Yasuko observó al cliente que salía de la tienda con la comida que acababa de comprar y consultó su reloj de pulsera. Faltaban pocos minutos para las seis. Se quitó el gorro blanco con un suspiro.
Kudo le había propuesto que se vieran a la salida del trabajo. La había llamado al móvil por la mañana. Decía que había que celebrarlo. Su tono denotaba que estaba exultante.
Cuando Yasuko le preguntó qué había que celebrar, él le respondió, sorprendido: «Pues qué va a ser. Que han atrapado al asesino. Y con ello, tú quedas libre de toda sospecha. Hasta yo voy a poder dormir tranquilo. Y no tendremos que preocuparnos más por esos detectives que nos rondaban a todas horas. Todo esto merece un brindis, ¿no crees?».
A Yasuko el tono de Kudo se le antojó tremendamente frívolo y despreocupado. Era lógico, pues él no estaba al corriente de la verdad, pero, aun así, ella no quería sumarse a su alborozo.
Le dijo a Kudo que no podía.
Cuando éste le preguntó por qué, ella guardó silencio. Entonces él le dijo: «Ah, claro, ya entiendo… —Creía haber encontrado su propia respuesta—. A fin de cuentas, por más que estuvierais separados, él fue tu marido, y una relación así siempre marca. Ha sido una estupidez por mi parte decirte que había que celebrarlo. Te pido disculpas».
El pobre había errado el tiro por completo, pero Yasuko permaneció callada. Kudo volvió a tomar la iniciativa: «De todos modos, hay algo muy importante que quiero contarte, así que me gustaría que nos viéramos igualmente esta noche. ¿Qué dices?».
Yasuko quiso rehusar la invitación. No estaba de humor para ello. Además, le parecía una grave desconsideración hacia el pobre Ishigami, que se había entregado a la policía en su lugar. Sin embargo, no encontraba las palabras para negarse. ¿Y qué sería eso tan importante que Kudo tenía que contarle?
Finalmente quedaron en que él pasaría a recogerla sobre las seis y media. Kudo le había dicho que trajera también a Misato, pero Yasuko declinó la invitación de la hija. Tal como se encontraba la chica ahora mismo, no era cuestión de llevarla a una cita con Kudo.
Yasuko dejó grabado un mensaje en el contestador de su casa avisando de que esa noche llegaría un poco tarde. Le apenó imaginar lo que pensaría Misato cuando lo oyera.
Cuando dieron las seis, se quitó el delantal y avisó que se iba a Sayoko, que estaba cenando en la cocina.
—¿Ya son las seis? —dijo Sayoko mirando su reloj—. Bueno, hasta mañana. No te preocupes, ya recogeré yo.
—Gracias. Bueno, entonces me voy —dijo Yasuko mientras doblaba su delantal.
—Has quedado con Kudo, ¿verdad? —le preguntó Sayoko en voz baja.
—¿Qué?
—No, como te ha llamado esta mañana, pues… En fin, sería para quedar contigo, ¿no?
Desconcertada, Yasuko no supo decir nada. Pero Sayoko, malinterpretando su silencio, le soltó un entusiasta «¡Cuánto me alegro!». Y añadió:
—Ese extraño caso del homicidio ya se ha resuelto, y ahora tienes a una buena persona como Kudo con la que relacionarte. Parece que tu suerte por fin ha cambiado.
—¿Tú crees? No sé…
—Pues claro que lo creo. Llevas tiempo pasándolo muy mal, pero ahora te toca ser feliz. Os toca a las dos, a ti y a Misato.
Las palabras de Sayoko desplegaron sus múltiples sentidos en el pecho de Yasuko. Sayoko deseaba de veras, desde lo más hondo de su corazón, la felicidad de su amiga. No podía imaginar, ni de lejos, que esa amiga suya fuera una asesina.
Yasuko se despidió y salió de la cocina, incapaz de mirar a Sayoko de frente.
Al abandonar la tienda, echó a andar en dirección opuesta a su ruta habitual de vuelta a casa. Se había citado con Kudo en el restaurante familiar de la esquina. Lo cierto era que ella no quería ir allí, pues era el mismo restaurante en que había quedado con Togashi. Pero como Kudo lo había propuesto precisamente por ser el sitio más cómodo para verse a la salida del trabajo, se le había hecho muy difícil oponerse.
