—Eh… ¿lo tomará con leche?
El Ejecutor y la señora Lansbury estaban sentados junto a la pequeña mesa de la cocina, alumbrados únicamente por la vacilante luz de un candil. Sobre la mesa reposaban una tetera descascarillada, dos tazas humeantes y la delicada jarrita de porcelana que, con mano temblorosa, la anciana acababa de levantar.
Los labios del Ejecutor 2087V apenas temblaron.
—¿Sentiré más placer?
—Oh… bueno, creo que sobre eso existen diferentes opiniones. Yo prefiero tomarlo solo, pero desgraciadamente este brebaje barato, el único que puedo permitirme, es bastante malo, y tampoco tengo ninguna pasta que ofrecerle como acompañamiento, así que le aconsejo tomarlo con un poco de leche.
Siguió un silencio. Después otro.
—De acuerdo. —Los ojos del Ejecutor enfocaron a la diminuta anciana, y algo correteó fugazmente tras sus pupilas, logrando que por unos instantes resultaran menos aterradoras—. Muchas gracias, señora Lansbury… ¿O debería llamarla señora Wells?
La anciana sonrió.
—Llámeme Jane. Y supongo que el hecho de que, a estas alturas, todavía siga con vida, se debe a que usted es el Ejecutor… 2087V.
El aire que envolvía al asesino asintió imperceptiblemente. Jane también asintió, y tras verter una ligera nube de leche en la humeante taza del Ejecutor, se sirvió ella misma. Sus movimientos eran rápidos y enérgicos, aunque sus manos temblaban a causa de la decrepitud, que la envolvía como un denso aroma a incienso, sin llegar a poseerla del todo. Cerró los ojos y dio un pequeño sorbo a su taza. Sentir el líquido caliente quemándole los labios y perfilándole la garganta la reanimó. Estaba viva, se dijo, seguía viva… Lo había conseguido, después de todo. Su anciano y desvencijado cuerpo había resistido las acometidas de los años, la carcoma de la soledad, y ahora estaba protagonizando al fin el encuentro que su marido y ella ansiaran durante tanto tiempo. Solo había sufrido dos saltos, pero al parecer alguna divinidad había escuchado sus plegarias, porque su grado de cronotemia había resultado suficiente para atraer a uno de aquellos despiadados asesinos. Y no a uno cualquiera, sino al que abrió la mente a su marido, aquel al que su espantoso trabajo lo anegaba de culpa. El Ejecutor perfecto para entregarle El mapa del caos y encomendarle la salvación del mundo. Si no fuera, claro, porque ella ya no lo tenía… Tras maldecir para sus adentros, Jane suspiró y, devolviendo la taza al platito, abrió los ojos para descubrir que el Ejecutor estaba observándola fijamente. Y pese a la inmensa tristeza que la asolaba, pensó que su antiguo mundo había creado una de las muertes más hermosas que pudiera imaginarse. Observó con científica curiosidad las pálidas manos de aquel prodigio, que reposaban inertes sobre la mesa como dos pájaros mitológicos que algún cazador hubiera abandonado allí, y luego miró su rostro, cuyos rasgos parecían haber sido moldeados mezclando la tierna luz del amanecer con la oscuridad ancestral de la madrugada. ¡Hágase Newton!, pensó, extasiada. ¡Y nosotros nos maravillábamos con los autómatas de las Empresas Prometeo…!
—¿Puede beber y comer? —le preguntó con interés, señalándole la taza que le había ofrecido, aún intacta.
El Ejecutor sonrió, aunque sería más exacto decir que su boca se curvó como el cuello de un cisne al morir.
—No lo necesito, pero puedo hacerlo.
La anciana tendió sus dedos temblorosos hacia una de las manos del asesino y la acarició suavemente, maravillada como una niña.
—Oh, es cálida… Creo que no podría diferenciarla de la piel auténtica…
—Es piel —le informó el Ejecutor—. La mayor parte de mi organismo está formado por biocélulas sintéticas.
—Pero entonces… ¿qué es usted?
—Soy un organismo cibernético. Me crearon los mejores ingenieros biorrobóticos del Otro Lado. —Hizo una pausa—. Hubo un tiempo en el que sentía orgullo al decir eso… Ahora ya no.
