Cuando tecleé la primera palabra de esta trilogía no sabía que aún tendría que escribir más de seiscientas mil. Pero así ha sido: más de dos mil páginas, y siete años consagrado a este proyecto cuyo último libro, querido lector, acabas de terminar. Y si tu paciencia aún me lo permite, me gustaría invertir algunas palabras más en agradecerte que me hayas acompañado en esta larga aventura. Espero que la hayas disfrutado tanto como yo al escribirla.
Pero esta aventura no habría sido posible sin la ayuda de algunas personas, como la de mis editores, David Trías y Emilia Lope, que la apoyaron sin reservas, o de Antonia Kerrigan, Hilde Gersen y el resto de su maravilloso equipo, que supieron hechizar con ella a medio mundo.
Sin embargo, como ya he dicho otras veces, solo los genios son capaces de escribir una novela sin ayuda. El resto de los mortales necesitamos a alguien que sea capaz de mirarla desde fuera mientras la vamos escribiendo, para que dé la voz de alarma cada vez que extraviamos el rumbo. En mi caso, quien ejerció las labores de vigía durante el vacilante inicio de esta larga travesía fue mi amigo y colega Lorenzo Luengo, cuyo entusiasmo nunca dejaré de agradecer.
Pero este titánico proyecto no habría llegado a buen puerto sin la brújula de mi Jane particular, que se esconde tras las iniciales de M. J. Ella ha sido mi musa durante todo este tiempo, y se tomó tan en serio su labor que no solo se limitó a inspirarme: podría decirse que muchas de estas páginas me las dictó al oído. Sin ella, este libro habría sido muy diferente; o tal vez ni siquiera habría existido. Así que solo puedo darle las gracias, y dejar aquí escrito que no concibo una aventura más emocionante que la de amarla cada día.
También quiero darle las gracias a Álex, por ser el adolescente y el hijo que a mí me hubiera gustado ser.
Y sería muy descortés si no incluyera en mis agradecimientos a H. G. Wells, que empezó siendo uno de mis escritores favoritos y, tras estos siete años de convivencia, ha acabado convirtiéndose en un hermano. Gracias, Bertie, por estimular con tus novelas la imaginación de tantos lectores, incluida la de quien ahora escribe la última palabra de esta trilogía que tanto te debe.
* Referencias a uno de los poemas más famosos de Lewis Carroll, «el Galimatón», en Alicia a través del espejo. La invención de neologismos era uno de los pasatiempos favoritos del autor. (N. del A.)
* Yo mismo narré esta emocionante aventura en El mapa del cielo. (Nota del narrador)
* Si quieres saber más, apreciado lector, no dudes en hacerte con El mapa del tiempo, donde narré estos emocionantes acontecimientos. (N. del N.)
Félix J. Palma (Sanlúcar de Barrameda, 1968) ha sido unánimemente reconocido por la crítica como uno de los escritores más brillantes y originales de la actualidad por su habilidad para insertar lo fantástico en lo cotidiano. Su dedicación al género del relato le ha reportado más de un centenar de galardones. Además de haber sido incluido en numerosas antologías, también ha publicado cinco libros de relatos: El vigilante de la salamandra (1998), Métodos de supervivencia (1999), Las interioridades (Premio Tiflos, 2001), Los arácnidos (Premio Iberoamericano de relatos Cortes de Cádiz, 2003) y El menor espectáculo del mundo (2010).
Como novelista cuenta con la novela La hormiga que quiso ser astronauta (2001) y Las corrientes oceánicas (Premio de novela Luis Berenguer, 2005). Pero lo que verdaderamente ha supuesto su consagración definitiva como narrador ha sido su «Trilogía victoriana»: El mapa del tiempo (XL Premio Ateneo de Sevilla, 2008), El mapa del cielo (2012) y El mapa del caos, obra con la que el autor cierra esta exitosa trilogía publicada en más de veinticinco países.