Llegó a la altura de la autopista metropolitana de Tokio, cuyo trazado discurría elevado por aquella zona. Justo cuando pasaba por debajo, oyó una voz que la llamaba: «¡Señora Hanaoka!».
Yasuko se detuvo y dio media vuelta. Dos hombres conocidos se acercaban. Uno era el tal Yukawa, que decía ser un antiguo amigo de Ishigami. El otro, el detective Kusanagi. Yasuko no entendió qué hacían allí los dos juntos.
—¿Se acuerda de mí? —le preguntó Yukawa.
Yasuko miró los rostros de uno y otro y luego asintió.
—¿Tiene prisa?
—Sí, bueno, un poco… —dijo ella mirando su reloj. Pero ese gesto fue fruto de la turbación. La hora no le preocupaba—. Es que he quedado con una persona y…
—¿Ah, sí? Verá, me preguntaba si podría usted concederme treinta minutos de su tiempo. Es que tengo algo muy importante que decirle.
—Uy, no, me temo que… —repuso Yasuko negando con la cabeza.
—¿Y quince minutos? Es más, incluso diez serían suficientes. Podríamos sentarnos en aquel banco —propuso Yukawa señalando un pequeño parque que había allí mismo. Habían aprovechado el espacio que quedaba bajo el tramo elevado de la autopista para hacer un parque público.
Su tono era apacible, pero su actitud estaba revestida de una suerte de seriedad que resultaba imperativa. Yasuko intuyó que lo que tenían que contarle era importante. Recordó que, también la vez anterior, ese profesor de universidad, con ese tono suyo medio despreocupado y medio en broma, la había presionado bastante.
Yasuko quería salir corriendo de allí, pero también tenía curiosidad por saber qué querían decirle. Estaba segura de que guardaba relación con Ishigami.
—Bueno, si sólo son diez minutos…
—Gracias —dijo Yukawa con una sonrisa, y se dirigió al parque.
Como Yasuko permanecía dubitativa, Kusanagi extendió su brazo cediéndole el paso. Ella asintió con la cabeza y fue tras Yukawa. Que el detective estuviera todo el tiempo callado era algo que también la inquietaba.
Yukawa se había sentado en un banco para dos y había dejado el otro hueco libre para Yasuko.
—Tú quédate por ahí, anda —le dijo a Kusanagi—. Tenemos que hablar en privado con la señora.
Kusanagi torció el gesto, pero luego alzó la barbilla, deshizo el camino hasta la entrada del parque y sacó su paquete de tabaco.
Yasuko se sentó al lado de Yukawa sin dejar de mostrar su preocupación por Kusanagi.
—Pero él es el detective, ¿no? ¿Se va a quedar allí?
—No se preocupe, no pasa nada. De hecho, inicialmente iba a venir yo solo. Además, para mí, él antes que detective es un amigo.
—¿«Un amigo»?
—Sí, nos conocemos de la universidad —explicó Yukawa dejando entrever su blanca dentadura al sonreír—. Así que él también era compañero de Ishigami. Lo que pasa es que ellos no se conocieron en aquella época.
¿Así que era eso? A Yasuko le convenció la explicación de Yukawa. Hasta ahora no tenía muy claro por qué ese profesor había ido a ver a Ishigami precisamente cuando se había producido el crimen.
Ishigami no le había comentado nada, pero a ella le parecía que su plan había empezado a truncarse desde que el tal Yukawa había entrado en escena. Sin duda, Ishigami no había podido prever que el detective encargado del asunto había ido a la misma universidad que él y que, para colmo, ambos tenían un amigo en común.
Pero, de todos modos, ¿qué querría contarle ese hombre?
—La confesión de Ishigami ha sido una verdadera pena —dijo Yukawa yendo al grano—. Que en el futuro un hombre de semejante talento sólo pueda usar su cerebro dentro de la cárcel es algo que, como científico, me corroe. Lo lamento mucho.
Yasuko no respondió, pero no pudo evitar que sus manos, que tenía apoyadas en las rodillas, se crisparan.
—Pero yo no puedo creerlo —continuó él—. No puedo creer que él hiciera algo así. Que le hiciera eso a usted…
Yasuko notó que Yukawa se volvía hacia ella y todo su cuerpo se puso rígido.