—Pues debería intentar sentirlo de nuevo —le recomendó Jane mirándole a los ojos—. Usted es… una obra maravillosa. ¡Habría dado cualquier cosa por que en mi época hubiese existido una tecnología capaz de crear algo como usted! Además, el orgullo es bueno. Mantiene a raya la culpa y la desesperación. Sé de lo que le hablo, créame. A veces, cuando lo has perdido todo, solo te queda el orgullo… —La voz de la anciana se quebró como una ramita seca. Se llevó una de sus arrugadas manos a los labios y parpadeó varias veces hasta que recuperó el dominio de sí misma—. El día en que mi marido fue… asesinado —prosiguió con inusitada rabia—, yo salté a otro mundo, como habrá leído en mi manuscrito… De nuevo era un náufrago en una playa desconocida, pero para entonces era viuda, estaba sola, destrozada por el dolor y perseguida por un asesino enloquecido… Me imagino que lo más fácil habría sido rendirme, suicidarme del modo menos doloroso posible, dejar que la noche eterna del Caos cayera sobre el universo sin que eso me importara lo más mínimo… Sin embargo, comprendí que en mis manos no residía solamente el destino de todos los mundos, sino también el de la obra magna por la que mi marido había dado la vida, aquella por la que debería ser recordado. Entonces me prometí a mí misma que un día la humanidad estaría tan orgullosa de H. G. Wells como lo estaba yo. —Dejó escapar un suspiro y sonrió con tristeza al despiadado asesino—. Ya lo ve: fue por orgullo que decidí seguir adelante. A veces, es lo único que te queda.
Durante unos instantes, ambos velaron el nacimiento y la muerte de un nuevo silencio. Entonces Jane cabeceó con aire soñador.
—Ingenieros biorrobóticos… —dijo paladeando aquellas palabras que la remitían al exquisito y lejano placer de la investigación científica—. Me gustaría ver qué habrían hecho ellos en las terribles circunstancias a las que yo me vi abocada…
—¿Y qué hizo usted, Jane?
La anciana le miró con sorpresa. Había creído percibir un interés tan… humano en aquel murmullo metálico, un interés casi infantil…; incluso le pareció que las mejillas del Ejecutor se impregnaban de un leve rubor. O tal vez no. Tal vez aquel ser reflejaba únicamente los sentimientos de sus víctimas. Y ella era su víctima, se recordó.
—Oh, usted quiere saber cómo continúa la historia que ha leído, ¿me equivoco? De acuerdo, se la contaré. Tras escapar con el libro seguí con nuestro plan; era la opción más sensata. Es cierto que podía haberme limitado a esperar a que algún Ejecutor me rastreara, pues de pronto era una cronotémica activa, pero debía tener en cuenta que solo había saltado una vez, y había demasiado en juego para que todo dependiera de un nuevo salto, así que pensé que no perdía nada si continuaba probando con el espiritismo. Al menos hasta que se me ocurriera algo mejor. No me extenderé mucho contándole cómo logré sobrevivir en el nuevo mundo al que llegué, solo le diré que no me fue mal del todo; en menos de un año había conseguido amasar una pequeña fortuna gracias a un invento que revolucionó las casas más pudientes de la City: el Sirviente Mecánico. Era una bagatela más ingeniosa que científicamente innovadora, con la que intenté no llamar demasiado la atención, pues no se me olvidaba que el Villano seguía mis pasos. Aun así, me convirtió de un día para otro en la viuda más rica y misteriosa de todo Londres… —Jane sonrió al evocar aquellos días, pero algo en el rostro del Ejecutor, quizá una ligerísima sombra de impaciencia, la obligó a continuar—. Bueno, tal vez le cuente esa sorprendente historia en otra ocasión. Lo que de verdad importa para este relato es que ese dinero me permitió asistir a cientos de sesiones de espiritismo y visitar docenas de casas encantadas durante casi dos años. Por desgracia, nunca me encontré con uno de nuestros gemelos cronotémicos. Una vez tropecé con una Jane vagando por un cementerio, pero se trataba de una infectada terminal, casi transparente y absolutamente enloquecida, que no me