleda de Termar cuco temprano y lechuza augurando. ¡Termar! Las dos fuentes del campo hacen un regatillo, que apenas mocete ya lo ponen de molinero, y toda la pajarería de la tierra de Beiral, la más de ella malvises afinados, se dio cita en la cerca de laurel. Cuando fui a Termar por alguacil del don mitrado del Cister, aún se hablaba de los monjes de antaño, de los misericordiosos peregrinos, de los señores condes locos que por aquí iban y venían a la jineta de su ira, de los milagros del vecino San Cosme de Galgane y los fantasmas del mesón viejo… Paréceme que aún me dan día, junto al portalón con las armas de Meira, en este alto de Termar, sombras que al acercarse por un instante cobran envoltura carnal, y se arraciman al amor del viejo hogar de piedra de Lis, en el que chisporrotean, llamas azules, rojas, amarillas, las historias de un tiempo que pasó.