—Me parece impensable que él le hiciera semejantes afrentas. O tal vez sería más adecuado decir que, más que impensable, me parece increíble. Tanto es así que, de hecho, no me lo creo. Estoy convencido de que Ishigami… está mintiendo. Pero ¿por qué mentir? ¿Por qué ahora? Si de todos modos va a cargar con la deshonra de haber cometido un crimen, ¿qué sentido tiene mentir a estas alturas? Y sin embargo, miente. Así que sólo cabe pensar en una razón para ello. Y esa razón es que no miente para él, sino para otra persona. Que intenta ocultar la verdad para intentar ayudar a alguien.
Yasuko tragó saliva. Intentó calmar sus pulsaciones y atemperar su respiración. Aquel hombre se estaba acercando peligrosamente a la realidad de lo acontecido. Pensaba que Ishigami intentaba proteger a alguien y que el verdadero asesino era otro. De ahí que pretendiese ayudar a Ishigami para que él no cargara con toda la culpa. ¿Y qué era lo mejor para ello? Estaba claro que la vía más rápida era hacer que el verdadero asesino reconociera su crimen. Conseguir que lo confesara todo, con pelos y señales.
Yasuko volvió temerosamente su mirada hacia Yukawa para comprobar con sorpresa que él estaba sonriendo.
—Sin duda, piensa usted que he venido aquí para convencerla, ¿verdad?
—No, yo realmente… —dijo Yasuko al tiempo que negaba con la cabeza—. Además, ¿de qué iba usted a convencerme?
—Ah, claro, qué cosas más absurdas digo… Lo siento, le pido disculpas —respondió Yukawa bajando la cabeza—. Es que hay algo que quiero que sepa. Por eso he venido a hablar con usted.
—¿De qué se trata?
—Bueno… —Yukawa esperó un instante antes de proseguir—. Usted no sabe qué ocurrió realmente, claro.
Yasuko abrió los ojos, sorprendida. Yukawa ya no sonreía.
—Seguro que su coartada es cierta —prosiguió él—. Realmente fueron al cine. Las dos, tanto su hija como usted. De lo contrario, usted no sé, pero seguro que su hija no habría aguantado el perseverante acoso de la policía. La chica es demasiado joven. En definitiva, ustedes no mienten.
—Así es. Nosotras no mentimos. Pero ¿qué tiene eso de especial?
—Debe de resultarles curioso a ambas, ¿verdad? Se preguntarán cómo es posible que no haya hecho falta mentir. Cómo es que enfrentarse a la investigación policial ha resultado tan fácil. La respuesta es sencilla. Él, Ishigami, lo planeó todo de modo que a ustedes les bastara siempre con decir la verdad. Lo hizo de manera que no tuvieran que mentir cuando los detectives las interrogaran. Así, por mucho que la policía avanzara en su investigación, nunca podría asestarles el golpe definitivo. Pero ustedes desconocen de qué mecanismo se sirvió para ello. Simplemente creen que Ishigami se valió de un hábil truco que les ha resultado muy útil, pero no saben en qué consistió. ¿Me equivoco?
—La verdad es que no entiendo absolutamente nada de lo que me está contando —dijo Yasuko con una sonrisa, pero consciente de lo tensas que tenía las mejillas mientras lo decía.
—Él hizo un enorme sacrificio para protegerlas. Un sacrificio desproporcionado, irracional e inimaginable para gente normal como usted o como yo. Tal vez desde el mismo momento en que se produjo el homicidio estaba ya dispuesto a entregarse por ustedes si, en el peor de los casos, la situación lo requería. Todo su plan fue elaborado tomando esa opción como premisa. Dicho a la inversa, esa premisa era lo único que no podía permitir que se desmoronara. Pero se trata de una premisa excesivamente dura. Cualquiera podría flaquear ante ella. Ishigami también lo sabía. Por eso decidió quemar sus naves cerrándose a sí mismo la posibilidad de retirada, de modo que, llegado el momento, ya no hubiera marcha atrás. Y ésa ha sido también una de las jugadas más sorprendentes de todo esto.
Yasuko empezaba a sentirse confusa. No comprendía nada de aquel razonamiento. Aun así, tenía el presentimiento de que había algo terrible que todavía no le había contado.
Las cosas eran ciertamente como el profesor decía: Yasuko no tenía ni idea de qué clase de argucias había usado Ishigami para lograr su objetivo. También era cierto que le había resultado curioso comprobar cómo las acometidas de la policía contra ella habían sido menos intensas de lo que esperaba. No se lo explicaba. A decir verdad, incluso le había parecido que los interrogatorios de los detectives iban muy mal orientados.