servía para nada. Los meses pasaban con rapidez, y yo cada vez me sentía más débil y más cansada. Temía no encontrar a tiempo un gemelo perfecto al que entregar El mapa del caos, pero aun así me resistí a acudir a nuestros dobles de aquel mundo… No podía quitarme de la cabeza a la encantadora pareja que ya había muerto por nuestra culpa, y no deseaba echar más muertes sobre mi conciencia… Decidí entonces retomar el plan original y publicar El mapa del caos, pero no el que había escrito mi marido, sino el que yo estaba escribiendo, el relato que había comenzado como un regalo para Bertie, y el que contaba con todo lujo de detalles como H. G. Wells consiguió salvar al mundo, intentando redimirlo de paso del hecho de que, para salvarlo, antes había tenido que ponerlo en peligro. Lo había comenzado como un simple pasatiempo en el primer mundo en el que naufragué, en el que tuve el placer de pasear en barca con el mismísimo autor de Alicia en el País de las Maravillas, pero cuando el Villano asesinó a Bertie, obligándome a saltar, no pude llevármelo conmigo, así que tuve que empezar a escribirlo de nuevo, aunque esta vez mi intención era publicarlo. Si nuestra historia aparecía en los escaparates con la estrella del caos estampada en su cubierta, era probable que algún Ejecutor se tropezara con ella, y tras leerla buscara urgentemente a su autor. Entonces yo podría al fin entregarle el verdadero mapa del caos. Por eso escogí un narrador masculino para contar la historia, pues en la atrasada sociedad en la que vivía un libro firmado por una mujer habría resultado mucho más difícil de publicar —aunque esa mujer fuese la inventora del Sirviente Mecánico—, y yo necesitaba que eso sucediera cuanto antes, y en el mayor número de países posibles. Incluso pensé firmarlo cuando estuviera finalizado con el seudónimo de Miles Dyson, el biocientífico que había creado el primer prototipo de Ejecutor. Era un plan tan ingenuo como el de acudir a las sesiones de espiritismo en busca del gemelo perfecto, pero no se me ocurrió ninguno mejor. Por desgracia, antes de que alguno de mis planes diera resultado, el Villano volvió a encontrarme. Sucedió el 12 de septiembre de 1888, en el domicilio de la famosa médium conocida como Lady Ámbar. Allí se materializó el malvado Rhys, y me reconoció al instante. Naturalmente, me exigió que le entregara El mapa del caos. Luego intentó estrangularme. Gracias a la intervención del valiente agente Cornelius Clayton, de la División Especial de Scotland Yard, conseguí escapar con vida de entre sus garras, pero ya no albergaba ninguna duda sobre lo que tenía que hacer. El Villano me había encontrado. De entre todos los infinitos universos, había dado con aquel en el que me escondía, y no lo abandonaría hasta conseguir arrebatarme lo que creía suyo. Así que en cuanto llegué a mi hogar me pasé casi toda la noche decidiendo qué hacer. ¿Debía involucrar al Wells de aquel mundo o dejarlo al margen de todo aquello? Finalmente, decidí avisarlo, y al rayar el alba desperté a la pobre Doris y la mandé a buscarlo con una nota. Me decidí por Wells porque por aquel entonces mi gemela apenas contaba con dieciséis años. Y le aseguro que fueron las líneas que más me ha costado escribir de toda mi vida. Tuve que repetirlas varias veces, pues en mi nerviosismo no atinaba a encontrar las palabras adecuadas para convencer a un jovencito de veintidós años de que acudiera en plena noche y con la mayor urgencia posible al hogar de una anciana desconocida, por un asunto de vida o muerte… Cuando al fin terminé la nota, la envié con mi fiel sirvienta a Fitzroy Road, donde Wells vivía con su tía. Esperé temblando de angustia, encerrada con llave en mi gabinete, abrazando mi amado libro, lo único que me quedaba de mi Bertie, aunque sabía que no existían puertas ni paredes capaces de detener al Villano…
—Conozco el poder de M —intervino el Ejecutor—. Es un poderoso destructor de grado 6. Ninguno de nosotros ha conseguido cazarle jamás.
