6. La escuela de Longwood

A los tres años de su edad pasó Merlín a la escuela de Longwood, que era de letras y de armas, donde leyó latín por el Donato y griego por súmulas alejandrinas, simples por Dioscórides, farmacia galénica, medicina hipocrática, pirotecnia por el Biringucho, humores y vapores por Paracelso, alquimia por don Gabir Arábigo, y a los cinco años ya resolvió el problema de la chimenea autoventilante, que es la cuadratura del círculo en caminología. Y pasmaba a todos ver a aquel arrapiezo, espigadillo, el pelo a lo mendicante, los ojos vivaces, discutir con los maestros, y en vez de ir soltar la cometa o jugar a la rana, pasaba las horas libres en imponerse en hebreo, trasmutación, arte de la guerra y Homero. Y queriendo, cumplidos los ocho años, seguir a Montpellier a estudiar medicina, escribió la nodriza a Irlanda, a las señoras de Gwirmoan, que eran hadas benéficas —perecieron cuando la helada del año 1627, la llamada gregoriana, por haber caído el día San Gregorio, que las encontró el hielo pasando por flores en la huerta de una condesa viuda, por curarla de melancólicas soledades—, y las tres hermanas enviaron el agua del cuarto creciente en una jarra sellada, y con sólo dos buches se puso Merlín como de obra de veinte años, el bozo dorado, alto y muy airoso. Pero antes de marchar a Montpellier acudió a la fragua real de Gales, y ayudó en la espada «Plántala» del rey Arturo, que tal la bañó Merlín en agua secreta, que nunca se podrá oxidar. También es de su mano el foso de Persse Castle, que está formado por un canal de agua en el que flota una capa de tierra de un dedo de gorda, que basta para alimentar copia de varia flora, y nadie sospecha que esté debajo el agua, y vienen los caballeros enemigos osados cabalgando, y se hunden en lo que creyeron césped y jardín del perpetuo verano. Cuando estaba Merlín en estas obras solía andar vestido con el doble ropón colorado de los maestros reales, por un nada sacaba de la funda los cristales de aumento, muy dictaminante, y no daba paso sin sentencia griega o latina, por pavonearse de textos y saberes. En el castillo de Persse estaban de damiselas con la condesa vieja las infantas bretonas, y los jueves subía Merlín a la cámara de estudios a enseñarles las genealogías irlandesas y la heráldica Carolina, y también arte de altanería, piedras preciosas y hierbas medicinales. Entre las infantillas florecía aquella que años después sería la discreta reina doña Ginebra.

—Salto —dijo él inglés posando los papeles y limpiando la lupa con el pañuelo— la estancia y estudios del joven mago en Montpellier, y el viaje a Irlanda, ya titulado en medicina, y en todo él no se apeó del bonete y la esclavina amarilla, y en Cork salió el público a la calle por verle, y aun hubo confusión por tan mitrado como iba, que por los caminos de Irlanda los mendigos y los niños le pedían limosna arrodillados en el lodo de la vía y sobremanera en los puentes, confundiéndolo con el emperador bizantino romano, que tenía anunciado con testimonio de la sabia Viviana ir peregrino al pozo de San Patricio. Reclamada la herencia del cuarto herrero —la madre barbuda había muerto en un convento de Cantorbery, a cuyo coro se retirara de arpista, de una fluxión cordial con alternativas, la cual exigió un novenario de sangrías que por habérselas dado bajo Piscis, dieron fin a la doliente—, por consejo de un monseñor de Borgoña que lo quería poner en su séquito de sumiller mayor y oidor secreto, pasó a Salamanca a que le leyeran dos semestres de Escrituras, y a Toledo a oír ciencia caldea, cabala y astrolabio; y de sus sucesos toledanos, voy a leerte uno que es grande novedad política.