Y Yukawa conocía ese secreto…
Él miró su reloj. Tal vez le preocupaba el poco tiempo de charla que le quedaba.
—Me aflige mucho tener que contarle todo esto —dijo con una mueca de sufrimiento—. Me apena porque sé que Ishigami no lo habría querido. A él no le habría gustado que usted llegara a saber la verdad, pasara lo que pasara. Pero no por él, sino por usted. Porque, si usted supiera la verdad, tendría que seguir viviendo con un sufrimiento aún mayor que el que ya padece. No obstante, yo tengo que decírselo. No puedo permanecer impasible. Creo que, si no le hago ver hasta qué punto él la amaba y cómo fue incluso capaz de empeñar su propia vida por ello, él no se vería siquiera mínimamente recompensado por su sacrificio. Sé que él no lo habría querido así, pero yo no puedo permitir que usted se quede sin saber nada.
El corazón de Yasuko palpitaba como si fuera a salirse del pecho. Le costaba respirar. Estaba a punto de perder el sentido. No tenía ni la más remota idea de lo que iba a decir Yukawa, pero, a juzgar por su tono, suponía que se trataría de algo tremendo, algo que superaría los límites de lo imaginable.
—Pero bueno, ¿de qué se trata? Si hay algo que quiere decirme, hágalo ya de una vez, por favor —pidió. Sus palabras sonaron duras, pero el temblor de su voz revelaba la debilidad que había tras ellas.
—El homicidio… el homicidio de Kyu-Edogawa… —Yukawa respiró hondo antes de proseguir— lo cometió él. Lo hizo Ishigami. No fueron ni usted ni su hija. Ishigami mató a su exmarido. No es inocente. Por tanto, no se ha confesado autor de un crimen que no cometió. El verdadero criminal es él.
Yasuko, que continuaba sin entender, estaba estupefacta. Yukawa prosiguió:
—Ahora bien… el cadáver no era el de Shinji Togashi. No se trataba de él. Era otra persona, cuyo cuerpo se utilizó para simular que se trataba de su exmarido.
Yasuko frunció el ceño. Seguía sin comprender. Pero un instante después, al ver el triste parpadeo de los ojos de Yukawa tras sus gafas, lo entendió todo de repente. Inspiró profundamente y se llevó las manos a la boca. Tuvo que contenerse para no soltar un grito. Toda su sangre se había revolucionado, pero de repente pareció perderla toda, pues su rostro se quedó completamente lívido.
—Parece que por fin lo ha comprendido, ¿verdad? —dijo Yukawa—. Así fue. Para protegerlas, Ishigami cometió otro asesinato distinto. Y lo hizo el diez de marzo, o sea, el día siguiente al del asesinato del verdadero Shinji Togashi.
Yasuko estaba a punto de desmayarse. Le costaba incluso mantenerse sentada. Se estremecía. Tenía las manos y los pies helados.
Viendo la reacción de Yasuko, Kusanagi supuso que Yukawa la había obligado a escuchar la verdad. Aunque estaba un poco lejos, distinguió con claridad que ella se había quedado pálida como la cera. No era de extrañar. Nadie podía quedarse impertérrito ante una historia así. Y especialmente ella, que estaba involucrada.
Ni siquiera el propio Kusanagi estaba convencido del todo. Cuando Yukawa se lo había contado hacía poco rato, pensó que era imposible. Era evidente que Yukawa no iba a bromear sobre algo así, pero su relato resultaba absolutamente inverosímil.
Kusanagi dijo que no podía ser. ¿Llevar a cabo otro asesinato para encubrir el cometido por Yasuko Hanaoka? Pero qué estupidez… Además, en tal caso, ¿a quién habría matado y dónde? Yukawa había sacudido la cabeza. Su rostro reflejaba una profunda y verdadera tristeza.
—No sé quién era, ni cómo se llamaba. Pero sé dónde vivía.
—¿Qué quieres decir?
—En este mundo hay gente que, aunque un día dejara de existir de repente, no sería echada de menos ni buscada por nadie. Gente cuya desaparición seguramente no sería denunciada por nadie. Personas que viven solas porque han roto toda relación con la sociedad y con su familia. —Yukawa señaló con el dedo el paseo de la ribera por el que habían venido—. Tú también los has visto hace un momento.