Jane asintió con tristeza y prosiguió su relato:
—El Wells de aquel mundo no contestó a mi demanda de auxilio. Y Doris jamás regresó. No sé qué fue de ella, ni sé si la nota llegó a su destinatario… De todos modos, llegara o no, el Villano me encontró antes. Por fortuna, en aquel segundo asalto, el joven Clayton volvía a estar conmigo… El policía del corazón roto se había presentado en mi casa al amanecer, supongo que con la intención de hacerme algunas preguntas sobre los misteriosos sucesos que se habían producido la noche anterior en la mansión de Lady Ámbar… —Jane sonrió casi con ternura—. En cuanto abrí la puerta y vi su rostro pálido y solemne, se me ocurrió que quizá aquel extravagante jovencito era la solución que había estado esperando desde que envié a Doris con la nota. ¿Por qué no?, me dije. Sabía que podía confiar en él, le conocía bien… Si no a él, al menos a uno de sus gemelos: le había visto luchar contra los marcianos, y me había parecido un muchacho honrado y valiente… —Las cejas del Ejecutor insinuaron una elevación irónica que no llegó a concretarse—. ¡Estaba desesperada! —se defendió la anciana airadamente—. Y tampoco tenía ante mi puerta una cola de candidatos para salvar el mundo… Cuando comencé a explicarle la situación, Rhys irrumpió en mi casa. Solo tuve tiempo de entregar al agente El mapa del caos y rogarle que lo protegiera con su vida. Clayton se lo guardó en un bolsillo de su abrigo, me pidió que me encerrara por dentro en mi gabinete y salió a enfrentarse con el Villano. Al poco, oí un estruendo en el piso de arriba, después los gritos del monstruo, sus golpes salvajes contra la puerta de mi gabinete y, para acabar, un disparo. Entonces, por segunda vez en mi vida… salté. Gracias a que me encontraba encerrada en mi propio gabinete, pude llevarme el manuscrito de El mapa del caos. Sin embargo, como puede ver, publicarlo en este mundo tan atrasado era imposible. La imprenta aún no se ha inventado, y no parece muy probable que lo haga en los próximos siglos. Si lo seguí escribiendo fue únicamente para evitar el suicidio. Como se imaginará, mi vida aquí no ha sido precisamente fácil. He tenido que sobrevivir con trabajos duros y precarios que han mermado aún más mi ya delicada salud. En este mundo de candiles y supersticiones, inventar el Sirviente Mecánico se hubiese considerado poco menos que un acto de brujería. Y por supuesto, nadie celebraba sesiones de espiritismo. Así que, cuando la escritura de El mapa del caos llegó al punto en el que ya no podía seguir, pues desconocía el final de la aventura que Bertie y yo habíamos emprendido al atravesar el agujero mágico, decidí escribir dos de las historias que habían vivido nuestros gemelos, y que eran las favoritas de mi marido. Las titulé respectivamente El mapa del tiempo y El mapa del cielo, y le aseguro que han resultado un auténtico bálsamo para…
—Usted no tiene el libro —la interrumpió el Ejecutor.
El peso de aquella sentencia habría bastado para aplastar un yunque. La anciana lo miró en silencio.
—No, no lo tengo —dijo al fin, mientras una lágrima se deslizaba por su apergaminada mejilla, siguiendo el curso de sus arrugas—. Salté a este universo después de abandonarlo en manos de un desconocido, al que apenas pude explicar el porqué de su importancia ni lo que debía hacer con él… ¡Y le aseguro que desde entonces eso me ha torturado sin descanso! Durante mucho tiempo lloré amargamente y mis noches se poblaron de pesadillas en las que mi marido me reprochaba que no había sabido cuidar de su obra. No ha habido un solo día en el que no haya valorado la opción de acabar con todo, créame. Miles de veces me preguntaba qué sentido tenía continuar… Pero siempre me respondía lo mismo: hasta el segundo anterior al Caos, existe una esperanza, por mínima que sea. Tal vez algún día un Ejecutor me encontraría y podría explicarle dónde estaba el libro… Y ahora usted está en mi cocina, tomando un té conmigo.
—Pero no sabe dónde está el libro.