Kusanagi no entendió a qué se refería Yukawa. Pero cuando miró en la dirección que le señalaba, una luz se encendió en su cabeza. Por un instante se quedó sin respiración.
—¿Los vagabundos de la ribera?
Yukawa se limitó a decir:
—¿Te has fijado en el que recogía latas vacías? Está al corriente de todo lo que pasa entre los vagabundos que residen allí. Fui a preguntarle y me contó que hacía un mes se les había unido un nuevo compañero. Entre ellos, «compañero» significa simplemente que vive en el mismo lugar. El nuevo aún no se había hecho su propia chabola; todavía dormía entre cajas de cartón. El recogedor de latas me explicó que eso le pasaba al principio a todo el mundo. A la gente le cuesta deshacerse de su orgullo. Pero también me dijo que era sólo cuestión de tiempo. Al final todos se resignan. Sin embargo, ese nuevo compañero desapareció un día, de repente, sin previo aviso. El hombre de las latas se preocupó un poco y pensó qué habría sido de él, pero nada más. Los demás vagabundos también debieron de echarlo en falta, pero nadie sacó nunca el tema. En el mundo en que viven, que alguien desaparezca de repente sin decir nada es normal. Por cierto —añadió Yukawa—, según el recogedor de latas, ese hombre desapareció precisamente en torno al diez de marzo. Tenía unos cincuenta años, y era algo regordete y de estatura media.
El cadáver fue hallado el once de marzo en Kyu-Edogawa.
—No conozco los pormenores del caso, pero supongo que Ishigami se enteró del crimen que había cometido Yasuko Hanaoka y decidió ayudarla a ocultarlo. Entonces pensó que no bastaba simplemente con deshacerse del cadáver, ya que si su identidad era descubierta, la policía iría a ver a Yasuko y, en tal caso, no estaba seguro de que ni ella ni su hija fueran capaces de aguantar la presión policial, fingiendo no tener ni idea del asunto hasta el final. Por eso elaboró un plan que consistía en cometer un nuevo asesinato para procurarse otro cadáver y hacer creer a la policía que se trataba de Shinji Togashi. De este modo la policía iría averiguando progresivamente cuándo, dónde y cómo fue asesinada la víctima. Sin embargo, cuanto más avanzaran las investigaciones, más se irían debilitando las sospechas hacia Yasuko Hanaoka. Lógico. Porque el cadáver en cuestión no era el del hombre que ella había matado. Ese caso no era el del asesinato de Shinji Togashi. En definitiva, vosotros, la policía, habéis estado investigando un caso de asesinato completamente distinto.
Ese relato, que Yukawa narraba con tanta llaneza, no parecía corresponderse con la realidad. Kusanagi no había dejado de negar con la cabeza mientras lo escuchaba.
—Tal vez ese disparatado plan se le ocurrió porque pasaba a menudo por la ribera y veía allí a los indigentes. Supongo que fue eso lo que le llevó a idearlo. Debió de preguntarse para qué vive toda esa gente. Para qué, si lo único que hacen es esperar a que les llegue su hora. Esperar el día en que la muerte se los lleve. Y, llegado ese día, nadie se da cuenta de su desaparición. Nadie los echa de menos… Bueno, esto es lo que yo imagino, pero…
—¿Quieres decir que sólo por eso Ishigami ya pensaba que pueden ser asesinados? —quiso confirmar Kusanagi.
—No, no creo que pensara eso. Pero que los indigentes de la ribera estaban presentes en el trasfondo del plan de Ishigami me parece innegable. Ya te lo dije en otra ocasión: él es capaz de cualquier atrocidad, siempre que resulte lógica para sus fines.
—Entonces, ¿el asesinato es algo lógico?
—Lo que él necesitaba era un nuevo cadáver. Ésa era la pieza que le faltaba para completar su rompecabezas.
El razonamiento de Yukawa resultaba poco menos que extravagante. Es más, verlo tejiendo esa serie de conjeturas con tono de profesor universitario que está impartiendo una clase, se le antojaba a Kusanagi de lo más insólito.
—En la mañana del día siguiente al que Yasuko Hanaoka mató a Shinji Togashi, Ishigami se puso en contacto con uno de los vagabundos. No sé de qué hablaron, pero estoy seguro de que le ofreció un trabajillo. El encargo consistiría en ir a la habitación que Togashi tenía alquilada en el hostal y quedarse allí hasta la noche. Ishigami habría pasado allí la noche anterior eliminando todo rastro de la presencia de Togashi en la habitación, de modo que lo que quedaría después en ella serían sólo las huellas y los pelos del vagabundo. Por la noche, el indigente se habría puesto ropa proporcionada por Ishigami y habría acudido al lugar designado por él.
—¿A la estación de Shinozaki?
Yukawa sacudió la cabeza.
—No. Seguramente a la estación anterior: Mizue.
—¿Mizue?
—Creo que Ishigami robó la bicicleta en la estación de Shinozaki, pero seguramente había quedado con el vagabundo en la de Mizue. Y es más que probable que para ello tuviera preparada otra bicicleta. Los dos fueron en dichas bicis hasta la ribera del Kyu-Edogawa y, una vez allí, Ishigami lo mató. Luego le aplastó la cara para evitar que se supiera que no era realmente Shinji Togashi. Con todo, tampoco era necesario quemarle la yema de los dedos para eliminar las huellas dactilares. Las huellas del indigente asesinado estarían sin duda por toda la habitación de Togashi, de modo que, aun sin hacer nada especial, en todo caso la policía habría identificado erróneamente el cadáver del vagabundo como el de Shinji Togashi. Sin embargo, si en su afán por evitar que se identificara el cadáver, el asesino le aplastaba la cara pero no le quemaba los dedos, su comportamiento como asesino perdía credibilidad y coherencia. Por eso se vio obligado a quemarle las yemas. Y como de este modo existía el riesgo de que la policía tardara en identificar el cuerpo, dejó sus huellas adrede en la bicicleta. Por la misma razón, dejó también sus ropas a medio quemar.
—Pero para eso no necesitaba que la bici fuera nueva, ¿no?
—Lo de robar una bicicleta nueva fue por si acaso.
—¿«Por si acaso»?
—Para Ishigami, era crucial que la policía averiguara la hora del asesinato. Sabía que podrían determinarla de un modo relativamente exacto mediante la autopsia, pero lo que más le preocupaba era que, por la tardanza en descubrir el cadáver o por cualquier otra razón, el margen de error se hiciera demasiado amplio. Si, en el peor de los casos, ese margen se extendía hasta la noche anterior, o sea, hasta la noche del día nueve, podría resultar nefasto para sus intereses. ¿Por qué? Porque ése fue el día en que las Hanaoka mataron a Togashi, así que obviamente no tenían ninguna coartada. Para impedir eso, Ishigami necesitaba algún tipo de prueba que demostrara que la bici había sido robada el día diez. Y de ahí que eligiera ésa. Una bici que era muy improbable que dejaran aparcada por ahí durante más de un día, una bici cuyo dueño, en caso de ser robada, sabría a ciencia cierta en qué día se había producido el robo. En definitiva: una bici nueva.
—Pues sí que tenía distintos significados lo de la bici… —murmuró Kusanagi golpeándose la frente con el puño.
—Y creo recordar que cuando la encontraron tenía las dos ruedas pinchadas, ¿verdad? Eso también parece un detalle muy propio de Ishigami. Seguramente lo hizo para que nadie pudiera montarse en ella y llevársela pedaleando. Está claro que puso todo su empeño en salvaguardar la coartada de madre e hija.
—Ya, pero su coartada tampoco era tan firme. De hecho, todavía no hemos conseguido encontrar una prueba incontestable de que ambas hayan estado realmente en el cine.
—Sí. Pero también seguís sin encontrar prueba alguna de lo contrario, es decir, de que no hayan estado allí —repuso Yukawa señalando a Kusanagi con el dedo—. Una coartada que podría desmoronarse en cualquier momento, pero que realmente nunca se desmorona. En eso consiste precisamente la trampa que os ha tendido Ishigami. Si, en cambio, hubiera pergeñado una coartada sólida, un muro infranqueable, seguro que la policía habría sospechado que allí había alguna añagaza oculta. Y entonces podría haberse planteado revisar otra vez el cuerpo encontrado para confirmar que se trataba realmente de Togashi. Eso era lo que más temía Ishigami. La composición que él ideó tenía siempre a Togashi como víctima y a Yasuko como sospechosa. De ahí que en todo momento haya intentado que la policía no se apartara de esas dos ideas fijas.