—Claro que lo sé —le replicó la anciana—. Como le he dicho, lo tiene el agente Cornelius Clayton, de la División…
—No. Lo tiene uno de sus infinitos gemelos —la corrigió el Ejecutor—. Y necesito saber cuál.
Jane lo contempló con expresión suplicante.
—¿Y cómo quiere que yo lo sepa? Todas las noches rastreo el multiverso a través de las mentes de mis gemelas en busca del Clayton al que entregué el libro. Pero hasta ahora no he obtenido ningún resultado. Solo sé que aquel joven tenía una mano metálica, que tenía el corazón hecho cenizas, que tenía…
El asesino barrió el aire con un movimiento de mano que Jane solo intuyó; no habría sabido decir si había sido demasiado rápido o demasiado lento.
—Muchos de sus gemelos tendrán esas características —dijo con voz átona—. Pero solo un Clayton tiene el libro. En el caso de que haya cumplido su promesa y siga custodiándolo.
—¡Tiene que haberla cumplido! Como le he dicho, es un muchacho honrado y…
—Entonces necesito las coordenadas de su universo para localizarlo. Así funciona mi detector en este multiverso infinito —dijo señalando su bastón—. Calcula coordenadas a partir del rastro de los cronotémicos. Aunque también podría utilizar un mapa matemático como el que escribió su marido. Pero necesito algo. Quizá bastara un detalle de aquel universo. Un detalle único, singular, que lo diferencie del resto de los mundos posibles. Si alguna vez estuve allí, sus coordenadas permanecerán guardadas en el historial de mi detector.
—¿Un detalle único de aquel mundo? —reflexionó la anciana—. ¡Yo soy única! —exclamó de pronto, esperanzada—. Solo hay una Jane Observadora en todo el multiverso, y yo estaba allí…
El Ejecutor negó.
—No me sirve. Es evidente que en aquel mundo usted y yo no nos encontramos… Ha de ser algo que me ayude a identificar aquel universo.
—Hum… —Jane se mordisqueó una uña—. Algo único… ¡Espere! ¡Yo inventé el Sirviente Mecánico!, así que ese invento es único y, por tanto, solo existe en ese mundo. Tal vez usted lo vio al entrar en alguna casa para… para hacer su trabajo. —El Ejecutor volvió a negar, y Jane resopló, decepcionada—. De acuerdo… —Siguió pensando—. Veamos…, allí existían unas galletitas deliciosas, las galletitas Kemp. ¡Nunca he probado algo tan exquisito! Esas galletitas no estaban en el primer mundo al que mi marido y yo llegamos, y tampoco están en este, así que…, bueno, tal vez eran unas galletitas únicas de aquel universo. —La anciana reparó en el rostro del Ejecutor. ¿Era sarcasmo lo que reflejaba?—. Oh, disculpe, usted no suele comer, así que no es un detalle demasiado significativo… En fin, lo siento, pero no se me ocurre qué más podría haber que fuera único en aquel mundo… El palacio de Buckingham estaba en el mismo lugar y tenía el mismo aspecto que en otros mundos, el sol salía por el este, el Támesis recorría los mismos lugares, el fuego quemaba si lo tocabas y las notas musicales eran siete… ¡Por las barbas de Kepler! —exclamó desesperada la anciana—. Estamos en un maldito multiverso de mundos paralelos, por si no se ha dado cuenta —increpó rabiosa al Ejecutor—. ¡Todo tiene su copia en algún lugar! Solo usted y yo somos únicos. Como dijo el doctor Ramsey en la maldita sesión donde me localizó el Villano: «Toda realidad es un plagio de sí misma…».
De repente, el Ejecutor se levantó de la silla. Su silueta se recortó inmensa contra la pared, custodiada por una sombra todavía más gigantesca.
—¿El doctor Ramsey?
—Sí, creo que se llamaba así.
—¿Era profesor de la Facultad de Medicina, cirujano, químico y biólogo, un hombre alto con la irritante manía de crujirse los dedos de las manos?
—Sí. ¿Cómo sabe que…?
Una serie de espasmódicas convulsiones sacudieron de pronto al Ejecutor. La anciana se levantó y retrocedió un par de pasos, temerosa de que estuviera sufriendo una especie de cortocircuito y explotara de un momento a otro.
—¿Se… encuentra bien? —le preguntó con un hilo de voz.