Kusanagi no pudo evitar soltar un gruñido. Todo había sucedido exactamente como lo exponía Yukawa. En cuanto la policía dio por hecho que el cadáver hallado era el de Togashi, todas las miradas se dirigieron hacia Yasuko, señalándola como principal sospechosa, pues los hechos que ella aducía como coartada presentaban bastantes lagunas. Así que la policía siguió sospechando de ella. Pero dudar de Yasuko Hanaoka era tan evidente como no dudar de que el cuerpo hallado era el de Shinji Togashi.
—Lo de ese tipo da realmente miedo… —murmuró Kusanagi.
Yukawa estuvo de acuerdo.
—La clave que me permitió darme cuenta de la colosal jugada de Ishigami fue una conversación que mantuve contigo.
—¿Conmigo?
—Sí. Hablamos de las estrategias que utilizaba Ishigami a la hora de elaborar sus exámenes de matemáticas. Me dijiste que él te había contado que se aprovechaba de los ángulos muertos generados por las ideas preconcebidas. Por ejemplo, simulaba haber puesto un problema de geometría, cuando realmente era de funciones.
—¿Y bien?
—Pues que siguió el mismo patrón: simular que la cuestión principal era la coartada, cuando en realidad era la ocultación de la identidad del cadáver.
Kusanagi emitió un «¡Ah!» de sorpresa.
—¿Recuerdas que después de aquello me mostraste la hoja de permisos de Ishigami? Al parecer, también se había tomado libre la mañana del diez de marzo. Tú pensaste que eso no guardaba relación con el caso y no le diste importancia. Fue entonces cuando me di cuenta de que lo que realmente quería ocultar Ishigami había sucedido la noche anterior.
«Lo que realmente quería ocultar…». Era evidente que, con esa expresión, Yukawa se estaba refiriendo al asesinato de Shinji Togashi por parte de Yasuko Hanaoka.
Ahora sí que la explicación de Yukawa resultaba coherente de principio a fin. Bien mirado, los aspectos en que el profesor de Física había centrado su atención, como la bicicleta robada o las ropas a medio quemar, habían resultado cruciales para esclarecer la verdad de lo sucedido. En cambio, Kusanagi no tenía más remedio que reconocer que ellos, la policía, se habían quedado atrapados en el laberinto urdido por Ishigami.
Sin embargo, Kusanagi no conseguía librarse de aquella sensación de irrealidad que rodeaba al relato de Yukawa. ¿Cometer un asesinato para encubrir otro? ¿Podía existir alguien capaz de semejante ocurrencia? Aunque lo cierto era que, precisamente porque a nadie se le ocurriría algo así, la jugada resultaba formidable…
—El plan urdido por Ishigami cumplía además otra importante finalidad —dijo Yukawa como si hubiera adivinado lo que Kusanagi estaba pensando—: la de convertir en inexorable la decisión de entregarse de Ishigami si, llegado el caso, se corría el riesgo de que toda su trama quedara al descubierto. Si sólo hubiera pensado en resistir, podría ocurrir que, llegado el momento, su determinación flaqueara. Del mismo modo, también era posible que no soportara la presión de los interrogatorios policiales y acabara confesando la verdad. Sin embargo, su plan suprimió de raíz ese riesgo de inestabilidad. Ya no importa quiénes ni cómo le acosen. Se mantendrá firme y sostendrá hasta el final que fue él quien lo mató. Lógico. Porque realmente fue él quien mató al hombre cuyo cuerpo se halló en Kyu-Edogawa. Lo organizó todo de modo que él fuese el verdadero criminal y, por lo tanto, también resultara natural que acabara en prisión si era descubierto. A cambio, habría conseguido proteger completamente a Yasuko. Habría logrado sacar indemne a la mujer que tanto amaba.
—Entonces, ¿Ishigami se dio cuenta de que su trama estaba a punto de ser descubierta?
—Se lo dije yo mismo. Por supuesto, lo hice de un modo que sólo él pudiera comprender. Le dije lo que ya te he contado antes: que en este mundo no hay engranajes inútiles y que son los propios engranajes los que deciden su uso. ¿Comprendes ahora a qué me refería con lo de los engranajes?
—Supongo que a los indigentes anónimos, y más concretamente al que Ishigami utilizó como pieza para completar su rompecabezas, no les haría mucha gracia, ¿no?
—Lo que hizo fue imperdonable. Era lógico que se entregara. Y si yo le comenté lo de los engranajes fue precisamente para animarle a que lo hiciera. Pero nunca pensé que se entregaría de esa manera. Rebajarse hasta la condición de acosador sólo para proteger a esa mujer… Entonces descubrí que su plan tenía también esa otra finalidad.
—¿Y dónde está el cadáver de Shinji Togashi?
—No lo sé. Supongo que Ishigami se deshizo de él. Puede que la policía de alguna prefectura lo haya encontrado ya, o puede que no aparezca nunca.
—¿«Prefectura»? ¿Quieres decir que está fuera de nuestra jurisdicción?
—Seguramente. Porque no creo que Ishigami quisiera que, en caso de ser hallado, lo relacionaran con Shinji Togashi.
—Ya. Y por eso estuviste en la biblioteca examinando los periódicos locales. Querías comprobar si habían encontrado algún cadáver sin identificar en alguna parte…
—Por lo que pude averiguar, no se ha encontrado ningún cadáver que encaje con la descripción de Togashi. Pero supongo que algún día aparecerá. No creo que Ishigami se haya esmerado en exceso para ocultarlo. Porque, aun en el hipotético caso de que encontraran el cuerpo, no es probable que lo relacionen con Shinji Togashi.
—Vamos a averiguarlo inmediatamente —dijo Kusanagi.
Yukawa negó con la cabeza. Su gesto denotaba que la propuesta de Kusanagi no le había gustado y que debía recordar su promesa.
—Creo que ya lo dejé claro al principio. Te dije que todo esto te lo contaba como amigo, no como detective. Si ahora pretendes reabrir la investigación basándote en mi relato, me temo que dejaremos de ser amigos.
Los ojos de Yukawa indicaban que iba muy en serio. No dejaba margen alguno a su interlocutor para intentar rebatirle.
—Pienso ir a por ella —dijo Yukawa señalando hacia el Bententei—. Tal vez ella tampoco sepa la verdad. No es consciente de la magnitud del sacrificio que Ishigami ha hecho por ella. Voy a contárselo. Y una vez lo sepa todo, esperaré su decisión. Supongo que Ishigami habría deseado que ella fuera feliz en su santa ignorancia. Pero yo no lo consentiré. Ella debe saberlo.
—¿Crees que, si se lo explicas todo, ella se entregará?
—No lo sé. Ni siquiera estoy seguro de que deba entregarse. Cuando pienso en Ishigami, no puedo evitar querer ayudarla al menos a ella.
—Si el tiempo pasa y Yasuko Hanaoka sigue sin entregarse, no tendré más remedio que reabrir la investigación. Aunque ello me cueste perder nuestra amistad.
—Lo comprendo —asintió Yukawa.
Kusanagi seguía de pie, fumando, mientras veía cómo su amigo hablaba con Yasuko Hanaoka. Ésta continuaba con la cabeza gacha. Apenas había cambiado de postura desde el principio. Yukawa seguía moviendo los labios, sin alterar su semblante. Sin embargo, la tensión los envolvía desde donde se encontraba Kusanagi.
Yukawa se puso en pie. Hizo una inclinación hacia Yasuko para despedirse y se dirigió hacia Kusanagi. Ella siguió en la misma posición. Parecía como si no pudiera moverse.
—Perdona, te he hecho esperar un buen rato —dijo Yukawa.
—¿Se lo has contado todo?
—Sí.
—¿Y qué va a hacer ella?
—Bueno… Yo sólo se lo he contado. No le he preguntado qué iba a hacer, ni le he sugerido lo que debía hacer. Ahora todo depende de ella.
—Pero si ella decide no entregarse, yo…
—Lo sé —dijo Yukawa adelantando la mano para interrumpir a Kusanagi. Echó a andar—. No hace falta que me lo recuerdes. Olvida eso por ahora. Verás, hay algo que quería pedirte…
—Quieres ver a Ishigami, ¿verdad?
Yukawa abrió los ojos, sorprendido.
—¿Cómo lo has adivinado?
—Te conozco desde hace mucho tiempo.
—Habrá sido telepatía. A fin de cuentas, aún somos amigos, ¿no? —repuso Yukawa con una triste sonrisa en los labios.