—Siento hilaridad —respondió el Ejecutor. Tras un par de espasmos más pareció calmarse—. Jane, el doctor Ramsey es tan único como usted y como yo. Es un científico del Otro Lado que se encuentra en este multiverso realizando estudios de campo.
Jane abrió la boca.
—¿Hay científicos aquí? —logró farfullar—. Bertie y yo creíamos que solo estaban ustedes, los asesi… los Ejecutores.
—Y al principio así fue. Cuando los científicos abrieron el agujero de gusano, nos enviaron primero a nosotros. Por aquel entonces no éramos asesinos, sino exploradores. Llegamos aquí, descubrimos la naturaleza de este multiverso, instalamos antenas de comunicación, tomamos imágenes, llevamos muestras de todo tipo al Otro Lado, diseñamos nuestros bastones… Todo para que los científicos pudieran investigar este universo desde el Otro Lado, cómodamente y sin peligro. Pero cuando descubrieron la epidemia, nos modificaron. Nos reprogramaron para convertirnos en… asesinos despiadados. Más adelante, cuando comprobaron que con sus investigaciones a distancia no obtenían resultados satisfactorios, decidieron enviar a algunos hombres y mujeres a este multiverso para realizar estudios de campo. Fue una decisión difícil, pero ineludible. En el Otro Lado, los cuerpos humanos llevan siglos siendo modificados genéticamente para resistir las bajísimas temperaturas, y hubo que realizar ajustes de urgencia en el organismo de los elegidos para evitar que se fundieran en este mundo tan cálido. Les implantaron mecanismos de refrigeración, y electrocircuitos neuronales para inhibir la angustia de la aleatoriedad. Se eligieron las mentes más brillantes y los cuerpos más resistentes, y los enviaron a diferentes mundos, pero sin éxito. Los científicos provenían de un futuro tan remoto que no tenían gemelos en este multiverso. Por tanto, nunca desarrollaron el prodigioso don que poseían usted y su marido, gracias al cual descubrieron el contagio cero. Solo ustedes podían verlo y saberlo todo.
—¡Pero nunca les vimos a ellos!
—No sienta rabia, Jane. Es lógico. Hay muy pocos científicos en este multiverso infinito, y su labor es clandestina, sumamente discreta. Cuidan mucho de darse a conocer. No se ensucian las manos. Eso nos lo dejan a nosotros.
Los ojos de Jane vagaron como enloquecidos de un lado a otro de la habitación mientras se toqueteaba los cabellos. De pronto, golpeó la mesa con sus escasas fuerzas.
—¿Me está diciendo que durante aquella sesión estuve sentada junto a un científico del Otro Lado, alguien a quien podría haber entregado El mapa del caos? ¿Me está diciendo que pude terminar con toda esta pesadilla en aquel preciso momento, y de la manera más tonta, evitando tanto sufrimiento y tantas muertes?
—Sí.
Jane abrió la boca para replicar, pero se derrumbó en la silla, muda, y enterrando la cara en sus manos, comenzó a llorar.
El Ejecutor dio un paso hacia ella.
—Jane.
La anciana negó débilmente con la cabeza.
—Jane.
—¿Qué, maldita sea? —dijo levantando la vista.
La estrella de ocho flechas del bastón del Ejecutor había empezado a supurar una refulgente luz azulada que inundaba la cocina. Jane miró a su alrededor, maravillada. Era como si estuvieran en el fondo de un océano del que hubieran desahuciado a los peces.
—Mi detector está conectado con la mente de todos los científicos del Otro Lado que se hallan en este multiverso —le informó el Ejecutor con su voz lejana y metálica, sin inflexiones—. Puedo localizarlos y trasladarme a donde se encuentren. Es parte de mi trabajo. Generalmente no les gusta tratar con nosotros. Nos desprecian. Pero a veces alguno necesita que le llevemos a otro mundo para continuar allí con sus estudios. Aunque Ramsey nunca se ha movido del primer mundo al que llegó.
Jane le miró unos segundos. Y el Conocimiento Supremo iluminó su mente. Sonrió con sus escasas fuerzas.
Alrededor del Ejecutor, el aire le devolvió la sonrisa.